En bombachita: ¡La mucamita hot! (Parte 2)

Todo parecía salido de un cuento erótico insuficiente para los deseos de mi carne. Una obsesión atravesaba mi pecho cada vez que mi padre entraba en casa, me pedía que me quede en bombacha para él, y me ponía bajo el manto de sus órdenes. Para mí, cualquier cosa que me pidiera, sin importarme horarios, días, momentos o formalidades, era un pacto de obediencia. No podía dejar de pensar en él como en el hombre que me calentaba todo el tiempo. En el colegio me apretaba las gomas mientras cualquier profesor hablaba, cuando recordaba sin querer el grosor de la pija de mi papi frotándose en mi cola, o sus dedos estirándome la bombacha, o sus labios rodando por mi cuello, o su olfato oliéndome el pelo mientras me acariciaba el culo. Mis amigas me notaban rara, y me acosaban con eso de que no le daba bola a ningún pibe. Natalia, una de ellas, pensó que me volvería lesbiana. Pero yo no le prestaba atención a sus injurias.

Un mediodía, estábamos planeando con mi papi el día de su cumpleaños. Él no estaba seguro si alquilar un camping, si hacerlo en el club, o en el patio de casa. Yo le sugerí esto último, aprovechando que tenemos espacio de sobra, comodidades, y una parrilla más que suficiente para los 12 amigos que tenía pensado invitar. Yo reposaba en sus brazos, con una bombacha azul de algodón, bastante simple, pero con cenizas de flujo en la parte de adelante, ya que su pene se paraba impiadoso contra mis nalguitas. Él había llegado del trabajo muy acalorado. Por lo que estaba en cuero, y con un short que le permitía a su pija estirarse bien.

¡No sé pa, yo digo que hagamos unas ensaladas, y, una picada! ¡No sé si hacer tanta comida! ¡Pero eso sí! ¡Cervezas no pueden faltar! ¡Son re borrachines tus amigos!, le dije mientras su mano derecha estiraba el elástico de mi bombacha.

¿Y vos Micu? ¡Digo, obviamente que vas a estar esa noche! ¿O preferís que no? ¡A mí me encantaría que estés en bombacha, como una mucamita hot! ¿Qué te parece? ¡Igual, no hace falta que me lo respondas ahora! ¡Pensalo, y… cuando… cuando quieras, me decís!, articuló nervioso mi padre, sin enterarse de mi respuesta. O al menos en ese instante porque, sonó el timbre. Se trataba de Gustavo, el mejor amigo de papá. Dudé entre correr al baño o al patio. Pero mi papi me dijo con una carita de baboso que me derretía, mientras me bajaba de sus piernas: ¡No te vayas, que quiero ver lo que dice Gusti cuando te vea así! ¡Vos hacete la tonta, como que sin querer saliste de la pieza, o algo de eso!

Entonces, me quedé parada pegadita a la heladera, fingiendo que la presencia de Gustavo me tomaba por sorpresa, mientras ellos se saludaban efusivos, ya que no se encontraban hacía unos meses. Cuando Gustavo me vio, abrió los ojos como si fuesen las puertas de un paraíso. Quiso decir algo, pero solo pudo suspirar acalorado.

¡Acercate Micu, dale un abrazo a Gusti, que sabés todo lo que te quiere!, ordenó mi papi. En cuanto aquel hombre alto, rubio y tembloroso y yo nos abrazamos, sentí sus manos curiosas por tocarme la cola. Pero fue prudente, y se contuvo. No obstante, casi me acabo encima cuando papi dijo en voz lúgubre: ¡Deberías estar vestida, cochina! ¿No te da vergüenza que Gustavo te vea en calzones?

Pero, consciente de la tensión que de repente contaminó el aire, porque Gustavo no sabía qué decir, ni yo qué hacer, mi papi agregó: ¡Dale un beso en la boca Micu, que se lo merece!

Mis labios se pegaron a los de Gustavo, y mi lengua ardió en deseos por conocer la suya. Pero su lengua fue más rápida, y conquistó mi paladar con unos movimientos sutiles, suaves y cada vez más agitados. Sentí los latidos de su pija en mi entrepierna, y las oleadas de jugos que no podía retener por las conmociones de mi sexo. ¡Quería que me la meta ahí mismo, y que mi papi me vea coger! Para colmo, el muy cretino murmuró, tal vez de forma intuitiva: ¡No me jode que esté en calzones!

Pero, de repente, el encantamiento se rompió, sin más. Otra vez yo me paseaba por la casa, trayendo y llevando cosas para el almuerzo. Por supuesto, en tacos, corpiño y bombacha. Gustavo no paraba de mirarme las tetas. Mi papi lo advirtió, y le dijo: ¿Viste cómo le crecieron? ¡Así, en bombacha y con las lolas desnuditas, es una preciosura! ¡Se parece a la madre cuando era pendeja! ¡Aunque ésta, creo que está más perra!

Me costaba hasta masticar de la calentura. Me ardían los pómulos, me mojaba incontrolable, me latía el clítoris, tenía un millón de sensaciones en la cola, y mi boca no era capaz siquiera de generar saliva. Me frotaba contra la silla siempre que mi papi no lo notara, y hasta tuve que reprimir algunos gemidos cuando acabé, ya sin poder manejar mis impulsos. Mi papi hablaba de mi madre, me comparaba con ella, y me elevaba por sobre su memoria juvenil. Que yo fuese más perra que mi madre, supongo que esa confesión, y descubrirle el bulto erecto bajo su short me emputecía demasiado. Le pedí permiso a mi papi para correr a mi pieza a cambiarme la bombacha, y no tardé en volver a la mesa con una bedetina blanca.

Durante la noche, nos pusimos a ver una película japonesa. No hablamos de Gustavo, ni de mis exámenes desaprobados, ni de mis sensaciones. Pero cuando me dijo que había decidido que el menó para su cumpleaños sería asado, se me ocurrió inventarle que, tal vez, yo no podría estar esa noche con él. Le expliqué que una amiga organizaba un pijama party en su casa. Enseguida noté cómo su rostro enmudeció todos los colores que solían rejuvenecerlo cuando me tenía en sus brazos.

¡Mejor pa, que yo no voy a estar! ¡Por ahí, pueden hacer una vaquita entre todos, y contratar a algunas minitas! ¡Se pueden enfiestar todos con un par de locas!, le dije, mientras la publicidad de la tele nos asustaba por el volumen.

¿Cómo decís? ¿Contratar a quién? ¡Noooo, ni en pedo meto a una prosti a la casa! ¡Éste también es tu hogar!, dijo, como si se estuviese enojando conmigo, ahora acariciándome una teta.

¡Bueno pa, pero por mí, todo bien! ¡Además, es tu cumple! ¡Estaría bueno que tengas un poco de diversión!, le dije, mientras sus manos empezaban a hacerme cosquillas, y yo me reía tanto que tenía que controlar los músculos de mi vagina para no hacerme pichí.

¡Escuchame tontita, mocosita insolente, pendejita malcriada! ¡Yo no quiero ninguna loca! ¡Yo quiero que mi nena, que la nenita de papi vaya y venga en bombachita por toda la casa, el día de mi cumple, y que duerma las veces que quiera conmigo, en mi cama, y que me enloquezca con su olor a mujercita! ¿Me entendés guachita preciosa?, me decía papi, Sumándole a sus cosquillas un besuqueo intenso por mi cuello, espalda y abdomen. Sé que aprovechó ese momento para olerme la entrepierna. Entonces, me obligó a decirle que por nada del mundo faltaría a su fiesta, mientras me pellizcaba la cola, y soplaba fuertemente con sus labios bien pegados a mi ombligo, haciendo un ruido atronador, como el de un pedo prolongado.

Al día siguiente, mi papi no me avisó que en el living me esperaba Juan Cruz, un compañero del colegio. Habíamos quedado en que me tenía que traer información para un práctico de economía. De pronto me lo desayuné, cuando bajé en bombacha para prepararme un café.

¡Epa Mica! ¿Qué onda nena?, dijo el pendejo levantándose del sillón de un salto, totalmente asombrado.

¡Nada nene! ¡No sabía que habías llegado! ¡Estaba por darme un baño! ¡Y, bue, mi viejo no me dijo que viniste! ¿Qué me mirás tanto? ¿Nunca viste a una piba en calzones boludo?!, le contesté intentando disimular mi descuido. Pero, de pronto la voz de mi papi fue un mazazo en mis sienes, y para Juan Cruz la entrada directa al limbo, cuando dijo, medio escondido entre una biblioteca y un mueble del living: ¡Chicos, ¿Ustedes nunca se tuvieron ganitas?! ¿Vos pendejo, te animás a mostrarle el pito a tu compañera?!

El muy tarado no supo qué hacer, y menos cuando yo, bajo las instrucciones de mi papi me fui acercando, hasta sentarme bien pegadita a él.

¡Dale nene, mostrame la pija! ¿Te da vergüenza verme en bombacha? ¡Si te la pasás espiando a la cheta de tu prima!, le largué sin prejuicios. En cuestión de segundos, Juan Cruz se pajeaba con la pija apuntando a mi entrepierna, pero sin aproximarse demasiado. Mi papi nos estaba observando, y al parecer no le apetecía que su lechita se derrame sobre mi bombacha.

¡Agachate y olela, pero no la toques!, le ordenó mi padre, obrando sin mi consentimiento. Poco a poco me convertía en su juguete, su propiedad, en la depositaria de sus perversiones, y en su mejor película porno. ¡Y a mí me ponía cada vez más loca! Por eso, ni siquiera me importaba que Juan Cruz fuese uno de los pibes más feos del curso, con su cara repleta de agné, sus ojos saltones y su poco sexapeal. Cuando pude relojearle la pija a mi viejo, se la descubrí híper parada. Eso me motivó a cumplir cada cosa que me pedía, con un entusiasmo cada vez más ensoñador.

¿Te gusta nene? ¿Tiene olor a conchita, o a pis? ¿Nunca les mostró la bombacha en el colegio?!, decía mi papi cada vez más acelerado.

¡Comele la boca, pasale la lengua por toda la carita, y pajeate pibito, dale, olele el pelo, y levantale un poquito el elástico de la bombachita!, le exigía mi padre, y Juan me volvía loca con su lengua desmesurada, sin experiencia pero, con una obsesión que me condenaba a seguir tranzándomelo con todas mis ganas. Se acabó en las manos el tonto, justo cuando le dije que me estaba mojando como su hermanita seguro se moja en la camita cuando se toca. Me dejó las fotocopias, tomamos una gaseosita y se fue, después de que le expliqué que todo lo que vivió no debía saberlo nadie. A cambio le haría un pete cuando él lo quisiera.

¡No señor, nunca nos mostró nada! ¡Pero hace un tiempo, se hizo famosa por andar chuponeándose con todos!, había llegado a declararle el pibe a mi padre, mientras me engrudaba las manos con su semen. Mi padre me dedicó una mirada fulminante, que parecía dejarse llevar por los celos o el enfado irracional. De hecho, no me habló durante toda la tarde. Hasta que yo aparecí en bombacha adentro del baño, mientras él se lavaba los dientes, y me puse a tocarle el pito sobre su bermuda.

Yo ya no era virgen, naturalmente. Debuté a los 14 años con un pibe del colegio, y fue en el baño de las chicas. Nos re calentábamos en ese momento, y en casa todavía vivía el cuida de mi hermano. Después de él, cogí un par de veces con el hermano de una amiga, con mi primo Ariel, que tiene como 7 años más que yo, con un novio que me duró 6 meses, y con un tarado que, descontando su buen pedazo de pija, lo demás ni siquiera merece ser recordado. Pero ahora, desde que empezaron los jueguitos con mi papi, no cogía hace casi un año. ¡Y el guacho perfeccionaba sus armas de seducción para tenerme calentita todo el día!

Una vez lo acompañé al súper, y mientras yo llevaba el carrito con las cosas, el muy atrevido me apoyaba su pija hinchada en la cola, y me decía al oído: ¡bajate un poquito el pantalón, y mostrame la bombacha bebota!

Eso me ponía a mil motores, y no podía concentrarme en lo que teníamos que comprar.

Otra noche, mientras cenábamos en paños menores, después de tomarnos un vino entre los dos, me pidió que me toque las tetas. Luego quiso que me chupe un dedito, que me suelte el pelo y que juegue con mis pezones. En un golpe de vista, descubro que se estaba pajeando por debajo del mantel. Entonces, me pidió que me siente arriba de la mesa y que me toque la vagina por arriba de la bombacha. Esa vez tenía un culote rojo, el que no me había dejado quitarme cuando llegué del gimnasio. En un momento, mientras lo observaba con todas las ansias por acabar, me dijo como un huracán indomable: ¡Sacate la bombacha pendeja, y tiramelá en la cara!

Pensé que por fin su pija me iba a penetrar como me lo merecía por depravada. Pero solo lo vi hamacarse con violencia sobre su silla, sacudirse la pija sin reparos, oler mi calzón enceguecido y largarle toda la leche en la partecita de la concha, mientras decía: ¡Qué rico olor a putita tenés mi nena, sos una chancha, con olor a pis, no aprendés más Micaela! ¡Pero esto, ya no es olorcito a pichí de nena! ¡Tenés olor a puta!

Otra vez me fui a dormir, desnuda, solita, caliente y alzadísima, mientras mi papi volvía a ponerse su máscara de hombre normal, luego de satisfacer a la inclemencia de sus testículos. Recuerdo que esa noche me re pajeé con dos almohadas y un osito de peluche.

Al fin llegó el día del asado, de su cumpleaños, y de la juntada con sus amigos. Yo me encargué minuciosamente de las ensaladas, de que las bebidas estuviesen frías, de que no falte hielo, y hasta de la música para amenizar la noche. Quería que todo salga de maravillas, porque mi papi se lo merecía. Finalmente fueron 8 los que vinieron. Gustavo, Pipo, Mariano, Sebastián, Ulises, el Gabi, Fernando y don Pedro, el más grande de sus amigos. Digamos que es su jefe en la planta. Mi padre no lamentó las ausencias de los demás, a pesar que ninguno se disculpó.

Yo los fui recibiendo uno a uno, y los iba conduciendo al patio. Nadie se me había zarpado, porque estaba en jean y zapatillas. El único fue Gustavo, que, cuando nos quedamos a solas en la cocina unos segundos, me dijo: ¡Te juro que me muero por saber la bombachita que tenés puesta!

Entonces, yo, que andaba con ganas de calentar pitos, justamente le manoteé el ganso mientras le decía: ¡Callate atrevido, y no seas asqueroso, que es el cumple de mi papi!

Me metí un dedo en la boca para chupármelo, y le solté la pija para salir corriendo a buscar pan para cortar.

En cuanto todos ya estaban divertidos, jaraneros y compartiendo cervezas o fernet de una jarra impactante en el patio, bajo una luna gorda y plateada, yo hice mi aparición con una bandeja de papas, una tablita de fiambres, y tan solo con una bombacha rosa bien de nena, con dos colitas en el pelo, y con unas panchitas altas. Me encanta pisar el césped de nuestro patio solo con los pies. Pero eso no fue hasta unos minutos después.

El estruendo de abucheos y aplausos fue unánime. Podía sentir cómo esos ojos lujuriosos me arrancaban la bombacha para llevarla a sus narices. Don Pedro no se privó sentimientos al decirme cuando pasé por su lado: ¡Uuuuy, chiquiiita, esa bombachita me parece que te sobra! ¡Yo quiero verte bien desnudita como a mi nieta!

Me hice la sonsa, y seguí acomodando todo en la mesa, mientras algunas manos comenzaban a repicar en mi colita pomposa, a estirarme despacito el elástico de la bombacha, y a revolverme el pelo.

¡Faaaa, looocooo, no sabíamos que estaba tan crecidita la nena!

¡¿Y cuántos añitos tiene la bebota?!

¡Me imagino los muñecos que debés andar parando por ahí!

¡Pero mirale esas tetas boludo, no pueden más, está para penetrarla toda!

¡Séeee mamita, yo te las lleno de leche, y te hago comer esa bombachita por la cola!

¡Dale bebé, abrí las piernitas, un poquito para nosotros, y movenos la cola!

Se pronunciaban las voces del cónclave, cada vez más eufórico. El único que no decía nada hasta ahora era mi padre, que pronto rompió el silencio mientras elevaba un vaso de birra, como si brindara con el aire: ¡Dale Micu, haceles caso, moveles la colita! ¡Abrí las piernas, y sacate esos tacos!

Lo hice sin nada de sensualidad, pero era más que suficiente. Todos me silbaban, me piropeaban y buscaban tocarme. Pero mi papi no se los permitía. Creo que fue Mariano el que pateó mis panchitas como si fuesen pelotas de fútbol para que las recoja Ulises. Éste las levantó del suelo, las olió, y las dejó sobre una reposera.

Al rato, luego de traer la segunda tandita de papas y maní, antes que el asado estuviera listo para servirse, mi papi me dijo al oído con una alegría que no podía materializar en palabras, pero sí en sus ojos celestes: ¡Micu, quiero que les des un besito en la boca, a todos! ¡Pero uno solo, y nada más! ¿Dale? ¡Y dejalos que te toquen las tetas! ¡Pero, si alguno se zarpa, venís y me lo decís!

Salí de los brazos de mi padre como una perra a la que le quitaron el bozal, y me mezclé entre los hombres que seguían bebiendo y admirándome, ya no tan cargosos, aunque con cierta intermitencia. Primero le comí la boca a Gustavo, al que ya le conocía los labios y la lengua, y me mojé sin más cuando de nuevo mi paladar sintió la puntita de su lanza ancha, con su saliva tan dulce como el perfume que había en el cuello de su chomba negra.

Después seguí con don Pedro, que no paraba de jadear, y decirme: ¡Sos muy rica chiquitita!

Pronto Ulises y el Gabi me detuvieron, cuando en realidad mis pasos tenían a otro destinatario en mente. Me re tocaron las tetas y el culo, y me tranzaron directamente con un salvajismo que me encendía aún más. De hecho, Ulises le pidió permiso a mi papá para fijarse si se me mojaba la bombacha. ¡Menos mal que le dijo que no, porque podría haber pensado que me hice pis de lo empapada que la tenía!

Después Pipo me besó haciendo que el culo se me apretuje contra la mesa, y enseguida Sebastián se entretuvo lamiendo mi lengua pequeña. Fernando era el que parecía no aprobar demasiado aquellos episodios. Supongo que por mi cara le parecía de 14 o 15 años. Sin embargo, cuando me tuvo en frente, sus labios por poco me arrancan los míos. Me besaba succionando mi lengua, introduciendo la suya en mi boca, acariciando mi paladar y mis dientes, y jadeaba con una calentura que seguro le humedecía el calzoncillo.

Mariano, digamos que hasta se atrevió a escupirme una teta después de comerme la boca con una pasión que me enrojecía las mejillas. Sentía que me ardían, casi tanto como la vagina.

Después de eso, el asado fue el protagonista. Yo comí al lado de mi papi, una vez que servimos y abrimos los vinos. No sé cuánto tardamos en comer, pero a mí se me hizo una eternidad. Mi papi y sus amigos hablaban de política, de fútbol, de la empresa, de autos, de tragos, de algunas modelos de la farándula, y yo no podía ni tragar de la calentura que me cargaba. Después hubo una ronda de chistes verdes, entre la que todos aprovechaban a tirarme migas de pan en las tetas cuando alguno no me daba gracia. Luego, algunas anécdotas aburridas, un par de brindis, y algunos chusmeríos de gente que ni conocía.

Hasta que todos los platos quedaron vacíos. Nadie quiso repetirse más, ya que las porciones eran abundantes. Ahí mi papi dijo, sin que nadie, ni el más caliente de sus amigotes, ni yo me lo imaginase: ¡Bueno Micu, ahora subite arriba de la mesa, sentate y tocate las tetas!

Como me faltó coraje para obedecerle, mi papi fue el que me hizo upa y me sentó en la mesa, después de darme 3 chirlos bien sonoros en la cola, para el deleite de esos machos cada vez más entonados. ¡No podía creer que mi padre quisiera exponerme, mostrarme de esa forma, y dejar que todos comiencen a murmurar cosas! Entonces, empecé a tocarme las tetas, y creo que fue Sebastián el que me pidió que me escupa una mano para babearme los pezones. Fernando fue más directo, y quiso que me escupa las tetas, después de pasarme los dedos por la boca entreabierta y tomarme un vaso y medio de cerveza. Mi papi no decía nada, y eso era señal de que todo marchaba bien.

¡Che nenita, ¿Y en el cole hacés chanchadas vos?! ¿Ya te volteaste a algún pibito pendeja? ¡Trajiste pibitos a tu cama? ¿Te gusta tomar sol en bikini bebota? ¿Cuántas veces probaste la leche? ¡Pero decinos la verdad!, se precipitaban las voces de los hombres, que me miraban nerviosos, perplejos y cada vez más ebrios.

Don Pedro me suplicó tras pedirle permiso a mi viejo que me ponga en 4 para mirarme la cola, y cuando lo hice, no sé quién fue el que quiso que la menee y me pegue con una mano. Cuando lo hice hubo un aplauso jubiloso, y hasta brindaron por mi osadía. A alguien se le rompió una copa por la violencia con la que brindó con mi padre, y él se rió con estrépito, cuando en cualquier otro momento se hubiera puesto furioso.

De repente, mientras yo seguía meneando mis pompis, Ulises me acercó un chorizo todavía tibio a la boca y me dijo, apoyándose en la mesa para no caerse: ¿A ver cómo la nena se come el choricito? ¡Dale bebé, abrí la boquita, y movenos más esa cola hermosa!

Primero le lamí la puntita, después le eché una escupidita y empecé a comérmelo de a pedacitos, abriéndome un poquito la cola para meterme la bombacha en el medio, como me lo pidió en un momento mi papi.

¡Che viejo, ¿Viste las cosas que hace tu hija? ¿Cómo podés vivir tranquilo con semejante hembrón? ¡Mirala cómo come, cómo lame ese chorizo!, decía con energía Ulises, totalmente desencajado, intentando poner un tema de Los Redonditos de Ricota.

Pronto, los 8 estaban frente a mi cara, todos mostrándome sus erecciones magníficas todavía adentro de sus pantalones. Mi papi estaba atrás mío, supongo que admirando las caras de inclemencia de sus amigos, porque no me podían hacer nada. Además el guacho me pasaba algo por la cola. Más tarde supe que era otro chorizo, cuando lo dijo socarronamente Gustavo.

¡Cómo le gustan las cositas gordas y duras en la colita a la guacha! ¿Vos le apoyás tu pito en la cola, y le hacés chaschás para que se porte bien?, se expresó con atrevimiento. Eso le valió que mi viejo, Mariano y Pipo lo tiren al suelo para llenarlo de trompadas. Claro que todo se daba en tono de broma y jolgorio. El alcohol ya los tenía a todos bastante desinhibidos.

Al rato a Pipo se le ocurrió: ¡Che loco, ¿la dejás que se haga pis arriba de la mesa para nosotros?! ¡Siempre me quemó el bocho esa fantasía! ¡De paso después la vemos cambiarse la bombachita!

Mi papi se rió con fuerza, y entonces me dijo al oído, ignorando de forma terminante a Pipo: ¡Acostate en la mesa, que ahora todos te van a oler la vagina, pero por encima de la bombacha!

Eso fue exactamente lo que pasó luego. Todos pasaron por mi entrepierna. Me olieron entre jadeos, hilos de baba, suspiros, manotazos a sus pijas, como vi que se la masajearon el Gabi y Pipo, y con algunas frases obscenas. Todos, cada vez que dejaban de olerme para darle paso al siguiente, me decían algo al oído, y eso me calentaba más.

¡Qué rica nena… tenés olor a pañalín bebota… tu olor a pichí me da ternura, y tu olor a conchita me da ganas de violarte toda!, dijo don Pedro, que fue el que más me hizo volar. Mi papi también me olió, y fue él quien empezó con lo próximo, desde que me apoyó el bulto entre las piernas. Para eso debió poner mi cola bien en el borde de la mesa, para sostenerme las piernas y colocarse entre ellas. Después todos lo imitaron. Eso fue terrible, porque, sentía esas durezas fregarse en mi vulva, una por una, que la bombacha me quemaba, y que me costaba respirar. Gustavo, en vez de fregarse, me golpeaba con su carpota como si me estuviese cogiendo. Don Pedro, digamos que fue más dulce, pero no por eso se podría decir que tenía menos erección. Él fue el que mientras tanto me susurraba: ¡Así chiquita, mirá cómo te coge el abuelito cerdita!

Fernando me punzaba con su hinchada pija, al parecer más gordita, y no quería desprenderse de mí. Pero mi papi era el que les daba el tiempo preciso a todos. El Gabi no pudo más, y se acabó encima mientras me la refregaba, mordiéndose los labios con sus ojos clavados en mis tetas. ¡Pobrecito!

Ulises y Sebastián parecían ser menos dotados que los otros, pero ese jueguito me estaba volviendo tan loca que, no podía discriminar tales detalles.

Pronto mi papi me pidió que me baje de la mesa, que me ponga de rodillas, y que primero le chupe los dedos de las manos a todos.

¡Limpiales los dedos a estos mugrientos, que seguro tienen las manos llenas de grasa hijita! ¿Dale? ¡Y sacate la bombachita de la cola!, dijo mi papi con severidad. Le obedecí, y ellos gemían cuando mi boca les cubría de saliva sus falanges. Se los chupaba como si estuviese mamando pija, y eso los derrotaba por completo. En alguno de esos instantes confusos, Sebastián ,e obligó a lamer, oler y escupir mis panchitas. Aquello no duró mucho, porque luego mi papi les ordenó a todos que se bajen los pantalones y se apilen uno al lado del otro, frente a la parrilla, que todavía seguía encendida.

¡Mica, primero les vas a pasar la colita por las pijas! ¡Después las tetas! ¡Y por último la carita! ¡Pero solo podés fregarte, y nada más! ¿Entendido?!, me aclaró mi padre. Esa fue una prueba no superada, porque solo duró hasta mi accidente inevitable. Solo pude hacerlo con el Gabi, a quien de paso le conocí el olor de su lechita, ya que tenía el slip colmadito de semen fresco, con don Pedro y con Fernando. El tema es que cuando llegué a la pija de Ulises, me hice pichí, y no pude detenerlo. Yo le había advertido a mi papi que si me apoyan muy fuerte en la cola, me caliento demasiado.

Mi padre explicó que podían pajearse si lo deseaban, y me llamó para que me suba a su regazo. Esa decisión me sorprendió tanto, que a mi cerebro le costó un siglo entender sus palabras. Permanecí un rato parada como una boluda, sintiendo cómo la bombacha me goteaba pis, y me relamía por el olor a pija de esos hombres en celo.

Mi padre estaba sentado en una reposera, con la pija al aire y el pecho desbocado. Nunca lo había visto tan enrojecido, perturbado y consciente del momento.

¿Quieren que le saque la bombachita a esta meoncita?!, fue todo lo que dijo antes de empezar a chuparme las tetas, ni bien me derrumbé sobre sus piernas, que parecían sísmicas y a la vez como de hierro.

¡Cómo te gusta mostrarles la bombacha a mis amigos cochinita! ¡Y calentar al viejo Pedro! ¡Te gusta hacerte pis para que él te mire! ¿Eso te excita mucho la chuchi? ¡Sos una trolita hija, pero me re calienta verte en bombacha, rodeada de pijas, y loquita por no poder hacer nada!, me decía, al tiempo que me sacaba la bombacha para pasársela por el pito, para que luego yo la huela, y entonces, sin medir consecuencias, me dio una tremenda nalgada para obligarme a arrodillarme en el pastito, y a que me meta su pija en la boca. ¡Nada anhelaba tanto en la vida como hacerle eso! Se la chupé haciéndolo delirar con mis mordiditas, gemir con mis lamidas a sus huevos gordos, jadear como a un niño con mis escupidas y con la sopapa que le hacía con mis labios a su glande, y hasta estremecerse cuando le tiraba mi alientito en la cara, cada vez que me incorporaba, porque él me traía de los pelos hacia él para olerme la boca. Él no paraba de pasarse mi bombacha por el pecho al descubierto, y por el rostro.

Los otros se pajeaban libres, audaces y cada vez más cerca de nosotros. Pero apenas mi papi me dijo que me ponga la bombacha y que me suba arriba de él, supe que aquel tenía que ser el día.

¡La próxima te voy a poner pañales, a ver si así aprendés a no mearte encima mocosa!, dijo segundos antes de rozarme el clítoris con la punta de su pija, mientras los murmullos de los hombres pajeros nos excitaban más.

¡Imaginala en pañales, y con esas tetas! ¡Seeee, gateando toda babeada, con un chupete! ¡Con la carita llena de leche, y hecha pis y caca, pidiendo pija!, decían los tipos, mientras mi papi ya me hacía gemir, y eso que aún ni siquiera me la había metido.

¡A partir de mañana quiero que te acabes en todas las bombachas que te pongas, y que te hagas pichí, y no las laves, hasta que no te quede ni una bombachita limpia! ¿Me escuchaste putita? ¡Quiero que tengan tu olor a conchita y a culo pendeja!, decía mi padre, ya con su pija hamacándome en sus envestidas, mientras Ulises derramaba su leche en el suelo, y Fernando se acercaba para acabarme en las piernas. Cosa que finalmente pudo concretar.

¿Vos querías que yo contrate a una loquita? ¡Ahora vas a sentir toda mi pija en la concha, porque sos mi hijita putona, y me re calentás… amo cuando me comés el pito bebota chancha!, me decía mi papi al oído, mordiéndome la oreja, metiéndome sus dedos en la boca y luego llevándolos a la suya. Ese hombre me cogía con ternura, pero duro, pellizcándome las tetas y ladeándome un poquito para los costados, emocionado por el choque de mi culo en su pubis. ¡Creí que podía morirme en sus brazos cuando reparé en que mi vagina se estaba comiendo toda su pija, y que mis jugos le bañaban los huevos como ríos de una calentura difícil de esconder!

Entonces, los dos descubrimos que don Pedro pareció descompuesto a la hora de eyacular. Es que, a pesar que le pidió mi bombacha a su empleado para enlecharla toda, mi papi no se la dio, por más que su jefe lo amenazó con bajarle el sueldo. Pero lo dejó acabarme en las manos, para después exigirme que me las lama y entonces degustar su generosa acabada.

Mi papá ahora me daba más rapidito, seguro y jadeante. Yo ya había tenido dos orgasmos, pero quería más. ¡Para colmo, de pronto empezó a puertearme el culo con un dedo, y a morderme las tetas con locura! Eso me llevaba a un grito tras otro, a pedirle más pija como una trola, y a abrirme todo lo que mis piernas me lo permitieran, saltando y hamacándome tan degenerada como transpirada. Me escuchaba gemir, y me excitaba aún peor.

No sé en qué momento acabaron los demás. Solo sé que, de repente mi papi dijo con premura: ¡Basta nena, bajate, que la lechita te la voy a dar en la camita! ¡No quiero que todos te vean cuando te la largue adentro!

Acto seguido, despidió a todos, como si quisiera hacerlos desaparecer de un plumazo. Gustavo y Fernando tuvieron mejor suerte que el resto. Al menos ellos llegaron a despedirme. Fernando con un pellizco en mi teta derecha, y Gustavo con una nalgada que me hizo estremecer la cola. En medio del caos y el desconcierto, alguno se llevó mi bombacha, pero no nos importó. Mi papi me iba a dar su lechita en la cama, y me había jurado que me lo gané por tan buen servicio. Aunque, no pude evitar hacerme pichí otra vez, escondida en el baño, mientras uno a uno sus amigos se marchaban, canturreando obscenidades a mi nombre..    

¡Continuará!

Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!! 

Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉

Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊

Comentarios