En bombachita: (¡Putísima! (Parte 4)

Mi papi y yo estábamos cada vez más descocados, faltos de principios y calientes hasta la médula. Ninguno quería detener el volcán de pasiones que nos enlazaba más allá de nuestros genes. Él seguía consintiendo a sus propios placeres con mi silueta yendo y viniendo por la casa, luciendo distintas bombachas y corpiños, convirtiéndome en su fetiche de lujo. Incluso, a veces me compraba algunas. La más linda que me trajo, era una repleta de tachas a los costados. con esa me veía como una nena mala, rockera y viciosa. ¡Pero el fuego de mi conchita necesitaba más!

Después de la noche en la que rompí mi pacto de silencio con mi amiga al contárselo todo a mi papi, desaprobé un parcial de sociología, discutí con una piba que no me llevó un libro importante para hacer un práctico, y me olvidé de pagar el abono de fotocopias en el centro de estudiantes. Encima, cuando llegué a casa, leí una nota en la que mi papi me recordaba que si pasaba por el súper, tenía que comprar yerba, arroz, atún, queso descremado, algún whisky, papel de cocina y café. Entonces, dejé las cosas de la facu, comí una banana y rajé al súper para cumplir al pie de la letra con las urgencias del único hombre que gobernaba a mis instintos más primitivos.

Mientras iba y venía de las góndolas, recordaba que todavía tenía puesta la bombacha de la noche anterior, y sentí que la vagina comenzaba a regalarme unos latidos electrizantes. Por eso, cuando creí que nadie me veía, me mandé una mano adentro del pantalón para masajeármela un poquito, y para humedecerme un dedo con los jugos que ya me interrumpían hasta los pensamientos. Pero uno de los repositores me llamó la atención.

¿Qué hace señorita? ¡Disculpe, pero, hay gente, y a usted se le ve la bombacha! ¡Hace un ratito estuve por decírselo!, me dijo mientras acomodaba latas y controlaba los precios de las ofertas, con la cara colorada por los nervios. ¡Ni me había dado cuenta que en el afán de manosearme, el pantalón se me había bajado hasta un poco después de la mitad de la cola! Le pedí disculpas lamiéndome el dedo que extraje de mi sexo, y me alejé muerta de vergüenza, aunque más caliente que antes.

Una vez en casa, ya habiendo ordenado las compras y a punto de ponerme a estudiar, sonó el timbre. Me pareció raro, porque mi viejo siempre entra a la casa directamente. Además, a las 7 de la tarde es difícil que algún molesto vendedor ambulante nos toque el timbre. Pero no llegué ni a terminar de bajar las escaleras. Cuando estaba a dos peldaños de la sala de estar, veo que mi padre y mi hermano se llenan los ojos con mis tetas desnudas, y seguro que con el bollito de mi entrepierna, apenas cubierto por una bombachita gris, recién puesta. Tuve que cambiarme la que tenía en el súper, y me puse la primera que encontré, pensando en darme una ducha más tarde.

¿Qué pasó Micu? ¿Viste algún fantasma? ¡Somos nosotros, tu papá y tu hermano tonta!, dijo mi padre entre risas imperfectas, tal vez para disipar mi cara de repentina sorpresa.

¿Viste hijo? ¡Te dije que tu hermanita estaba hermosísima! ¡Y así, en bombachita como está, te da ganas de comértela a besos!, prosiguió mi padre, cuando yo no sabía si bajar del todo las escaleras o rajar a mi cuarto. Los ojos de deseo de mi hermano eran más que evidentes. Casi tanto como la tristeza que se le agolpaba en las pupilas. No sabía por qué podía estar triste, pero en ese momento no le di importancia. Me saludó con timidez y se fue a sentar al comedor después de quitarse la corbata y un saco híper cheto.

¡Micu, vos hacé lo que tengas que hacer, que yo te llamo a cenar! ¡Seguro pedimos unas pizzas! ¡Por hoy nadie cocina! ¡Y no te preocupes, que Gabi lo sabe todo! ¡Veníamos hablando de tus encantos en el auto! ¡Por supuesto, esta noche te quiero en bombachita! ¿Estamos? ¡Y, respecto de lo de tu hermano, con él podés abrirte tanto como lo hiciste conmigo, o no! ¡Es tu decisión, y los dos la vamos a respetar!, explicó mi padre con toda la serenidad del mundo, sin sacarme los ojos de la entrepierna, y acto seguido se fue al comedor, después de frotarse el bulto ante mi perspectiva por demás confusa.

Decidí quedarme en mi cuarto para ordenar un poco mi cabeza. Tenía que pensar en el parcial, en los próximos prácticos, en las juntadas con mis compañeros para armar una exposición, en bañarme y arreglarme un poco las uñas. Pero nada de eso me satisfacía. Por lo tanto, bajé las escaleras, así como estaba, y puse agua en una pava para hacerme un té. Gabi y mi viejo hablaban mientras releían unos papeles, y jamás les incomodó mi presencia.

¡Mirá Gabi, yo te lo propongo simplemente! ¡Pero no seas boludo hijo! ¡No podés quedarte en lo de tu suegra! ¡Si la mina te cagó… y te lo dijo en la cara… ¿Qué pretendés cambiar quedándote ahí?!, reflexionaba mi padre.

¡Ya sé viejo! ¡Pero bueno, por ahí la loca se da cuenta de que fue un desliz, y punto! ¡Yo sé que ella me quiere! ¡Pero no estábamos pasando por un buen momento! ¡Yo también me mandé mis cagadas!, justificaba Gabriel, haciendo que los músculos del cuello de mi viejo se estiren al máximo de sus voluntades.

¡¡Dejate de hinchar las pelotas querés! ¡Si esa chica se encamó con otro tipo, las cosas no tienen retorno hijo! ¡No me vengas a dar lecciones de matrimonio a mí! ¡Pero por favor!, dijo mi viejo golpeando la mesa, haciendo saltar un pocillo de café vacío.

¡Bueno pa, yo te lo conté porque tenía que hablarlo con alguien! ¡Pero no necesito que te metas de esa forma!, suavizó las cosas mi hermano luego de tragar saliva, y seguro que reprimiendo alguna puteada.

¡Pero es sencillo hijo! ¡Mirá, ahí está tu hermana! ¡Le preguntamos a ella, que seguro no va a tener drama en que te quedes unos días con nosotros! ¿Vos qué decís Mica?!, decía mi padre, y ambos se dieron vuelta para verme tomando un té revoleada en el sillón, con la misma bombacha gris, y con nada más que eso puesto. Encima, todavía conservaba un dejo de olor a conchita en los dedos, por el ratito que me toqué en el súper.

¡Obvio Gabi, que yo no tengo problemas nene! ¡A pesar que hace bocha que ni me escribís, te podés quedar! ¡Somos hermanos al fin de cuentas, y esta también es tu casa! ¿No?!, dije con cierto tono de reproche. La verdad, nosotros nunca fuimos tan unidos. Ni cuando éramos chiquitos.

¡No seas mala Micu! ¿Tu hermano tiene muchas ocupaciones! ¡El punto es que, su novia le metió los cuernos! ¡Pobrecito! ¡Vení Micu, sentate con nosotros, dale!, dijo mi padre mientras enviaba un SMS. Yo me levanté y me senté al lado de Gabriel. Tuve que dejar en el suelo su maletín negro para usar la silla. ¡Siempre tuvo la costumbre de llenar las sillas con sus cosas!

¿Viejo.. creo que no… Micu… no hace falta nada de eso… digamos que… mejor, después de comer me voy! ¡No quiero molestar! ¡Por acá está lleno de hoteles!, dijo Gabriel con las manos entrelazadas. Pero mi padre lo silenció con un chistido, además de lanzarle una mirada asesina. Y enseguida endulzó su grave voz para susurrarme: ¿Por qué no lo abrazás a Gabi hija? ¡Está muy alicaído el pobre, y por ahí,  un abracito lo puede hacer sentir mejor!

Aún así Gabriel parecía ignorarme. Pero entonces, sentí una punzada insoportable en el clítoris, un remolino de ansiedades como si fuesen dedos recorriéndome la piel, y un montón de cosquillitas. Eso me llevó a tirarme encima de Gabi, sacarlo del solitario que jugaba en su notebook y decirle bajito: ¿Así que mi cuñadita te dejó solito pendejo? ¡Qué nena mala!

No era yo la que hablaba, y de eso estaba segura. Nunca me cayó bien la estúpida esa, y cuando podía se lo hacía notar. Pero Gabi parecía querer sacarme de su cuerpo con el poco esfuerzo de sus brazos.

¡Abrácense como buenos hermanos chicos, que lo pasado ya pasó! ¡Ahora estamos viviendo una nueva etapa!, decía mi viejo, mientras yo me le sentaba a upa a Gabi, comenzaba a frotarle la cola en la verga y le ponía sus manos sobre mis tetas. El tacto de mi hermano no me encendía como el de mi padre. Pero sentir que dé a poquito su pija se tornaba cada vez más peligrosa, dura y grande me regalaba los primeros sofocones, y me daba ganas de metérmela toda en la cola. ¡La idea de coger con mi hermano adelante del hombre de mis calenturas más intensas me quemaba la cabeza!

¡Dale Gabi, animate campeón! ¡Tocale las gomas, que las tiene re suavecitas! ¡Y vos Micu, comele el cuellito, lamele la oreja, hacé que se le ponga bien dura la verga, que el pobre no debe coger hace bastante!, dijo con sorna mi viejo, encendiendo un cigarrillo, acomodándose frente a nosotros y poniendo un canal de música en la tele.

De repente Gabi y yo nos comíamos la boca, él tironeaba mi bombacha como para sacármela aunque mi viejo no lo dejara, nos frotábamos y suspirábamos con deseo. Yo sentía que los chorros de flujos me llegaban hasta el agujerito de la cola, y su pija tenía todas las intenciones de perforarle el sedoso pantalón de vestir que lo disfrazaba.

¡Eeeeso Micu, dale besitos, pasale esa lengüita por donde quieras! ¡Ponelo bien loquito, como a mí pendejita!, decía nuestro padre, intentando evitar frotarse el bulto que ya se le advertía en el pantalón. La saliva de mi hermano era media dulzona, y tal vez, por su estado de desprotección total, estaba con el cuerpo tiernito, flojo, como con ganas de recibir cariñitos, mimos y besitos de lengua. Pero mi padre terminó el asunto cuando se le antojó.

¡Basta Micu! ¡Bajate de ahí, sacate la bombachita y se la das a tu hermano! ¡Ahora mismo voy a pedir las pizzas! ¡Mientras tanto, vos subís y te ponés alguna bombacha rosadita, y solo eso! ¿Estamos?!, dijo determinante, levantándose de la silla, seguro que con un dolor insoportable en los huevos.

Apenas le di mi bombacha mojada a Gabi, sin ninguna vergüencita, salí corriendo escaleras arriba. Busqué una bombacha rosada y, antes de ponérmela me froté bien fuerte el clítoris, sentada en la cama. No tuve que insistir demasiado para abrazarme a un orgasmo fatal, el que pareció quebrarme la columna en dos, y me obligó a mojarme como una zorrita en celo. Entonces, me lavé un poco, me puse la bombacha y bajé al comedor.

En la mesa ya había 3 copas con vino, platitos, algunas cerezas y una botella de agua mineral. Mi padre y Gabi charlaban de negocios hasta que llegué.

¿Dónde me siento pa?!, pregunté como una boluda, haciéndome acordar a mi propia infancia.

¡A upa de quien quieras primero nena!, dijo mi papi. Recién ahí noté que tanto él como Gabi estaban en calzoncillos, pero vestidos de la cintura para arriba. No supe a quién escoger. Mis nervios no me dejaban pensar. Sentí que hasta la pajita que me hice fue totalmente al pedo, porque ya me palpitaba la vulva como antes, o quizás con mayores descargas emocionales. Pero finalmente me acurruqué en los brazos de mi papi. Conocía de sus buenos tratos, y el renacer de su pija contra mis nalgas era una de las cosas que más disfrutaba de nuestros encuentros. Bebí un poco de vino, Gabi me imitó, subió un poco el volumen del televisor, y se quedó asombrado por cómo mi viejo me empezaba a estirar los pezones, a generar que mi cola dé algunos saltitos en su miembro, a darme unos masajitos en la conchita, y a susurrarme: ¡Cómo te mojás Micu! ¡Me vuelve loco tocarte la bombachita toda mojada pendeja!

Pero entonces, su pija se instaló como mecánicamente entre mis piernas, las que mi papi me pedía con urgencia que presione fuerte, y que comience a moverme para abrazarle todo lo que pudiese de su tronco empaladísimo. Fue una especie de galope que no pudo perdurar demasiado, porque de repente se dio todo junto. Mi padre empezó a expulsar un huracanado aluvión de semen que irremediablemente me inundó desde la bombacha hasta la panza, y sonó el timbre, como para devolvernos a la realidad.

¡Debe ser el pibe de las pizzas!, murmuró mi hermano en un fallido intento de ocultar su erección, ya que se levantó como para ir a atender la puerta. Por suerte ya no le prestaba interés a su notebook repleta de juegos online. Pero mi padre era el que dictaminaba las acciones, y él tampoco solía desobedecerle.

¡Sentate Gabi, que la Micu va a recibir al pibe! ¡Andá nena, que te dejé la plata en la mesita ratona!, decía mi papi mientras me bajaba de su cuerpo, y acto seguido me moreteaba la cola con un pellizco que me hizo chillar. Corrí hasta la mesita, agarré los 500 pesos, y me puse nerviosa al saber que el tipo tenía que darme cambio. ¡Y encima le tenía que abrir así, toda pegoteada y en bombacha, descalza y agitada!

¡Son, 285 con el envío señorita!, dijo el rubio que ya me conocía, pero nunca en paños menores. ¡Su cara de feliz cumpleaños fue impresionante! No quería mirarme, pero yo sentía sus ojos negros tatuarse en mis tetas. Por lo que me di vueltas a propósito para que me vea la cola. De paso grité, como para desconcertarlo: ¡Ya vooooy amoooor, es el chico de las pizzas!

Al menos, el pibe podía pensar que estaba teniendo sexo con un novio, o un chongo cualquiera. Cuando volví a recibir el cambio, luego de posar las cajas de pizzas en el sillón, el tonto todavía seguía contando billetes, con la puerta entreabierta.

¡Dale, por favor, apurate con el cambio, que estoy cogiendo con mi novio! ¡Digamos, que me cortaste el mambo!, le dije en voz alta a través de una especie de risita tonta, para que Gabi y mi papi pudieran escucharme, y para que el pobre empleado se llene de morbo, calentura y presemen. Llegué a mirarle el bulto, antes que al fin decida marcharse, y para generarle aún mayor confusión, le devolví el cambio, diciéndole bajito, mientras me acomodaba la bombacha que se me caía un poquito: ¡Tomá… mejor llevate el vuelto, como una propina! ¡Total, nosotros siempre te pedimos pizzas! ¡Gracias bombón!

Cuando aparecí por la cocina, mi padre me aplaudió con cierta ironía, y Gabi trató de decir algo. Pero entonces mi papi dijo: ¿Viste Gabi? ¡Tu hermana está hecha una putita! ¡Y ahora se va a meter debajo de la mesa, y mientras nosotros nos comemos unas porciones, ella te va a comer la pija! ¿Querés? ¿Estás de acuerdo Micu?¿Qué mierda les pasa a ustedes? ¿Se volvieron locos? ¡De vos Micaela, bueno… no sé si me sorprende tanto! ¡Pero vos pa, te desconozco! ¿Qué les pasa?, preguntó mi hermano, clavando sus ojos en mis tetas. Pero mi padre le palmeó la espalda, y mientras le decía que ya le había dado sus razones, lo invitó a callarse.

En cuanto a mí, no tuve opción, y no me molestó que fuese así. Enseguida entré a la oscuridad de la madera y el mantel, donde mi papi había tendido una mantita, sobre la que descansaban los pies descalzos de mi hermano. Como solo tenía su calzoncillo cubriéndole el pito, decidí que para volverlo loquito tenía que frotarle la carita en el bulto, darle unos mordisquitos en la puntita, pasarle la lengüita por los huevos, acariciárselos y gemir con cada vez mayores tentaciones. Mi padre, entretanto, al otro lado de la mesa me manoseaba el culo y me tironeaba la bombacha. Entonces le liberé la pija con la boca, babeándole todo ese bóxer blanco y re contra fino, en el momento en el que papi dijo: ¡Qué chancha es mi nena! ¡Todavía tiene la bombachita sucia con la leche del papito!, y me lo metí en la boca dispuesta a subir y bajar, a conducirlo hasta mi garganta, a sacarlo para pegarme en el mentón o en la nariz, a olerla como si fuese una droga letal, y a reunirme con todo el arte de mamadora que aprendí para ponerlo al servicio de esa pija preciosa. La tenía más larga que la de mi papi, menos cabezona pero más ancha, y despedía unos olores que me condenaban a ensalivarle hasta las piernas. Muchas veces le vi la pija a Gabriel, y soñé infinidades de noches con que me le tiraba en su cama para chupársela. Creo que fueron más de 5 veces las que entré a su pieza cuando era chiquita, y lo sorprendí pajeándose. Parecía que con tamaño escenario, nuestros recuerdos comenzaban a conectarse, porque de repente dijo: ¿Te acordás Micu, cuando entrabas a mi pieza, y te quedabas mirándome la verga? ¿Por qué siempre entrabas en calzones?!

Eso motivó a que mi papi empezara a deslizar sus dedos a lo largo de mi zanjita, y que diera en el blanco de mis sensaciones al rozarme el clítoris, aunque por encima de la bombacha. Al mismo tiempo decía como en susurros: ¡Eeeso Gabi, qué bueno que te acuerdes de eso! ¿Así que la pinina entraba a mirarte el pito? ¿Y vos por qué creés que lo hacía? ¡Seguro que porque le gustabas mucho!

Me había olvidado que cuando era chiquita, mi hermano me apodó pinina. Entonces, mis lamidas, atracones y eructos comenzaron a crecer, a sobreponerse a la música de la tele, y todo para que Gabi tuviera ganas de atravesarme con sus movimientos. Ya tenía solo un pedazo del culo en la silla, porque su pubis se esforzaba por abarcar lo que más pudiera de mi peteada. Pero mi papi entonces detuvo la acción con su nuevo pedido.

¡Micu, salí de ahí, y sentate en la mesa, al lado de tu hermano!

Estaba tan atontada que casi me caí cuando surgí de la oscuridad y di unos pasos. Mi papi me quiso ver la carita, y empezó a pajearse mientras yo me tocaba las tetas para él, con la cara llena de baba y presemen. Así que, di un saltito con la cola para sentarme al lado de Gabi, arriba de la mesa, y abrí las piernas. Él acercó su cara a mi sexo, frotó sus dedos en mi vagina, y pronto se puso de pie para apuntar su tremenda pija a mi bombachita. Yo se la agarré y empecé a pajearlo bien rapidito, y cuando estuve segura de que sus embates seminales estaban al tope de sus libertades, me la acomodé entre la bombacha y la conchita, donde no pudo más que liberarlo, sacudirse como con epilepsia, jadear con estrépito y decir cosas como: ¡Qué zorra que sos Mica, qué degenerada nena, sos igual de puta que tu cuñadita!

Entonces, me saqué la bombacha y empecé a lamerla, chuparla, pasármela por las tetas y pegarme con ella en la cara. Mientras tanto fregaba la cola en la mesa, me golpeteaba la conchita salpicándole algunas gotas de flujo a Gabi, que ya se había sentado en su lugar para no perderse detalles de mi sensualidad, y le sacaba la lengua a mi papi, que seguía masturbándose. Además, intentaba tocarle el pito a Gabi con mis pies, aunque él se lo cubriera con sus manos. Hasta que tuve que correr para recibir la lechita de mi papi en el medio de mis tetas. Fue sin demasiados elementos racionales. Solo coloqué su glande entre ellas, y se la apreté varias veces luego de tomar vino y escupírselo en la pija, mientras le decía: ¡Te volvés loco por verme coger con Gabi! ¿No papi? ¿Te hubiese gustado encontrarme en su cama, chupándole la pija, mientras él me sacaba la bombacha de a poquito, cuando éramos chiquitos?

Gabi no lo pudo soportar. Nos pidió permiso para ir al baño, y nos dejó a solas. No sabíamos bien si estaba molesto, si sus dogmas sociales colisionaban con sus enojos y despechos, si estaba avergonzado de lo que pasó, o si solo necesitaba pensar, asimilar, analizar o convencerse de que todo había sido real. Pero entonces mi papi me sugirió por lo bajo: ¿Por qué mejor no le hacés una visita esta noche a tu hermano, y le chupás la pija sin que yo los esté observando?! ¡A lo mejor, ustedes necesitan privacidad!

No me pareció mala idea. De hecho, una vez que él se fue a dormir sin ayudarme a levantar la mesa, como era su pésima costumbre, entré gateando al cuarto de Gabi, el que antes estaba lleno de posters de guitarras y minas en tanga. Ahora estaba desordenado, con libros y ropa amontonada, y apenas una cama, en la que él reposaba con los auriculares puestos. Su respiración ya era pesada y lenta. Al parecer se estaba quedando dormido. Momento que aproveché para apoyarle las tetas en la cara, y para manotearle el pedazo de pija que reposaba bajo su bóxer. Era todo lo que tenía puesto el pobre, por culpa del calor y la humedad. El ventilador no alcanzaba a oxigenar el aire, ni la ventanita apenas abierta, para que no pasen tantos mosquitos. El tonto se hacía el que bostezaba, que se desvelaba de pronto, y el desorientado. Pero su verga se ponía tiesa, latía y daba unos estironcitos que seducían a las palmas de mis manos.

¡Si hubiese sabido que tenía una hermana tan trolita, te habría dado pito de chiquita nena! ¿Qué hermoso par de tetas tenés! ¡Cómo creciste guacha!, susurró, antes de merendarse mis pezones a besos y chupones electrizantes. Yo le bajé el bóxer, y sin hablar, descendí con besos silenciosos pero cargados de morbo, desde su mentón a su vientre, donde atrapé su pija con mis labios, y se la empecé a mamar como para que me desee toda la noche. Apenas le daba una lamidita. Le rodeaba el glande con los labios pero no se lo presionaba. Se la olía, le escupía la pija y los huevos para resoplarle, se la agarraba con la mano para darme pijazos en la boca, mientras le decía: ¿Y por qué nunca me cogiste nene? ¿Por qué no te me tiraste encima y me rompiste la bombacha con esta pija hermosa?!

¡No sé bebé… te juro que no sé por qué nunca me animé a pedírtelo… o a desnudarte y garcharte toda! ¡Vos no te vas a acordar… pero, cuando eras una enana, yo te bajaba la bombacha cuando dormías, y te manoseaba la cola! ¡Un par de veces te meé la cola! ¡Vos tendrías 8, o 9! ¿Te acordás que nos dábamos chupones a escondidas, y vos después me pegabas?, se despachó mi hermano, al mismo tiempo que gemía, me suplicaba que me la meta de una vez en la boca y se la chupe, que le saque la leche, que lo deje tocarme el culo o las tetas, cosa que yo le prohibía, y cada vez que lo intentaba le arañaba las manos, o se las mordía. Su cuerpo era un terremoto alucinante. Los huevos se le endurecían y acaloraban como nunca lo había notado ni en mi papi, y sus juguitos eran casi tan abundantes como los míos.

¿Qué querés cosita hermosa? ¿Que tu hermanita se tome la mamadera del nene? ¿Así que yo te calentaba pendejo? ¿Y nunca te pajeaste pensando en mí?! ¿Y por qué me meabas, asqueroso?, le decía, cuando su leche no podía esperarse ni un segundo más. Fue en el exacto momento en que me deslicé su poronga hasta la garganta y me la dejé instalada allí para moverme despacito y rápido, en una suerte de ¡glup glup!, que lo atormentaba. En ese mismo cataclismo de emociones, le pedí que me pegue bien fuerte en el culo, mientras él me enlechaba toda la boca. Yo me la tragaba como una campeona, y me hacía pis encima de lo alzada que me sentía. No había un lugar mejor para mis ansias que el sabor de su leche caliente, dulzona y un poco ácida, tal vez por el vino, y arrogante como su mirada. Por eso, antes de irme me saqué la bombacha y se la arrojé a la cara, diciéndole: ¡Tomá Gabi, para que la huelas y te pajees con ella! Aunque no me fui a dormir sin antes darle un beso de lengua con restos de su semen delicioso, diciéndole: ¿La sucia de mi ex te chupaba la pija como yo?

Él deslizó un tímido: ¡Andate nena, ahora, y llevate esta bombacha! ¡Siempre tuviste olor a pichí, pendeja trola!

Pero no se la recibí. Por el contrario. Desaparecí de su ánimo alterado tras un portazo, dejándolo hablar solo. Antes de acostarme, toda mojada y en llamas como mi hermano me había dejado, pasé por la pieza de mi papi y le dije: ¡Papi, ya me voy a dormir! ¡Pero, quería contarte que, tengo el gustito del pito de Gabi en la boca, y le di mi bombachita para que se toque! ¡Te hice caso pa! ¡Le tomé la lechita! ¡Así que ahora, a lo mejor no se va de casa!

Mi papi me aplaudió desde su cama, y me invitó a dormir con él. Acepté, sabiendo que le fascinaba mi olor a pis y a boquita enlechada.

Lo terrible fue que, al despertarnos, encontramos una carta de Gabriel en la mesa, en la que nos pedía disculpas, nos agradecía por la hospitalidad y la buena onda. Pero lo había pensado bien, y concluyó que tenía que arreglar las cosas con su novia. Papi y yo nos quedamos helados. Gabriel no era un tipo fácil de convencer. Por eso creo que mi viejo no insistió en renovarle la invitación para hospedarlo. Así que, de momento seguimos solo nosotros en la casa. Nosotros, y nuestros huracanes desatados.

Justamente esa noche, don Pedro llamó a mi padre, y le preguntó, por lo que pude chusmear, si yo había tomado alguna decisión respecto de encontrarme con él y hacerle un pete. Mi papi le dijo que aún no, pero que para el día siguiente le tendría una respuesta. Esa misma noche vino Agustina a comer, y mi papi nos amasó unos fideos con salsa que, no tienen comparación con nada. Aunque, según él, la cocina de mi madre fue, es y será insuperable para su paladar. Agus y mi viejo siempre se llevaron bien. Por eso, no había de qué preocuparse.

¡Che Micu, perdoname que te interrumpa! ¡Pero dice don Pedro que si, si te animás a usar pañales para él! ¡En el caso que aceptes, claramente!, dijo mi padre, mientras Agus y yo ordenábamos la mesa para la cena. Naturalmente, aquel comentario no pasó inadvertido para Agus, que no paró de preguntarme de qué se trataba semejante disparate en los labios de mi padre. A ella siempre le había dado el targuet de tipo serio, inteligente, divertido pero muy correcto. Por eso, de alguna forma, mientras cenábamos, tuvimos que ponerla al tanto de todo. Claro que, primero mi papi me lo consultó, y la calentura de mi sexo sin límites no pudo prohibirle nada.

¡Bueno Micu, si querés, y a tu amiga no le molesta, podés sacarte la ropita, y comer en bombacha para nosotros! ¿Qué te parece Agus? ¿Te gusta la idea?!, decía mi padre antes de servir los platos y dárselos para que los lleve a la mesa. La expresión de incredulidad en la cara de Agus era deliciosa. Por lo tanto, sin nada que objetar, fui quitándome la ropa ante ellos, hasta quedarme apenas con un culote verde, y al fin nos sentamos a cenar.   

¡Continuará!

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