Confusiones peligrosas


Sugiero ante todo que cada detalle no sea leído a la ligera, ya que es preciso que además de lo libidinoso que resulte mi relato, haya mucha desdicha en él. Mi nombre es Ulises, tengo 25 años y soy ciego de nacimiento. Esto es un peso enorme para mis padres, quienes involuntariamente jamás me dieron las libertades que necesité para integrarme, para socializar o aprender a lidiar con las cotidianeidades del hogar, lo que hoy me daría cierta independencia. Vivo con ellos en una modesta casa, y gracias a Dios no pasamos necesidades. Yo me desempeño como cantante de música tropical, y de esa forma solvento mis gastos. También tengo dos hermanas. Patricia de 35, que se fue de casa apenas nació su bebé, y Carolina de 28. Justamente ella, hacía unos meses se había ido a vivir con su novio a un departamento a 10 cuadras de casa. Pero volvió por causa de una crisis de pareja, y no nos hizo gracia ir a buscarla a un hospital por intentar quitarse la vida ingiriendo pastillas. Decidió entonces distanciarse de su novio y pasar unas semanas con nosotros, cosa que me alegró; ya que mi relación con Caro siempre fue de puta madre. Me ayudó con el cole, me asesoraba con la ropa de mis actuaciones, me celaba de algunas chicas y confiaba en mí como nadie. Eso cambió un poco con la llegada de su novio, aunque me lo tomé bien. Con Patricia, en cambio, mi relación era bastante más cruda. Por empezar, ella odia la cumbia y el cuarteto. Por lo tanto, me considera un grasa que podría cantar cosas más interesantes.
Sucede que cierta noche no tuve cierto recaudo, y Carolina me descubrió. Estaba solo en mi habitación teniendo sexo telefónico con una neuquina, cosa que practico hace tiempo, y me faltaba poco para acabarme como un conejo con su voz gimiendo en el tubo. Me encantaba entrar a las líneas telefónicas para pajearme, para hablar con gente, o simplemente a hinchar las pelotas. En eso Caro me asustó de golpe, interrumpiendo mi privacidad.
¡Sos un cochino de mierda! ¡Madurá un poquito pendejo, que después las facturas las paga el viejo!, se fue diciendo en voz baja, una vez que me quitó el teléfono inalámbrico de la mano, mientras cerraba mi puerta con sigilo, la que yo había olvidado abierta. Me sentí ridiculizado, y más cuando volvieron a mi mente algunos recuerdos. A ella le encantaba acompañarme al baño de noche, ya que yo ni me movía de la casa si alguien no me llevaba de la mano a destino. Ella me bajaba pantalón y calzoncillo, y me tenía el pito mientras hacía pis, según ella para que no salpique. A veces me tocaba más de la cuenta. Se mataba de risa cuando después de bañarme me ponía una bombacha de ella al vestirme. En ocasiones, cuando por las noches me tapaba por pedidos de mi madre, me tocaba el pene y nos besábamos en la boca. Era mi hermana, y yo no tenía cuestionamientos hacia ella. Además, me gustaba que me toque. Aunque, sabía bien que eso estaba mal, o que al menos no era del todo correcto.
Así todo yo jamás la toqué. Ni siquiera me atreví a imaginarla. Una vez encontré una bombachita usada de ella, y me atreví a olerla para masturbarme sin control. Pero en cuanto me enleché las manos tuve un sentimiento de culpa que me paralizó, y no reincidí sobre eso.
Vale aclarar que sexualmente no tuve muchas experiencias. Tuve dos novias. La primera era ciega y más prejuiciosa que yo, por lo que besarnos ya era una proeza. La segunda era prostituta, y la conocí en esa línea de encuentros. Carina jamás tenía ganas de acostarse conmigo, aunque con ella supe lo que es una buena mamada. Después, digamos que solo adoptaba el rol del amigo consejero, al que le calentaban la pija con histerismos y boludeces.
En efecto, dos noches después de la neuquina, Caro volvió a mi cuarto. Esta vez yo estaba acostado y en bóxer, con el tubo en mi oído izquierdo, acaramelado con la voz de una trans que me prometía chupármela como nadie, y con mi mano derecha endureciéndome la verga a pura paja.
Esta vez no olvidé cerrar la puerta. Ella la abrió silenciosa, y realmente no sé cuánto tiempo estuvo observándome. No me enteré que estaba a unos pocos pasos de mi cama, hasta que la oí decir: ¡Seguí chancho, quiero ver cómo te la hacés, y dejá el teléfono!
Estaba confundido, perplejo. Y más cuando me quitó el teléfono, rasguñándome accidentalmente la mano, y agregó: ¿Así que te pajeás todos los días con esas putas? ¡Tocate la pija, mostrame cómo te acabás encima!
Pero lo peor fue cuando envolvió mi pene en su mano y me lo apretó durante unos segundos. La eché de mi pieza sin pensarlo, entre insultos y desconciertos, y, a pesar del cachetazo que me aplicó le dejé en claro que es una desubicada, trastornada, irrespetuosa, y no sé qué más. Se fue enseguida, y en medio de la confusión me encremé hasta la panza apenas me toqué la poronga. Estaba desorientado, pero seguro que ya nada de esto volvería a repetirse.
Sin embargo, a los 5 días de tamaños episodios, en la sobre mesa de la cena me tocó el bulto por abajo del mantel. Yo no sabía si mis padres aún permanecían ahí. Además, ambos son mayores y tienen serios problemas de salud, por lo que enterarse que había algunas situaciones extrañas entre nosotros, por mínimo que fuere, desencadenaría sin dudas un caos. Por eso le saqué la mano, pero ella insistía y me la apretujaba para sentir mi inevitable erección. Cuando terminamos de cenar, apenas me levanté para ir a mi pieza me arrinconó contra una pared y me manoseó a su antojo, neutralizando mis movimientos con una fuerza desconocida. No decía nada. Apenas murmuraba: ¡Callate pendejito!
Me pajeó sobre la ropa, hasta que me acabé encima cuando ella me fregaba fervientemente sus gomas en la cara. Ella no lo supo. Me dejó ir cuando el papi nos gritó desde la cocina para que apaguemos el tele que aturdía con un partido del año del pedo. Me di una ducha pensando que todo al fin había terminado. Tenía que terminarse. Aquello no podía estar pasando. Sabía que Caro estaba con tratamiento psiquiátrico, que tomaba pastillas y que sus emociones eran trenes descarrilando en su mente. Además de su crisis de pareja, tenía problemas laborales, y se sentía más que angustiada porque no podía quedar embarazada. Para colmo, teníamos a la vieja con un cuadro de depresión por perder una pierna a causa de la diabetes. Con este panorama, Caro ya no era esa chica risueña, futbolera y dulce que conocíamos.
Pero esa misma noche, ella entró a mi cuarto otra vez junto a la madrugada, me bajó el bóxer y sentenció en mi oído incrédulo: ¡Pajeate pendejito, ya!
Salí exaltado de la cama y le pedí que se vaya, abandonando por completo mi cama. Ella, por toda respuesta empezó a corretearme por la pieza, bloqueándome con su cuerpo la puerta de salida. Me cacheteó el rostro con ira, y ni bien me tiró con todo sobre uno de mis muebles tomó mi pija en sus manos para pajeármela. Esas manos eran como tenazas calientes, y mi equilibrio conspiraba con mi sangre para que mi sexo no reaccione. Pero era en vano. Aquella fue una paja frenética, breve, sin sutilezas ni delicias. Cuando se la metió en la boca después de pronunciar: ¡Más te vale que te calles pajerito!, tuve ganas de cagarla a trompadas, aunque también un deseo de empacharla de leche. Mientras me la succionaba, apretaba mis caderas contra el ropero con sus manos, y me pisaba los pies cada vez que me disponía a huir. Yo estaba descalzo. Me pegó en los huevos y en la pija, me la escupió, quiso meterme un dedo en el culo cuando mordisqueaba mi tronco encendido, y me lamió todo el cuero un largo rato. Pude sentir la faz de su garganta, su lengua como un pez entre su paladar y mi dureza, sus dientes asesinos y, su alivio apenas mi semen comenzó a fluir en su boca.
¿Estás contento que te sacaron la lechita?, dijo antes de cruzar la puerta. Al otro día ni nos hablamos. Ella parecía transformarse en esos momentos. Era como una sonámbula inmoral, que tal vez no sabía de sus actos. Yo no tenía cómo abordar el tema con ella, y mucho menos si hablarlo con alguno de mis amigos.
Pero ella tuvo que llegar a las últimas instancias. Una noche de un martes, inusualmente me acosté a eso de las 11, y no planeaba entrar al facebook, ni a la línea, ni escuchar música. Esta vez Caro me despertó. Y fue demasiado tarde para mis pocas fuerzas suponer que podría disuadir semejante locura.
Ella estaba derrumbada sobre mí, con la furia de un peligroso volcán, bajándome el calzoncillo, gimiendo, entrecortando respiraciones, repitiendo: ¡Te quiero coger pendejo chancho!, y pronto masturbándome sin cuidados, fregándome sus tetas en el pecho. Estaba desnuda casi. Solo tenía una bombacha muy mojada. Lo sé a pesar de no haberla tocado, ya que su cuerpo se frotaba entero contra el mío. La pija se me paraba desobedeciendo a mis principios, y ella poco a poco se la colocaba en la entrada de la vagina. Mi padre dormía en el quincho que colinda con mi cuarto, solo para estar alerta gracias a algunos robos que hubo en el barrio. Así que no debíamos hacer ruidos. Ella olía mi bóxer, se movía encima de mí con mi verga cada vez más aprisionada por su conchita resbaladiza, se golpeaba la cabeza por los sismos, ya que duermo abajo en una cama cucheta, me mordía los dedos, se arrancaba el pelo, se subía y bajaba la bombacha, y todo lo que me decía era: ¡Así, dame pito, asíiii alzadito de mierda!
Intentaba pensar en cualquier cosa para no disfrutar de esa cogida feroz, para no irme en seco adentro de su concha que, también se refregó contra mis piernas vencidas. Cuando me puso una almohada en la cara me cogió con mayor adrenalina, y supongo que se nalgueaba el orto por lo que podía oír. Me lamió el cuello, me mordió las orejas y acabó de repente, cuando casi no podía contener mi explosión seminal. Se levantó y se hizo humo en un segundo. No pude evitar pajearme tres veces con su aroma a hembra en mi cama y el recuerdo fresco de sus tetas en mi piel. Hasta hoy no sacamos el tema. Un poco por temor, otro porque estas cosas no se encaran así nomás, y yo no tengo talento para tomar las riendas. Sea como sea, mi hermana me violó, y mal que me pese, me confunda o me perturbe, tendrá que ser nuestro secreto hasta la tumba.    Fin

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