Re calentitos

Era un sábado como cualquier otro. El calor asesinaba a cada pequeño esfuerzo por hacer algo, y mi vieja rezongaba por la casa, porque mi viejo no había vuelto desde la noche anterior.
¡Seguro que debe andar en pedo, y yo fregando los pisos como una pelotuda!, se oían sus quejas desde mi pieza. La pobre no tenía plata ni para comprar huevos, y la poca que había, mi viejo se la patinaba en el casino y el escabio. Por eso, mi madre resolvió que lo mejor era ir a lo de su hermana, mi tía Gabi. Al menos para despejarnos un poco. Ahí siempre la pasábamos bien, a pesar que ella y su familia eran más pobres que nosotros. Para llegar a su casa teníamos que tomar un colectivo, y soportar un viaje de al menos hora y media, ensardinados porque, no es posible encontrar asientos en esa línea. Pero todo era justificable con tal de pasar un lindo día, fuera de los conflictos de nuestra familia. Ni nos importaba el calor, ni la mala leche de los pasajeros con el chofer, ni lo apretado que estábamos.
Cuando llegamos, nos mandamos como panchos por nuestra casa, cosa que siempre hacíamos. Allí nos encontramos a mi tía Gabi sentada en las gambas de mi tío, a los besos, manoseos y mimitos. Se los veía encendidos, al punto que ni escucharon que mi madre golpeó las palmas en la puerta. Pero mi tío reaccionó de inmediato. Creo que le dio un pellizco a Gabi para que se incorpore. Luego él se levantó y nos saludó algo avergonzado, diciendo que se le hacía tarde para irse al laburo. Era posible que sea cierto, ya que es taxista y tiene auto propio. Pero mi tía y mi madre no le creían demasiado. Siempre las escuché discutir por lo mismo. Para mi madre, el nabo de mi tío le metía los cuernos, pero mi tía lo defendía a capa y espada. Después todo quedaba en paz, como una nube disuelta en el cielo, y listo.
En efecto, mi tía nos recibió alegre, y enseguida se puso a organizar el almuerzo, mate de por medio con mi madre. Yo me puse a jugar con mis primas más chicas en el patio. Cuando quisimos acordar, estábamos comiendo como desaforados unas hamburguesas con ensalada. Se habían hecho las 2 de la tarde cuando la tía abrió un vino para compartir con mi madre. El calor era demoledor. Por eso le pedí permiso a la tía, una vez que terminé de limpiar mi plato para tirarme debajo de la parra que tiene al final del patio. Entonces, tendí una manta en el suelo, apagué mi celular para que mis amigos no me manden boludeces al whatsapp, y busqué cerrar los ojos un rato. Pero mi prima de 10 años, cada vez que me veía a punto de dormir, se me tiraba encima, me pellizcaba o me tiraba agua con un vaso. Honestamente nunca había sido tan cargosa conmigo, ni yo la había mirado bien. Tenía una remerita apretada y mojada. Eso hacía que se le noten con perfecta fidelidad el desarrollo de unas tetas prometedoras. Para su edad ya las tenía un poco grandes. A lo mejor porque ya era media gordita. Entonces, como si no se puede con el enemigo lo mejor es unírsele, me puse a jugar con ella. Solo nos correteábamos, nos tirábamos agua o nos empujábamos para ver quién se caía primero. Cuando la levantaba del suelo aprovechaba a tocarle las gomitas, le apoyaba el pito en la colita o la presionaba contra mi cuerpo. Mi tía y mi madre me miraban mientras le daban al vino con soda, pero no imaginaban los primeros calores que ya empezaban a calentarme el pito.
Finalmente mi tía me sugirió descansar en la pieza de Miriam, la mayor de las hermanas que ya no vive en la casa. La guacha quedó embarazada de un vago sin identidad, pero al menos logró casarse con un policía que no le hace pasar necesidades, y al parecer le dio su apellido al nene. Pero enseguida recordó que seguro estaría hecha un desastre, con olor a encierro y con la cama sin colchón. Para no hacerla sentir mal, le dije que no se preocupe, que dormiría una siesta en una de las reposeras. Cualquier cosa es mejor que dormir en casa. Entonces, mi madre y mi tía resolvieron llevarse a mi hermanito y a mis primitas a la casa de mis abuelos. De paso les regalarían una linda visita. ¡Por fin pude dormir, después de una noche con mis amigos y una terrible maratón de video juegos!
Cuando todo era un silencio de cementerio, a eso de las 5 y pico me despierto híper molesto porque a los drogones de los vecinos se les ocurre poner música al palo, además de mandarse algunos tiros. Es que, jugaba Godoy Cruz y Lanús, y los barras no podían ir a la cancha. Qué suerte la mía, tener la casa de mi tía al lado de uno de los jefes del fútbol, pensaba. No me queda otra que meterme adentro de la casa y recostarme en la cama de mi tía. Me duermo casi sin esfuerzos porque la casa es pequeña. Solo 2 piezas habitables, la cocina comedor y el baño. Además no había nadie.
Creo que llego a soñar por espacio de media hora. Es que, de pronto escucho música en la cocina, lo suficientemente fuerte como para despertarme. Me levanto sacado, y descubro con cierto estupor a mi prima Belén sentada en la cocina bajo el ventilador, en ropa interior y toda mojada. No había manera de no quedarse pasmado mirándola con regocijo. Es bonita de cara, mide 1,65 más o menos y no tiene ni mucho ni poco. Podría decirse que lo justo y necesario como para que los pibes se agarren una buena calentura, como la mía. ¡Y más así como estaba la turrita, con las tetitas frescas, paraditas, y esa cola redondita atrapada en una bombacha no muy limpita que digamos!
Belén se me queda mirando desafiante, mientras se tapa con el mantel, hasta que pronuncia: ¡Eeee, guacho culeado, ¿Qué hacés acá?! ¿No te habías ido?
¿Y yo por qué me tengo que ir? ¡Yo estaba durmiendo como un bebé, y vos pusiste música, desubicada!, le dije fastidioso.
¡Bueno, pero date vuelta y dejá de mirarme las tetas!, dijo divertida por mi respuesta.
¡Hace rato que te las vi, y no son gran cosa, así que no te agrandes pendeja!, se me escapó, mientras sentía que la verga latía bajo la presión de mi bermuda. Lo malo es que tenía cierre, y yo no traía calzoncillo.
¡Bueeenaaa! ¡Seguro que la gorda que te comés tiene más panza que culo y tetas!, dijo casi escandalizada, intuyo que molesta por mi observación.
¡Sí, puede ser, pero también una concha que se la come toda, bien apretadita!, le informé orgulloso. Ella no me siguió la perorata, pero, tras un chasquido de su lengua se levantó como con carita de celosa y se metió en su pieza. Yo opté por salir al patio y retomar la reposera para echarme otro rato, después de lavarme la cara.
Belén no tardó en aparecer, ahora con un short y una remera que apenas le cubría los pechos. Sabía que no tenía que dirigirle ni la mirada. Conocía a Belén cuando andaba cruzada, y más cuando alguien la comparaba con otra chica. Cuando la veo agarrar la manguera para regar el jardín, yo le sigo los pasos y me siento al costado de la calle, bien cerquita de sus movimientos para hablarle.
¡Che nena, ¿Qué pasó con el guacho que te cogía?!, comencé.
¿Qué? ¿Qué mierda hablás tarado? ¡No sabés nada de mí!, dijo salpicándome agua como para disuadir mi pensamiento.
¡Sí que sé, y no te hagas la boluda! ¡Me lo contó la Daiana! ¡A tu hermana le das un alfajor y te cuenta todo!, le dije mientras me fajaba con los mosquitos que amenazaban con agujerearme. (Daiana es su hermana mayor)
¡Puta, la culeada esa no se sabe callar el orto! ¡Ya la voy a buchonear con el marido, que cuando él se va ella tiene visitas!, me confesó al mejor estilo manotazo de ahogado.
¿Ah sí? ¿Mirá vos? ¡No lo sabía! ¡Pero bueno, ¿Qué pasó con tu chongo nena?!, insistí.
¡Nada, cogíamos y todo bien! ¡Pero el flaco tenía novia! ¡Y el otro día en la escuela la tilinga me vio cuando le chupaba la pija en el baño de mujeres, justo cuando entró a fumar un pucho!, se despachó con creces.
¡Eeepaaaa, qué atrevidita que sos pendeja! ¡Y encima en la escuela!, la expuse, mientras me acomodaba el pito que ya me reclamaba libertad, o al menos una sobadita.
¡Y bueno, vos al menos tenés para pagar el telo nene! ¡Porque sos re platudo ahora! ¿No? ¡Nooo, ni creo que tengas tarado!, me atacó sin atenuantes, mojándose la cola con la manguera.
Hubo un rato de silencio mientras ella regaba y yo la veía actuar. De repente se mojó el pelo, y luego la remera para que se le marquen bien las tetas. Hasta que empezó a decirme: ¿Y vos no tenés calor nene?! Y me empezó a correr con su arma de agua letal por toda la vereda. Ni nos importaba que nos vieran los vecinos. Yo le miraba de reojo las tetas que se le bamboleaban con la misma determinación con la que ella se fijaba en mi bulto en llamas.
Hasta que en un momento consigo quitársela, justo cuando se tropieza con un ladrillo por andar descalza. Ahora yo la mojaba a mi antojo, y así fui conduciéndola hasta adentro del patio nuevamente. Allí nos sentamos en el pastito, agitados, empapados y muertos de risa. Ella estaba segura de que cuando se cayó en la vereda, los vecinos que pasaron por el frente le re miraron la cola, porque se le bajó todo hasta la mitad de sus nalgas.
Entonces, ella recuerda que hay una cerveza en la heladera. Yo me ofrezco a traerla, y pronto ya estábamos charlando otra vez.
¿Es verdad lo que me dijo la Lucía?!, me preguntó, dudando de la palabra de su mejor amiga.
¿Con qué cuento te fue la tarada esa?!, le dije, para que no le queden dudas de que me caía como el culo.
¡Me dijo que viste a los hermanos Rodríguez cogiéndose!, se animó a decir luego de pensarlo un poco.
¡Aaah, es eso! ¡Sí, los vimos con el Fernando cuando los fuimos a buscar para jugar a la pelota!, le confié, viendo cómo se decepcionaba.
¡Jaja! ¡Me salieron putitos los dos! ¡Qué mierda! ¡Y yo que les tenía ganas! ¡No sabés cómo me calientan esos giles! ¡Hasta me hice una paja pensando en que los dos me chupaban las tetas en el baño de la escuela!, me dijo, recordando que además de ser su primo siempre fui su mejor confidente. Es bueno destacar que Lucía, Fernando, los hermanos Rodríguez, la gorda Nati, Belén y yo vamos al mismo colegio. Por eso nos conocemos todos.
¡Y bueno, yo que vos un día les caigo a mirar! ¡Por ahí te invitan, y te comen las tetas, mientras se acogotan la gallina!, le dije como para distender el momento, después de pasarle la botella para que tome del pico. Me encantaba ver las gotitas de cerveza que no podía controlar deslizándose por su mentón hasta perfumarle la remerita.
¡Callate bobo, y terminemos esto que se calienta, como vos!, dijo sorprendiéndome.
¿Qué dijiste nena? Escuché bien?!, pregunté por pura burocracia.
¿Sí nene, lo que dije! ¡Si ya vi que se te re paró pendejito!, dijo lamiéndose el labio inferior.
¿Qué decís tarada? ¡No sabés nada!, le dije como un nene avergonzado.
¡Sí que sé! ¡Cuando me quitaste la manguera, me di cuenta, porque yo te apoyé la cola! ¡Un poco más y me atravesás la ropa tarado! ¿Me querías agujerear la calza?, se esforzó por hacerme notar lo dura que tenía la pija.
¡Bueno, es que hace calor, y el calor hace que se te pare! ¡Vos no lo entendés porque sos mujer!, dije ridículamente.
¡Jaa, sí dale, el calor! ¡No me chamuyes tarado!, murmuró por lo bajo.
Apenas nos terminamos la cerveza nos metimos a la casa, un poco apabullados por los mosquitos. Además, la charla había llegado al menos a incomodarnos. Como yo tenía terrible pachorra volví a tirarme en la cama de la tía. Pero ella interrumpió mi tranquilidad con sus gritos.
¡No seas boludo neneeee, poné aunque sea un toallón, que estás todo empapado! ¡Le vas a mojar toda la cama a mi vieja inútil!
Ella misma lo puso mientras yo prendía un espiral, y luego me acosté mirando a la pared, disfrutando de su ausencia repentina. Es que, no demoró en regresar comiendo unas galletitas. La veo que deja el paquete en el piso, y que se acuesta en la cama dándome la espalda, imaginando que tal vez estaría agotada del calor. Algo adentro de mi espíritu de curiosidades me obliga a darme vuelta. Entonces le descubro la espalda al descubierto, y al bajar la mirada a su cintura, me pongo loco con su shortcito corrido, ya que no tenía la tanga puesta. No sé cómo fue que, como si mi mente necesitara armar el rompecabezas, descubro que su tanguita reposaba en la mesita de luz.
¿Y tu bombacha?!, le dije casi al oído.
¡Acá está cochino!, me dice mientras me la tira en la cara, paseándose la lengua por los labios. Yo me dispongo a olerla como si nada, sin pensar en el resultado de mis actos. Estaba impregnada del penetrante y dulce olor de su conchita con ganas de sexo, y un sutil resabio de olor a pis que me enloquecía. Yo conocía su aroma porque la vida me dejó un par de veces algunas bombachitas usadas por mi prima en el baño. Mis 16 años estaban muertos de asombro por lo brillante que estaba en la parte de adelante. Todavía se conservaba húmeda.
Ella se da vuelta con cara de circunstancia y me mira a través de una sonrisa perversa.
¿Me la vas a devolver o no pajerito?!, murmura con voz de gata.
¡Sí, tomá nena, está sucia, igual que vos!, le dije para ver sus ojos enojados. Ella me la quitó, se la enredó en los dedos y la tiró al suelo.
¿Vas a querer galletas? ¡Levantate y agarrá!, me largó impaciente y de la nada.
¡Sí quiero, pero están en el suelo! ¡Alcanzame un par!, le solicité.
¡No, dale, no seas pajero y mové la pija si querés comer!, me gritoneó, sabiendo que tenía que encimarme a su cuerpo para alcanzar el paquete. Pero seguro ella estaba deseándolo. Por lo tanto, me subí sobre ella, y hasta que llegué a las galletas estuve un rato con mi pija bien apretada contra su colita. Ella se levantaba un poquito para mejorar los roces y las fricciones, hasta que agarré un par de galletas y volví a recostarme. Ese procedimiento lo repetimos por lo menos 3 o 4 veces. Yo no podía disimular mi erección, ni el frío por estar tan mojado como ella. No hubo palabras. De repente, los dos hacíamos cucharita bajo la sábana. Durante unos minutos estuvimos así, apretándonos, frotándonos con mi brazo bajo su cabeza.
¡Che, eso no se te va a bajar nenito?!, preguntó mientras yo navegaba en el perfume que aún le quedaba en el cuello.
¡No sé nena, creo que no! ¡Hay que esperar nomás!, le dije como buscando su solidaridad. Entonces, empezó a moverse, pegándome aún más su cola, mordiendo mi brazo y lamiendo los dedos de mi otra mano. Ella misma colocó mi otra mano en su cintura, y ahora yo también la aferraba más contra mí. Hasta que tomó mi mano y la puso sobre sus tetas para que se las amase.
¡La Daiana me dijo que cuando eras más chico, te vio oliendo una bombacha mía en el baño! ¡Sos un asqueroso! ¿Qué hacías? ¿Te pajeabas primito? ¿Apretame las tetas maricón!, decía, sin detener el ritmo de sus refregadas, ahora con una de sus manos sobándome el pedazo, que ya me dolía de tanta tensión.
De repente no pude aguantar más semejante jugueteo. Me levanté y la acomodé boca arriba dispuesto a besarla toda. La recorrí entera. Le chupé hasta los pies. Le mordí las rodillas. Le dejé toda la pancita y las tetas babeadas. Lo único que se me prohibía hasta el momento era todo lo que su shortcito escondía.
¡Uuuuh, primitoooo! ¿Hace cuánto que no la ponés? ¡Parece que un montón, porque la tenés reee dura! ¿Qué pasó? ¡La gorda no te dio el pancito en el cole? ¡Creo que es mucho más cortita que la del tarado que me garchaba, pero más gruesa! ¡Oooooh, síii, mirá lo que es! ¡Mirá lo que se está perdiendo ahora la gorda papona esa! ¿Te la culeaste muchas veces?, decía en medio de mi besuqueo por su piel, con mi pija al aire en su mano, y un río de saliva juntándose entre sus labios. Entonces, mientras se entretenía pajeándome, yo le subí la remerita para comerme como un lobo esas tetitas rosadas, frías y turgentes. Le encantaba que le muerda los pezones, porque golpeaba sus piernas una contra la otra! Así que, luego de chuponearle las tetas como se lo merecía, fui descendiendo hasta su cintura entre mordidas, cosquillas y besos ruidosos, hasta que arribé a su short húmedo, un poco por el agua de la manguera, y otro por su propia calentura. Luego de marcarle mis dientes y labios en las piernas, y de jurarle que me re pajeaba con sus bombachas y con las de Daiana, le saqué el short con su ayuda más que útil. Ahí mismo me volví re loco al mirarle la vagina desnudita, carnosa, suave y perfumada. Se me hacía que era perfumito de bebé, o de nena mientras mi lengua comenzaba a saborearla, y sus gemidos a ensordecerme. Ella me agarraba de los pelos para que no me abstenga de penetrarla toda con la lengua, y me pedía algunos dedos en el clítoris. Me encantaba no poder respirar por el tacto violento de su carne sagrada en mi nariz, y que me apriete la cabeza con sus piernas, diciendo: ¿Esa gorda cochina tiene la concha como la mía? O se mea encima cuando petea a tus amigos? ¡La Lucía me dijo que es re sucia la papona esa!
En un momento retiré mi cara cubierta de sus flujos, tal vez los originados por un orgasmo que la hizo retorcerse los pezones y ponerse una almohada en la cara para gritar todo lo que quisiese. Belén se bajó de la cama como pudo, y me instruyó sin ponerse colorada: ¡Sentate ahí guacho pijón, que me la quiero comer toda! ¡Quiero pija!
¡Dale, pero no lo digas, hacelo ya putita sucia! ¡Seguro que te pondría más puta saber que tu mami te puede encontrar con tu primito, no pendejita?!, le dije para enfurecerla aún más.
¡Si, obvio, que me vea chuparte la pija! ¡Hasta la garganta la quiero, y no pares! ¡Llename la boquita, quiero leche!, decía mientras se arrodillaba en el suelo, después de oler su propia tanga.
Entonces, le dio play a una mamada épica, con un tema de los Pibes Chorros que sonaba en la cocina a todo volumen. Mi primita se mostraba como toda una experta en la materia. Subía y bajaba con agresividad por mi tronco todo ensalivado por las escupidas que me ofrendó, lamía desde la base hasta la cabeza para detenerse en el orificio de mi glande, y volvía a empezar. Me encantaba que me escupa como con asco, que se mande unas buenas gárgaras con mi presemen y la saliva que le sobraba en la boca, y que me mordisquee los huevos después de besuquearlos un poco. A ella le gustaba oírme suspirar, pedirle que se la trague toda, que le diga que es una flor de putita, más que la gorda Natalia. Era todo un espectáculo mirarla sonreírme con picardía, mordiéndose los labios, o pajeándome la pija contra su carita, mientras decía: ¡obvio primito, nadie te la va a mamar así de rico! ¡Sino preguntale a tus compañeros cuál es la boquita más lechera de la escuela!
Me volvía un demente que me pida la lechita cada vez que se la sacaba de la boca, porque modulaba para mis oídos una vocecita bien tierna, como la de una nena. Además, el riesgo de saber que mi tía y mi madre estaban por regresar nos encendía aún más.
¡Dale primito! ¿No querías que te coma toda la pija? ¡Dame toda la leche, toda en la boquita, dásela toda en la boca porfiii, que tu primita tiene sed guachito, dale que soy tu putita!, me decía para apurarme la leche y los jadeos más inauditos de mi corta existencia. Acabé con una violencia que, alcanzó para repartir un poco en su boca, otros chorros para su carita contracturada, los que juntaba con sus deditos para sorberlos, y otro tantito en sus tetas coloradas de tanto que ella misma se las apretaba.
Realmente el frío de habernos manguereado había desaparecido. En la pieza reinaba un vapor que nos hacía alucinar, un olor a sexo que embriagaba, y una incertidumbre deliciosa. Yo me tiré boca arriba en la cama con los ojos cerrados, para saborear el tremendo momento que acababa de esfumarse, mientras ella decía que eran las 8, y que seguro todavía la tropa no iba a llegar. Para asegurarse le mandó un sms a su madre, y ella le escribió de inmediato que cenarían en lo de los abuelos. Aunque, sabíamos que eso no era garantía de nada. De repente siento su boquita contra mi pija, y algunos besitos por mi abdomen. Intento no darle bola, inmerso en mi mundo de disfrute y relax. Luego siento que se sube a la cama, y que sin pedirme permiso se me sienta sobre la pija para clavársela toda en la vulva. Recién ahí abro los ojos para contemplarla mejor, justo cuando ella se sostiene en los agudos de su propio grito: ¡aaay, síii, qué ricoooo! ¡La tenés re gruesa pendejo putito, como me gusta! ¡Ahora dame pija de verdad, llename la conchita! ¡Tomá, olé mi tanguita perro, dale que está sucia, como la concha de la gordita petera esa, que no me llega ni a los talones! ¿Te gusta oler la bombacha de la gorda Natalia?
Yo no tuve que hacer nada. Ella sola, impulsada por la calentura que nos consumía comenzó a saltar para enterrársela más a fondo, ofreciéndome su espalda y el panorama completo de su cola, la que rápidamente me dispuse a enrojecerle a pura nalgada. Me fascinaba sentir y mirar cómo mi pija entraba y salía de su conchita, y cómo las nalgas le brillaban de sudor al chocarse con mi cuerpo. Pero de repente detuvo su galope para permanecer sentadita, muda, agitada y toda clavadita.
¿No vas a hacer nada con tu primita pendejo?!, me desafió sin limitaciones. Así que tomé la decisión de ponerla boca abajo sobre la cama, sin privarle mi carne a su conchita, dejándole las piernitas medio colgando, y le grité al oído: ¿Toda la querés putona? ¿Tan zarpada en trola estás que no podés más de la calentura?
¡Síi papi, toda la quiero!, gimió con cierta disfonía, y mis dedos en su boca.
¿Segura que la querés toda guachita salvaje?!, intenté reafirmar para que no haya sorpresas.
¡Síii, dale puto de mierda, cogemeeeee!, me aseguró su chillido constante.
¡Bueno putita, ahora te vas a tragar la leche por la conchita!, sentencié. Yo me desordenaba por completo cuando la oía insultarme o decirme cosas por lo bajo. Ella se calentaba más cuando le decía que la gorda Natalia tenía olor a pis en la bombacha, y terrible olor a leche en la boca.
¡Eso porque nunca me encontraste saliendo del baño de los varones pendejo! ¡Esta semana te la mamo en la escuela si querés, y te apuesto lo que quieras a que voy sin bombacha! ¡Yo voy a la escuela con olor a pichí en la concha! ¡Me la re banco nenito!, me prometía, cuando yo la bombeaba una y otra vez, cada vez más sacado y libre. Le arrancaba el pelo como me lo imploraba y le marcaba las manos en la cola con mis chirlos y pellizcones, además de darle unas cachetadas en la cara y de rasguñarle la espalda. Ella me lo pedía con insistencia. Me gustaba pegarle, por puta y regalada. Sentir que el calor de su conchita me abrazaba la verga casi al punto de derretirla, y ver cómo se le deformaba el rostro con las envestidas que le forjaba me llenaba de motivaciones, y me hacía doler los testículos como nunca. No pude aguantar mucho más después de oírla decirme: ¡Ale, mi amor, quiero que me cojas siempre asíii, como a una putita! ¡Que me toques en la escuela, y que dejes a la gorda sucia esa! ¡No te cojas a otra putita! ¡Yo quiero toda la lechita de mi primo para mí sola!
En cuanto sus palabritas enaltecieron mi orgullo de macho y endulzaron mi ego, no logré separarme de su cuerpo y me vine en leche adentro de su conchita preciosa. Ella cerró los ojos y se dejó desmembrar en la cama, abierta y agitadísima, como sintiendo cada gota de mi leche invadir sus paredes, satisfecha y con carita de enamorada, aunque también de quiero más verga. Parecía que se dejaba transportar a un mundo paralelo, en el que solo vivíamos nosotros.
Me asusté cuando vi sangre en la sábana y en sus piernas. La belén no podía ser virgen! Todos mis amigos se la habían cogido, y yo tenía pruebas irrefutables de eso. Desde fotos, videos, audios y los testimonios de ellos, que es lo más sagrado. Entonces, ella misma me serenó diciéndome que posiblemente, aquel sea el primer día de su menstruación.
Me fui a bañar algo fastidioso porque ella no me quiso acompañar. De paso, y de bronca, le apagué esa música de mierda. Cuando regresé a cambiarme a la pieza, ella seguía en el mismo lugar, con la calma en los ojos, pero con el mismo aroma de hembra guerrera en la piel. En ese exacto momento, en el que se me ocurrió preguntarle si le había gustado coger conmigo, oímos el timbre. Todos habían llegado, y eso que aún no eran ni las 10 de la noche. No sé cómo hizo la Belén para pasar entre todos, derechito al baño, toda babeada, enlechada, en bolas y con las marcas de mis dientes en las tetas. Tenía que ducharse, antes que la tía Gabi la descubra. Ella tenía un olfato especial para saber cuándo su hija andaba putoneando.   Fin

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