Mirona y caliente




Ariana tenía 14 años cuando la separación de sus padres partió su existencia en dos. Ella era feliz en su casa del centro de Vicente López. Tenía clases particulares de piano, se juntaba con sus amigas a estudiar, era buena en el colegio, y no les proporcionaba disgustos a sus padres. Rezaba todas las noches antes de dormir, se bañaba y lavaba los dientes sin que nadie se lo recuerde, y gozaba de la libertad de ser hija única. Muchas veces tuvo ganas de pasearse en calzones o desnuda por la casa. Pero su moral imperturbable no se lo hubiera permitido. No le gustaba ningún chico, o al menos de la boca para afuera. No mostraba maldad, ni tenía un diario íntimo en el que contar mentiritas, travesuras, garabatear corazones con su nombre y el de algún chico, ni anotar el seguimiento de ninguna dieta absurda, como hacían sus amigas.
Sin embargo, le dolió enterarse que su madre le fue infiel a su padre. No se imaginó ni por asomo que su madre, aquella mujer gentil, correcta y amable pudiera tener sexo con el Tito, un pibe de no más de 20 años que vendía pan casero, masitas dulces y empanadas. Según su padre fueron muchas más veces de las que su madre le enumeró. Para Ariana su madre había pecado, y por más que la quisiese con el alma, merecía todos los insultos que su padre le profirió, la demanda por adulterio, y un montón de cosas que en el momento no almacenó. No la conmovieron las lágrimas de su madre pidiéndole que no escuche a su marido. Gustavo había decidido hablar con Ariana para convencerla de llevársela con él a la casa de campo. Cecilia nunca quiso dejar la ciudad. Por eso vivían allí, y el hombre tenía que viajar cada dos por tres para inspeccionar como iban las cosechas. Gustavo era propietario de varias hectáreas de tierras en las que había desde soja hasta verduras y frutas. Si bien era un emprendimiento pequeño, con eso podía salvar la economía del hogar cuando no tenía laburo como abogado. Profesión a la que se avocó por deseos de Cecilia. Ella es empleada del estado. Gustavo había resignado mucho por Cecilia, y ella lo traicionaba en su propia casa, en la cama donde dormía con su marido y le juraba amor eterno. En todo eso pensaba Ariana cuando su padre le pedía al borde del llanto pasar unos días con él, en su casa de campo. Ariana ni lo dudó.
¡Si papi, me voy con vos! ¡Mamá es una puta!, le dijo muerta de desilusión. El hombre solo la apretó en su pecho, y le perdonó que haya dicho eso de su madre, aunque le pidió que no lo volviera a decir.
Por lo tanto, un sábado increíblemente soleado para estar a mediados de abril, los dos se marcharon de la casa, y viajaron a la estancia. El viaje fue ameno, con música, mates y chistes para distender el manto de angustia que parecía perseguirlos. Ariana se despidió de su madre, quien comprendió que su hija era grande para elegir estar con su padre, y solo le deseó lo mejor en su estadía, además de recordarle portarse bien. El hombre manejaba con prudencia, pero con cierto nerviosismo en la mirada.
Finalmente, cerca del mediodía los recibe Alfredo, el sereno del lugar. Abre la tranquera, saluda a Gustavo con un apretón de mano por la ventanilla abierta, y a la nena con una sonrisa, y los guía para que no se trague ningún pozo con el auto, ya que el pasto estaba bastante crecido. Enseguida aparece Elena, la mujer encargada de mantener con regularidad todo lo referido a las cosechas, y los Hermanos Rodríguez, José y Nati, como se presentaron. Ellos eran los caseros, y sus ocupaciones eran muchas. Mantener jardines, limpiar los recipientes de agua, cuidar y alimentar a los animales de la granja, recibir a los compradores de lo que se cosechara, y administrar el dinero para impuestos. Los dos fueron muy amables con Ariana, y a ella le cayó muy bien la Nati, porque tenía una calza con brillitos.
Al rato Ariana estaba en la última habitación de un largo pasillo repleto de puertas, acomodando su poca ropa en los cajones, ventilando y poniéndose algo más cómodo. Su padre la había llevado hasta allí para, de pasadas pedirle que se quede tranquila, que no se haga mala sangre por cosas de los adultos.
¡Quiero que disfrutes mi amor, y que cualquier cosa que necesites, si yo no estoy, se lo pidas a Elena, o a los hermanos! ¿Sí? ¡Todo va a pasar mi chiquita!, le decía el hombre acariciándole el pelo, contemplando por primera vez los senos de su hija, los que Ariana mostraba en libertad al quitarse la remera y el corpiño para calzarse un vestidito suelto. Pensó en que pronto cumpliría los 15, y eso le anudó la garganta. Por eso, antes de evidenciarse, la dejó a solas.
Ariana comió un choripán que le llevó Elena, y después de eso se durmió una siesta monumental. Estaba estresada, triste, con ganas de llorar. No tenía ganas ni de bañarse. Se despertó recién a las 8 de la noche, gracias al grito de su padre.
¡A comeeeer Arianaaaa! ¡Dale que solo faltás vos bebé!, oyó la nena, y saltó de la cama, notando que el sol ya había desaparecido. De repente estaba al lado de su padre, en una mesa larga, junto a Elena, Alfredo, José y Nati, disfrutando de un asado glorioso. Lo había hecho Alfredo con Gustavo. Hubo brindis, aplausos y postres para la nueva integrante temporal de la casona, alcohol para los mayores, y algunos regalos para Ariana.
¡Ariana, mirá, tengo esta remerita para vos, y estas calcitas, y este vestidito! ¡Digo, si por ahí te falta ropa, esto es tuyo!, le dijo Nati ofreciéndole una delicada bolsa con las prendas. Ariana se emocionó y le dio las gracias.
Pensó en que había muchas habitaciones vacías, y le preocupó no poder dormir por las noches. Pero enseguida se puso a charlar con Nati, que no llegaba a los 30 años, pero era híper adolescente. Muy distinta de José, que era más joven, pero se mostraba responsable, serio por demás y controlador. Gustavo parecía más animado, Elena no paraba de tomar vino, José y Alfredo hablaban de autos, y Nati salió a fumar a la ventana del gran comedor, cuando Ariana saludó a todos con ternura y se fue a su cama. Los demás no tardaron en imitarla.
Eran las 4 de la madrugada, y la nena daba una vuelta tras otra en su cama. Por momentos tenía frío, después calor. Quería llorar sabiéndose a solas. Pero la había pasado bien esa noche. Había un silencio tan inmenso que la desvelaba aún más. Miraba la hora con insistencia, y pensaba en la cantidad de habitaciones para tan pocos ocupantes. Agarró su celular para poner música. Había electricidad pero no tenía señal, y se sintió distanciada de sus amigas. Eso la hizo extrañarlas.
Sin embargo, sin poder explicarse por qué, encendió la linterna de su celular y decidió salir de su cuarto a caminar por el pasillo. No tenía miedo. No oía nada. Recorrió todo el pasillo. Descubrió que había 3 baños. Llegó hasta la cocina y bebió agua. Parecía que hasta los grillos eran respetuosos de la noche cerrada. Se paseó por todo el resto de la casa, aunque no se animó a salir al enorme patio. De repente escuchó unos golpes que aumentaban intensidad, cada vez más veloces. Pero luego, cuando intentaba agudizar el oído, los golpes se esfumaban. Entonces, le dio frío, sueño, y un poco de miedo de volver al cuarto. Prefirió quedarse en un rinconcito, hasta asegurarse de que aquellos golpes solo sonaban en su mente.
Ariana había pasado una semana en la finca, y todo le parecía normal. Todos la atendían como a una princesa. Su padre no estaba mucho tiempo, y a ella ni le importaba tener señal o internet. Sin embargo, no se resignaba a olvidarse de vigilar el pasillo de la casona. No sabía por qué le fascinaba hacerlo. Pero le gustaba terminar en el mismo rincón oscuro, después de completar la ronda de avistamiento. Pero una noche todo fue distinto. Entre la oscuridad tan sorda como los muros de la casa, apareció lentamente una penumbra, hasta que se asomó por completo la figura de su padre. Se lo veía bastante divertido, semi desnudo y apurado. Salió del segundo cuarto, y caminó presuroso hacia la puerta trasera de la casa que daba a los corrales, la que le seguía a la puerta que decía Ariana con aerosol violeta. La nena lo siguió, esperó a que la oscuridad se lo trague entre sombras y el rocío fresco de la madrugada, y le escoltó los pasos minuciosamente para no perderlo de vista, procurando no hacer ruido ni para respirar. Se enojó consigo misma cuando, por algún descuido sonoro, el hombre desapareció de su sigilosa curiosidad. Entonces caminó en puntas de pie hasta los corrales, y descubrió a Elena. La reconoció de inmediato por sus rulos, sus toses inevitables por el cigarrillo y por su voz.
¡Dele patrón, quiero toda su leche!, le dijo como si fuese su última voluntad, arrodillada en un pedazo de colchón viejo, con el pene de su padre a centímetros de su cara. El hombre lo meneaba y le pedía que se lo meta en la boca. Elena no quiso hacerlo esperar, y después de babeárselo todo se lo empezó a devorar con su lengua larga, con sus labios pulposos y sus dientes blancos. La nena la oía chupar, lamer y besar sus huevos, y la veía adueñarse de la fiebre de esa carne cada vez más dura en su garganta. Nunca había visto un pene en vivo y en directo. Estaba impresionada, incrédula y más que atenta. Vio cómo Gustavo le agarraba la cabeza para profundizar en su garganta. Cómo la saliva de Elena goteaba de sus bolas, cómo él le manoseaba las tetas jadeando cosas que no llegaba a descifrar, y cómo la señora se esforzaba para quedarse con el semen del hombre. Todo eso la estaba calentando, sin que lo supiera en palabras, ya que se tocaba por encima del pijama, el que se le humedecía sin consuelo. Se frotaba la vagina y se rozaba el ano con un dedito, y temía perder el equilibrio. Si llegaba a caerse podría alertar a su padre y a Elena, y eso no estaba en sus planes. De repente, vio que el hombre comenzaba a temblar, a tiritarle hasta las canas, a respirar fuerte, casi tanto como Elena. Entonces quiso incorporarse mejor para ver más, pero pateó sin querer un balde de lata que juntaba agua de lluvia para regar. Ahora los amantes tuvieron que separarse, tal vez perseguidos por la culpa de lo prohibido. Ariana salió corriendo antes de que pudieran descubrirla, pero no se fue a su cama. Intentó seguirles el rastro, un poco disgustada con su padre. El hombre también le era infiel a su madre. Aunque, por un instante pensó que la mujer se lo merecía por haberlo engañado. Además, le preocupaba la sensación que le recorría desde el abdomen a la vagina, y que le mojaba la bombacha con tantas ansias. Entonces, los descubrió atrás de un camión, besándose como enamorados y tocándose como si quisieran enterrar sus dedos en la piel del otro.
Ariana volvió a su cuarto con más dudas que certezas. No daba más de sueño, pero tenía que saber si esa casa le ocultaba otras verdades. Se sentía rara. Ni bien se cobijó entre sus sábanas, sintió ganas de tocarse la vagina. Nunca se había masturbado. Ella pensó siempre que eso era para las nenas putitas. Pero ahora lo necesitaba. Se sentía muy caliente. Hasta su aliento le quemaba las manos cuando intentó rezar para no pecar de lujuriosa. Pero no sabía cómo hacerlo, ni por dónde empezar. De igual forma, en un momento de lucidez de la naturaleza, se ubicó boca abajo y comenzó a frotarse contra la sábana, ya sin el pijama ni la bombacha. No tenía en claro si lo logró, aunque estaba segura de que sus dedos tuvieron que colaborar para que un río de jugos incesantes al fin le devuelvan la paz para poder dormir de una vez por todas.
Ariana decidió seguir paseándose por las noches. Total, si su padre la pescaba, tenía serias razones como para negociar su posible castigo. Aunque todavía pensaba que había un dejo de justicia en las acciones de su padre con Elena.
Transcurrió una larga semana sin noticias. Su padre la llevó a cabalgar una tarde. Una mañana aprendió mucho de plantas con la Nati mientras recorrían el inmenso jardín. Habló con su madre un par de veces, desde un antiguo teléfono fijo que reposaba en la cocina. No se angustió, ni le guardó rencor durante la charla. José le enseñó a preparar la parrilla para hacer un asado, y ella colaboró salando la carne y cortando verduras para una ensalada. Pero en general dormía poco. Sus siestas eran largas porque en las noches tenía que seguir con su misión de espía.
Pronto hubo festejos porque José cumplía 26 años. Esa vez se armó flor de bailongo, luego de un cordero a las brazas, mucho vino, truco, cuentos verdes, anécdotas, tragos fuertes y las gloriosas empanadas de Elena. Al otro día nadie salió a trabajar, porque la resaca había hecho de las suyas. Pero Ariana estaba sobria, a pesar de que bebió vino, y en un momento, durante el baile hasta se hizo pis encima de tanto reírse de cómo bailaba su padre. ¡Nunca había visto a un hombre bailar tan mal! por suerte nadie notó aquel accidente, debido al ensimismamiento de la joda y la música fuerte. Le costó dormir esa noche. Durante el día tuvo hambre, al punto que ella misma se preparó una sopa instantánea en la soledad de la cocina. Durante la tarde, fueron apareciendo Elena, José, Natalia y su padre, todos con el mismo semblante, como si estuviesen anestesiados. Hubo mates en la galería, más tarde un truco entre los grandes mientras Ariana y Nati cantaban las canciones que sonaban en la radio mientras charlaban, y a la noche, apenas una picada con lo que sobró del día anterior.
Luego, durante la noche, Ariana se despertó en una reposera, cerca de una enorme piscina clavada en la tierra, bajo una lluvia que, si recordaba el cielo resplandeciente del mediodía, se le tornaba imposible pronosticarla. Recordó que Nati le hizo probar unos tragos dulces. Licor de cereza, whisky con coca y un poco de vino. Habían estado charlando vaya a saber de qué cosas, porque no podía recordarlo, y temió entrar en pánico. Se levantó como si millones de hormigas le rondaran por la cola, corrió hasta la puerta principal de la casa y pensó en gritar al encontrarla cerrada. Pero se abstuvo. Rodeó toda la casa para intentar con la puerta trasera, pero también estaba con llave. ¿Nadie se fijó en que la princesa se quedó afuera? Se preguntaba mezclando rabia y decepción. Entretanto, sentía la lluvia en cada poro de su cuerpo, y aunque estaba helada, algo la impulsaba a seguir corriendo. Hasta que vio un ventanal abierto, el que daba a la cocina, y estuvo a punto de entrar. Solo que, escuchó el motor de la camioneta de su padre, y entonces volvió a su juego de espía.
Había una casuchita en la que a veces solían dormir los hermanos cuando había muchas visitas. La puerta estaba abierta. Por lo que Ariana divisó que no había nadie. Entonces, se sentó a esperar adentro de los corrales, para no mojarse tanto, y no ser vista por nadie. Así fue que descubrió desde una rendija a don Alfredo que se bajaba de la camioneta con Nati. A juzgar por lo que le costaba caminar, estaba media borrachita. Ella le comió la boca al sereno, que intentaba recrear un paraguas con su campera. Algo murmuraron, pero Ariana no interpretó más que sílabas entre gotones y brisas cada vez más crueles.
Entonces, vio claramente que la Nati lo agarró de la hebilla del cinturón y se lo llevó a la casuchita. Sintió que el corazón le golpeaba el pecho con desmesura, y que algo ardía con demasiada insistencia entre sus piernas. Por eso salió resuelta a pegarse a la ventana de la casilla para seguir investigando. Adentro, Nati le bailaba arriba de las piernas al viejo, que estaba sentado en una cama sin sábanas, agitado y con los ojos tan abiertos como un amanecer. Luego se sacó la remera mojada para fregarle sus tetas fresquitas y mojadas en la cara, con un ritmo y un balanceo magnífico. Ariana siempre supuso que Nati no usaba corpiño, y ahora se lo estaba afirmando. Además, el viejo se las manoseaba, y por los gemiditos que escuchaba, también se las pellizcaba o mordía.
¡Esa chica es media atorranta, como la Noelia!, se dijo, mientras veía que la Nati daba unos saltitos contra el pito parado del hombre, le canturreaba algo desafinadísimo, y le sacaba las manos al tipo cada vez que éste trataba de sacarle el pantalón. Noelia es una de sus compañeras en el colegio, que, se tranzaba a todos los varones, y por los rumores que se corrían, se dejaba manosear toda en el baño, incluso por adentro de la ropa.
Al parecer, sentir aquella dureza en su conchita la llevó a bajarse de las piernas del hombre y a sacarse el pantalón ante las babas lujuriosas, a descalzarse con violencia y a ponerse como una perrita en el suelo para moverle la cola. Ariana pensó que ese pantalón bien podía ser de José. Apenas se sacó su bombacha marrón, la que tenía un agujero entre sus nalgas, y la tiró por la ventana, Ariana pensó que Nati la descubrió, y ahora tendría problemas. Pero Alfredo la tomó de la cintura, y Nati no dio señales de haber visto algo sospechoso, ni mucho menos. Alfredo olía su bombacha mientras ella le arrancaba el pantalón a su presa, casi que con las uñas. Le mordisqueó el calzoncillo, le apoyó las tetas en las piernas murmurando algo como: ¿Te gustan viejo chancho? Y se entretuvo unos largos minutos lamiendo, oliendo, chupando y saboreando su pija, arrodillada entre las piernas gordas del sereno, que entretanto le profería algún tierno ¡putita rica!
Ariana comparó ese pene con el de su padre. Este era más cortito y con un glande más grueso, brillante y con bastantes vellos, los que se nutrían de la saliva de Nati, de sus gemidos atragantados y de sus besos profundos. Alfredo parecía perder el control, porque de pronto, comenzaba a pegarle en la cara con la pija y las manos, a insultarla con desmedro, a presionarle el cuello, a asfixiarla con su bombacha mientras su pedazo descendía por su garganta, y a moverse frenético, desposeído de razones, y babeando como un bebé. Hasta que luego de un terrorífico “¡Aaaaaaa, tomáaaa puta de mieeeerdaaaa!”, vio que el viejo le llenó la boca de semen. La chica se escupió todo lo que tenía en la boca sobre los pechos, y empezó a meterse los dedos en la vagina, bien abierta de piernas, sin saber que no solo los ojos del viejo fotografiaban cada movimiento suyo. Pero entonces, Ariana no aguantó más y corrió a refugiarse a los corrales. El corazón le quemaba. Tenía frío, pero por dentro miles de diablos le danzaban inmorales y perversos. No resistió la tentación de bajarse el pantalón y tocarse la conchita, rozarse el agujerito de la cola, olerse los dedos y la bombacha, sentadita en una tarima. A medida que su tacto la hacía delirar, ni se dio cuenta que gemía casi tan agudo como la Nati. Pero se mordía los labios para silenciarse. Tuvo que calmarse allí adentro. No podía verse el rostro, pero se lo imaginaba desencajado. Su olor era extraño, y no quería que nadie se lo note. Tenía la bombacha empapada, y ahora no era la lluvia. No le quedó otra que esperar a que la tormenta cese, y cuando eso pasó, se acordó de la ventana abierta en la cocina, y entró a la casa como si fuese una ladrona. No tenía consciencia ni de la hora. Por suerte su padre la encontró, y tuvo que soportar sus reproches por haberse olvidado de su princesa.
¿Por qué me dejaste afuera malo? ¿No te diste cuenta que no estaba en la casa? ¿Y vos, recién llegás?!, le decía la niña lloriqueando entre toses, estornudos y algunas vocales quebradas en la garganta. El hombre le explicó que por la noche tuvo que viajar para resolver unos negocios, y que efectivamente recién llegaba. No sabía cómo disculparse. Se lo vio impotente, enojado consigo, y furioso al comprobar que su hija se había enfermado por un descuido. Eran las 6 de la mañana cuando él se ocupó de ofrecerle una ducha caliente, de prepararle un té y llevárselo a la cama una vez que se hubiera acostado. La ayudó a secarse, le arregló la cama y se quedó a cuidarla. Esperó a que se tome el té y una aspirina para el dolor de cabeza, y en cuanto el sueño la venció se fue a continuar con el trabajo. Ese día Ariana se despertó cerca de las 2 de la tarde, engripada, con algo de temperatura y mucha tos. Le costaba caminar hasta para ir al baño. Veía medio nublado y se mareaba un poco. Elena le recomendó hacer reposo. La encargada había estudiado para enfermera, pero solo para ayudar a la gente del campo.
Recién a las 7 de la tarde se levantó al baño, y se le antojó darse una ducha con agua caliente. Una vez que se envolvió en su toallón y abrió la puerta del baño, vio una sombra. No se asustó, pero le pareció curioso. Se alegró al divisar a José, que durante el día fue a visitarla varias veces para reportarle al padre de la salud de su nena. En ese momento, pensó que todos se divertían menos el pobre José, y sintió pena por él. Tal vez por eso se le ocurrió probarlo, suponiendo que el hombre se dejaría tentar sin vacilaciones por su cuerpito nuevo, virginal y recién acabadito de duchar.
A las dos horas Ariana oyó los pasos de José aproximándose a su cuarto. Ella enseguida se destapó y se acomodó boca abajo, apenas con una bombachita blanca y unos zoquetes rosados, para que el hombre le sirviera a sus ojos el mejor panorama de su colita más que interesante, apenas cruzara la puerta. José entró y la vio dormida, ni se atrevió a tocarla, pero las yemas de los dedos le ardían de ansiedad. Se acercaba muy lentamente. Quiso cubrirla con la sábana, pero optó por acariciarle una de sus nalguitas. Dudó en si proseguir, pero los pulmones se lo pedían a gritos. Su pene comenzaba a endurecerse y a multiplicar presemen en su slip, cuando al fin acercó su cara a la piel de esa cola suavecita. Deslizó sus dedos por la tela de la bombachita de la nena, y lamió el elástico que rodeaba su cintura. Ariana sentía la respiración en su cola, y eso la desesperaba. No sabía cuánto más podría durar en su papel de dormilona. Por ello, cuando notó que la nariz del hombre se nutría de los olores que había en sus rincones, y que se escabullía entre sus nalgas, la nena paró bien la cola, de repente, para que el hombre le baje la bombachita y le empiece a ensalivar sin proponérselo desde el inicio de su zanjita hasta la vulva.
¡Qué rica nenita, me encanta tu olor a guachita, a pendejita caliente! ¡Te vi toqueteándote el otro día en la cocina nena!, le dijo el hombre, haciéndola gemir cuando le pasaba la lengua por la cola, le mordía las nalgas y le daba algún que otro chirlito tierno y salvaje al mismo tiempo. Ariana pensó en su madre, en la pija de su padre en la boca de Elena, en las tetas de Natalia llenas de la leche del sereno, y en la Noe, la putita del colegio. Se imaginó lamiéndole la pija a José y no quiso impedirle nada de lo que sucedió luego. José entonces la giró para tenerla frente a frente. Posó sus labios sobre esos jazmines alados, saboreó su lengua y su paladar, y entrelazó su saliva con su aliento perpetuo. Le besó las tetas, lamió sus pezones, recorrió su cuello con besos cargados de emoción, y, justo en el momento en el que las manos pequeñas de la nena comenzaban a tocarle el pene, tan erecto como se lo imaginaba, su padre ingresó al cuarto, ya sin un resabio de consciencia.
Todo fue caótico, anárquico y desaforado. Ariana se meó en la cama mientras su padre desafiaba a José a las trompadas. José intentó excusarse inútilmente. Gustavo le pedía explicaciones a su hija, al hombre y al cielo. Se acordó hasta de insultar a su esposa, mientras José se limpiaba la sangre que el puñetazo de ese padre impiadoso le obsequió a su nariz. Ariana lloraba, pedía clemencia, cerraba los ojos y saboreaba el perfume de José impregnado en su cuerpo. Se sentía culpable de todo. No tenía fuerzas ni para gritar si hiciera falta para pedir auxilio. José le insistió a Gustavo para que lo deje salir, y le garantizó no volver a pisar la estancia. Pero Gustavo permanecía como estaqueado a la puerta. Por ahí tragaba saliva, pero seguía mudo, suspirando improperios, mirándole las tetas a su hija de una forma lasciva, aunque no lo admitiera, anudándose los dedos y divagando en su mente. Parecía no oír al joven, ni decodificar el miedo en el corazón de su hija.
Hasta que hubo un momento. Al fin Ariana se animó a romper el silencio.
¡Basta pá! ¡Para que sepas, yo te vi con Elena!¡te vi cómo le ponías el pito en la boca para que te lo chupe! ¡Te vi manosearla! ¡Al final sos igual que mamá! ¡Seguro que el pendejo la toqueteaba así a ella, como vos a Elena!¡y Natalia es flor de puta! ¡A esa la vi con Alfredo! ¡También le comió la pija, y ella lo re franeleó! ¿No era que el viejo tenía problemas de presión alta? ¡Dejalo ir a José, que no me hizo nada! ¿O querés que le cuente a mamá de tu aventura con la gorda esa?!, dijo Ariana a la vez que su padre se le acercaba, dispuesto a marcarle la mejilla derecha con una cachetada tan sonora como el pánico de José.
¡Vos no viste nada pendeja, me escuchaste?!, le imprimió el padre con un grito a milímetros de sus tímpanos.
¡Y vos, hijo de puta, vení para acá, y dejá eso!, le pidió a José, que subía y bajaba sin éxito el picaporte de la puerta.
¡Ahí la tenés pendejo! ¡Pelá la verga, y que te la toque! ¿No querías eso hija? ¡Bueno, ahí lo tenés, calentona de mierda!, le ordenó su padre. Como José dudó en cumplir con su premisa, a Gustavo no le quedó otra que acercarle un cuchillo al cuello, entre empujones y carajeadas.
Pronto José estaba parado, con las piernas pegadas a la cama, con su pene al aire y con las manitos temblorosas de Ariana rodeándolo. A José se le caían algunas lágrimas por la impotencia, pero también se le paraba en el tacto angelical de esas manos que, enseguida se lo apretaban, se deslizaban por su tronco fibroso, le acariciaban los huevos y le hacían circulitos en el glande con sus dedos. Gustavo se sentó en una silla al costado de José, y le pidió que haga de cuenta que él no existía en el lugar. Cosa que era imposible de asimilar.
¡Aaaah, mirala a mi nenita, cómo le toca el pito al casero! ¡Escupite las manos pendeja, y manoseá bien ese pedazo de verga! ¿Te gusta pendejita? ¿La querés en la boquita putona? ¡Sos igual de puta que tu mamita!, le decía el hombre, mientras se abría el cinturón de cuero y liberaba su pene, en principio solo para menearlo.
¡José, sacale la bombacha y dámela!, le ordenó Gustavo a un cada vez más confundido José. Apenas lo hizo, Gustavo se puso a olerla, lamerla y fregarla contra su pene. No se perdía detalle de cómo la nena seguía erectándole el pene a José con sus manos ensalivadas, ni de la forma que tenía el casero de amasarle las tetitas.
¡Y encima te meás en la cama putona! ¡Pero vos te hiciste pichí de calentita que estás nomás perrita! ¡Vamos José, pegale con la poronga en la cara!, le inquirió presuroso, ahora sí apretándose de vez en cuando el glande, mordiendo la bombacha de su nena. José le dio tal vez 5 o 6 pijazos en la boca, y le dijo al padre que no aguantaba más.
¡Sentate Ariana, y vos ponele la pija entre las tetas, y que te pajee así! ¿No me digas que no sabés cómo se hace eso hija, porque no te creo!, recriminó Gustavo. Ariana se sentó con los pies lejos de tocar el suelo con la ayuda de José, y pronto comenzó a delirar con la fricción de su carne durísima entre sus pechitos. Tuvo ganas de lamerle el glande, pero su padre se lo prohibía. Abría y cerraba las piernas con un calor que le descarrilaba los sentidos, y llegó a tocarse la vulva. Incluso notó que su clítoris estaba hinchado, ya que por primera vez le sobresalía un poco de sus labios vaginales.
¡Dale la leche cerdo, hijo de puta, quiero verle las tetas con tu leche negro de mierda!, lo denigró el hombre, mientras José no paraba de jadear, frotarse y sujetarse de los hombros de la chica, que no dejaba de relamerse. El olor de su pija a pequeños movimientos de su boca la enfermaba más que la gripe que la gobernaba. Hasta que de repente, una estampida feroz de semen contracturado, rebelde, no forzado pero bajo amenazas, le coloreó las tetas a Ariana, que llegó a probarlo con uno de sus dedos cuando quiso tocar sus tetas empapadas.
¡Bieeeen hijo de puta, basurita! ¡Ahora, quiero que lamas, que huelas y muerdas las sábanas que mi hija mojó por vos! ¡Vos sos el culpable de que mi Arianita se haya hecho pis, boludito!, le pidió Gustavo, con la pija a punto de reventar. Entretanto, el padre le acercó su bombacha a la cara, y Ariana la lamió sin tener otra salida. Luego sintió la nariz de José husmeando entre sus piernas, y estuvo a punto de perder el control. Por eso Gustavo la puso en cuatro patas, le dio 4 chirlos en la cola que la hicieron chillar, y le pidió a José que le ponga la pija en la boca, así como estaba.
Ariana fue feliz. Tanto que se encargó de lamer y succionar ese músculo vigoroso, aunque ahora sin tanta energía, hasta convertirlo en la mamadera que necesitaba. No tenía idea de cómo hacerlo bien. Pero la pija de José recobraba dureza, sabía al paraíso que ella anhelaba, tenía el aroma que la emputecía. Por eso, de pronto, la niña se levantó de la cama y tumbó al muchacho como si fuese un muñeco frágil e inofensivo. Se le subió encima, frotó su vagina desde su pecho hasta su pija, volvió a su cara y se sentó sobre su nariz y boca.
¡Chupame el culo nene, daleé, no puedo máaaaáas!, le suplicó. Gustavo no se opuso ni permitió. Más bien se admiró del poder de decisión que se atribuyó su hija. José soltó su lengua como una serpiente entre sus nalgas. Le lubricó el culito y la vagina, se llenó de sus aromas y recorrió cada minúsculo recoveco de su sexo, mientras la nena lo pajeaba. Gustavo se la sacudía con brusquedad, y no podía siquiera dar órdenes. Se alimentaba de todo lo que veía, pues, Ariana gemía, se tocaba las tetas y le escupía la cara a José, mientras éste le frotaba la pija en la conchita, antes de dar la puntada final. Cuando se la metió, la nena dio un alarido parecido al de un chancho cuando sabe que no tiene alternativa. Aún así el padre no la protegió, por más que la nena no buscaba eso. Ella se bamboleaba cada vez con mayor velocidad, se babeaba, movía las gomas, le pedía la leche al casero, lo insultaba y se animaba a clavarle las uñas en el pecho. José no pudo aguantar mucho más. Y menos cuando Gustavo comenzó a asfixiarlo con la bombacha de su presa. Otro torrente seminal estalló, ahora entre las mieles vaginales de esa nena curiosa, gordita y morocha, que alcanzó sus primeros orgasmos con la pija del casero, quien fuera el primer hombre en su vida sexual. Nunca antes le había dado un beso a un chico!
Gustavo la sacó del cuerpo exterminado del joven, le pidió que se levante, se vista y que le presente la renuncia a Elena, y le dio un cheque por un monto que, de acuerdo a las especulaciones de Ariana, tenía que ser demasiado dinero, por la cara de sorpresa del muchacho.
¡A la putita de tu hermana te la llevás con vos! ¿Estamos?!, le dijo antes de abrirle la puerta, ya que él tenía las llaves en el pantalón.
Apenas José se hizo ausencia, Gustavo se sentó a su hija en la falda, ubicó su pene entre sus piernitas, y, al tiempo que le decía: ¡ya está mi amor, ya pasó! ¡Ahora vas a volver a ser la nena de papi! ¡Yo te voy a cambiar la bombachita cuando te hagas pipí, te voy a dar la mema cuando quieras la lecheeee, te voy a lamer esas tetitas cuando se te paren los pezoncitos, te voy a, a hacer cosquillitas, a pegarte en la colita si te portás mal con los nenes!, empezó a derramarle un copioso trémolo de semen, que le llegó hasta las gomas. Ariana lloraba, aunque esta vez de calentura. Saboreó el semen de su padre. Se levantó airosa de las piernas de Gustavo, solo para sentir cómo el semen de José todavía nadaba en su interior, y se le caía de la vagina, y se olía las manos. Ya extrañaba la pija de José. Pero seguro, ya se acostumbraría a al pito de su papá!   Fin

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Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊

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  1. este relato merece segunda parte. que cuente las aventuras del padre con su nena, excitante Ambar como siempre, con mi tematica favorita, vamos x mas!

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    1. ¡Hola Peytonista! Gracias por sugerir la continuidad de este relato. lo tendré en cuenta. sin embargo, por ahora iré con otros más nuevos, y pedidos por los lectores. pero lo tendré en cuenta. ¡Un beso!

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