¡A ver si entendí bien! ¡¿Ustedes… ¿Vos Mica, tenés sexo con tu padre? ¿Y usted, le pide que ande en ropa interior en su casa?, dijo Agus, una vez que mi papi le explicó, a grandes rasgos, algunas poquitas cosas de nuestras aventuras. Yo, entretanto, empezaba a quitarme la ropa, para lucir mi culote y luego sentarme a la mesa, la que ya habíamos preparado con ella. Mi padre asintió, y la miró con sinceridad, esperando no parecerle un degenerado psicótico, depravado, o qué sé yo.
¡Igual, Agus, yo no quiero poner en una situación incómoda a nadie! ¡Si no estás a gusto con nosotros, o con nuestras costumbres, podés irte a tu casa! ¡Yo no me ofendo en absoluto, y estoy seguro que tu amiga menos! ¡Ella te adora! ¡Pero, eso sí! ¡Me gustaría pedirte, y ojalá puedas entendernos, que, esto debe ser un secreto!, dijo mi padre, mientras servía vino en mi copa y en la suya. Agus pareció meditar un momento, justo cuando yo me sentaba a su lado, ya en bombacha y medias. Mi papi estaba sentado al frente de nosotras, y me comía las tetas con los ojos, además de parecer indiferente a los pensamientos de Agus.
¡Yo… bueno… yo no voy a decirle nada a nadie! ¡Eso es algo de ustedes, y, bueno… por mí está todo bien! ¡Si ustedes están contentos, eso debería ser lo más importante!, dijo ella de repente. El labio inferior le temblaba casi tanto como la mano con la que sujetó el tenedor para enrollar algunos fideos. Entonces, los tres empezamos a comer como si aquella charla no hubiese existido.
¿Y cómo te va en el cole Agus? ¿Sos media vaga como tu amiga?, le preguntó mi padre, haciéndola reír. Entonces, durante unos minutos, nuestros temas de conversación fueron el colegio, la salud mental de un profesor de química, lo rico que estaba la salsa de los fideos, y lo pésima que era Agus en la cocina. Según ella se le quemaba hasta una tostada, no sabía hacer ni unas salchichas, y los mates le salían horribles. De repente yo le toqué los pies a mi papi con los míos, y él me evidenció sin pensárselo.
¿Qué pasa Micu? ¿Por qué no le contaste nada de nosotros a Agus? ¡Se supone que son mejores amigas! ¡Ella fue buena con vos, y te confió lo que hizo con su hermano! ¿Te acordás?, dijo tras darle un sorbo de vino a su copa. Lo odié en ese momento. ¡No sabía qué podría pensar Agustina de mí!
¿Queeeeé? ¿Cómo puede ser? ¡Sos una estúpida nena! ¿Por qué le contaste? ¡Pensé que, que somos amigas, y que podía confiar en vos, idiota!, decía Agus, levantándose de la silla, con los ojos despidiendo chispas de ira, arrugando sus manos en dos puños que se acercaban a mis costillas.
¡Sentate Mica, por favor! ¡En realidad, yo la forcé a que me lo cuente! ¡La pobre estaba muy angustiada con lo que le contaste, y necesitaba hablar con alguien confiable, para poder aconsejarte lo mejor posible! ¡Pensá de ella lo que quieras! ¡Pero no la juzgues!, arregló las cosas mi padre, con la misma cintura que seguro debía emplear con sus clientes. Yo había intentado decirle algo a Agus, pero el miedo me paralizó por completo. Entonces, para mi sorpresa, Agus se sentó, rezongó algo que no pude entender, me miró como si lo hiciera por primera vez, y al cabo de un silencioso minuto, me acarició la pierna desnuda, susurrándome: ¡Perdón amiga… soy una tonta! ¡No quise gritarte!
¡Ya pasó Agus! ¡A veces actuamos por impulsos! ¡Pero todo puede remediarse! ¿Por qué no se dan un abrazo, y asunto cerrado? ¡Además, yo soy una tumba! ¡Soy el mejor amigo de mi hija, aparte de hacerle algunos mimitos!, expresó mi padre con una maliciosa sonrisa curvándole los labios. Agus, sin más, echó su cuerpo sobre mí, y las dos nos abrazamos. Solo que, como nuestro abrazo fue estrepitoso y cargado de deseos por mejorar las cosas, sin querer su mano le pegó al vaso de agua que yo tenía en la mía, y le mojé toda la remerita que traía. Pero eso no me impidió explorar una nueva sensación. Mis tetas se apretaron contra las suyas. Solo que las mías estaban desnudas, con los pezones considerablemente parados por la charla caliente que se gestaba en la noche. Las suyas estaban apretadas en su corpiño y remera mojada. Sentí su perfume floreciendo de su cuello, el temblor de sus manos en mi espalda, su aliento a salsa y un par de lagrimitas cayendo por su mejilla, y me estremecí tanto que le dije: ¡Te amo amiguita, y perdoname porfi!
¡Soy una tonta por desconfiar de vos mi amor!, me decía ella, mientras mi padre carraspeaba su garganta para preguntarnos si queríamos postre. Aquello hizo que nuestro abrazo se disolviera, y que nos separemos al instante.
¡No se preocupe señor, que, bah, por lo menos yo, estoy bien!, dijo ella. Yo compartí su opinión, y entonces mi padre se puso en pie para recoger los platos sucios, y llevarlos a la pileta.
¡Agus, si querés, podés sacarte la remerita mojada, y colgarla para que se seque para mañana! ¡Total, Mica te puede prestar una! ¡A mí no me va a impresionar verte en corpiño, siempre que a vos no te moleste!, comentó mi papi desde la cocina. Una vez que volvió, se sentó en el sillón y atendió un llamado, el que resolvió rápidamente. Acto seguido dijo: ¡Mica, yo en un ratito me voy a dormir! ¿Agus se queda?
¡Sí pa, es muy tarde para que se vaya ahora a su casa! ¡Mañana sale conmigo, y vamos a la escuela juntas!, le dije, anteponiéndome a Agus, sabiendo que seguro diría que podía tomarse un taxi. Yo la miré con la complicidad que nos profesábamos, y ella entendió que teníamos muchas cosas de las que hablar, y que tal vez, íbamos a dormir muy poco.
¡Me parece perfecto hija! ¿Pero, antes, te puedo pedir un favor? ¡Bueno, es posible que necesite la ayuda de Agus!, dijo papá, apagando el televisor y acomodándose en el sillón, luego de quitarse los zapatos. Para colmo Agus se había sacado la remera, y verla en corpiño me estaba excitando demasiado. Nunca había hecho nada con una chica, y tenía miedo de tentarme con mi mejor amiga. Quizás, eso sí que no me lo perdonaría, pensaba, justo cuando mi padre volvió a interrumpirme.
¡Todo lo que quiero que hagas Mica, es, es que te pares cerquita mío, que abras las piernas y te manosees la conchita! ¡Hoy voy a dormir solito! ¡Creo que es justo, teniendo en cuenta que vas a compartir la noche con tu amiga!, decía, mientras Agus abría sus ojos azules bien grandes. Yo me levanté para mostrarme de pie ante mi padre. Abrí las piernas y empecé a masajearme la vagina, sin bajarme la bombacha, y a sacarle la lengua.
¿Así papi? ¿Querés que me toque toda la chuchita?, le dije con voz de putita mientras me daba unos golpecitos en la vulva. Pero mi padre me prohibió seguir hablando.
¡Calladita Mica, que no estamos solos! ¡Ahora, date vuelta, y mostrame la cola!, me solicitó agravando su respiración. Ni bien me di la vuelta, me azoté la cola tres veces. Entonces, él llamó a Agus. Ella no supo si sumarse a sus designios, o si permanecer sentada, petrificada y confundida como estaba.
¡Dale Agus, solo necesito que hagas una cosita, nada más!, le pidió gentil mi padre, y Agus se me acercó lentamente.
¿Qué quiere que haga señor?, balbuceó insegura y temerosa.
¡Solo, que le metas toda la bombacha adentro de la cola! ¿Podrás?, le explicó mi padre. Sentí de inmediato los dedos fríos de Agus separar mis nalgas, introducir mi bombacha entre ellas, y luego subir sus elásticos con fuerza, de modo que toda mi cola permaneciera desnuda.
¡Ahora hija, hacete pis!, me pidió mi padre.
¡No pa, no quiero! ¡Acordate que no estamos solos!, le contesté. Pero mi padre, primero le prohibió a Agus moverse de mi lado, y luego se levantó del sillón para acariciarme la cola.
¡Dale bebé, hacete pichí para papá, así esta noche no la paso tan mal!, me dijo con dulzura. Pero como yo seguía sin complacerlo, me dio tres chirlos, mientras me decía sin perder la paciencia ni la ternura: ¡Vamos Miqui, meate bebota, ya, quiero que te mees encima, y que tu amiga te vea hacerte pis como lo hacés siempre en casa!
Esta vez no pude evitarlo. Luego del quinto chirlo, mi padre volvió a su sillón para admirar cómo poco a poco las piernas me chorreaban, los pies se me empapaban, que la bombacha se me desbordaba, y mis lágrimas impotentes me ponían en ridículo ante mi mejor amiga. Pero ella no decía nada, ni se alejaba de mi lado, ni murmuraba. Parecía que ni se atrevía a respirar.
¡Muuuuy bien hija! ¡Te felicito! ¡Así que, ahora, me gustaría que Agus, bueno, si ella quiere, que te saque la bombacha, y me la dé en la mano! ¿Puede ser Agus?, resolvió mi papi, ahora un poco más agitado al hablar, como si tuviese la boca seca. Yo sabía que seguro tendría la pija a punto de reventarle de leche. Sin embargo, de pronto estaba levantando mis pies para que Agus me pueda quitar la bombacha con mayor facilidad. Al principio puso carita de asco. Pero mi padre la convenció que solo se lo pediría aquella vez. Además, hasta se atrevió a insinuarle que su madre podría enterarse de su relación incestuosa con su hermano.
¡Gracias chiquita! ¡No sabés lo feliz que me hacés!, le dijo mi padre ni bien ella le dio mi bombacha. La vi secarse las manos en el pantalón, y luego dudar entre si ir al baño, hablarme, o subir conmigo a mi cuarto. Yo permanecía desnuda, de pie, húmeda y con la concha evidentemente rebalsada de flujos, delante de mi padre y de mi mejor amiga, sin poder mencionar una sílaba siquiera.
¿Nunca notaste si, si alguna vez, Mica fue a la universidad con olor a pichí?, le preguntó mi padre, justo cuando ella abría la boca para hablarme.
¡No te digo en el colegio, porque nosotros, hace poquito que empezamos con estas locuritas!, agregó mi papi, disfrutando del desconcierto de Agustina.
¡Ahora que lo dice, puede ser, puede, yo creo que sí! ¡Y más que nada la semana pasada! ¡En la escuela no me acuerdo sinceramente! ¿A usted le excita que, que su, su hija, se mee encima?, preguntó Agus, como si yo no estuviese presente entre ellos.
¡Agus, vamos a dormir, que ya es tarde! ¿Dale?, le dije, cortando todo erotismo del ambiente. Mi padre le guiñó un ojo, y tras guardarse mi culote meado en el bolsillo derecho de su pantalón, se levantó arrogante, con paso firme hacia la escalera. Desconectó su celular del cargador, cerró una ventana, y antes de irse a su cuarto me pellizcó la cola mientras me daba un beso en la mejilla para desearme las buenas noches. No se olvidó de saludar a Agus con otro beso igual, mientras le susurraba: ¡Tenés unas tetas hermosas Agus! ¡No sé si lo sabías, o si alguien ya te lo dijo! ¡Aaah, y tuteame si querés, que me siento viejo cuando me tratan de usted, y no me copa mucho que digamos!
Entonces, unos celos horribles me invadieron sin reservas, mientras mi padre gritaba: ¡Hasta mañana chicas!, entrando a su cuarto, y nosotras subíamos las escaleras rumbo al mío, que por suerte no estaba taaan desordenado.
¿Qué onda boluda? ¿Tu papá, se fue a dormir con tu bombacha? ¡No me digas que el cerdo se pajea oliendo tus bombachas! ¿Y, por qué te pidió que te mees encima? ¿Vos le viste la pija desnuda a tu viejo? ¡No me vas a decir que no te diste cuenta que, ahora la tenía re al palo! ¿Se comieron la boca alguna vez? ¿Te mamó las tetas ese degenerado? ¡Posta nena, que son re zarpados!, me asaltaba a preguntas mi amiga, echándose en la cama, pero sin un atisbo de relajación. Tenía el cuerpo tenso, la mirada perpleja y los labios ansiosos por más preguntas. Yo estaba parada en la puerta, como sin reacción. Evidentemente necesitaba una cachetada que me devuelva a la realidad. Entonces, caminé hasta la cama, y encendí un velador para apagar la luz del techo. Ese ambiente de iluminación tenue y con las cortinas cerradas, era un mejor espacio en el que confiarle todo, aunque yo no esperaba que fuese tan sencillo.
¡No sé Agus! ¡Todo se dio de una forma muuuy loca! ¡A mi viejo le caliento hace bocha, y, bueno, parece que desde que, se murió mi madre, bueno, todo se le confundió en la mente! ¡A veces, pienso que yo le recuerdo a ella, cuando era pendeja! ¡Pero, a mí también me calienta lo que me hace! ¡Vas a decir que estoy enferma! ¡Pero, ni bien llego del colegio me quedo en bombacha para él! ¡Hace un poco más de un año que lo hacemos! ¡Y bueno, obvio que, algunas cositas pasaron entre nosotros! ¡Le chupé la pija, y, bue, también me la metió en la concha! ¡Hasta ahora, solo me cogió una vez! ¡Fue el día de su cumpleaños!, le expliqué como pude. De repente, estaba sentada, poniéndola al día de todo cuanto hicimos con mi padre. Ella me escuchaba con exclamaciones, sin atreverse a preguntarme. Seguro entendió que necesitaba explayarme. Cuando llegué a lo del cumple, al momento en que todos comenzaron a friccionar sus pijas contra mi entrepierna, y yo en bombacha tumbada sobre la mesa donde antes habíamos comido, me pidió permiso para sacarse el pantalón. Ni siquiera me importó que, enseguida se estuviese sobando la chucha sobre la bombacha mientras me escuchaba, ahora gimiendo de vez en vez.
¡Boludita… vos me estás chamullando! ¡No puede ser que sólo te haya garchado una vez! ¡De la forma con la que te nalgueaba, da la sensación que lo vuelve loco tu cola! ¿Y, encima te entregaba a sus amigos? ¿Y le gustaba que te rozaran el culo con chorizos? ¡Y encima te cogió delante de todos, y después los echó al carajo? ¡Pará boluda, esto es demasiado! ¡Me voy a acabar encima, no no no no, eso, no puede ser!, concluía Agus, agitándose, abriendo las piernas y frotándose la vulva con mayores desenfrenos. Yo solo le contestaba que sí, o la miraba acentuando respuestas en silencio.
¡Basta taradita, dejá de pajearte en mi cama nena!, le dije de repente, agarrándole la mano con la que se tocaba. Ella se quedó inmóvil por un ratito. Yo, sin saber por qué le di un beso en la mano, y me metí dos de sus dedos en la boca para lamérselos. Inmediatamente el aroma de su intimidad me confundió.
¡Mmmmm, qué cochina que es la Micu! ¿Y así le comiste el pito a tu papi? ¿Qué se siente tener todo el pito de tu papá en la concha pendeja?, me preguntó con una vocecita de gata callejera que, solo le había oído al teléfono, la vez que me contó lo de su hermano.
¡No sé Agus… eso, tendrías que preguntárselo a él! ¡Pero, tener todo ese pedazo adentro, no sé, me hizo sentir muy puta! ¡Creo que igual que cuando me metí la pija de mi hermano en la boca! ¿Te acordás de Gabriel? ¡Bueno, una noche vino a casa, y se dio!, le decía, ahora acariciándole las piernas, sintiendo en las yemas de mis dedos que su piel ardía, que sus músculos tiritaban y su calor corporal aumentaba considerablemente. Entonces, le conté la noche que mi hermano nos visitó, de sus problemas con su ex, y de cómo mi papi expuso nuestra situación ante él. Le detallé lo del chico del delivery, que después Gabriel olió mi sexo, y que me hice la paja ante sus ojos. Claramente, también el momento en que lo abordé mientras fingía que dormía.
¡Sacame las medias nena! ¡No puede ser! ¡Te tragaste la leche de tu hermano! ¡Sos una putísima del carajo conchuda! ¡Yo quiero comerme la pija de mi hermano! ¡Aunque, bueno, el muy turro me acabó adentro! ¡Al otro día me mandé la pastilla del día después, por las dudas!, me decía ella, mientras yo le quitaba las medias. Veía desde ese ángulo sus piernas abiertas, y la humedad de su bombacha violeta, desde donde comenzaba su vagina hasta un poco más abajo, y el clítoris me gritaba impaciente. Tuve que frotármelo con un dedo, suponiendo que así calmaría un poco mi lujuria contenida. Pero ya no obtenía buenos resultados. Algo adentro mío me empujaba a arrancarle la bombacha de un solo manotazo, a separarle las piernas y mirarle la concha. No sé por qué me pasaba eso, teniendo en cuenta que nunca me había fijado en una chica. Supongo que, electrificada por tantas sensaciones dispersas, fue que me tiré encima de ella, abriendo mi boca para primero morderle una teta sobre el corpiño, diciéndole: ¿Y se siente rico la lechita de tu hermano en la chuchi bebé?
Agus se sorprendió de tal manera que, por momento quiso pegarme, y de pronto me apretaba la cabeza para que vuelva a morderle la teta.
¡Salí de acá tarada, que estás toda meada! ¡Andá a lavarte pendeja!, me decía Agus, mientras yo le desprendía el corpiño para quitárselo, como si le robara una moneda a la fuente de los deseos de la plaza del barrio. Entonces, todo fue muy rápido. De pronto, mis manos le tironeaban la bombacha, y mi pierna se frotaba contra su concha caliente y flujosa, con la misma algarabía con la que su pierna buscaba frotarse en la mía. Nos comimos la boca, ella me pedía la lengua adentro de sus dientitos, y las dos empezamos a darnos tetazos, a escupirnos los pezones y a intensificar nuestras frotadas.
¡Boluda, pará un poco, que me vas a hacer acabar!, me gimió al oído, en el exacto segundo que uno de mis dedos lograba rozarle el orificio de su vagina.
¡Estás re mojada putita! ¿Te calentó verle el bulto a mi papi? ¿O a mí, haciéndome pichí para él?, le dije mientras ella me mordía una teta para hacerme callar, y yo golpeaba su conchita con mi pierna. Ella no respondía. Pero jadeaba, se llenaba de baba y sudor, y no parecía querer soltarme.
¡Ustedes están enfermos Mica! ¡Y sí, obvio que me calentó verle la pija parada a tu viejo! ¡Y a vos moverle la cola, y después mearte así!, decía, mientras nos mordisqueábamos los mentones, y por momentos nos escupíamos la cara. A veces, ella me mordía los labios diciéndome: ¡Putita reventada, sucia, viciosa de mierda! Y yo le hacía lo mismo, jurándole palabritas similares.
Hasta que, justo cuando habíamos comenzado a darnos unas terribles nalgadas, ya enroscadas, abrazadas y con nuestros rostros repletos de saliva, ella se separó de mí como si me tuviese asco, y me acomodó boca arriba, repitiendo todo el tiempo con un tono desafiante: ¿Querés concha pendeja? ¡Jodete taradita! ¡Vos te la buscaste!
Entonces, la vi terminar de sacarse la bombacha, y luego acomodarse poco a poco arriba de mi cuerpo expectante, como si le urgiera sentarse sobre mi pecho. Pero, la muy chancha lo hizo sobre mi rostro, coincidiendo lo mejor que pudo el orificio de su vagina a mi boca, y mientras se aferraba al respaldo de la cama, comenzó a friccionarla contra toda mi cara, al tiempo que me gritaba: ¡Chupala nena, comeme la concha, abrí la boquita sucia, que seguro te morís por comerme la concha! ¡Es lo único que te falta guacha!
¡No podía creer lo que estaba viviendo! Tenía la concha de Agus en mi boca. Mis dedos le abrían los labios vaginales y le descubrían el clítoris tan duro como el carozo de un durazno, y se sumergían en lo más recóndito de sus jugos. Mi lengua entraba y salía de su sexo, mi boca succionaba sus pliegues, y mi mentón comenzaba a arder de tantas fricciones. Para colmo, ella me pedía chirlos para su cola, con los que gemía con mayores bríos, y se atrevía a decirme: ¡Cómo te gusta la conchita de la Agus nenita… abrí bien esa boquita… dale que me re mojo con esa lengua… sos una golosa pendeja!
Yo estaba tan caliente que, tuve que flexionar uno de mis pies para rozarme la vagina. Me ayudaba un poco con una mano de vez en cuando. No sé en qué momento reparé en que me había hecho pis, casi que involuntariamente. Pero supongo que fue luego de los pedos de Agus, mientras yo le puerteaba el orto con un dedo, sin parar de saborearle la almejita, tratando de frotarme el talón en la vulva. Me embriagaba su olor fuerte, su sabor entre salado y agrio, lo espeso de sus jugos que cada vez se amontonaban más en mi boca, y sus gemidos de actriz del porno yanqui. Obvio que no pude evitar que acabe sobre mi cara, con mi lengua muerta de dolor adentro de su vagina, con su pubis irritado de tanto fregarse y refregarse. Su respiración estaba cada vez más peligrosa. Pero nada, ni siquiera su acabada feroz me excitó tanto como el aullido que me dedicó mientras alcanzaba su orgasmo mejor guardado.
¡Aaaay, asíiii putaaaaa, ayyyy, asíiii asíiii asíiii, te acabo todoooo, comete todo negrita suciaaaa, comete mi conchaaaaa, y tragate mi lecheeee, asíii, que me chorrea toda la chucha por vos pendejaaaa!, decía, mientras sus caderas perdían equilibrio, y sus manos ya no recobraban fuerzas para sostenerla en el respaldo. Por eso, ni bien terminó de darme la última envestida, y su último chorro de flujo golpeó mi nariz como si fuese un disparo de soda, resbaló por la cama y se cayó al suelo. Yo no pude evitar reírme, y sacarle una fotito, así, desnuda como estaba, con los ojos extraviados, y la cola roja de tantos chirlos que le di sin parar, hasta que al fin acabó. Si hubiese sido por mí, ponía esa fotito en mi estado de Whatsapp. Pero no podía hacerle eso, ni exponernos tanto.
No sabía qué sería de nosotras apenas la realidad nos devolviera nuestras personalidades, nuestros colores y rostros felices. Pensé que ella me iba a mandar a la mierda, o que yo le pediría disculpas. Ninguna dijo nada durante un rato. Hasta que ella se levantó como impulsada por un ventilador invisible. Se puso de pie, buscó su bombacha y se la colocó, y entonces, me dio un chupón en la teta derecha. Se me había acercado con tanta parsimonia que, por un instante creí que me ligaría un cachetazo.
¿Qué pasó Micu? ¿Te hiciste pipí?, me dijo, haciendo voz de nenita de escuela primaria, al observar que la sábana estaba mojada. Le dije que sí, que no pude contenerme. Aunque, también podía tratarse de un squirt. Pero yo me conocía, y no podía ser otra cosa que pipí.
¡Perdón Agus! ¡Si querés, yo, o sea, vos andá a dormir al sillón del living, y yo, no tengo drama… yo duermo acá!, le dije, haciéndole carita de pobrecita. Agus permaneció de pie junto a la ventana. Parecía pensar en mi propuesta.
¡Nada de eso amiguita! ¡Yo voy a dormir con vos, en esta cama! ¡Total, es un poquito de pis, y nada más! ¡Mañana, cuando tu papi nos venga a despertar, se va a enterar que su hija se hizo pis en la cama con su amiga! ¿Cómo pensás que puede reaccionar tu papi nenita?, me decía luego, un minuto más tarde, revoleada encima de mí, comiéndome las tetas a besos, introduciendo sus dedos en mi boca, y pidiéndome que le lama el cuello.
¡Y por favor Micu, no te pierdas la posibilidad de pedirle a tu viejo que te rompa la cola! ¡Y, mañana, vas a ir a la facu sin bañarte! ¿Estamos?, me dijo luego, cuando nuestro concierto de chupones nos condujo a pajearnos una vez más, yo a ella, y ella a mí, hasta que nos enredamos en un orgasmo que nos obligó a más besos babosos por todos nuestros rincones.
¡Micu, yo también quiero verte en bombacha, y a solas! ¡Así que, cuando vayas a casa, y no haya nadie, te quedás en bombachita!, me dijo en la facu, a la mañana siguiente, en medio de un parcial escrito de economía. Yo estaba segura que ella lo aprobaba porque había estudiado. En cuanto a mí, últimamente no me andaba la cabeza para ponerla al servicio de la carrera.
¿Mica, venís a casa, al mediodía? ¡Mi vieja me mandó un SMS, para avisarme que se va a lo de su hermana, es decir, mi tía!, me dijo una vez que caminábamos juntas a la parada de colectivos.
¡Dale, copate, que pido unas pizzas, o unas hamburguesas, y te ayudo a preparar el práctico para Ramírez! ¡Acordate que hay que entregarlo mañana, y es obligatorio!, me decía, justo cuando el micro abría sus puertas para que un par de viejitos desciendan, y entonces nosotras podamos subirnos.
¡Ya le avisé a mi viejo para que no me espere a comer!, le dije, ni bien ella se sentó a mi lado, luego de pagar los pasajes en la máquina, y su cara se iluminó más que el sol que nos encandilaba por las ventanillas.
¡Buenísimo Micu! ¡Pero, eso sí! ¡Yo te hago el práctico, con la condición de que, ni bien entremos a mi casa, te saques la ropa nena! ¡Quiero verte en bombacha! ¡No llegué a ver cuál te pusiste esta mañana, zorrita!, me dijo cerquita del oído, mientras soplaba mi cuello. Después me lamió el lóbulo de la oreja, y me sobó las piernas. No entendía por qué no me salía hablarle siquiera. Era como si realmente estuviese dominando mis acciones, tal como lo hacía mi papi.
¡Me mata tu olor a sexo, y a pipí Micu! ¡Ahora sé por qué tu papi se pone así con vos!, me dijo después, mientras me metía un caramelo de cereza en la boca. Yo no se lo había pedido. Tampoco me imaginé que fuera capaz de comerme la boca en el colectivo, después de hacerme reír con un meme gracioso que el primo le envió. Ese beso hizo que la tela de mi bombacha se caliente con unas buenas gotas de flujo que salieron en tropel de mi vagina. Para colmo, sentía la insoportable cosquilla en mi abdomen, como si quisiera mearme encima, sacarme la ropa, apretarme una teta, sacar la lengua para tocar la suya, y necesitar algo duro apoyándose bien fuerte contra mi cola. Todo eso junto. Quería bajarme ya de ese ruidoso colectivo, aunque no estaba segura de quedarme en bombacha delante de Agustina. Pero sabía que no me libraría de aquello. Además, yo necesitaba entregar ese puto práctico.
¡Dale nena, entrá, y una vez que cierre con llave, ya sabés lo que tenés que hacer!, me dijo, ni bien cruzamos la puerta de entrada de su casa. Ella me quitó la mochila y la cartera, y las juntó con sus cosas arriba del sillón. Después cerró la puerta con llave. Yo seguía inmóvil, de pie y confundida.
¿Qué onda Miqui? ¿Tenés miedo? ¡Sacate la ropita nena, que yo ya pido las pizzas!, me dijo después, liberando una de sus tetas del corpiño para fregármela en la cara. El olor del perfume de su piel, y la suavidad de su pezón erecto volvió a humedecerme la bombacha un poquito más, en una nueva estampida de mi clítoris. Agus me pasó sus dedos por la boca cerrada, tocó la punta de mi nariz con su lengua para emborracharme con su aliento a cereza, y me mordió un labio.
¡Dale perra, desnudate, y después sacame los zapatos, la pollera y la bombacha!, me dijo separándose de mí, revoleándose enseguida en un sillón individual con su celular en la mano. Entonces, como si fuese una modelo de una publi berreta, empecé a desvestirme. Me saqué el suéter negro de media estación para arrojárselo en la cabeza. Como ella deliró con mi jugueteo, hice lo mismo con mi remera gris. Solo que ella la olió y besuqueó, sacándome la lengua por la abertura que me hacía con su índice y pulgar, moviéndola, como si esos dedos fuesen una concha. Entonces, me quité el corpiño para tirárselo. Ella lo atajó en el aire, lo escupió y se lo frotó en la entrepierna, bajo la oscuridad de su pollera. Cuando me saqué los zapatos, sonó el timbre. La muy traidora había pedido unas pizzas por Whatsapp, y por escrito, para que yo no la escuche pedirlas. Supongo que para no interrumpir mi exhibición.
¡Andá mi amor, así como estás! ¡Es el chico de las pizzas! ¡Quiero que se le pare la verga, mirándote las tetas!, me ordenó con la cara radiante de satisfacción. Yo ya estaba acostumbrada a calentar a los tipos. Por eso, después de agarrar la billetera que Agus me revoleó para que le pague, abrí la puerta, con las tetas al aire.
¡Uuuuh, perdón señorita! ¡Pasa que, vine un poco temprano me parece! ¡Si quiere, vuelvo en un rato!, dijo el pelado, todavía montado en su bici, y con las cajas de pizza en la mano.
¡No bebé, tranquilo, que yo soy la que te atendí así! ¡Es más, si llegabas 10 minutos más tarde, te atendía en bolas, o en bombacha! ¿Cuánto es?, le dije, advirtiendo que su mente no podía procesar mis palabras, y que sus ojos me succionaban los pezones. Obviamente, aquella situación obligó a mi vagina a seguir expulsando flujos como gotas de lava sobre mi bombacha.
¡Son… son 270… más 20 por el envío! ¡Bueno, por ahí me doy una vueltita más tarde! ¿Cómo la ves? ¡Bah, digo, si te sentís sola, con esas gomas, avisame morocha!, me dijo, como si estuviese hablándose a sí mismo.
¡No te hagas ilusiones bebé, y cobrame de una vez, que estaba haciendo el amor con mi novia, y me re cortaste el mambo! ¡Tomá, tengo 300, pero ni te preocupes por el cambio!, le decía, extendiéndole el dinero, mientras él me alcanzaba las pizzas. En eso escuché que Agus se reía con una satisfecha ironía. No conforme con eso, se atrevió a gritar: ¡Dale mi amoooor, que tengo los pezones paraditos! ¿Quién es?
¡Es el de las pizzas! ¡Ahí voy chanchita!, le dije, mirando hacia adentro de la casa. Cuando observé al pibe por última vez, antes de cerrar la puerta, lo vi acomodarse el paquete sobre el pantalón, comerme las tetas con los ojos y balbucear algo, con la boca torcida en una mueca lasciva que, me llevó a mojarme un poquito más. Y entonces, una vez que regresé a los ojos de Agus, la muy cínica me pidió que me saque el pantalón, y que así como estaba, es decir, en bombacha, le traiga una cerveza de la heladera, dos vasos, y que después me siente en el suelo a comer una porción de pizza.
¡Y calladita amiga… no quiero que hables… solo, solo quiero verte mover esa burra, con esa bombachita hermosa!, me dijo, a unos segundos que mis manos depositen la única botella de birra que encontré sobre la mesita ratona.
¡Pará Mica, antes de ir a la cocina por los vasos, metete la bombacha bien adentro del culo, y date una vueltita para mí!, me pidió mi amiga, que ahora me dominaba con todas las facilidades, ya que mi cuerpo no sabía defenderse. Sentía sus ojos clavarse en los poros de mi piel, una vez que me metí toda la bombacha entre las nalgas, y di unas volteretas en puntitas de pie, como si bailara un tema imaginario, y antes de entrar en la cocina, le tiré dos besos, le saqué la lengua y me separé las nalgas. Ella deliró en un gemidito agudo, al que le siguieron varios suspiros.
¡Qué putita provocadora que sos bebéeeeé! ¡Te como toda mamu… estás divina amiguita… con razón tu papi te la quiere dar todo el día!, me dijo una vez que me senté en la alfombra, casi al frente de ella, que permanecía en el sillón con las piernas cada vez más separadas entre sí.
¡Che Micu, dale tonta, agarrá una porción, y comé… que después, tu papi va a decir que te mato de hambre!, me dijo con la boca llena, cuando yo era incapaz de realizar un movimiento sin su autorización. Me sentía una nena de 6 años, esperando que su mami la peine, o le cambie las medias, o la envuelva en un toallón calentito luego de una ducha confortable.
¡Además, estoy segura que no me equivoco… porque, por lo que vi, tenés la bombacha mojada nena! ¿Te measte? ¿O son tus flujos de calentona?, me dijo pronto, acariciándome el pelo. Pero ninguna de las dos estaba en paz consigo misma. Ella suspiraba mientras comía, y yo, temblaba sintiendo la humedad de mi bombachita en mi vagina, la alfombra rozarme la cola, los pezones cada vez más duros ante la mirada de mi amiga, y la boca ávida por la pija de mi papi. ¡En ese momento sentía que no quería otra cosa que tomar la mamadera calentita de mi rey! Pero entonces, ella estiró uno de sus pies para pegarme con la puntita en mi hombro.
¡Sacame las sandalias nena, y tomate un vasito de birra, antes que se caliente, como tu concha!, me dijo, luego de escupir el carozo de la aceituna que estaba comiendo en el suelo. Como no le obedecí de inmediato, me pegó en la cabeza con su pie mientras me recordaba mi posición: ¡Dale nena, que no hace falta que tenga pija para dominarte! ¡Sacame las sandalias, y besame los pies!
Entonces, ni bien me terminé un vaso de cerveza, de eructar y acomodarme mejor, le desabroché las sandalias y se las quité. La guacha tenía las uñas pintadas de rojo, con unos dibujos re copados. Sus pies eran suaves, con dedos largos, tersos y tibios. Tenía las plantas sudadas, los tobillos delicados y un aroma especial acumulado en sus arcos perfectos que, sin ser desagradable comenzaba a inundarme toda. Sabía que Agus se perfuma demasiado, y agradecí que no llevara a cabo el mismo ritual con sus pies. Primero me acerqué su pie derecho a la boca, y no pude resistirlo. ¡Nunca había sentido tantas ganas de besar un pie como en ese momento! Por eso se lo besé, olí y lamí sus dedos, y luego le mordisqueé el talón. Hice lo mismo con su otro pie, sabiendo que mi amiga empezaba a disfrutarlo. En el auge, o en los principios de la excitación, suelen decirse cosas irrelevantes, o demasiado guardadas dentro del plano de la fantasía, y ella no se reservaba confesiones.
¡Asíiii mamiiii, chupame las patas pendejaaaa… quién iba a decir, que mi amiguita le chupara la pija a su papi… asíii, no pares guacha, amame los piecitos, besalos todos, comételos nena, chupame los dedos… me encantaría que tu papi me los llene de leche zorrita, o que vos me los mees… uooooou, asíii, aaaaay, mordeme conchuda, asíii, qué zorruda me ponés nena… así bebé, sos una chupa pitos, una pendejita enferma, incestuosa, y seguro que ahora la concha te vuela de calentura putita! ¡Y, pensar que, nunca te tiré la onda de coger, porque pensé que eras normalita, pendeja sucia! ¡Pero siempre te miré en bolas, y me calenté mirándote las tetas, y la bombacha toda adentro del orto nena! ¡Por eso siempre amé que te quedes a dormir en casa!, me decía agarrándome de los pelos para que mi boca y nariz no se despeguen de sus pies cada vez más babeados, me cacheteaba las mejillas, me abría la boca para meterme alguna aceituna, y de vez en cuando me frotaba sus pies en las tetas, regalándome unos sofocones eléctricos que me sacudían la poca armonía que me quedaba.
¡Cómo te gusta que tu amiguita te toque las tetas con los pies, sucia!, me gritaba mientras me tironeaba las orejas, amasándome las gomas con los pies, una vez que yo se los escupía. Cuando se me escapó otro eructo, me dijo que era una puerca, y entonces el chip de su cerebro mutó a otra idea de sus placeres descontrolados.
¡Abrí las piernas cerda, y acercate un poquito más a mí!, me ordenó, tomando ella misma posesión de mi cuerpo al traerme de los hombros hacia el sillón. De repente, sin que yo pudiera imaginarlo, metió uno de sus pies adentro de mi bombacha para fregarlo con agilidad contra mi vagina.
¡La tenés toda mojada puta! ¡Vamos, abrí la boca, y limpiame el pie de tus jugos de trola, dale guachita!, me decía, una vez que retiró su pie de mi sexo, haciendo resonar el chicotazo de mi bombacha en mi piel, para fregarlo ahora en mi rostro. Entonces, le lamí el pie, volví a deslizar mi lengua por entre sus dedos, y saboreé cada trocito de su tobillo, empeine y talón, mientras ella lograba con todo éxito introducir su otro pie bajo mi bombacha.
¡Ahora te toca el otro viciosa, dale, qué rico que me los chupás conchudita!, decía al instante, cuando me acercaba su otro pie a la boca, y escondía el que yo le ensalivé con creces junto a mi sexo. Esta vez, mientras mi boca sorbía, lamía, mordisqueaba y aspiraba los restos de mis jugos mezclados con su sudor frenético, Agus se atrevió a hundir su dedo gordo en mi vagina, y empezó a mover su pie como si me estuviese penetrando. Ya no podía evitar gemir como una loca, ni aferrarme a su pie para besárselo como si le hiciera el amor a su belleza, ni dejar de apretarme las tetas, con los ojos cerrados, pero el resto de mis sentidos más que despiertos.
¿Te gusta cerda? ¿Te gusta cómo te coge mi piecito? ¡Sos una chancha amiguita! ¡Vamos, ponete en cuatro, así te meto un dedito en la cola! ¿Querés bebé? ¡Seeee, lo re contra querés, puta, porque sos re puta amiguita!, me decía, moviendo su pie con tantas ganas, que era inevitable que mi clítoris no se encontrara con él, vibrando expectante, sabiéndose indefenso y ardiente.
¡Gozá puta, así, movete, tocate las tetas, y chupame el pie cerdita, vamos, te quiero bien sucia nena, y abrí los ojitos, para que veas cómo tu amiga te hace gozar con su piecito, el que vos me babeaste todo, cochina!, me decía sin separar mi boca de su pie derecho, el que por momentos no me dejaba articular ni un gemido, ya que Agus pretendía que le haga espacio a sus 5 dedos, y un poquito más. Entretanto, su pie izquierdo estaba cada vez más cerca de sacudirme en un orgasmo, del que no conocía sus consecuencias. En ocasiones como esas, sentada en el suelo y con algún juguetito entrando y saliendo de mi sexo, solía tener un squirt delicioso. Pero ahora no estaba en mi habitación, que es donde experimenté esas cosas desde que descubrí las maravillas de la masturbación. Sin embargo, lo que más temía era hacerme pis en la impecable alfombra de la casa de mi amiga.
¡Dale trolita, ponete en cuatro, ya, y apuntá el culo hacia mí!, me gritoneó, retirando su pie de mi conchita jugosa, quizás cuando menos me lo hubiese esperado. La odié por eso, porque, si al menos me habría tenido algo de compasión, mi lechita vaginal le hubiese empapado su piecito de princesa. Pero, Agustina, al igual que mi padre, tenía algo más allá de mi poca autoestima, mi calentura dispuesta a dejarse propasar, o mi necesidad imperiosa de obedecer. Por eso no iba a discutir sus decisiones. Me levanté con un mareo que me nublaba la vista, y me puse tal como me lo solicitó.
¡Qué hermoso culo tenés amiguita! ¡No entiendo cómo tu papi todavía no te lo estrenó! ¡Se debe morir de ganas por meterte el pito en la cola!, me decía bajito, mientras me acariciaba y nalgueaba el culo, el que yo le paraba arqueando la columna, sabiendo que eso la excitaría más. Agus ahora estaba detrás de mí, aunque ignoro si arrodillada, o de cuclillas, porque no me dejaba mirarla. De pronto, acercó su cara a mi culo, y me asestó tres mordidas salvajes en la misma nalga, haciéndome chillar. Después estiró mi bombacha y detonó dos escupidas entre ella y mis nalgas, las que intentaba abrirme con una mano.
¡Eso es para que tengas la colita limpia bebé!, me decía, mientras al parecer se sentaba en el suelo. Luego sentí la tibieza de sus pies acariciándome el culo, y de nuevo, sin darme tiempo a recordar mi nombre, hundió uno de sus pies entre mi bombacha y mis glúteos. No tardó en dar con mi ano caliente, lubricado por su saliva y repleto de cosquillitas. Ahora su pulgar friccionaba mi agujero, lo punzaba y erosionaba peligrosamente, y no me caben dudas de que, si no hubiese sonado su celular, habría conseguido meterme el dedo adentro.
¿Quién mierda será?, dijo indignada, levantándose como una tormenta del piso para alcanzar su móvil. Entonces la escuché hablar con su madre, y vi cómo palidecía su sonrisa cargada de lujuria. Al parecer, su madre y hermana estaban a 3 minutos de llegar. ¡Nunca había visto a Agus tan decepcionada! Revoleó su celular, me dio un azote en el culo para descargar su rabia que me hizo lagrimear, y se sentó en el sillón.
¡Vamos, dale pendeja, apurate, que mi vieja ya viene! ¡Dale boluda, vení acá!, me decía tocándose las tetas y abriendo las piernas.
¡Vamos, a lo tuyo, bajame la bombacha y comeme la concha!, me pidió cuando ya estaba entre ellas, arrodillada y con la bombacha empapada por su saliva, mis flujos y algunas impertinentes gotitas de pichí, las que se me escaparon cuando me dio el último chirlo.
¡Dale putita! ¿Qué esperás? ¡Chupame la concha nena, que no aguanto más!, me dijo al ver mi cara sin expresión, aunque no buscaba desafiarla. Todavía recordaba la vez que nos peleamos en segundo del secundario, y sabía que Agus era excelente para agarrarse a piñas hasta con los varones. Ese día volví a casa con un diente roto y la nariz hecha un río de sangre. Todo fue porque ella se enteró que yo me había chuponeado con un pibe que le gustaba en ese momento. Por eso tenía en claro que no era buena idea hacerla enojar. Entonces, le bajé la bombacha empapada, le separé un poco más las piernas, fregué mi nariz y boca cerrada contra sus labios vaginales, y ella comenzó a presionar mi cabeza.
¡Dale tarada, sacá la lengua, y lameme, chupame, comeme toda! ¡Lo único, no te hagas pichí ahora nena, que mi madre ya llega! ¡Dale putitaaa, asíiii, chupáaaa, abrí la geta nenaaaa, comete mi calentura putita, dale amigaaa, que vos me pusiste así de putaaaaa!, empezó a decir, con la voz cada vez más distorsionada. Sus piernas atenazaban mi cabeza con fuerza, su culito divino resbalaba contra el sillón para que su pubis colisione con mayor facilidad contra mi rostro, y sus palabras ya no se conectaban entre sí. Mi lengua hacía que su clítoris palpite endurecido y caliente, y su cuerpo parecía al borde de desmembrarse de tantas descargas que mis dedos le obsequiaban, ya que no paraba de cogerle la vagina con tres de ellos. Ni siquiera le importó tirarse un par de pedos cuando mis dientitos le mordisquearon los labios, todavía con la punta de mi lengua contra su botoncito preciado. ¡Y lo peor fue que a mí me encantó que prácticamente se cagara así en mi cara! Pero, de repente, un grito ensordecedor le estranguló la garganta, y estuvo al borde de caerse sobre toda mi humanidad cuando una oleada de flujos la sumió en un orgasmo difícil de explicar. Yo conocía a mi amiga acabando, pero siempre con una pija en la concha, ya que un par de veces nos enfiestamos con algún pibito de la escuela. Pero nunca la creí capaz de disfrutar con una lengua en su conchita, ¡y menos con mi propia lengua, la lengua de su mejor amiga!
¡Aaaaaay, qué puta hermosa que resultaste, trolita! ¡Y encima somos amiguiiiiis!, decía emocionada, mientras las últimas contracciones parecían llevarla a un sentimiento extraño. Por momentos daba la sensación de que se largaría a llorar. Entonces, poco a poco fui saliendo de adentro de su pollera, y ni me preocupé por subirle la bombacha. Ella me miraba desconcertada, pero con una felicidad que no le era propia. No obstante, no había tiempo para relajarse. Supongo que si, eso hubiese sido posible, tal vez nos comíamos a besos, o yo le hubiese mamado las gomas, o ella habría pedido que le coja la chuchi con mis pies. De hecho, el timbre sonó en el exacto segundo en que ella se arreglaba la ropa.
¡Boluda, llegaron! ¡Agarrá rápido tu ropa, y escondete en el baño!, me dijo urgente, buscando las llaves, acomodándose el pelo, encendiendo un ventilador, tal vez para disuadir el olor a sexo, levantando la caja de pizza del suelo, y ordenando los almohadones del sillón. Todo en el mismo momento. Después la vi correr hacia la puerta.
Cuando salí del baño, ya vestida y sin rastros de la humillación a la que me sometió mi amiga, me encontré con su madre y su hermana. Las tres tomaban mates, como si nada. Yo, no podía soportar un minuto más allí dentro, con la concha prendida fuego. Por eso decidí que lo mejor sería volver a casa. Además, mi padre seguro ya había llegado de la oficina. Agus no puso objeciones a mi partida. De hecho, cuando me acompañó a la puerta de calle, luego de ofrecerme plata para un taxi, me dijo al oído: ¡Me encantó putita sucia! ¡Quiero que me chupes los pies, y la concha más seguido!
Yo estaba un tanto incómoda, ya que las mujeres que mateaban podían escucharla. Aunque todo era producto de mi persecución sin sentido. Ninguna de las dos podría siquiera adivinar lo que pasó entre nosotras.
¡Tranqui Agus, que me tomo el bondi! ¡Todavía es temprano!, le decía, mientras ella me acariciaba la cola por adentro del pantalón.
¡Posta que, me encantaría que, alguno de estos días, vayas a la facu sin bombacha bebé! ¡Aaaah, y decile a tu papi que, que está re rico! ¡Y, boluda, todavía no me contaste eso de los pañales, que mencionó tu viejo! ¿Te acordás?, me decía luego, con su aliento quemándome la oreja.
¡Nos vemos loquita! ¡Escribime, y armamos algo para el finde! ¿Dale?, le dije, casi que por una mera formalidad. Necesitaba despegarme de ella y correr a los brazos de mi padre.
En efecto, mi padre estaba allí cuando llegué. Tenía una bocha de papeles esparcidos por la mesa, la notebook abierta, algunas carpetas y folios, un montón de lapiceras, y una taza de café tibio. Las ventanas del comedor estaban abiertas, y él, casi que ni se percató que había llegado. Solo recién cuando me quité la remera y el corpiño para arrojárselos a la cara, murmuró: ¡Aaaah, Mica, llegaste mi cielo! ¡Dale, quedate en bombachita para papá, que hoy tuve un día de perros!
No lo pensé dos veces. Ni bien me quedé en calzones me paré a su lado para tocarle el cuello, tirarle la cola encima de su cuerpo para fregarla en sus piernas, y para darle un beso en la mejilla con los labios abiertos.
¡Papi, Agus y yo… es que… te lo tengo que contar… en realidad, yo le comí la conchita, y los pies!, me atreví a decirle, mientras buscaba con mis manos llegar a su bulto, el que se escondía debajo de la mesa. Ya comenzaba a ponerse duro, y su respiración se agitaba.
¡Aaaay mi chiquita, siempre la misma traviesa vos! ¿Y, estuviste en bombacha con ella?, me preguntó acariciándome el pelo, como si quisiera llevar mi cara poco a poco a su pecho.
¡Sí papi, ella me pidió que me quede en bombacha, y me hizo lamerle los pies, y después me, me… me penetró la vagina con los deditos de sus pies!, le confesé, sintiendo cómo me escocían los ojos de una felicidad inaudita. Entonces, mi papi juntó de prepo sus labios a los míos, y nos empezamos a besar con un frenesí que, logró emocionarnos por igual.
¡Yo sabía que esa nena era igual que vos, o igual de trolita que vos! ¿Ella fue la que mojó tu cama cuando, la noche que se quedó a cenar? ¿O fuiste vos, otra vez?, me decía, mientras nuestras lenguas se recargaban de saliva y movimientos tan ágiles como certeros. ¡Hasta me mordió el cuello el muy turro!
¡Papi, quiero que me culees, culeame toda, dale, llevame a la cama, o a donde quieras, y haceme la cola! ¡Estoy que no doy más de la calentura! ¡Quiero saber lo que se siente tener un pito en la cola!, le dije casi sollozando. Pero él, como siempre, firme a sus mandatos de dejarme caliente, llevó suavemente mi cabeza a sus piernas, se abrió la bragueta del pantalón y puso ante mis ojos, y bien pegado a mi nariz una pija espléndida, erecta, hinchada y brillosa de tantos jugos pre seminales. Era un verdadero desperdicio no comenzar a lamerla, succionarla, olerla con todas mis ansias, pasármela por los ojos y las orejas, pajearla contra mi cara y por entre mi pelo, darle unos mordisquitos a su tronco y volver a metérmela en la boca. Supongo que, por la fiebre sexual que me invadía las arterias, fue que no pude evitar hacerme pichí mientras le comía la pija, y me colaba un dedo por adentro de la bombacha para frotarme el clítoris a todo motor. Y, naturalmente, como a mi papi le excita saberme hecha pis con su pito en la boca, empezó a delirar, como si tuviera alucinaciones, mientras me daba la lechita caliente en la garganta. Casi que no pude saborearla, porque el malo optó por largarla allí, luego de dejarla unos segundos clavada en lo más profundo de mis papilas gustativas. Entonces, una vez que mi papi recobró la compostura de hombre importante, me ayudó a levantarme del suelo. Me olió la boca, me mordió el cuello, se agachó para olerme la bombacha mojada y me acompañó a mi pieza, donde abrió mi cama, invitándome a recostarme allí.
¡Dormí un ratito Micu, que yo termino esos informes, y te llamo a comer! ¿Dale? ¡Y nada de sacarse la bombacha! ¡A ver si aprendés a no mearte cuando un hombre te da la lechita, cochina!, me dijo mi padre, sabiendo que mi calentura ya no me dejaba respirar.
¡Podés tocarte si querés, pero así como estás! ¿Entendido? ¡Aaaah, y ya hablé con don Pedro! ¡Me dijo que el viernes a las 4 de la tarde nos espera en su casa! ¿Qué me decís?, me consultó, ahora con la cara surcada por una preocupación inminente.
¡No sé pa, el viernes que viene, tengo un parcial!, le dije, intentando disimular mi resignación, y contenta de tener otro tema del que hablar, que no sea sexual.
¡Micu, mirá que, don Pedro me amenazó con denunciarme, por lo que pasó en el cumple, por, bueno, por exhibirte y esas cosas! ¡Él cree que yo abuso de vos, y todo eso!, me explicó. De inmediato lo tranquilicé, diciéndole que aceptaba, y que nada quería más en el mundo que demostrarle a ese cretino que no era quién para meterse en nuestras vidas.
¡Buenísimo Mica! ¡Así que, acordate que, bueno, hay que comprar pañales, y tal vez algún atuendo más!, decía mi papi, antes de cerrar la puerta. ¡Nunca me había encerrado con llave en mi propia habitación, acostada a las 6 de la tarde, en mi propia cama, meada y con el sabor de su leche en mi boca!
¡Continuará!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
No sabes lo que me encanta esta historia, la leo una y otra vez! Espero que la sigas que me quedé con muchas ganitas de ver que pasa con don Pedro! Saludos!
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