El amiguito de mi papi




Se me calentó la sangre cuando vi por primera vez al mecánico de mi viejo, la noche que lo invitó a cenar. ¡No podía quitarle los ojos de encima! Tanto es así que hasta mami se dio cuenta y me mandó a la cama, ni bien recogió mi plato vacío. Pero él no iba a sospechar de una mocosa de 14 años en ese entonces.
Ahora que tenía 18 ansiaba tanto su vuelta a casa para que me vea y así ingeniármelas para seducirlo. Ahora nadie me detendría.
Una tarde vino a traerle un repuesto a papi, y como yo sabía que casi siempre se quedaba a tomar una cerveza con él en el patio, pensé que algo podía planificar. Además, por charlas que les escuché, supe que, al parecer, es el más cogedor del barrio en el que vive, y que su debilidad son las colegialas. Eso a mí me parecía perfecto, ya que su mujer no le daba bola desde que fue mamá, según él. Se quejaba de eso, siempre que hablaba con mi madre, y ella le decía que era importante que se arme de paciencia. En cambio, mi padre le decía un poco en broma, que no estaría mal tener a una putita para sacarse las ganas, y que su mujer no debía enterarse. Eso, le valía más de una discusión con mi madre. Yo me reía de cómo se trataban.
Cuando Carlos llegó una tarde de sábado, yo fingí quedarme dormida tomando sol en una reposera, con una pequeña remera roja y un culote rosa, boca arriba y con las manos entre las piernas. Al poco rato mi viejo y Carlos hablaban de fútbol, de una modelo y, casualmente de un tiroteo en una gomería. Hasta que sonó el teléfono en la cocina, y papi corrió a contestar. Oportunidad que Carlos aprovechó para mirarme como yo lo necesitaba.
No tengo una figura muy llamativa que digamos. Pero me destaco por tener una linda cola. Siempre me calentó que los chicos me peguen o me la pellizquen en la escuela, o que me la apoyen en el colectivo cuando voy a danzas y no hay lugar para moverse. Soy morocha, algo rellenita y tengo los ojos del color del tiempo. No me enorgullezco de mis tetas, pero puedo decir que son una parte muy sensible de mi cuerpo. Cualquiera que sepa chupármelas, tiene las llaves para hacer con mi sexo lo que desee.
Entonces me acomodé boca abajo, y simulando que me picaba una nalga hundí mi mano bajo mi culote y me lo levanté, apenas un centímetro de mi piel. Él no pudo contenerse. Al punto que se me acercó y dijo temeroso: ¡Diana, te quedaste dormida bebé! ¿No te parece mejor, ir a la cama?
Yo, emputecida y en celo, me puse de pie y le comí la boca de una, sin dejarlo reaccionar, con mi lengua deseosa porque me haga mujer. Ya no quería ser la nenita pajera entre las sábanas, si bien ya me había movido a todo quinto primera. Mi lengua llegó a tocar la suya, mis labios succionaron los suyos, y nuestros dientes se chocaron cargados de una ansiedad incontrolable. Saboreé su saliva, y no encontraba excusas para dejar de hacerlo. Él estaba nervioso y con serias razones, pues, si mi viejo lo veía lo mataba a trompadas. A mí, como mucho me cortaba la mensualidad y listo. Mi viejo no le permitiría a ningún chico acercarse demasiado a su nena. ¡Y menos a un tipo que me doblaba la edad! Por ello, en cuanto él regresó con unas papas y algo más para picar, yo les pedí disculpas por quedarme dormida, con mi mejor carita de pena, y rajé a mi habitación toda mojada, mientras Carlos se hacía el distraído. Aunque de todas formas, le costó separar su cuerpo del mío, y ni se limitó al momento de acariciarme la cola sobre la bombacha. ¡No sé cómo mi viejo no se dio cuenta de nada!
Pero aquello no podía quedar ahí, porque, una semana después, cuando yo caminaba lo más campante hacia lo de una amiga, oí su voz replicar mi nombre, como si fuese un trueno a lo lejos. No lo veía, pero mi corazón y mi cosita palpitaban rozagantes por su encuentro. Entonces, a los pocos pasos, me sorprendió con sus pesadas manos sobre mi cintura, tras salir impaciente de una arboleda en la avenida atardeciendo, como si tuviese una noticia impostergable. Dijo que en su taller íbamos a estar mejor, más cómodos, y que tendríamos más privacidad, y me llevó alucinada después de tranzarme, metiendo su mano adentro de mi shortcito, haciéndoles presagiar con su tacto febril a mi orto y a mi conchita lo que les esperaba, sin fijarse en los dos tipos que nos miraban.
¡Esos tipos te estuvieron mirando la cola desde que te vi! ¡Tengo que protegerte nena! ¿Qué hacés solita por acá? ¿No sabés que esta zona es peligrosa?, me decía, como si buscara una estrategia forzosa para conducirme a lo que realmente quería. Cuando vi a los tipos que caminaban por la otra vereda, noté que uno se acomodaba el pedazo, sin ninguna vergüenza.
Realmente Charly no tenía grandes atributos. Pero siempre tuve la fantasía de que me viole un hombre rudo, con la voz áspera, con la ropa llena de grasa y tabaco, y si era amigo de papi mejor.
Ni bien entramos a su museo de autos rotos, tendió una lona en el suelo, al tiempo que trancaba la puerta con una caja de herramientas, y luego afirmó, mientras golpeaba la puerta de un auto con un destornillador: ¡Hoy no vas a zafar, calentoncita de mierda!
Me alzó en sus brazos para quitarme las sandalias, mordisquearme las gambas con sus bigotes lacerando mi piel con cosquillitas, y desatarme el pelo lo más desprolijo y bruto que pudo, jurándome que si me portaba bien sería su putita preferida. Todo se daba con tal velocidad, que mis sentimientos no llegaban a distinguir entre lo correcto, lo impensado, la aventura y el fuego sexual que me invadía. Se desnudó, me quitó la remerita azul sin mangas y el corpiño para comenzar a fregar su pija sudada pero imponente contra mis tetas, y pronto me convenció de que no soy una nena, cuando al fin me introdujo tamaño instrumento en la boca para que me envicie de tanto chuparlo, lamerlo y frotarlo en mi carita ruborizada, arrodillada en un tablón manchado de aceite. ¡Tenía la verga muy grande, mucho más que la de mis compañeritos del colegio! ¡Jamás me había atragantado tanto, casi al borde de vomitar con una pija intentando traspasar mi garganta!
Se la escupí, lo pajeé con verdaderas ganas de que me dé la mejor cogida del universo, lamí sus colgantes huevos peludos hasta engullirlos en mi boca, y él gimió muy encendido bajándome el shortcito, sin ninguna sutileza. Luego me tiró con todo sobre la lona, donde comenzó a marcarme miles de chupones mientras me pajeaba, me devoró las gomas cerca de lastimarlas con sus rústicas uñas y dientes, me pegó con su chota más dura cada vez en ellas y en la cara diciendo que le fascinan las nenas que adelante del papi se hacen las santitas, y a la larga son flor de trolas.
Una catarata de semen ardiente estalló en mi rostro de repente. Fue un disparo espeso, agridulce y abundante, tras el que Carlos pareció rendirse agotado. Pero al toque me puso como perrita arriba del capot de un auto rojo muy antiguo, me olió toda mientras me apretaba y castigaba la cola con una cinta métrica porque, según él mi piel olía a pipí de gata, y me comió la conchita introduciéndole un caramelo con su lengua inteligente. Cuando la movía intrépida con un dedito presionando en la entrada de mi culo, o cuando sus labios finos atrapaban mi clítoris, o cuando succionaba cada gota de mis jugos y me los escupía con fuerza en las piernas tras degustarlos, ¡me daban unas ganas irrefrenables de cabalgarlo todo el tiempo como una guacha salvaje!
De repente se adueñó de mi voluntad y me tomó varias fotos. Me sacó la bombacha, me sentó sobre él de espaldas para darme unas furiosas contracciones cuando su enorme pedazo cabeceaba con vehemencia en mi vulva hambrienta, oliendo mi calzón con la mirada tan turbia como la guerrera ambición con la que me arañaba las piernas.
Luego, aún sentada sobre él pero de frente, siguió invadiéndome de pija, saboreando mis pezones duros y pidiéndome que no pare de gemir.
Enseguida decidió ponerme en cuatro sobre el suelo, y mientras me prometía que ni en pedo se pondría un forro para garcharse a una villerita como yo, lamió mi orto para clavarla allí sin previo anuncio y moverse con mucha agilidad, haciéndome tragar los dedos que retiraba de mi vagina. Me azotaba el culo con sus manos y su pubis endiablado, me tiraba el pelo, mordía mis orejas con su respiración derrumbada en mis oídos, y quería que le diga que es mi papito chanchito y asqueroso. Me calentaba que me trate de villera, cuando sabía perfectamente que no lo soy, y que además las detesto.
Después me sentó en una fría mesada repleta de trapos sucios, donde me hice pis bajo sus órdenes, y ahí mismo, mientras me sujetaba me cogió la chuchi manipulando mis piernas con cierta violencia por momentos. No me dejó ir al baño cuando se lo pedí. No paraba de gritarme: ¡Te voy a dejar preñadita loca, toda enlechadita te vas a ir de acá putita barata!
Hasta que me recostó con la cabeza colgando para regalarme su leche ágil en la boca tras lamérsela enterita, la que me tragué sacando la lengua para no derrochar ni un solo sorbito de mis labios, con un tímido jadeo y su pene deshinchándose contra mis mejillas.
Después me hizo acabar, tan solo en corpiño y bombacha, con su lengua y sus dedos en mi concha sobre la butaca trasera de aquella chatarra roja.
Sabíamos que con solo rozarnos o mirarnos el deseo nos prendía fuego lo poco que conserváramos de moral. Como él debía entregar un motor en breve, me llevó a su bañito personal, roñoso y despintado para que me vista. Pero ni bien terminé, ya que él registró todo mi trámite, me cogió hasta dejarme un nuevo río de leche entre mi tanga y mi entrepierna.
Eran las 8 cuando me subió a su moto híper fachera para llevarme a casa. Lo hizo zarandeándome como a una cualquiera, murmurando: ¡Dale boludita, que llegás tarde, y no tengo tiempo para esperar a que la nenita se decida!
Durante el viaje, no podía evitar mojarme de tanto fregar las tetas en su espalda al descubierto y mi fresa en su culo poco generoso. Creo que con los movimientos y vibraciones del mismo cuerpo sobre el rugido del motor, acabé dos veces. Cuando llegamos a casa me manoteó de la remera para bajarme, y antes de tocar el timbre dijo bajito en mi cara: ¡No te laves ni te cambies la ropita… sentate a comer así con tu familia, toda enlechada, y que tu papi sepa que la puta de su hija se revolcó con Carlitos en su taller!
Se subió a la moto con una risa macabra que, de a poco era silencio en la noche nublada, y en mi aroma a sexo insaciable. Por supuesto, le hice caso, y en medio de la cena me acordé de Jazmín, mi amiga a la que dejé plantada.
A la madrugada la llamé para disculparme, y no pude evitar pajearme mientras le contaba todo, y con lujo de detalles. ¡Creo que ella me cortó cuando mis gemidos eran imposibles de censurar!   Fin

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