Había ido dos veces a su casa. No tuve suerte, aún cuando una señora me dijo que pruebe con golpear la ventana del costado de la casita, ya que la familia Gutiérrez vivía en la esquina. Eran todas casas bajas, despintadas, y la mayoría sin terminaciones, ni rejas, ni estilo. Las calles eran de tierra, y la humedad parecía más insoportable que en cualquier otro sitio de esa ciudad. Había olor a basura, a hojas secas quemadas, y a combustible por todos lados. Sin embargo, tenía que encontrar a alguien. Así que un viernes poco gentil para mi dentadura, puesto que durante toda la noche me había dolido la muela, volví a probar suerte. Ya eran las once de la mañana, y me moría de ganas de tomar un café. Pero allí los negocios recién abrían, y todo lo que había eran verdulerías, una carnicería apestosa, un kiosko, una santería y un taller mecánico. Me compré unos caramelos en el kiosko, y le pregunté a la señora si conocía a Sandra Gutiérrez. Tardó en responderme, pero al fin me dijo: ¡Síii, claro, es la que vive acá a la vuelta, por esta misma cuadra! ¡La verdad, no sé por qué la busca! ¡Pero, ahora no creo que esté trabajando! ¡Usted discúlpeme por lo que le voy a decir! ¡Pero, esa es una yegua! ¡Se acuesta con tipos casados, y no le importa!
Aquellas últimas palabras las mencionó bajando la voz, a pesar que no había nadie detrás de mí. Enseguida asumí que, si esa mujer no era la chismosa del barrio, pegaba en el palo.
¿Usted es de la policía?, me preguntó luego. Le aclaré que no, pero que necesito encontrarla por una situación municipal. La mujer no supo qué decirme. Así que me dio el vuelto, y decidí retomar los intentos de golpear en la casa de los Gutiérrez. Había un montón de pibes jugando a la pelota, descalzos y en la calle, otros tres fumando tabaco apoyados en un auto viejo, y de paso mal estacionado, y dos adolescentes fumando mariguana al frente de la carnicería. Una señora regaba unas plantitas, un hombre arreglaba una moto sobre la diminuta vereda, y enseguida un camión se estacionó frente a la carnicería. Un poco más allá, cerca de la escuela primaria, había dos chicas con pinta de tumberitas comiéndose la boca, y manoseándose el culo sin ningún tipo de pudor. Se me ocurrió consultarle al carnicero si conocía a Sandra Gutiérrez, mientras el hombre bajaba carne del camión para ponerse a preparar unas milanesas.
¿Cómo no la voy a conocer? ¿Sabe la cantidad de veces que le propuse casamiento? ¡Creo que, de esa forma me saldría más barata que toda la carne que se lleva fiado de acá!, me dijo Carlos, con una sonrisa que le rejuveneció el rostro de inmediato, a pesar que no se veía tan grande.
¡Pero si la busca para cobrarle, dudo que la encuentre! ¡Le debe a todo el mundo! ¡Bah, al menos a los que somos casados, y no queremos que nos pague en especias! ¿Me entiende lo que le digo?, continuó, mientras hacía un gesto obsceno, y acto seguido me convidó un cigarrillo. Le acepté una pitada, le agradecí por su amabilidad, y salí, ahora sí con rumbo a la casa de la mujer.
Golpeé dos veces, y nada. Intenté una más, y tampoco. No podía oír si había alguien adentro, porque los mocosos que jugaban a la pelota no se escatimaban insultos y agravios. Golpeé una vez más, y entonces, la llave giró con violencia al otro lado de la cerradura.
¡Hola! ¿Está tu mamá? ¡Yo estoy buscando a Sandra Gutiérrez!, le dije sonriendo a una chica de no más de 15 años, que me examinaba curiosa pero desafiante. Tenía las mejillas coloradas, tal vez por el calor excesivo de la estufa, los ojos pegados, la cara sin lavar, y tan solo una campera encima. Estaba descalza, despeinada y somnolienta.
¡Nop, ella no está! ¡Pero sí, ella es mi vieja! ¿Qué quiere? ¡si viene a cobrar algo, ahora no tenemos nada de guita!, me respondió cortante, sin muchas ganas de colaborar conmigo.
¡No corazón, yo no vengo a cobrarles nada! ¡Si me dejás pasar, te puedo contar de qué se trata mi visita! ¿Cómo te llamás vos?, intenté decirle con toda la paciencia que pude.
¡Soledad! ¿Pero, usted quién es? ¡Mi madre me dijo que no puedo dejar entrar a nadie que no conozca!, me dijo, y tal vez por primera vez me pareció razonable.
¡Bueno, yo soy Santiago, trabajo como asistente social, y vengo a traerles soluciones! ¡Pero, para eso, creo que lo mejor es que te lo explique adentro! ¿Puede ser? ¡Solo tengo que hacerte unas preguntitas!, le dije. La chica se corrió de la puerta, invitándome a pasar sin hacer el mínimo sonido. Una vez que yo entré, cerró la puerta con llave, y la retiró de la cerradura. La arrojó con todo sobre la mesa que tenía una parva de platos sucios apilados, una botella de vino por la mitad, una caja de preservativos sin abrir, una mamadera vacía y un celular, el que ella manoteó de inmediato cuando vibró. ¡Ni yo, ni cualquiera de mis compañeros tenía semejante tubo! La vi poner una pava al fuego, y luego mandó un mensaje de audio por Whatsapp. Evidentemente a una de sus amigas, porque le decía que le quedaba re lindo un tatuaje, y las trenzas que le había hecho una tal Rochi.
¡Sole, decime, ¿Habitualmente te levantás a esta hora?!, le pregunté. Pero ella no me respondió la pregunta.
¿Quiere algo de tomar?, me intercambió, mientras se sentaba en una silla, y me indicaba mediante gestos de la mano que la imite
.¡Un vasito de agua, si puede ser, está bien! ¡Bueno, supongo que tenés hermanos!, comencé con mi cuestionario.
¡Sí, tres varones y una nena!, me respondió entre dientes, acercándome un vaso de agua. Entonces, esta vez se sentó a mi lado. Pude percibir que tenía las uñas pintadas, que el rojo vivo de su pelo batallaba con los rayos de sol que se filtraban por la ventana entreabierta, y que una especie de tufillo a pis emergía de algún lugar de su cuerpo, cada vez que se movía. Tenía las piernas totalmente desnudas bajo su campera, y casi que ni le importaba que yo pudiera mirarle la bombacha.
¡Y, supongo que esa mamadera, le pertenece a, alguno de tus hermanos!, indagué, cuando ella miraba la pantalla de su celular.
¡Sí, a mi hermanita! ¡Tiene tres meses! Después viene mi hermano Lucas de 11, Diego de 13, yo con 15 y Renzo de 17! ¡Bueno! ¿Me va a contar qué es ese chamullo de la solución y toda esa gilada?, me apuró con arrogancia. Sabía que no podía ponerme a su altura. No iba a corregirle, ni a enseñarle moral. Aunque me molestó que le hable de esa forma a un adulto.
¡Mirá Sole, digamos que, yo viene a ofrecerle a tu mami un plan económico! ¡Algo así como un subsidio! ¡Pero, bueno, me piden que complete unas preguntas! ¡Por ejemplo, ¿Ustedes tienen televisión por cable, luz y gas natural?, reanudé mi rol de encuestador. Ella, se metió un dedo en la boca, dejó que un hilito de baba le caiga por el mentón y escribió algo en el celular.
¡Luz tenemos, pero estamos enganchados, porque debemos una bocha de plata! ¡Gas, ni en pedo! ¡Usamos garrafas! ¡Y cable, ni ahí! ¡Miramos cosas por internet!, dijo sin vacilar. Después se comió una galletita.
¿Y vos vas al colegio? ¿Y tus hermanos?, continué, luego de anotar todo en la planilla correspondiente.
¡Yo y mi hermano Diego ,sí vamos! ¡Pero a Renzo no lo dejan estar en ninguna escuela, porque le afana a todo el mundo! ¡Y Lucas, va cuando quiere!, me detalló, masticando otra galletita. Después apagó cocina, trajo un mate con una azucarera a la mesa, guardó el agua caliente en un termito y se cebó un mate, luego de sentarse nuevamente a mi lado.
¿Sabés si esta casa es de ustedes, o si alquilan?, le dije, mientras ella chupaba la bombilla, a pesar que ya no tenía agua.
¡Es de mi tío! ¡Pero, él nos deja vivir acá! ¡No sé cómo arregló mi vieja! ¿Quiere un mate?, me dijo, y entonces, descubrí que la campera desprendida me participaba la visión perfecta de sus dos pechos bastante desarrollados. Hasta pude divisar que tenía los pezones erectos.
¿Este barrio es seguro para ustedes? ¿Alguna vez tuvieron algún episodio de inseguridad, o violencia en este lugar?, le pregunté. Ella tardó en responder. Pero al fin dijo que nada de eso.
¿Y además de vos, tus hermanos, tienen celular?, averigüé.
¡Obvio, todos tienen! ¡Ellos mismos se encargan de conseguirlos! ¡Son chorros profesionales!, dijo, riéndose ampliamente, y entonces, sus ojos negros parecieron más dóciles y comprensivos.
¿Creés que, tanto vos como tus hermanos conservan las formas de higiene elementales y básicas? ¡Es decir, ¿Se bañan seguido, por ejemplo?!, le pregunté, intentando no incomodarla.
¡Más o menos! ¿Lucas es un mugriento!, dijo con sinceridad, mientras le aceptaba un mate. Anoté en mi planilla, me tomé el mate como para bajar un poco la ansiedad que ya empezaba a dominarme sin saber el por qué, y se lo devolví. Notaba la presión de mi pija estrujada bajo mi pantalón de vestir, y le echaba la culpa a la poca actividad sexual que últimamente teníamos con mi esposa.
¿Tu mamá trabaja?, proseguí, mientras la veía chupar una vez más la bombilla. La campera se le abría de vez en cuando producto de sus movimientos, y aunque ella la cerraba, o ponía sus brazos a la altura de sus tetas para que no se le vean, mis ojos se perdieron varias veces en sus muslos visibles, y en el elástico de su bombachita rosa.
¡Sí, cuida a un par de viejos, y limpia casas! ¡Cuando puede atiende el teléfono en una remisera!, me confirmó, una vez más con la bombilla entre sus labios.
¡Y, bueno, esto, te lo pregunto, sin ánimo de ofenderte, ni mucho menos! ¡Hay algunos rumores por acá, acerca de que, además de eso, tu mamá ejerce la prostitución! ¡Alguna vez trajo hombres a esta casa? ¡Esto es importante Sole, porque, el juez que ordena estos beneficios económicos, necesita saberlo!, le expliqué, aunque sabía que no iba a entenderme del todo.
¿Quién le dijo eso? ¡Nooo, acá nunca trajo a ningún tipo! ¿Quién carajo dijo esas boludeces? ¿Qué mierda tienen que hablar de mi vieja?, se encolerizó, y golpeó la mesa con el mate vacío.
¡Ta’bien, tranquila, que yo no tengo nada que ver! ¡Son solo preguntas Sole! ¡Mirá, este es mi trabajo! ¡Yo no vine a juzgar a nadie! ¡Es más, yo quiero que tu mami cobre este plan, porque, además, tiene una buena cobertura médica! ¡Y eso es muy bueno para todos ustedes, y más si hay un bebé en la familia! ¿Me Entendés?, le expliqué otra vez, con toda la intención de calmarla.
¿Quién le dijo que mi vieja es una puta?, insistió, ahora cruzando las piernas, dirigiendo su cara hacia mí, disparando el puñal de sus ojos en los míos, como si quisiera sacarle una radiografía a mis pensamientos.
¡Si no me dice quién le dijo esas cosas de mi vieja, no le respondo un carajo!, me dijo levantándose de la silla. A simple vista, esa mocosa no era capaz de espantar una mosca. Pero, en ese momento era tan temible como un escorpión agazapado.
¡Fue Carlos, el carnicero! ¡Cuando le fui a preguntar por el paradero de tu mami, él insinuó eso! ¡Pero no le des bola al asunto!, le dije. Me llamó la atención que su cara se ensombreciera de golpe. De todos modos, ni siquiera supe por qué arrojé a la hoguera al pobre hombre. Necesitaba un nombre para seguir ganándome la confianza de la pendeja, y fue lo primero que se me ocurrió.
¿Carlos? ¿Él le dijo eso?, dijo en voz baja, como en un susurro.
¡Pero ya pasó! ¿Sí? ¡A veces, la gente envidia a las buenas familias! ¡Bueno, seguimos con las preguntas! ¿Alguna vez fuiste al ginecólogo, al dentista, o a otros médicos?, intenté recobrar el hilo de mis informes.
¡Ni en pedo! ¡Mi vieja sí fue al dentista, pero nosotros, que yo sepa, ninguno! ¿Pero cómo puede ser que ese bombonazo haya dicho eso?, me respondió, y acto seguido volvió a referirse al carnicero. ¿Le había dicho bombonazo a ese hombre? Para colmo, de repente la vi mordisquear la tetina de la mamadera que había en la mesa.
¡Sole, no sé si es muy higiénico lo que estás haciendo!, le dije, sin meditar en la reacción que pudiera tener esa adolescente irascible.
¡No me importa! ¡Es lo único que me calma! ¡Y yo, soñando con él, como una tarada!, dijo, un poco para sí misma, frotándose una pierna con la mano que le quedaba libre.
¿Me das otro matecito, si no te molesta?, le dije, como para sacarla del trance. Ella me lo cebó y me lo dio, con la camperita totalmente abierta. Eso hizo que el olorcito a pis que, evidentemente se anidaba en su bombachita surgiera con más fervor. Sorbí el mate haciendo ruido, un poco para silenciar a los movimientos de mi pene expectante como nunca. Ya no podía sostener la lapicera sin que me tiemble la mano.
¡Perdoname Sole, pero, tengo que terminar el informe! ¿Esta casa tiene los techos en condiciones? ¿Faltan vidrios en la ventana por ejemplo?, retomé mi labor con todas las dificultades del caso.
¡Naaah, ni ahí! ¡En nuestra pieza se llueve todo! ¡Y, a la pieza de mi vieja le falta un vidrio! ¡Ese, lo rompió mi hermano de un pelotazo!, me dijo señalando el vidrio emparchado con cinta adhesiva de la cocinita.
¿O sea que, ustedes duermen los 5, en la misma pieza?, indagué, imaginando a esa pendeja desnudándose para acostarse, o luego de ducharse frente a los ojos de sus hermanos. ¡Las pajas que se debían hacer esos pibes en su honor! ¡Y, tal vez ella había tenido la chance de mirarles las pijas paradas!
¡Sí, todos en la misma pieza! ¡Solo Luana duerme con mi mamá, porque todavía es chiquita!, dijo, volviendo a enfrascarse en su celular.
¿Sabés si tienen cloacas, o pozo ciego?, pregunté, un segundo antes que presione el botón para enviarle un audio a una tal Lucía.
¡No tengo idea!, me respondió, y acto seguido le habló al teléfono; ¡Boluda, el Carlos anda diciendo que mi madre es una trola! ¡Y eso porque todavía yo no me animo a encararlo! ¡Vos siempre me salvás amiga! ¿Me mando esta tarde? ¡Yo creo que, si le hago un pete, se va a dar cuenta que soy mejor que mi vieja, y que la gorda Aldana!
Cuando envió el SMS, tuve que agacharme para recoger un blog de hojas vacías que se me resbalaron de las piernas, cuando buscaba ignorar al manojo de nervios que me atormentaba. Por lo tanto, gracias a que su silla estaba pegada a la mía, mi barba le rozó la pantorrilla, y ella se rió presa de una cosquilla que no quise ofrecerle voluntariamente.
¡Dale Santi, hacete el boludo! ¿Creés que no me doy cuenta que tiraste esas hojas a propósito? ¡Se te re nota que me mirás las gomas, y la bombacha! ¿Me la querés mirar mejor?, dijo, mientras mi espalda se incorporaba lentamente de aquella aventura imprecisa, repleta de fantasmas con olor a infierno.
¿Qué decís? ¡Nada que ver! ¡Mirá Sole, yo, solo vengo a cumplir con mi trabajo!, le dije, mientras ella se desprendía el único botón que su campera conservaba unido al ojal. Entonces, no me quedó más remedio que verle la pancita, el ombliguito y el inicio de su bombachita rosa, que renacía en el primer atisbo de su vulva carnosa.
¡Prendete esa campera, por favor, y dejá de morder eso, que, después tu hermana toma la leche!, le dije, mientras ella revoleaba los ojos y dejaba que su campera me muestre todo el contorno de su cuerpo, y los brillos de su piel. Su olor a pichí se intensificó, y sus tetas se mecieron hacia los costados cuando bailoteó una canción que alguien escuchaba en su auto, el que pasó por la calle con cierta prisa.
¡Pero yo también tomo leche en mamadera! ¡A veces me preparo una leche, y me tiro en la cama para tomarla!, me confesó tras dejar la mamadera babeada arriba de la mesa.
¡Bueno, esas son cosas tuyas, que a mí no me interesan demasiado! ¡Decime, ¿Te sabés tu número de documento?!, le pregunté, totalmente turbado, aturdido por una corriente de sudor frío con sabor a presagio fatal. No quería moverme siquiera, para no evidenciarle la erección e mi pene. Entonces, ella, s levantó haciendo los brazos hacia atrás para que su campera descienda lentamente por ellos hasta caer al suelo. Buscó en el cajón de un mueble marrón tan destartalado como las sillas, y enseguida volvió a mi lado.
¡Tomá, acá está mi Documento! ¡Copiá el número, que a mí me da paja decírtelo! ¡Y, de paso, ahora me podés mirar las tetas, la bombacha., y el orto!, dijo luego de tirarme el DNI, y comenzar a dar unas pequeñas volteretas, bien pegada a mi humanidad, aunque ni nos tocábamos. El calor que irradiaban sus hormonas no se podía sostener en pie entre mis fantasías y la seriedad del puesto que ocupo para el estado.
Basta Soledad, no es correcto lo que estás haciendo! ¡Tomá, ya lo copié! ¡Guardalo, y que no se te pierda!, le dije devolviéndole el documento, mientras ella no paraba de bailar, haciéndose la sexy. Entonces, apoyó su cola sobre mis rodillas, agarró el documento, se lo frotó en una de sus tetas y me dijo: ¿No te gusta mirarlas?
¡Estás yendo muy lejos nena, y no sé si te conviene!, le dije, intentando amenazarla con que, s no se calmaba, no había plan social, ni cobertura médica, ni nada. Pero ella estaba extasiada, y yo no podía mentirme. También me sentía flotar ante ese cuerpo casi desnudo, ante esas tetas de pezones chiquitos y marrones, con varias pequitas en la parte de arriba de su torso, y con esa bombachita que despedía el olor de su propia sexualidad.
¡Yo que vos, en vez de jugar a ser grandecita, me preocuparía por no tener olor a pis!, le dije, buscando herirla de algún modo. Entonces, ella se me rió prácticamente en la cara, faltándome el respeto sin reservas.
¡Dale guacho, tocame el culo si querés, y dejá de decir pavadas! ¡Pasa que, bueno, anoche soñé que el carnicero, ese hijo de puta me pegaba una garchada en la carnicería! ¡Me metía la pija sin sacarme la ropa, y me apretaba contra una de las heladeras! ¡Estábamos parados, y posta que sentía cómo me penetraba! ¡Y, bueno, se ve que, o me hice pis, o me hice la paja dormida! ¡Pero si querés me saco la bombacha, y listo!, me decía, ya directamente sentada sobre mis piernas. Tuve que retirar dos veces una de sus manos de la intención de tocarme el bulto. Pero no pude con la tercera, y entonces, me deliró gratuitamente.
¡Aaah, bueeenaaaa, y después decís que no te caliento! ¡Me re calientan los tipos grandes, como vos! ¡Mirá cómo se te puso la verga!, me decía. Sentía el impacto de sus tetas contra mi camisa, el calor de su culo sobre mis piernas, la extraña mezcla a mate y galletitas que emergía de su boca, y aquel leve aroma a pipí que parecía multiplicarse en su bombacha, y no me limité más. Le agarré las tetas con las manos, para amasárselas, y la nenita gimió con dulzura. Junté sus dos pezones todo lo que pude, y me los llevé a la boca, luego de sobarle las piernas.
¿Así que te calienta el carnicero? ¡Pero ese tipo tiene fácil, unos 50 años! ¿No te parece que vas un poquito rápido pendeja?, le dije antes de sorberle ambos pezones. Soledad tiritaba y gemía cada vez más agudito, moviendo el culo contra mis piernas. En un momento se clavó la lapicera en la gamba, ya que no había llegado a dejarla sobre la mesa.
¿Vos ya cogiste pendeja?, le pregunté, olvidándome del recato, el informe y los modos.
¿Esa pregunta también es para tus papeles? ¡Obvio que ya cogí! ¡Me cogen desde los 12, y me re calienta coger!, decía, juntando un poco más su entrepierna a mi bulto, ya que ahora sus piernas abrazaban una de las mías. Entretanto, yo le chupaba las tetas, le sobaba el culo, un poco para que no se resbale y se caiga, y le metía un dedo en la boca.
¿Querés que te chupe la pija? ¡Dale, estás re calentito guacho!, me dijo, una vez que lamió y mordisqueó mi dedo.
¡No sé, a lo mejor querés seguir tomando la mamadera!, le dije, sin saber por qué, mientras ella me masajeaba el pito sobre la ropa. Buscaba desprenderme el cinturón. Pero yo no se lo permitía. A esa altura yo mismo me pegaba con sus tetas en la cara, se las babeaba y volvía a chupárselas. A ella la ponía más loquita. Además, un par de veces le metí un dedo en el culo para presionar su ano sobre su bombacha. Entonces, descubrí que la tenía mojada, caliente y tan suave como su vocecita de aprendiz de gata.
¡Dale, no te hagas el difícil, que, después de chuparte la pija, voy, y se la mamo a Carlos!, me dijo, presionando un poco más sus tetas contra mi rostro, para que no deje de mamárselas entonces, la paciencia me abandonó por completo, sin anuncios ni señales. Levanté a esa pibita de mis piernas, y llevándola de los brazos la arrodillé contra el mueble destartalado que tenía frente a mí. Me bajé el pantalón, le pedí que me baje el bóxer, y no le permití que me toque la pija. Primero se la froté en las tetas, y le pedí que me la escupa.
¡Dale nena, mostrame qué sos capaz de hacer con una pija, babeala toda, escupila y ponela más dura, que te la vas a comer toda!, le dije, cebado y liberado de cualquier tensión. Ella lo hizo, entre gemidos, algunas lamidas a mi tronco y ciertas quejas, porque ella me la quería chupar a donde estábamos. Pero al fin, sus labios empezaron a succionarme la pija, a envolver mi glande, a subir y bajar, a resbalar por su propia saliva y mis jugos seminales, y a regalarme el sonido de sus primeras arcadas. Tenía la boca chiquita, pero la lengua muy ágil, larga y caliente.
¿Así tomás la mamadera en la camita vos? ¡Quiero que te cojas a ese carnicero, y que lo dejes que te acabe adentro, que te ensucie la bombacha con su lechita, porque sos una viciosa!, le decía, cuando su boca se esforzaba por lamer, chupar, gemir y volver a lamer. Cada vez que succionaba la oía tragar restos de su propia saliva, y eso me encendía aún más.
¿Estas cositas las aprendiste de la putita de tu mami? ¿La viste coger?, le preguntaba, cuando ya presagiaba que a mi leche no le faltaba mucho para formar una cascada blanca en el túnel de su garganta.
¡Sí, obvio que la vi coger! ¡Es re puta mi mami, y cobra bien! ¡Le gusta la pija como a su nena! ¡Pero ella no sabe que yo entrego la concha, y la boquita! ¡Dale guacho, dame la lechitaaaa!, empezó a envalentonarme, sabiendo que las brumas seminales de mi integridad empezaban a subir por los conductos de mi pene cada vez más sensibles. Pero entonces, volví a sacudirla de los pies. La llevé a la mesa para recostarla sobre ella, sin importarme que algunos platos, la botella de vino y un cenicero caigan al suelo con gravedad. Yo solo quería besarle las piernas, olerle la vagina y devorarle esa bombachita sucia con mi vida. De modo que, empecé a mordisquearle los tobillos, las pantorrillas, los talones y sus rodillas para que se estremezca con unos gemidos más impactantes que los primeros. Me había vuelto loco mirarle la boquita toda babeada antes de acomodarla sobre la mesa. Así que, mientras le besuqueaba y mordía los muslos, le pedí con urgencia. ¡Dale nena, agarrá esa mamadera, y mordela toda, tomate la lechita de tu hermana, y chupala toda, como si fuera la pija de Carlos!
Al fin llegué a su vagina. Le pasé la lengua por toda la tela de su bombacha, y luego corrí un pequeño tramo de esa costura hirviendo para que, la punta de mi espada de saliva haga un círculo sobre el orificio perfecto de su vagina. No me fue difícil probar gotas de sus flujos, ya que estaba inundada de ellos. Su olor a pis había disminuido para darle sitio al aroma ferviente de su sexo hambriento. Introduje mi lengua en su conchita, y se la revolví unos segundos. Pero la furia de mi pija quería enterarse si era cierto que esos músculos vaginales tenían experiencia. Entonces, haciéndome un lugar entre sus piernas, empecé a pegarle con la dureza de mi pene en la chochi, salpicando un poco de nuestros jugos en su panza.
¡Nooo, no seas malooo hijo de puta, daleeee, metela de una vez si querés concha!, me decía, aumentando el frenesí de mis testículos, esclavos a sus deseos. ¡Me encantaba que me ruegue, que suplique mi carne, que sus piernas se abran más con cada estiletazo de mi verga contra su vulva! De modo que, ni bien encallé la puntita de mi glande en la entrada de s vagina, habiéndole corrido un poquito la bombacha, conté hasta tres, me derrumbé sobre ella y empujé con todo, para que la sienta toda, al mismo tiempo que mi boca se apoderaba nuevamente de sus tetas. Ella empezó a gemir ,a entrecortar su respiración, ay a subir las piernas para abrazarme con ellas. De esa forma mi pija conquistaba un poco más de profundidad de su sexo caliente, apretadito y ardiente.
¡Así, cogeme, cogeme toda, dame verga, asíii, dale hijo de puta, cogete a la nena que se toma a mamadera!, decía, entre las cosas que podía descifrar. Sus dedos me pellizcaban la espalda o las tetillas, y su boca no sabía qué hacer. Por momentos me chupaba los dedos, o mordisqueaba la mamadera vacía. Hasta que se la quité y la arrojé al suelo. Entretanto mi poronga seguía penetrándola, con un bombeo cada vez más rápido, aunque de vez en cuando se la dejaba quietita, bien adentro para que sienta el grosor, la intensidad y los latidos de mi virilidad.
Entonces, escuché que alguien golpeó la puerta, y que acto seguido, una voz precisó al otro lado de la puerta: ¡Sole, ee, llegó mamáaa, y traje pizzaaaa!
¿No era que tu madre no volvía hasta la noche?, le pregunté en voz baja a la guacha, sin poder tomar la decisión de abandonar el fuego vaginal que envolvía mi verga.
¡Callate, dale, no me la saques, seguí cogiéndome asíiii, dame la lechitaaaa!, empezó a decirme la Sole, mientras la llave de la mujer giraba en la cerradura, y entonces, lo inevitable sucedió.
¡Asíii guachooo, acabameeee, dame lecheeeee!, gritaba la nena, retorciéndose en la mesa, dando manotazos como si buceara, tirando los pocos platos que quedaban al suelo.
¿Quién es usted? ¡Suelte a mi hija don! ¿Me andaba buscando a mí?, decía una mujer gordita, de tremendas tetas, teñida de un rubio más que ordinario y con los ojos saltones. Tenía el rostro surcado de sudor, el maquillaje corrido y unas ojeras imposibles de disimular. Pero no parecía ofuscada, ni amenazante, ni dispuesta a quitarme de las piernas de su hija.
¡Callate má, y vos cogemeeeee, dale la leche a tu nenitaaa!, decía la pendeja, mientras tenía que hacer un esfuerzo por sostenerla, antes que por causas de las penetradas y las arremetidas furiosas, su cuerpito termine sobre el suelo. Entonces, en ese exacto momento, mis sentidos se desbocaron. Empecé a jadear como un animal salvaje, a pechar mi pubis con mayor vehemencia contra la concha de esa pendeja, a morderle las tetas para no exagerar mis aullidos, y a sentir cómo las contracciones de su vagina empezaba a tragarse todo mi semen, el que no tuvo dudas en desarrollar un camino suculento en los adentros de su sexo.
¿Le cobraste hija? ¿Te pagó el señor? ¡Y usted, me imagino que se puso un forro para cogerse a mi hija, por lo menos! ¿No?, decía la mujer, sin moverse, con unas cajas de pizza en las manos. ¿Cómo era posible que esa mujer, su madre, la sangre de su sangre permaneciera allí, impertérrita, incapaz de dar un paso para salvar a su hija de los brazos de un desconocido que la estaba fecundando tal vez?
Sentí todo en un segundo eterno, casi tanto como el suspiro de una mariposa. Mi pene terminando de expulsar sus últimos chorros de semen en lo más impoluto de esa vulva carnosa y sin vellos, mis testículos ardiendo contra la tela de su bombachita a punto de romperse, un escalofrío irremediable adentrándose en mi cerebro a medida que Soledad me pedía más, se babeaba y se tocaba las tetas con los ojos cerrados, y el peso de la ley sobre mis espaldas. Ya tenía que ir pensando en enfrentarme a mi familia, al juez, a los abogados que nunca entienden nada y a los fiscales repudiables de nuestro país, si algo llegase a salir mal. Apenas retiré mi pija todavía erecta de la concha de esa nena insaciable, mucho más hembra que la cobarde de su madre, repleta de hilos de semen y flujos vaginales, recién entonces Sole abrió los ojos. Se pellizcó un pezón, se acarició la conchita, lamió sus dedos y me recriminó: ¡Ni me preguntaste si la quería en la boca o en la concha! ¡Sos igual que todos! ¡Aaah, y ni hablar que te voy a hacer caso! ¡Esta tarde voy a visitar a Carlos!
Yo me subía el pantalón, pensando en las palabras para dirigirme a la mujer, a la tan buscada Sandra Gutiérrez. Pero una vez más Soledad se me adelantó.
¡Aaah, ma, este hombre me hizo unas preguntas! ¡Parece que nos va a dar un plan social con médicos y toda la bola! ¡Pero mejor que te lo explique él, porque yo no entendí un zorete!, dijo la Sole subiéndose la bombacha, todavía revoleada en la mesa. Hasta que al fin se sentó, y entonces su madre se le acercó para tomarla de la mano y ayudarla a bajarse. Evidentemente su orgasmo había sido tan intenso que los temblores todavía le trituraban los músculos de su cuerpo.
¡Vamos Sole, vamos a tu pieza! ¡Si querés te preparo la mamadera! ¡Y, no vuelvas a salir, hasta que yo te diga! ¡Y cambiate la bombacha!, le dijo la mujer tironeándola del brazo, hasta dejarla justo en frente de una puertita chueca y despintada. Enseguida Soledad se volvió invisible para mis ojos. Aunque, antes de desaparecer del todo, me sacó la lengua y se llevó n dedo a los labios para lamerlo, poniendo la mejor carita de petera que vi en una mujer.
¡Escuche, mi hija no es ninguna putita! ¿Sabe? ¡Acá la que coge para traer plata a la casa soy yo!, me dijo la mujer, mientras se quitaba una camperita de hilo bastante fina para el resto de la ropa que traía. Era evidente que buscaba seducirme, o que imaginó que yo tendría otras intenciones, tal vez acostumbrada a entregar su cuerpo por cualquier favor.
¡No, no, no, por favor, no hace falta que usted haga nada! ¡Yo, soy un empleado municipal, y venía a buscarla, para, ofrecerle un plan social, y para explicarle los pasos a seguir par a que, si usted quiere, puede trabajar en un micro emprendimiento de belleza para la mujer! ¡En esta carpeta están todos los pasos, las opciones de trabajo, las sucursales que hay en todo Campana, los responsables, y, bueno, los requisitos!, le expliqué, lo más rápido y coherente que me salió, cuando ya la mujer se había quitado la remera. La tenía ante mí tan solo con un corpiño manchado, aunque ya no parecía dispuesta a morderme la yugular como al principio.
¡Esteee, bueno, no sé cómo agradecerle! ¡Yo, bueno, disculpe, pero, no sabía que usted venía hoy! ¡Pero, lo de mi hija, discúlpela, pobrecita! ¡Anda re alzada! ¿Vio? ¡Quiere cogerse a todo el mundo, y ni siquiera me termina el primario! ¡La verdad, me da vergüenza ahora mirarlo a la cara!, me decía, tapándose la cara con las manos, moviéndose a un costado y al otro, pisoteando sin querer la camperita que antes abrigaba el cuerpito de su hija
¡.Señora, no se preocupe, que, el que actuó mal fui yo! ¡La verdad, no sé cómo explicarle! ¡Es que, todo fue, fue muy, y yo, no sabía, en realidad, ella es menor de edad, y yo, podría perder mi puesto si alguien, si cualquiera se enterase de esto! ¡Además tengo familia, hijos, y no es fácil perderlo todo por, bueno, por un error, un accidente!, le dije, aprovechándome de la debilidad, la conmoción y el aturdimiento que presentaba la mujer, gracias a los beneficios que el estado le otorgaba bajo el respaldo de mi persona.
¡Noooo, quédese tranquilo! ¿Cómo no lo voy a entender? ¡Mi hija se la pasa en calzones, besuqueándose con cualquiera, regalándose todo el tiempo! ¡Usted es un hombre, y si tienen una conchita cerca, lo natural es que le quiera meter el pito adentro! ¡Si lo sabré yo! ¡Pero, yo no voy a decir nada! ¡Es más, cuando tenga ganas de cogerse a mi hija otra vez, no dude en visitarnos! ¿Pero, tengo que firmar algo para todos estos, estos planes?, me dijo, sumiéndome en un desconcierto cada vez mayor, plagado de perversidades que no me entraban en la cabeza. ¡Esa mujer no se hacía cargo de la sexualidad de su hija, ni de la integridad personal de nadie, y encima me la ofrecía como si fuese un agujerito más en el que derramar mi simiente!
¡Solo, solo tiene que firmar acá, y esperar que alguien de bien estar social se comunique con usted! ¿Su celular, es este, verdad?, le señalé el número que tenía apuntado en un documento, y el sitio donde debía estampar su firma. Tuve que prestarle mi lapicera, porque ella no tenía. Me animaría a decir que la mujer no sabía leer. Entonces, una vez que firmó, que se encajó la camperita de hilo encima y me ofreció una cerveza, le dije que ya se me había hecho muy tarde, y que debía visitar a otros beneficiarios.
¡Por las dudas, Sandra, yo sé que usted, bueno, ejerce la prostitución de forma ilegal! ¡Mientras yo sea el designado para visitarla, porque seguro tendré que volver, no habrá problemas! ¡Yo no voy a interferir en sus asuntos! ¡Pero, si llega a venir otra persona, e investiga su situación, no solo pueden quitarle los planes! ¡También pueden quitarle la custodia de sus hijos!, le expliqué, ya en el umbral de la puerta, sintiendo todavía cómo latía mi glande con todos los albores de los jugos de esa nena en llamas.
¡Bueno señor, le juro que me voy a portar lo mejor que pueda! ¡Y, si usted vuelve, ya sabe que mi hija lo espera! ¡Y, si ella no está, yo le puedo hacer unos mimitos!, me dijo acercándome la boca al cuello. Le pedí que sea prudente, que cualquiera podía mirarnos porque la calle estaba llena de gente. Ella me saludó, me dio las gracias por enésima vez y se metió a la casa. Yo, apenas sosteniendo fuerzas para acomodar los papeles en mi maletín, caminé hasta la parada de micros, y me dediqué a esperar el mío, totalmente abrumado, apenas consciente de lo que había vivido. ¿La Sole estaría revoleada en su cama, tomando una mamadera caliente, con otra bombachita, tocándose las tetas? ¿Así que a la guacha le gustaba andar en calzones, y ni siquiera había terminado la primaria? ¿Qué clase de madre era la señora Sandra que no la atendía, no la instruía como corresponde, y la dejaba tener sexo con cualquiera, incluso ante sus ojos? Pensaba en mi propia hija de 15 años, y ni por asomo había lugar para imaginarla haciendo un pete. Esa noche tuve la pija parada prácticamente toda la madrugada, recordando los labios de esa nena, sus movimientos, sus aromas sexuales y corporales, el sabor de sus tetitas, lo apretadito y caliente de su vagina, su forma de gemir y sus jueguitos. De hecho, esa noche volví a tener sexo con mi esposa, después de 10 largos meses, gracias a todo lo que me había encendido esa mocosa. Sin embargo, en mitad de la noche tuve que levantarme al baño para pajearme. ¡No podía dejar de pensar en que esa misma tarde, tal vez la muy putona visitaría al carnicero para tomarle la lechita! Fin
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Ambar excelente como todos, como acabeeeeeeeeeeeeeee
ResponderEliminargracias