Todavía faltaba una hora para cerrar la despensa. Estaba contenta, porque por suerte, teniendo en cuenta lo difícil que es abrir un negocio en este país, me iba bien, dentro de todo. Había puesto la pava para tomarme unos mates, cuando escucho que las campanitas que tengo colgadas atrás de la puerta de entrada, suenan tan alborotadas como si un viento las impulsara a golpearse más fuerte. Después escucho un sollozo, y que esa misma persona se suena la nariz, con todo el desparpajo. Entonces, cuando voy al mostrador, una chica de no más de 25 años me pide disculpas, me mira con un pánico irracional y balbucea algo que no logro entender.
¿Te pasó algo? ¿Necesitás que te ayude?, le pregunto, y ella como respuesta deja caer un río de lágrimas sobre sus acalorados pómulos.
¡Mi novio, me quiere pegar! ¡Me, me está buscando! ¡Perdón por joderte! ¡Entré acá, porque fue el primer lugar que vi abierto! ¡Pero ya me voy! ¡Por favor, si llega a venir, no le digas que estoy acá!, intenta ponerme al tanto de su situación, hamacándose de un lado al otro con los brazos cruzados. Entonces, observo que tiene unos rasguños en el cuello, que tiempla incontrolable casi apoyada en el mostrador, y que se frota los ojos con la mano. Yo misma abro un paquetito de pañuelos descartables y le ofrezco uno. Ella me lo recibe.
¿Cómo que te quiere pegar? ¡Vení, vení para este lado, y hablamos!, le indico angustiada, haciéndola pasar para el otro lado del mostrador. No sabía si llamar a la policía, o si hablar con mi viejo, que es el dueño de la casa en la que instalé mi despensa.
¡Sentate, y contame lo que pasó! ¡Tomá, acá tenés agua! ¡Si querés te preparo un tecito, o algo! ¡Pero no llores corazón!, le decía mientras la ayudaba a sentarse en una silla, tal vez la más sana que tenía a mano. Ella continuaba temblando. Al punto que yo tuve que sostenerle el vaso de agua para que sus labios puedan beber.
¡Está loco! ¡Dice que si me llega a encontrar, me va a violar, y después me va a prender fuego! ¡Dice que soy una puta, una trola de mierda, y todo porque vio unos mensajes en mi celular! ¡Te juro que jamás le metí los cuernos!, me explicó buscando un poco de calma, presa de un miedo más que atendible.
¡Escuchame nena! ¡Denuncialo, antes que pase algo! ¡Te presto el teléfono, y llamás a la policía, y listo! ¡Yo te salgo de testigo!, le decía para colaborar con su problema. Ella, enseguida se puso más nerviosa.
¡Nooo, a la policía ni en pedo! ¡¡Él es policía! ¡Si se llega a enterar que lo denuncié, es capaz de matar a toda mi familia!, me confiesa derramando un nuevo diluvio de lágrimas. En ese entonces le palmeo la espalda, y le miro las tetas. No sé qué me pasó. Realmente la encontré sexy, y me calenté al mirarle las tetas. Tenía unas tetas preciosas, cuyos pezones daban toda la sensación de estar erectos. Se veía con toda claridad el inicio de sus tetas en lo alto, ya que tenía un corpiño chiquito. Me excitaba ver cómo le caían las lágrimas, cómo su cuerpo tiritaba en medio de aquella incertidumbre. Busco calmar mis ansias, y trato de consolarla.
¡Tranquilizate María, vamos, tomá agüita! ¡Tranqui, que yo estoy con vos, hey, vamos mami!, le decía abrazándola por la espalda. Ella se había levantado de la silla en cuanto escuchó unos ruidos en la puerta. Percibí el calor de su adrenalina, el contacto de sus hombros desnudos, ya que traía una remerita sin mangas, y el perfume barato de su pelo mal teñido. Le di un chirlo amistoso en la cola y le dije que todo iba a estar bien. Luego, tuve que volver a calmarla cuando entró una mujer a comprar cigarrillos.
¡Me voy, mejor me voy, no quiero traerte bardo a tu negocio!, me dijo de repente, cuando la mujer se fue.
¡Vos te quedás acá! ¡Quiero que me cuentes qué fue lo que pasó! ¡Yo te ayudo, sin ningún interés! ¡Pero vos tenés que decirme la verdad! ¿Hiciste algo?, le pregunté, sabiendo que tal vez no me sería del todo sincera. Me dijo que no, y repitió una vez más que su novio estaba loco.
¿Pero por qué te quiere hacer todo eso? ¡Yo no justifico a ningún tipo que trate así a una mujer! ¡Pero, no me lo tomes a mal, ni mucho menos! ¡Es muy fuerte que te haya dicho que te quiere hacer todo eso, y que no lo quieras denunciar! ¡Si querés protegerte, y cuidar a tu familia, lo mejor que podés hacer es denunciarlo! ¿No te parece? ¿Tenés hijos con él?, le dije acariciándole la espalda, ocultando disimuladamente mi mano bajo su larga melena castaña. Ella permanecía de pie, junto a varios cajones apilados de gaseosas y aguas. Su cuerpo se enrarecía al contacto de mi mano, y al fin logré arrancarle una sonrisa cuando le dije: ¡Tenés un rico perfume linda! ¿Sabías?
La verdad, tenía un perfume que no podía valer más de dos pesos. Pero algo en la esencia de su piel, quizás su situación de debilidad, o esos hombros desnudos custodiando a su pequeño pero apetecible par de melones, empezaban a perturbarme. Aunque intentaba conservar la calma.
¿Y, me vas a contar? ¡Tengo que saber qué fue lo que pasó, para poder ayudarte!, le insistí, dejando que mi cuerpo se pegue al suyo. Ella no se movía, pero evidenciaba una leve incomodidad.
¡Bueno, si querés, abro unos bizcochitos, y te cebo unos mates! ¡Ya falta poco para cerrar!, le dije separándome de su espalda. Supongo que advirtió mis ganas de llevármela a la cama cuando le rocé una de mis rodillas en el culo. Tenía una cola terrible, híper apretada en un jean medio gastado que no le llegaba a cubrir los tobillos.
¡Nooo, por suerte no tengo hijos, con él, ni con nadie! ¡Vas a decir que soy una pelotuda! ¡Bueno, pero, es la verdad!, se atajaba antes de revelarme lo que todavía no se animaba a expresarme, una vez que al menos, ya nos habíamos tomado dos mates cada una.
¡Dale tonta, contame! ¡Yo no soy nadie para juzgarte!, le dije, mostrándole mi mejor sonrisa para que de una vez por todas decida confiar en mí. Pareció meditar unos segundos antes de hablar. Pero una vez que empezó, la verdad le brotaba por cada poro de su infamia como largas cadenas cubiertas de musgo. ¡Creí que luego no podría parar de hablar!
¡Con Leandro, últimamente estaba todo mal! ¡Él no laburaba, y yo quería seguir comprándome boludeces! ¡Hace cuatro años que salimos, y tres que vivimos en casa! ¡Mi papá no me dejó irme a vivir con él, a su casa! ¡Así que, él se vino a la mía! ¡Los dos tomamos merca de vez en cuando, y ahí es donde se pone violento! ¡Y bueno, a mí, perdón, pero hacía una bocha que me tiraba onda uno de sus amigos! ¡Yo también lo provocaba, haciéndome la putita en el barrio! ¡Hasta ahora la veníamos llevando, y Leandro no se enteraba de nada! ¡El pibe y yo, bueno, nos revolcamos un par de veces, y yo le hice un montón de petes en su auto! ¡Pero, bueno, hace un rato, el Lean me encontró en la cama, con él! ¿Me entendés? ¡Ya habíamos cogido cuando entró a la pieza! ¡Los dos estábamos en pelotas! ¡Pensé que iba a volver más tarde de jugar a la pelota con los pibes! ¡Cuando entró y nos vio, se le desorbitaron los ojos! ¡Primero empezó a cagarse a trompadas con el amigo, mientras yo me cambiaba! ¡Sabía que después de él seguía yo! ¡Me puse lo que tenía puesto, y rajé! ¡Pero él me alcanzó a la media cuadra, y no pudo atraparme porque lo bocineó un colectivo que pasaba! ¡No sabés! ¡Me gritaba como un loco! ¡Andaba con un matafuego en la mano! ¡Me lo quería partir por la cabeza!, se expresó en libertad, ahora cruzada de piernas, sentada en la silla que generalmente uso cuando hago el cierre de caja. La interrumpí, solo para bajar la persiana del local, y volví a su lado.
¡Bueno mami, te mandaste un flor de moco! ¡No lo voy a defender! ¡Pero, no podés meter en tu cama al amigo de tu marido! ¡Es obvio que, mínimo te va a querer sacar las tripas!, le decía, nuevamente sentada a su lado, sobándole las piernas con una mano, mientras que con la otra le sostenía el mate para que ella lo tome, hipando de vez en cuando.
¡Y el amigo, flor de turro también! ¡Se cagó en todo, sólo por un polvito con vos!, agregué, observando que María no me miraba a los ojos, como si estuviese gozando de las sobaditas que le hacía a sus piernas.
¿Y vos, tenés novio?, me preguntó, casi que por compromiso.
¡No, ni en pedo! ¡Cuando llegás a los 35, y más de un tipo se ríe de vos, es mejor tomar la decisión de estar sola! ¡Además, me encanta dormir sola, aprovechar toda la cama para mí, y no lidiar con pelotudos que roncan, o se acuestan sin bañarse, o con olor a vino después de un partido de fútbol!, le expresé, y ella se ablandó en una carcajada que la hizo brillar con todo su esplendor. Le cebé otro mate, y esta vez fingí que casi se me caía sobre su pecho. Gracias a eso logré rozarle una goma. Ella parecía no percatarse. ¡O se hacía la boluda! Lo cierto es que su tranquilidad pendía de un hilo, y mis fantasías con ese caramelito amenazaban con desbordarme la bombacha de flujos. ¡Hacía mucho que no me pasaba algo semejante con una chica! Así todo, preferí no revelarle que muchas veces tuve relaciones con mujeres.
¡Síii, el amigo de mi novio me cogió re rico! ¡Tiene una pija que, no sé cómo te lo puedo explicar! ¡Cuando te la mete toda, te da ganas de comérsela toda con la concha! ¡Yo pensaba que eso de gemir era para las trolitas de las películas! ¡Pero ese guacho me hizo gemir como nunca!, me confiaba luego, antes de que la persiana resuene estrepitosa. Fueron cuatro o cinco golpes los que nos sacaron de todo clima. Alguien se hizo oír golpeando algunas llaves, o un objeto metálico contra la cortina. Enseguida apagué la radio, manoteé a María de un brazo y la metí adentro de un cuartito que tengo pegadito a un baño. Allí generalmente me tiro a dormir una siestita, o me recuesto a leer cuando no viene nadie al negocio.
¡Vos te quedás acá, y calladita la boca! ¿Estamos? ¡Si no hacés ruido, nadie te va a descubrir! ¡Además, no pienso abrirle a nadie! ¡Quedate tranquila!, le dije mientras se echaba a llorar en mis brazos, ni bien entramos a mi piecita. Yo misma la senté sobre la cama, palmeándole la espalda y manoseándole el culo. ¡Hasta le di un chupón en el cuello y todo! ¡Eso sí que tuvo que haberlo notado, porque, de repente su sollozo se suspendió por unos segundos. Mientras tanto, el estruendo en la persiana volvió a escucharse igual de pretencioso. Ella se recostó con dificultad en la cama, y yo le saqué las sandalias de plataforma. Tuve ganas de lamerle esos piecitos de nenita. ¡Y para colmo, el vestidito azul que traía se le subió cuando se acomodó en la cama, y pude ver que una bombachita violeta apenas le cubría la vulva carnosa, evidentemente depilada!
Salí de la pieza, abrí una ventanita para mirar directamente a la vereda, y le indiqué por señas al tipo que seguía firme frente a la persiana que se acerque.
¡Hola señorita! ¿Por casualidad, usted, no vio a una chica rubia, con un vestidito corto, creo que azul, o negro? ¡Tenía el pelo atado, y, bueno, andaba llorando porque se peleó con el padre!, me dijo el tipo, apenas su turbada mirada se encontró con la mía.
¡No, la verdad, yo cerré hace una hora más o menos, y por acá no vino ninguna chica como me la describís! ¿Vos, sos algo de ella?, le pregunté, como para ganar tiempo. Realmente se lo veía violento, nervioso y asustado. Olía a fernet cada vez que hablaba, y miraba para todos lados.
¡Yo, soy el novio! ¡Ando buscándola para llevarla conmigo! ¡El padre está re loco, y por ahí se le va la mano! ¡Le pega a sus hijos, y bueno, la verdad, no me gustaría que le pase nada a mi novia!, me explicó, sin demasiada convicción.
¿Cómo se llama tu novia? ¡Por ahí, si sé algo de ella, te puedo avisar! ¿Querés dejarme algún número?, le dije. inmediatamente mi cerebro me devolvió una imagen mucho más clara de ese pibe. Seguramente él no me reconoció por la penumbra. Además, yo cambié mucho mi aspecto. Hace dos años atrás yo era flaquita, no tenía tatuajes ni piercing, ni me teñía el pelo de negro. Ese chico era Matías. A él me lo garché a la salida del boliche. Recuerdo que fue en la casa de una amiga, y que hasta ese momento nadie había estrenado mi culo. entonces, el pibe escribió su número en un papel que le di, y se fue apenas le aseguré que si tenía cualquier noticia de su chica, se lo haría saber. Permanecí confundida por un instante. Pero enseguida escuché ruidos en mi pieza, y corrí a decirle a María que estaba todo bajo control. Ahí la descubrí agarrando su cartera, como si hubiese tomado la decisión de escaparse por la ventanita.
¿Qué te pasa tarada? ¿Estás loca? ¡Es tu novio el que vino, y está re borracho! ¿Querés que te cague a trompadas, por puta?, le gritaba zamarreándola de un brazo. Ella lloraba histérica, repitiéndome que yo no entendía nada.
¿Qué es lo que no entiendo? ¡Explicame nena!, le grité al fin, tironeándole el vestido. Incluso se lo subí para darle una nalgada tremenda.
¡Quiero volver con él, para que me haga lo que me merezco por trola! ¡Vos tenés razón, soy una puta!, me decía desde la cama, ya que yo la había empujado con todo, luego de pisarle los pies descalzos.
¡Aaaah nooo, vos sos una estúpida! ¡Yo salvándote de ese tarado, y vos, buscando terminar en un hospital! ¡Estás enferma nena! ¡La verdad, te merecés volver a nacer pibita!, le grité confundida, pero acariciándole los pies, como si buscara calmarle el dolor que le había generado mi pisotón.
¡Es más, ese tarado no vale la pena! ¡Siempre que sale al boliche se coge a una mina distinta! ¡Te lo digo por experiencia!, me atreví a decirle, mientras le sobaba las piernas. Ella de repente las cruzó, y eso me movilizó aún más.
¿Qué decís? ¿De dónde sacaste eso?, me dijo, como si realmente no le importara demasiado.
¡Para que sepas, ese pibe pasó por este cuerpito! ¡Él me hizo el culo por primera vez, y también me rompió la concha! ¡Lo reconocí al toque! ¡Creo que él ni me reconoció! ¡Para esos tipos, nosotras solo somos un par de agujeros, y una boca para chuparles el pito! ¡Eso fue hace dos años atrás! ¡Lo conocí en un boliche, y después de varios tragos, nosotros dos, varias amigas y otros guachos terminamos en la casa de Liliana, mi mejor amiga! ¡Me acuerdo que me dijo que tenía novia! ¡Pero a mí no me importaba! ¡Así que me lo cogí igual!, la puse al tanto, sin privarme detalles ni impresiones de aquella noche. Ella se puso a llorar. me puteó un par de veces, mientras yo acercaba sus piecitos a mi boca.
¡Tranquila bebé, ya pasó! ¡Vos lo engañaste, es verdad! ¿Pero, andá a saber cuántas veces él te cagó? ¿No tenés ganas de vengarte un poquito de esa rata, que te rasguñó el cuello, y que te pega, y todo eso?, le decía acariciándome la cara con sus piecitos. Ella temblaba, aunque todavía no podía asegurar si de desconcierto, rabia o desesperación.
¡Soltame loca, dale, y me voy!, me dijo de repente, cuando una de mis manos le acariciaba la pancita sobre el vestido.
¡Vos de acá no te vas, hasta que no me entregues lo que me pertenece! ¡Yo te salvé! ¿O no? ¿No me vas a dar las gracias?, le dije, sabiendo que mis libertades me habían dado rienda suelta para lo que sea. Supongo que por eso, con una fuerza que no me era propia, la puse boca abajo en la cama, le subí el vestidito hasta la cintura y me dispuse a nalguearle el culo, totalmente loca por esa colaless perdiéndose entre sus globos de carne perfectos.
¡Soltame idiota, dejame ir guacha culeada!, me gritó con su boca apretada en mi almohada. Por toda respuesta, le solté una maraña de chirlos en ese culo repleto de pequitas, y luego me tiré sobre sus piernas. Cuando quise acordar ya había fregado mis tetas contra sus nalgas calientes por mis azotes, y ya se las estaba rodeando de besos ruidosos, babosos y frenéticos. El olor de su piel denotaba claramente que no hacía mucho había tenido sexo. Incluso me ayudé un poco con las manos para extraer del fondo de su canal aquel pequeño hilo violeta, y se lo mordí. También le clavé los dientes en una de sus nalgas.
¿Así te gusta que te traten? ¿Te gusta que te peguen en la cola, guachita puta?, le decía inmersa en una furia que nunca había sentido, mientras la giraba para ponerla boca arriba, clavándole mis dedos en el brazo. Cuando le vi la cara, no había atisbos de querer zafarse, o de buscar cualquier cosa para partírmela en la cabeza.
¡Mmm. Cómo te gusta trolita! ¡A ver, abrime las piernitas!, le decía mientras le sobaba las tetas.
¡Con estas tetas, supongo que tendrías a más de medio barrio alzado con vos!, le dije luego, poniéndole un dedo en la boca, tal vez antecediéndome a cualquier insulto que quisiera obsequiarme. Pero como no me abrió las piernas, le tironeé el vestido tras desabrochárselo, y la dejé en bombacha y corpiño. Inmediatamente su semi desnudez iluminó cada poro de mis perversiones más ocultas. La obligué a oler su vestido luego de hacerlo yo, me acerqué a su rostro y le lamí los labios cerrados, y le di un tierno mordisquito en la nariz. Como gimió bajito, le di una cachetada.
¡Te encanta ser una putita nena, y acostarte en la cama de cualquiera!, le dije, segundos antes de mordisquearle el mentón, de saborear su cuello y de liberar al fin sus tetas de ese corpiñito sudado. El olor de sus tetas me mareó, al punto tal que no pude esperar mucho tiempo para empezar a succionárselas. Tenía unos pezones chiquitos, pero bien erectos, y el contorno de sus senos tenían marcas de otros chupones.
¿Ese pibe te chuponeó así las tetas perrita? ¿Eeeee? ¿Qué más te hizo ese nene? ¿Te la metió toda, hasta el fondo de la conchita nena?, le decía, mientras le despedazaba las tetas a besos, lamiendo cada pliegue, todos los límites de su carne y el inicio de su pancita. Poco a poco fui llegando a su ombligo, y su risita comenzó a intensificarse. Le escupía las tetas, y ella solo me decía que era una tarada, una violadora de nenas, y que apenas pudiera escaparse iría corriendo a la policía a denunciarme.
¡Callate culito cagado, que primero tendrías que denunciar a tu macho! ¡Pero, como tenés el culo sucio, y la moral por el piso, no lo vas a hacer! ¡Y a mí tampoco, tetoncita de mami!, le decía al tiempo que forcejeaba con sus piernas para abrírselas. Hasta que al fin, en medio de un nuevo concierto de chupones a su cuello, logré meterle una mano entre ellas.
¡Dale nenita, ya está, perdiste!, le dije, después de comerle la boca por primera vez. Ese beso, y todos los que le siguieron, fueron los responsables de la apertura de sus piernitas. Tenía la bombacha prácticamente pegada a la vagina, por el pegote de semen que se la empapaba.
¡Aaaah, sos una cochina pendeja! ¡Ni siquiera te lavaste después de coger, y encima el pibe te la largó toda adentro! ¡Tenés toda la bombacha llena de semen, asquerosa!, le grité, mientras intentaba quitársela. Al fin se la rompí a la mitad con una tijera, y me lancé al ángulo de sus piernas como si se tratara del precipicio más feroz. No puedo explicar cómo fue que logré arrancarle varios orgasmos. Pero desde que mi lengua y labios comenzaron a succionarle el clítoris, mientras mis manos le moreteaban las tetas, María me regaló dos squirt. La muy tarada creía que se había meado encima.
¡No taradita, no te estás meando! ¡Estás acabando como una perrita!, le confirmé, teniéndola casi sentada para facilitarle a mis manos el estruje de sus tetas, todavía con mi lengua reconociendo los olores y sabores de su conchita. La tenía sin un bello, y sus labios eran tan carnosos como sus glúteos. En los pliegues de su vagina se escondía un olorcito a pis que me enloquecía. Sus gemidos se amplificaban por toda la pieza, y sus piernas presionaban mis mejillas como si todo lo que deseara en el mundo fuese mi lengua para poder seguir respirando. Entonces, luego de sacarle brillo a su puntito de hembra con mi lengua, subí hasta su boca, y a pesar que me dijo que le daba asco, le comí los labios, mordiéndoselos de a ratos con todo el néctar de su vulva. Supongo que fue en ese momento que reparé en la humedad inocultable de mi bombacha. Ni lo pensé. Me quité el pantalón, revoleé mi camisita y me arranqué el corpiño. Sabía que la determinación de mis actos la inmovilizaba. Por tanto, María no era capaz de tomar ninguna iniciativa. Así que me subí a la cama, y sin sacarme la bombacha pegué mi pubis a su cara. Su cabeza por poco se tatuaba en los ladrillos sin revocar de la pared, cuando mis caderas danzaban contra ella para que su nariz me huela, su boca comience a empaparse de mis jugos, por más que no se atrevía a abrirla para liberar su lengua, y para que sus gemiditos le asfixien el pecho. Yo, entretanto le zarandeaba las gomas, le arrancaba el pelo y le pedía por favor, con lo que me quedaba de cordura: ¡Abrí esa boquita nena, dale, sacá esa lengüita, y comeme la bombacha putita, dale mami, que sos una petera hermosa, comeme la chucha nenita, y te juro que te doy lo que quieras!
Eso tuvo que haberla tentado, ya que no tardó mucho en empezar a darme unos besitos en las piernas, que pronto fueron mordidas y apretujes. ¡Quería sentir la puntita de esa lengua cochina en el interior de mi concha como sea! Por eso, cuando sentí que una de sus manos estiró mi bombacha hacia abajo, casi le pido casamiento. Pero la borrega no terminaba de dar el brazo a torcer. Así que, en otro ataque de locura, me giré con toda la rebeldía que galopaba en mi pecho, y le puse el culo en la cara.
¡Dale zorrita, bajame la bombacha, y chupame el culo!, le pedí, luego de fregarle un buen rato el culo contra las tetas. Previamente yo se las había escupido con abundantes latigazos de saliva. María me dio un par de nalgadas, pero seguía sin atreverse a actuar.
¡Dale nenita, chupame el culo!, le pedí, ya presionando su carita de nena mentirosa contra la pared. Esa vez no le quedó otra alternativa que inmiscuir su lengua caliente entre mis nalgas, ni bien me corrí la bombacha. Yo misma le tomé las manos ni bien sentí la humedad ardorosa de su lengua contra mi ano, para pajearme la concha con sus deditos y los míos. Ella gemía, y siempre estuve segura que ya no estaba aterrada. Yo, mis sonidos eran alaridos de lujuria cuando esa guacha había logrado introducir una de sus manitos completamente adentro de mi vagina. Mi orgasmo no me previno de la violencia con la que me azotaría. Así que, me dejé caer en el suelo, al mismo tiempo que la pendeja se doblaba el brazo, sin dejar de pegarme con la otra mano en el culo. un torrente de flujos salió despedido de mi vagina, y toda la sensibilidad de mi clítoris comenzó a convertirme en cenizas. Aún así, revoleada en el suelo y todo, le pedí a la pendeja que se siente sobre mis tetas. Quería volver a olerle y besarle la conchita.
Pero eso no sucedió. En ese preciso momento, mi padre me llamó con unos golpes desesperados en la ventanita.
¡Hija, está la policía afuera! ¿Vos estás con alguien? ¡Andan buscando a una pendeja!, me gritó el viejo. Enseguida le pedí a María que se esconda en el pequeño ropero que había detrás de la cama.
Obviamente tuve que salir y declarar. Yo no conocía a esa chica, nunca la había visto, y jamás la dejaría sola en una situación de extrema violencia, como en la que se hallaba. La policía me creyó, aunque seguro que me re miraron las tetas, ya que no había llegado a ponerme el corpiño. ¡Mucho menos la bombacha! ¡De pedo si pude ponerme una calza y la camisita! Lo cierto es que, desde ese día María y yo vivimos en la misma piecita, al menos hasta dentro de un mes. Las dos nos vamos a ir a vivir a Mendoza, a la casa de mi tía Raquel. Ella jamás juzgaría mi condición sexual. Siempre hay una nueva opción para empezar de nuevo. Fin
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
ambar! es un honor volverte a leer, si, cada vez me gusta mas lo que escribis, tu literatura sin dudarlo un instante controla mis sentidos.
ResponderEliminar¡Hooolaaa! Gracias por tus palabras. Siempre intento dar lo mejor de mí en este blog. Y, atento, que habrá otras novedades!
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