En bombachita: ¡Más caliente que antes! (Parte 3)

¡Mi papi no tomaba real dimensión de lo que me estaba haciendo! Ni bien todos sus amigos desaparecieron de la casa, con la barriga llena y los ojos repletos de mi desnudez, los dos corrimos a la cama. Mi conchita no podía controlar un segundo más el cúmulo de ansiedades y flujos que la desbordaban. ¡El turro me había prometido que me iba a dar pija toda la noche! Pero apenas se acostó, y yo lo hice sobre su pecho, sin ninguna sensualidad pero con la piel dispuesta a que sus manos la moldeen como a una muñequita de plastilina, él solo me besó el cuello, me pidió que me ponga una bombachita, y que le alcance un bóxer de su cajonera. No quería decepcionarme. Le hice caso, y en cuanto terminé de ponerle el bóxer mientras él me hacía cosquillas en la cintura, (mi parte más sensible), me acosté a su lado. Me acarició las tetas, me estiró el elástico de la bombacha que me puse antes de entrar a su pieza, y me preguntó si me había gustado todo lo que sucedió en el asado. Le contesté con un gemidito al tiempo que le rozaba la cabecita de la pija, que ya daba pequeños saltitos bajo su bóxer. Entonces me tomó en sus brazos para sentarme encima de su bulto cada vez más grueso, y me pidió a media voz: ¡Movete Micu, por dios… volveme loco con esa colita de perra que tenés… dale nenita, hacele caso a tu papi, y tocate las tetas!

Ni bien empecé a balancearme de un lado al otro, a frotarme y saltar suavecito y fuerte sobre su pene, y a agarrarme las tetas para chocarlas una contra otra con las manos babeadas como sabía que le fascinaba, su cuerpo se encendió entre movimientos descoordinados, manotazos a mis gomas y unos jadeos que me emputecía.

¡Ahora todos mis amigos se van a pajear pensando en mi nena, en lo lindo que se veía en bombachita, y en lo putita que es con su papi!, decía cuando mis culazos en su verga eran menos considerados, violentos y audaces, y uno de mis dedos se atrevía a presionar mi clítoris hinchado como nunca. Sus palabras me ponían más trola y menos responsable de mis actos. Pero mi papi de repente me pidió que me saque la bombacha, que se la acerque a la nariz y que después la envuelva en el tronco de su pija que multiplicaba latidos, espasmos y presemen. Fueron unos segundos tan minúsculos que, lo odié por hacerme eso. Acabó toda su leche en mi bombacha mientras yo lo pajeaba, haciendo que su glande empuje la tela, acariciándole los huevos con los dedos que previamente él me lamía, y apoyándole mis tetas en las piernas, fregándolas cada vez que me las ensalivaba. ¡Ni siquiera me dejó limpiarle la leche que le quedó en la pija! Sólo me pidió disculpas por sentirse un poco descompuesto del estómago, y quiso que me ponga la bombacha enlechada para acostarme a su lado. Antes de hacerlo le traje un ibuprofeno y un vaso de agua. Se quedó dormido tan pronto como se intensificaba mi remordimiento. ¡Mi papi estaba mareado y debilucho, y yo pensando en comerle la pija con la concha! Aún así no lograba distraerme con tanto fuego ardiendo en mis venas. Así como estaba le tenía más hambre. Pensaba en lo afortunada que fue mi madre al disfrutar de tamaño pedazo de poronga, y en cuanto me los imaginé cogiendo conmigo en la cama, posiblemente en pañales y con un chupete, ya que recién a los 2 años consiguieron que duerma sola en mi camita, sentí que un calor más primitivo y salvaje comenzaba a evaporarse de los poros de mi piel, y decidí pajearme para tranquilizarme un poco. Ahí aproveché a lamerme los dedos con restos de la leche de mi papi, los que se tatuaban en mi bombacha. Acabé dos veces, y en la última me maravillé viendo cómo se le paraba la pija a mi papi mientras dormía. ¡Parecía que me provocaba el muy turro, porque el glande se le escapaba del calzoncillo! ¿Qué chanchada estaría soñando? ¡Ojalá fuese yo la que le paraba la verga con tanto ímpetu! Entonces, un enojo se apoderó de mi pecho. ¡Yo quería su leche adentro mío! ¡Ahora me odiaba por haberme lavado después de mearme escondida en el baño, mientras sus amigos se iban de su cumple, pensando que mi olor a nena limpita lo iba a excitar como a un loco! ¡Tendría que haberme hecho la difícil, negarme, histeriquearlo, y acostarme toda meada a su lado!

Ese domingo me desperté antes que él, cerca del mediodía. Mi papi me conocía más de lo que yo pensaba. Por eso me detuvo en seco apenas me levanté de la cama con una petición imposible de revocar.

¡Ni se te ocurra ir a bañarte todavía Micaela! ¡Si querés, andá y desayuná! ¡Yo me levanto en un ratito! ¡La verdad, se me parte la cabeza! ¡Pero, mirándote con esa bombachita sucia, se me pasa todo mi nena!, dijo agarrándome de las manos para ubicarlas encima de su bóxer. Mi tacto se enamoraba de la forma que tenía de erectarse aquel músculo dormido. Pero otra vez me dejó con las ganas. Apenas la tuvo durísima como ya se la conocía, quitó mis manos de su monumento y me mandó a la cocina.

¡Todavía es temprano para darte esta leche Micu!, dijo, y se tapó hasta el cuello para dormir un ratito más. Yo en la cocina, me preparé un café, ordené un poco el caos que formaban las botellas vacías, los resabios de la madrugada y los puchos de cigarrillos por todo el patio, y me dispuse a lavar platos, ensaladeras, vasos y cubiertos. Abrí las ventanas para airear la casa, puse un canal de música, y recordé que mi papi quería ver el partido del deportivo Morón. Ya eran las 3 de la tarde, y si no le avisaba lo sentiría como una traición. Pero, una vez más me ganó de mano. Lo vi bajando las escaleras con rumbo al living, en cuero, con unas alpargatas re facheras y un short de tela liviana, en la que se advertía con claridad que traía una erección a media asta. Lo más alucinante era que, en una de sus manos tenía dos o tres bombachitas mías. ¡Tuvo que haber entrado a mi cuarto para escogerlas!

Apenas se echó en el sillón, tomó el control remoto, me pidió un vaso de jugo con soda y se dispuso a mirar el partido. Los equipos no salían a la cancha cuando quiso que me siente en la mesita ratona y que le toque el bulto con mis pies. Yo permanecía en bombacha, y con una musculosita celeste que no lograba sostener la gravedad de mis pechos. Seguro que ahora los pezones se me re marcaban en la tela, mientras las plantas y talones de mis pies notaban que esa pija hermosa cobraba el grosor que tanto me hacía delirar, al tiempo que mis masajitos eran más exhaustivos. Ya coleccionaba cosquillitas en la vagina mientras el calor de mi cola calentaba el vidrio de la mesita, y él bebía su jugo con mis pies trabajando sobre su bulto. Hasta que, ya comenzado el fútbol y las emociones, porque el gallito ganaba 2 a 0 en 15 minutos, mi papi se bajó el shortcito para que mi piel descalza arda junto a lo caliente que permanecía su poronga, ahora totalmente al descubierto. ¡El guacho no se había puesto calzones! Por momentos me hacía abrazarle su miembro con las plantas, en otros me pedía que le acaricie los huevos, que le roce el glande con mis deditos gordos, que le apriete el tronco con los talones y que frote la cola en la mesita. No podía usar las manos, más que para tocarme las tetas o chuparme los dedos.

¡Micu, metete un dedito en la chuchi, pero por encima de la bombachita, por favor!, me imploró, justo cuando el árbitro cobraba penal para Platense. Apenas empecé a obedecerle, juro que no supe dejar de meterlo y sacarlo, como si me lo clavara, bien rapidito. Al chancho le encantaba ver el huequito de mi bombacha empapándose con mis juguitos, y cada vez que me lamía aquel dedo laborioso, su pija daba un nuevo estironcito contra mis pies. Platense convirtió el penal, y a mi padre parecía no importarle demasiado. Es que, pronto le susurré, sintiendo que mi abdomen se colmaba de escalofríos lacerantes: ¡Papi, tengo que ir a hacer pichí! ¿Me dejás?

Lo vi renovar el brillo de su mirada lasciva mientras me decía: ¡No Micu, bajo ningún concepto! ¡Primero te vas a sacar esa bombacha y me la das!

Algo le hizo presagiar a mi clítoris que las perversiones de mi padre revoloteaban cada vez con mayores bríos. Así que me la saqué y se la di en la mano, ante sus ojos atentos, unos segundos antes que expulsaran a no sé quién del calamar. Mi padre se la pasó por los pies, la lamió y olió profundamente, se la enredó en la pija de modo que le quedara bien apretada en la base de su tronco al borde de eyacular, se levantó del sillón, y tras elegir una de las bombachas que traía, una verde con lunares amarillos, procedió a ponérmela con toda la delicadeza. No debía moverme de donde estaba. Sólo tuve que levantar la colita para que pueda culminar con su tarea con éxito. Entonces, una vez que retomó su posición en el sillón y que muteó el televisor, me dijo: ¡Hacete pis Micu, meate toda en la mesita pendeja!

No sé por qué, pero, mientras comenzaba a expulsar mis chorros de orina como disparos de satisfacción, presioné mi clítoris en llamas sobre mi nueva bombachita. No me reprimí en absoluto, y estiré mis cuerdas vocales para evidenciarle a mi papi que había alcanzado un orgasmo terrible, mientras él se meneaba la verga y olía mi bombachita anterior. Mi papi todavía no largaba la lechita, y yo me sentía culpable por disfrutar solita. ¡Ya no podía esperarlo más! Por eso, ni bien terminó el primer tiempo del partido, me puse en cuatro patas contra sus piernas y empecé a fregar mi cara encima de sus huevos gordos, y su pija tan tiesa como el aire que resistía en sus pulmones. Pero él quiso que me saque la bombacha otra vez, y que me ponga una azul estilo bedetina. Otra de las que había sacado de mi pieza sin mi permiso.

¡Acá las cosas se hacen como yo digo Micaela!, dijo resoplando un enojo fingido. Luego agregó tras separar mi cara de su fuego masculino: ¡Recostate en el piso, y ponete la bombacha! ¡Y no te vas a lavar si pensabas en eso! ¡Me vuelve loco saber que mi nena anda meadita por la casa!

Una vez que me enterré la bombacha en la cola, ya que me quedaba chiquita y apretada, el muy turro chasqueó los dedos para que regrese, ahora sí a lamerle la pija.

¡Dale nenita, tomá la mamadera de papi, tragala toda cerdita! ¡Seguro ayer te quedaste con hambre! ¡Abrí toda la boquita, y pégate en la cola guacha, chupala asíii, atragantate peterita sucia!, me decía mientras mis arcadas, atracones y engullidas resonaban en la casa, y mi papi juntaba todo lo que podía su pubis a mi cara. Yo me había enviciado tanto que, ni me importó que me dolieran las rodillas en el suelo. Me tragué todo su semen en cuanto me escuchó sollozar, porque ya no conseguía respirar con facilidad. Festejó mis eructos y mis escupiditas a sus bolas generosas, y entonces, se levantó del sillón para darme unos buenos chirlos en la cola mientras me recogía del piso, un poco de los pelos y otro de las orejas.

¡Te encanta que tu papi te cague a palos, zorrita sucia! ¡Así que no te quejes! ¿Te la tragaste toda? ¡Ahora vas a llorar con ganas, turrita, por viciosa! ¡Y que sea la última vez que te meás en la mesita ratona! ¿Estamos?!, me decía, acentuando cada palabra con más nalgadas y algunos pellizcos a mis tetas. ¡Me re dolía! Me encantaba ese dolor, ese remanso que antecedía al próximo chirlo, cómo me quemaba la piel y se me ponían moradas las gomas, y cómo mis pezones ansiaban otra retorcida. Además, cuando me restregó la bombacha meada por la cara, el guacho me hundió dos dedos en la vagina y los movió en círculos, haciendo audible cada porción de jugos en mi interior. Pero me gané una tremenda cachetada cuando se me escapó casi de las entrañas: ¡Así papi, haceme acabar de una puta vez!

Entonces, sonó el timbre, inesperadamente. Nos calmamos de repente, y él me preguntó si esperaba visitas. Apenas le dije que no, me ordenó encerrarme en el baño, y él consultó por el portero, mientras yo me negaba a ocultarme, desafiándolo en silencio.

¡Soy Antonio! ¡Quedé en venir hoy a pagarle los honorarios! ¿Se acuerda?, escuché que dijo un tipo con la voz indescifrable, y acto seguido mi viejo se despachó con una puteada por lo bajo. No le quedó otra que abrirle, después de vestirse, y de meterme en el baño un poco a los empujones. Aunque él ignoró que, en cuanto se alejó entreabrí la puerta. Por eso escuché todo lo que hablaron. Mi papi se había vuelto loco, determiné ni bien el hombre se sentó en alguna de las sillas, y bebió algo que mi viejo le ofreció con amabilidad.

¡Disculpe el desorden don Antonio! ¡Es que, yo acabo de llegar! ¡De hecho, me estaba por dar una ducha! ¡Esto es un caos! ¡Qué vergüenza!, decía mi viejo mientras revisaban papeles o carpetas, por lo que alcanzaba a oír. El hombre casi no hablaba. Pero respiraba pesadamente.

¡Uuuuh, perdón otra vez! ¡Pero, a mi hija, se le ha dado por dejar sus bombachas por toda la casa! ¡Bue, y al parecer sus corpiños también!, dijo luego, moviéndose por el living, simulando unos nervios atroces. ¡Al perverso le excitaba exhibirle mis bombachas, y el único corpiño que había quedado colgado en una silla al pobre veterano!

¡Y, tener hijas adolescentes es un tema delicado hombre! ¡Se lo digo con conocimiento de causa! ¡No se alarme!, farfulló el viejo, antes de preguntarle si podía encender un cigarrillo.

¡Claro claro! ¡Ya le traigo un cenicero!, dijo mi padre con cortesía. Pero enseguida cambió el tono de sus palabras.

¡Aaaaay, dioooos! ¡Mire lo que hizo la chancha! ¡Creo que, se hizo pis en la mesita ratona, y dejó otra bombacha sucia! ¿Usted cree que estuvo con alguien?

El hombre suspiró, y luego de toser algunas veces, como aclarándose la garganta concluyó: ¡Amigo, somos grandes! ¡Con todo este descagete, seguro que se la cogieron de lo lindo, con todo respeto! ¡Ninguna mujer deja este lío en una situación normal!  ¡A no ser que sea una demente! ¿Su hija se droga? ¿O bebe alcohol? ¿Cuántos años tiene?

¡Sí, toma y se droga! ¡Tiene 18, y creo que el hecho de que su madre no esté presente para encarrilarla, me hace las cosas más difíciles!, me expuso falsamente mi padre. Yo no podía explicarme el beneficio que le otorgaba difundirle a ese hombre tales detalles. Pero me calentaba como una putona. Al punto que empecé a pajearme sentadita en el inodoro, desnuda y con un cepillo para el pelo, entrando y saliendo de mi cavidad vaginal, luego de lamerlo y chuparlo como si fuese una pija desbordante de leche calentita, como la de mi papi.

¡Entiendo! ¡Quizás, necesite ayuda profesional! ¡Tal vez terapia! ¡Pero le digo una cosa! ¡Ella, ya es mayor de edad! ¡Puede tener problemas serios con la justicia! ¡Bueno, usted lo sabe más que yo!, le explicaba el hombre, ansioso por que mi padre al fin firmara unos papeles. Hablaban de un expediente retenido, de una coima y de cosas que no entendía ni medio.

Honestamente, creí que en cuanto el hombre se marchara todo iba a estallar en un concierto de hormonas alocadas por la casa. Pero no sucedió. Mi padre se encerró en el escritorio a terminar unos informes, y yo me puse a estudiar. El lunes estaba al acecho, y entonces las obligaciones venían a enfriarnos un poco. Cosa que no me apetecía del todo. Además, mi cuerpo apestaba a sexo no resuelto, a pis de nena caprichosa, y a una fiaca inconmensurable. Todavía me duraban las marcas en las gomas, y me ardían los chirlos en la cola. ¡Así era imposible concentrarse en la lectura del capitalismo, el socialismo, etc.!

El lunes por la noche, después de un largo día separados, volvimos a reunirnos para cenar. Obviamente yo estaba en bombacha, corpiño y unas sandalitas. Apenas nos sentamos a comer unas hamburguesas con puré, el guacho me pidió que me saque el corpiño. No lo hice hasta formularle la pregunta de rigor que tanto me circundaba en los pensamientos.

¡Papi, ¿Por qué le dijiste todo eso de mí a ese tipo?! ¿Te calienta exponer a tu hija? ¿Mostrarle a cualquiera las bombachitas usadas de tu nena, como si fuesen trofeos sexuales?, le largué sin temores.

¿Y a vos qué te parece Micu? ¡En la oficina quedaron todos re loquitos con vos! ¡Don Pedro quiere que un día te lleve a su casa para que le hagas un pete en su habitación, y en bombachita! ¡Dijo que podía pagarme muy bien! ¡Aaah! ¡Y don Antonio es un cliente forrado en guita! ¡Ya vio algunas fotos tuyas, pero sin tu cara! ¡Creo que Fernando se las envió! ¡Supongo que también querrá conocerte! ¡Conmigo se hizo el boludo! ¡Pero, no va a tardar en preguntarme por vos!, me confió mi padre entre algunos sorbos de vino. No le respondí con palabras, pero me pasé la lengua por los labios y me chupé un dedo en señal de que, la propuesta de don Pedro me resultaba excitante.

¡Pensalo Mica! ¡Si vos decís que no, no hay trato, y todo va a estar igual de bien!, continuó haciéndose el tonto con sus ojos clavados en mis tetas. Pero todo lo que pudo haber sucedido luego quedó en nuestra imaginación, porque recibí el llamado de Agustina, mi mejor amiga, y su desesperación parecía presionarle los signos vitales al máximo.

¡Boluda! ¡Perdoná que te joda… pero, es que, me la re mandé Micu! ¡Tuve sexo con mi hermano conchuda! ¡Necesito hablar de esto con vos! ¡Me lo cogí! ¿Entendés?, me decía nerviosa, incierta y con la voz un poco espesa, como si hubiese fumado mariguana. Entonces, me fui a la pieza para hablar tranquila con ella. No sabía qué aconsejarle, ni cómo calmarla. Ella siempre estuvo caliente con su hermano, quien le lleva 10 años, y siempre lo provocó, desde chiquita. Yo no iba a juzgarla. De hecho, estuve al borde de anticiparle algo de lo que estaba viviendo con mi padre. Pero no tuve el valor. Sólo me remití a frotarme el clítoris oyendo su relato de lo que hizo con su hermano. Cuando me escuchó gemir pensé que me condenaría, además de cortarme el teléfono.

¿Te estás pajeando hija de puta?, replicó su repentina euforia. No se lo oculté, y apenas le confesé que andaba re caliente, y para colmo tenía que escuchar sus confesiones, agregó: ¡Todo bien tarada! ¡Tocate Micu, me encanta que te toques chanchita! ¿Estás en bolas putona? ¡Menos mal que no estamos juntas! ¡De la que nos salvamos! ¡Por ahí, hasta terminábamos encamadas y todo de la calentura!

No pude seguir escuchándola. Le corté, y enseguida le mandé un sMS para avisarle que nos quedamos sin luz. Apagué el celular, desconecté el teléfono inalámbrico, me lavé los dientes, y me mandé a la pieza de mi viejo. Él ya estaba dormido en su cama, con una música tenue de fondo y su celular en la mano. Creo que era un disco de Tom jovim. Se lo quité, le entre corrí la sábana que lo cubría, y en cuanto vi su pene abultándole el bóxer azul que traía, ni me detuve a pensar en el rol que me correspondía, ni en las represalias. Me saqué la bombachita, se la puse en el rostro y comencé a frotar mi nariz y boca sobre su pija, la que reaccionó de inmediato endureciéndose un poco más. Él se despertó recién cuando se la toqué con los dedos, por entre el costadito de su bóxer.

¡Micu, no nena, que mañana tengo que ir a trabajar más temprano! ¡Si querés, mejor, mañana, me la chupás toda!, dijo cuando mis dedos ya subían y bajaban por su tronco, y su cabecita golpeaba mi nariz y mi boca entreabierta, de la que comenzaba a fluir una pequeña llovizna de saliva. Entonces estiré mi mano hasta su cara para presionar mi bombacha contra su olfato y decirle: ¡No papi, la quiero ahora! ¡Vos olé la bombachita sucia de tu nena, dale, que te pone loquito eso! ¡Dame la leche, que hoy no comí postre! ¡No me compraste ni una golosina! ¡Sos re malo!

El turro me mordió un dedo en mi afán de pegarle con mi bombacha en la cara, intentando atraparla con su boca, mientras mi otra mano le daba calor a su pija, ya afuera del bóxer. Entonces, abrió las piernas, y mi saliva empezó a nutrirle los huevos y el derredor de su verga cada vez más venosa. Él simulaba persuadirme arrancándome el pelo, apretándome las muñecas o gritándome cosas como: ¡Basta pendeja roñosa! ¡Andá a la cama, y dejame dormir! ¿O estás buscando que tu papá te pegue unos buenos cintazos?!

Yo le retribuía con rebeldes contestaciones, ahora besuqueándole las bolas, cubriéndome la cabeza con la sábana y presionando despacito su glande húmedo, rojizo y latente.

¡Por mí, haceme lo que quieras pa! ¡Pegame, encerrame en la pieza, cagame bien a palos, que soy una nena desobediente, muuuy peterita como te gusta, y re calentona!, le decía, entonces con su pija entrando y saliendo de mi boca. Solo me la metía hasta la mitad para hacerlo desearme más. Sabía que se ponía loco cuando no se topaba con el principio de mi garganta. Además, lo escuchaba chupar y oler mi bombachita, y me calentaba tanto como los tirones que me hacía en las orejas para que lo deje en paz. Me abría sus piernas para que mi lengua sea un pincel contra sus huevos pesados, y cuando me introduje uno en la boca, su pija se estremeció al borde de eyacularme todo en el pelo.

Estiré mi mano para quitarle mi bombacha, se la envolví en la verga y, ahora sí empecé a saborear toda su pija, subiendo y bajando lentamente, para que sienta el fuego de mi lengua, el filo de mis dientes y el celo de mi juventud derrotada por sus sabores prohibidos. Entonces, decidí contarle, entre mamada y sorbos profundos lo que me contó Agustina.

¡Papi, sabés que la Agus, acaba de contarme que, se cogió al hermano! ¡Glup glup glup! ¡Me lo contó recién, y ahora está más caliente! ¡Glup glup glup glup! ¡La hija de puta le entregó la cola, y el flaco le dejó la lechita ahí! ¡Glup glup glup!, le decía cada vez que mi boca se liberaba de su carne para tomar aire, y él jadeaba impresionado.

¡Yo sueño con que vos me hagas la cola papi, y que me acabes en la conchita! ¡Glup glup! ¡No sabés cómo me pica la colita soñando con esta pija adentro mío paaaá!, le confié, cuando su leche no podía soportarse más en esos conductos fibrosos, para al fin convertirse en un delicioso manjar en mi boquita. Me la iba tragando de a poquito, mientras él me preguntaba más acerca de lo que había hecho Agus, y yo no le respondía. Hasta le mostré cómo hacía gárgaras con el último chorro que me ofrendó su gentileza, mientras me colaba dedos en la vagina.

¿Y Agus sabe que vos hacés chanchaditas con tu papi? ¿Y que andás en bombachita para él? ¿Sabe que tu papá está alzado con su nena? ¡Daleeee, abrí bien la boquita nena suciaaa, atorrantita de papiiii!, me había dicho emocionado con su leche hirviendo para mis ansias que lo reclamaban como una protesta impostergable. Obviamente me pidió que me ponga esa bombachita, y me sugirió dormir a su lado. Pero no se lo pude aceptar porque, aún tenía que terminar de estudiar, y la madrugada me tenía las horas contadas para los exámenes que se me venían encima.

Esa semana hubo dos episodios más que interesantes. La pelea de mi hermano con su novia, y una nueva locura fetichista de mi padre. ¡Mi cuerpo no sabía cuánto más iba a ser capaz de sostener las ganas de que mi papi me coja de una buena vez! Pero, por lo pronto debía esperar. Mientras tanto, seguía siendo su sirvientita desfilando para él en bombachita por la casa, y animándome a romper cada vez más las estructuras de una sociedad hipócrita, que quiere y desea, pero se conforma y presume con ser feliz de a ratos. Como si la felicidad estuviese atada solo a lo que es correcto, moralmente aceptable, o psicológicamente sano. ¡Por suerte mi papi y yo no somos así!       

¡Continuará!

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