Estoy segura que ninguna mujer en el mundo hubiese actuado como yo ante semejante cuadro. O al menos muy pocas. No pude hablarlo con mis amigas por miedo a sus prejuicios, acusaciones, lecciones de ética barata y sermones que no necesitaba. Rechacé la opción de un psicólogo, y no quise saber nada con alternativas modernas para canalizar vibraciones o energías desenfocadas.
Soy Alejandra, estoy felizmente casada con un hombre ejemplar como padre y marido, tengo 37 dichosos años y tres hijos por los que me encanta levantarme todos los días y apoyarlos en lo que deseen.
Milena tiene 17 años, un grupo de amigas excelente, es aplicada en el colegio y sueña con ser nutricionista. Ama el deporte y la buena alimentación.
Andrés y Tomás son mellizos de 13, y por suerte son bien distintos. Tomi es un desastre en el cole, jamás ordena sus cosas y le tiene pánico al jabón. Pero es híper cariñoso, y siempre está a mi servicio, o al del papá si así lo requerimos.
En cambio, Andrés es metódico, estudioso, pulcro, un poco más frío con los afectos y se perfuma hasta para cenar.
El tema es que, tuve un par de llamados de atención, y aunque soñaba con que no fuera real, poco a poco las cartas comenzaban a salir como el destino las reacomodaba ante mis ojos.
Yo fui la encargada de hablarles de sexo a los tres. Claro que en distintas ocasiones. Con Milena fue a los 11, apenas se asustó cuando vio sangre en su bombachita y no entendió nada. Todavía odia las toallitas femeninas.
Con Tomás fue al día siguiente de la noche que lo encontré en plena madrugada y en su cama, desnudo, con el pito al aire tan duro como gordito y pequeño siendo preso de un manoseo tremendo. Ni bien entré se hizo el dormido, y en el momento en que me acerqué para taparlo con la sábana al menos, vi cómo se le derramaba una mezcla de semen y pichí en la pancita.
Con Andrés fue al mes siguiente, una noche en la que me cansé de llamarlo para que baje a comer. Si mi marido hubiese estado, sólo bastaba con un grito. Subí a su cuarto, y al abrir la puerta lo vi con los auriculares puestos, los ojos en la pantalla de la compu, donde una asiática le comía la verga a un policía, y con las manos en su pene. No sabía cómo salir de su vergüenza. ¡No quería mirarme siquiera! Esa noche le hablé con serenidad, sin atreverme a evitar pispearle el bulto. Al punto que se lo toqué, lo acuné en mis manos nerviosas a la vez que le explicaba lo importante del uso de los condones, de los sueños eróticos, del interés que seguro comenzaba a sentir por las chicas, en especial por sus tetas y sus colas, y casi me pareció que si no se la soltaba a tiempo me eyacularía todo en la mano.
La cosa es que mis niños estaban cada vez más pajeritos. Particularmente las sábanas y calzoncillos de Tomás eran ríos de semen petrificados.
A Andrés le daba pudor que yo le lave la ropa interior, y siempre que se duchaba, él se ocupaba de lavarse hasta las medias. Muchas veces le dije que no era necesario.
A Tomi lo sorprendí muchas veces con las manos en la masa. Algunas de ellas no lo resistí, y por más degenerada o morbosa que parezca, colaboré con él. Además, no podía negar que me daba curiosidad saber cómo era su pito de nene en el auge de su desarrollo sexual. Por ejemplo, una tarde Tomi miraba la tele sin prestarle atención en el sillón, y como no sabía que yo lo observaba se sobaba el pito adentro de su pantalón de gimnasia.
¡Tomi, ¿Qué hacés cochino?!, le dije, sabiendo que se detendría. Pero antes que lo haga me acerqué y le dije al oído: ¡Quedate quietito, que mami te ayuda con ese pitito! ¿Querés?
Tomi se sometió a la tarea de mis manos que sin más se adentraron bajo su calzoncillo, y le amasaron esa pijita de nene tembloroso. No imaginé que me sería tan fácil manosearlo. Se lo apreté, tiré del cuerito hacia abajo para rozar delicadamente su capullito, le di calor a sus huevitos, me escupí la mano para humedecerlo un poco más de lo que ya lo había hecho su juguito, le bajé el pantalón para olerlo, y mientras le decía: ¡Acabame en la mano chancho! Subía y bajaba por su tronco con mi mano, pero ahora sobre su calzón. No tardó nada en cumplir mi consigna. Fue hermoso sentirlo estremecerse, mirarlo a los ojos y descubrir que los tenía cerrados, y que apretaba los labios para que no se le escape ningún gemido. Aunque varios hilos de saliva le caían desaforados de la boca. El sonido de su semen huyendo de su glande fue delicioso. Me dieron unas ganas tremendas de chuparle el pito, y tragarme toda su lechita. ¡Pero, era su madre, y no me correspondía! Por eso, apenas terminó lo mandé a bañarse, porque no podía andar con tanto olor a bolas, a pis y a chivo.
Con Andrés no tuve esa suerte, aunque sabía que veía porno, porque dos por tres oía gemidos en su pieza antes de golpearle la puerta para lo que necesitara pedirle. Sin embargo, una vez Milena me dijo que Andrés la espiaba cuando se cambiaba, que lo pescó revisando el cajón de su ropa interior, y que le pregunta siempre por una compañera. ¡No la dejaba en paz con esa chica!
Le pedí que le tenga paciencia, pues, la curiosidad a esas edades no se puede posponer. Pero que si algo se llegara a ir de las manos me lo comunicara.
Conforme el tiempo pasaba, había más elementos extraños. Tomi y Andrés, que por lo general no se toleraban demasiado, de golpe y porrazo eran inseparables. Un par de veces me pareció que mientras miraban la tele en el sillón, uno le tocaba el pito al otro. Apenas me veían pasar se hacían los tontos, lo que avivaba más mis conjeturas. Un día los vi sentados en el patio, a Tomi encima de Andrés, y los dos se tironeaban de los pantalones, como si estuviesen discutiendo por algo. Recuerdo que yo me disponía a tender la ropa, y que ni bien los vi los acusé.
¡No me digan que se andan tocando los pitulines ustedes! ¡Dejen de pelearse, y vayan a tomar la leche, que Milena ya se las preparó!, les dije, mientras se separaban como si se tuviesen asco.
¡Nooo maaa, eso es una asquerosidad!, dijo Andrés, y empujó a su hermano para que lo deje pasar a la cocina. Tomás sólo esbozó una sonrisa, se arregló el pantalón, y se agachó a levantar unos caramelos que se le cayeron. En ese momento, sin siquiera entender por qué lo hice, me acerqué y le metí la mano adentro del calzoncillo.
¡Ojo Tomás, que andás con el pito duro!, le dije al palpárselo húmedo y medio pegoteado. Él sintió una vergüenza que no pudo traducir en otra cosa que en una risita nerviosa, y entró a la cocina.
Una mañana oí que Milena y Andrés discutían en el baño. Ella lo hacía callar con el chistido de una lechuza furiosa, pero le susurraba: ¡Le voy a decir a mami tarado… devolveme esa tanga, y no me mires las tetas!
Andrés con la voz en un hilo le retrucaba: ¡No le vas a decir… si sos re cagona! Si me mostrás mejor las gomas te la devuelvo, y acá no pasó nada!
Me moría de ganas por entrar. Pero Milena salió descalza y con un vestidito de dormir bastante chingado. Cuando me vio me dijo que estaba por bañarse, y que como Andrés le ganó de mano tendría que retrasar la juntada con sus amigas. Esa vez le vi las tetas bien de cerca, ya que mi cara colisiona casi con sus meloncitos preciosos y desnudos. Me salió alta la desgraciada!
Entré al baño en cuanto Milena se esfumó, fingiendo estar apurada por lavarme los dientes. Andrés se estaba pajeando adentro de la ducha con la tanguita de mi hija en la nariz. Obvio, cuando me escuchó entrar con la excusa de retirar mi cepillo dental, abrió el grifo a todo lo que da para disimular.
Otra noche, antes de la cena un compañerito de Tomi llamó por teléfono. Después de buscarlo por toda la casa, me los encontré a los tres en la pieza de Milena. Los escuché corretearse, hasta que ella dijo: ¡Basta pendejos, ya sé que me ganaron, y les voy a mostrar mi cola… pero de a poquito! ¿Sí?
Le dije al nene que más tarde Tomi lo llamaría, y corté la comunicación. Abrí apenas la puerta, y vi a milena bajarse en cámara lenta la calcita marrón que traía, y a Tomi bien pegadito a su hermano, ambos sentados en la cama con los ojos desencajados. Tomi se sobaba el pene, y Andrés lo reprendía por eso. Tomi le pidió que se baje la bombachita. Pero Milena negó con la cabeza. Se les acercó, les dio un beso en la boca a cada uno y los echó de su cuarto. Tuve que hacerme la que subía las escaleras para no delatarme. ¡Mis hijos se calentaban entre ellos, y yo no sabía cómo detenerlos! Tal vez no quería que eso deje de pasarles, y no podía impedirle a mi calentura que no gobierne a mi cerebro con todo lo que luego empecé a imaginar que podrían hacerse.
Varias veces vi salir a Milena de la pieza de los chicos en tetas y bombacha. La retaba y la ponía en situación para que tome consciencia. Pero ella siempre dijo que sus hermanos la respetaban. Una mañana le pregunté si ninguno de ellos intentó tocarla, y me aseguró que no. Yo le creía. Por otro lado, pensaba en que son chicos, y para colmo hermanos. Es lógico que no tengan pudores al conocerse, convivir y compartirlo todo.
Después del cumple de 13 de los chicos, descubrí qué era lo que pasaba. Mi marido insistía con hacerle una pieza a Tomás, y dejarle a Andrés la que hasta entonces compartían. Pero ellos no querían saber nada. Esto se agregó a lo que me contó Milena la mañana que la mandé a despertarlos para que bajen a desayunar.
¡Ma, perdón, pero te lo tengo que contar… los chicos estaban despiertos cuando entré... sólo que Andrés estaba parado delante de la cara de Tomás, y le ponía el pito en la boca… el pobrecito de Tomi estaba dormido, y tenía puesta una tanguita mía!
Se me rompió la taza del café que desayunaba durante su relato. Le pedí que por favor limpie mi desatino mientras yo subía a mirar. Ya era tarde, y no podía acusarlos. Los dos estaban vestidos y con el uniforme del colegio, listos para lavarse los dientes y bajar al comedor.
La siesta que vino mi hermana de Uruguay de visitas, fui a buscarlos porque, había regalos para todos. Al abrir la puerta los vi. Cada uno estaba en su cama, pajeándose y hablando como si nada, agitados y transpirando adrenalina. Incluso, el olor a varones alzados era abrumador. Andrés estaba desnudo, hojeando una revista porno, y Tomi en calzoncillos, apretando contra su olfato infalible una colaless de Milena. Me shockeó que ni les diera pudor verme, y eso me perturbó al punto de cerrar la puerta, cachetearlos para que entren en razones, y gritarles que eso no está bueno que se comparta así nomás, o que por lo menos tengan el recaudo de cerrar la puerta con llave. No pude quitarle la bombacha a Tomi. Entonces opté por agarrarle el pito y apretárselo mientras se me escapaba decirle: ¿Te gusta tu hermanita a vos? ¿Te calienta el olor de su bombachita, a culo y a concha? ¿Qué te pasa cuando la olés? ¿Se te para mucho pajerito?!
Finalmente me quedé con toda la leche de mi hijo en la mano, mientras gemía confundido, y Andrés se limpiaba la panza con un pañuelo, ya que se había acabado encima, tan solo unos segundos antes.
En cuanto las pulsaciones bajaron les dije que estaba la tía, y les pedí que se duchen para que se les pase un poco la calenturita. Apenas atravesé la puerta de ese cuarto sentí que mi clítoris palpitaba bajo la presión de mi bombacha mojada, y no encontré otra opción que la de colarme un dedito en la vagina. Claro que no pude masturbarme como me hubiese gustado. Estuve atontada casi toda la tarde. No comprendía lo que habitaba en mis insolentes pensamientos. Mi marido por suerte no me notó rara, ni tampoco a ellos.
Para colmo, ese mismo día pero por la noche, descubrí a Milena despatarrada en su cama tocándose las gomas y oliendo un calzón de Tomi. No pude verle la conchita porque automáticamente clausuró mi visión al cerrar las piernas apenas le hablé en voz baja. ¡Otra que no cierra la puerta!, pensaba, perdida en su cara de felicidad y placer, sus pezones marrones y erectos, y en su piel envuelta en escozores.
¡Dale, terminá de tocarte, y te digo lo que te venía a decir, chancha!, se me ocurrió decirle. Pero ella intentó taparse con la sábana.
¡No tengas vergüenza ahora nena, que si querés no te miro! ¡Además, te vi desnuda toda la vida! ¡Pero, ¿Qué hacés con el calzón de tu hermano?!
Milena suspiró, frotó su sexo con una mano, y pronto con el calzón, hundió dos deditos en su vagina y, oí el sucumbir de sus juguitos adolescentes, al tiempo que su otra mano estiraba sus pezones de a uno por vez.
¡Tomi tiene mi bombacha ma… está re alzado conmigo el pendejo, y me vuelve loca! ¡Además me gusta que se coma la boca a chupones con Andy, me re calientaaa!, dijo en la cúspide de un orgasmo que la hizo temblar, reprimiendo sus gemidos en una m mutilada en sus labios. Mientras se aflojaban sus músculos y volvía en sí, le pregunté qué haría con ese calzón repleto de sus flujos vaginales. No me contestó, y me pidió que no la mire. En el instante en que mi cuerpo cruzó el umbral de su puerta me gritó: ¡Se lo voy a devolver al pajerito de Tomi, así me devuelve mis calzones!
Esta vez corrí al baño. En el camino me topé con mi marido que había llegado temprano del trabajo. Le di un beso apurado y le dije que me espere un ratito para tomar algo juntos.
Ya en la soledad del baño, busqué en el canasto de la ropa sucia cuanta bombachita y calzoncillo usado pudiera rescatar de mis niños. Encendí el lavarropas, me saqué la bombacha, me subí el vestido y me senté sobre el aparato que vibraba para frotar mi concha prendida fuego, a la vez que mi nariz repasaba una por una esas prendas sucias.
Rocé mi clítoris, me metí un poco del slip de Andrés y otro de una tanga de Milena en la vagina, los froté con pasión y, creo que tuve dos orgasmos que me hicieron estallar en jadeos, contorciones, palabras morbosas dedicadas a ellos y unos dolorosos pellizcos a mis pezones hinchados. También había calzoncillitos de Tomi, con un olor a pichí y a semen que me extasiaban los estribos.
Apenas salí de allí, mareada y palpitante, fui a buscar a mi marido, con el que no tuve ningún recato. Sabiendo que Milena estaba en su cuarto, y que Tomás tipeaba un práctico para el cole en el suyo, le chupé la pija a mi marido arrodillada contra la heladera, en el exacto momento en que se disponía a sacar un quesito untable. Después lo senté en una silla y me le subí para que me coja la concha con todas sus ganas, por más que me insistiese como un disco rayado: ¡Están los chicos Ale, mirá si alguno nos ve… se nos pudre todo flaquita!
Pero el muy pícaro me cogió más duro y rico apenas le dije: ¿Y no fantaseás con que los nenes nos vean y se toquen? ¿No te imaginás a Mile apretándose las tetas, viendo cómo su papi le larga toda la lechita a su mami?
Cuando su semen comenzaba a recorrer mis profundidades, pensé en aquello que dijo Milena. ¡Mis nenes se comían la boca entre ellos, o a ella?! No lo tenía claro. Lo cierto es que se besaban, que saboreaban sus lenguas, y tal vez alguno de ellos se animó a lamer las tetas de Mile. ¿Ella habrá tenido el placer de lamerles los pitos?
En esos días no había prudencia en mis actos. Por eso, la siesta que los escuché desde la puerta, con la idea de pedirles que me compren cigarrillos en la estación de servicio, decidí espiarlos.
¡Pajeame Tomi, y ponete esto después!, dijo Andrés. Lo reconocí de inmediato.
¡Sí, pajealo y comele la boca!, agregó Milena. Nunca le distinguí la voz a Tomás.
¿Querés mirarme las tetas? ¿O el pito al Andy? ¡Decime chanchito, y pasale la lengua por la boca! ¡Y vos bajate el pantalón! ¡Dale Tomi, mirame las tetas nene!, seguía Milena con la garganta cada vez más opaca. También se oían movimientos de cama, algunas palmaditas, y varias risas. Incluso, Mile llegó a remarcar: ¡Así, con este olor a pichí no nenito! ¡A ver si aprendemos!
Para mí estaba muy claro que se refería a Tomás. Aún así, esa vez no los pude agarrar en nada raro, porque la puerta estaba con llave. Me odié por haberles recomendado aquello alguna vez. Cuando golpeé tardaron en abrirme, pero ni bien Tomi lo hizo, todo parecía normal. ¿Me había imaginado aquellas frases? Evidentemente no, porque también divisé algunos besos, y el aire olía a una fragancia sexual imposible de ocultar.
Quise hablar con mi hija, pero no me atreví. Tuvieron que pasar dos largos meses para al fin dar con todas las pruebas que necesitaba. Esa noche me levanté alarmada por unos refucilos y un viento furioso que golpeaba ventanas, sacudía ramas y silbaba haciendo caer cosas en el patio. Recordé que había ropa tendida. Pero, en lugar de ir a la terraza, algo me condujo irremediablemente a la pieza de los varones.
La puerta permanecía abierta. Para mi desgracia, se cortó la luz en cuanto subía descalza las escaleras, para no hacer el mínimo ruido. Pero eso no me detuvo para verlo todo claramente. Tomi yacía sobre su lado derecho, acostado con una tanguita de Milena en lugar de calzoncillo, y de pie, junto a su cara, Andrés le pasaba el pito por la boca, diciéndole con la voz cada vez más grave: ¡Dale nene, si te gusta, abrí la boquita, lamelo, dale, que te cuesta? Es un poquito! ¡No te voy a mear nene!
Tomi pronto le pasó la lengua algunas veces, le dio unos besitos y se la metió en la boca.
¡Uuuff, así nene, chupame todo, sacame la leche, y pajeate sin hacerte pis como ayer! ¡Así hermanito, y dale, que mami no nos ve, comete todo, asíiii!, dijo Andrés entre gemidos, agarrándose del respaldo, y se rió con una ironía que nunca había empleado. Entonces se agachó, le dio un beso en la boca, y Tomi se puso cara al cielo.
¡Dale Andy, hagamos pito con pito otra vez, porfi!, dijo Tomás esperanzado.
Andrés se le tiró encima, quedando ambos frente a frente, y luego solo se oía que se besaban. Como Tomi es mucho más menudito que su hermano, no vi si le hacía algo. Andrés lo cubría con su cuerpo, sus movimientos y sus piernas. Pero sí lo oía decirle, a medida que su respiración aumentaba el pulso: ¿Te gusta la Mile no? Tiene ricas tetas, y le querés mirar la concha nenito? ¿Te gusta cómo te besa? ¡Pero no tenés que hacerte pichí cuando te da besitos en el cuello tarado!
Tomi solo balbuceaba un tierno: ¡Sí, me encanta!
Cuando Andy consideró que ya había sido bastante de besos y apretujes, se levantó para sacarle la tanga, la olieron juntos entre otros besos babosos, saboreándose las lenguas, y no tardaron en unir los pitos, uno contra otro. Se los fregaban, apretaban, se tocaban los huevos, y los dos gemían bajito en medio del desastre de la tormenta sobre los techos.
Cuando Andrés se agachó y rozó varias veces sus labios con el pene de Tomás, sentí que un chorro caliente bajaba por mis piernas. Andrés se lo mamaba como un experto! Le escupió hasta la panza, lo besaba, lo pajeaba contra su rostro y se lo metía en la boca para succionarlo con suavidad, mientras le decía: ¡Dale maricona, mirá si Milena nos ve… a lo mejor nos muestra la conchita! ¡Largala nene, o te meto los dedos en el culo!
Tomi solo decía: ¡aaaay, acabo guachooo!, como si fuese las únicas palabras importantes para vivir. Tomás eyaculó al parecer, por la alegría de Andrés, que recién entonces se sacó la camiseta. Volvió a poner su pito en sus labios, y mi desenfreno no pudo aguantarlo más. Entré al cuarto hecha una furia, y en medio del susto Tomi se hizo pis, y Andrés casi se cae. De hecho, se pegó muy fuerte en la cola con el filo de su mesa de luz.
¡Vengan para acá los dos, ya!, les dije desde la cama de Andy que estaba seca y tendida.
¡Ustedes se chupan la pija? Se besan y se pajean? ¿Qué les pasa? ¿Son medios putitos? Por qué no se cogen a Milena? ¿Por qué no se la cogen, si está tan caliente como ustedes?, Se me caían los absurdos de los labios.
Me di cuenta de que estaba en tetas, y al verle la pija dura a los dos, los abracé en mi pecho, y les comí esas boquitas. Cuando les pedí que se besen entre ellos y me complacieron, se me antojó que Tomi termine de hacer lo que le faltaba con Andrés.
¡Chupale la verga a tu hermano, ya chiquito!, le largué. Tomi seguía nervioso, pero ni bien sus labios tocaron el pito de su hermano lo tranquilicé apoyándole las tetas en la espalda, aprovechándolo en cuatro sobre la camita, para que se la chupe con ruiditos y todo. Me excitaba tanto verlos, que ni me importaba frotarme el clítoris, sintiendo la piel de mi nene en mis pezones.
¡Así que se besan adelante de Milena? Y ella les muestra las tetas? Y a vos Tomi, te calienta el pito tu hermanita? Y le robás los calzones?!, le dije dándole fuertes nalgadas. Hasta que los acosté a los dos boca abajo, uno al lado del otro, y les pedí que se besen. Entonces, mientras sus pijas se friccionaban en la sábana, les abrí el culito y se los escupí para lamerlos, besuquearlos y morderles el escroto. ¡Era exquisito escuchar el arte de sus lenguas al lamerse la cara, respirando cada vez más desenfrenados, y pedirme disculpas!
Andrés se vino en leche, prácticamente en las piernas de su hermano cuando le hice sentir un dedito en el culo. El sonido de su pito escupiendo semen se acercó al de un pomito de crema aceitosa, y su gemidito de satisfacción no podía ser más enternecedor. Tomi acabó cuando le daba tetazos en las nalgas y le rasguñaba la espalda. No me importaba dejarle mis marcas en la piel, ni escupirle el cuello, también inscribiendo el filo de mis labios salvajes hasta en sus tetillas. ¡Nunca imaginé que alguna vez saborearía a mis hijos desnudos de esa forma! Luego, cuando recobré algo de serenidad, les pedí que se pongan de pie, y que cada uno saboree la pija del otro, sin decir una palabra. Acto seguido les ordené que laman juntos toda la leche que volcaron en la sábana, mientras me sacaba la bombacha. Creo que ahí fue que volvimos a tranzarnos entre los tres, y fuimos a la pieza de Milena, cubiertos por el más absoluto de los silencios. Supongo que ellos me seguían, totalmente excitados y sorprendidos de que no hubiese represalias para su comportamiento.
Ella dormía sin sospechar nada. Así que yo la destapé minuciosamente, le corrí la bombachita, apenas le separé las piernas y los invité a que le miren la conchita, ya que descansaba boca arriba. La miraron con caritas de lujuria mientras se les paraba el pito, y antes de que alguno se la mande, los agarré de una oreja y los llevé de nuevo a su habitación. ¡Quería ponerlos bien alzados con su hermana, para que vuelvan a sentir el deseo del placer recorriéndoles la piel como un ángel asesino! Fue inmediato. Apenas cerré la puerta del cuarto, los cochinos empezaron a pajearse. Los escuché un largo rato decirse cosas, pegarse en el culo, besarse, solicitarse chupaditas a sus pitos, y pelearse como un nene y una nena. Tomi estaba loco por el aroma de Milena, y Andrés obsesionado por el olor a pis de Tomás. Hasta que el celo que habitaba en mi interior me hizo abrir la puerta para mirarlos. A ellos ni les importó.
¡Dame la leche nenita!, le pidió Andrés con los ojos encendidos, y Tomi se le tiró encima para fregarle la pijita por todo el cuerpo, y en breve para que su boca se lo devore como una golosina. Yo, en cuanto tuve la oportunidad me sumé para chuparle el culo mientras Tomi no paraba de jadear. Enseguida, con los labios conmocionados por el sabor del culito de mi niño, me separé de ellos para verlos intercambiarse las pijas. Se las lamían, las llenaban de sorbos, saliva y palabritas obscenas, como si yo no estuviese allí. En especial, Andrés por momentos le mordía el pito a su hermano.
Caí en la cuenta de que me masturbaba cuando Tomás se dejaba lamer el culito por Andrés, que a su vez lo pajeaba enceguecido. Andrés ya le había acabado antes en las manos a Tomi, que por poco lloraba de tantas emociones oprimiéndole la garganta.
Un trueno violento y asesino para los tímpanos me hizo aterrizar en la realidad, y supuse que debía actuar. Les pedí que la corten, y que por hoy duerman juntos en la cama de Andrés, ya que la de Tomi era un río de pipí.
¡Mañana vamos a hablar muy seriamente, los cuatro! ¿Me entendieron?, los amenacé, totalmente incapaz de creerme ese discurso.
Me fui al lado de mi marido y lo desperté para que me coja. Necesitaba sacarme todo eso de la cabeza, por más que no paraba de alucinar con lo que los dos mocosos estarían haciendo en esa camita.
Al otro día quise hablar con ellos. Pero me faltó el valor, la pedagogía y la paciencia.
Poco a poco, con el correr de los días, los nenes comenzaban a separarse. Todo desde el día que los vi masturbándose en el patio, y les grité que le contaría todo a su padre si no se calmaban. No obstante, Tomi nunca perdió el interés por su hermana. Era notorio cómo se le abultaba el pantalón cuando le miraba las gomas.
Andrés pidió un cuarto para él solo, y entonces mi marido ya se puso a la tarea de construirlo.
Nunca más volví a encontrarlos juntos, al menos a los varones. Milena y Tomi se besaron un par de veces, y según ella una tarde hizo que él se acabe encima con solo lamerle el cuello y decirle chanchadas.
No sé si eso les habrá cambiado la mente a mis niños, y si será de gran influencia en la sexualidad de cada uno de ellos. Pero a mí me llenó de morbo, fantasías y cosquillitas apenas los veía, y no podía evitarlo! Fin
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