Alma libre




¡Es así como te lo digo Andrés! ¡Tu sobrina es lesbiana! ¡Me lo contó mi ahijada! ¡Dice que la vio besuqueándose con más de una en el boliche, y todas más grandes que ella! ¡Yo no sé qué hacer te juro! ¡No me hace caso en nada! ¡Tiene 16 años, y se quiere llevar el mundo por delante! ¡Para colmo, casi todos los domingos me vuelve borracha del boliche, o de las juntadas con sus amigos!, me había dicho mi hermana hace 5 años atrás. Fue una decisión difícil para mí. Yo aún estoy soltero, y estaba más que acostumbrado a vivir solo. Pero, luego de charlarlo una y otra vez con mi hermana, y consientes que su marido no era un padre lúcido en esos temas, además de ser un ausente en todo lo que tenía que ver con la educación de mi sobrina, llegué a la decisión más correcta. A ella, por otro lado, le resolvía un mundo de inconvenientes.
¡Mirá Mariela, no te preocupes! ¡Yo Hablo con Alma, y me la llevo a casa unos días, o unos meses, o el tiempo que haga falta! ¡Vos sabés que entre nosotros hay buena onda! ¡No te prometo que la vaya a encarrilar como vos querés! ¡Mientras tanto, vos ocupate de aceptar a tu hija como es! ¡Si le gustan las nenas, eso, que yo sepa no es ningún pecado!, le dije una noche al fin, resuelto a llevarme a mi sobrina conmigo. Por otro lado, necesitaba a alguien que me dé una manito con el orden de la casa, y alguna que otra actividad culinaria.
Al día de hoy, pasaron 4 años y 6 meses que Alma perfuma con su insolencia, su mal genio, sus fasitos de flores y malas palabras a la armonía que alguna vez hubo en mi hogar, antes demasiado tranquilo. Nos llevamos bien, a pesar de ciertos puntos. Ella es híper desordenada con su ropa y sus libros, ya que estudia diseño gráfico, y le place leer en cualquier parte de la casa. Pero, por lo demás, yo tengo libertades para andar en cuero, o en bóxer, ya que su sexualidad jamás podría confundirse en mis brazos. Discutíamos de vez en cuando, porque la señorita dejaba sus calzones sucios tirados en el baño una vez que terminaba de ducharse, o la cera depilatoria en el fuego mucho tiempo, o los toallones mojados colgando de cuanta silla pudiese. A veces no ventilaba la casa cuando fumaba mariguana. Escuchaba música al palo en la hora de la siesta, y eso me acarreaba ciertas quejas de los vecinos. Y, le costaba lavar todo lo que usaba para cocinar cuando invitaba a sus amigas. Pero, como yo no estaba mucho en la casa, un poco debido a mi trabajo, y otro a mi vida social, no me hacía mucho problema.
El tema es que, en marzo se decretó una cuarentena obligatoria por una pandemia que amenazaba al mundo con una destrucción inminente. Eso complicó las cosas. De modo que, ahora nuestras discusiones se acrecentaron porque, ni yo podía trabajar en la oficina, ni ella podía salir a cursar, ni a encontrarse con sus amigas. Yo tenía que entregar informes empresariales, organizar conferencias y elaborar balances de forma virtual. Ella, también cursaba a través de las redes, hasta que se hartó de las forreadas de sus profesores, de la desorganización de sus compañeros, y de que tuviésemos problemas con internet. Así que, desde mediados de abril que Almita ni siquiera me lee un libro. Eso la volvió una vaga total. Se acuesta y levanta a cualquier hora, come cualquier cosa, y no ordena nada. Encima empezaba a adquirir modales espantosos. Tales como eructar cada vez que tomaba gaseosa o cerveza, no cerrar la puerta cuando estaba en el baño, o hablar con cualquiera de sus amigas por whatsapp de temas un poco subidos de tono, como si hablase de moda o de maquillaje.
¡Sí Maru, te juro que estoy re caliente! ¡Aparte, la Lula no para de mandarme fotos! ¡Uuuuuuuf, tiene unas gomas hermosas! ¡Yo te juro que si me la encuentro solita en la calle, me la re chapo, y le muerdo las tetas hasta que me pida por favor que la suelte!, le escuché decir una vez, mientras yo ponía la mesa, y ella no despegaba el culo del sillón.
¡Ayer hablé con la Nati! ¡Mirá, yo creo que vos tenés que decirle que te la querés garchar Maru! ¡La mina está muerta con vos, y si vos se lo decís, estoy segura que hasta te manda una foto de cómo se le moja la bombacha por vos amiga!, le aseguraba a la tal Maru, mientras tomábamos unos mates en el patio. Esa vez le pedí que no me entere de sus chusmeríos, sugiriendo que tal vez le debía un poco más de respeto a las confesiones de su mejor amiga. Ella me dijo que no le rompa las pelotas, y siguió hablando con las chicas. Esa tarde la veía con su remerita suelta sin corpiño, como solía andar por la casa, y una especie de curiosidad extraña se instaló en mi cabeza.
Al día siguiente la llamé para que me ayude a juntar la ropa que ya se había secado al sol. La escuché que me habló desde el baño. Entonces, lentamente me fui acercando, ya que me estaba diciendo algunas de las cosas que había que comprar en el súper. Me sorprendí al observarla sentada en el inodoro, con su bombacha blanca en las rodillas. A ella le daba igual seguir hablándome en esa situación. Pero entonces, la pija se me paró involuntariamente. Me dije que estaba loco, que seguro aquello fue un impulso natural y comprensible, ya que no había estado con ninguna mujer hacía ya 3 meses, y logré serenarme.
¡Tío, alcanzame la bombacha y las pantuflitas que dejé arriba del sillón, porfi!, me dijo un día, habiendo salido del baño, tan solo con una remera larga encima, y una toalla envolviéndole la cabeza. Le di las cosas en la mano, y le pedí que se cambie en su pieza, puesto que no era necesario que ande en bolas por la casa.
¡Bueno che, pero si no va a venir ni el loro! ¡Aparte, por lo menos podés mirar la cola de una chica! ¿No te pegó la cuarentena a vos todavía?, me dijo con su tono insolente habitual. No le respondí al toque, porque me costó procesar sus palabras. Los ojos se me iban solos a sus nalgas, las que ella misma se encargó de azotar al menos tres veces con sus manos, antes de levantar primero una pierna, y luego la otra para ponerse la bombacha.
¡Dale tío, no seas mala onda! ¿No querés que te haga la pata con alguna de mis amigas? ¡No son todas tortas! ¡Hay algunas que les re pintan los tipos maduros como vos!, me desafió una tarde, mientras ordenábamos un poco las alacenas y estantes con mercadería. Sentí que mis 37 años reverdecían en las caderas de una pendeja de 20, y un sabor perverso me invadió los labios. Le sonreí, y le dije que por ahora no se gaste en favores que no se pueden cumplir, hasta vaya a saber cuándo.
¿A dónde querés que vayamos con esta pandemia del orto?, le contesté de malhumor cuando insistió por tercera vez.
¡Bueeeeno cheee, al final sos un amargado! ¡Y después los hombres se preguntan por qué las chicas se hacen tortas!, me retrucó de mal modo, haciendo caer tres paquetes de azúcar al suelo. Esa vez le vi el culo cuando se agachó a recogerlos. Como tenía un pantalón híper ajustado, vi claramente cómo se le deslizaba por las nalgas, liberando varios trocitos de piel. ¡La muy zorra no se había puesto ropa interior para acompañarme al súper!
¡Escuchame nena! ¿Vos fuiste al súper sin calzones?, le dije, sin meditarlo mucho rato.
¿Qué hacés mirándome el culo tío? ¿Viste que te dije que la cuarentena te pone mal? ¡Tengo que presentarte a una amiguita!, me respondió incorporándose con los paquetes de azúcar en la mano.
¡Te miré porque ese pantalón se te cae nena! ¡Y dejá de joder con presentarme a nadie! ¡Yo puedo buscar por mí mismo a las mujeres que yo quiera! ¡Muchas gracias!, le grité, mientras ella entraba a la cocina para llevar cosas a las alacenas.
¿Cómo es la cosa? ¿Vos podés andar en bóxer, y yo no puedo andar en pantalones?, me dijo de repente, mientras se prendía un pucho.
¡Primero, esta es mi casa! ¡Y segundo, ya demasiado te permito que no uses corpiños! ¡Y tercero, abrí la ventana si vas a fumar!, le aclaré, poniéndome firme, casi tanto como la ineludible erección de mi pene bajo mi ropa.
¡Sabés que odio usar corpiño! ¡No tengo nada de tetas, y eso siempre me acomplejó!, dijo, y una tristeza inaudita le cruzó el rostro, apagándole la sonrisa de inmediato. No sé por qué lo hice. Solo que, cuando quise acordar estaba detrás de sí, abrazándola, como si quisiera consolarla. A ella le sorprendió mi gesto. Pero mientras duró ese pequeño abrazo, yo sentí el calor de su piel, su perfume, el renacer de sus hormonas disparatadas y el sexapeal de su personalidad imponente.
¡Dale boludo, no te pongas mal, que la que no tiene tetas soy yo! ¡Y, haceme caso tío! ¡Dejame que te presente a la Maru, o a la Rocío! ¡No sabés cómo se te nota la pija parada! ¡Y a ellas le re caben los maduritos!, me dijo de repente, arrancándome de todo idilio posible. ¡Recién entonces me percaté que le había apoyado la verga parada en el culo! pero, aún así, no podía dejarla que tome la postura de una cocorita.
¡No me hables así pendeja, que soy tu tío! ¡Y apagá esa mierda, o abrí la ventana de una vez!, terminé de articular, sintiéndome más estúpido que de costumbre, cuando sin querer le miraba el culo, en cualquier momento del día.
Creo que fue la mañana siguiente, o dos mañanas después. Yo me levanté y fui directo a la cocina para poner agua a calentar. Suponía que Alma seguía durmiendo, porque se había quedado haciendo video llamadas con sus amigas hasta tarde. Así que, ni me preocupé, y me aparecí por allí en bóxer. Hacía un calor impropio para ser 3 de mayo.
¡Buen día tío! ¡Ya tenés agua caliente en el termo! ¡Perdón por hincharte mucho las bolas anoche! ¡Es que la conchuda de la Maru me hace reír una bocha! ¡Es una máquina de decir pavadas!, dijo mi sobrina, totalmente echada en el sillón, con un top y una bombacha negra. ¡Me asusté cuando la escuché, porque no la había visto!
¡Hija, por favor, no cuesta nada hablar un poco mejor! ¡Y además, podrías vestirte para venir a desayunar a la cocina!, le dije, un tanto paralizado por la sorpresa, y por lo deshonesto de mis ojos perdiéndose en el bollo que abultaba su bombacha en su entrepierna. ¡Tenía la concha gordita mi sobri! ¿A quién le importaba realmente si era muy tetona? Mi cabeza se turbaba en imágenes y recuerdos de charlas al pasar con ella, y la verga evidentemente reaccionaba a sus estímulos más primitivos.
¡Ya desayuné, gracias! ¿Y vos, por qué te aparecés en calzoncillos? ¿No sabés que acá vive tu sobrina, y que es una mujer?, me dijo con una sonrisa tan cínica como luminosa y atrevida.
¡Se suponía que estabas durmiendo! ¡Digo, como ayer te quedaste boludeando hasta las 6 y pico, es todo un milagro que estés despierta a las 10 de la mañana!, intenté excusarme, mientras abría un paquete de bizcochitos.
¡Aparte, los dos sabemos que por más que estemos en calzones, nunca va a pasar nada! ¡A vos te gustan las chicas!, aclaré, como si hiciera falta decir algo más. Entonces, justo cuando corrí la silla para sentarme, pensando en el mate y los informes que debía terminar para el trabajo, o al menos buscando focalizarme en ello, Alma me dijo: ¡Sí, pero a vos también te gustan las chicas! ¡A lo mejor, yo no te parezco linda, ni nada! ¡Pero sé que me mirás el culo!
¡Alma, cortala, y rajá a tu pieza a ponerte algo! ¡No me hagas enojar! ¡Basta de hacerte la superada conmigo! ¡Por si no te diste cuenta, el adulto soy yo!, alcancé a desentenderme de todo, para preservar mi moral intacta. Pero la guacha tenía razón. Le miraba el culo, y en ocasiones olía las bombachas que dejaba tiradas en el baño. Al menos lo había hecho dos veces, y me sentía un degenerado por eso.
Esa misma tarde, Alma empezó a molestarme con que recibamos a su amiga en casa. Yo no hubiese tenido problemas, si no tenía que sacar el auto para ir a buscarla a más de 100 kilómetros. Como le dije que no, inició el juego del silencio conmigo. Todo me lo respondía con gestos o señas. Por un lado no me jodía, porque por momentos me cansaba un poco de sus guarangadas todo el tiempo. Pero, realmente prefería que me hable a estar adivinando si quería comer, si había barrido el patio, o si le dio de comer a los peces. Hasta se hizo la sorda cuando traje un montoncito de ropa suya del baño, para pedirle que por favor la lave, y me deje la ducha en condiciones.
¡Si yo quisiera bañarme, no puedo hacerlo, porque está minado de tus bombachas, medias, remeras, colitas para el pelo y zapatillas! ¡Te lo pido por favor Alma! ¡Sé buena conmigo!, le dije al fin, dejándole la ropa en los pies, ya que ella estaba sentada en el sillón con su notebook en la falda, supongo que batallando en uno de sus juegos online.
¡Dejame de hinchar las pelotas tío! ¡Mañana lavo todo! ¡Y de última, bueno, por ahí te sirve, y al menos te acordás un poco del olor a concha de las mujeres!, me dijo de mal modo, señalando la bombacha blanca y sucia que sobresalía del montoncito. Sabía que estaba re molesta conmigo. Por eso preferí no insistirle. ¿Cómo se le pudo ocurrir aquello? ¿Cómo yo iba a oler una bombacha de mi sobrina? ¿Me habrá visto hacerlo? ¡Pero, eso era imposible, porque la puerta del baño estaba cerrada cuando olí aquellas bombachas!
¡No seas desubicada pendeja, y ponete a pelar papas al menos! ¡Bah, digo, si querés comer!, le dije al fin, y me metí en la ducha, envuelto en un incendio carnal que no me correspondía. ¡Tenía la verga al palo, y no podía esperar hasta la noche! ¡Necesitaba pajearme, porque los huevos me dolían de tanto acumular leche! ¡Y esa pendeja, tal vez sin proponérselo me provocaba un morbo especialmente perverso!
Entonces, una noche, creo que ya en los principios de un junio distinto a todos los que vivimos en general, se me dio por ver el estado de whatsapp de mi sobrina. Aquello fue el mejor descubrimiento del que puedo enorgullecerme, y a la vez el más peligroso y conflictivo. Desde esa noche, todos los días se los miraba. ¡La pendeja subía pequeños videítos en los que mostraba la cola, o se metía los dedos en la concha, o se lamía los dedos como una auténtica petera! Todos tenían dedicatorias, y en general eran para Maru, Rocío, Natalia o Sasha. A esa última chica le dedicaba su perfil, y le escribía cosas fuertes, tales como: ¡Extraño tu lengua! ¡Quiero tus mimitos en la chuchi! ¡Siempre voy a ser tu golosina preferida! ¡Calentame las rodillas con tus jugos mamita!
No conforme con eso, una de esas madrugadas, necesitado de algo fuerte para tomar de tantos estados perversos en mi cabeza, me levanté, y escuché gemidos que provenían de la pieza de Alma. Era obvio que estaba con alguna de sus chicas a través de una video llamada, porque de a ratos se reía, o decía cosas como: ¡Dale nena, poné bien la cámara, no seas chota, que quiero verte bien esas tetas putona! ¡Aaaay, asíii, mirame cómo me toco, asíii perritaaa, toda para vooos, se me abre toda la concha mamiiii!
La puerta de la habitación estaba totalmente abierta, por lo que no me costó encontrarme con el panorama de mi sobrina echada en su cama, con el celular en una mano, y con la otra meta frotarse la chucha. No quise quedarme mucho tiempo observándola. No quería que me viera, ni darle la satisfacción de recriminármelo todo el tiempo, cuando se le ocurriese usarlo en mi contra. Pero no pude volver a la cama, sin antes pasar por el baño y descargar una lluvia de semen caliente en el inodoro. Encima, tuve la suerte de encontrarme con una bombachita sucia de ella. Tuve todas las intenciones de empapársela con mi leche. Pero eso, solo sería dejarle una evidencia de mi calentura, y no me importaba darle ese mérito. Además, se me ocurrió ni bien acabé, segundos antes de revolear la bombacha a la ducha.
Al día siguiente los planetas se alinearon para que no haya ninguna limitación entre nosotros. En realidad, yo y mis testículos no pudieron sosegarse en la castidad que nos proponía el mundo del virus que nos circundaba. Cuando me levanté, se me ocurrió ir a despertarla. Lo pensé mejor, y luego de pispiar su estado, opté por entregar unos informes, escribirle a mi jefe y tomarme unos mates en el patio. Tenía que silenciar cada pensamiento obsceno con mi sobrina. En definitiva, mi hermana nunca supo encarrilarla, y yo no lo estaba logrando. Sabía que no podía volver a su casa, y menos con la pandemia sobre nosotros. Mi hermana tenía tres hijos más a los que atender, y mi padre, un hombre mayor de 75 años, vivía con ella. De repente, miré la hora.
¡Vamos Alma, arriba, que ya son las doce y media del mediodía!, le decía a mi sobrina, mientras le movía una pierna y un brazo. La loca tenía la sábana enroscada para cualquier lado, y ni le importó que se le viese el culo totalmente desnudo. La bombacha que tenía puesta se le había enterrado entre las nalgas.
¡Salí tío, dejame dormir, un poquito más!, decía casi sin abrir la boca, cuando yo aún intentaba quitarle la almohada.
¡Dale, arriba, que hay que comprar pan, cervezas, y puchos para vos! ¡Aparte, tenemos que hablar!, le dije, casi por accidente. No quería tocar el tema de su masturbación, ni de los videos que subía a su whatsapp. Pero claramente mi cerebro me había traicionado.
¿Qué hice ahora? ¡Aaaah, ya sé, dejé una bombacha en el baño, y otra colgada en el grifo! ¡Guarda con esa, que está meada! ¡El otro día, me reí tanto con Rocío, que me hice pis! ¡A veces me pasa cuando me río mucho!, me dijo mientras se desperezaba, esterando cada músculo de sus extremidades.
¡Andate tío, que se me re ve el culo!, me dijo al fin, y entonces salí de la habitación, pidiéndole una vez más que se levante. No había contemplado hasta entonces que la verga se me había puesto como un fierro, y que todavía andaba en bóxer.
Cuando al fin Alma apareció a desayunar, media hora más tarde, me preguntó de qué teníamos que hablar. Yo me hice el tonto, y lo le respondí. Ella insistió, y entonces se lo dije.
¡Mirá nena, no podés subir esos estados! ¡Tus primos te ven! ¡Me parece que, eso, lo de masturbarte, y filmándote haciéndolo, es tu privacidad!, le dije, observando que su rostro no se inmutaba ni un poquito.
¡Es mi whatsapp, y yo subo lo que quiero! ¡Además, ¿Vos te pensás que mis primos no se pajean?! ¡Ayer el Fede me mandó un videíto en el que se re tocaba la pija!, me dijo, sin quitarse la taza de café de los labios.
¿Qué decís? ¿Tus primos te vieron? ¿Te das cuenta? ¡Sos la manzana podrida de la familia nena! ¡Está todo bien con que te gusten las chicas y todo eso! ¡Pero tus primos, o tus hermanitos, no tienen que verte en bolas, o haciendo chanchadas por las redes!, le dije, intentando mostrarle un enojo que no se me hacía tan genuino.
¿Vos acaso no te pajeás? ¡Dale tío, todos necesitamos pajearnos! ¡Y vos no tenés a quien ponérsela, y a mí, tampoco me la ponen! ¡Todos están calientes en esta cuarentena del orto! ¡Hasta los primos, las primas, mis amigas, tu secretaria, tu jefe, todo el mundo!, se despachó mientras un hilo de café se le caía de los labios y le manchaba el topcito.
¿Por qué no aprendés a tomar el café como corresponde? ¡Se te manchó todo el top!, le dije, lejos de querer inculcarle modales. Es que, tenía que salir del embrollo en el que me había metido. Ella, golpeó la mesa con la taza vacía, y, con todo el fastidio del mundo se quitó el top para tirármelo en la cara.
¡Tomá, lavalo si querés! ¡Ya me tenés podrida!, estalló de ira, levantándose de la silla con decisión.
¡Sentate ahí pendeja malcriada! ¡Las cosas no son como a vos se te antojan! ¡Esta es mi casa, y me debés respeto! ¡Si no fuera por mí, hoy serías una pordiosera, porque tu madre te habría mandado a la calle, por lesbiana!, le dije, incomprensivo y elevando la voz más allá de lo conveniente. Ella titubeó un instante, pero lentamente volvió a sentarse. Cosa que, viniendo de ella era muchísimo.
¿A ver? ¿Qué me vas a decir ahora? ¡Sacate la careta tío, que yo sé muy bien que se te re para la verga cuando me mirás el orto, como ahora!, dijo ni bien cruzó los brazos por encima de su pecho, paseando sutilmente su lengua por el redondel de sus labios entreabiertos. Entonces, no pude más. Me acerqué a su espalda, anidé todo su pelo largo y rubio entre mis manos, y haciéndome el enojado le susurré: ¡Levantate de ahí pendejita, que vamos a arreglar las cosas, como personas adultas!
Ella ni se movió, como si quisiera desafiarme. La zamarreé un poco de un brazo, para que comprenda que la cosa iba en serio. Ella se levantó de la silla, me miró a los ojos, y antes que pudiera escaparse, como habitualmente lo hacía, la sujeté entre mis brazos y le dije: ¡A vos, lo que te hace falta es una buena verga chiquita! ¿Qué es eso de revolcarte con nenitas? ¡Ahora vas a hacer lo que yo te digo, guachita de mierda, o ya mismo te mandás a mudar para tu casa!
No recuerdo si me rebatió en algo, o si llegó a resistirse. Solo que, de golpe yo la hice caer al suelo haciéndole una especie de zancadilla, y le pedí que se arrodille. Obviamente entendía cuáles eran mis planes. Pero se hacía la estúpida. Así que, volví a tomarla de la cabellera perfumada que solía tener, y una vez que terminó de arrodillarse, le acerqué el pubis a la cara.
¡Dale nena, oleme la verga y los huevos, hacete mujercita de una vez perrita! ¡Asíii nena, olé guachita, y mordeme la puntita de la chota, asíii, lameme el calzoncillo cerda, que no te hacías ni un problema en pajearte por las redes!, le decía, guiándola con mis manos para someterla a que cumpla con mis designios. Al principio, solo sentía la frotación de su mentón y nariz contra la dureza de mi pene, y el calor de mi calzoncillo ardiendo en mis pelotas. Hasta que le arranqué un mechón de pelo, amenazándola con algo que no puedo recordar con precisión, y entonces, sentí sus dientes mordisqueando los alrededores de mi glande. También sus primeras exhalaciones, suspiros y quejidos.
¡Soltame guacho, no me hagas hacer esto! ¡Te voy a cagar a trompadas apenas me levante de acá!, me decía, aunque su mano rodeaba mi tronco, y sus dientes seguían bordeándome la punta de la verga, cada vez más afuera de mi bóxer. Cuando le pedí que me escupa la pija, hizo un ruido como si quisiera vomitar. Pero, una vez más, ni bien le presioné la nariz con mis dedos, largó tres escupidas al hilo, las que me mojaron el bóxer y las piernas. Entonces me lo bajé, y le empecé a fregar la pija por toda la cara, sosteniéndole la cabeza para que no se me separe, diciéndole: ¡Esto es lo que te hace falta a vos, una buena pija en la carita, una buena mamadera lechera, como la de tu tío nenita! ¡Mas te vale que abras la boca, y me la mames bien mamadita guacha!
Costó, pero de pronto, tal vez cuando ya daba la batalla por perdida, Alma abrió la boca y le pasó la lengua a toda la extensión de mi tronco. Después me agarró la pija y se dio una cantidad tremenda de chotazos en la boca entreabierta, mientras me la escupía y gemía bajito. Al instante nomás, su boca se convirtió en un anillo que subía y bajaba por la piel de mi verga empalada, bien lubricada por su saliva y mis jugos seminales, como si fuese un tobogán de goma bien apretadito y estrecho.
¿Viste que te gusta la lechita nena? ¿Cuántas conchitas te comiste? ¡Asíiii bebéee, chupala toda, comeme la pija, que te pone bien puta petearme así, mi sobrinita preferida!, le decía extasiado, cada vez más próximo a empacharla de esperma. Pero entonces, un impulso salvaje y depredador me habló al oído, y lo escuché en el preciso segundo en que Alma me chuponeaba los huevos exagerando los ruiditos, y me pajeaba la verga. Así que, de pronto, sin darle lugar a una rebelión, la alcé en mis brazos, y la acosté boca arriba sobre la mesa. Creo que por un momento tuve miedo de clavarme un vidrio de la taza de café que estalló en el suelo. En ese estado, tal vez ni me iba a enterar que una hemorragia podría aparecer en mis talones. Sin embargo, por suerte eso no sucedió. La contemplé unos  segundos así, con sus pies a dos centímetros del suelo, con las tetas al aire y la cara toda sudada, despeinada y confundida.
¿Qué me vas a hacer tío? ¡Mirá que, te puedo denunciar por violencia de género!, dijo, a lo mejor buscando una manera de zafar de lo que ya era inevitable. Entonces, me acerqué a ella, le tapé la boca con mi bóxer empapado de su propia saliva, y me dispuse a chuparle las tetas.
¿Quién es esa tal Sasha? ¿Te calienta mucho la argolla esa nena? ¿Te chupa las etas y la conchita? ¿O, te gusta más la Maru, la que te hace reír hasta que te meás encima? ¿O, te tiene loquita Rocío? ¡A esa la conozco! ¡Tiene unas gomas impresionantes!, le decía, mientras le sorbía los pezones, sin dejar de apretar mi calzón en su nariz, y de sobarle la panza, las piernas y la vulva sobre su pantalón. Alma Gemía un poco asfixiada, pero ya no buscaba escapar de su destino.
¡Yo soy un alma libre tío! ¡No me gusta ninguna, y a la vez quiero culearme a todas!, me dijo de pronto, cuando le quité mi ropa de la cara. Eso me condujo a frotarle toda mi cara, desde mi mentón a mi frente en la vagina, primero sin sacarle el pantalón de jean que tenía. Luego se lo bajé hasta los tobillos, y repetí la acción, ahora sobre su bombacha colorada, totalmente mojada.
¡Mirá cómo te puso la pija de tu tío! ¡Sos una golosa nena! ¡La querés toda acá adentro, y no te animás a pedirlo! ¡Esta concha quiere un pedazo de verga!, le decía palmoteándole la entrepierna, sumiéndola en un concierto de gemiditos que ya no podía controlar. Entonces, empecé a darle chotazos en las gambas, y luego en la vagina, que ya despedía un olor a sexo imposible de ignorar. Le lamí las piernas, la bombacha y el ombligo. Ella tuvo unas cosquillas, pero abría las piernas cada vez más. Hasta que al fin, me le tiré encima, y mi pija solita encontró la caverna en la que tantas veces se soñó semental y guerrera. Ni llegué a sacarle la bombacha. Empecé a bombearla con todo, aferrándome con mis manos a su espalda, y con mi boca a sus tetas chiquitas. Aunque, ahora tenía los pezones paraditos y calientes.
¡Así hijo de puta, embarázame toda, dame verga, cogeme, sacate las ganas con tu nenita! ¿Te calientas las lesbianitas? ¡Asíii, cogeme todaaa, rompeme la concha perro, dame verga!, me decía la muy infame, intentando rodear mi cintura con sus piernas para sentirla más adentro. Su pelo se alborotaba en su cara. Su oxígeno se entrecortaba, y una catarata de saliva emergía de sus labios. Sus tetas me quemaban el pecho, y un par de veces mis labios probaron los suyos. En un momento, la zorra me mordió los labios, justo cuando me decía: ¡Quiero lechita caliente en mi concha tíoooooo!
De repente, aquella voz impiadosa que me había murmurado sus más irreverentes sensaciones, ahora volvía a convencerme de llevarla a la cama y hacerle el orto. Intenté hacerlo. Pero ni bien me separé de ella, luego de un ritmo tan frenético que, no sé cómo la mesa permaneció en pie, ella se dirigió a la puerta que conduce al patio. Así que, yo la acorralé allí, la di vuelta y le pedí que apoye sus manos en la puerta. Lo claro es que, en lugar de penetrarle el culo como lo estaba deseando, volví a enterrársela en la concha, y me enfermé con sus gemiditos, el olor de su piel repleta de hormonas, los chupones que le daba a mis dedos y las chanchadas que me decía. Así que, de golpe, como si otro ángel estuviese dictándome lo que tenía que hacer. La hice caer al suelo una vez más, y me le subí encima para regresar a su fuente prohibida. Ahí sí que me la cogí con todo. Su cabeza impactó un par de veces contra la puerta, y sus gemidos se tornaron gritos de un animal en celo que se sabe en cautiverio. Ahí le mordí un pezón, le marqué mis dientes en el cuello, le enterré varios dedos en el culo para dárselos a probar, y la obligué a lamer su bombacha, por más que me pusiera carita de asco.
¡Dale pendeja, no te hagas la santita ahora! ¡Si habrás lamido bombachitas! ¿Te gusta más la concha? ¿O la pija de tu tío? ¿Eeeee? ¡Contestame perra!, le decía, bombeando con cada vez mayor determinación, abriéndole la boca para que muerda su bombacha, lamiéndole las tetas, dándole alguna que otra cachetada, y disfrutando de sus nalgas en mis manos. Se las pellizcaba, amasaba y azotaba cuando tenía un resquicio. Hasta que entonces, en un sublime suspenso del tiempo, sentí que mis huevos se carbonizaban entre tanto sudor genital, que mi pija se ensanchaba más, y que un millón de minúsculas semillas comenzaban a transitar por el tronco de mi pija, calentándome aún más. No pude siquiera anunciárselo. De repente la manoteé de las piernas, empecé a pegar mi pubis con violencia al suyo, y luego de tres o cuatro bombazos a fondo, mi semen explotó en tres chorros abundantes, en lo más oscuro de su vientre. Ni bien aquellos maremotos cesaron, se la dejé bien clavadita, allí adentro, para sentirla un ratito más, mientras las últimas gotas de semen abandonaban mi glande para conquistar su paraíso de hembra. Recuerdo que ella tenía una expresión extraña. No sonreía del todo, pero tampoco parecía haberlo pasado mal. Sus ojos eran más brillantes que siempre, aunque no iba a reconocerme que le gustó garchar conmigo.
¡Bueno nena, dale, levantate de ahí, que tenemos que ordenar la casa!, le dije, ni bien comencé a incorporarme del suelo. No sabía si abordar lo que habíamos hecho en palabras. Tampoco tenía en claro si pedirle lo que mi cabeza me solicitaba con ahínco. Pero al fin, tomé coraje y me arrodillé ante su rostro todavía agitado, babeado y un poco más sonriente que al principio.
¡Dale Almita, limpiale el pito a tu tío, con la boquita! ¡Y no me digas que te da asco! ¡Tiene el sabor de tu conchita, y a vos te gusta eso! ¿O no?, le dije, meneando mi verga casi sin forma a poca distancia de su cara. Pensé que me iba a mandar a la mierda. Pero mi sobrina le pasó la lengua algunas veces, y me dio un beso con mucha saliva en el glande, antes de levantarse con una agilidad impensada para el momento que acabábamos de vivir.
¡No sé si te diste cuenta! ¡Pero me acabaste adentro tío! ¡Y yo no tomo pastillas!, me dijo, una vez que se calzó la misma bombacha que antes. En el momento no llegué a procesar tamaña información. Ni siquiera sé qué cara le puse, o cómo la miré.
¡Pero no te preocupes! ¡Si llego a quedar embarazada, yo pienso tenerlo! ¡Además, a Maru le va a encantar la idea! ¡Las dos siempre quisimos tener un bebé!, me dijo, mientras pasaba por mi lado, acariciándose la panza con ternura, destilando tanto olor a sexo que, inevitablemente la verga se me volvió a parar como un garrote de piedra.
¡Uoooou, mirá cómo se te puso la pija tío! ¡Pero no te acostumbres! ¡Lo de hoy, ya pasó! ¡Si querés más conchita, te la vas a tener que ganar!, me decía en medio de una risotada burlona, mientras se metía en su cuarto, dejándome con todos los interrogantes tirados en el suelo, como la puta taza rota que se había partido en mil pedacitos.    Fin

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