Mi abstinencia sexual me golpeaba el pecho con
absoluta fascinación, y eso a los 19 años resulta insoportable. Solo me echaba
algún polvito con una compañera del colegio bastante turrita y fea, pero re
gauchita. Por lo tanto, yo era uno más en su larga lista de chongos. De modo
que a veces tenía que esperar meses hasta que me volviera a tocar. No me hacía
gracia atravesar los pasillos de la villa en la que vivía. Pero por un pete de
esa boquita, valía la pena arriesgar la vida.
Para colmo, la noticia de que mi prima Belén
había quedado embarazada, me carcomía por dentro. No sé si estaba enamorado de
ella. Pero sí era consciente de que nunca había disfrutado tanto de coger con
una mujer. Ella era única, bien calentona, sucia y decididamente hermosa. Pero
ahora estaba en Chile con su novio, muy a pesar de los lamentos de la familia,
que intentó persuadirla para que viaje al país y tenga a su bebé aquí, en la
Argentina.
Sin embargo, un jueves soleado y ventoso, ni
bien llegué a mi casa me encontré a mi vieja que parecía al borde de las
lágrimas. Esa tarde yo venía del rancho de la turra que les contaba, con la
verga estremecida por el contacto de su lengüita sabia, y las profundidades de
su garganta. Pero mi madre, sabiendo que me iba a la pieza para echarme en la
cama se adelantó a mis pasos para decirme: ¡Tu prima Belén llegó la semana
pasada al país, y ya tuvo al bebé! ¡Mañana necesito que me lleves! ¡Así que,
faltás al cole! ¡Tuvo un varoncito!
Sus lágrimas finalmente comenzaron a desfilar
por sus mejillas, y me abrazó sin tanto entusiasmo. Eso porque yo había
desaprobado unos exámenes, y todavía le duraba la rabieta que se agarró con mi
cerebro atontado. Me alivié por no tener que ir al colegio. Pero algo se
desplomó adentro mío. Como si algo pesado no me dejara mover los pies.
¡Volvería a ver a mi prima, a la dueña de mis mejores pajas, de mis sueños
gloriosos, a la propietaria de unas tetas preciosas, las que ahora tendría rebosantes
de leche! pensaba como un estúpido parado sobre la puerta de mi pieza, mientras
sentía que la pija se me endurecía. Recordaba el calor de su concha abrazándome
el glande, y otro terrible terremoto parecía desatarse bajo mis pies.
Al día siguiente llevé a mi vieja al hospital.
Pero yo no me bajé del auto. Le dije que me mande un sms o me llame al celu
cuando quisiera que pase a buscarla. No era capaz de ver a mi prima. Esa mañana
había amanecido muerto de celos. Tenía bronca y rabia en el pecho. Aunque
también unas ganas de chuparle las tetas impresionantes. ¿Por qué no me contó
que había regresado al país? ¿Acaso nuestra vieja cogida para ella no significó
nada? en todo eso meditaba, mientras tomaba una birra en la plaza, esperando
noticias de mi madre. Por momentos la odiaba. Si la tenía cerca, tal vez, solo
le pediría una explicación y listo. Pero yo no era más que su primo, y no tenía
derecho a cuestionarle nada.
En el medio de mis confusiones, tuve que
soportar la fiesta que se hizo en casa por la llegada del bebé. Esa misma noche
supe que Belén se iría a Chile apenas reciba el alta médica. El estómago y los
sentimientos se me revolvieron con la misma rebeldía. Pero no me quedó otra que
atender a todos y tragarme lo que me pasaba. Nadie sabía de lo nuestro, y nadie
debía saberlo.
A la semana siguiente Belén volvió a Chile, y
yo ni siquiera tuve el valor de encararla. No conocí al bebé, ni vi las fotos
que subían al grupo de whatsapp de la familia. Lo lamentaba, pero por otro lado
no quería dar el brazo a torcer. Aún así empecé a buscarla. Sabía que ella se
había creado varios facebooks para los distintos machos con los que salía,
antes de su aburrida vida de novia y madre. Pero evidentemente había cerrado
casi todos. En ese año terminé el colegio a duras penas, y encontré un trabajo
de medio tiempo. No pensaba en otra cosa que en disfrutar con mis amigos,
ponerme en pedo y fifarme a cuanta minita se me cruzara en el camino. Estaba
asqueado de ira, y me engañaba repitiéndome que Belén era un absurdo recuerdo.
Hace poco más de un mes recibo un sms a mi
whatsapp. Era de Belén. Ya estaba acostumbrado a su ausencia, y aún no superaba
el enojo por todo lo que me ocultó. Pensé en no darle bola. Pero la curiosidad
me venció en cuanto la recordé con las tetas crespitas y mojadas, la tarde que
nos manguereamos en el patio de la casa de mi tía. Así que, en el nombre de la
erección de mi chota, lo abrí y lo leí nervioso. Me contaba que el sábado
llegaba a Mendoza para traer su niño de un año, para compartir un asado con la
familia y, algo respecto a comprar ropa y cosas que ni me importaban. El corazón
parecía flotar adentro de mi pecho. Nada deseaba más que hablar con ella, oír
su voz, olerla de cerquita, rozarle el culo, mirarle las tetas con leche, y
verla amamantar al guacho. Ya era jueves, me dije. ¡Es decir que en dos días mi
primita estaría entre nosotros! ¡Y yo al fin tendría la chance de hablar con
ella!
El sábado todo fue una fiesta en la casona de
mi abuela, donde por lo general se celebraban los grandes acontecimientos
familiares. Mis tíos se reían mientras mi viejo hacía el asado, bebían lo que
se toparan en el camino y hablaban de fútbol. Entre ellos estaba Andrés, el
flamante padre del nene. Pocas veces vi entre ellos muestras de cariño, complicidad,
o algún mero gesto tierno.
Las mujeres rodeaban a mi prima para saber
detalles del bebé, de sus primeras aventuras, de cómo podía ser que casi no se
le conociera el llantito de lo buenito que era, y demás observaciones. También
se reían y bebían. Mi tía Mari terminó sola en un rincón porque la abuela la
regañó por fumar cerca del niño. La música los hacía mover el esqueleto
mientras preparaban ensaladas, abrían botellas y, mi vieja batía crema de leche
para una torta. Yo, no le sacaba los ojos a Belén, embelesado por cómo le daba
el pecho a su bebé. Sus tetas relucían magníficas a la luz de los reflectores,
y cada gotita de leche que le mojaba el corpiño me hacía alucinar. De vez en
cuando me ponía a colaborar con alguien, mofándome por no ser lo
suficientemente valiente y acercarme a Belén. La pasé mal esa noche, porque ni
siquiera pude sacarle una sonrisa. Me mataba la sensación de que alguno de mis
tíos o primos se hubiese dado cuenta que ella y yo ni siquiera nos mirábamos.
Al final del asado, los postres, los brindis y
regalos para Belén y su bebé, mis tíos y mis padres se levantaron tras
consultar el reloj. Eran las 2 de la mañana, y la abuela ya se había ido a
dormir echándole la culpa a sus dolores de espalda. No tenía idea a dónde se
iban todos. Pero sí sé que mis cuatro primos salían al boliche, y eso para
ellos era impostergable. Una luz de esperanza me cegó de repente al descubrir
que al fin Belén y yo nos quedaríamos solos. En cuestión de minutos, los dos
charlábamos en la mesa del comedor, después de habernos saludado con un beso en
la mejilla. Su perfume hizo que los huevos me agradecieran semejante
acercamiento para comenzar a fabricar leche.
¡Qué bueno que se calmó todo, así el bebé
puede estar más tranquilo!, le dije luego de correr una silla para pegarla a la
suya.
¡Sí, ya no doy más con tanto escándalo! ¡Pero
el nene no tiene drama! ¡Se duerme donde sea!, dijo casi sin mover los labios,
pero sacudiendo su melena para desparramar brisitas de su perfume.
¡Che, ya sé que debés estar podrida de hablar
de tu estadía en Chile! ¡Pero yo no sé nada! ¡Contame!, le largué como para
darle confianza. Algo de su mirada me daba a entender que estaba molesta
conmigo.
¡Sí, me fui de boca! ¡No sé por dónde
empezar!, dijo luego de tomar un trago de cerveza.
¡No sé… empezá… por ejemplo, cómo te va con tu
novio!, le dije sin reprimir el ardor que los celos me provocaban.
¡Mi marido, querrás decir!, dijo con una mueca
maliciosa, sabiendo que me irritaba.
¡Bueno, tu marido!, le dije con una voz que no
parecía que saliera de mi boca.
¡Y, no te voy a mentir! ¡No todo es color de
rosas! ¡Pero pero nos va bien, porque trabaja todo el día! ¡Nos tiene bien, a
mí y al… bueno, al gordito lo quiere… pero a mí, a mí no…, dejó sin concluir la
frase, poniendo cara de un letargo distante.
¡A vos ya que? ¿No te hace el amor querés
decir?!, me adelanté.
¡No, y todo porque nos peleamos por una
estupidez!, se confesó al fin, jugando con el chupete del bebé, sacudiéndolo
con su índice y pulgar..
¡Contame Belu, que sabés que podés confiar en
mí!, le ofrecí.
¡Bueno, pero con esa condición!, me previno, y
continuó.
¡Lo que pasa es que él quiere coger todos los
días, y sin forro! ¡Pero yo le dejé bien clarito que no me quiero embarazar
otra vez! ¡Y, además, me enteré que él allá me guampea! ¡Vos sabés cómo soy de
calentona! ¡Yo también quiero pija, pero sin bebitos! ¡Hay un turrito que a
veces viene a cortar el pasto, y bueno, una vez… salí a atenderlo! ¡Lo hice
pasar al jardín, y mientras le explicaba lo que tenía que hacer, noté que me re
miraba las gomas! ¡Como una boluda ni me había dado cuenta que estaba en tetas
Ale! ¡Cuando me quedo sola ando en tetas para amamantar a Lucho, el bebé, y lo
recibí así! ¿Entendés? ¡Salí así a la calle! ¡Entonces, manoteé una remera que
había colgada en una silla, y me la puse, pero ya era tarde! ¡Así que, apenas
le puse un pañal a Lucho y lo dormí, de la calentura que tenía volví a salir al
patio en tetas y bombacha! ¡No hizo falta que le insinúe nada más! ¡El turrito
apagó la máquina del pasto, se me abalanzó y nos re cogimos! ¡Obvio, lo fui
llevando hasta la cocina y, primero lo dejé que me la meta de parados, y
después yo lo cabalgué en uno de los sillones! ¡Desde ese día, el turrito y yo
nos cogemos seguido, pero él usa forros, porque ninguno quiere un pendejito! ¡Además,
él tiene novia!
La conmoción de sus palabras me heló la
sangre. Al punto que me quedé mirándola, sintiendo que el bulto se me marcaba
aún más en el pantalón. Entonces le solté sin recaudos: ¿y conmigo no lo querés
volver a hacer? ¡Yo me pongo doble forro si querés!
Ella me miró con entusiasmo, y sonrió
tristemente.
¡Lo de aquella vez, fue hermoso! ¡Todavía me
toco pensando en tu… bueno, en tu pito adentro de mi boca! ¡Pero no podemos, y
lo sabés!, me dijo levantándose de la silla, con el rostro contraído. Pareció haberse
enojado.
¡Voy a buscar a mi marido! ¡Creo que ya
tendría que haber terminado! ¡Además, tengo sueño!, agregó enfilando para el
patio. Su marido estaba limpiando la parrilla, acomodando los tablones y
caballetes, apilando las sillas y regando un poco algunas plantas, ya que se
ofreció, y mi abuela no se opuso en absoluto. Yo la seguí, sin saber por qué.
Pero menos mal que lo hice. Tuve que sostenerla porque la rabia no la dejaba
reaccionar de otra forma que apretando los puños para golpear a su marido. El
hijo de puta estaba meta franelearse con mi tía Mari, la cincuentona solterona
de la familia. La vieja estaba con las tetas al aire, y el hombre dejaba que le
manotee el pedazo sobre su jean. Belén me ensordeció con un grito de
reprobación, se soltó de mis brazos que evitaban que descargue su furia sobre
su marido, o la estúpida de mi tía, y salió corriendo a la calle. El tipo ni se
inmutó. No fue tras ella, ni buscó disculparse, ni ocultó la erección que le
oprimía la verga. Solo la tía Mari intentó justificarlos, diciéndome que
estaban muy borrachos, que no se les pasó nunca por la cabeza hacerle daño a la
Belu, y un montón de pavadas más que yo no hilaba.
Me sentí un superhéroe, y fui a perseguir a mi
prima. Al fin la alcancé a dos cuadras de la casa, sentada en un banco
destartalado de la plaza del barrio. Estuvimos como media hora sin hablar. Ella
temblaba, pero no por lo fresco de la madrugada. Sus ojos se humedecían, pero
no había ni rastros de sollozos en su voz.
¡Es un hijo de puta! ¡Yo intuía que le tenía
ganas a esa putona! ¡Porque, será una solterona, pero es terrible gato la muy
argolluda! ¡Pero él quería venir, y yo siempre vi cómo la miraba, cómo le comía
las gomas con los ojos, y se palpaba el pito cuando le veía el orto!, se
descargó haciendo evidente la cortina de lágrimas que le bañaban las mejillas.
¡Dejalo de una vez tonta! ¡Tendrías que
haberlo dejado cuando supiste lo que te hizo en Chile!, intenté consolarla.
¡Síii, pero después pasó lo del turrito del
pasto, y supuse que estábamos en iguales condiciones!¡yo me sacaba las ganas
con el pendejo, y él se iba de putas, o se garchaba a la secretaria! ¡Soy una
pelotuda, mal cogida, regalada al pedo!, dijo angustiada, aunque rozándose las
gomas.
¡Lo dejabas, y te volvías a Mendoza! ¡Acá no
te iba a faltar nada! ¡Aparte, yo te habría ayudado con lo que quisieras!, le
dije acariciándole el pelo.
¡Gracias gordo, pero vos decís eso porque me
querés coger otra vez! ¡Lo sé! ¡Ahora mismo tenés el pito re duro, y no dejás
de mirármelas!, dijo señalándose las tetas. Por un momento estuve por gritarle
que no se equivocaba.
¿Pero, eso qué tiene que ver? ¡Sos mi prima, y
de verdad te quiero ayudar!, intenté convencerla de que mis intenciones eran
buenas.
¿Y, por qué te desapareciste? ¿Digo, si tanto
te gustó cogerme, te calentaban mis tetas, y todo eso… por qué ni siquiera me
escribiste? ¡Naaa nene, vos solo estás alzado conmigo!, me dijo casi al oído,
pero con la voz envuelta en rabia.
¡Te busqué nena! ¡En todos los facebooks de
trampa que tenías! ¿Te acordás? ¡Vos también eras media cochina, sucia y
putona, como la tía Mari! ¡Además vos tampoco me escribiste, ni para mi cumpleaños!,
me defendí con las muñecas tensas y la boca seca.
¡No me compares con esa atorranta! ¡Y no te
escribí, porque, pensé que la nena esa y vos, salían! ¡No quería que te
calientes conmigo! ¡Lo mejor era que te olvides de mí! ¡Aparte, cuando quedé preñada,
pensé que era lo mejor irme a la mierda!, se ablandó como un papelito agitado
por el viento.
¿Posta pensaste que esa villerita y yo,
salíamos?!, le pregunté muerto de risa. Ella se puso colorada, cruzó las
piernas y sonrió bajo la luna de un verano repleto de grillos.
¡Y, sí gordo! ¡A vos te re calientan las
turritas esas! ¡Seguro sabe bien lo que hace con la boquita! ¡Tiene terribles
labios de petera!, dijo como si el tema la fastidiara. Pero después de eso
permanecimos por lo menos media hora sin hablarnos. Yo de vez en cuando le
rozaba el pelo o la espalda, y ella no me quitaba la mano. Sus pensamientos
zumbaban tan fuerte en su cabeza que podían escucharse. Tal vez tanto como el
hambre voraz que mi pija le tenía a su conchita depravada. Sin embargo Belén
seguía vulnerable, encabronada y dispersa.
Al rato ella decidió ir a buscar al bebé a lo
de mis abuelos, y yo la acompañé. Mi cuñado la esperaba en el living, sentado y
con un aspecto fatal. Estaba borracho hasta la médula, y se puso re cargoso al
comprender que mi prima no quería escuchar sus excusas. La esperé afuera, en la
vereda, preparado para el combate si se presentaba, mientras ella recogía al
bebé y sus cosas personales. No sé cómo mis abuelos no se despertaron con el
griterío que desataron intentando reconciliar las cosas. Pero eso no sucedió.
De hecho, Belén salió llorando con el niño en los brazos y un bolsito. Nos
subimos al auto de mi viejo, que siempre me lo deja usar, y la llevé a mi casa.
Mis viejos no habían llegado, y mi hermano seguro pasaba la noche con su novia.
Miles de poses sexuales, manoseos, juegos previos y aberraciones se me pasaban
por la cabeza con la casa a solas. Me quedé como un estúpido escuchando a mi
prima haciendo pis al otro lado de la puerta del baño, con el bebé en mis
brazos, y sentí que la pija punzaba mi bóxer. Necesitaba pajearme bien pajeado,
o que esa putita me la mame toda, o que me entregue esa conchita caliente que
tanto atesoraban mis recuerdos. Además, saberla derrotada y llorosa me
calentaba todavía más.
Cuando salió del baño acostó al bebé en la
cama de mis viejos, alrededor de una decena de almohadas, y me siguió a la
cocina para tomar algo, y tal vez reanudar la charla. Pero, después de hablar
de algunos amigos en común, de sacarle el cuero a la comida de la abuela, de
tomar un vaso de birra cada uno y compartir un pucho, me quedé dormido. No
recuerdo nada más. Sé que me desperté tipo 8, y que Belén ya no estaba. Me
sentí un idiota, y fui a buscarla sin llamarla, por si acaso mis viejos habrían
vuelto. La encontré recostada y dormida al lado de su hijo. Cuando encendí la
luz la vi con los pechos al aire, goteando leche y bien paraditos ante los
rayos de sol que entraban por la ventana. Supuse que amamantó al bebé y se
quedó dormida así.
No quise despertarla. Cerré la puerta con
cautela y me embobé mirándola, rozándome el pito por adentro del pantalón.
Hasta que ella se despabiló por la luz que le daba en la cara, y sonrió
sabiendo que no podía disimularle nada. Me senté a su lado y le acaricié la pancita.
Nos miramos comiéndonos con los ojos. Le miraba los labios, y ella se sobaba
las tetas. Susurró algo que no llegué a oír. Me incliné para sentir su
respiración cerca de mi cara, le saqué la lengua, y ella lo hizo después para
tocar la mía. Entonces nos besamos. Estoy seguro que en cuanto nuestros labios
se saborearon, un chorro de presemen me saltó del pito. Yo le rozaba la
conchita por encima del jean gastado que traía, y el calor de su entrepierna
era más que evidente. Sus jadeos sordos se remitían a lo caliente que estaba.
Tanto como la sagacidad de sus manos, porque me tocaba el miembro como si
quisiera tratar de apartarlo de mi ropa. Su aliento y su saliva me derrotaron
al instante. Por lo tanto no tuve más que bajarme el jean hasta las rodillas.
Le mostré cómo mi pija estiraba la tela de mi bóxer, y ella me guiñó un ojo
lamiéndose un dedo como si fuese el pito de un nene. Ella salió de la cama y se
arrodilló en el piso. Me dio unos tetazos en la panza y la pija, se apretó las
tetas para que unos borbotones de leche materna se deslicen por mis piernas, me
bajó el bóxer con la boca y comenzó a regalarme una mamada de otro planeta.
Lamía mi glande, lo escupía y engullía. Subía y bajaba la piel de mi verga, le
pasaba la lengüita a mi cabecita hinchada y se la metía en la boca para rozarla
apenas con sus dientitos. Acariciaba mis huevos, se sacaba la pija de la boca
para escupirla, la conducía hasta su garganta y se daba el honor de eructar
cuando se la dejaba un buen rato clavadita allí.
¿Yo te la chupo mejor que la villerita esa, no
gordito? ¿Te gustan las tetas con leche de tu prima? ¿Querés concha pendejo? ¿Me
vas a romper el culo primito? ¡Siempre fuiste re pajerito nene, y por eso me re
calentás! ¡Quiero que me hagas un bebé guachito de mierda! ¡Embarazame la
boquita nene, dale, quiero la lechita!, decía mientras gemía, cambiaba el aire,
escupía, me besuqueaba y lamía lo que se le antojara. Pero cuando supe que
estaba próximo a largarle toda la leche en la boca, la agarré del pelo y la
hice poner de pie para comerme la a besos. Ahí nos mordíamos los labios
mientras ella me sacudía la pija y yo le nalgueaba el culo, haciendo como si se
lo penetrara con un dedo por arriba del jean.
En eso el bebé comenzó a llorar impaciente.
Ella me dejó parado como un bobo en el medio de la pieza y, así como estaba de
agitada le encajó una teta en la boca. El nene empezó a succionar, y sus
llantos se apagaron de inmediato. Mi calentura llegaba a un punto culmine. La
veía darle la teta al bebé, hincada y con el culito bien parado apuntando hacia
mí.
¡Vení gordo, pegame en la cola!, susurró en
medio de la tranquilidad del cuarto. Yo le obedecí sin atreverme a nada más. Primero
se lo sobé y acaricié. Luego, le bajé el jean hasta un poco antes de las
rodillas y tironeé su bombacha hacia arriba para que se le encastre bien en la
zanjita. Recién ahí se lo empecé a besar, morder y castigar con azotes cada vez
más espamentosos. Después le apoyé la pija desnuda. Le di unos pijazos en las
nalgas y me agaché para volver a mordérselas. Ella gemía y apuraba a su hijo.
El nene se quedaba lentamente dormido, y a Belén ni le importó que se hubiese
hecho pis.
¡Vamos a la cocina gordi, que no aguanto más!
¡El guacho se re meó!, me dijo incorporándose, y ofreciéndome su boca para
retornar a un besuqueo intenso que nos condujo a la cocina. Yo me había
desnudado en la pieza. Ella terminó por quitarse el pantalón en el camino.
Llegamos al sillón. Yo me senté pensando en obsequiarle mi pija a su boquita
sedienta. Pero ella se me subió encima dispuesta a frotar su conchita peluda y
mojadísima en la pija, sin quitarse la bombacha. La guacha estaba tan caliente
que en breve sus flujos resbalaban por mis piernas. De hecho, me nació
preguntarle: ¿y vos, también te measte nena? ¡Te re mojás cuando estás así de
calentita guacha!
¡No tarado, es porque estoy re alzadita! ¡Te
juro que, me hubiese encantado cogerte al lado del bebé y todo! ¡No me importa
nada!, dijo resuelta, jadeando y sin controlarse. Entonces me acomodé mejor
para penetrarla. Sabía que era riesgoso, que no me había puesto un forro, y que
no tenía idea si ella tomaba pastillas. Pero en el momento, ni bien mi glande
cruzó el umbral de su pelambre pegoteada de jugos, empecé a bombearla con todo.
Su vagina no me apretaba la pija como la vez que cogimos por primera vez. Pero
mis envestidas podían profundizar cada vez más adentro de su canal, al punto
que sentía que le mandaba hasta los huevos para adentro. Ella se hamacaba, me
pedía que le apriete las tetas, que le diga que es una puta de mierda, una
cornuda consciente y una madre degenerada, que le pellizque la cola y le muerda
los dedos que me encajaba de sopetón en la boca. Le daba con cada vez mejor
ritmo y velocidad, hasta que ella se bajó de mis piernas, y no le hizo caso al
mareo que se reflejó en sus ojos.
¡Movete nene, salí de ahí!, me dijo
manoteándome de un brazo. Su olor a concha me invadía los pulmones y la moral.
Y más desde que se puso en cuatro patas sobre el sillón, donde antes estaba
sentado. Me ofrecía la altura justa para que mi verga ataque de una vez a ese
culito bien redondo, abandonado y merecedor de tantos azotes como litros de
leche. Lo tenía un poco caído, pero no perdía belleza ante mis ojos cargados de
lujuria. Me puse tras ella, le abrí las nalgas, se lo escupí, y luego de
mojárselo con sus propios flujos le hice sentir el rigor de mi chota a su ano
afiebrado.
¡Dale guacho, rompeme el culo ya, hacele la
cola a tu primita!, me gritó, tal vez sin saber si lo suficiente como para
despertar a mis viejos. Por la hora, seguro que estaban estirando la pereza
hasta el mediodía. Entonces, se la clavé con todo, en un solo empujón, con la
furia y la calentura que esa pendeja me hizo tenerle siempre. Ahora yo me movía
para perforarla y taladrarla como enceguecido. Le ordeñaba las tetas oyendo
cómo algunos chorros de leche se estampaban en el sillón. Una de sus manos
estimulaba su clítoris, y según sus palabras, estuvo a punto de mearse toda
mientras se daba vuelta para comerme la boca, con mi verga bien enterrada en el
orto y mis manos retorciéndole los pezones. Gemía cuando le mordisqueaba las
orejas, me pedía que le dé más duro, que se la meta hasta las bolas, y que la
coja todos los días. Mi pija comenzaba a erupcionar al borde del abismo, y su
culo era más espacioso cada vez, aunque presionaba mi músculo con una
vigorosidad peligrosa.
Pero de repente, los dos oímos unas llaves
girando en la cerradura del portón. Enseguida nos despegamos, puesto que
también percibimos las voces de mis padres. Los dos corrimos a la pieza, y yo
no pude evitar pedirle que me apriete la pija para acabarle en las manos. La
chancha se pasó mi leche por las tetas, y se lamió dedo por dedo mientras yo
encendía la luz y le ponía pasador a la puerta. Llegué de casualidad a ponerme
el pantalón. Cualquier cosa le diría a mi madre que recién salía del baño. Ella,
le diría que terminaba de darle de mamar a Lucho. No tenían por qué asociar que
nos revolcamos. Pero mis viejos estaban demasiado ebrios. No les alcanzaban los
reflejos ni para caminar. Menos mal porque, no habríamos podido explicar qué
hacía la bombacha de Belén en el sillón, ni tampoco las gotas de leche, o las
de flujo sobre el tapizado.
Desde ese día, a pesar de que pudimos ser
descubiertos, le prometí a Belén que tendría más cuidado. Pero ella, todavía
caliente por lo sucedido me dijo: ¡estás en pedo vos? ¡A mí me encantaría que
alguien de la familia me vea con el pito de mi primito en la cola, o con su
leche en las tetas! ¿No soñás con dejarme preñadita nene?!
No podía hablar con sinceridad, pensaba. Pero
lo cierto es que Belén parecía más desatada que antes de irse a Chile. Hoy
logró separarse de su marido, y vive en lo de una tía, en una villa tan
castigada como desprovista de libertades. Casi siempre anda con el corpiño
manchado de leche y con sus shortcitos agujereados y sucios. Desde entonces,
nosotros actuamos como una pareja. Salimos a caminar por el parque, hablamos de
todo, nos contamos nuestras cosas, y si andamos calientes nos instalamos en
algún telo barato.
Una vez me chupó la pija mientras le daba la
teta a Lucho. También me cabalgó con el bebé en brazos. Me hizo acabarle en las
tetas para después paseárselas por las piernitas a su hijo. Le cambió el pañal
mientras me chupaba la pija. Tal vez no sé exactamente qué es lo que me pasa
con ella. Pero me tiene re empalado, al servicio de su conchita en celo y como
el primer candidato a perforarle el culito. Si seguimos así, la voy a terminar
dejando preñada de verdad! A lo mejor, los dos deseamos que eso suceda, muy en
el fondo de nuestras perversiones. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
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