Tocaba La Mocosa en la plaza central de
Pergamino, y yo no podía faltar. Siempre me coparon las bandas rollingas y las
flaquitas que tiene el ambiente. Me llamo Brian, tengo 18 años, y más de una
vez traté de armar mi propia banda. Pero dejé de insistir cuando entendí que es
muy difícil cuando no hay talento.
Fui a la plaza con mi grupo de amigos, y todo
estaba bien. Mucho faso, cerveza tibia, estribillos cantados con el corazón,
pogo y toqueteo a cuanta guacha se nos acercaba. Aunque se daba más sin querer
por el fragor del show que por otra cosa. El rock and roll era todo lo que nos
impulsaba a todo. De repente el Piti me dice que una morocha me estaba re
comiendo con la mirada, a lo lejos. Le dije que nada que ver, y que no rompa
las pelotas con las minas, que acá la fiesta se respeta, y no sé cuántas
giladas más. Yo ya la había visto antes. Solo que jamás creí que me dedicaría
una mirada. Además, no quería parecer un banana ante los pibes, o un creído.
Mis amigos pronto se perdieron con otras
minitas. Yo me fumé un pucho mientras sonaban los últimos temas, y me fijé en
esa morocha, haciéndome el boludo. Estaba sola, con su pelo largo lacio, ojos
como misiles, medio rapada en su costado derecho, con un arito en la nariz, una
camisita preciosa que invitaba a soñar con su buen par de tetas, ya que no
traía corpiño, y un jean ajustado. Estaba parada junto a una columna con un
pucho en la boca, y una botella de birra en la mano. Se movía como si nadie la
estuviese mirando, cantaba y saltaba en los solos de viola, y todo lo hacía con
una sensualidad tan delicada como perversa al mismo tiempo.
Cuando todo terminó pensé en irme a casa,
tomar algo con los pibes y salir al boliche. Pero entre el abarrotamiento de
gente, la policía, los cholulos de la banda y las fanáticas, fui en la
dirección contraria, ya que era imposible dominar mis pasos entre tanta gente, y
me topé con la morocha. Me tocó el hombro como para frenar mi caminata apurada,
y me dijo: ¡Hola nene! ¡Te vi cómo me mirabas! ¡Estabas con tus amigos! ¡Te
digo que sos el más bonito de todos pendejo! ¿Querés un trago? ¡No voy a
aceptarte un no como respuesta!
No supe qué decirle. Solo bebí en cuanto me
puso la botella en la boca.
¿Para qué lado vas vos?, dijo con algo de suspicacia.
¡No sé, creo que a mi casa!, le dije mientras
le devolvía la botella, y la veía chorrearse unas gotas de birra en las gomas,
mientras bebía un poco, y me miraba los labios. Pero de pronto, sin ponerme en
situación, me manoteó de un brazo y salimos del tumulto de la plaza. Dimos con
un taxi al toque, y ni me preguntó nada. Solo dijo: ¡Vos te venís conmigo bebé!
Juro que no cazaba una. No sé si por el viaje
de los churros, la birra, la adrenalina del reci, o por la figura de esa mujer
impactante. Solo podía obedecerle cual perrito faldero.
Apenas nos sentamos atrás, una vez que el tipo
nos abrió mirándonos como a bichos raros, ella le pagó al toque, y el auto
empezó a rodar por las calles durante largo rato. Ella, después de contarme que
era casada, que estaba harta de cambiarle los pañales a su sobrina, la que su
hermana le enchufa todos los días para salir a laburar, que le fascina Def
Leppard, que los tipos de su edad son unos histéricos y otros detalles que no
recuerdo, comenzó a palparme el bulto con unas ganas que, hasta creí que podría
cogerle la mano. Luego siguió desprendiéndose la camisita hasta su ombligo. Se
reía suave en mi oído, como si estuviese nerviosa, y lamía mi oreja con deseo,
diciendo re acaramelada: ¡No sabés las ganas que tengo de chuparte toda esta
pija, chiquito! ¡Debe ser re jugosa, porque encima, se te pone más dura cuando
te la toco así!, y me la apretaba, haciendo que se me pare aún más.
Especialmente cuando jugaba con mi glande.
Yo estaba bloqueado. Al punto que no se me ocurría
qué carajo decirle. De pronto acercó mi cabeza a sus tetas divinas, y casi por
instinto atrapé uno de sus pezones en mi boca. Ella me apretó más la pija,
subiendo y bajando con su mano, mientras me reclamaba: ¡Así, chupamelás,
mordelas despacito, así guachito pajero, dale, chupalas bien, que me las re
ojeaste en el reci!
Apenas comencé con la tarea de succionarlas, ella
me desprendió la bragueta a lo bruto, sacó mi verga afuera de mi bóxer mojado
por las tocaditas de esas manos ágiles como sus palabras, y le dijo al tipo,
que parecía estar esperando aquella pregunta: ¡Che Omar, ¿No te jode si se la
mamo al nenito acá nomás, no?!
El hombre, que nunca había dejado de mirarnos a
través del espejo, puso un CD de Green Day, y después de gritarle a un tipo que
tenía la puerta trasera abierta, dijo con suficiencia: ¡No pebeta, mientras no
manchen el tapizado dale nomás! ¡Ya nos conocemos, así que no me voy a
impresionar!
Mis nervios parecían iluminar la noche en
cuanto Aldana le dio la primer bocanada a mi glande hinchado como nunca,
mientras el tachero se reía por algo que no llegué a ver, ni me importaba..
Después le ofreció unos lengüetazos a mi pija entera, a mis bolas y a mi
ombligo, acompañados de gemiditos casi imperceptibles y el sonido de su
respiración oliendo mi piel como encaprichada. Luego me la empezó a mordisquear
tierna y juguetona sobre el bóxer, fregó como pudo sus gomas en ella, y tras
escupirme la poronga volvió a morder, lamer y a presionar mi tronco,
exigiéndome con la voz suspendida en gárgaras y tosecitas: ¡Dale puerquito,
acabate ya, toda en la boquita la quiero, chancho, asqueroso, dale pajerito!
Ni lo dudé. Disparé una tormenta de leche en
su boca mientras la sacudía entre sus labios, y me sentí poderoso, aunque
desconcertado en cuanto terminó de decirme, saboreándose sin importarle que un
hilo de semen le rodeara el mentón: ¡No creas que esto queda acá pibito!
El taxista se reía con frescura. Pensé que
seguramente Aldana le habría mamado la verga a ese tipo, y tuve más ganas de
llevarla a mi cama para hacerle de todo. Incluso, las cosas que jamás había
hecho hasta entonces con una minita. Hicimos unas 10 cuadras más, y de golpe llegamos
a su casa. No registré muchos detalles. Solo que un pasillo oscuro nos condujo
a un sillón amplio, donde ella me sentó de un empujón, me descalzó, me sacó el
pantalón a los tirones como a un niño y se apropió otra vez de mi pija. Me
volvía loco que me la muerda encima del bóxer, que su lengua escurridiza lama
mis huevos ensalivando hasta mis ingles, y que me pajee con la furia que lo
hacía. Ella al parecer disfrutaba de mis tirones de pelo para que siga
chupando, gimiendo contra mi cabecita y oliéndome con ese hambre perverso que
la impulsaba a más.
En un momento, luego de revolear su camisita
al suelo, fregó sus tetas en mi pija, y casi pierdo la razón cuando me enseñó
cómo se metía sus pezones en la boca para chuparlos.
¡Me encanta tu olor a pija en mis tetas
chiquito!, me dijo mientras se bajaba el pantalón para entonces frotar su cola
en mi pija babeada, hinchada y lista para otro lechazo. Pero apenas balbuceó en
mi oído: ¿Qué vas a hacer ahora nenito? ¡No me digas que sos como todos los
pendejitos que acaban de una, y no quieren más! ¡No me vas a negar que casi te
hacés pis encima cuando viste mis tetas por primera vez!, ahí me condenó a chupárselas
mientras me masturbaba. Enseguida me la zarandeó otro rato entre sus labios
calientes, y hasta me abrió las piernas para darle unos lametazos, mordidas y
azotes a mis nalgas. Supe que debía tomar la posta, que esa putita se la estaba
buscando, y que aunque no tenía tanta experiencia, había que actuar. Entonces
la hice caer en el sillón un poco tironeándola de un brazo, le quité el jean
ajustado, le besé sus piernas preciosas, y cuando llegué a su conchita no podía
creer cómo esa tanguita roja se había empapado tanto.
¡Ojo con lo que hacés pendejín!, fue lo último
que dijo, antes que mi lengua, boca y olfato se adueñen de su sexo salvaje. Se me
tornaba imposible dejar de olerla, fundir mi saliva y dos dedos movedizos en su
hueco húmedo, estirarle la tanga con los dientes y rozar su clítoris con mi
pulgar para que sus flujos se multipliquen en mi cara. Ella gemía, alentándome
con sus palabras y los apretujes de sus piernas a mi cabeza: ¡Dale nenito,
mordeme la concha con tanga y todo, meteme la lengua más adentro, pajeame así
chanchito! ¿Te gusta que la tenga depiladita?
Esa concha era perfecta, con esos labios
gruesos, querendona, y latía cada vez más cuando mis dedos navegaban
incansables en su interior, y aromaba mis ganas de empomarla toda. Le arranqué
la tanga, me coloqué entre sus piernas, y apenas le dejé la pija en la puertita
de la vagina se atrevió a desafiarme: ¡Uuuuh, no me digas que me vas a hacer
cosquillas con ese pitito nene! ¡Si me vas a coger, cogeme bien, y acabame
adentro sin drama, que tomo pastillas! ¡No tengo treinta años al pedo!
Se rió burlona, como creyendo que no sería
capaz de penetrarla, y antes que intente hacer algo se la clavé de lleno para
comenzar a bombear con vehemencia, en el nombre de la calentura que me regaló
su boquita de petera sabia y esas gomas terroristas, las que no dejaba de
amamantarle mientras mi verga golpeaba el fondo de sus adentros, cada vez más
apretadita, mojada y en llamas. Ella, entretanto, me enrojecía las nalgas con
chirlos estruendosos, me aprisionaba con su aliento a cerveza y me
envalentonaba gimiendo con soltura, repitiéndome: ¡Así chiquito, cogeme más,
dame toda la lechita, quiero pija de nene calentito! ¡Me vuelven loca los
pibitos pajeros como vos! ¡Así, lleno de granos, rockeritos, mirones, porreros,
birreros, y re babosos cuando ven un par de tetas!
Me excitaba mal que me trate de nene, que me
chuponee las orejas, el cuello y el mentón, que me esquive cuando buscaba
besarla en la boca y que se mueva con tanta agilidad. El sillón daba toda la
sensación que se iba a desarmar en cualquier momento, cuando ella movía su
vientre con mi pija incrustada en su conchita. Hasta que esos roces y frotadas
me sacaron toda la leche, de a chorros fuertes y caóticos, tal vez cuando mis
envestidas eran más fuertes, y mi verga se ensanchaba como nunca. Apenas se la
saqué, ella acabó dando tremendos alaridos. Mientras lamía mi pija se
golpeteaba la concha salpicando nuestros jugos como llovizna en el aire que
olía a sexo desenfrenado
Después fumamos un porrito, bebimos otra birra
y me llevó de la mano a su habitación. Pensé que Aldana había decidido
descansar, pero nada de eso. Acostó a su sobrinita en la cuna después de
cambiarla, nos sentamos en su cama grande vestida solo con una sábana repleta
de lenguas stones, peló un whisky del ropero y tomamos un par de sorbos
mientras hablábamos. Yo sin dejar de contemplar sus pezones erectos, y ella mi
pija dura nuevamente. Justo cuando pensaba en que la muy guacha había dejado a
su sobrina sola en la casa para ir al reci, su vos me interrumpió.
¿Vos te pajeás seguido no? ¿Alguna vez te
moviste a una tipa más grande que vos?, averiguó. Le dije que no, que solo
había fifado tres veces con una ex, otro par de veces con una guacha re trola
del colegio, y que la gaucha de mi prima me petea desde la navidad del año
pasado.
¿Pero, nadie te la chupó como yo no? ¿Alguna
vez te enculaste a una mina?, me interrumpió cuando empezaba a contarle de mi
prima. Volví a decirle que no, y ella se puso en cuatro patas en la cama. Me
pidió que le ponga la pija en la boca y me la chupó un ratito, jadeando como
una perrita sedienta, babeando la sábana y lamiendo mis huevos. No quiso
explicarme por qué había dejado sola a su sobrina de 3 años. Aunque, mencionó
que una amiga se la cuidó al menos una hora. Después, un poco fastidiosa por
mis preguntas me ordenó: ¡Abrime el culo y pajeate contra mi agujerito!
Ella sacaba más culo, se chupaba las tetas y
se rozaba el clítoris mientras mi pija chocaba humedeciendo la entrada de ese
culo cerradito, castigando sus nalgas con cachetadas, y soñando despierto con
ensartarla a la fuerza. Pero de pronto ella se levantó sin mucho equilibrio, me
tiró en la cama y me puso una bombacha negra. Se me subió encima, ubicó mi pene
en el umbral de su conchita afiebrada y me cabalgó con desesperación,
escupiéndome la cara, diciéndome que ni se me ocurra acabarle, y que no me
mueva. Ella hacía todo. Su vagina se tragaba cada trocito de mi verga que
volvía a sentirse gigante entre sus paredes mojadas, moviéndose suavecito y
rápido, más lento y de nuevo con ritmo, de un lado al otro y haciendo evidente
la cantidad de flujos que brotaban de su interior. Hasta que pronto se sentó
sobre mi pija, y como si se tratara de algo simple y natural, su colita comenzó
a comérsela toda.
Era increíble sentir la presión de las paredes
de ese orto rabioso, el entrechoque de mi pubis y sus cantos, lo resbaladizo de
mis dedos adentro de su argolla y las cosas que decía: ¡Dale guacho, culeame
así, me encantaría que me mees el culo! ¿Te gusta cómo te cojo pendejo de
mierda? ¡Asíii, reventame el culo a pijazos, así nenito, que para tener 19, te
cargás una verga hermosa! ¡Dame verga pendejo, asíii, abrime más el culooooo!
La cama golpeaba la pared, mi pija se hinchaba
cada vez más, y ella tenía un orgasmo que la obligó a morderse los labios para
no gritar y despertar a su sobri, justo cuando yo le juraba darle la leche en
la boca con el sabor de su culito. Pero enseguida salió de mi cuerpo, me
arregló bien la bombacha y se hincó para chupármela sobre la tela, pajearme,
escupirme y frotar su rostro en mi pija como de cemento. No pude evitar
acabarme todo en una de esas frotadas, mientras me decía: ¡Acabá en mi
bombachita puta, damelá toda, me encanta mi olor a culo en tu pijita, quiero mi
lechita ya!
Creo que hasta me gustó que su lengua tocara
mi ano. Después me sacó la bombacha sucia con mi semen para ponérsela, se puso
una minifalda y me limpió el pito con la parte de adentro de la misma
pollerita. Después me llevó al baño medio a los empujones para que me vista y
me las tome por la puerta del patio, ya que su marido había tocado el timbre
dos veces. Para nuestra suerte el muy choto se había olvidado sus llaves.
Además me prometió otro encuentro en el que yo debía hacerle la cola hasta
llenarla de mí. Esa noche no pude dormir pensando en que su marido la tendría
ante sus ojos en mini, con la bombacha empapada con mi semen y repleta de
nuestro sudor. Fin
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