El pervertido de mi marido


¡No se puede ser tan hijo de puta! Es verdad que fui una boluda, una confianzuda de mierda, y que por pensar en ganar más guita me llenaba de trabajo. Es que no quería que mis hijos pasen por las mismas necesidades que yo viví en mi infancia. Hoy tengo 36 años, vivo en lo de mis padres con mis 4 niños y no pienso volver al barrio donde viví hasta hace unos meses atrás con mi marido. ¡No hay forma de perdonarle lo que me hizo!
Yo trabajo como personal de limpieza en un casino, y gracias a la rotación de los turnos, y al oficio de tachero de Rodolfo, nos vimos obligados a contratar a una chica para que cuide a los niños, les cocine y los lleve a la escuela si era necesario. Yo siempre me las arreglaba para ir a buscarlos. Pero, lamentablemente mis niños no tenían conducta para bañarse, hacer los deberes ni levantarse temprano.
Rodolfo me habló de la Lili, que es la hija más chica de don Ramos, el ferretero del barrio. El hombre es viudo, y a pesar que no saluda a nadie cuando está sobrio, es una buena persona. Aunque, de su hija no tenía ninguna referencia.
El caso es que las primeras semanas hubo que tener paciencia. Lili tenía 16 años y poca experiencia. Muchas veces no se animaba a bañar a Luciana, mi nena de 5 años, y la llevaba al jardín con el pelo enredado, la ropa manchada y con olor a transpiración. Según mi mejor amiga le pagábamos bien, y hasta le dimos un televisor de cagarse, que ni nosotros podíamos tener. Me apenó mucho que una noche le entraran a la casa a robarle hasta la mesa.
Muchas veces yo llegaba cansada al hogar, y lo único que deseaba era una buena sopa y meterme a la cama. Con mi marido a veces ni nos cruzábamos. Pero cuando coincidíamos nos matábamos cogiendo. Para él soy una tigresa en celo, una buena puta en la cama, y una calientapija extraordinaria.
El tema es que, me empezaron a llamar la atención algunas cosas que me contaban los chicos.
¡Maaa, papi no me dio plata para un planisferio! ¡Lo llamé, pero se quedó dormido con la Lili!, dijo un mediodía Miguel, mi hijo de 9.
Otra noche Luciana me explicó que había que comprarle un vestidito nuevo a Lili, porque se le rompió, y que por ese accidente anduvo con las lolas al aire casi toda la mañana.
Esto, sumado a que Ignacio, mi pequeño de 2 años siempre me esperaba meado y con hambre, que Mateo no se despegaba de sus jueguitos en la compu, y que Micky traía malas notas de la escuela, me instaron a hablar con Liliana. Ella me tranquilizó con su terror por no perder el trabajo, y que desde ahora nada se le iría de las manos. Entendía sus súplicas, y me puse en su lugar. Le creí cuando dijo que Nacho nunca le dice cuando quiere pis, que Luciana no se quiere bañar ni bajo soborno, y que Mateo es un mal educado con ella, porque lo es con todos los adultos. Nadie más que yo conoce mejor a mis hijos.
Las cosas sin embargo no se calmaron. Un par de veces me encontré con que los chicos se pelearon hasta lastimarse, y que Lili no supo cómo detener la situación.
Mateo: ¡Papi la llamó cuando llegó, y no fuimos al cole porque no hubo clases!
Miguel: ¡Pero la Luci no me devuelve mi celu!
Luciana: ¡Y Mateo me pegó porque dice que soy una gordita de mierda!
Mateo: ¡la Lili nos gritó que ya venía a castigar a Miguel, pero estuvo con el papi arriba de una silla!, me ponían al tanto los guachos entre grititos, malos modos y furia contenida. Cuando le pregunté a Rodolfo por semejante escándalo, dijo que la llamó para que saque las telas de arañas del techo, y que él la ayudó un poco con las partes a las que ella no llegaba.
Una tarde, antes de llegar a casa, veo a mis hijos en la placita del barrio con otros nenes. ¡Menos mal que había una madre conocida! Les pregunté por Lili o por su padre. Mateo dijo que él los mandó a la plaza porque tenía que hablar de cosas importantes con Liliana. Los reuní como pude, a los gritos y con ayuda de la madre de Franco, el mejor amigo de Miguel, y después de comprar una gaseosa y unas galletitas nos fuimos a la casa. Liliana no estaba, y Rodolfo descansaba en la cama. Algo no me cerraba del todo, y una especie de presentimiento horrible me inundaba los pulmones. Por eso me encerré en la pieza y lo desperté chupándole la pija. Tenía un olor a garcha que solo me incitaba a petearlo, pasármela por las gomas y pajearlo contra mi boca. Cuando al fin noté que ya no pude más, me le subí encima para atenazarle la verga con mi concha híper flujosa.
¿Qué tenían que hablar con Lili papi? ¿Qué te hizo la sucia esa? ¿Te anduvo provocando? ¿Te movió la colita esa turrita? ¿Por qué los guachos estaban en la plaza? ¿Te pidió la lechita en la boca esa putarraca?, lo celé mientras lo cabalgaba, sin importarme si gemía o la cama chillaba. Rodolfo quiso hablarme del padre de la guacha, de una enfermedad y qué sé yo cuánta pavada. Me juraba que estaba viendo fantasmas, que tenía que aflojarle al laburo por los dolores de cabeza, y me pedía que le coma toda la verga. En cuanto acabó me fui a cocinar, sin razonar demasiado en sus excusas. Pero le creí, sin saber que aquel fuera nuestro último polvo.
Una tarde, cuando volví con los nenes de la escuela, lista para prepararles la merienda, una vez que les prendo la tele decido ir a mi pieza para cambiarme. No sé cómo reaccioné, o cuál habrá sido mi cara cuando vi a Lili recostada en nuestra cama, descalza, en bombacha y con las tetas desnudas. La sacudí y le hablé para despertarla. Apenas bostezó se disculpó por quedarse dormida, y agregó que tenía mucho calor. Le pregunté si Rodolfo había venido al mediodía. Negó con la cabeza algo confundida, se tapó las lolas con las manos y buscó su ropa con la mirada. Esa tarde no había más de 16 grados. Volví a creerle cuando dijo que después de llevar a los chicos al cole se descompuso, y que para no alarmar a su padre prefirió venir a casa y recuperarse. Aunque de todos modos, recuerdo que me acerqué a su rostro pálido, le agarré una goma con las manos y le dije: ¡Ojo conmigo pendejita! ¡Espero que no le andes calentando el pito a mi marido con estas tetitas, o con ese pedazo de orto que tenés! ¡Ahí sí que se te acaba todo, y vas a preferir no haber nacido! ¡Así que no te hagas la putona en mi casa!
Al tiempo encontré una tanguita rosa debajo de la cama, y no la reconocí como mía. Le pregunté a Lili si otra siesta durmió en casa, y como me dijo que sí se la mostré para saber si era de ella. Se la llevó entre renovadas disculpas, jurándome que Rodolfo no había estado en casa esa siesta.
A todo esto los chicos seguían desatendidos. Luciana me dijo mientras la bañaba una tarde que Nacho a veces le toma la teta a la tía Lili, como todos le decíamos. No sabía cómo preguntarle más detalles. Mi cabeza ya no encontraba lucidez. Algo raro estaba pasando, y era hora de descubrirlo. Pero ella solita habló luego, casi sin querer, mientras yo la secaba.
¡Papi le pone pañales a Nacho cuando te vas, y después la tía Lili lo cambia, y le da la teta con papi en la cama!
Le cuestioné a Rodolfo nuevamente. Primero acusó a la nena de mentirosa. Pero apenas le di vuelta la jeta de un tortazo confesó que le ponen pañales a Ignacio para que Liliana no tenga que lavar tanta ropa. Claro, cuando yo llegaba no había indicios de eso porque lo cambiaban.
¡Así el nene no va a dejar el pañal nunca!, le grité en la cara.
¿Y cómo es eso que la tía Lili le da la teta, y vos estás con ella?, investigué.
¡Negra, sabés cómo es la Lili, que juega con los chicos! ¡Qué mierda sé yo! ¡Trabajo como un boludo todos los días para que me preguntes pelotudeces! ¡Así que si no vamos a coger dejame dormir!, dijo indignado, y se durmió con la pija en la mano, porque esa noche ni lo toqué. No entendía nada. No sabía con quién hablarlo. Pero no era algo usual que Liliana tenga juegos tan obscenos con mi niño. Además, cuando se lo pregunté, me lo negó rotundamente.
Cierta madrugada, volviendo a casa se me ocurrió preguntarle a los chicos, pero sin que se den cuenta que se trataba de un interrogatorio. El más grande es Mateo, aunque no sé cómo es que con 12 años no tiene ni un amiguito. Pero es el que más puede comprender de los 4. Al día siguiente los invité a un helado, y cuando bajó el sol de un domingo denso y húmedo fuimos a la placita. Ahí, entre galletitas y gaseosa me fueron dando algunos detalles. Pero el testimonio más grueso fue el de Mateo.
¡Para mí que al papi le gusta la tía Lili, porque se la lleva a dormir con él cuando viene! ¡Yo lo vi cómo le mira la cola, y el día que estaba parada en la silla se la acariciaba, le subía el vestidito y le pegaba despacito! ¡Yo eché a los chicos, porque se le re veía la bombacha! ¡Aparte, a veces se escucha como que se besan! ¡Yo vi algunas pelis de adultos, y puedo imaginarme lo que puede pasar! ¡El papi a veces cuando está en el baño la llama, y ella siempre sale en tetas, o arreglándose la ropa! ¡Una vez la vi a la tía en el patio a upa de papi, y se besaban!
No pude disimular las lágrimas, ni la bronca ni las ganas de morirme ahí mismo. Quería que la tierra me trague. No pensaba ni en mis hijos. ¡Me dolía todo! Un ácido caliente me quemaba los huesos, y la garganta se me hacía un puño de nervios incapaces de evitar una puteada tras otra. Para colmo, Luciana agregó que papi a veces la echa de su pieza cuando está durmiendo la siesta para entrar con Lili, y que luego se oyen grititos. Cosas como: ¡Dale puta, movete, así loquita, qué linda nenita sos guacha!
¡El muy imbécil se cogía a la pendeja en la cama de su hija! Eso me dinamitó los sesos. Si lo tenía en frente no respondía de mí.
Al fin en casa, me puse a revisarla de pies a cabeza. Debajo de la cama de Luciana encontré varios forros usados y dos tanguitas. ¡Yo siempre tomé pastillas porque odio el preservativo! Por lo tanto, para mí ya estaba todo dicho. Solo tenía que encontrar el momento preciso para atacar, como una tigresa, tal y como él me condecoró. Nuestro dormitorio estaba libre de culpas. Pero en el de los varones había más forros y calzones, la mayoría sucios. Pensé en que tal vez Rodolfo le pagara a Lili por sexo, y sentí pena por ella. Quizás Rodolfo abusaba de ella, o la forzaba a hacer cosas. Pero, ella tenía mi confianza, y mis advertencias. ¿Por qué no se animó a contármelo todo? Con estos elementos,, la mañana que entró a casa antes de mi último paso por allí la saludé con normalidad. Aunque esta vez, como nunca me detuve a mirarle las tetas y el culo. Pensé que no estaba nada mal la petiza. ¡Pero se curte a mi marido, y en mi cama, y en la casa de mis hijos! Entonces, tuve unas tremendas ganas de cagarla a trompadas, de quemarle las gomas con la hornalla al máximo, o de enrojecerle las nalgas con un hierro caliente.
Esa mañana le avisé que no volvía hasta la noche. Desafortunadamente para Rodolfo los planes cambiaron. A la siesta me pedí un taxi en el trabajo, me tomé un analgésico para la cabeza, esperé mientras le fumaba un pucho a un compañero y, en cuanto el coche llegó lo abordé. Le pedí que fuéramos a toda máquina. Le pagué el doble apenas arribamos en la cuadra anterior a mi casa. Caminé hasta la entrada que da al patio, abrí sigilosa el portón del garaje y entré. Me escondí en el ligustro que une mi patio con el del vecino, y vi a Lili en bombacha y corpiño tendiendo ropa. Al rato, con toda la nitidez del cielo celeste que tenía encima se oye la voz de Rodolfo desde adentro.
¡Dale guachita, ¿Querés mate o no?! ¡Y ya vení que quiero esa conchita!
Ella se sacó el corpiño, lo tiró en el pasto y entró a la casa. Entonces me pegué a la ventana de nuestra pieza, y nada. Enseguida escuché a Lili gritar: ¡Pará tarado, despacito que duelen las tetitas!
¡Estaban en la pieza de Luciana! Por lo que corrí a esa ventana y esperé paciente. La acción estaba ante mis ojos. Lili le chupaba de a sorbitos la pija a Rodolfo, sentadita en la cama mientras él le amasaba las tetas y se las apretaba con un broche de la ropa.
Cuando Rodolfo agarró una bombachita de Luciana me dio asco. Se la mostraba, se la hacía oler y le decía: ¡Dale, lamela, que cuando eras pendejita seguro tenías este olorcito! ¿No bebé?
Lili obedecía implacable. Cuando Rodolfo le sacudió la pija contra las tetas, Lili dijo suspirando: ¡Acá tu nenita soy yo, así que dame verga papi, y no la toques a la pendejita! ¡Y, para tu información yo no tenía olor a pis como ella! ¡Pero sí me re pajeaba mirando a los tipos grandes! ¡Y no me meaba en la camita, como la sucia de tu hijita!
Rodolfo enloqueció. La empujó contra el colchón, le metió la pija en la boca y la escuché atragantarse, casi al borde de pedir auxilio, con lágrimas en los ojos y algunos moquitos. Le cogía la boca con salvajismo, le masajeaba la argollita sobre el pantalón, le escupía la cara y, cuando le quitaba la pija era solo para que le lama los huevos. Rodolfo gemía, y no se le caía el putita alzada de los labios. Cuando la dejó en bombacha y la puso en cuatro sobre el piso, mis hormonas actuaban imprudentes, rebeldes y ya sin hacerle caso a la razón y a sus principios. Yo misma ya estaba con los pechos al aire, con el vaquero por los pies y las manos inquietas. Me ensalivaba los dedos para tocarme los pezones, me los estiraba, me daba unos masajitos en la concha notando cómo la bombacha se me hacía un mar de jugos, me pegaba en la cola y me separaba los glúteos, y me mordía la garganta por no gemir. Todo apoyada sobre la ventana, mientras Rodolfo dejaba a la guacha parada de manos en el suelo para rozarse con sus piernas y encastrarle el choto en la almeja, después de haberse extasiado con su aroma, de morderle el culo y de pajearla con dos dedos. La insultó porque no se había depilado, le pegó porque no se lavó el pelo antes de venir, y porque tenía la misma bombacha de la tarde anterior. Hasta me oriné encima en uno de mis orgasmos más perpetuos, deliciosos y electrizantes. Fue en el momento en que Rodolfo se sentó en el suelo, y la guacha, sin sacarse el calzón lo cabalgó. ¡Cómo se movía esa culeada! ¡Parecía que le iba a quebrar la pija de tanto movimiento de pelvis, que le iba a reventar los ojos de tantos tetazos!
Me desnudé totalmente cuando Rodolfo empezó a gritarle que ya le venía la leche, y Lili le pedía que le rebalse la concha. Pero eso no pasó, porque el muy desquiciado la levantó casi por los aires de un zamarreo, la revoleó en la cama boca abajo, le dio unos cuantos chirlos en la cola, la amordazó con una almohada y se le tiró encima para, en solo dos arrimaditas empezar a cogerle ese ortito perfecto. ¡La morocha era una mugrienta, pero no comía nada demás con tal de cuidarse la figura, la piel y la carita!
Se oía con claridad el rechinar de las patas de la cama, los peditos de la guacha, la pija de mi macho perforando aún más su agujerito, los gritos apretados en la almohada y las groserías que Rodolfo le dispensaba.
Mi clítoris estaba por estallar cuando decidí tomar el martillo preferido de mi marido, el que casualmente reposaba entre una maseta y la cucha del perro, y entré como un rayo a la habitación. En ese momento el hijo de puta sacaba la pija de la concha de la nena, ya habiéndole dejado un legado seminal más que cuantioso. No lo pensé dos veces. Justo cuando se estaba por poner de pie le clavé las uñas en la espalda y se las deslicé como sé que le fascina. Apenas notó que era yo, mi mano no tuvo piedad. Tres martillazos certeros se estrellaron en su nuca, y su cuerpo mareado cayó al suelo sin más. La pendeja no me vio porque estaba con los ojos vendados con su propia remerita. Habrá pensado que era un delincuente o algo así. Luego de unos segundos, ni reparé en él. Di vuelta sin mucho esfuerzo a la mocosa, y sin saber por qué le abrí las piernitas, hundí mi cara entre ellas y le lamí la vagina, el clítoris, cada pliegue de su sexo enrojecido por los chotazos de ese cerdo, y le besé con admiración desde los muslos hasta su ombligo.
¡Te lo dije putita, guachita asquerosa, chupa pitos, calienta bragueta, si te metías con mi macho, también te metías conmigo! ¡Así que ahora abrí las piernas, que quiero ver si mi macho te cogió bien cogidita mami!, le decía, mientras la guacha lloriqueaba, aturdida y al borde de un ataque de pánico.
Nunca había hecho nada con una mujer. Claro que atesoré todo el semen que Rodolfo expulsó en su interior, y pronto me atreví a besarla en la boca, para saborearlo juntas. Probé su lengua, mordí con mis besos cada gemidito insolente de su voz asombrada, le acaricié las tetas con las manos y con mis propias lolas, y le mordí el mentón dejándole la marca de la tigresa rendida a las evidencias. La tranquilicé jurándole que no tendría problemas, pues, yo me haría cargo de todo. Entonces, el silencio se rompió. Rodolfo seguía desmayado cuando Lili confirmaba mis sospechas.
¡Rodolfo me daba 10 pesos para que me lo coja! ¡Te lo juro! ¡Fijate en el bolsillo de mi pantalón! ¡No sabía cómo hablarte de eso, y no quería terminar en la calle! ¡Me decía que vos no te lo cogías, y que casi nunca lo querías petear!, dijo afligida y llorando. La calmé con unos besos en el cuello, y le lamí los pezones con un dedito en la puerta de su vagina. Ella disfrutaba, y de esa forma me confesaba todo. Al muy depravado le gustaba coger con Lili después de que ambos le hubieran cambiado el pañal a Nacho. Le creí, y en medio del barullo le pedí que se vista y se fuera, que ya tendría noticias mías, mientras nuestras bocas volvían a unirse en un beso intenso. La ayudé a ponerse la bombacha, le abroché el corpiño y la vi cruzar la puerta con cierta felicidad en su rostro. Quería borrarle la sonrisita de la cara de una trompada, comerle la boca o pedirle que desaparezca de mi vida para siempre. ¡Así que la guacha se regalaba por diez pesos, y este estúpido arruinó su vida por una conchita!
En medio de la locura, recordé que los niños estaban a minutos de salir del colegio. Nacho se había quedado con mi madre. Fui a buscarlos, les compré un helado a cada uno, y cuando llegamos a casa hicimos un bolsito con lo más importante para irnos a lo de mis viejos. Rodolfo ya no estaba en la casa, y sabiendo lo cagón que es no me sorprendía que hubiese huido como una rata a lo de sus padres, que viven en otra provincia. Con Lili nos vemos a menudo, y siempre que podemos, cuando no están mis viejos y los chicos juegan, nos hacemos el amor como locas. Ahora ella es mi putita, y me cobra diez pesos para desvestirme, hacerme masajes en los pies, para dejarse chupar las tetas, y para comerme la concha hasta tragarse todo mi orgasmo. ¡Me vuelve loca dormir con ella desnudita, sabiendo que otro tipo se la cogió una hora antes!
Hasta ahora Rodolfo no volvió ni siquiera a visitar a sus hijos, y ellos creen que su padre está trabajando en otro país. Además, a él ni se le pasaría por la cabeza pisar la casa de mis padres, con lo matones que son mis hermanos. En el fondo, es mejor que las cosas sigan así.   Fin

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