Los sueños mojados de Valeria




Hoy tengo 20 años, y a pesar del sinfín de actividades que me atraviesa no he podido vencer la barrera que me aplasta una vez que me acuesto a dormir. Me pasa desde chiquita. Tengo sueños muy vívidos, estremecedores, tan nítidos como la realidad que me rodea, sexuales y calientes. No sabía a quién preguntarle, o hablarle de eso, o si era realmente un problema. Por eso decidí escribirlos en un cuaderno viejo, en el que garabateaba corazones, dibujos, algunos títulos de los cuentos que me gustaban, o alguna receta fácil para hacer galletitas dulces. Al menos, eso había en las dos primeras hojas.
El otro día, mientras buscaba unos apuntes, di con él. Hace dos años que no escribía mis sueños eróticos, por denominarlos de alguna forma. Tenía que empezar a crecer, me decía para mis adentros, procurando encontrar algo de lucidez interior. Tenía que calmarme. Pero cuando pensé en las cosquillitas que sentía cuando los revivía para escribirlos, me invadieron unos escalofríos que por poco mis piernas olvidaban que mi cuerpo se sostenía en ellas.
Me senté en la cama y lo abrí. Era un cuaderno de 48 hojas, forrado con papel araña celeste, y con una calco de un gatito en la tapa. Empecé a temblar ni bien recordé el día que dibujé un pene y unas tetas por primera vez. Tenía 11 años, y esa tarde había visto casi que sin querer una película erótica que pasaban en un canal de cable. Era muy berreta, y a esos actores no los había visto jamás. Pero, presa de una vergüenza que me hizo transpirar, apagué la tele y me tiré a dormir la siesta. Sin embargo, a la tarde me desperté más acalorada que mientras veía la tele. Había soñado que Mariano, un compañero del colegio, me daba un beso en la boca, y que después metía una de sus manos por adentro de mi guardapolvo.
¡Dejame tocarte las tetas Vale!, me decía su voz, como si proviniese de una lejanía inhabitable, y yo le mordía los labios. Ese sueño no lo escribí, pero lo recuerdo como si lo hubiese soñado ahora mismo.
A esa edad había escrito unos cuantos. Los escribía con mis palabras, y a las apuradas. Por eso no todos eran muy legibles a la lectura. Había borrones, tachaduras, horrores de ortografía y muchas desprolijidades. Me gustaba escribirlos, porque al recordarlos otra vez tenía sensaciones hermosas. Y cada vez se acentuaban más en un presente que, por momentos parecía no corresponderme.
¡Soñé que, el tío Carlos me daba un beso en la boca, después de que yo le trajera pan! ¡Gracias bebé!, me dijo, y me acarició el pelo. Pero justo cuando me iba, me dijo que cierre los ojos, y me besó. ¡Me re gustó!
¡Hoy, corría en el patio de la escuela para que Mayra y Camila no me atrapen! ¡Pero se me cayó el pantalón, y todos me vieron la bombacha!
¡Ayer entré al baño de los nenes! ¡Tomi y Facu hacían pis, y yo me agachaba para espiarlos! ¡Pero no pude ver nada!
¡Ayer me hamacaba en la placita, y mi primo Lucas me tiraba besos! ¡Me acuerdo que me picaba la cola, y que me gustaba el vientito que me entraba por la pollerita! ¡Yo también le tiraba besitos!
¡Ayer me enteré que mi prima Belén quiere tener sexo con un chico! ¡Dice que no va a esperar un año más para perder la virginidad! ¡No sé bien lo que es eso, pero, parece que es grande para perderla con sus 18 años! ¡Mi hermano dice que todavía es virgen porque es una de las más feas del pueblo, y no me quiere explicar de qué se trata dejar de ser virgen!
¡Ayer, le vi las lolas a mi prima Nadia! ¡Me echó cuando entré a su pieza, y ella se estaba cambiando! ¡Creo que había un chico con ella!
Yo leía uno a uno los sueños que había tenido, y sentía que mi cama era un remolino que amenazaba con hacerme una partícula de su materia envolvente. Encontré el dibujito de una bombacha, y reconocí el día que le escribí mi nombre en la parte de la cola. ¿Cómo podía una nena de 11 años estar tan movilizada por sueños prohibidos? Las manos me temblaban, y honestamente no sabía qué hacer con ellas. Me detuve a responder algunos mensajes del celu, y cerré las cortinas de mi ventana. Miré el viejo cuaderno, recordé las tetas de mi prima y el temor que me invadió cuando abrí aquella puerta por accidente, y me sentí rara. ¡Tuve todas las ganas de tenerlas frente a mí para poder chupárselas!
Me quité los zapatos, volví a sentarme en la cama, y le di vuelta a la página del cuaderno para seguir leyendo.
¡No sé qué me pasa! ¡Hace días que no puedo dejar de imaginarme a Ramiro desnudo! ¡Quiero que me muestre su pene! ¡Ayer soñé que le bajaba el pantalón, y se lo agarraba con una mano!
¡Uooou, qué loco el sueño que tuve anoche! ¡Yo estaba haciendo gimnasia en una colchoneta, y de pronto aparece Ramiro! ¡Tenía un calzoncillo rojo, y el pito parado! ¡No sé cómo fue que, de golpe su pito me rozaba los labios, y yo quería sacar la lengua para lamerlo!
¡Ayer me peleé con la Sofi! ¡Es una tarada! ¡Ella cree que me gusta Diego! ¡Pero ese es un tarado igual que ella!
Leía y repasaba mi letra fría, a veces un poco más enojada, o pasional. Recordaba mi pelea con mi mejor amiga, y me reía para mis adentros, porque, aunque ella tal vez nunca lo sepa, yo perdí la virginidad con ese chico. Y Ramiro, fue mi amor imposible hasta mis 14 años, más o menos. Aún así, no recordaba tanta necesidad por escribir todo lo que soñaba.
¡Ayer tuve un problemita, y no sé por qué me pasó! ¡Mami me retó por hacerme pichí en la cama! ¡Es que, había soñado que Sofi y yo nos estábamos meando en el cole, y la señorita no nos dejaba ir al baño! ¡Y, de repente, las dos estábamos en el patio del colegio! ¡Yo le miraba la bombacha, y ella me insistía para que hiciera pis ahí nomás, que nadie nos miraba!
De eso me acordaba muy bien, porque no me pasó una sola vez. Claro que, seguro otros sueños me indujeron a no controlar mis ansias. También recuerdo las burlas de mi hermano. Pero, a esa altura ya me había quitado la blusa, y el reflejo de mis tetas apretaditas en el corpiño en el espejo, me hacía sentir tan sexy como inocente, igual que esa nena que escribía sus sueños y sensaciones en el cuaderno.
¡Ayer soñé que Ramiro y Marcos me cargaban por ir al colegio con olor a pis! ¡Yo les pegaba, y ellos corrían chocándose sillas y mesas! ¡Hasta que Marcos me atrapó, me pellizcó la cola y me pasó la lengua por los labios!
¡Esta siesta no sé por qué lo hice! ¡Pero soñé que un chico más grande que yo me perseguía, me miraba la cola y me sonreía cada vez que lo miraba! ¡En un momento estuve abrazada con él, adentro de un colectivo abandonado! ¡Él me besaba el cuello, y me decía que le gustaban mis tetas! ¡Pero cuando me desperté, me di cuenta que me estaba tocando la vagina! ¡No podía dejar de hacerlo!
A esa altura, uno de mis dedos jugaba con mis pezones por encimita de mi corpiño de encajes, y mis piernas se abrían y cerraban solas, como si alguna incomodidad les impidiese mantenerse quietas. Sentía un fuego abrazador ascender por mi espalda, enrojecerme los pómulos y orejas, y quemarme las yemas de los dedos. ¡Qué nena chancha que era! ¿Cómo podía soñar esas cosas?
¡Ayer soñé que me sacaba un 8 en inglés, y el profesor me regalaba un chocolate con forma de pito! ¡No pude esperar para abrirlo y comérmelo en el salón, ante todos mis compañeros! ¡Pero entonces, todos empezaron a reírse de mí! ¡Todos me decían que necesitaba un pito de verdad!
¡Ayer, me desperté re caliente! ¡Rami y yo nos re chapábamos en la estación de trenes! ¡No sé cómo fue que, de repente había una cama donde tendría que haber bancos, y él me puso su pene en la boca! ¡Yo se lo chupaba, y no dejaba de olerle los huevos! ¡Y, cuando mi mami me despertó, otra vez la pendeja amaneciendo toda meada! ¿Qué me está pasando?
¡A la siesta volví a soñar con mi tío Carlos! ¡Él me tenía a upa, me daba aceitunas y pedacitos de queso en la boca, y me decía que estaba cada vez más linda, que le gustaba mi perfume, y que me quedaba re bien el rojo de la remera que llevaba! ¡Me preguntaba si tenía novio, y si ya le había dado un beso a alguno de mis compañeros! ¡Pero, de repente, yo estaba agachada, y él me levantaba la pollera para bajarme la bombacha! ¡Me gustaba que me viera la cola, y escucharlo suspirar!
Mi corpiño se separó de mi torso cuando me lo desabroché con urgencia, y luego de que mi olfato y lengua dieran con su suavidad y frescura, lo arrojé al piso. Jamás había olido mi corpiño, y mucho menos le había pasado la lengua. Pero estaba cada vez más calentita, y al menos que yo supiera, la casa estaba vacía. Ahora mis manos sacudían mis tetas, las juntaba una con otra y las frotaba. Intentaba reunir mis pezones para que se toquen, y al fin, sin saber cómo llegué a idearlo, me escupí las manos para tocármelas con una obsesión insuperable. Me sentía sucia, cochina, perversa. ¡No podía creer que soñara aquellas cosas! ¡Qué caliente debía haber estado como para soñar con el horrible de mi tío! Pero lo cierto era que lo soñaba, y tenía consecuencias por ello. Algo me impulsaba a quitarme el pantalón, ya que la humedad de mi bombacha era más que palpable por mi vagina. ¡Tenía que ponerme a estudiar para un parcial de economía, y no podía parar de calentarme solita, releyendo viejas páginas con los sueños de mi pasado! Recordé que mi madre me llevó al psicólogo por aquello de hacerme pis en la cama. Eso me acompañó hasta los 14 años. Me daba vergüenza quedarme en lo de mis amigas, por temor a mojarles la cama. No me animaba a contarle a nadie que, muchas veces me hacía pis por soñar cosas chanchas. En el fondo, me gustaba soñar esas cosas, y no me importaba si me meaba encima. Pero para los adultos, aquello era algo gravísimo.
¡Ayer dormí la siesta en la casa de mis abuelos, y soñé que tenía una computadora re copada! ¡Mis primos y yo jugábamos y descargábamos música, riéndonos y tomando coca! ¡Pero de pronto, Nadia y Tomás empezaron a besarse, y ella terminó mostrándole las tetas! ¡Yo se las quise tocar, pero ella me pegaba en las manos, y él me agarraba los dedos para mordérmelos!
¡Anoche me desperté de una pesadilla horrible! ¡Pero cuando volví a dormirme, soñé que usaba pañales! ¡Me sentía re bien porque sabía que en cualquier momento, mami o papi me iban a venir a cambiar! ¡Por eso me hice pichí con toda la tranquilidad! ¡Después vino mi papi, y mientras me hablaba yo me iba despertando! ¡Al final me retó por hacerme pis en la cama!
¡Ayer volví a soñar con mi papi! ¡Él me cambiaba el pañal, pero yo era como ahora, con mis trenzas, mis tetas, y además le podía hablar! ¡Una vez que me sacó el pañal, me dijo que me siente en el sillón, que ya me iba a calentar la leche! ¡De repente, Ramiro entra por la puerta, y al verme desnuda de la cintura para abajo se me acerca, y me empieza a comer la boca!
No podía creer que fueran mis manos las generadoras de esas palabras, llenas de morbo, lujuria y cruda realidad. Mis tetas ya eran un río de saliva y machucones. Los gemidos se me escapaban de los labios cada vez que me retorcía un pezón, o lograba lamerme uno. Además, no paraba de frotar mi culo contra la cama, abriéndome las nalgas para sentir la furia en mi ano, mientras una de mis manos se había convertido en un puño para hacer lo propio contra mi vulva. Alguien había entrado el auto a la cochera, y en breve algunas voces se distinguían al otro lado de mi ventana. Pero yo no podía detenerme. Por eso, y tal vez sabiendo que mis padres habían llegado, me quité el pantalón, y lo arrojé con todas mis fuerzas contra la puerta de mi habitación. Le di un beso a mi viejo cuaderno, y entonces percibí el aroma que goteaba de mi bombacha blanca, totalmente húmeda y caliente. Caminé un rato por todo mi cuarto, con el cuaderno en una mano, mientras me pegaba en la cola, y me detuve frente al espejo para escupirlo y luego frotar mis tetas en él. Después lo besé, y miré el reflejo de mi lengua en el vidrio. Hundí uno de mis dedos en mi conchita, y una electricidad me pedía más y más. Me llevé ese dedo a la boca, y lo lamí con un placer que jamás había conocido. Recordé que cuando tenía 15, luego de mi terapia, había aprendido al fin a masturbarme, y que nada me fascinaba más en el mundo que fregar mi vagina contra almohadones gordos y suaves, y peluches viejos. Volví a escupirme las tetas, y a lamerme los pezones, pero ahora con las gomas bien pegadas al vidrio.
¡Ya voy maaaa, estoy ocupadaaaa!, tuve que gritarle a mi madre cuando la oí golpear mi puerta, la que al menos había tenido el reparo de cerrar con llave. Después me preguntó si quería tomar café, té, leche fresca o algunos matecitos. Le dije que apenas me desocupaba yo me preparaba algo. En realidad, ni siquiera recuerdo si le dije eso, o cualquier otra boludez. Me senté en la cama, me estiré los elásticos de la bombacha para que se me pierda un poquito entre las nalgas, y esa fricción insolente me regaló una punzada de felicidad irreproducible.
¡No sé cómo me pasó! ¡Pero, ayer soñé que Ramiro me había llevado un regalo a la escuela! ¡Me dio un paquetito en el recreo, y cuando lo abrí, era una bombacha mía! ¡Me morí de la vergüenza! ¡Y, al rato, los dos nos besábamos en el baño! ¡Lo raro es, que, cuando me desperté, tenía mi propia bombacha en la mano!
¡Ayer mami me habló de los cuidados para no quedar embarazada! ¡Creo que por eso soñé toda la noche que le pedía un bebé a Ramiro, a Diego y a Matías, el chico más pecoso de mi salón! ¡Como ninguno me daba bola, les dije que quería quedar embarazada, delante de la profesora de química y todo! ¡Después, recuerdo que Matías y Ramiro me mostraban sus pitos, y me decían que no iban a ponerse preservativos para hacerme el amor! ¡Me desperté re caliente gracias a ese sueño!
Seguía leyendo como podía. Recordaba esos sueños, y la calentura con la que amanecía. Tenía que frotarme, tocarme, darme besitos en las manos o fregar mis tetas contra el colchón para calmarme. De lo contrario, en el cole estaba re cargosa con los varones. Me acordaba de los retos de mi madre por mojar la cama, y mis explicaciones en vano. Siempre decía que tenía pesadillas horribles, o que no llegaba a levantarme. Ella no me creía del todo. De hecho, una mañana me dijo: ¿No será que estás soñando con chicos desnudos?
Creo que pasaron dos o tres meses, hasta que al fin se convenció de llevarme al psicólogo. Pero, mientras tanto, en la soledad de mi pieza a oscuras, uno de mis dedos presionaba mi clítoris sobre mi bombacha mojada, mis ojos seguían repasando mi pasado erótico, y los pezones me dolían placenteramente.
¡Ayer soñé que le mostraba mis tetas al abuelo! ¡No sé cómo llegué a dejar que me las chupe y me las manosee con esos dedos arrugados que tiene! ¡Después me acostó sobre la mesa de la cocina, me bajó la calza, me retó por no usar bombacha, y me dijo que por culpa de mis tetas tenía el pito muy duro, y que necesitaba un cariñito! ¡Me desperté justo cuando se bajaba el pantalón, con una mano acariciándome la vagina!
¡Bueno, creo que la próxima vez no voy a tomar tanta cerveza! ¡Ayer soñé toda la noche con Matías! ¡Qué pedazo de pija tenía ese tarado por dios! ¡Al principio estábamos acostados en la cama de mis viejos! ¡Solo nos besábamos el cuello, y nos tocábamos la cara! ¡Todo así como muy tierno! ¡Pero de repente, empezó a refregarme el pito y los huevos contra las tetas! ¡No sé si él me sacó la remera, o yo lo hice! ¡Lo claro es que al rato, yo estaba en cuatro patas, y él me montaba como si fuese un perro! ¡Su pija empezó primero a penetrarme la vagina, y después, una vez que me mordió el cuello, me la sacó de ahí para metérmela en la cola! ¡Me desperté re meada, en mitad de la madrugada!
Una de mis manos comenzaba a sobarme las piernas, a marcar mis uñas en la piel de mis muslos, y a ofrecerle pequeños golpecitos a mi vulva. La otra, le permitía a mi boca sorber cada uno de mis dedos, sentir el tacto de mis pezones cada vez más duros y calientes, y a buscar el calor que reinaba debajo de mis nalgas. En un momento di vuelta la página del cuaderno, y noté que ensalivé todo el papel. Luego de eso, seguí leyendo, mientras uno de mis dedos me punzaba el ano sobre la tela de mi bombacha, y la otra mano hundía sus dedos en lo más profundo que pudieran de mi vagina.
¡Sé que estuvo mal chuparle la pija a Santiago! ¡La Tati no me lo va a perdonar! ¡Yo no planeo decírselo! ¡Pero ella seguro se va a enterar, porque es una estúpida mal teñida! ¡Pero, ahora yo no puedo dejar de soñar que le chupo la pija a todos mis compañeros! ¡Ayer soñé que Matías y Ramiro me encerraban en el baño de chicas, y que ahí adentro, ni sé cómo entraban todos, había diez chicos, contándolos a ellos! ¡Al ratito, yo tenía la cara bañada en leche! ¡Me chorreaba por todos lados, y me mojaba todo el guardapolvo!
¡Esta siesta no aguanté más! ¡Tuve que pajotearme toda! ¡Soñé que Ramiro y Diego me re apoyaban sus pitos re duros en el culo, mientras viajábamos en el bondi! ¡No sé si Fue Rami, o Diego el que me pellizcó la cola! ¡Pero desde entonces, tuve que tratar de sostenerme el pantalón para que no me lo bajen! ¡Y, de pronto, los dos me besaban en la boca, Diego me metía los dedos en la vagina, y Rami me separaba los cachetes de la cola para clavarme el dedo! ¡Ni bien me desperté, tenía la bombacha por los tobillos, y la concha re mojada!
Me parecía tremendo haber tenido ese sueño a los 15 años. Por suerte, en cada margen de las hojas, a veces escribía la fecha correspondiente al sueño que tenía. Aunque no tomaba las mismas precauciones con todos. Mientras tanto, mis gemidos y el calor que me invadía ya no podían aguardar un minuto más. De repente sentí unas ganas de hacer pichí tan infinitas como impostergables. Me tiritaban las piernas. La saliva se me desbordaba en la boca. Mi lengua iba y venía de un labio al otro, y mis dientes se morían por mordérmelos. Los pezones seguían endureciéndose, y la vejiga me pedía piedad a gritos. Tenía ganas de gritar, de pedirle a cualquiera que pasase por la calle que entre a mi cuarto y me coja. Quería una pija en la boca, otra en el culo, y otra más grande en la concha. ¡No podía soportarlo más! ¡Aquellos sueños, los que yo misma había escrito me estaban perturbando demasiado! Entonces, me recordé cuando era esa chica que no sabía controlar sus impulsos, y antes de darme cuenta de lo que hacía, empecé a sacarme la bombacha mientras las cosquillas de mi vejiga no pudieron reponer energías para evitarlo. Me hice pichí sentada en la cama, justo cuando una de mis manos llevaba mi bombacha a mis labios. La lamí, le pasé la lengua por la parte de la cola y de la vagina, la olí con una alegría que nunca había experimentado por nada, y abrí mis piernas, en una mezcla de vergüenza, excitación y morbo. Me gustaba admirarme toda mojada, con el clítoris erecto entre mis labios vaginales, sobresaliendo como para demostrarme el estado en el que se encontraba todo mi sexo. Si hubiese podido, yo misma me lo habría chupado, lamido, saboreado y succionado con mis labios. Entonces, agarré el cuaderno con una mano, y mientras leía los últimos sueños que, al menos recuerdo, empecé a frotarme la bombacha muy fuerte contra el clítoris, llevándola de vez en cuando a mi cara para oler mi propia esencia.
¡Creo que si nunca hubiese visto la bombacha de mi hermana con un forro adentro, nunca hubiese soñado con ella! ¡Además, sé que está mal! ¡Pero soñé que ella me chupaba las tetas, y que se sacaba la bombacha para mostrarme que tenía un pito entre las piernas! ¡Yo le dije que se lo quería chupar! ¡Ella, se me subió encima y me lo enterró en la chuchi, sin darme tiempo a nada! ¡Me encantó cómo me cogió mi hermanita en ese sueño!
¡Ahora que lo pienso, tengo que tener cuidado! ¡Ayer mi viejo entró a la siesta, justo cuando yo había llegado al orgasmo! ¡Por suerte no me vio! ¡Me re costó hablarle sin agitarme! ¡Me estaba pajeando porque, había soñado que le chupaba la pija a Ramiro, y que la Tati me daba besos en la cola! ¡Era un sueño re estúpido! ¡Pero, gracias a eso amanecí alzadita, y para cuando mi viejo entró, yo todavía tenía una mano entre las piernas! ¡Si hubiese abierto mi acolchado como suele hacer para regalarme unas cosquillas, me habría encontrado desnuda, y con un olor a sexo fatal!
Ahora, sin ninguna reserva frotaba mi concha en toda la extensión de mi cama, mientras me penetraba el culo con dos dedos y me los llevaba a la boca para ensalivarlos. Mi bombacha estaba hecha un bollito. A mi clítoris le apasionaba encontrarse con ella y friccionarse con mayor frenesí. Gemía, me humedecía la piel con el pis que ardía en el costado derecho de mi cama, y me agitaba entre palpitaciones y los crujidos de las patas de mi cama. En un momento me froté el cuaderno en la vagina, y lo escupí, antes de arrojarlo al suelo. Recordaba cada sueño como si fuesen fotos recortadas de un libro de cuentos, y deliraba una y otra vez cuando mis dedos retorcían mis pezones. De golpe, me caí de la cama, todavía con mis dedos entrando en la oscuridad de mis agujeros. Pero me incorporé, y volví a deslizarme por la cama, colmándola con mis flujos y mi saliva, como un reptil imprudente. Alguien insistió, y golpeó mi puerta. A esa altura no podía divisar de quién se trataba, ni qué era lo que quería. En verdad, ni me interesaba. Ahora solo tenía a mi alrededor el fuego sagrado de mis propias pasiones. Por eso, en un momento me acomodé boca arriba en la cama, abrí las piernas y comencé a escupirme la vagina con violencia, para que cada disparo de saliva impacte directamente al centro de mi clítoris. Mi propio aroma me consumía. La humedad de mis manos generaba chispas en todo lo que pudieran tocar. Cuando al fin acerté varios flechazos, agarré una almohada, la coloqué en el centro de la cama, y lo monté para frotar mi concha en esa tela suave y pulcra, con olor a suavizante para la ropa, mientras mis manos me enrojecían las nalgas de tanto azotarlas. Hice un esfuerzo por liberar lo que hubiese en mi vejiga, una vez más, y aunque no fue mucho, me excité al sentir aquel pequeño chorro de pis saliendo de mi vagina, embebiendo mi almohada favorita. Entonces, en un arrebato de furia, me levanté de la cama, y abrí uno de los cajones de la cómoda. Casualmente era el que guardaba ropa de mi hermana Julia, quien no vivía en casa hacía ya 5 años. Había bombachas y corpiños de ella, varias medias impares, un celular viejo, y para mi asombro mayúsculo, un pequeño consolador. ¡No iba a pensármelo dos veces! Fui a mi cartera, busqué un preservativo, se lo puse con la boca a ese chiche de no más de 15 centímetros, y me puse a petearlo frente al espejo, mientras me frotaba una de las viejas bombachas de mi hermana en la concha. Era una celeste de encajes y transparencias. ¡Con que la santita de mi hermana atesoraba un juguetito sexual! ¡Y pensar que se hacía la puritana, y se burlaba de mí cuando mojaba la cama! Ahora yo tenía su consolador a punto de entrar en mi vagina, sin saber cómo apagar el incendio que me martirizaba.
De pronto estaba culo para arriba en la cama, lamiendo mi pantalón, mi bombacha y mi remera, con más de medio chiche penetrándome el culo. Cuando lo retiraba de allí, lo llevaba a mi boca, lo lamía, y me lo metía en la concha. En una de esas últimas arremetidas a fondo, fue que mi madre golpeó la puerta con tono de preocupación.
¿Qué estás haciendo hija? ¡Dale, vení a merendar con nosotros, y después seguís estudiando!, decía la pobre tras la puerta, imaginándome envuelta en apuntes, libros y cálculos. Pero seguramente había escuchado mis nalgadas, mis corridas por la pieza, alguno de mis gemidos, o quizás, las palabritas sucias que yo misma me decía.
¡Asíiii nenitaaa, tocate todaaa, pajeateee, asíiii, cómo te gusta toquetearte toda, mearte en la camitaaa, soñar cositas chanchaaaas, estás re loquita nenaaaa!, me mencionaba para mí, o al menos para los oídos insolentes que se atrevían a pedir más volumen y adrenalina. En ese exacto momento un orgasmo imprudente, salvaje, rebelde y demasiado irresponsable me sofocó por completa. No tuve formas de negar lo que los ojos de mi madre revelaron por sí mismos. Ella abrió la puerta más rápido de lo que mi estado mental supo resolver mi situación.
¡Valeria, hija, por dios! ¿Qué estás haciendo? ¿Qué es este despelote? ¿Y, encima, te hiciste pichí? ¡Nena, ya sos grandecita para, para estas cosas! ¡Sé que, bueno, que es tu habitación, y que es privada! ¡Pero, esto, ya pasó antes!, intentaba explicarme mientras levantaba mi ropa del suelo, y miraba mis sábanas mojadas con tristeza.
¡Mami, todo está bien! ¡No tenés por qué preocuparte! ¡Es que, nada, encontré mi cuaderno, en el que anotaba sueños chanchos! ¡Posta, lo empecé a leer, y me calenté mal!, le dije. Mi terapeuta me había aconsejado llamar a las cosas por su nombre. Todos debían respetar mi privacidad. Si eso tenía que suceder a la fuerza, como en este caso, era porque el destino había previsto ordenar las cartas de esta manera. Mi madre, estuvo callada un buen rato. De hecho, hasta sus manos dejaron de recoger mis cosas del suelo.
¡Está bien Vale! ¡Lo único, desde ahora, cada vez que quieras masturbarte, hacé pichí en el suelo! ¡Tocate hija, que no es malo!, me dijo luego, acercándose para darme, lo que yo intuía un abrazo de madre. Pero ella, posó sus labios sobre mi teta derecha, después buscó uno de mis pezones y me lo sorbió. Luego, me olió las manos y las piernas, y salió de mi cuarto, con una sonrisa ingenua, diciendo: ¡Dale, apurate, que tu padre y yo te esperamos para merendar!    Fin

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