Regaladísima




Esa tarde se me salió la cadena. Derrapé en mis propias convicciones, y tracé una línea entre lo prohibido y lo peligroso. Pero mi sexo lo necesitaba, y seguro esos nenes también.
Mi nombre es Anabel, tengo 35 años, un hijo de 15 que es un ejemplo para todo lo que se relacione con el arte, un bebé de 4 meses, y una vida bastante aburrida. Mi marido es camionero. Por lo que a veces se ausenta por dos o tres semanas en la casa. Entonces, mis tareas son las de cualquier ama de casa, y de no ser por alguna reunión con amigas, todo es muy monótono. Solo me queda esperar a que mi esposo vuelva de sus viajes y me ofrende sus mejores polvos para sentirme viva otra vez, una puta deseada, y servirle al fuego de sus huevos cargados de abstinencia.
Aunque, la última semana que cogimos, en el medio de su mete y saque violento le hice confesarme que se culeó a una pendeja en Misiones. Discutimos, me puse como el orto, él se ofendió por mis acusaciones, y nos dijimos cosas terribles. Pero aún así seguíamos cogiendo. Para colmo estábamos en la posición de perrito sobre la cama. Por lo que, resultado de su pija arremetiendo contra mi concha, hacíamos un ruido imposible de ocultar que seguro se propagaba hasta el cuarto de mi hijo.
Ahora hace tres semanas que no vuelve, y yo no sabía qué hacer para frenar mis ganas de pija. No me satisface mucho que digamos la paja, a no ser que mi bebé esté prendido de una de mis tetas. Pero, eso solo me lo reservo para cuando mi hijo Facundo está en el colegio. De igual forma, sé que no me alcanza con eso. Por otro lado, no quería ponerle los cuernos a mi marido. No quería usar sus mismas armas. Especialmente porque no tenía con quién.
Una tarde Facu llega del cole con sus amigos más fieles, Emiliano y Mariano. En general se juntaban a estudiar. Pero cuando no había deberes escolares, se hacían unas buenas rondas de torneos de fútbol con la play, y así pasaban las horas.
Yo los conozco desde chiquitos. Casi siempre los dejaba solos en el living estudiando o jugando. Tenían privacidad para lo que quisieran. Pero esa tarde, mientras me preparaba un café, casi por accidente oí unos gemiditos de chicas gozando, y a Facundo advertirle a sus amigos que bajen el volumen del celular. Evidentemente veían un videíto zafado, y mi calentura encendió todas las alarmas de mis ratones.
En una ráfaga de segundos se entretejió todo en mi cabeza. Algo en el fondo de mis insolencias reprimidas me dictaba lo que debía hacer. Me acerqué a ellos, y con toda la manipulación que me sobraba le pedí a Facundo que me vaya a comprar cigarrillos, y pañales para su hermanito. Nunca se negaba cuando le pedía un favor. Yo sabía que sus amigos no lo acompañarían, porque hacía bastante frío afuera. Además, para ellos era más importante seguir jugando.
Le di el dinero y lo contemplé irse, mientras en mis sentidos cobraban importancia las 5 cuadras que hay de mi casa al kiosko.
¿Qué veían asquerositos? ¡No crean que no me di cuenta!, les pregunté a Mariano y a Emi, sin ningún recato, apenas Facu salió. Pusieron cara de sorpresa, y no se animaron a emitir sonido alguno.
¡Chicos, si ven esas cosas, se les va a parar el pito! ¿Y después, qué hacen? ¿Cómo van a calmar esas cosquillitas?, continué sonriente. Emi se levantó como para ir al baño, aunque buscaba ocultarme que tenía el bulto a punto de reventar. Le pedí que no se mueva del sillón, mientras las libertades que aparecieron en mi boca me llevaron a decirles: ¡Tengo una idea! ¡Si ustedes no le cuentan nada a Facu, yo me agacho, ustedes se bajan el pantalón y el calzoncillito, y yo les hago un rico pete! ¿Qué me dicen?
Ni yo podía creerme lo lejos que mis palabras llevaron a mi cordura. Al no ver ninguna reacción inmediata en ellos, seguro que por el pánico de mi osadía, , tomé el toro por las astas. Les desprendí los vaqueros, aprovechándolos sentados uno al lado del otro y perplejos, les palpé esas pijitas creciendo, humedeciendo la tela de sus calzones y liberando poco a poco mis tetas de la camisita que las cubría. En casa se podía estar ligero de ropa en pleno invierno, ya que la calefacción es muy confortable.
¡Dale Emi, mirame las tetas! ¡No seas tímido chiquito! ¡Y vos también chancho, que tienen lechita!, les dije sin soltarles las pijas, y corriendo sus calzoncillos hacia abajo para observarlas con atención. La de Emiliano era gordita, y estaba repleta de presemen en la puntita. La de Mariano era más finita, estaba rodeada de vello púbico y le tiritaba cada vez que mis dedos la presionaban.
La primera en refugiarse en mi boca fue la de Emi, y no puedo describirles la emoción que le vi en los ojos apenas mis lamidas comenzaron a poseerlo.
¿Nunca una chica te chupó la pija nene? ¿Te gusta sentir esto? ¿Me vas a dar la leche?!, lograba decirle cada vez que me la sacaba de la boca para darme un respiro, o para que le lama la pija a su amigo.
La de Mariano tenía un sabor tan excitante como enviciable. Tenía un dejo de olor a pis que me traumaba, y me obligaba a escupírsela como una guanaca. Ellos gemían. Enredaban sus dedos a mi pelo, me decían palabras inconexas y se miraban extrañados, y no paraban de generar juguito, ni de pedirme más babita. Les lamí los huevitos haciendo todo el ruido posible, y en un momento hasta les pedí que se pongan bien pegados para que mi boca resuelva comerse las dos pijas a la vez. El olor de sus hormonas, el calor que les recorría el tronco de sus penes, las contorciones y temblores de sus cuerpitos me hacían sentir una trolita incurable, sedienta y perversa.
Emiliano acabó justo cuando yo pajeaba a su amigo, y mi garganta se abría a su glande resbaladizo. Pero se le puso durita enseguida, y ya quería que se la mame otra vez, mientras intentaba quedarme con la leche de Mariano. Me tragué todo el semen de Emi, y casi no pude degustarlo.
Esos minutos parecían gotas de aire entre los dedos. Sentí que Facundo podría llegar de un momento a otro, y no sabía cómo lo iba a tomar. ¡Su madre, peteando a sus amigos! Aunque esa idea me emputecía aún más.
¡Ani, es cierto que, digo, bueno, el Facu nos contó que vos, cuando él tenía 12 años, bueno, no me acuerdo bien cómo era, pero… creo que vos le lamías el pito, o algo así!, intentaba reordenarse Mariano mientras su pija estaba al borde de largarme todo mi premio.
¡Que cuando estaba dormidito, le vi el pito parado, y que metí mi cabeza bajo sus sábanas y que se la chupé? ¿Eso te contó?!, le pregunté en el exacto momento de su estallido en mi boca, el que anhelaba con la bombacha chorreando de tantos jugos.
¡Sí bebé, es verdad… y no fue solo esa vez!, les confié acercándoles mis pechos ya desnudos a sus rostros desencajados de felicidad.
Emi se prendió a lamerme un pezón, y no tuvo pudores en llenarse la boca con mi leche dulzona para saborearla, mientras mi manito lo pajeaba con ternura.
Pronto su amigo lo imitó, a la vez que me pellizcaba la cola sobre la falda. Ahí recordé que tenía la pollera un poco húmeda de cuando le había cambiado el pañal al meón de mi bebé, y esa rebeldía terminaba de encenderme.
Entonces, la puerta de la calle dejó entrar una brisa de aire gélido, y tras ella los pasos de Facundo se petrificaron, una vez que entró al living.
¡A ver, ¿Quién de los dos se anima a sacarme la bombachita?!, les pregunté mientras los amamantaba y pajeaba, sabiendo que las tenían tan duras como al principio.
¿Qué hacés mami?, pudo articular Facundo cuando yo me ponía de pie y abría las piernas, subiéndome la falda a la cintura.
¡Tocate nene si querés, que después te tomo la lechita! ¡A tus amiguitos ya se las tomé!, le dije, cuando Emiliano seguía prendido de mis tetas, y Mariano me bajaba la bombacha. Yo colaboré levantando mis pies, de a uno por vez para que me la quite por completo.
¡Basta guachitos, quiero coger ya!, dijo mi consciencia en voz alta, y no me limité más. Primero tiré a Mariano en el piso boca arriba, me le senté sobre la pija y comencé a cabalgarlo como endiablada. Su pene no llegaba al tope de mi vagina, pero mi clítoris se rozaba ferviente con su pubis velludo, y eso me llenaba de cosquillitas.
¡Dale Emi, dame la pija en la boca!, le pedí entre gemidos al otro, que me obedeció admirando los hilos de leche que me goteaban de los pezones.
Ahora mis jadeos se atenuaban por el pete que le prodigaba al mocoso, y mientras Mariano decía que le faltaba poquito para acabar, vi que Facundo se pajeaba pasándose mi bombachita mojada por el pito y los huevos.
De repente sentí que las manos de Mariano se sujetaban a mi pollera, que su pija pareció hincharse más, y entonces su agitado ritmo concluyó en un frenético ¡tomáaaaá putiiitaaa!
Su leche explotó en mi interior, y mi orgasmo todavía me dejaba gusto a poco.
Lo dejé tirado ahí nomás, me levanté impetuosa y revoleé a Emiliano sobre el sillón. Primero le di una mamada con la que llegué a lamerle hasta el culito. Eso lo hizo gemir como una nena, porque, encima todavía no terminaba de cambiarle la voz. Me tumbé a su lado y lo dejé que se me suba encima, que me chupe las tetas sin experiencia pero con una pasión desgarradora, a que torpemente busque mi vagina con su pene, y a que me coja con todo, una vez que mi mano lo ayudó a dar con su objetivo. Me dio duro y sin pausa. Yo acabé antes que su semen me inunde la conchita, porque su pija gordita completaba la anchura de mi sexo, y sus movimientos eran rápidos, continuos y deliciosos. Además Facundo se pajeaba oliendo mi bombacha a escasos centímetros de donde su amigo me daba la leche. ¡Ni siquiera fue importante que durara tan poquito! ¡Con la calentura que tenía, esa cogidita me voló la cabeza!
Fue difícil recomponer el clima una vez concluido todo. No me puse la bombacha, pero sí la camisita en cuanto escuché al bebé llorar desde la habitación. Entonces, corrí a cambiarle el pañal y darle la teta para que una vez más el sueño lo proteja. Me sentía sucia, alzada, perversa, pegoteada y tan infiel como llena de miedos. Si esos nenes hablaban, o alguien se enterase de lo que les hice, estaríamos en problemas. Por eso, apenas volví al living y los vi atentos a la play, aunque desconcentrados, estúpidos y relajadísimos les dije: ¡Emi y Marian, escuchen! ¡Si ustedes quieren, yo puedo ser la putita más chancha que se les ocurra! ¡Les puedo cobrar, eeem, diez pesos, y me hacen lo que quieran! ¡Lo único que tienen que hacer es, cada vez que tengan ganitas, me muestran sus pitos parados, y listo! ¿Qué dicen? ¡Siempre que me prometan que no se lo van a decir a nadie!
Los dos aceptaron el trato, y el pacto de silencio para cualquier otro nene.
La tarde se convirtió en noche, y los pendejos se fueron a sus casas, antes que la tentación vuelva a mostrármelos indefensos y calientes. Mariano no paraba de mirarme las tetas, pasándose la lengua por los labios. Emi se tocaba el pito como sin darse cuenta, y revoleaba los ojos cada vez que intentaba cautivar su mirada. Claro que, el que pagó los platos rotos fue Facundo, después de la cena. El muy descarado me largó: ¡Ma, ¿Y a mí cuánto me vas a cobrar?!
No le respondí, y me le reí en la cara. Sabíamos, aunque sin confirmaciones que habría un shock de felicidades compartidas.
Apenas la noche cerrada lo condujo a su habitación, me hice la tonta y esperé unos minutos. Hasta que entré con el pretexto de dejarle plata para su merienda escolar. Entonces, hecha una furia me le tiré encima y me lo cogí. Ni se dio cuenta que estaba desnuda por boludear con su celular.
La primera lechita, la que mi vagina atesoró con creces, la que no duré ni medio minuto en sustraerle, durante ese rato me juró que se vive pajeando mirándome el culo, y que lo re calienta verme darle la teta a su hermanito. Entonces se las puse en la boca para que me las succione, mientras le gemía haciendo voz de tontita: ¡Dale bebé, como cuando eras chiquito, tomá la lechita nene, y dame más pija, dale que tu mami quiere mucho sexo!
Su pene volvía a hincharse adentro mío y a resbalarse sinuoso por su lechazo anterior, cuando no me arrepentí de pedírselo ni bien me dijo que tenía ganas de hacer pis.
¡Dale guachito, haceme pis en la conchita Facu, dale pendejo, meame toda si querés, y no pares de cogermeeee!, le suplicaba, mientras su boca se colmaba de la leche de mis tetas. El pibito descargó su pichí en mi vagina, y entonces empezó a envestirme con todo, mientras deliraba con sus fantasías.
¡Quiero que le chupes la pija a todos los pibes del cole ma… te voy a ofrecer a todos… te traigo todos los días a un pibe… y quiero que le chupes la concha a un par de pendejitas, y que les des la teta a todos, y que me dejes chuparte la conchita maaaaa!, me prometía cada vez más alzado, decidido y erecto. Sus huevos ardían de fiebre, cuando al fin sus sacudidas comenzaban a golpear la cama contra la pared. El bebé volvía a llorar, y casi que no nos importaba.
¡Traelo, y le das la teta mientras me cogés mamiiii! ¡Nos das la teta a los dos, mientras te la meto todaaaa!, dijo Facu, ya sin poder evitar su éxodo seminal en lo más profundo de mi sexo, ni sus gemidos de euforia, ni su vergüenza repentina por lo que había dicho.
¡Hasta mañana mi amor, y nada de levantarte… vas a dormir meadito y lleno de los flujitos de tu mami!, le dije luego de darle un beso en la boca que lo dejó atónito. Me puse el camisón que traía, y corrí a ocuparme de mi bebé. Aunque fui astuta en llevarme su celular para investigar de qué se trataba tanto mensajito a esa hora mientras garchábamos.
Mientras amamantaba a mi pequeñito, me enteraba que Facundo le decía a Mariano que no puede vivir sin pajearse sabiendo que soy su madre, pero que lo caliento mucho. Además, ellos dos y Emiliano coincidían que soy la más joven y tetona de las madres que conocen, y eso me subió el autoestima a las nubes. Al rato, pensé que hacía demasiado frío para que Facu duerma todo mojado. ¡No había hecho nada malo como para dormir en una especie de castigo, desnudo y meado en su cama! Por lo tanto, lo desperté para que tome una ducha caliente y lo llevé a dormir conmigo. Total, su padre todavía no regresaba..
Hasta hoy, no volví a estar con Emi y Mariano. Pero sí me prostituí con otros nenes. Claro, siempre bajo la mirada crítica de mi hijo!   Fin

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