Tatiana (Con la ropita puesta)


En aquel tiempo las cosas no me iban tan bien como esperaba. A los 35 años tuve que volver a vivir en la casa de mi madre por la inminente ruptura con mi ex esposa. Además, estaba desempleado porque la empresa para la que trabajaba presentó la quiebra. Mi madre me recibió con alegría, y me aclaró que no había problemas con que me quede allí hasta que encontrase algún trabajo. Para mi viejo, que ya no vive, mi decisión hubiese sido una deshonra familiar. Así que, enseguida me puse a la tarea de acondicionar mi antiguo dormitorio, y a enviar currículums a cuantas páginas webs estuviesen necesitando de mis servicios, ya que me desempeño como técnico en informática y analista de sistemas. También estuve repartiendo mi trayectoria escrita a las consultoras de la zona. Aquellos fueron días difíciles para mí. La crisis económica y mis emociones desordenadas me habían vuelto más malhumorado, irascible, dormilón, algo desprolijo con mi aspecto físico, y un poco más fumador que de costumbre.
¡Es por un tiempo más viejita, hasta que pegue algún laburito! ¡Mi idea es alquilar algo por acá cerca, así te visito más seguido!, le dije una tarde mientras la ayudaba a cortar el pasto de su magnífico jardín. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas, y me juró que no estaba esperando el momento de mi partida.
Pero una tarde todo cambió. Yo estaba leyendo un libro aburridísimo de relaciones públicas, cuando oigo un alboroto en la cocina. Por lo tanto salí de mi pieza para enterarme de quién nos había visitado. Y de repente la vi. ¡Era Tatiana, mi sobrina, con su hermana menor, y mi hermana, o sea, su madre! ¡No podía creer lo mucho que había cambiado! No se parecía en nada a la nena de 5 años que atesoraban mis recuerdos más inmediatos. Ahora tenía 12, el pelo largo hasta la mitad de su espalda, con una altura promedio, unas pequeñas tetitas resaltando en su remerita verde, la pancita al aire, y un shortcito elastizado apretándole la colita.
¡Tíiiooo, hooolaaaa! ¡Hace muuuuucho que no nos vemos!, me decía mientras venía corriendo hacia mí. Enseguida nos abrazamos, y una especie de emoción pareció anidarse en mi garganta. No comprendía por qué se me había llenado la puntita de la pija de un infierno de cosquillas, además de pararse lentamente. Tal vez su perfume frutal, la suavidad de su pelo rozando mi rostro, su felicidad inocultable, o el tacto de sus manitos en mi espalda. Quizás, el roce de su pancita al aire contra mi cuerpo, o la fricción involuntaria de mi pene contra una de sus piernas. Lo cierto es que, por un momento permanecí confundido, como en un trance digno de ser saboreado hasta el amanecer del nuevo siglo por venir. Todo se interrumpió en mi cerebro cuando mi hermana Rosa me estampó un beso en la cara, y me lanzó uno de sus comentarios preferidos.
¡Menos mal Javi! ¡Al fin te dignaste a aparecer! ¡Se ve que la gringa de tu mujer no te dejaba ver ni a tus hermanos! ¡Pensé que no te ibas a acordar de tus sobrinas! ¡Casi te olvidás de visitar a la vieja!, me dijo, mientras mi madre le ponía cara de complicidad, y mi sobrina Belén de 8 años me saludaba. Ella casi no se acordaba de mí, por lo que supongo que no fue tan efusiva.
¡Tenés razón negra, la gringa es todo lo que vos quieras! ¡Pero yo tampoco pude sobreponerme a ella, y esa es mi culpa! ¡Aunque no lo creas, estoy intentando cambiar!, le expliqué, sabiendo que durante mi relación con Analía me distancié de mis amigos, mis hermanos, de mis compañeros del secundario, y hasta de mí mismo. Entonces, mientras mi madre ponía agua para unos mates, y Rosa abría un paquete de facturas, a mí se me ocurrió llevar a las nenas a mi pieza. En casa no había televisión, porque a mi madre le habían cortado el cable, y, en el fondo, no le interesaba renovar con la compañía.
¡Vamos chicas, que en mi pieza tengo la compu!, dije, casi sin meditarlo demasiado.
¿Quéee? ¿Tenés internet tío? ¡Qué maaasaaa! ¿Y, podemos jugar de forma online?, me dijo Tatiana, con los ojos luminosos de la algarabía. Yo le dije que sí, siempre y cuando no ensucien nada, ya que Belén llevaba en las manos un platito de galletitas. Una vez que entraron, a ninguna de las dos les alcanzaban los ojos para admirar todo mi dormitorio. Es que está repleto de libros de comics, cuadros, CDS, muñecos originales de Dragon Ball y de Star Wars, libros de historietas, y una computadora de escritorio bien equipada. Además de una pequeña heladerita llena de gaseosas, y unos almohadones de pluma para sentarse en el suelo.
¡Guaaaau, tíiiooo, qué hermosa pieza que tenés! ¡Mirá Belu! ¡Qué tremenda compuuuu! ¿Y cuántos Jijas de internet tenés? ¡Yo siempre le dije a mi vieja que tenemos que tener internet! ¡Pero ella dice que, cuando iba a la escuela, no había todas estas pavadas, y las chicas no eran tan burras como nosotras!, se quejaba Tatiana, mientras inspeccionaba cada rincón de mi pieza, dando saltitos como si estuviese por hacerse pis encima en cualquier momento de la emoción. Entretanto, su hermana leía un libro de historietas de Mafalda, comiendo galletitas arriba de mi cama.
¡Woooow, tíooo, qué hermosa es toda tu pieza! ¿Me puedo sentar acá, aunque sea un ratito? ¡Daaale, porfiiii!, me decía Tati, aferrada a la silla con rueditas y respaldo reclinable que había frente al escritorio de la compu.
¡Sí Tati, sentate corazón! ¡Pero después, dejala un ratito a Belu! ¿Sí?, le dije, y el rubor de sus mejillas destelló un nuevo arco iris.
¡A mí no me gustan las computadoras! ¡Prefiero los libros, y las historietas!, dijo Belu con la boca llena, sin apartar la vista de Mafalda y sus amigos. Pensé en sumarme a mi hermana y mi madre con los matecitos, y dejar a las nenas divertirse en mi cuarto. Ya había puesto la mano en el picaporte de la puerta, cuando oigo que Tatiana me dice: ¿Tío, nosotras, digo, ahora que vivimos cerquita, podemos venir a hacer la tarea en tu casa? ¡Bueno, ya sé que, en realidad es la casa de la abu! ¡Pero, si vos nos dejás, o, bueno, al menos para mí, sería más fácil buscar las cosas con tu internet!
¡Sí Tati, obvio que pueden venir! ¡Además la abuela se pondría re contenta si la visitan más seguido!, le decía, ubicado detrás de la silla, otra vez respirando de su perfume, con una mano sobre su hombro derecho. Vi que buscaba un video en Youtube, y, sin saber por qué, le corrí la mano para que no pueda darle clic al video que al fin logró encontrar, solo para molestarla. Repetí eso un par de veces, hasta verla sonreír por el mismo fastidio que le provocaba no poder reproducir el video, y entonces se paralizó cuando, antes de dejarla sola, le di un beso en el cuello. Se veía tan tentador y apetecible, que no pude resistirlo. Ella no emitió palabras, pero se quedó suspendida en el aire.
La tarde se nos consumió entre mates, chusmerío, charlas profundas y facturas. Yo estuve luchando conmigo todo ese tiempo para no ir a mi dormitorio. Necesitaba más del olor de mi sobrina, y no tenía elementos para explicármelo. Cuando al fin Rosa anunció que ya se le había hecho tarde, y las nenas mañana debían levantarse temprano para ir al colegio, yo me ofrecí para llamarlas, además de contarle que mi internet estaba a disposición de ellas, siempre que necesiten material para la escuela. Rosa me lo agradeció, y entonces fui a buscarlas.
¡Tío, perdón, es que, sin querer se abrió esta porquería! ¡Ya la cierro!, dijo Tatiana, esforzándose para que yo no mire el video chancho que mostraba el monitor. Belén ni se había percatado de eso, porque los parlantes estaban apagados, y ella seguía fiel a las historietas. Al fin, cuando consiguió cerrarlo, me miró a los ojos, como esperando un reto de mi parte.
¡Vos sabés que no está bien que una nena mire esas cosas! ¡No le voy a decir nada a tu madre! ¡Pero solo por esta vez!, le dije lo más bajito que pude, teniendo en cuenta que los oídos de Belén permanecían junto a nosotros. ¿Cómo podía ser que mi sobrina estuviese mirando a una japonesa con el pito de un negro en la boca?
¡Pero, a mí no me mientas! ¡Esos videos no se abren así porque sí!, le dije, acercándome a su cara brillante de vergüenza.
¡Te juro tío, yo estaba buscando un docu de animales de la selva, y, no sé cómo pasó! ¡Quise sacarlo, y la compu se tildó un poco!, intentó explicarse.
¡Tati, el video dura 20 minutos, y cuando llegué, ya ibas por el minuto 13! ¡Y, acá, no veo ninguna búsqueda de animales! ¡Y, por lo que veo, la compu anda lo más bien!, le aseguré, luego de echar un vistazo al historial.
¡Tío, ¿Querés que llame a mi mami, para que rete a la Tati?! ¡Ella sí que sabe dar unos buenos chirlos, y a la Tati la tiene cortita!, dijo de golpe Belén, levantándose de la cama, ya que Rosa las había llamado para que saluden a la abuela. Al parecer, la bocina que se escuchó en el silencio de la noche provenía del auto de mi cuñado, que siempre las venía a buscar si se hacía muy tarde. Esa noche, desde luego fue difícil no soñar con mi sobrina. Me culpaba por eso a la mañana siguiente. Pero, por otro lado, pensaba en las razones por las que Rosa la tenía cortita, en el video que había buscado, en su perfume, y en lo sexy que se veía con su pancita al aire.
A la semana, justo cuando yo discutía por celular con mi ex por unos temas legales, mi madre me informa que Tatiana me esperaba en el living.
¡Ya tomó la leche, charló un rato conmigo, y me ayudó a pelar las papas para la noche! ¡Así que, ahora te la podés llevar para que haga los deberes en la compu!, me puso al corriente mi madre. Sus primeras palabras despertaron en mi pene una extraña sensación. Pero intenté no reparar en ese morbo repentino. Apenas la vi, la apretujé en un nuevo abrazo.
¡Tengo que buscar la biografía de Belgrano para mañana! ¿Vos tenés impresora por casualidad? ¡Igual, yo traje un pendrive! ¡De última me lo copio ahí, y lo imprimo mañana, antes de ir al cole!, me explicaba mientras nos acercábamos a mi pieza.
¡No seas tonta! ¡TU tío tiene todo lo que necesitás! ¡Yo te lo imprimo! ¡Vos buscá todo lo que necesites!, le dije, segundos antes de verla sentarse en mi silla. Me sonrió, y le dije que sí cuando me preguntó si tenía algo de música pop para escuchar. Entonces, puse un CD de Michael Jackson.
¡Hoy no vino la pesada de mi hermana! ¡Posta que está insoportable!, se quejó de pronto, justo cuando yo me disponía a leer un libro para acompañarla. Me senté en uno de los almohadones en el suelo, a su lado.
¡Se mete en todo, me revisa las cosas, y me re buchonea! ¡Es mentira que mami me da chirlos! ¡Bueno, por ahí, algún que otro!, dijo entonces, cuando me escuchó respirar fuerte.
¡Bueno Tati, pasa que la Belu es chiquita, y siempre entre hermanas puede haber pequeñas diferencias! ¡Pero no le digas pesada! ¡Y, bueno, supongo que si tu mami te da algún que otro chirlo, algo malo debés hacer! ¿O me equivoco?, le dije, observando cómo abría y cerraba las piernas, moviendo un piecito al compás de Michael, mientras sus dedos tecleaban eufóricos.
¡Bueno, hasta ahora, lo que veo no me gusta! ¿Vos, a dónde me recomendás buscar tío?, me dijo, sin responder a mis preguntas.
¡Imagino que no estarás buscando videos cochinos!, le dije riéndome mientras me incorporaba del suelo. Ella alargó una vocal indescifrable, y entonces se acurrucó en la silla, dejando que mis manos escriban la dirección de un Blog confiable para todo lo que es historia y geografía. Entonces, la vi bostezar, ni bien le dije que allí encontraría todo. Le miré los labios, y no sé cómo resistí la tentación de tocárselos al menos con la punta de mis dedos.
¡Tío, esto me re aburre una banda!, dijo, prolongando el bostezo.
¡Bueno Tati, pero es lo que te pidieron en el cole, y no te queda otra que leerlo para comprobar si es lo que buscás!, le expliqué. Pensaba en seguir hablándole de su futuro y esas cosas, cuando me interrumpió.
¡Tío, perdón por lo del video del otro día! ¡Pero, aparte de eso, bueno, es raro, pero, me gustó el beso en el cuello que me diste el otro día! ¡Si yo el día de mañana tuviera un novio, ¿Puedo pedirle que me dé besos en el cuello?!, se expresó, abriendo un camino sin retorno entre todo lo que en mis sentidos resultaba un pantano de irrealidades. Yo, que todavía no había retomado la lectura, instintivamente me apoyé en el respaldo de su silla y le olí el pelo.
¡Lo del video, ahora que estamos solos, y no está la pesada de la Belu, bueno, no sé si te voy a disculpar tan rápido! ¡Sos una picarona nena, porque vos lo buscaste, y le echaste la culpa a la pobre compu!, le decía, comenzando a hacerle cosquillas en las axilas y en el cuello. Pero mis manos fueron descendiendo conforme su risa se acentuaba, y terminaron por encontrar refugio debajo de su colita. Ella saltaba, todavía presa de la tentación de las cosquillas, mientras mis dedos acariciaban sus nalgas, se las pellizcaban y resbalaban por la tela de su calcita negra. Seguía oliéndole el pelo, el cuello y los hombros, sin que ella se percate. Hasta que dijo: ¡Bueno tío, es verdad, te mentí! ¡Pero, es que yo quería ver qué era eso del sexo oral! ¡Son unas cochinas esas mujeres! ¿Cómo van a meterse el pito de un hombre en la boca?
¡A ver, a ver! ¡Esos temas son muy, digamos, muy complicados de explicarlos corazón! ¡Pero, como vos lo dijiste, es una forma de sexo, solo una de las muchas formas que existen!, la ponía al tanto, mientras la alzaba en mis brazos para sentarla sobre mis piernas, en la misma silla.
¡Vamos, que te ayudo, así terminamos rápido con este bodrio de Belgrano!, le dije una vez que nos acomodamos, y yo empecé a notar los primeros latidos de mi pene contra la cola de mi sobri.
¡Heeey, tío, le dijiste bodrio a Belgrano, y pesada a la Belu! ¡Estás re malo hoy! ¿Y, a mí qué me vas a decir?, decía, moviéndose de un lado al otro con la lentitud de la seducción a su merced.
¡Vos, sos una agrandada, que quiere saber cosas de grandes, y mira videos chanchos! ¿Tu mami nunca te pescó mirando esas cosas?, le pregunté.
¡Nooooo, ni loca tío! ¡Yo no puedo ver esos videos en casa!, me dijo, apoderándose del mouse para clickear un texto.
¡Y, el día que tengas novio, siempre que los dos estén de acuerdo, podés hacer lo que quieras, y él también! ¡Supongo que, por ahí, ese video te generó algunas cosas! ¡Eso es normal! ¡Pero bueno, tu madre seguro te habló de todo eso!, le dije, pensando en zanjar el tema de un solo golpe, y darle un respiro a mis testículos, que almacenaban tanto semen que temía que a causa de las fricciones de esa colita pulposa, mi calzoncillo se convierta en un banco de esperma irrefrenable.
¿De todo eso? ¡No entiendo!, me dijo desconcertada.
¡Bueno, del desarrollo de las mujeres y varones, de todo lo que tiene que ver con el sexo y esas cosas! ¡Supongo que, bueno, habrás notado que ya te crecen los pechos, la cola, que tu piel es distinta, que, tal vez tengas vellos en lugares que antes no tenías, y todo eso!, le explicaba con las palabras que podía, sin saber si era lo correcto, o si estaba metiendo la pata hasta el fondo. Pero me excitaba hablarle de esas cosas, todavía con su cola apretándome el pito.
¡Imagino que, ese video te hizo sentir algo raro cuando lo viste!, le dije, al notar que le costaba encontrar una respuesta. Al fin dio vuelta la cara, y sus ojos se abrieron como los pistilos de una flor.
¡Sí, tuve una sensación rara en todo el cuerpo, y en, bueno, en la vagina! ¡Sentía como si, como un montón de cosquillitas en la vagina, y como si se me mojara un poquito, y a la vez, un calorcito!, dijo con la voz más inocente y sensual que supo combinar.
¿Y, cuando te di ese beso en el cuello, también sentiste algo parecido?, le pregunté. Ella sonrió, me sacó la lengua y cerró los ojos.
¡Sí, también sentí eso, y un montón de cosquillas en la panza!, dijo sin abrir los ojos. Estuvimos un ratito sin decir nada, apenas sosteniendo al silencio con miradas. Ella me miraba los labios, y yo los suyos, además de respirar de su aroma exquisito. No quería ni pensar en todas las revoluciones que habría nadando en el interior de su bombachita. Y, de repente, un movimiento que solo pudo ser sincronizado por el destino, nuestras bocas se juntaron. La suya se abrió un poquito, y la mía otro tanto. Le pasé la lengua por el labio inferior, y luego le di un piquito. Ella suspiró, y sus piernas temblaron. Su cola danzó unos segundos, y la erección de mi pene parecía desbordarse. El sonido de su gemidito renovado cuando paseé mi lengua alrededor del círculo de sus labios juntitos, me hicieron acariciarle la cola por adentro de la calcita, y entonces le estiré el elástico de la bombacha hacia arriba. No quería mirársela.
¡Qué rico tíiiooo, uuuuf, me encaantaaa!, me dijo cuando nuestras lenguas se tocaban afuera de nuestras bocas, y luego entraban y salían de la suya. Al mismo tiempo yo la apretaba contra mí, acariciándole la pancita.
¡Yo quiero aprender con vos tío, a ser una buena novia, cuando tenga uno! ¡Ahora, es como que, no sé, me gusta todo esto, y tengo esas cosquillitas acá!, dijo de pronto, faltándole el respeto a mi autocontrol, tocándose la vagina ante mis ojos. Le saqué la mano de allí, le di otro beso en la boca y le pedí que se arrodille sobre mis piernas. Ella me obedeció, sabiendo que el descontrol de sus mariposas no le iba a permitir retroceder. Así que, ni bien terminó de acomodarse, empecé a tatuarle besos en la pancita, a rodearle el orificio del ombligo con mi lengua y a darle pequeños mordisquitos al costado de su abdomen, siempre sosteniéndola de las nalgas para que no se resbale o se caiga. Ella se reía, gemía, se retorcía de un placer desconocido, y me pedía que pare, aunque yo sabía que en realidad quería decirme exactamente lo opuesto. O por lo menos su cuerpo recibía estímulos imposibles de ignorar.
¿Qué pasa Tati? ¿Te gusta esto? ¿Te gustan los besitos en la boca? ¿Y que te toquen la cola, y te den besitos en la pancita?, le decía con la voz colgando de una telaraña de saliva, mientras ella se retorcía de celo, repleta de brillos azucarados y gemiditos amortiguados por sus propios labios pegados. No era necesario que me responda. Su piel lo hacía por ella. Entonces, de nuevo volví a sentarla en mis piernas, mientras le decía que por las dudas, sería buena idea guardar todo en un documento para después imprimirlo.
¿A quién le importa eso ahora tío? ¡Yo quiero más!,  me dijo agitada, nerviosa y eclipsada.
¡Basta Tati, esto, no es bueno para vos!, intenté frenarla.
¡Pero a mí, me encanta! ¿Es normal que, con esos besos que me diste, ahora tenga muchas cosquillitas más en la vagina tío?, me consultó, llevando las cosas al lugar de los ensueños eróticos bendecidos por el demonio.
¡Hagamos una cosa pibita! ¡Ahora te imprimo las cosas, y te vas a tu casa! ¡Por hoy tuvimos bastante! ¡Pero, si querés seguir aprendiendo, tenés que guardar el secreto! ¿Estamos? ¡Dale, vos ya sabés cómo usar la impresora! ¡Ahí tenés todo! ¡Apenas termines, andá a la cocina, y yo te acompaño a tu casa!, le dije, bajándomela de las piernas, con la erección de mi pene al límite de sus posibilidades humanas. Tenía que ponerle los puntos como el adulto, y que no crea que soy su noviecito. Entonces, la dejé solita para que tenga tiempo de imprimir, y apenas apareció por la cocina, la llevé a su casa. Fueron las tres cuadras más difíciles de mi vida. Se me hacía imposible no clavarle los ojos n la cola, o en esa pancita al descubierto. Cuando llegamos a la puerta de su casa, se me ocurrió decirle al oído: ¡Chau mi cosita, y cambiate la bombachita después, que seguro te la mojaste mucho!
A los tres días volvió con más cosas para completar del colegio. La profe de sociales le encomendó buscar mapas de América, Europa y Asia. Esta vez, directamente se sentó en mis piernas, y dejó que sus manos naveguen por el teclado.
¿Me extrañaste tío?, me dijo en un arrebato, cuando ya mi pija crecía bajo el gobierno de sus nalguitas, ahora protegidas con un short negro.
¡Claro que sí corazón! ¿Y vos? ¿Extrañaste mis besitos?, le pregunté. Ella no respondió, pero enseguida agregó: ¡Tenías razón con lo, lo de mi bombacha, el otro día! ¡Cuando me fijé a la noche, la tenía re húmeda! ¡Pensé que me había hecho pis, y me sentí una tontita!
Su risa melodiosa me animó a masajearle la vulva sobre la ropa, y entonces, otros temblores desconocidos arribaron al cuerpito de mi sobrina.
¡No es pis Tati, no te preocupes! ¡Pasa que, la excitación, hace que, bueno, que tu vagina elimine algunos juguitos, y eso te moja la bombacha!, le expliqué como pude, asfixiado por los latidos de mi pecho, cuando su colita ya se movía de izquierda a derecha. Y, de nuevo otros besos en la boca, y más de mis besos por su cuello, y más tarde en su pancita perfumada. Todavía mi mano estimulaba suavemente su intimidad, moviéndose en círculos pequeños y no tanto, abriéndole un poquito más las piernas, y multiplicando el calor que emergía de su interior. La tela de su short ya estaba tan caliente que, hasta ella misma sabía que algo se gestaba en su armonía.
¡Tío, creo que, otra vez me estoy, se me está, mojando la bombacha!, dijo risueña, como si buscase contarme una gracia fatalmente divertida.
¿Ah sí? ¿Vos sentís que se te está mojando?, le dije haciéndole cosquillas, al tiempo que presionaba un poco más mi dureza a su cola divina. ¡Hasta se me hacía que estaba más culona que la última vez!
De pronto encontré la enciclopedia que buscábamos, y le mostré los mapas. Ella no ponía la menor atención en ello. Seguía meciéndose sobre mis piernas, frotándose y buscando mis labios para que vuelva a besarla. Yo le di otros besos, bajo la condición de cumplir con su tarea escolar, antes de continuar con los jueguitos. Hasta que ella mencionó: ¡No puedo concentrarme así tío, con la vagina llena de cosquillas, y la bombacha cada vez más mojada!
Entonces, la tomé n mis brazos y nos sentamos sobre uno de los almohadones de pluma. Allí seguimos besándonos, mientras ella me decía que le gustaría ser mi novia, y yo le explicaba que eso no podía suceder en la realidad. Hablamos de lo que hacíamos, y estuvimos de acuerdo en que nadie podía saberlo.
¡Entonces, si vos me das tu palabra, yo puedo mostrarte muchas cosas, que seguro te van a gustar mucho!, le dije, mientras le subía la remerita para volver a minarle la pancita de besos y mordisquitos. Ella en esos momentos se reía en silencio, dejaba que su corazón palpite en el nombre de sus ansias, y suspiraba complacida, destilando todo el aroma de su pureza. Esa tarde la cortamos recién cuando mi madre nos llamó a comer. ¡No nos habíamos percatado que ya eran las 9 de la noche! Al menos logramos imprimir los mapas que necesitaba. Es cierto que no fue lo que se dice un alivio encontrarme con mi hermana Rosa en la mesa junto a mi madre.
¡La vine a buscar, para ahorrarte la caminata hasta mi casa Javi! ¡Ya demasiado que la ayudás a esta burra!, me dijo Rosa tras saludarme con un beso, mientras masticaba un pedazo de milanesa. Pero no voy a negar que me puso al palo saber que Tatiana, en breve estaba comiendo lo más campante, entre su abuela y su mami, con la bombachita mojada y las revoluciones por las nubes, sonriéndome con picardía cada vez que no nos veían.
Otra tarde de viernes, con llovizna y un viento lo suficientemente molesto como para salpicarlo todo, me encontré con Tatiana en la cocina, comiendo unos bizcochitos con mi madre.
¡Tío, te vengo a joder de nuevo! ¡Necesito buscar un libro para lengua! ¡Es de un tal Hernández, o Fernández! ¡Ni idea cómo se llamaba, pero es el Martín Fierro!, me dijo levantándose de la silla, todavía con la boca llena.
¡Nena! ¿Cómo no vas a saber quién es el que escribió semejante joya argentina? ¡Tu madre tiene razón al final! ¡Sos una bruta!, le dijo mi madre en una mezcla de broma y cinismo.
¡Bueeeno maaami! ¡No le digas esas cosas a la Tati, que es una princesita hermosa!, me escuché decir, mientras abrazaba a mi sobrina por la cintura, y le mordía los cachetes de la cara, como haría cualquier tío buena onda para hacerla reír. Además tenía que desdramatizar el momento. A veces Tatiana se sentía mal cuando le decían que no era tan inteligente, o cuando la comparaban con sus otras primas. La erección de mi verga fue instantánea, desde que sentí su pelo mojado por la llovizna contra mi cara, su perfume frutal y el aliento de su boca fresca cuando me sacó la lengua. A eso hay que sumarle el calor que irradiaba su cuerpito ni bien le apoyé el pito en la cola, casi que involuntariamente.
En breve estábamos en mi dormitorio, una vez más sentados frente al monitor, buscando un sitio confiable para descargar el libro. Pero eso era una sonsera. Por lo que teníamos más tiempo libre para dedicárnoslo como quisiésemos. Así que, luego de un nuevo concierto de besitos, frotadas, caricias, cosquillitas y apoyadas de mi pija en su cola, le copié el libro a su pendrive, y después le sugerí mirar una peli. Pero ella, de repente, evadiendo mi propuesta me dijo: ¡Tío, yo, bueno, nada, la verdad, me gustaría que me muestres esto!
Mientras lo decía, fue llevando lentamente una de sus manos a mi bulto, que estaba como un fierro por lo duro y caliente.
¡No corazón, eso sí que no puedo hacerlo! ¡Yo soy tu tío, y no está bien que lo haga!, le dije, absolutamente incrédulo por lo que había oído.
¡Bueno, pero yo no voy a decir nada, como te prometí! ¡Además, yo ya vi uno, y por eso mi mamá me pegó! ¡No sabía si contártelo, pero, bueno, un día entré al baño, y no sabía que mi papá se estaba cambiando! ¡Recién terminaba de bañarse! ¡Pero le vi el pito, y lo tenía duro, como se te pone a vos! ¡Entonces, mi mamá entró de golpe para alcanzarle algo, y me vio re colgada, mirándole el pito!, me confesó al fin, sin sacar la mano de mi bulto, aunque no se atrevía a mover los dedos. Tampoco lo necesitaba. Era suficiente sentir el temblor de su manito en mi glande.
¡Aaaah, pero, pero qué atrevida que sos Tati! ¡Ahora entiendo por qué tu mami te pegó!, pude articular a duras penas, extasiado por los detalles de la situación que había vivido. No tengo bien en claro cómo pasó todo. Solo sé que, de repente yo tenía a Tati sentada sobre mí, pero ahora frente a frente, y sobre la cama. De modo que mi pene comenzaba a frotarse contra su vagina. Siempre sobre la ropa. Yo le acariciaba la pancita, y le daba besitos en la boca, y nuestros movimientos se intensificaban bajo el yugo de un ritmo frenético.
¡No te voy a mostrar el pito Tati, basta, no insistas!, le decía, mientras yo mismo la sujetaba de la cola para hacer más exhaustiva la frotación de mi pene contra su conchita.
¡Lo único, con este jueguito, se te va a mojar mucho más la bombacha corazón!, le dije, y ella me sonrió. Su lengua y saliva enamoraban al tacto de mis labios, y su sonrisa resolvía quedarse a vivir para siempre en todos los rincones de mi memoria.
¡Guaaau tío, se te pone muy duro el pito, y me gusta sentirlo ahí abajo!, me dijo en un momento. Entonces, supongo que, aturdido por su vocecita de ensueño, la acosté en la cama.
¿Y vos sabías que tenés la pancita más sexy de todas las chicas?, le decía mientras le hacía cosquillas y le besuqueaba la pancita.
¿Es más linda que la de la Nati, o la Vane, o la Karla?, me decía, sin dejar de reírse, moviéndose como un pececito en el agua, en toda la extensión de la cama.
¡Obvio Tati, más linda que todas ellas! ¡Y tu cola también es preciosa!, le juraba, ya sobándole las piernitas sobre su calza. Ni siquiera me había dado cuenta que le quité las zapatillas. Entonces, me maravillé un largo rato observándole los piecitos, y me animé a besárselos. Ella gimió con los ojos cerrados, y tal vez inevitablemente se llevó una mano a la vagina mientras mis besos seguían sumiéndole los piecitos en un estremecimiento que, amenazaba con ser perpetuo. Le mordisqué los talones con suavidad, y los apoyé en mi bulto, ya que permanecía parado junto a la cama, y me lo sobé con ellos. En ese momento sonó mi celular, y tuve que responder por si se trataba de alguna posibilidad laboral. Le expliqué a mi mejor amigo que estaba ocupado, y que luego le devolvería el llamado, todo para volver con mi sobrina. Entonces, otra vez le comí la pancita a  besos, y me atreví a sobarle las tetitas por adentro de la remera.
¡No tengo nada de tetas tío! ¡En eso la Nati, o la Vane me ganan!, dijo con la voz apenas audible de tantos suspiros, amplificando aún más su sonrisa.
¡No pienses en eso ahora, que ya te van a crecer, y vas a tener unas lindas tetas, de las que tu novio se va a enorgullecer!, le dije, sin detener el manoseo ni los besos a su panza. Además, de vez en cuando le hacía masajitos en la vagina.
¡Pero, para que te crezcan un poquito más, si vos querés, te las podés tocar, a la noche, cuando estés solita en tu cama! ¡Te va a gustar tocarte las tetas!, le dije, intentando no sonar tan excitado. Entonces, volví a darle unos piquitos, y cuando noté que le había subido la remera a un nivel insospechado, ni lo pensé. Le di un chuponcito a cada uno de sus pezones, y se la bajé para no seguir tentándome al precipicio de lo que tal vez pueda resultar irresponsable de mi parte. Esa vez, yo mismo la llevé a su casa. Aunque en el camino no quiso hablarme porque yo no le mostré mi pene. Yo sabía perfectamente que fingía, o que actuaba para que yo la abrace, o le prometa que se lo iba a mostrar, o para buscar cualquier contacto conmigo. Pero no le di bola, y apenas la saludé cuando llegamos a la puerta de su casa.
¡Aaaah, y gracias por el libro tío!, le grité apenas entró y dio un portazo. Y enseguida la escuché excusarse ante mi hermana.
¡Bueno ma, hay tremendo viento afuera! ¡Se cerró sola la puerta! ¡Me voy a mi pieza a estudiar, para que dejes de decirme que soy una burra!, dijo en voz alta, mientras yo desaparecía de la ventana, por si a mi hermana se le ocurría invitarme a pasar.
Mis noches habían cambiado de norte a sur. Ya no me motivaba el porno, ni las líneas de encuentro, ni los chats para buscar minitas. Mi cabeza recreaba una y otra vez el olor de Tatiana, el color de sus ojos, el calor de su piel, el sonido de su vocecita, los contornos de su cola y la sensualidad de su pancita siempre al descubierto. Me pajeaba inexorablemente cuando me la imaginaba sentada sobre mi cara, o acostada en su propia cama tocándose las tetas, meándose la bombacha de tanta calentura. Seguro que pensaba en otros chicos, y si yo no le mostraba mi verga, se lo pediría a cualquier otro. ¿Y qué más seguro que eso permanezca en secreto? Pensé muchas veces en ir a buscarla y bajarme el pantalón ante sus ojos, para que vea cómo se me pone la pija de solo pensar en ella. Pero no era prudente, ni me correspondía. Soñaba despierto con sus agujeritos prohibidos para mí, aunque me excitaba que fuera así. Yo no tenía derecho a mirarle el culo, o la conchita. Sin embargo, otra tarde de miércoles, Tatiana regresó a mi casa por más ayuda.
¡Tío, necesitaría buscar info de las plantas acuáticas, para naturales! ¿Podré usar tu compu?, me dijo ni bien llegué de mi caminata diaria. Me sorprendí al verla, ya que por un rato al menos había dejado de pensarla. Le dije que no había problemas, y entonces fuimos a mi pieza. Ella se sentó en la silla frente a la compu, y yo me senté en la cama.
¡Buscá tranquila Tati, que yo tengo que leer unas instrucciones de un programa nuevo!, le dije. Su rostro palideció unos instantes. Pero pronto la escuché manipular el teclado con la velocidad de siempre, sin hablar ni mirarme. Yo no podía dejar de mirarla. Tenía un pantalón cortito color chocolate, y una musculosita que se le subía para exhibirle a mis ojos esa pancita que tanto me desconcertaba. Sin embargo ella seguía en lo suyo, ignorando los misiles de mis pupilas. Hasta que, tal vez cuando había logrado concentrarme en el informe, Tatiana se levantó de la silla con prisa, me quitó el libro de las manos para arrojarlo al suelo, y se me echó encima, murmurando: ¡Dale tío, mordeme las tetas por arriba de la ropa!
¡Eso sí que me movilizó! No le dije nada, porque no había nada que decir. Para colmo, su manito volvió a tocar mi pene, y eso me condujo a juntar mi boca a sus pechitos. El olor de su piel era sencillamente magnífico. La estela del jabón para la ropa de su remerita le agregaba un toque especial. Así que, mientras empecé a hacerle cosquillas en las axilas, con la otra mano le pellizcaba la cola, y con mi boca intentaba apropiarme de sus tetitas, de a pedacitos. Se las mordía con todo el cuidado que podía conciliar. Mientras tanto, sus piernitas rozaban una y otra vez mi pija al palo, que ya había traspasado los límites de mi bóxer. ¡Por suerte tenía puesto un jogging!
¡Escuchame una cosita vos pendeja! ¿Alguien te hizo esto alguna vez? ¿Cómo es que me pedís esto, así, de la nada?, le decía, cuando mi boca bajaba de a poco para encontrarse con su pancita. Ella se reía incontrolable, con las manos cada vez más sudadas. Con una me tocaba la cara, y con la otra, a veces me tanteaba el pito, y otras se tapaba la boca, como si la vergüenza la observara desde algún rincón de la pieza.
¡No tío, nadie me hizo esto! ¡Lo vi en una película! ¡Bueno, el otro día me quedé hasta tarde, y hay un canal que, a la madrugada pasa películas eróticas!, me confió divertida, pegando su pancita a mis labios para que no pare de besársela.
¿Y tu mami no supo de eso?, le pregunté, sabiendo que si eso hubiese pasado, mi hermana la habría castigado. Tatiana no contestó. Para colmo, a esa altura yo ya estaba casi acostado en la cama, con la panza de mi sobrina en la boca, mis manos aferrándola de la cola, y las suyas tan inquietas como siempre.
¡Tío, otra vez lo tenés duro! ¿Me lo vas a mostrar?, me dijo, en el momento que mi olfato detectaba una fragancia aún más particular, ya que me acercaba de a poco a su entrepierna.
¡Vamos a ver, depende de cómo te portes!, le decía, descargando otro show de cosquillas en su cuerpo. Pero lo claro es que mi cara quedó atrapada entre sus piernas, y mi rostro entero parecía consumirse en el calor que despedían sus hormonas. Entonces, presioné su cola para que mi nariz y boca se froten contra su vulva, y ella empezó a gemir de una forma novedosa para mis oídos.
¿Te gusta? ¿Esto no lo viste en esa peli chancha? ¡Vos sos una chanchona mi vida!, le decía, sintiendo que una de sus manos intentaba por todos los medios llegar hasta mi pene parado .ella seguía muda, suspirando y moviendo las piernitas, como si no pudiera contener tantas sensaciones. En un momento le hinqué los dientes a su shortcito, y tuve todas las ganas de arrancarle la ropita. Pero era mucho más excitante tenerla así, con el shortcito caliente y húmedo, destilando ese olorcito a virginidad, movediza y calladita.
¡Hagamos esto! ¡Ahora te toca a vos! ¿Te animás a pasar tu carita por acá?, se me ocurrió decirle, mientras me señalaba la pija abultándome el pantalón. Ella aceptó, y en menos de lo que mis sentidos lograron una tregua, sentí el rostro de Tati contra mi paquete. La guacha abría la boca como si se lo quisiera meter adentro, y hasta llegó a darme un par de mordiditas. Yo no podía evitar algunos jadeos, ni acariciarle el pelo para invitarla a continuar, ni tocarle la cola por encima del shortcito. Incluso se lo metí un poquito más adentro para que se le dividan mejor las nalguitas. Pero, de pronto, los golpes de mi madre en la puerta me llevaron a eliminar un violento chorro de semen en mi bóxer, mientras yo le pedía a Tati que deje su carita presionada a mi tronco. No sé si ella notó lo que sucedió en ese momento. Recuerdo que fue bastante incómodo levantarme con toda la leche esparciéndose por mis bolas para abrirle a mi madre. La habría mandado a la mierda si no se trataba de algo urgente. Pero lo era, en efecto. Habían internado a uno de mis hermanos, y tenía que acompañarla al hospital. Así que, llevamos a Tati a su casa, y nos dirigimos hacia allá. Era realmente insufrible sentir la humedad de mi ropa mientras los médicos nos explicaban que los pulmones de mi hermano parecían muy comprometidos. Además, pensaba en esa guacha, que seguramente escondía un delicioso río de flujos en su bombachita de nena.
Recién a las tres semanas volvía a verla. Las ganas de estar juntos eran tan evidentes en ambos, que, casi nos damos un beso de lengua delante de mi madre. Supongo que de igual forma, ella notó algo distinto, porque ni bien Tati me dijo que tenía que bajar música nueva para escuchar, ella se interpuso diciendo: ¡Bueno Javier, pero, eso no es tan importante como para que se queden encerrados en la pieza! ¿No podés traer la computadora para acá? ¡Después la nena se va, y yo no estuve nada con ella!
¡No te preocupes vieji, que apenas terminamos te la dejo toda para vos! ¡Y no la puedo traer, porque tengo el modem en la pieza! ¡Pero, si lo hacemos rapidito, por ahí podés malcriarla más tiempo!, se me ocurrió decirle, hipnotizado por el brillo de los ojos de Tatiana con mi facilidad para salir del embrollo.
¡No tengo nada de música para bajar tío! ¡Sólo, quería estar con vos, para que me toques como el otro día!, me dijo una vez que yo cerré la puerta de mi cuarto. Entonces, la abracé por detrás, asegurándome de apoyarle toda la dureza de mi verga en la cola, y le decía, al tiempo que le hacía unos masajitos en la vulva sobre su calcita negra: ¿Aaah, síiii? ¿Así que la Tati tiene ganas de mimitos, de besitos en la panza, y de mordiditas en las tetas?
Ella no me respondía, pero se reía musical, como un coro de campanitas alborotadas. Esa vez me animé a meterle una mano bajo su bucito para tocarle las tetas. Tal vez fuera mi impresión. Pero aquellos pequeños puntitos que tenía de pezones, estaban más calientes y duros que la última vez que la tuve desparramada en la cama. De a poquito fuimos caminando hasta la silla con rueditas. Yo mismo la senté allí, y empecé a pasearla por toda la pieza, mientras le acariciaba el pelo, le hacía cosquillas y le robaba algún que otro beso a su boquita deliciosa. Ella seguía sin hablar, presa de un trance que nos enlazaba más allá de nuestra sangre. Hasta que llegamos a la compu, y ella dijo: ¡Me encantó que, cuando el otro día me mordiste acá!, con una mano sobre su vagina, abriendo las piernas.
¡Y a mí, también me gustó que me muerdas esto!, le dije, agarrándole una manito para hacerle palpar mi miembro en estado pródigo. Ella me lo apretó, y eso me bastó para llevarla a la cama. Esta vez la recosté boca abajo, y durando un tiempo estuve amasándole y mordiéndole la cola sobre su calcita. Además, a eso le sumaba otras cosquillas a sus pies ni bien la descalcé, y algunos besitos en su espalda. En un momento hasta tuve el tupé de apoyarle la pija en la cola, medio subido a los bordes de la cama, y ella gimió, aprobando cada roce, cada movimiento de mi pubis contra esos globitos de otro mundo.
¿Te estás mojando Tati? ¿Te gusta lo que te hace el tío? ¿Se te calienta la bombachita mi amor?, le decía mientras volvía a ponerla boca arriba. Quería mirarla a los ojos, aunque los tuviera cerrados. Ella me dijo que sí con la cabeza, y empezó a masajearse solita la vagina.
¿Qué te pasa? ¿Querés ir al baño?, le dije, haciéndole más cosquillas. Ella me juró que no, pero que tenía la bombacha mojada. Entonces, le pedí que se arrodille en la cama. Ni siquiera sé cómo fue que se me ocurrió. Pero empecé a lamerle los piecitos y a masajearle la cola, una vez que sus rodillas se clavaron en mi colchón, y ella respiraba con una emoción que se advertía en el aroma que despedía su cuerpito.
¡Tío, quiero que me mires, dale, porfi, mirame ahí abajo, porfi!, me dijo cuando mi lengua le había hecho un océano de saliva en los pies. Además, yo le sobaba la vulva, y le rozaba el agujerito del culo sobre la calza.
¿Qué querés que te mire? ¿Querés mostrarme la vagina? ¿Segura Tati? ¿Te gusta que te meta el dedito así en la cola? ¿Y que te toque la vaginita así?, le decía, intensificando los movimientos de mis dedos, sin dejar de lamer sus pies.
¡Síii, me encantaaaa, daleee, bajame la calza, y mirame tío!, me dijo de repente.
¿Eso también lo viste en esas pelis chanchas? ¡Dale, vos solita, ahí como estás, bajate la calcita, pero muy de a poquito!, le solicité, sabiendo que podría llegar a infartarme al rato. De modo que, vi en cámara lenta cómo poco a poco la Tati se bajaba la calza, y emergía ante mi ser una bombachita blanca con puntillas en los bordes. Me acerqué para darle crédito a mis ojos, y apenas la olí. Pensé que podría desmayarme si no lo hacía.
¡Ahora, bajate la bombachita, pero muy despacito!, le pedí luego. La Tati lo hizo, y en cuanto su bombacha tocó mis sábanas, la alcé en mis brazos y la llevé a la sillita para sentarla allí, sin subirle la ropita.
¡Abrí bien las piernitas nena!, le dije, y sumergí mi rostro entre ellas, buscando hacer contacto con mi lengua directamente con la entrada de su vagina. Era cierto. ¡La tenía caliente, empapada y repleta de latidos! Por eso busqué calmarla con mi lengua rodeando su orificio vaginal, pero eso pareció aumentar su frenesí.
¿No te da asco tío? ¿No tengo olor a pipí?, me preguntó, antes de sumirse en un silencio absoluto.
¡No mi amor, eso es para las nenas sucias, y vos sos una nena chancha, pero limpita!, le dije, antes de comenzar a lamerle toda la vagina, intentando no reincidir con mi dedo en su culito. Para eso, yo mismo le subí la bombachita empapada, y sin cubrirle la vulva empecé a rozarle el ano nuevamente. Entretanto, mi lengua comenzaba a saborear su juguito salado, a inmiscuirse en su celdita híper apretada, y mis labios a succionarla despacito. Ella frotaba su cola en el asiento, como para que sus nalgas se abran más y le permitan a mi dedo travieso llegar mejor a su agujerito. Su vagina eliminaba más flujos, y mi boca los sorbía con un deleite inusitado. Pero de nuevo mi madre y sus asuntos volvieron a sonar en mi puerta.
¡Javi, vino Rosa! ¡Tiene que llevarse a la Tati porque una amiguita de ella necesita unas tareas!, me dijo mi madre, y Tatiana resopló con la misma indignación con la que yo la ayudaba a subirse la calcita.
¡Había saboreado la vagina de mi sobrina! ¿No era justo acaso que ella saboree mi semen? ¿O que al menos me vea el pito parado, totalmente expuesto? Pensaba esa misma noche mientras acababa por tercera vez, recordando el olor de la bombachita de Tati, el sabor de su vagina, la fiebre de su culito quemándome el dedo, y aquellos suspiritos de placer que me regalaba mientras me la devoraba. Hoy Tatiana tiene 16 años, y es una putona hermosa. Aunque, según me cuenta sigue siendo virgen, a pesar que ya estuvo de novia con algunos chicos. Entre nosotros siguieron ocurriendo cosas, ya que yo sigo viviendo en lo de mi madre. Ya tengo un trabajo estable, y algunas actividades extras. Pero mi mundo mejor es la boquita de Tati, sus roces, el sonido de su sonrisa, lo suave de sus cabellos, ahora cortito hasta los hombros, y sus ganas de seguir experimentando conmigo. Una navidad, me pidió que nos encerremos en el baño.
¡Quiero frotarme contra tu pija tío, y que vos me metas el dedo en la cola!, me dijo, mientras todos boludeaban con los fuegos artificiales. Y no pude desatenderla. Nos encerramos allí, y al menos hasta que yo no me acabé en la ropa de tanto fregarle mi pija dura en la vagina, y ella no empezó a morderme los labios cuando un orgasmo tremendo la alcanzó, no dejé de rozarle el agujerito del orto con mi dedo por encima de su bombacha.
Le chupé la conchita muchas veces, con o sin la bombacha puesta, sentadita sobre la silla en la que le gustaba hacerse la dormida, mientras mi lengua le daba placer. Le fascinaba que la revolee en la cama para que la besuquee y muerda toda por encima de la ropa, y que le amase y muerda las tetas por encima del corpiño. ¡Ahora tenía las tetas de una hembrita en celo! Su olor ya no es el de una nena, pero su esencia de mujercita caliente sigue perfumando mi habitación. Además, también soy propietario de un par de bombachitas que se sacó en casa, las veces que se quedó a dormir. Todavía no pasó a mayores, y tal vez no sea necesario. Aunque, desde luego que ya le mostré mi pija, y varias veces la mandé a su casa con mi lechita nadando en su bombacha, sin la necesidad de penetrarla.      Fin

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Comentarios

  1. que linda nena....quiero una sobrinita asi, excelente relato Ambar

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  2. Anónimo2/8/20

    me encanto y exito muchisimo este relato!

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