Siempre creí que tener una hermana gemela sería más que divertido. Podríamos coquetear al mismo chico sin que este se dé cuenta, hacernos pasar la una por la otra cuando había algún problema, o utilizar nuestras semejanzas a nuestro favor. Me hubiese gustado contarles que las dos le cumplimos la fantasía a cualquiera de esos estúpidos que se mueren por revolcarse con dos hermanas gemelas, y que entre ellas, encima sean lesbianas. O que, en alguna oportunidad compartimos una orgía. Pero, ocurre que mi hermana Rosario no se parece a mí, más que en el aspecto físico. Yo soy una adicta al sexo en casi todas sus formas, me gusta tomar cerveza y licores dulces, y me pongo como loca cuando juega Boca, fumo mariguana y miro porno desde que tengo 13 años. No me gusta madrugar, y mucho menos las actividades hogareñas. En especial, odio cocinar. Me gusta salir a bailar, dormir desnuda en verano, y más después de haber tenido sexo con mi chongo de turno, o masturbarme en el living de mi casa cuando no hay nadie. Aunque, un par de veces dejé que Rosario me descubra. ¡Me encanta que me sermonee, como una madre chapada a la antigua!
Ella, en cambio, es híper tímida, cariñosa, amable y generosa con todo aquel que la necesite. En parte porque se debe al catolicismo, desde que su madrina le enseñó el camino de Dios y todo ese circo. Nadie en nuestra familia es tan fanática como ellas dos. Para colmo, esto de la cuarentena la volvió aún más insoportable, creyente y devota.
Mis padres nos dieron órdenes precisas, luego de recibir un llamado telefónico, a eso de las 8 de la noche de un domingo denso y húmedo.
¡Chicas, la abuela Tita está enferma! ¡No es nada grave seguramente! ¡Es una gripe media fuerte! ¡Ya saben lo mañosa que se pone cuando se enferma! ¡Nosotros no podemos ir, para quedarnos en su casa para atenderla! ¡Los dos trabajamos, y tenemos que ocuparnos de Mateo y de Yami! ¿Ustedes, nos harían la gauchada de acompañarla, mientras tienen sus vacaciones de la facu? ¡De paso se desenchufan un poco de la casa!, nos decían nuestros padres, intercambiando miradas de desconcierto. Todos estábamos reunidos en el comedor, en medio de un silencio apenas roto por el motor de la heladera, mientras Rosario se ponía en guardia para hablar con sus ángeles protectores. No teníamos opción. Mateo y Yamila son nuestros hermanos menores, de 8 y 12 años respectivamente, y necesitaban mano firme con la escuela. Mis padres, desde que se anunció la cuarentena obligatoria, trabajan desde casa, ya que ambos son empleados de un banco privado. Así que, muy a mi pesar, armé un bolsito con mi ropa, otro más con mi notebook, algunos fasitos encanutados, apuntes, mi encendedor preferido, mi consolador, y algunas botellas de licor. No quería aburrirme en lo de la abuela. No es nada contra ella. Es que, la perspectiva de pasar una, o tal vez dos semanas con mi hermana Rosario se me presentaba insufrible. Pensaba en que ella con sus 22 años, no tenía la más remota idea de lo rico que se siente tener una pija creciendo en el interior de su vulva, o un par de pitos disputándose el calor de su boca de santurrona, o de lo excitante que sería para ella andar con sus tremendas tetas bañadas en semen calentito.
Me gusta saber que mi hermana es virgen. Nunca me lo dijo. Pero para mí era más que obvio. Solo había tenido un novio, y fue a lo largo de sus 17. El chico también es creyente hasta la médula. Recuerdo que, muerta de curiosidad, ni bien me enteré que habían cortado, lo encaré de una cuando nos encontramos en el súper del barrio.
¿Che Leo, vos tuviste sexo con mi hermana? ¡Digo, porque esa, tiene pinta de quedarse solterona, leyéndoles la biblia a los pobres, y tejiendo bufandas! ¡Bah, en realidad, te pregunto porque sé que ya cortaron, y no me gustaría enterarme que, bueno, que le dejaste un bebito en la panza!, le dije con gracia, consciente que no paraba de mirarme las tetas,
¡Che, pará un poco, que me las vasa poner
coloradas si me las seguís mirando así! ¡Igual, las de Rosario son más lindas!,
le dije para ponerlo nervioso, haciéndole saber que no era ninguna tonta. Esa
misma tarde, Leo y yo terminamos comiéndonos la boca en su pieza forrada de
posters de minas en pelotas, y unas horas más tarde, mientras me confiaba que
con mi hermana nunca pasó nada, mi boca se apropiaba de su lechita caliente. La
magia de mis besos y su calentura infinita no pudieron contenerse más. Después
de franelearnos y chuponearnos, le bajé el pantalón y me arrodillé arriba de su
cama revuelta para manosearle el pedazo de verga que traía bajo s u bóxer
negro, y enseguida se lo empecé a mordisquear por encima de la tela, hasta
bajárselo por completo con la boca y dos dedos. Ahí mismo, sabiendo que a lo
mejor ninguna chica le había hecho un pete, me puse a succionarle el glande, a
escupirle los huevos y a sacudir su pija contra mis labios abiertos, para que
sus jadeos comiencen a perturbarme cada vez más. Acabó sin demasiados esfuerzos
de mi lengua, y me tragué toda su lechita, mirándolo a los ojos, diciéndole que
a Dios no le molestaría en absoluto que una chica se meta su pito en la boca.
Al ratito nomás, volví a petearlo, y esta vez tuve que esforzarme un poco más
para quedarme con mi merienda. Además, él me insistió con una revancha, y yo no
pude rehusarme a saborearle ese tremendo pito hasta con el tacto de mis tetas.
¿Cómo podía ser que la sonsa de mi hermana no le hubiese comido esa verga con
la concha? ¡Pero por favor!
Finalmente nos instalamos en la casa de mi abuela. Ella nos recibió con alegría, aunque se sentía impotente por no poder mimarnos, como solía hacerlo cuando éramos niñas. La tranquilizamos, explicándole que ahora nosotras nos haríamos cargo de cuidarla, cocinarle cosas ricas, tomarle la fiebre, regarle las plantas y dejarle la casa en condiciones. En realidad, la mayoría de esas actividades se le daba muy bien a Rosario. Ella pareció animarse un poco, y al menos logramos que mire alguna película francesa, que son sus favoritas. El primer día nomás, Rosario se dedicó a cortar y hervir verduras para preparar una sopa, mientras aspiraba los pisos, ponía manteles y repasadores a lavar, limpiaba la mesada y tiraba productos vencidos de los aparadores. Yo, entretanto le cebaba mates, boludeaba con mi grupo de amigas por Whatsapp, y me fumaba un fasito. En ese momento la abuela dormía la siesta, por lo que no podía poner tan fuerte a Lady Gaga, una de mis artistas predilectas. Rosario parecía cada vez más molesta conmigo, mientras seguía ordenando la cocina. Me criticó el mate, y me dijo que, en vez de hacer sociales con las chicas, podría ser un poco más empática con la situación, y ayudarla a secar los cubiertos y platos que, para ese entonces ya había lavado.
¡Sabés que a mí no me va mucho lo de hacer estas cosas Ro! ¡Pero vos decime en qué te ayudo, y yo lo hago!, le dije. Ella no me respondió, mientras guardaba las tazas secas
¡No hace falta que te pida las cosas Eva! ¡Se trata de colaborar con la abuela, y no conmigo! ¡Además, podrías tener la decencia de no fumar esos yuyos acá adentro!, me dijo de repente, una vez que golpeó el mate que le había dado contra la mesa, mirándome especialmente las gomas. Es que, apenas le cerré la puerta a la abu para que duerma tranquila, me quedé en colaless y corpiño rojo. Siempre me gustó andar medio desnuda en mi habitación, o en la casa cuando no estaban mis viejos, y eso a Rosario la irritaba.
¡Bueno Ro, no empecemos! ¡La abuela ahora duerme! ¡Apenas sean las cinco de la tarde, o un poco antes, abrimos las ventanas para que se vaya el tufo, y listo! ¡Dale, decime en qué te ayudo!, insistí, mientras cebaba otro mate. Ella no me lo recibió.
¡Nada Eva, vos, mejor, encárgate de llevarle el té con galletitas a la abuela, y tomale la fiebre! ¡Pero vestite un poco nena! ¡Queda feo que la abuela te vea así!, dijo, al fin sonriéndome como por obligación.
¡La abuela nunca me dijo nada cuando me veía en calzones, las veces que venía a quedarme!, le recordé con cierto resentimiento.
¡Sí, pero antes eras una nena Eva! ¡Ahora ya sos una mujer! ¡Tenés, bueno, qué sé yo, una intimidad que respetar!, me dijo, adoptando de nuevo su voz de sermón, recordándome a la anticuada de siempre, con el pelo recogido en un rodete, a pesar de tenerlo largo, rubio y hasta la cintura, con camisones de vieja y crucifijos por todos los rincones de su pieza.
¡Bueno Ro, pero, si vos estuvieses desnuda sería otra cosa! ¡Tenés unas tetas preciosas, y flor de cola nena!, le dije con toda la sinceridad que me salió, amortiguando mis palabras con una risita un tanto irónica. La verdad es que, Rosario tenía unas tetas asombrosamente hermosas, y una cola bien parada, redondita y chiquita, de esas que a todos los hombres les gustaría nalguear, con sus manos y su pija. Solo que Rosario no exhibía sus dotes de diosa. Siempre usaba ropa suelta, corpiños grandes, bombachas mata pasiones, vestidos largos hasta los tobillos, o blusas con pantalones formales, o camisones floreados.
¡Callate Eva, que sabés bien que no me gusta ese lenguaje!, me dijo, y acto seguido me pidió permiso para irse a la pieza que compartiríamos durante nuestra aestadía allí. ¡No iba a perderse por nada su hora de rezos, plegarias y canciones religiosas! Yo esperé a que den las 5 de la tarde, abrí las ventanas, y le llevé el té a la abu, en corpiño y bombachita como estaba. Pero, de todas formas, tal como yo lo presentía, ella ni siquiera mencionó una palabra de mi casi desnudez. Ese día tenía 38 grados de fiebre. Pero en el transcurso de la tarde fue sintiéndose mejor, ya que me quedé con ella para ponerla al tanto de las últimas noticias.
El día siguiente fue igual al primero, y que el tercero y el cuarto. ¡Yo me asfixiaba cada vez más bajo los tratos autoritarios de Rosario! ¡Me miraba mal cuando no levantaba rápido mi plato sucio de la mesa, o si me servía más gaseosa de lo normal, o si no le prestaba atención cuando me hablaba. Balbuceaba improperios cuando se hacía la siesta, y yo prendía un faso, me quedaba en tanga y corpiño, ponía algo de rock nacional y hablaba con mis amiguis.
¡Bueno nena, yo también vine a descansar un poco! ¡Los viejos nos dijeron que, esto nos ayudaría a desenchufarnos un poco de la universidad! ¡Pasa que vos sos re inso Ro! ¡Está todo en paz, y la abuela está cada vez mejor! ¡No sé qué te preocupa!, le largué esa tarde al fin, cuando directamente me encaró para decirme: ¡Nena, a ver si ponés un poco de voluntad, y al menos dejás de andar en bombacha por la casa!
Empezamos a discutir. Ella sacó su crucifijo para acercármelo a la cara, suponiendo que así ahuyentaría vaya a saber qué cuernos de mi cabeza. Yo la insulté. Ella se puso nerviosa, y rompió un vaso por accidente. Obviamente me echó la culpa. La chisté para que baje la voz, o la abuela se despertaría. Ya era demasiado milagro que no hubiese oído los vidrios rotos. Le dije que era una estúpida por creer en boludeces, y ella me agarró de una oreja, como si yo tuviese 4 años para jurarle a mis tímpanos que estaba endemoniada, que jamás entendí nada, y que soy una egoísta. Entonces, Rosario entró a la pieza, y me aseguró que ahora me tocaba a mí hacerme cargo de la cena. Limpié los vidrios, y me hice un cortesito en la palma de la mano. Por un lado tenía ganas de pegarle para que de una vez comprenda que yo la pasaba mejor que ella, que no había conocido más que mandamientos, pasajes de la biblia, oraciones y prédicas impiadosas hacia los órganos sexuales, y todos los que disfrutamos de sus eternas delicias. Pero, realmente no me gustaba estar peleada con Rosario, por más hincha pelotas que me pareciese.
Le llevé el té a la abuela, hablamos de unos chismes de la farándula, le tomé la temperatura, y le puse un disco de Gal Costa. Entonces, cuando le alcancé un libro de neurociencias, me dijo sin exaltarse: ¡Nena, ¿Puede ser que ayer tenías esa misma bombacha?!
Ne quedé helada. Quise responderle, pero ella pareció leerme el pensamiento.
¿Y a vos te parece? ¡Eva, tu hermana, por más pirucha que te parezca, tiene razón! ¡Podés andar en calzones, o desnuda si querés, porque esta es mi casa, y a mí no me hace mella! ¡Pero, limpita, y no con los ojos tan enrojecidos con esa cosa que fumás!, declaró, antes de ponerse a leer, como si lo que me hubiese dicho fuera descartable.
Más tarde llamé a Rosario para que tome un café conmigo. No sólo que ni me contestó. Adentro de la pieza se la oía hablar con alguien, como si rezara, o más bien le suplicara a sus ángeles. Golpeé dos veces más su puerta, y nada. Entonces, me puse a ver la tele, y descubrí que la abu pagaba el paquete de cable completo. Lo que significaba que tenía los canales pornográficos. Me tenté tanto que, no pude evitar detenerme en una de esas películas. Una rubia vestida de bebota le chupaba las tetas a una azafata, en pleno vuelo. La mujer le acariciaba la cabeza, y le manoseaba sus pequeñas tetas a través de un babero transparente. Al tiempo, las dos se comían a besos, y la bebota le ofrecía sus tetas para que la morocha por poco se atragante con tanta carne abrillantada, tal vez por las luces mal sincronizadas. Las cámaras nunca son tan interesantes como la vida real. De golpe caí en la cuenta que mi vagina latía con un ritmo desmesurado, y que una de mis manos yacía adentro del calor húmedo de mi bombacha blanca, repleta de lunares y con un encaje en la cola.
¿Así que la abuela me dejaba andar desnuda? ¿Cómo se habrá dado cuenta que no me cambié la bombacha del día anterior? ¡Qué tremendas tetas tiene la bebé! ¡Sïiiii morocha, mordéselas bien fuerte, hacela gritar a esa perrita! ¡Se parecen a las tetas de la estúpida de mi hermana! ¡Pobrecita, todavía no le vio la carita a Dios de verdad! ¡Necesita una buena verga en la boca, y otra en el culo!, comencé a pensar, mientras uno de mis dedos lustraba mi clítoris, como si este fuese de cristal. Me mojaba mucho, no lograba sostener los gemidos de mi sexo hambriento, y pensaba en las tetas de Rosario. ¡Yo, si fuese ella, me habría cansado de pajear a los tipos con esas tetas! ¡No puede ser que mi hermanita siquiera se masturbe! ¿Le excitará coger en una iglesia, vestidita de monja?
Al rato, un squirt violento, presuroso, incapaz de silenciar con una horda de soldados armados al frenesí de mi calentura, me sacudió para hacerme flotar, gemir y mojar desde el sillón hasta el suelo. Tenía los pies empapados, la bombacha hecha un asco, y la concha prendida fuego, cuando saboreaba los dedos impregnados con mi acabada. Desde que descubrí que existe el squirt, no lo suelto por nada del mundo. Es muy agradable la sensación de sentir que te hacés pichí, pero que solo son las aguas de un orgasmo híper placentero. A eso de los 15, cuando me salió por primera vez, me asusté, y llamé a mi abuela, pensando que me había meado en la cama. Esa vuelta me había quedado una semana en su casa, y ya me tocaba cada vez que me encontraba a solas.
Entonces, una vez que recobré el sentido, y me vi en la casa de mi abuela, apagué el televisor, justo cuando la azafata empezaba a lamerle el culo a la bebota, tras quitarle una bombachita con orejitas de conejo cubriéndole la chuchi. Me lavé las manos, me quité la bombacha, limpié el piso y el sillón, me miré desnuda en el ventanal del living, sabiéndome todavía calentita, y me metí a la ducha. Mientras me bañaba, pensaba en la forma de reconciliarme con Rosario. Así que me puse manos a la obra. Sabía que lo que más adora en el mundo son las frutillas con crema. Por lo tanto, una vez cambiada, perfumada y peinada, aunque sin bombacha debajo de mi calza atigrada, salí a comprar frutillas, crema, algo de queso para preparar unas pizzas, y un poco de jamón.
Al regresar a la casa, volví a insistir en la puerta de Rosario. Pero todo lo que obtuve como respuesta fue el eco de sus rezos, una musiquita suave, y un silencio atronador.
Yo comí con la abuela en su cuarto, tras decirle a Rosario que había pizzas en el horno. A la abu le expliqué que Rosi tenía una llamada urgente de un profe de la facu, para no exponerle nuestros problemas. Ella, comprensiva y amable, me despachó rápido de su cuarto.
¡Andá hija, hacele compañía, que, seguro de tanto estudiar, la panza le debe hacer unos ruidos terribles! ¡Además, vos tenés que compartir tiempo con tu hermana, y no con una vieja enferma como yo!, me dijo con su sarcástica forma de tomarse la vida. Entonces, después de asegurarme de verla ingerir su pastilla para el corazón, le ordené la mesita de noche, le arreglé las cortinas y me despedí de ella con un beso en la frente.
Entonces, volví a la puerta de nuestra pieza, con las palabras mágicas en la boca, el convencimiento en los nudillos de los dedos y una especie de angustia que nunca antes me había embargado.
¡Dale Ro, que tengo una sorpresa para vos! ¡Pero no te ilusiones, que no me hice creyente, ni nada de eso!, le dije, y al fin la escuché reírse.
¡Pasá tonta, pero no me hables, que todavía sigo enojada!, me dijo tras sacudir el picaporte de la puerta. Rosario ya tenía su camisón de dormir, y un pantalón cortito. ¡Nunca le había visto las piernas desnudas! Enseguida se metió a su cama, encendió su velador y apagó la radio.
¡Ro, si querés te traigo pizza! ¡Aaah, y la abu, ya comió, y tomó sus medicamentos!, le dije, haciéndome la nenita buena.
¡Sí Evi, ya comí un par de porciones! ¡Y, te felicito! ¡Dejaste la cocina ordenada!, me dijo, sonriéndome por primera vez.
¡Bueno Ro, vos me conocés, y sabés que me cuesta eso del orden, la limpieza y eso! ¡Yo tendría que haber nacido nene!, le dije mientras me sentaba en la cama, con todo el cuidado de no derramar el tapper que traía en las manos. Ella pareció conmoverse, tal vez por mi aniñada manera de hablarle.
¡Además, te traje algo!, agregué antes que pronuncie palabras, y ella estiró los brazos para alcanzar el tapper que yo me esmeraba en ofrecerle.
¡Huuuuuu, guaaaaaau, qué riiicoooo, frutillas con cremaaaa! ¡Sabés que me vuelven loca las frutillas con crema pendeja!, me dijo, y enseguida se ruborizó, ya que ella no suele usar esa palabra.
¡Eeeeepa! ¿No se te habrá ido un poquito la mano? ¡Me dijiste pendeja, pecadora!, le dije, mientras las dos nos reíamos de la complicidad que ahora nos cobijaba, como cuando éramos nenas. Ella hundió la cuchara sopera que le elegí en el postre, y se metió dos frutillas repletas de crema en la boca, disfrutando hasta con el brillo de sus ojos. Hasta que dejó abruptamente el tapper sobre el suelo y me puso las manos en la espalda, ya que yo permanecía sentada a la altura de sus piernas, sobre la cama.
¡Vení para acá nenita!, me decía mientras me traía hacia ella, y nos fundimos en un abrazo, de esos que casi nunca nos dábamos.
¡Perdón Evi, sé que fui un poco dura con vos! ¡No somos iguales, y por ahí, me cuesta entenderlo!, me decía mientras su brazo derecho temblaba sobre mi espalda, y su perfume me hacía sentir algo extraño.
¡Yo soy una tarada Ro, nunca sé cómo ayudarte, y en lugar de hacerte las cosas más fáciles, te peleo, o bueno, hago cosas que no te gustan!, intentaba decirle, aunque en el fondo no era del todo sincera.
¡Basta Evi, no te culpes por eso! ¡Vos sos vos! ¡Fumás mariguana, tomás birra, te gusta andar descalza, o media desnuda, y bueno, sos así! ¡Yo soy la que tengo que aprender a no buscar cambiarte nada!, me explicaba, sin darse cuenta tal vez, acariciándome la cola. Eso me puso a mil motores, y entonces, sentí un sofoco estremeciéndome por dentro. Supongo que por eso me levanté de sus brazos y me serví una copita de licor de café, uno de mis preferidos. Rosario volvió a su postre, y durante unos segundos que parecieron eternos, no nos hablábamos. Yo bebía, y ella comía. Pero yo le miraba las tetas, las que podían verse con toda claridad bajo su sábana, ya que en el fragor de nuestra reconciliación se le había desprendido el botón del camisón.
¿Ro, te jode si me fumo un fasín? ¡Después, o, ahora mismo, si querés abro un poquito la ventana!, dije por fin, buscando refugiar mis fantasías lo más lejos que fuera posible de mis intenciones.
¡Sí Eva, fumá tranqui! ¡Pero sí, abrí un toquecito, porque, bueno, a mí a veces me marea!, me dijo con la boca llena, el mentón sucio de crema y el pelo suelto. Así que, tras abrir la ventana y prenderle mecha a mi porrito, me senté a su lado. Ni siquiera sé por qué le acaricié las piernas sobre las sábanas, mientras ella comía, sin notar nada extraño.
¡Ro, perdón, pero me agarró calor! ¿Te jode si me saco el pantalón, y la remera?, le dije, mientras ella empezaba a contarme que Mateo se había sacado un 10 en matemáticas.
¡Sí nena, por mí sacate todo si querés! ¡Bueno, siempre y cuando tengas la bombacha limpia!, me dijo risueña, como nunca antes se había dirigido a mí en esos temas.
¡Obvio Ro que la tengo limpita! ¡Por si no lo notaste, me bañé antes de preparar la comida, y dejé el baño impecable!, le dije, poniéndome colorada. Ella me guiñó un ojo, se metió otra frutilla a la boca, sacudió las piernas y volvió a felicitarme, esta vez aplaudiéndome, como con cierta ironía.
De pronto, yo estaba sentada sobre su cama, pero a la altura de su pecho, en bombacha y corpiño, bebiendo mi cuarta copita de licor, y a punto de prender mi segundo faso. Nos reíamos de todo, aunque seguro que yo más que ella. Hablamos de la abuela, de Mateo y Yamila, de la pandemia.
¿Y vos, qué es lo que más extrañás Evi?, me preguntó, como al pasar, después de contarme que para ella es muy importante confesarse, ir a la iglesia, ayudar a las catequistas y todo eso.
¡Si te lo digo, me vas a mandar al infierno!, le dije, creyendo que me pondría cara rara, o que preferiría no saberlo, conociéndome demasiado.
¡Decime nena, que ahora Dios no nos va a escuchar! ¡Aparte, tuviste un gesto re lindo conmigo!, me calmó con una suave caricia en mis muslos, saboreando una de las últimas frutillas.
¡Y, lo que más extraño, es coger! ¡No aguanto más! ¡Tengo ganas de tener sexo con un chico ahora mismo!, le solté, tomándome en serio su propuesta de abrirme a ella.
¿Ah, sí? ¿Solo eso? ¿Extrañás tener relaciones sexuales?, me preguntó con cierto cuidado.
¡Sí nena, obvio! ¡Quiero un pito de macho adentro de mi conchita ya!, me expresé, y ella enrojeció mientras se le caía la cuchara al suelo en el afán de contener sus retos, o predicaciones, o castigos para mejorar i alma.
¡Evi, no puede ser que solo extrañes eso! ¡El sexo es ,solo una cosa superficial entre los hombres! ¡Se nos permite hacer el sexo, solo para reproducirnos!, dijo con seriedad, aunque sin abandonar su buen trato.
¡Entonces, quiero embarazarme todos los días!, le dije, haciéndola reír con ganas, mientras sin darme cuenta me recostaba sobre su pecho.
¡Aparte, Ro, por Dios! ¡Vos también tendrías que extrañar tener sexo! ¿No te lo pide la chuchi? ¡Encima, vos tenés unas tetas que, mama mía! ¡Seguro que tus compañeros se re babean por vos en la facu!, le dije, intentando no derramarle la copita de licor que apretaba en mi mano derecha. Sentí una especie de temblor en su cuerpo, y entonces noté que se le había derramado un poco de crema en el camisón.
¡Nena, ¿No te parece que te estás pasando un poquito de la raya?!, me dijo, mientras se chupaba los dedos que rozaba una y otra vez por el tapper casi vacío.
¡Sí, puede ser Ro! ¡Pero, vos sos una chancha! ¡Te ensuciaste el camisón con crema!, le dije, pasándole la lengua con toda la intención de que me mire.
¡Vos sos la chancha pendeja, que andás lamiendo el camisón de tu hermana!, me dijo, y nuestras risas volvieron a escucharse en el techo de la habitación, como un coro de niñas. Pero, entonces, una nueva decisión de Rosario me sorprendió por completo.
¿Che Evi, me convidas un poquito de ese licor?, me dijo, luego de agarrar la cuchara del suelo y dejarla sobre la mesita de luz. me levanté para servir una copa, pero preferí usar un vaso no muy grande que tenía en la cómoda. Se me había ocurrido que tomemos las dos del mismo vaso, sin ningún pretexto en particular.
¡Nenaaaa, vaciaste toda la botella en el vaso, bruta! ¡Yo quería un poquito nomás!, me dijo divertida, abriendo sus manos y la boca, como presa de una sed terrible.
¡Daaale, no te hagas la que no querés taaanto, que después le vas a agarrar el gustito!, le dije, volviendo a sentarme a su lado. Rosario ya se había recostado un poco, y todavía rastrillaba las últimas frutillas que había en el tapper.
¡Bueno, a ver, juguemos a algo! ¡Cada una de nosotras tiene que tomar, de acuerdo a la confesión que haga! ¿te parece? ¡Por ejemplo, si querés empiezo yo, así vos tomás!, le expliqué, sin una consciencia definida de lo que estaba diciendo. Ella sonrió, y dejó el tapper vacío en el suelo. ¡Ni se dio cuenta que una última frutilla se perdió entre su sábana y el camisón! ¡Yo la vi, pero no se lo dije.
¡Bueno, yo, quiero confesar que, la primera vez que le practiqué, bueno, mejor dicho, que le hice un pete a un chico, fue a mis 14 años! ¡Y, lo peor de todo, él era el novio de Natalia, nuestra prima!, me liberé al fin, y a ella no le quedó otra que tomar un traguito.
¡Eva, por Dios! ¿Supongo que, eso no es verdad! ¿Es parte del juego, no?, me preguntó después de relamerse, saboreando el licor. La vi pasarse la lengua por los labios. Quizás ella lo hizo por un acto natural de no desperdiciar ni un resabio de licor. Pero yo me la imaginé con semen en la cara, y me excité muchísimo. De hecho, sentí una fuerte punzada en el clítoris.
¡Es verdad Ro, lo hice! ¡Yo, te dije que me iba a confesar, para que vos tomes! ¡Pero ahora te toca a vos!, le dije, sin parar de reírme.
¡Nooo, vos estás loca nena! ¡Vos, querés verme borracha, y por eso te inventás esas historias!, me dijo, mirando el vaso que ahora sostenía mi mano con un brillo muy intenso en los ojos.
¡No Rosi, posta, fue verdad!, le dije, ansiosa y comenzando a tiritar.
¿Y, dónde fue? ¿Cómo pudiste hacer eso? ¡El Lucas, tiene hoy unos 30 años! ¡Es decir, que en ese tiempo, tenía unos 22! ¿Y, llegaste hasta el final? ¡Digo, perdón, pero… ¿Te tragaste su semen?!, se precipitó a decirme, aunque sin adoptar el tono preocupado que solía emplear en esos momentos.
¡Bueno, sí, creo que tenía esa edad! ¡Fue el día del cumple de la mami! ¡él me tiraba onda! ¡No me acuerdo bien cómo fue! ¡Sé que me tocó el culo mientras hacíamos las ensaladas! ¡Al rato, los dos estábamos en la pieza de la tía, yo arrodillada en el suelo, mostrándole las tetas, y él pidiéndome que le toque la pija! ¡La tenía re dura Ro! ¡No pude resistirme ,y se la re chupé! ¡Seguro que lo hice re mal! ¡Pero al menos no se la mordí! ¡Y, sí, me tragué su lechita! ¡La verdad, me dio un poco de asco al principio!, le confié, sintiendo una tormenta de ira renaciendo en el interior de su alma pura, santa y poco tolerante al pecado.
¡Pero basta, que ahora te toca a vos! ¡Y no se puede mentir, ni podemos preguntarnos demasiado!, la apuré, intentando no sonar tan autoritaria. Es que, me moría de ganas por saber los secretos de mi hermana.
¡Bueno, Evi, pero, la verdad, sos una chancha nena! ¡Pudiste haber contraído…, comenzó. Pero yo volví a frenarla.
¡Y tampoco podemos juzgarnos entre nosotras! ¡Hagamos de cuenta que, vos y yo nos confesamos, y solo eso! ¡Bueno, y tomamos!
¡Bueno, es que, yo, no sé si tengo tantas cosas que confesar! ¡Puedo decirte, que, la primera vez que me masturbé, no me gustó, y fue cuando cumplí los 17! ¡Pero, lo peor d todo, es que, lo hice en el sillón de casa, mirando una novela brasilera! ¡Había una escena sexual, y bueno, me dejé llevar!, dijo i hermana, más roja que un tomate.
¿Y acabaste?, le pregunté acercándome el vaso a los labios para beber mi parte del juego.
¡Nooo, ni loca! ¿Cómo se te ocurre? ¡Desde ese día, no lo volví a hacer, nunca más!, se enorgulleció, e inmediatamente otra punzada me hizo vibrar los labios vaginales. ¡Me moría de ganas de pajearme al lado de mi hermana!
¡Bueno, ahora me toca! ¡Yo, tuve sexo con Marcelo, el novio de mi mejor amiga! ¡Creo que vos conocés a Cintia! ¿No? ¡La morochita que baila danzas árabes!, le expresé, acercándole el vaso.
¿En serio me decís? ¡Eva, vos no tenés escrúpulos! ¡Claro que la conozco! ¡Fue muchas veces a casa! ¿Y, te acostaste con él? ¡Naaah, seguro fueron unos besos nada más, en el boliche, o en algún lugar!, intentó aplacar mi falta.
¡No troli, me lo cogí! ¡Fue difícil, porque yo todavía era menor de edad! ¡Fuimos a un telo, y me metió toda la pija en la concha!, le expliqué. Pero ella empezó a reírse, toser y tararear cualquier cosa como si ya no quisiera escucharme. Acto seguido bebió su trago.
¿Eva, y te cuidaste me imagino? ¿Y ese chico, eyaculó adentro tuyo?, me consultó, ni bien me devolvió el vaso.
¡Ya está Ro, ya me devolviste el traguete! ¡Así que ya no podés volver a preguntarme más!, le aseguré, esperando su nueva confesión.
¡Aaaaay, qué viva! ¡La señorita cambia las reglas del juego cuando le conviene!, se quejó moviendo las piernas.
¡No nena, el juego es así! ¡Dale, ahora te toca!, le insistí. Ella pensó durante un rato.
¡Bueno, pero no me digas troli! ¡Cuando tenía 13 años, me hice pis en la cama de una amiga! ¡No sé si te vas a acordar de ella! ¡Se llamaba Romina, y era coloradita!, me dijo. Yo asentí con la cabeza para no interrumpirla.
¡Bueno, la cosa es que, yo le eché la culpa a ella, cuando su madre vino a tender la cama! ¡La madre, inmediatamente trajo un cinto de cuero, le bajó el pantalón y le dio tres cintazos en la cola, por mi culpa!, se apenó. Algo no me cerraba en la historia. Era obvio que habían dormido juntas.
¿Y, te acordás por qué te hiciste pichí? ¡Acordate que, hasta que no tome mi parte del trago, no me podés mentir!, la acorralé, imaginando que me saldría con eso de que no me meta en su privacidad y todo eso.
¡Sí, creo que sí! ¡Pero, bueno, ya fue, te lo digo! ¡Es que, esa chica y yo nos besamos! ¡Fue raro, porque, por un lado tuve un montón de ganas de seguir besándola, y por otro lado, me hacía pis encima! ¡Me sentía una estúpida! ¡Pero, olvidate de esto, por favor! ¡Prometeme que no se lo vas a contar a nadie!, se expresó de repente, a punto de arrepentirse. Le dije que esto solo era un juego, pero que yo sería una tumba con sus secretos, mientras me la imaginaba untando su boquita a la de esa chica, pidiéndole que le toque esas tetas hermosas, meándose de la calentura por no comprender lo que pasaba con su sexualidad. Bebí con gusto, embelesada por su vergüenza, y su historia.
¡Bueno, me toca! ¡A los 16 años, estuve con dos chicos, y fue la única vez que, me hicieron la doble penetración!, continué, ahora más que expectante por ver su cara al oír semejante atrocidad, sabiendo que ella jamás olvida que los oídos de Dios están por todas partes.
¿Quéeee? ¿Cómo? ¿Qué es eso Eva? ¡Explicate nena!, me gritoneó furiosa, como si de pronto se convirtiese en la maléfica madrastra de Blanca Nieves.
¡Bueee, no me digas que no sabés lo que es eso! ¡Es cuando uno te la mete por la cola, y el otro por la chocha Ro! ¿Nunca lo hiciste?, le dije, sin olvidarme de reír. Ella se llevó el vaso a los labios, pero en ese preciso segundo, algo me condujo a derrumbarme sobre ella, y el vaso se derramó casi todo en su pecho. Entonces, noté que el camisón se le había bajado casi hasta la panza, y que bajo la sábana, sus tetas amanecían como dos pistilos deseando ser devorados.
¡Uy, se te desprendió Ro! ¡Bueno, no te enojes tanto, que fui yo la putita con esos nenes! ¡Así que, me toca tomar a mí!, le dije de repente, atreviéndome a lo impensado. Junté mi boca a uno de los senos de mi hermana, le di unos besitos, y empecé a pasarle la lengua por todo lo dulce que pude encontrar, obviando por el momento su pezón erecto como una almendra. Ella gimió y movió las piernas.
¿Qué hacés Eva? ¿Estás bien? ¡Me parece, que, esto, no era parte del juego!, dijo cuando mi lengua ya dejaba caminitos de saliva que se mezclaban con el licor sobre la tersura de su teta izquierda. La escuché suspirar, y eso me motivó a silenciarla.
¡Shhh, callate Ro, que ahora el juego sigue como yo quiero! ¿Así que la novia de Dios, se hizo pis en la cama de su amiguita, por besarla en la boca? ¿Es por eso que empezaste con todo lo de la religión? ¿Te gustan las chicas Ro?, le decía, cada vez más cerca de atrapar su pezón.
¿Qué disparate es ese Eva, por favor? ¡Salí ya de encima de mí! ¡Ahora sí que te zarpaste nena!, me decía, aunque no buscaba intimidarme. Entonces, justo cuando procuró decirme algo más, mis labios apresaron su pezón y comenzaron a sorberlo. A todo esto, mis piernas encima de las suyas se movían como si tuviesen vida propia, para que mis labios vaginales se rocen con mi bombacha. Siempre me gustaba usar la ropa interior un talle menos de lo que me corresponde, para que se me pierda en el culo y en la chucha. Cuando al fin de di un mordisquito, oí con claridad que Rosario balbuceó: ¡Qué rico nenita!
Inmediatamente me desmintió todo cuando le dije: ¡Aaaah, te gusta chiquita, te gusta que te chupen las tetas! ¡Es más, yo tengo más secretos tuyos! ¿Querés que te los confiese? ¡Por ahí no te los acordás mucho que digamos!
¡callate tarada, y dejá de hacer lo que estás haciendo!, me dijo entonces, intentando quitarme de su cuerpo, un poco de los pelos y otro de un brazo. Pero sus fuerzas no eran suficientes, o mi fuego sexual se imponía a sus vacilaciones. Podía oler el aliento fresco de mi hermana, y eso me excitaba más todavía. Y, para colmo, cuando posé una de mis rodillas en su entrepierna, un gemido como el de un alivio inesperado la obligó a cerrar los ojos, y morderse los labios.
¡Uuupaaa, te gusta esto!, le dije, frotando levemente mi rodilla sobre su vagina, aún encima de la sábana.
¡Callate, basta Eva, andate por favor, andá a tu cama, y mañana hablamos mejor!, intentaba decirme, aunque sus piernas parecían e plastilina.
¡No, no me voy, porque te gusta lo que te hago! ¿No? ¿Te gusta la rodilla de tu hermanita en la vagina? ¿Querés que la mueva así?, le decía, ahora lamiéndole el otro pezón, saboreando los restos de licor de sus tetas, y la sumisión a la que la llevé, poco a poco. Entretanto, mi rodilla giraba en círculos, haciendo que la sábana descienda lentamente hasta el suelo. Su pantaloncito parecía arder bajo mi rodilla, y mis labios hacían resonar las succiones y chupones que le hacían a sus tetas. Ahora me las intercambiaba a mi antojo, mientras le abría las piernas, y ella no sabía si acariciarme la cola o pellizcármela.¡También le chupé la pija a Leo, tu primer novio! ¿Te acordás? ¡Bueno, la verdad, no sé si fue el primero, o el único! ¡él me dijo que entre ustedes no pasó nada!, le confesé, mientras mis labios se tatuaban en sus tetas, y una de sus manos retorcía el elástico de mi bombacha, logrando que se me entierre más profundamente en el culo.
¿Y a vos, te gusta andar con la bombacha toda metida en el culito pendeja?, me dijo de pronto, como si lo de Leo ni siquiera se hubiese mencionado.
¡Obvio, me encanta que la bombacha me parta la cola! ¿Y qué me decís de Leo? ¿Es verdad? ¿Todavía sos virgen Ro?, le dije, ahora lamiéndole y oliéndole el cuello, mientras le tocaba la cara. Ya me había comido la frutillita que tenía incrustada en el medio de sus tetas, y todavía tenía el dulzor del licor en los labios. Por eso, ni lo pensé. Antes de escuchar su respuesta, pegué mis labios a los suyos, y sin dejar de frotarle la rodilla en la conchita, le dije: ¿Sos una virgencita nena? ¿Querés volver a besar a una mujer en la boca?, y la besé. Enseguida nuestras lenguas comenzaron a entrelazarse, a mezclar saliva, frescura, jadeos y remolinos invisibles. Ella me mordió un labio cuando yo presioné mi rodilla contra su vulva, y sentí un fuerte chirlo en el culo.
¡Besame pendeja, asííii, y tocame las tetas! ¿Te gustan mis tetas?, me dijo, totalmente entregada a mis hechizos. ¡Había resultado, y tal vez yo no me lo había propuesto! ¡Mi hermana y yo, en una cama! ¿Qué locura era esta?
¡Che, ¿Estás segura que no te vas a mear encima, con tantos besos?!, le dije para hacerla reír. De repente, la bruja religiosa y anticuada de mi hermana me sabía exquisita, sexual, deliciosa y despampanante con su buen par de tetas contra las mías. Ella misma me desprendió el corpiño, y me pidió que frote mis tetas contra las suyas. Se rió de mi comentario, y pronto me apretó la rodilla con sus piernas, cada vez más agitada. No sabía si le faltaba poco para tener un orgasmo, o si realmente lo estaba gozando tanto que, posiblemente ella no conociera sus propias reacciones. Al punto, volvió a tomarme de la cabeza, y me instruyó: ¡Dale, mamalas todas, chupame las tetas Eva, dale diablita, dame esa lengüita en las tetas!
Yo no me hice rogar. Pero, ni bien empecé a succionarle los pezones, sus piernas temblaron, y un terremoto pareció sacudirla por dentro. Mi rodilla seguía friccionándose en su mitad, y ahora su boca se animaba a chuparme los dedos de la mano derecha. Con la otra, yo misma intentaba tocarme la chuchi, pero sin demasiado éxito, por la posición en la que estaba.
¿Acabaste Ro? ¿Te sentís mojada? ¿Estás flotando? ¿Te gusta que te frote ahí? ¿Querés más chancha?, le decía, y ella me acariciaba la espalda con el filo de sus uñas, mientras me mordía un dedo, y mi pierna era presionada con mayor vehemencia por sus caderas. Así que, como no obtuve respuestas, me levanté como un vendaval sin pronósticos, me saqué la bombacha ante sus ojos, la olí, me la froté en la concha y la tiré por la ventana. Ella me observaba, pero sin ninguna mueca de horror, o de repulsión, ni nada que se le parezca.
¡Imagino que te habrás traído más bombachas!, dijo, deteniéndose en mi vagina empapada. No le respondí, pero le sonreí. Entonces, volví a la cama, esta vez para quitarle el pantaloncito. Ahora su bombacha estilo calzón de madre no me resultó tan deplorable. Ella no quiso que la desvista. Pero, apenas empecé a frotarle la chuchi, y sus gemidos volvieron a invadirla, no tuvo otra opción que dejarme quitarle el pantalón. Se lo tiré en la cara, y le pedí que lo huela.
¡Dale Ro, olelo, que seguro tiene tu olor a conchita! ¡Tenés la bombacha mojada nena! ¿Tanto te gusta que te chupen las tetas!, le pregunté, mientras le abría las piernas. Ella tenía algunas cosquillas. Por un momento tuve ganas de lamerle los pies. Pero preferí ir al grano, ya que estaba a punto caramelo. Empecé a juntar mi cara a su bombacha. Su olor era cautivante, un tanto floral por los jabones con los que suele bañarse, y a la vez renovador. ¿Así huelen las vírgenes?, pensé, mientras estiraba la tela de su bombacha para lamerla.
¿Vos pensás que no me animo a sacarte la calentura nenita?, le dije segundos antes de bajarle un poquito la bombacha, hasta un poco antes de las rodillas. Rosario balbuceó algo que se le acercó a un rezo. Pero, ni bien empecé a tocar su orificio vaginal trazando el mismo círculo que su anatomía precisaba, se estremeció, y su abdomen dio un saltito. Pronto, intenté introducirlo, y un torrente de jugos me llegó hasta la muñeca. Otra vez sus temblores, jadeos y suspiros entrecortados me indicaron que era el momento. Me recosté sobre ella con una de mis manos en su sexo, y volví a darme al placer de chuparle las tetas, luego de tocarle los labios con la lengua.
¡Qué putita que sos nena!, me dijo con una sonrisa tan estrellada como el cielo que nos miraba desde la ventana. Entonces, mis dedos ascendían a la oscuridad de su sexo, y mis labios sorbían, mi lengua lamía, mis dientes apretaban sin lastimar, y mi nariz subía de vez en cuando para olerle la boca. ¡Me ponía loca el olor de su boquita jadeante, repitiendo algunas palabritas sucias! Lo que más me decía era putita, chancha y cochina.
¿Y a vos, también te gustan las chicas?, me preguntó de sopetón, dándome a entender sin miedo a equivocarme que su inclinación sexual es hacia las mujeres.
¡Estuve con dos chicas, y, bueno, por lo que parece, vos sos la tercera!, le dije, y ella se impresionó, volviendo por un momento a sus viejos conflictos con lo moral.
¡Basta Eva, nosotras, somos, somos hermanas, y, esto es horrible!, empezó a decir, en el exacto momento en que mis dedos encontraban su clítoris. Rosario tenía la conchita con vellos, con dos labios carnosos que no permitían dar con su botoncito tan rápido, y una cantidad de jugos que, parecía no tener fin.
¡Basta vos Ro, y tranquila! ¡Sí, somos hermanas, pero también somos dos hembras, dos mujeres calientes, alzadas, hartas del encierro, con ganas de tocarse, besarse, lamerse, frotarse, meterse los deditos y la lengua por donde queramos, y estamos solitas! ¡No podés negarme que estás calentita guacha!, le decía, a medida que mi boca descendía por su pecho, lamiendo sus tetas y sus pezones, arribando de a poco a su abdomen. De hecho, su camisón quedó enrollado en su cintura, porque la muy tonta no quiso quitárselo. Pero eso no me impidió besuquearle la panza, lamerle el ombligo, y empezar a delirar con el aroma silvestre que emergía de su vagina, allí donde todavía mis dedos seguían trabajando. Entonces, sin premeditarlo, ni anunciárselo, uní mi boca a sus labios vaginales, y le introduje la lengua. Enseguida Rosario empezó a contorsionarse, a gemir algo más agudo, a presionarme la cabeza con sus piernas y a multiplicar más flujos, todavía con mi pulgar endureciéndole el clítoris.
¿Nunca tuviste un squirt Ro?, le pregunté, mientras ella me decía por enésima vez que era una putita sucia. Mi lengua se adentró en las paredes vaginales de mi hermana, y mi nariz estaba de fiesta bajo el néctar de su aroma de hembra afrodita. Recuerdo que hasta le escupí la bombacha, solo para hacerla reír, y entonces, sus piernas se abrieron más y más para que mi boca, dedos y lengua se adueñen de su sexo. Mi lengua golpeaba y afilaba la punta de su clítoris, mis dedos se movían en todas las direcciones en esa caverna espesa, y mis besos le conferían nuevos gemidos. Estos eran más sutiles, aunque con una mayor carga de adrenalina.
¡También te confieso, que, antes de bañarme, me hice la paja en el sillón de la abuela! ¡Justo vi una porno, y, posta, empecé a tocarme, pensando en tus gomas! ¡Y vos sos una perrita, que dejás que tu hermanita te coma la concha!, le dije, cuando me dijo que no sabía lo que era un squirt, y me repetía que era una putita.
¡Así se le llama a la eyaculación de nosotras! ¡A lo mejor, cuando esa nena te besó, no te hiciste pis! ¡Por ahí, te acabaste encima, y fue un squirt!, le decía, totalmente concentrada en hacerla gozar. No dejaba ni un rincón de su sexo sin besar, lamer, acariciar o morder con el máximo cuidado.
¡No Eva, me hice pis, y listo! ¡Aaay, asíii, chupame la conchita, asíii, dalee nenaaa, dale que, aaay, aaaauch, me, creo que, que me, pegame en la concha perrita, dale!, empezó a decirme de pronto, cuando yo le daba pequeños golpecitos en la superficie de la vagina, y le arañaba los cachetes de su culito. Entonces, de la nada, y otra vez sin pedirle permiso, me acomodé con mis piernas sobre sus tetas, y enterré mi cabeza entre sus caderas para seguir lamiendo todo lo que borboteaba de su sexo. Ella, en principio no se animó a hacerme nada, aunque la escuchaba susurrarme cosas como: ¡Uuuuf, qué conchita, aaaay, qué hago Dios, es hermosa esta concha!
¡Dale Ro, tocame la conchita, haceme lo que quieras, pero, tocame, meteme los dedos, dale perra!, le decía, por más que mis palabras se amortiguaban en la labor de mi lengua contra su clítoris. De pronto, una descarga emocional nos condujo a sentir las mismas pasiones en el mismo momento. Sentí los labios de Rosario en una de mis piernas. Luego, que ascendieron hasta mi vagina, y que me la besaron. Entonces, la escuché decir: ¡Qué olor a putita tenés guacha!, y sin dejar de comerme su clítoris a lengüetazos cada vez más primitivos, me metí un dedo en el culo. Evidentemente nos conectamos tanto que, los mismos temblores, alucinaciones, palpitaciones y sismos nos invadieron por igual. Ella gimió con unos agudos imposibles de olvidar, con algunas palabras sucias que no recuerdo, y una lluvia de flujos vaginales le sirvió a mi boca la sabia más prohibida que pude probar jamás. Ella, seguramente se sorprendió a recibir sobre sus tetas y su rostro una catarata de mi orgasmo, convertida en un squirt maravilloso, irreverente y asesino. Estuvimos así, pegadas, yo con mi cara entre sus piernas, y ella con sus manos acariciándome la vagina, la cola y las piernas, sin poder hablarnos. Nuestro orgasmo había sido original, tal vez irrepetible, perverso, erótico y sensible. Yo quería más de su lengua en mi vagina. Mis tetas estaban celosas por no poder saber cómo esa lengua podría apropiarse de ellas, y hasta la cola me gritaba por un dedito de mi hermana. Quería saber más de sus secretos, y en el fondo, una corazonada me decía que ella también necesitaba saber de los míos.
Al final me levanté, mareada y sudada de las piernas de mi hermana. La miré a los ojos, y descubrí que su almohada permanecía regada de mi orgasmo.
¡Te measte Eva? ¿O, eso es un squirt?, murmuró, como si la vergüenza le prohibiese abrir bien los labios.
¡Fijate que no tiene olor a nada!, le dije, y acto seguido, las dos lamíamos la almohada, acariciándonos, gimiendo suavecito, casi como un ronroneo imperceptible, como si solo pudiera escucharse en nuestros corazones.
¿Querés que vayamos a dormir a mi cama?, le propuse.
¡No Eva, yo quiero dormir acá, con vos! ¡Ahora sé que, bueno, que vos me vas a entender! ¡Y, perdón por lo que te voy a decir, pero, me encanta tu conchita!, me respondió con un brillo aún más intenso en los ojos. La madrugada nos anteponía un nuevo enigma. ¿Cómo sería el día siguiente entre nosotras, después de habernos hecho esas confesiones, y de habernos dado esos mimitos? ¡Hasta me dejó que le suba la bombacha para dormir, y eso, con toda la calentura que tenía, para mí había sido glorioso! ¡Obviamente, ni bien me metí en la cama, empecé a masturbarme como si no lo hubiese hecho en años!
¡Igual, señorita religiosa, no te hagas ilusiones! ¡A mí me encanta la pija, y no creo poder dejarla!, le decía, antes de apagar la luz, imaginando que aún le quedaban ganas en el cuerpo de más besos, roces, frotadas y más de mi saliva en sus pezones. Ella se rió con alegría, y no sé de qué hablamos luego, pero fue muy breve.
Al ratito dijo, mientras bostezaba: ¡La verdad, no sé qué sería de mí si, por ejemplo, tomara la decisión de trabajar en un convento!
¡Y, seguro estarías todo el tiempo tentada por saber lo que guardan esas monjitas bajo sus bombachas calientes, por la euforia del señor!, le dije, y acto seguido, las dos al unísono dijimos al aire: ¡Sería la monjita chupa conchas del convento!, y nos reímos con todas las ganas que nuestras costillas nos permitieron. Al rato, ella dormía, o tal vez fingía hacerlo para tocarse muy suave bajo su sábana. Yo, no paraba de imaginarla arrodillada en los bancos de la misa, subiéndole las faldas largas a esas pobres chicas asexuadas para saborearles desde la bombacha hasta lo que pudiera de sus vulvas jugosas.
Como lo supuse, Rosario estuvo toda la mañana del día siguiente encerrada en la pieza, rezando, intentando purificar su alma. Se levantó temprano, mientras yo atendía a la abuela. Pero, a la noche, cuando yo ya me había acostado para dormir, enojada con ella porque no había querido hablarme en todo el día, salvo cuando estábamos con la abu, descubro que, de repente, sus dos tetas hermosas me tocan la cara. Estaban desnudas, y repletas de crema de leche. No tuve otra opción que empezar a mamárselas como me lo pidió. Todavía no puedo lograr que me coma la chuchita como yo quiero. Pero, en el fondo, sé que todo es cuestión de tiempo, y aunque parezca extraño, también de fe. Fin
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!ambar!, como siempre un plaser leerte. este relato tiene una gran muestra de que aveces lo correcto y moral termina siendo completamente una mazcara. estas dos hermanas sin pensarlo logran sumerjirme en un mundo donde no hay otra cosa que la fantasia, imagino que para rosario tiene que haber sido una lucha enorme en su cabeza por derrivar la moral y las buenas costumbres, pero al final pudo disfrutar y darse cuenta que el plaser es hermoso. todo lo terrenal se dice que es vanal y que no vale pero estoy seguro de que eso no es asi. gracias por escribir de esta manera.
ResponderEliminar¡Hoooolaaaa! Gracias por tu comentario. Es cierto. La moral que tenemos como sociedad, habitualmente parte de las estructuras. Esto, sin desacreditar o aprobar cualquier costumbre, religión o creencia, supone ser la búsqueda del placer. Este relato fue escrito a pedido, y me alegro que te haya gustado. ¡Un beso!
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