Incorregible


Realmente no sé cómo pude ser tan estúpida. Durante años me tragué el cuentito de que mi hija Tatiana era mi faro, la luz de mis ojos, y que yo para ella era alguien importante. Más allá de nuestro lazo de madre e hija. Su padre y yo nos divorciamos hace 6 años, y tuvimos que llevar el caso a la justicia. Es que, siempre me pareció sospechosa la relación que él tenía con ella. Había muchos mimos entre ellos que iban un poco más allá de cualquier demostración de cariño. Ella vivía sentada en sus piernas, y a diario tenía que llamarles la atención por los juegos de manos que, generalmente terminaban con pellizcos, o algunos mordiscones. Ella se reía, le rasguñaba los brazos y hasta le tiraba cosas. Pero Tati ya tenía 13 años. A mi cerebro no le parecía saludable tanto contacto directo entre ellos. Mi marido me trataba de pervertida, y me acusaba de tener la mente retorcida cada vez que yo le pedía encarecidamente que controle tales juegos con Tatiana. A veces sentía que yo era la equivocada, la que se enroscaba por nada, y me sentía una boluda. Tal vez eran celos incomprensibles, o quizás no quería aceptar que mi marido tenía más tiempo que yo para dispensarle a Tati. Sin embargo, cuando llegaba cerca de las 9 de la noche de la escuela, ya que me desempeño como maestra rural, y desde ese colegio a mi casa tenía como dos horas en colectivo, no me hacía ninguna gracia encontrar a mi marido mirando la tele con Tatiana en sus brazos. Muchas veces veían películas, o partidos, ya que los dos son hinchas de Boca Junior. Mariano siempre estaba vestido, a excepción de alguna que otra tarde en la que andaba con musculosa y bermuda. Pero ella, varias veces estaba en culotes, o en bombacha y top, o con un vestido re apretado. Para colmo, la guacha ya portaba unas tetas dignas de ser admiradas. ¡Pero Tati era nuestra hija! ¡No podía pensar en esas pavadas! ¡Todo eso del incesto, de lo prohibido y corrupto entre familias, lo inmoral y lo indeseable, solo pasaba en las novelas brasileñas, o en los dramas mexicanos, o en las series turcas que veía mi hermana, o las vecinas!
Una vez estallé de bronca cuando llegué mareada por un dolor de cabeza que no me dejaba siquiera respirar. Entré casi a los gritos, y no me contuve más. Es que Tatiana estaba muy echada encima de las piernas de mi marido, con la cabeza sobre ellas, y sus piernas apoyadas en el apoyabrazos del sillón, totalmente separadas, y tan solo con una bombachita blanca cubriéndole el sexo.
¡Tatiana, levantate ya de ahí, guacha asquerosa! ¡Y andá a tu cuarto! ¡A ver si, en lugar de jugar a hacerte la tonta, aprendés a tenderte la cama, a lavarte las bombachas, y a no desaprobar materias!, le dije, mientras la sacudía de un brazo. Se hacía la dormida sin demasiadas convicciones, y eso generó más sospechas en mi mente extraviada. Pero por suerte me hizo caso. Esa vez Mariano también se comió mi sermón, y no le escatimé insultos.
¡Vos sos un degenerado! ¡Me importa tres carajos que sea tu hija, que la viste nacer, la cambiaste y toda la pelota! ¡Ya tiene 13 años! ¡Tiene tetas Mariano! ¡Y seguro que tiene ganas de probar cosas! ¡No te hagas el boludo! ¡La concha le pide pija! ¡Y si ya, a esta altura se te tira encima en bombacha, puede confundirse, o vos la podés confundir, idiota! ¿No te entra en la cabeza lo que te digo? ¡Y no empieces con eso de que soy una antigua, una chiflada, o lo que se te antoje! ¡No quiero verte más con la nena a upa! ¡Entendelo! ¡La pendeja ya creció! ¡Y más vale que no me entere que la manoseás! ¡Porque te juro que te corto las bolas!, fui capaz de suministrarle toda mi bronca en palabras exaltadas, hirientes y amenazantes. En todo aquello, algo no me cerraba del todo. Mariano, siempre que podía pormenorizaba la situación, y Tatiana se hacía la boluda.
¡Sandra, te lo digo por última vez! ¡No sé qué, o quién carajo te metió en la cabeza eso de que mi hija, mi propia hija no puede compartir cosas con su padre, o sea, conmigo! ¿De verdad pensás que yo la voy a tocar? ¡Sinceramente, te lo pido por tu propia salud mental! ¡No sé qué onda con los guachos a los que les das clases en el campo! ¡Pero, vas a necesitar terapia nena! ¿Cómo se te ocurre acusarme de semejante cosa?, me dijo aquella vez, temblando de pies a cabeza, cambiando los canales de la tele sin sentido. Supe que había ido demasiado lejos, o al menos me pareció que estuve un poco fuerte en mis apreciaciones. Le pedí disculpas, y entonces él actuó como el ofendido por un rato. Hasta la hora de la cena, en que todo parecía lentamente volver a la normalidad. Aquel día comimos a las 12 de la noche.
Pero una siesta de sábado, reuní todas las evidencias que necesitaba. A los dos, en la peor de las situaciones en la que podía encontrarlos. Ese día era el cumpleaños de una maestra amiga, de esas no muy querida por todas, pero muy popular en el ambiente. Había quedado en juntarme con todas en un café del centro. Pero, luego del almuerzo con mi madre, tuve muchas ganas de estar en mi casa. Ni siquiera les escribí para avisarles de mi ausencia a las maestras. Directamente, ni bien mi papá se fue a dormir la siesta, yo partí hacia mi hogar. Entonces, una vez que entré y me tomé un vaso de agua, llamé a Mariano y a Tatiana. Ninguno de los dos me respondió. Cosa que me pareció raro, ya que ella seguro estaría en la computadora jugando, y Mariano, bueno, él podía estar echado en la cama, o en su tallercito en el fondo, arreglando alguna moto, o cualquier artefacto electrónico, ya que se dedicaba a esas labores. Supongo que, fui a mi habitación para quitarme los zapatos, o pensando en ponerme alguna ropa más cómoda. Realmente muchas cosas se borraron de mi cabeza cuando todo lo que habíamos construido, se convertía en polvo y cenizas de un incendio irreversible, innegable y ya sin una pizca de libertad. Había escuchado una risa juvenil, luego unos gemidos sexuales, y el timbre de una voz conocida, repitiendo una y otra vez: ¡Así, tocame las tetas, tocame bien las tetas papi, asíii, agarrame asíiiií, agarrame las tetas, y chupalas si querés! ¿Te calienta chuparme las tetas así?
No pude abrir la boca para anunciarme, ni para gritar algo en concreto. Sólo caminé hasta la puerta del cuarto de Tatiana, atesorando la esperanza de que se trate de ella con algún pibito de su edad, algún compañerito del cole, o alguno de los chicos del club. Ya era demasiado grave que mi hija estuviese teniendo sexo a sus 13 años. Pero, quería convencerme de eso, y no de lo que mi cerebro entretejía, con todas las ganas de creer que se trataba de un error. Sin embargo, al colarme por la puerta, descubrí a Mariano tendido boca abajo en la cama de Tatiana, con la remera levantada, el bóxer por los tobillos, y un balanceo lento y pausado. Debajo de él estaba Tatiana, con los ojos cerrados, con sus pechos siendo manoseados por su padre, el pelo revuelto y las piernas abiertas. Al lado de la cama, el resto de la ropa de Mariano y la bombacha de Tatiana terminaban de armar el grotesco cuadro de la infamia, el descaro y la insensatez en su máxima expresión. No recuerdo qué hice primero. Si llamé a la policía, si le pegué en la cabeza a Mariano con una lámpara, si saqué a Tatiana de los pelos de la cama y la mandé a ducharse, o si empecé a putearlos hasta quedarme afónica. Tatiana no quiso colaborar con el oficial, una vez que se apersonó a mi casa y yo le conté lo sucedido. Mariano estaba desmayado, y yo con un ataque de nervios que me palpitaba en las sienes como si mil venas estuviesen por colapsar en mi interior. Pero, apenas la mujer policía habló con Tatiana, una vez que decidió salir del baño, dedujo con toda certeza que no sólo había tenido relaciones sexuales con su padre. También observó que no hubo violación. De todos modos, a Mariano se lo llevaron a la comisaría, y desde entonces no salió de la cárcel. Tatiana jamás perdonó mi proceder. Nunca quiere hablar del tema, pero cuando menciono a su padre, se pone irascible conmigo, y me trata un poco mejor que a un perro sarnoso.
Hoy Tatiana tiene 19 años, y está más rebelde que antes. Repitió dos veces tercer año, cambia de novios como de bombachas, y no hay un día en el que no discutamos por algo. Nunca me pidió que la acompañe al penal a ver a su padre, y él, tampoco buscó contactarse con ella. En el fondo, supongo que la rabia de Tatiana se debe a que él no la amaba como tantas veces le juró que lo hacía. Sí, desde luego que intenté que asista a terapia. Pero jamás lo logré. Para colmo, desde que su mejor amiga la traicionó con un pibe, empezó a ponerse más boca sucia, contestadora con todo el mundo, y menos tolerante.
Hace cinco meses que decidí rehacer mi vida. Me puse de novia con Hernán, un hombre de 38 años que trabaja como empleado en la bicicletería del barrio. No sabía si presentárselo a Tati tan pronto, pero, supuse que tarde o temprano tenía que hacerlo. No quería inventarle cualquier excusa cuando no volvía a casa al horario de siempre, o decirle que hablaba con una amiga cuando Hernán me llamaba por teléfono. De modo que, una noche se lo conté. Me puso cara de orto al toque. Me dijo que yo era dueña de acostarme con quien quisiera, y que le daba igual si tenía uno o mil chongos. No me gustó su lenguaje, y se lo hice saber.
¿Para qué mierda me contás entonces? ¡Por mí, hacé lo que quieras! ¡Si tenés ganas de garchar, garchá, y a mí dejame tranquila!, me gritó luego de revolear su tenedor arriba del plato vacío, y se levantó para enclaustrarse en su pieza. Estuvimos dos días sin hablarnos. Sólo nos comunicábamos con gestos, o miradas. Era eso, o las dos enfrentarnos a la otra. Hasta que al fin decidimos darle una tregua a nuestros temperamentos, y todo estuvo bien por unos días.
Cuando le presenté a Hernán, Tati se mostró indiferente. Casi pasa por mal educada. Lo saludó de lejos, y lo miró de arriba abajo, como si estuviese por acusarlo de algún crimen. A Hernán no le importó el recibimiento de mi hija, y enseguida la justificó con eso de que es adolescente, reticente a los cambios y todo eso. Ese día tomamos unos mates, mientras Tati se enfrascaba en la compu con los auriculares puestos. Hicimos un gran esfuerzo por no mostrarnos besuqueándonos o haciéndonos mimos delante de ella, por si llegaba a reaccionar.
¡Podrías ser un poquito más amable con él! ¿No te parece?, le dije como al pasar, una vez que mi novio se fue tras el llamado de un cliente.
¡Ese tipo no es nada mío! ¡La que se acuesta con él sos vos! ¡Así que, a mí no me pidas boludeces!, me contestó. Recuerdo que le di tal cachetazo, que por un momento su carita se convirtió en un trompo colorado. Al menos, aunque seguro me dolió más que a ella, me saqué las ganas de intentar encarrilarla, me consolaba unos minutos más tarde en la cama, mientras nos mensajeábamos con Hernán.
Una tarde, Hernán llegó de improvisto a mi casa. Yo estaba planchando. Enseguida lo hice entrar. Como eran las cuatro de la tarde, supuse que Tatiana dormía la siesta, como solía hacer cada vez que venía del colegio. De repente, mientras él y yo nos apretujábamos contra la heladera en la cocina, en medio de un concierto de chupones ruidosos, Tati apareció en corpiño y con un shortcito gastado que suele usar de entre casa.
¡Ah, hola! ¡Ya me voy!, dijo, mirándonos con dureza para que nos corramos de la heladera. Obviamente venía en busca de gaseosa.
¡Hija, es que, pensé que, que dormías! ¿Por qué no te vestís para venir a la cocina? ¡Nunca se sabe cuándo podemos tener visitas!, le dije, lo más sonriente que me salió, un poco avergonzada de que mi hija me haya encontrado tan acaramelada. Hernán la saludó con gentileza, pero Tati no le respondió.
¡Bueno, esta es mi casa! ¿No? ¡De última, ustedes también podrían hacer sus cositas en tu pieza ma!, ladró mientras sacaba una botella de gaseosa, ni bien nos apartamos de la heladera, y luego de tomar unos buenos tragos del pico, la guardó, y desapareció ante nuestros ojos incapaces de no mirarla.
¡Es toda una rebelde esa chica!, me dijo Hernán, viendo el desconcierto de mi cara. No supe qué replicarle. Por un momento creí que sus ojos habían registrado las formas de las tetas de mi hija, y sentí celos. Pero no iba a ser tan infantil de revelárselos. No quería que me tome por una chiquilina.
¡Tatiana, por favor! ¡Es la última vez que te lo digo! ¡Andá a ponerte algo, o quedate un rato en tu pieza! ¡Si querés, te llevo la comida cuando esté! ¡Te dije que ya está por llegar Hernán!, le repetí una tardecita, harta de pedírselo, mientras yo limpiaba el desorden del living, horneaba unas empanadas y decoraba un postre helado.
¿Y por qué no se pagan un telo digo yo? ¿Siempre soy yo la que se tiene que esconder? ¡Quedate tranquila ma, que no voy a hacer que a este también te lo metan preso! ¡Juro que no te lo voy a violar! ¡Además, no es mi tipo!, me dijo con toda la maldad del mundo, mientras agarraba su celular, levantándose del sillón en el que había estado aplastada toda la tarde. De la bronca le tiré un vaso de plástico por la cabeza. No le acerté, pero eso no la detuvo de propinarme la puteada más larga que le había oído hasta entonces. Esa pendeja se estaba saliendo con la suya. Pero yo no podía permitirle que me cague la noche con Hernán. Lo que pasó con su padre… yo la defendí… y por eso su padre está preso… ¿Por qué para ella yo era la cruz en su conciencia?
Por supuesto, no tuve la mínima voluntad de llevarle empanadas a Tati. Supongo que por eso, ella misma hizo su aparición en el comedor, sin consultármelo, mientras nosotros brindábamos por la noche, por una nueva posibilidad de expansión para su empresa, y por nuestro amor. Tatiana tosió un par de veces, miró la escena con cara de asco, agarró tres empanadas de la mesa y las colocó en un cuenco para llevárselas. Después se sirvió un vaso de coca, bebió unos tragos, y se puso a comer una empanada, otra que sacó de nuestra fuente. Hernán la miraba como para decirle algo, pero parecía no dar con las palabras apropiadas. Además, se ve que mi estado de furia lo incomodaba. ¡Es que, la guacha empezó a dar vueltas por la casa, sin dejar de comer la empanada, apenas con un top y una bombacha negra, y descalza!
¡Tati, disculpame! ¡Ya sé que no me conocés, que no me bancás, y que ni te interesa nada que tenga que ver conmigo!, empezó a decir Hernán. Pero Tati lo interrumpió, aún con la boca llena: ¡Qué bueno que lo sepas! ¿Entonces, para qué me hablás?
¡Sólo quiero decirte, que, me parece que tu madre no merece todos los desaires que le hacés, las contestaciones, y todo lo que vos sabés mejor que nadie! ¡No sé si es bueno que, por ejemplo, aparezcas en ropa interior, cuando hay gente con tu madre!, siguió Hernán, aunque no con la determinación con la que había empezado a hablar. Le temblaba la voz, y la ceja izquierda le tiritaba un poco.
¡Qué voz horrible que tenés!, se le burló Tatiana, aprovechándose de la voz un tanto aguda de Hernán, como si quisiera ridiculizarlo.
¡Primero, esta es mi casa, y si quiero andar con el culo al aire, lo puedo hacer! ¡Y segundo, lo que mi madre o yo nos merecemos, vos no lo sabés! ¡Y, además, si quieren privacidad, ya saben a dónde pueden coger más cómodos!, pronunció con toda claridad mi hija, luego de tragarse el último bocado, y de eructar para dejar la marca de la desobediencia en el eco del comedor. Después de eso, Hernán tuvo que sujetarme. Mi cuerpo y mis manos se preparaban para abofetear a esa pendeja malcriada. Ni siquiera recuerdo haberme levantado de la silla. Pero en pocos segundos, una de mis manos le arrancaba el cabello rubio a la Tati, zamarreándola como si necesitara hacerle todo el daño posible.
¡Dale boluda, pegame si te la bancás, cagame a palos si querés, y yo te denuncio, por puta!, me decía Tatiana con las mejillas surcadas de lágrimas.
¡Vamos Sandra, tranquilizate, no entres en su juego, es una nena, no te preocupes! ¡Mañana van a poder charlar, y vas a ver que se le pasa todo!, me decía Hernán, intentando devolverme a la noche romántica que habíamos construido. Después de esa noche, me convencí de que Hernán buscaba lo mejor para mi estabilidad emocional. Siempre me aconsejaba respecto de Tatiana, de su educación, su psicología y demás. Era atento conmigo, y también con Tatiana. Aunque ella jamás le recibió los chocolates, bombones o alfajores que él le regalaba. Aún así él nunca dejaba de acercarse a esa pared de hielo en la que se había transformado mi hija.
Pero una tarde todo fue diferente. Ese viernes, después de volver del colegio, tuve que quedarme en la casa de una amiga. Había fallecido un alumno de mi escuelita, y la consternación era absoluta. El nene tenía 8 años, y encontró su final cuando se cayó de un árbol, a la salida de la escuela. Fue un viernes muy difícil. Padres, maestros, autoridades y compañeritos asistieron al velatorio de Santiago, que, como provenía de una familia muy humilde, fue en el mismo colegio. El fondo de cooperadoras se destinó todo a la familia de Santi, y la directora se ocupó del papelerío para realizar el triste evento. Además, yo lo había tenido de alumno en primer y segundo grado.
Le avisé a Tatiana que esa noche me quedaba en lo de Mabel. Le pedí que si llamaba Hernán, le explique lo sucedido, y que le diga además que yo volvería el sábado a la noche. Pero, como los imponderables no son fáciles de evitar, aquel sábado llegué a mi casa mucho antes de lo acordado con Tatiana. En el micro venía pensando en Hernán, en lo distinto que hubiese sido la vida de Tati si él habría sido su padre, y en las cosas que Mabel me había dicho cuando le conté de su comportamiento.
¡Tenés que entenderla Sandrita! ¡Su padre la violó, y vos los encontraste! ¡Debe ser duro para ella, ahora enfrentarse al nuevo novio de su mami!, me explicó cuando tomábamos un café en la terraza de su caserón. Estaba dispuesta a tener una charla seria con mi hija. Quería redimirme por todo el daño que le hubiera causado. Necesitaba clarificar las cosas con ella, y que entienda que Hernán no iba a suplir a su padre, y todo eso. Pero, una vez más la realidad me golpeó la cara con lo más bajo de sus instintos.
Recuerdo que entré a la casa por el patio, porque tenía pensado encender la regadera automática que tengo en el jardín, para que de esa forma el pastito y los pequeños arbustos se rieguen solos. Entonces, antes de llegar a la ventana del living, oí voces, dos voces totalmente reconocibles para mí. Me detuve en seco, y me senté en un macetón de jazmines, con el corazón arrugado de latir tan fervoroso, y escuché.
¡Bueno nena, pero tenés que hacer caso! ¿Nunca te preguntaste si tu madre quiso realmente a tu padre? ¡Disculpame, pero, viendo tus actitudes, yo no creo que tu padre, haya hecho lo que se supone que hizo!, decía Hernán, tan sereno como era su costumbre.
¿Y vos qué sabés? ¿Estás insinuando que yo provoqué a mi viejo?, preguntó mi hija, intentando no elevar la voz como lo hacía a diario conmigo.
¡No lo estoy insinuando! ¡Más bien te lo estoy diciendo! ¡Mirate un poco! ¡Imagino que no es la primera vez que te paseás por la casa así, toda apretada!, dijo Hernán de repente, después de encender un cigarrillo. Desde mi posición era muy sencillo escucharlo todo con claridad, ya que el ventanal en cuestión está junto al sillón grande del living.
¿Y, vos qué hubieras hecho con una pendeja como yo, toda apretadita?, le preguntó Tatiana, con un dejo de suficiencia, y enseguida largó una risita nerviosa.
¡Yo creo que a mi papi le gustaba cogerme! ¡Pero no tanto como me gustaba a mí! ¡Era re lindo sentirlo, sentir toda esa pija adentro mío! ¡Me hubiese gustado que me haya desvirgado! ¡Pero yo ya había tenido sexo!, se explayó Tatiana, poniéndome al corriente con detalles que yo desconocía. ¿Pero, por qué hablaba de sus temas íntimos con Hernán? ¿Y, por qué él le daba lugar a sus confesiones, y se atrevía a cuestionarla?
¿Vos me estás diciendo entonces, que tu papi no te violó? ¿Y que está preso por algo que no cometió?, preguntó Hernán, lejos de toda inocencia.
¡Bueno, cogerme, sí que me cogió! ¡Y no fue esa la única vez! ¡Pero yo siempre quise, y lo re buscaba! ¡Él me decía que parecía una perrita alzada! ¡Siempre me gustaron los hombres más grandes!, decía Tatiana, después de exhalar el humo de un cigarrillo. Lo que me llevó a pensar que ambos fumaban del mismo pucho. Pensé en los ojos de Hernán sobre las tetas de Tati, en aquel fatídico día en que la conoció, en la noche que tuvo que verla en bombacha, y en otra tarde en que los dos llegamos a casa, y se oían los gemidos de Tati encerrada en su pieza, meta garchar con uno de sus amigotes. Los celos empezaban a derrotarme, y a la vez, todo lo que escuchaba me producía una morbosa excitación.
¿Y por qué te gustaba tener sexo con tu padre?, le consultó Hernán, oficiándole de terapeuta, sin mi consentimiento.
¡Porque siempre me calentó mirarle la pija parada! ¡Cuando él me acurrucaba en sus brazos, yo siempre me hacía la boluda, y se la manoteaba! ¡Él me pegaba en la mano, y me retaba por cochina! ¡Pero, cuando mi vieja no nos veía, me dejaba que se la toque! ¿Y vos, no tenías una hija?, se apresuró a preguntarle la mocosa, luego de confesar otra cruda verdad. ¿Cómo podía ser que mi marido, que ella, que ambos jugaran a la seducción, tal vez de manera inconsciente, enfermiza y desaforada a mis espaldas?
¡Sí, tengo una nena de 9 años! ¡Pero eso no tiene nada que ver con lo que estamos hablando! ¿Cómo puede ser que hayas hecho eso con tu padre? ¡Eso está mal nena! ¿Y, en qué momento se la veías parada?, profundizó Hernán, acomodándose en el sillón.
¡Siempre que se besuqueaban con mami, al rato yo lo veía con el pito parado! ¡También entré muchas veces a su pieza, cuando dormía la siesta, y lo veía en bóxer, con la pija como una morcilla! ¡Y no me parece que esté mal! ¡Él jamás me lastimó! ¡Y, sí, tiene que ver, porque, seguro que en algún momento, le vas a querer mirar la bombacha a tu hija, como mi papi lo hacía conmigo! ¡A mí me re cabía que me la mire!, dijo Tatiana, llevándome a un precipicio cada vez más difícil de ignorar. Por un momento me abstraje de lo que oía, y pensé que todo era producto de mi cansancio, del vino que había compartido con Mabel, o de mis propios tormentos. Pero aquel concierto de preguntas y respuestas parecía no tener fin.
¡Yo jamás haría eso! ¿Cómo le voy a mirar la bombacha a mi nena? ¡Vos estás re loca pibita!, dijo un eufórico Hernán, golpeando el suelo con uno de sus pies.
¡Dale, a mí no me boludees! ¡Yo vi cómo me miraste la bombacha el otro día, y ayer, cuando viniste a ver a mi vieja!, se defendió Tati, con un bostezo apretándole la garganta.
¡Pero vos saliste así nena! ¿Yo que sabía que ibas a atenderme en calzones? ¡Además, vos no sos una nena, y, de alguna forma, es obvio que te voy a mirar, sin querer, claro!, intentó ordenar sus propias revoluciones mi novio, desenmascarándose poco a poco.
¡Sí, claro, seguro que por eso me mirabas! ¿Nunca, me prometés que nunca le miraste la bombacha a tu nena? ¡Mi papi hasta las olía cuando me la sacaba!, dijo Tatiana, moviéndose de la silla, supongo que para bajar o subir la música. Pero entonces, directamente apagó el televisor.
¡Mi nena no es como vos! ¡Pasa que, bueno, vos viniste media adelantadita para tu edad! ¡Ahora, que te veo bien, y te conozco mejor, no me caben dudas que, vos buscabas a tu viejo!, se atrevió a sentenciarla, en el mismo momento que sonaba una alarma en el celular de Tatiana.
¡Sí, obvio, yo lo buscaba! ¡Y, vos te morís de ganas por mí! ¡Se te re nota bombón! ¡Ahora tenés la verga re parada!, dijo Tati, adoptando una voz que seguro usaba en su intimidad. Me daba nauseas escucharla así de trola. ¡No podía ser que, aquella charla subida de tono, pero esclarecedora en algunos puntos, estuviese tomando un erotismo impensado!
¿Qué decís? ¡Vos estás muy mal nena, si te creés que todos los hombres se mueren por vos!, Dijo Hernán, quizás buscando un punto final. ¿Pero, si tanto le molestaban aquellas insinuaciones, por qué no se levantaba y se iba de mi casa?
¡Todo lo que quieras papi, pero te morís por volver a mirarme la bombacha, por mirarme las tetas como el otro día! ¡Tenés unas ganas de meterme esa pija en la concha que no das más!, dijo al fin la descarada de mi hija. Entonces, no aguanté más. Me levanté del macetón presa de un calambre en mi pierna derecha que silencié con todas mis fuerzas, y me acerqué a la ventana. Desde allí pude ver a Tatiana de pie, subiéndose la remera turquesa para exhibirle su pedazo de par de tetas a mi novio, que ya no controlaba las ganas de empacharse los ojos con ellas.
¿Así buscabas a tu papi vos? ¿Con esas gomas?, dijo Hernán, con la voz colgada de un hilo de baba.
¡A él le encantaban mis tetas! ¡Y a vos, te van a encantar las tetas de tu hija, cuando sea tetona como yo! ¡Dale, bajate el pantalón, y mostrame la pija!, le dijo Tatiana, ahora con la remera rodeándole el cuello, tocándose las tetas, pasándoselas de una mano a la otra, y haciendo que sus pezones oscuros reluzcan con brío en el vidrio del ventanal.
¡Vos estás enferma guacha!, dijo Hernán, sin moverse, estupefacto y sudoroso. Tatiana movía las caderas, agachaba un poquito el cuerpo y volvía a erguirse. Se mojó algunos dedos con la saliva que había en sus labios, y se tocó las tetas con esos dedos. No sé si fue allí que se sacó la remera, o mientras caminaba lentamente hasta la mesa. Sé que cuando al fin llegó a su destino se sentó en ella, se frotó la vagina por encima de su calza atigrada y abrió bien las piernas para darse unos golpecitos en el centro de su fertilidad.
¡Dale, vení papi, oleme toda, comeme las tetas! ¡Bajate el pantalón para tu nena!, dijo la inmoral de mi hija, a quien en ese instante deseaba no haber parido jamás. Para colmo, la veía pasarse la lengua por los labios, y me recordaba a mis propios juegos de seducción con Hernán.
¡Basta atorranta! ¡No debí esperar a tu madre acá! ¡Tendría que haberme ido a la mierda, y escribirle directamente a ella!, dijo mi novio, levantándose del sillón. Pero Tatiana salió despedida de la mesa, derechito a impactar con su cuerpo, y le apoyó las gomas desnudas en el pecho.
¿Te vas a ir, y me vas a dejar calentita? ¿Te vas a ir con esto así de duro?, le dijo cerquita del oído, manoteándole el bulto y fregándole las gomas en el cuerpo. A Hernán se le desfiguró el rostro, y después de dar unos pasos hacia atrás le dio una nalgada ruidosa.
¡Sos una putita nena! ¡Ahora entiendo por qué tu papi te quería dar pija!, dijo Hernán, acariciándole una de las tetas. Hasta que le rodeó la cintura con sus manos para dirigirla a la mesa, y la sentó una vez más allí para tocarle las tetas, sin privarse un solo rincón de su piel joven, sedosa y acalorada.
¡Te morís por cogerme, querés que mi concha te apriete toda la verga, y te saque la lechita! ¿Mi mami te coge rico? ¿Te chupa la pija? ¡A mi papi no se lo hacía! ¡Me lo contó una tarde!, decía Tatiana, gimiendo cada vez más encendida por el efecto del manoseo de Hernán a sus tetas. Veía cómo le estiraba y pellizcaba los pezones, y cómo le olía las tetas, abriendo los labios, cada vez más tentado por chupárselas.
¡Dale tarado, chupame las tetas, comeme toda, haceme tu puta, haceme tuya papi, arrancame la ropita y violame!, le decía Tatiana, frotando el culo en la mesa, abriendo y cerrando las piernas con urgencia, y aferrándose con una mano a la espalda de Hernán, que naturalmente cedió a sus impulsos. Empezó a mamarle las tetas, a besuquearle la panza y a subir para llenarle el cuello de chupones. A pesar de todo, por enfermo y perverso que parezca, yo estaba híper excitada viendo la escena. Ahora quería verlo todo, saber hasta dónde sería capaz de llegar mi hija, y el hombre supuestamente fiel al que le brindaba mi amor incondicional. ¡Quería ver a mi hija cogiendo con ese hijo de puta! El fuego de mi clítoris, la humedad de mi bombacha y la dureza de mis pezones me pedían auxilio. Mi mente no podía resolver tantas libertades mal aprendidas, y mis dedos tuvieron que desprender mi jean para sobarme la vagina, en el exacto momento en que Tatiana gemía con uno de sus pezones en la boca de Hernán.
¿Así te las chupaba tu papito? ¿Alguna vez te regó las tetas con su lechita? ¿Eee? ¿Y vos, vos sí le chupabas la pija?, le decía Hernán, dejándole la marca de las succiones de sus labios en las gomas, y un río de saliva que le empapaba el abdomen.
¡No papi, porque la pelotuda de mi vieja nos encontró! ¡No sabés todo lo que le hubiera pedido que me haga! ¡Seguro que era bueno haciendo el orto! ¡Me quedé con ganas de mamarle bien la verga!, decía Tatiana, resbalándose de la mesa, poco a poco, hasta terminar arrodillada en el suelo. Hernán no demoró un segundo en bajarse el pantalón y el bóxer. Enseguida le acercó la pija hinchada al reluciente rostro de mi hija, la sacudió algunas veces y se la hizo tocar con los labios cerrados.
¡Dale nenita, a ver si aprendés a chupar la pija de un tipo grande! ¡Imagino que algunas pijas te tragaste ya! ¡Tenés carita de petera!, decía Hernán, mientras Tatiana le olía la pija, se la acariciaba con una mano, y con la otra le daba golpecitos en los huevos.
¡Síii, terrible carita de puta tengo! ¿Viste? ¡Igual que la va a tener tu hija, y te la vas a querer voltear, como mi papi me volteó!, dijo la muy asquerosa, segundos antes de darle una escupidita al glande hinchado y redondo de Hernán, para entonces comenzar a lamerle todo el tronco. Hernán se ponía impaciente, temblaba y apretaba la mandíbula, como si realmente nunca una pendeja le hubiese chupado la pija.
¡Callate pendeja trola, y abrí la boquita, comele la pija a tu papi, asíii, bieeen, cómo te gusta el pito putona, qué pedazo de putona que sos guachaaaa, asíii, eeesooo, abrí más, más, asíii chancha, sos una chancha pendeja, comete todo, así, sacame la lechita nena!, decía el degenerado, ahora con su pene totalmente adentro de la boquita de mi nena. La zorrita se atragantaba, chupaba, sorbía, dejaba que se le caiga la baba de la boca, lamía, le mordía la puntita y volvía a tragar. A veces tosía, hacía gárgaras con los restos de saliva y presemen, jugaba con sus huevos y se los besuqueaba, y cuando podía, se refregaba la pija babeada de mi novio en las tetas. Él se las manoseaba, y cada tanto intentaba juntarlas a su pija para pajearse entre ellas. Pero Tati no lo dejaba.
Luego todo se dio tan rápido que, cuesta narrar con precisión. La Tati se incorporó del suelo, se bajó la calza, y Hernán le dio varios azotes en el culo. ¡La muy putita no tenía ropa interior!
¿Te gusta más así papi? ¿Te calienta que ande sin bombacha? ¡Mirá cómo se me mojó la calcita!, decía Tatiana, agarrándole la pija para pajeársela rapidito con una mano. Hernán la hizo caer contra la mesa, digamos que boca abajo, y volvió a nalguearle el culo.
¡Dale papi, oleme el culo, y la concha, como a las perras! ¡Decime que soy tu perra alzada!, le gritó mi hija, y Hernán le separó las nalgas para escupirle exactamente el centro de su orificio anal. Le dio otros chirlos, se pajeó un ratito entre sus nalgas, y entonces, Tatiana se despachó con un alarido terrorífico, ni bien Hernán deslizó la punta de su verga en su culo, evidentemente apretado.
¡Así pendeja, gozá perrita alzada, así tendría que haberte culeado tu padre, por puta, por calentona, por cochina! ¿Te gusta que te haga el orto?, decía Hernán, hamacándose encima del cuero de Tatiana que se aferraba con sus manos estiradas al extremo de la mesa.
¡ASíii hijo de puta, cogeeemeee, llename de leeecheee, abrime bien el orto, haceme la cola perritoooo, asíiii, te encanta cogerte a la hija de tu novia, hijo de putaaaa!, gritaba Tatiana, dejando que una llovizna de lágrimas le empañe los ojos, que se le contraigan todos los músculos de la cara, y babeándose como si tuviese rabia. A esa altura mis dedos navegaban en lo profundo de mi vagina, y ya no me importaba si me descubrían. Tampoco sabía cómo iban a reaccionar al verme. Pero, en el preciso instante en que pensaba entrar al living, Hernán abandona su posición para sentarse en la mesa, habiendo ubicado a Tatiana sobre sus piernas.
¡Ahora te la vas a comer por la concha, pendeja sucia, sos una sucia, una putita culo roto!, le decía manoseándole las tetas, mientras Tatiana empezaba a dar saltitos, comiéndose cada porción de su pene con su conchita sedienta, gimiendo impresionada, y de vez en cuando acariciándose el agujerito del culo. Se ve que todavía le dolía un poquito. Al rato la vi meterle los dedos en la boca a Hernán, con los que se tocaba el culo, y él se los mordía, haciéndola gritar.
¡Pedime la leche putita de mierda, pedime un bebito en esa concha nena, vamos, cogé así, saltá pendejita, comete toda mi verga, sentila toda, asíii, toda dura para vos, cerdita, putona, sos una perrita alzada!, le gritaba Hernán, incentivándola a gemir más alto, a moverse más histérica y sin complejos, y a escupirle la cara, repitiéndole todo el tiempo: ¡Dame verga, quiero tu verga, quiero pija, largame toda esa lechita adentro, cogeme toda papito, vos ahora sos mi papito, porque mi mami es tu novia, y yo soy tu nena!
Entonces, de pronto, Tatiana empezó a presionar su pubis en el de Hernán, y ambos se quedaron quietos. Pero, a juzgar por el placer de los ojos de Hernán, él le estaba largando gotita a gota toda su leche adentro de la vagina a mi hija. Y, por el gemido de Tatiana, más algunos suspiros de alivio y esa especie de vocecita de nena con la que le dijo: ¡Qué riiico papitoooo, qué ricoooo guachoooo!, ella también le había inundado la pija con sus flujos, abrazada a un orgasmo que la emputecía aún más. Entonces, me quité casi toda la ropa en el patio, alejándome de la ventana para no seguir mirándolos, y para que ellos no me vean. Cuando estuve apenas con una bombacha de encajes azul, decidí entrar al living. Hernán estaba poniéndose el pantalón en el sillón. Cuando me vio, pareció palidecer de golpe, como si estuviese descomponiéndose, o un fantasma invisible lo amordazara por dentro.
¡San, Sandra, sos, o sea, hola amor! ¿Recién llegaste? ¿Cómo?, intentaba explicarse, o corregir lo inevitable.
¡Hola amor! ¡Sí, es claro que llegué! ¿No? ¿Qué pasó? ¿Te bañaste en casa? ¿Por qué no te cambiaste en mi pieza? ¿Te avisó Tatiana que llegaba hoy a las 10 de la noche? ¡Aaah, lo que pasa es que, bueno, me desocupé mucho antes, y pude volver más temprano! ¿Vos estás bien? ¿Me extrañaste? ¿Y Tati, está en casa?, lo atosigué a preguntas, con la convicción de que no podía responderme ninguna. Su rostro se compungía al borde de una disculpa que sus labios no pronunciaban, y sus ojos parecían no advertir que estaba en pelotas ante su humanidad.
¡La Tati, no tengo idea! ¡Bueno, qué bueno que llegaste más temprano! ¡Che, yo venía, bueno, ahora, me tengo que ir! ¿Te parece que venga tipo 10, y salimos a comer algo?, decía Hernán, impreciso, nervioso y tan perdido que hasta se ponía al revés los zapatos. En ese momento, para empeorar su situación apareció Tatiana, absolutamente desnuda, de no ser por una tanguita rosa.
¡Hola ma! ¡Bueno, no sabía que ibas a llegar tan temprano!, dijo la pendeja, destilando un olor a sexo que no se sostenía en su cuerpo.
¡Sí, claro, no sabías! ¡Y por eso tuviste que cogerte a mi novio! ¿No cierto? ¿Y? ¿Qué te pareció? ¿Te hizo bien el orto? ¿Te gustó que te rompa la concha? ¿Te puso loquita mamarle la pija, y que él te chupe las tetas como te lo hizo?, le pregunté, mirándola a los ojos, además de no permitir que Hernán se levante del sillón, poniéndole una de mis manos en el pecho.
¡Sandra, no sé qué carajo estás diciendo!, dijo Hernán.
¡Sí ma, coge re rico tu macho! ¡Me dejó el culo re abierto!, me reveló Tatiana con una sonrisa irónica en los labios.
¿Qué carajo decís pelotuda? ¡Vos fuiste la que empezó todo!, le gritó Hernán.
¡No te atrevas a gritarle a mi hija, estúpido! ¿La que empezó qué? ¿Entonces, es cierto? ¡Te cogiste a mi hija!, le dije, mirándolo con la furia que me quemaba las entrañas.
¡Yo te puedo explicar! ¡En realidad, yo quería ayudarla! ¡Vine un rato más temprano, para esperarte, y, bueno, ella, estaba, qué sé yo, medio que se me regaló! ¿Qué querés que le haga? ¡Tu hija es una putita!, dijo Hernán, desencantándome por completo. Ahora nada tenía remedio, ni podía arreglarse con una disculpa.
¡Yo vi todo lo que pasó, imbécil! ¡Agarrá tus cosas, y te vas! ¡Quedate tranquilo, que sé muy bien quién es mi hija! ¡Pero ella, es mi hija! ¡Por más que sea una puta, una atorranta, una petera, una roba novios, una perrita alzada, o lo que quieras! ¡En cambio, vos sos uno más, un pelotudo, que no tenía por qué encamarse con mi hija! ¡Andate ahora mismo, o yo misma te denuncio!, le grité como una loca, poniéndole en las piernas su riñonera, su celular y las llaves de su auto. Hernán no vaciló en obedecerme. Me dijo que estaba tan chapita como Tatiana, que yo también debería estar presa, y ella internada en un neuropsiquiátrico, y que no quería volver a verme. Yo lo miré marcharse, con algunos rasguños de Tatiana en el cuello y los brazos, con el perfume adolescente que ella siempre usa en la ropa, y un fastidio incomprensible.
A mi lado, Tatiana tenía los ojos llenos de lágrimas. Quería decirme algo, pero parecía que no sabía cómo, o por dónde empezar. Entonces, la senté en el sillón, le acaricié la cara y le pregunté si estaba bien. Ella abrió la boca, pero no dijo nada. Después de un rato le sugerí darse una ducha.
¡Sí, tendría que bañarme! ¡Tengo, bueno, es que…, empezó a explicarse.
¡Sí, tenés olor a lechita, a sexo, a concha, y, por lo que parece, la tanguita que te pusiste no está limpia! ¡Pero yo te acepto así, tal y como sos! ¡Me equivoqué muchas veces! ¡Te hice a un lado cuando apareció Hernán, y no respeté tus espacios! ¡Te pido perdón por eso, y por todo lo que vos quieras que te lo pida! ¡Acá estoy para escucharte!, le decía, sentándome a su lado, sintiendo el calor de su piel caliente, respirando de sus hormonas todavía revolucionadas. Le acaricié una teta, y ella se estremeció, pero no quiso detener el contacto.
¡Pero, vos también tenés que aceptar que te equivocaste nenita! ¡Yo soy tu madre, y no una cualquiera, a la que podés insultar, denigrar, herir o mentirle sin piedad!, le decía, sin saber de dónde me nacían las palabras. Entonces, la abracé, y en el exacto momento en que nuestros rostros se juntaron, le comí la boca de un beso. Tati no opuso resistencia a mi beso. Más bien lo continuó, masajeando mis labios y lengua con la suya, compartiéndome de su saliva dulzona, y yo a ella de mi experiencia al besar. Ella, automáticamente se echó a reír, con los ojos radiantes de felicidad. Ella también me acarició los pechos con una mano, mientras con la otra se quitaba la tanguita.
¡Mami, ¿No querés que nos bañemos juntas?! ¡Si querés, después, podemos hacernos unos mimitos! ¡Te juro que, yo, aprendí a chupar la concha, y, según la Tami, una de mis amigas lesbianas, lo hago muy bien!, me dijo muerta de risa, interpretando nuestra charla como un verdadero encuentro, el que ninguna de las dos sabía que tendría continuidad en su camita, donde seis años atrás, le había entregado su sexo a su papi. ¿Cómo podía negarme a conocer las habilidades de la lengua de mi hija en mi propia conchita? ¡Además, aunque jamás lo había hecho, yo también podría probar los encantos de su vagina!   Fin

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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

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Comentarios

  1. Uff esa forma de usar y cortar al macho y que luego terminen madre e hija chupandose concha. Sos una genia querida Ambar!!! Es cruel, hiriente, real, me encanto, muy excitante, quede durisimo.

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    1. ¡Hooolaaa! gracias. me gusta a veces darle ese toque que convierte a la historia en un testimonio de vida. Y, en especial, dejar el final abierto a la imaginación de quienes me leen. ¡Un besoo!

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  2. Woooooow ¡quedeeee fascinada!

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  3. Woooooow ¡quedeeee fascinada!

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    1. ¡Hola Sasha! Gracias por regalarme tu fascinación. espero pronto concretar la historia que me pediste. al menos, ya comencé a escribirla. ¡Un besooteee!

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  4. !esta vez no puedo creerlo!, que rico, que rica pendeja y que atorrantita!. despues con su mami lamiendo sus almejitas. uuuf, que rico.

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    1. ¡Holaaa! Lo inquietante, muchas veces resulta del giro que puede tomar la historia. seguro esa madre tenía cosas que enseñarle a su hija. habría que ver si su temperamento está de acuerdo. ¡Gracias por comentar!

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  5. Que relato más caliente, eres increíble escribiendo

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    1. ¡Holaaa! Gracias! Para mí es muy excitante narrarle estas historias. ¡Besos!

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