La perra de mi ex tía



Era junio del 2017. Mis amigos decidieron festejar mis 18 algunos días antes, ya que por caprichos del almanaque, mi cumpleaños caía martes. No fue fácil ponernos de acuerdo a dónde lo haríamos, ni quiénes podrían asistir, ni con nada en concreto. Mis amigos estuvieron más de una semana para organizarlo. Al fin estábamos los de siempre. Mis 8 amigos de toda la vida, y claro, algunas chicas que son más amiguitas de la aventura y el descontrol. Eran amigas en común, quizás no tan atractivas, pero tan putitas que, con solo tomarse un trago son capaces de desvestirse en la pista.
El sábado se anunció híper soleado, aunque había algo de viento. Al mediodía, Franco me dijo que por la noche me caería a casa para ver una peli, y que, a lo mejor, depende de cómo pintaba la noche, podíamos salir al boliche. Yo estaba ayudando a mi madre a preparar unas empanadas, cuando suena el timbre tan insistente que, si hubiese tenido un revólver empezaba a los tiros. Jajaja! Pero, cuando abrí entre rezongos, descubro que era Franco con toda la pandilla, y las 5 fieles compañeras de siempre.
¡Dale ale, no seas gil! ¡Vestite que pinta caravana! ¡Feliz cumple guacho! ¡Y más te vale que te pagues unos tragos rata inmunda! ¡Lavate el chivo y la cara, ponete perfume y rajamos!, me arengaban entre todos, en medio de las risitas de las pibitas y una buena porción de piñas en las costillas, palmadas, tingazos en las orejas, y todo lo que a un ser humano le hacen cuando cumple años.
Así fue nomás. Me di un duchazo, me sequé y vestí con la misma velocidad, agarré plata, mi celu, el documento, me perfumé y borré el historial de la compu de mi hermanita, puesto que durante la siesta había estado viendo una peli de lesbianas. Le di un beso a mi madre, le recibí las llaves y partimos al boliche de siempre.
Entramos alegres y confiados de que aquella sería nuestra noche. ¡Nada podía salir mal! las chicas ya se imaginaban con los pies demolidos de tanto bailar, con los culos llenos de apoyadas, y re borrachitas. Nosotros, hablábamos de todo, ya acomodados en la barra para conseguir las primeras provisiones, y así saludar a la noche como se lo merecía, con gancia, fernet y campari bien fríos.
Lo gracioso, extraño o increíble, fue que de repente, mientras buscábamos ubicarnos, entre golpes, empujones y puteadas a los boludos que te tiran el
 culo para pasar por donde a veces parece imposible, la vi a Rosana, mi ex tía. Tiene 29 años, no es muy bonita de cara pero tiene un cuerpo más que admirable. Mide más o menos 1,70, es acreedora de unas tetas imponentes que suele mostrar tan escotadas como luminosas, y una cola llamativa, bien paradita, la que ella sabe cómo dominar al caminar para volver loquitos a los varones que la observen por más de un minuto.
Ella vivía en la casa de mis abuelos junto a su esposo, mi tío Pablo, el hermano de mi padre. Pero el tipo cayó preso por andar metido en el narcotráfico, y aunque no era uno de esos peces gordos con toda una mafia a su disposición, la cana se lo llevó una noche, cerca de navidad, para sorpresa de toda la familia. Por lo que mi madre comentaba, Rosana jamás viajó a Neuquén a visitarlo, ya que está preso allí. Esa noticia destrozó a mis abuelos. Por eso, la muy turra dejó a sus hijos a cargo de ellos por un tiempo, hasta que todo ese despelote se calme, y se las tomó con un boliviano que le da todos los gustos. Mi madre no la puede ni ver, pero mi viejo siempre le tuvo una cierta adoración. Seguro que él también se fijó en ese culo magnífico en las fiestas familiares.
En fin. Rosana estaba en la barra haciéndole sonrisitas al tipo que preparaba los tragos, quien finalmente le dio una cerveza y una buena mirada pervertida a sus tetas. Me dije que lo mejor era ignorarla sin más, y seguí boludeando con mis amigos, tomando y marcando a las guachitas que nos parecían las más lindas de la noche. Hasta que me topé con una chica en medio del baile que tenía una sonrisa especial. Eso fue lo único que pude observar de ella en la oscuridad de la pista, mientras sonaba el cuarteto, y ella se cantaba toda la letra, bailándome bien pegadito al cuerpo. De repente apareció la bachata, y tuve que decirle que no sabía bailarla.
¡Tranqui, que yo tampoco, pero hay que pasarla bien!, me gritó en el oído, ya que si no hubiese sido imposible escucharla. Entonces, mientras más bailábamos, ella más se me pegoteaba, y así me fui animando a tocarla. Primero una nalga, luego una teta, después las dos, las piernas, y hasta le rocé los labios con un dedo mojado con fernet, y la guacha me lo succionó. ¡Eso ya me empezaba a poner loquito! Y más cuando llegué a tocarle la conchita por encima de su bombacha, mientras ella me comía la boca. Apenas me dijo que tenía mucho calor, y yo firmé al costado de sus palabras, nos fuimos a la barra con los vasos vacíos. Pedimos 2 fernet y nos fuimos caminando hacia el patio interno del boliche, en el que, cuando llegamos con los pibes había por lo menos 5 parejitas a punto de ponerse a garchar. Yo pensé que no podíamos ser menos. Así que, nos tomamos los tragos bailando entre chupones y apoyadas, y cuando dimos con la entrada del patio, la guacha me soltó la mano y no la vi más. ¡Encima yo le había pagado el trago!
Entonces, sin poder divisar más allá de la distancia de mi brazo, vuelvo hacia donde mis amigos bailaban, bebían, le sacaban fotos a los culos de algunas rochitas con los celulares, y se reían de mí. En especial el Laucha, que siempre me bardeaba por dormilón con las minas.
¡Hey, ¿Qué pasó con la petisa?! ¡Te dejó re loquito y se fue! ¡Y vos boludo, seguro le pagaste la birra o algo! ¡Igual te vi que te la re chapaste! ¡Es re puta la rubia esa! ¡Se llama Pamela creo! ¡Seee, es cierto, viene siempre al boliche!, me decían entre todos, exasperándome con sus alientos colmados de alcohol.
Pero, la verdadera razón, mientras yo me preguntaba el por qué de sus risas tan nerviosas, era Rosana que se me acercaba, y no me queda otra alternativa que saludarla. Honestamente, a mí no me interesaban los dramas familiares. Por lo tanto, no iba a negarle el saludo.
Ahora bailábamos cuarteto, apretujados en la pista entre chistes y el fernet que se nos evaporaba como agua. En un momento le dije que ni me importaba si me ponía en pedo, y ella se rió a carcajadas. Hasta que, un poco asfixiados por la multitud, salimos medio abrazados al patio interno, donde buscamos algún asiento. Los pies no me daban más, y al parecer ella compartía mi situación.
Como el alcohol a veces nos vuelve charlatanes, empezó a contarme que desde que se separó la pasó bastante mal. La familia la señalaba, algunos ex amigos de mi tío Pablo la amenazaban de muerte, y miles de bardos más, los que algunos no pude almacenar por andar embobado con sus tetas. Luego agregó que por suerte conoció al boliviano, porque según ella le compra todo lo que se le antoja. No tenía que pensar en trabajar, porque el vago lo hace de sol a sol. Aunque se angustió un poco cuando dijo que la deja bastante tiempo sola.
¡Che, ¿Y vos qué hacés acá pendejo?!, me preguntó con la voz densa, sin importarle que el gas del fernet la obligue a eructar como una cerda.
¡Y, digamos que los pibes me están festejando el cumpleaños!, pude decirle, mientras veía que una parejita de chicas se frotaban sus pares de tetas. Una de ellas las mostraba totalmente desnudas.
¡Mirá qué bien! ¡Yo vine a festejar el cumple de una amiga! ¡Pero, hace una hora se fue de la mano con un tipo! ¡A esa le gusta la poronga, y si se le calienta la argolla, te deja de garpe donde sea! ¡Es una culeadita la Pao!, decía entre risas, algunos hipos y ciertos gestos indescifrables que sus manos garabateaban en el aire.
¡Y, usted no aprovecha la noche? ¡Digo, usted es una mujer bonita, y no merece pasarla sola! ¡No bailó con ningún hombre? ¿Ninguno le pareció atractivo?!, le pregunté cuando la vi pensativa.
¡Sí, puede ser que tengas razón! ¡Pero, dejá de tratarme de usted, que no hace mucho fui tu tía nene!, me dijo apretando los dientes.
¿Además, quién se va a fijar en mí? ¡Mirá lo arruinada que estoy! ¡Encima, con el pedo que me cargo, no da nene!, se expuso valiente, realista y decepcionada de sí misma. Sin embargo, en ningún momento sentí pena por ella.
¡Bueno, arruinada, nada de eso! ¡Solo tomaste un poco demás! ¡Igual, yo no estoy tan distinto!, quise explicarle, consolarla, o vaya a saber qué. Encima, la que tenía las tetas al aire dejaba que la otra se las chupe, mientras le ponía hielitos en el medio de esos 2 primores!
¡Ni hablar tía! ¡Yo no ando con nadie hace rato ya, y ni mencionar lo de… bueno… vos me entendés, supongo!, intento armar la frase, pero prefiero quedarme callado.
¿Qué cosa? ¡Que vos no cogés hace mucho?!, me larga con la voz tan turbada como su mirada, olvidando que está alcoholizada, y que en general en ese estado se habla a los gritos. Me quedé mirándola por tener el atrevimiento de hablarme de esa forma, mientras por suerte, para la salud de mi testosterona, las lesbis se iban del patio.
¡Aay pendejo, no seas tarado! ¡Vos y yo, digamos que ya no somos nada! ¡Solo, buenos conocidos! ¡Así que hablame con confianza y sin miedos bebé!, dijo con suficientes argumentos.
¡Bueno, es así! ¡Hace mucho que no cojo, y no encuentro con quién!, me animé a confesarle.
¡Aaaah, pero seguro ahí adentro vas a encontrar pendejito! ¡Está lleno de putitas moviendo el orto, con la bombachita caliente, las tetas preparaditas para que vos le largues toda esa lechita acumulada! ¡Además, quién se va a resistir a esa pija parada como la tenés ahora?!, me ridiculizó, haciéndome saber que la muy turra me estaba mirando el bulto. Esa noche estuve tan acostumbrado a tenerla durísima que, ya ni me daba cuenta de cuán erecta estaba.
¡Perdón, me re desubiqué! ¡Mejor vamos a bailar! ¿Sí?, se le ocurrió decir para salvar el momento. Como no era una mala idea, y aparte ya no teníamos bebidas, entramos a bailar primero unas cumbias. Después yo fui a comprar unas birras, y volví a la pista, donde ya sonaba el aturdible y ampuloso reggaetón. Le dije que no sabía bailar esa mierda. Pero ella, tal vez por su estado, o porque buscaba competir con las pibitas que nos rondaban tirando pasos, o porque andaba alzada, empezó a frotar y pegar su culo cada vez más contra mí, haciendo que por poco los huevos se me encarnen en mis propios huesos, que se me pare la pija como nunca, y que mi olfato renazca tantas veces en su perfume barato que, algo me hizo manosearle una teta. La conchuda no dijo nada. Le seguí el juego agarrándola de la cintura para apoyarla con determinación y cada vez más seguido, simulando que solo la guiaba para el baile. Hasta que se da vuelta con una sonrisa tan grotesca como fulminante, y me dice: ¡Jajaja! ¡No sabía que se te iba a parar con mi culo sobrinito! ¿No le viste el orto a la putita que tenés al lado?!
¡Es que yo no pensé que vos podías tener un culo tan duro, paradito y re apoyable!, le dije sin tapujos, ignorando a la morocha que se desarmaba a mi derecha con el idiota de Maluma reventando los parlantes.
Se reía de mis pavadas, y nos pegábamos cada vez más. Hasta que unos temas después, la guacha me agarró la cara, me apoyó las gomas en el pecho y me hizo sentir el fuego de su lengua. Primero me besó con un piquito, pero pronto, su lengua lamía mi mentón, mis labios, mi nariz, y se introducía en mi boca para que mi lengua también se ponga a bailar junto a la suya entre tanta saliva como calentura en el ambiente.
¡Ya no puedo esperar más putita! ¡La seguimos o la dejamos acá?!, le dije, tomando las riendas de la cosa, como nunca había sido capaz en nada. Ella se me quedó mirando, como con la mente en blanco. Hasta que pareció reaccionar, y su boca me pronunció al oído como una brisa suave: ¡Acompañame al baño que ya me hago pichí! ¡Pero primero pasemos por la barra rapidito!
Le pedimos 2 fernet a la chica que ahora sustituía al gordo, que antes le había fotografiado las tetas a Rosana, y fuimos al baño casi corriendo, sin importarnos los pisotones que le prodigábamos a la gente. Quise decirle que la esperaba afuera. Pero ella me manoteó de la remera con una mano y me hizo entrar con ella. Me reí por la sorpresa, y le comí la boca con un palo terrible.
Ella me separa de su cuerpo, se saca el short rojo que traía y abre las piernas junto al inodoro, suspirando con cierto alivio cuando ya su orina comenzaba a ser una lluvia incesante. ¿La muy cochina no llevaba ropita interior! Gracias a ese detalle pude mirarle la conchita con unos pelitos a medio crecer, con unos bonitos pliegues y unos movimientos sexys. Yo no podía más, y menos mi boca que fantaseaba con devorársela ahí mismo, por más que nunca hubiese chupado una concha. Ella terminó, y tras buscar con la mirada algún rollo de papel higiénico sin éxito, se pasó la mano por la vagina y se la limpió en la remera. ¡No podía creer lo zafadita que estaba! Supongo que por esa razón, antes que se ponga el short la tomé de la cintura y la besé en la boca.
Ella se sentó en el inodoro para desabrocharme el pantalón, y mientras me decía que esto no debía saberlo nadie, comenzó a bajarlo con brusquedad para emocionarse al descubrir lo dura que tenía la verga adentro del calzoncillo, como si fuese una pequeña carpita. Sonrió con frescura, se bebió de un sorbo todo lo que me quedaba de fernet y me dijo: ¿Todo esto me estabas apoyando guachito pijón? ¡Pobres las putitas del boliche! ¡Si supieran lo que se pierden!
Me bajó el bóxer con cierto suspenso, y en cuanto mi pija dio un salto, procedí a manotearla del pelo, sin razonamientos ni especulaciones para dirigir esa boquita ya sin maquillaje a mi glande, y empiece a comérselo todo. Yo tenía los ojos cerrados, porque me la mamaba con una ternura y unos soniditos que me hacían perder estabilidad por momentos. No sé si habrá sido mi falta de sexo, o su profesional desempeño. Pero me sentía tan feliz como la tarde que debuté con una pibita de mi barrio.
Luego de unos minutos de chupadas intensas y profundas, de sus jadeos ahogados por mi carne venosa y de sus manos amasándome el culo, ella, colmada de su propia saliva en las tetas más la mía, ya que me pidió un par de escupidas, ubicó mi verga en el medio de esas tetas terroristas, y mientras yo se las pellizcaba intentando distraer el segundo en el que tal vez podía eyacularle todo, la guacha juntaba un poco de esa saliva indecente y se metía algunos deditos en la concha. Oírla penetrarse, revolverse los jugos y darse palmaditas era tan excitante que, yo no podía hacer más que encajarle la pija en la boca para que me la siga enamorando con sus chupadas prodigiosas. Parecía que tenía una sed de leche impostergable. De repente su cabeza se sacudía con mi verga internada entre las succiones de sus labios y el jugueteo de su lengua. Hasta que no pude concentrarme en otra cosa más que en acabar. Lamentablemente no fue en esa boca de ensueño. Es que la turrita la soltó justo, interrumpiendo mi segundo sublime para decirme: ¡Cómo te babeaste con las tortilleras cochino! ¡Sos un puerquito!
Le acabé en la cara, el pelo, las tetas, el cuello. Pareció fastidiosa por no poder atrapar toda mi leche y hacerla navegar en su garganta. Por eso decidió ponerse de pie dándome la espalda, y mientras me miraba con los ojos cada vez más chiquitos me dijo, mientras se arrodillaba sobre el inodoro: ¡Dale papito! ¿Vos querías coger? ¡Bueno, acá me tenés pendejo alzado! ¡Dame pija!
Yo, envalentonado por sus hechizos inmorales, me arrodillo y me pongo a comerle la conchita. Me volvía loco su olor a pichí mezclado con la calentura que se le tatuaba en la piel. La tenía empapada, brillante, afiebrada, gordita y cada vez más abierta. No estaba seguro de hacerlo. Pero cuando mi lengua obediente a mis designios le lamió el agujero del culo, el calor de su sexo fue aún más grave, intenso y próximo a la locura.
Pensé en la supuesta Pamela, en lo que me dirían mis amigos si me viesen comiéndome ese culito que se dilataba más y más, en las lesbis y sus tetas, en los dedos que entretanto le iba alternando a esa vulva salvaje, y sentía que la poronga se me podía partir en dos de lo dura que volvía a tenerla.
Cuando mi lengua se escurre casi toda en su culo maravilloso, la zorra suspira de placer mientras me dice: ¡Pajeate pendejo, quiero escuchar cómo te sacudís la verga, quiero que te mees ahí parado, que dejes todo el suelo meado, pajeate fuerte guachito asqueroso!
No encontré las maneras de soportarla más. Por eso, de repente, sin anunciarle nada, me aferro a su cuerpo y se la empujo de un solo golpe toda adentro de la conchita. Ella me dedica unas miradas cargadas de deseo por encima de sus hombros, y me pide que la agarre del pelo como a una yegua para bombearla lo más rápido que pudiese. Yo me siento sin derecho para desobedecerle. Así que empiezo a darle, a agitarme junto a ella, enredando mis dedos en su cabellera, sujetándola con toda la pasión que había en mi ser. Además le daba unas cachetadas en la cara y algunas en la cola mientras le decía, un poco para amalgamarme a sus gemidos: ¡Cómo te gusta que te peguen! ¡Síiii, mirá la carita de putita que ponés guachona! ¡Y pensar que hace unos meses eras mi tía hija de puta! ¡Todavía me acuerdo cuando fuimos a la pile con la familia! ¡Tenías esa bikini rosita, y andabas con las tetas al aire! ¡Y encima decías que te encantaba hacerte pis en la pileta! ¡Ahora me cae la ficha! ¡Sos una hermosa putita nena!
Ella gemía porque yo le percutía cada vez con mayores euforias en la mente y en los testículos. El choque feroz de nuestros cuerpos encendidos sonaba en todo el baño, cuando noto que la muy cochina había vuelto a hacerse pis, empapándome las piernas y el calzoncillo, que aún permanecía enrollado en mis rodillas, además de la pija y las bolas. Entonces, decido sacarle mi carne para que ella termine de mearse, y mientras lo hacía, se colaba deditos en la concha y suspiraba, gemía y se contorsionaba presa de un orgasmo que parecía ser el último de su vida.
¿Y ahora qué me vas a hacer pendejito pijón?!, me dijo lamiéndose los labios y los dedos que retiró de su panochita. Como no abandonó su posición, y yo sabía que tendría el culito dilatado para recibir mis envestidas guerreras, le abrí las nalgas, coloqué la punta de mi chota bien lubricadita y, ella sola empujó el culo para que le entre de una vez, para empezar a moverse y a gritar. Por eso tenía que taparle la boca con las manos, y ni me importaba si me las mordía. Le había entrado solo la mitad, y sus quejidos nos arrojaban a la oportunidad de ser descubiertos. Pero ninguno de los dos pensaba en eso.
Yo no podía darle tiempo hasta que se acostumbre al grosor de mi pija. Así que se la metí toda enterita, y ahí sí que gritó soportando unos nuevos cachetazos de mi parte, y algunos cabezazos que ella misma se daba contra la pared. Rosana apretaba los dientes, se babeaba toda, hacía gestos de dolor y me insultaba. Pero no se negaba a pedirme que la bombee más fuerte.
¡Qué pendejo de mierda que sos! ¡Ojalá mi macho me haga el orto así alguna vez! ¿Te gusta cogerme guachito? ¿Le voy a contar a tu tío que te cogiste a su mujer! ¡asíii, seguí, culeame toda perrooo!, decía, ahora con la colita más abierta, acompañando a mi ritmo con sus movimientos, solicitándole mis manos a sus tetas y haciendo que al inodoro le queden los días contados por semejante frenesí.
Intuí que me faltaba muy poco para acabar. Quería reventarle la colita de leche. Ese era mi anhelo. Pero me evidencié como un boludo, ya que me escuché gemir como una nena, y di un saltito impulsado por las cosquillas de mi glande. Ella también se la vio venir. Entonces, no sé cómo fue que lo hizo tan rápido. Me sacó la pija de su cola, se bajó del inodoro, se arrodilló a medias y me la manoteó para pajearme bien pegadito a su boca, donde finalmente derramé los últimos chorros de mi semen laborioso. Lo demás se le había impregnado en las nalgas. Cuando se mandó mi pija a la boca, sentí que aún tenía más lechita para ella, gracias al arte que me regaló con cada una de sus chupadas a fondo.
No podía creerme ni yo lo que había vivido! Como pude la ayudé a levantarse y a vestirse. Pensé en mis amigos, y los imaginé borrachísimos, comiendo algún pancho por ahí para bajar un poco el pedo.
Cuando salimos del baño, a eso de las 6 de la mañana, nos encontramos con algunas minas que nos sonreían mientras se miraban al espejo, se lavaban la cara o se pintaban los labios. Es que, yo había sido solidario con mi acompañante, pero ni me di cuenta de que salí con el pito algo hinchado afuera del pantalón. Digamos que me lo había subido pero sin abrochármelo.
¡No la guardes chanchito! ¡Que esas putonas te vean bien la pija! ¡Por ahí, el sábado que viene te cogés a alguna de estas!, me dijo Rosana al oído, lamiéndome la oreja y apretándose las tetas, como con ganas de más.
Apenas terminé de vestirme, le agarré un brazo a mi ex tía y salimos del baño con bastante mareo y pasos torpes. Una de las mujeres hizo un comentario acerca de mi verga. Pero no lo puedo recordar.
Rosana no me dirigía la palabra, cuando ya quedaban algunos pocos bailoteando en la pista. A ninguno de los dos nos pintaba la música electrónica. Así que, preferí darle algo de plata, subirla al primer taxi que encontré, y la mandé a su casa. Como estaba atontada por el escabio y por los terribles polvazos que nos regalamos en el baño, no pudo contradecirme.
¡Feliz cumpleaños pendejo! ¡Y disculpame por mearte el calzoncillo!, me dijo antes de subirse al auto, con sus labios pegados a mi cuello.
Me quedé como un nene esperando un rico postre en la vereda, viendo cómo el tachero se llevaba a Rosana, con la pija recobrando una nueva erección, porque me la imaginaba tirándole la goma al tachero, y rememorando cada cosa que su boca maléfica y grosera me decía. Verla tan desatada, regaladísima, sucia, y encima saber que se fue con un olor a pis difícil de ocultar me volaba la cabeza!
Volví a entrar al boliche con la ilusión de encontrar a mis amigos. Pero no divisé a nadie. Recién cuando me iba descubrí que a la tal Pamela dos tipos altísimos se la estaban apoyando de lo lindo en un sillón, y que otra mina le manoseaba las gomas.
¿Seguro que nunca imaginaste que me ibas a coger algún día pendejo? ¿Nunca viste a una mina haciendo pipí nenito? ¿Qué es lo que más te calienta que te haga una putita como yo?!, eran algunas de las frases de Rosana que me taladraban los sentidos, mientras regresaba a mi casa, naturalmente a pie, porque me había quedado sin un mango.
Por alguna razón, sin que alguno de los dos tenga las intenciones de proponerlo, nos encontrábamos sábado por medio en el mismo boliche. Quizás por el azar, por un gusto sexual irrefutable, por pura coincidencia, o por una complicidad que nos enlazaba. Pero lo cierto es que, casi siempre terminábamos en el baño. No siempre cogíamos. A veces ella me la mamaba, yo la pajeaba y listo. Otras veces me dejaba acabarle en la boca mientras hacía pichí. Una de esas veces ni le importó mearse con la bombacha puesta, como una nena en edad preescolar. En un par de ocasiones le hacía la cola mientras ella se metía todos los deditos que pudiera. Pero lo que más nos calentaba, como si todo esto no fuese demasiado, era escuchar a las mujeres que entraban al baño y murmuraban cosas
hoy tengo a la puta más codiciada del boliche en mis manos, gracias a la naturaleza de mi miembro siempre pendiente de su soledad. ¡Y pensar que siempre estuvo en la familia la muy turrita!     Fin

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Comentarios

  1. Hola ámbar! Encantador relato! Muy interesante! Una pregunta que me da curiosidad ¿aparece cuantas personas entrar a cada relato o esas cosas no aparecen? ¿Tenes algún límite que no te gustaría cruzar al escribir o te animas a todo? Sobre temas tabu y demás.
    Estoy esperando ansiosamente el domingo para saber que nos traeras de nuevo. Saludos!

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    1. ¡Hola July! Perdón por lo tarde de mi respuesta. Respecto de la gente que entra, no, la verdad, no tengo una estadística muy exacta. y, con lo de los relatos, trato de no tener, o de ponerme límites. Quizás, lo de necrofilia no me gusta demasiado. pero, respecto de otras temáticas, intento poder hacerlo lo mejor que me salga. Jejeje! Si vos quisieras pedirme algún relato específico, podés hacerlo por aquí, o al mail que figura al pie de cada relato. ¡Te mando un beso, y espero tu respuesta!

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  2. yo no le veo limites, hasta relatos de zoofilia ha escrito, aunque a mi esos no me gustan mucho, un audiorelato x favor Ambar, necesito escuchar tu voz, un beso diosa

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    1. ¡Hooolaaa! Bueno, espero que hayas podido escuchar mi nuevo audiorelato. y gracias por la confianza en tu comentario. jejeje! debo reconocer que la zoofilia tampoco me atrae demasiado. pero, si me piden, intento complacerlos. ¡Un besooo!

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