Desgraciadamente no tuve un padre que alguna noche haya decidido llevarme a un putero a debutar, después de convencerme entre pucho y copas de que a las mujeres hay que volteárselas a todas, y sin excepción. Tampoco un tío, o un abuelo que tomara ese rol.
Nací en 1966, y durante mi adolescencia no había celulares, ni internet, ni revistas chanchas, ni TV por cable. Encima el país estaba a punto de ser tomado por los milicos. Por lo que mucho menos se podía pensar en libertad. Las chicas no eran ni por asomo lo zarpada que están hoy. Tampoco tenía hermanos. Mi madre me parió a los 14 o 15 años sabiendo que me daría el legado de hijo único, ya que fui el resultado del abuso sexual de un estanciero para el que ella trabajó como criada hasta entonces. Mejor dicho, hasta aquel episodio.
En el colegio no había el libertinaje de estos tiempos, por lo que no era fácil ponerse de novio, a pesar que yo tenía cierta pinta. Además, con que solo un portero o preceptor te descubriese de la mano de alguna mina te suspendían sistemáticamente, y a ambos.
Sin embargo, los imponderables de la vida quisieron que mi tía Melina viva en casa junto a mi madre y yo, desde la navidad del 75. Melina era 5 años más joven que mi madre, y jamás fue necesariamente bella. Pero sonreía siempre, no salía al super sin pintarse los labios, usaba ricos perfumes, era graciosa, bastante directa y charlatana.
En cambio mi madre era una mujer triste, apagada, silenciosa y de carácter fuerte. Aunque tenía cierta belleza que por momentos parecía molestarle a Melina.
Más tarde supe que el acuerdo entre ellas para quedarse era que mantenga la casa limpia, se ocupe de la ropa, las plantas, las comidas y de mí. Entretanto mi madre trabajaba 8 horas como portera en un colegio distinto al que yo asistía, para proporcionar los ingresos del hogar.
Para mí era un lujo llegar a casa del colegio y tener la leche con las tostadas listas, la manteca y la mermelada toda para mí, encontrar mi cuarto ordenado y la ropa limpia. Melina me ayudaba con los deberes. Cuando no tenía ganas y se la hacía difícil, ella me tironeaba de una oreja y me sentaba en su falda para dedicarnos juntos a completar ecuaciones o mapas. Como era delgadito no le hacía doler tanto las piernas. Además tenía 10 años recién.
Casualmente una de esas tardes Meli me retó porque no había querido bañarme, y al parecer el olor de mis axilas la irritó al punto que me dejó en cuero, cerró mis carpetas y me llevó de un brazo al baño. Pero ocurre que de repente se detuvo a mirar mi entrepierna, y dijo: ¡¿A vos, ya se te anda parando el pito pendejo?!
No supe qué contestarle, aunque era cierto que lo tenía duro, y no le di importancia porque pensé que solo se debía a mis ganas de mear. Ya me había pasado otras veces, pero nunca me detuve a pensar en las causas. Supongo que deduje en ese momento que aquello me pasaba cuando miraba a una chica que me parecía linda o atractiva. Aunque también me sucedía cuando miraba a mujeres como mi tía.
Eso quedó allí nomás, y en cuanto ella se fue me duché, me vestí y volví a mis deberes escolares. Desde entonces, y ya cerca de cumplir los 12 años sentía la necesidad de tocarme el pito cada vez que encontrara un hueco. No quería que nadie me viera, a excepción de mi tía. Claro, en esas épocas no había información al alcance de la mano, y los adultos preferían no hablar de temas sexuales con los niños. De hecho, tanto para mí como para mi amigo Daniel, por ejemplo, el aborto era una especie de árbol silvestre..
Una tarde Meli me vio y me gritoneó sacándome de todo clima, mientras barría el patio: ¡Dejá de tocarte los huevos asqueroso, y lavate las manos, que si no se te va a parar el pito!
Eso me intrigó tanto que corrí al baño para comprobar si era verdad. Cuando salí pensando en comer una fruta, pasé por la puerta del dormitorio de Meli, y le vi las tetas al aire. Se estaba cambiando porque se había salpicado con la regadera. Permanecí embobado y silencioso mirándola, y para mi sorpresa, el pito se me empezaba a llenar de unas cosquillas infinitas. Se me revolvía el estómago de ansiedad, se me secaba la boca, me sudaban las manos y sentía algo extraño en mis testículos. Ahora comprendía lo que me pasaba por las noches, en la oscuridad de mis sábanas frías y mis manos inquietas. ¡Me pajeaba sin saberlo, y amanecía bañado en mis primeras lechitas!
Unos días antes del fatal 24 de marzo mi tía me hizo una torta inolvidable para festejar mis 12 años. Invité a todos los de mi curso y, esa noche apenas la fiesta terminó mi madre se fue a cuidar a una anciana que estaba gravemente enferma.
¡Es una platita más! ¡No te preocupes, que yo cuido al hombrecito de la casa!, le dijo la tía al despedirla. Esa noche, por alguna extraña razón Melina quiso que duerma con ella, en su amplia cama de sábanas floreadas. Me acuerdo que me susurró mientras se desparramaba cara al cielo envuelta en un camisón azul: ¡Espero que te haya gustado la torta! ¡Aaaah, y ojo, no te hagas el vivo con las chicas! ¡Ya vi como mirabas a una rubiecita, y más ahora que el pito ya se te para solito, tenés que tener cuidado!
Esto último desmanteló mi razón y, sentí que se me humedecía la punta del pene como nunca, además de endurecerse mi tronco y pesarme los huevos. No podía acostarme de la vergüenza. Hasta que ella me dijo imperativa e impaciente: ¡Dale nene, desvestite y acostate que es tarde!
Apenas lo hice, con mi slip evidenciándome, ella se quitó el camisón bufando por el calor y volvió a su lugar, solo que ahora con las gomas desnudas y con una bombacha blanca. Honestamente no podía dejar de mirársela. Era preciosa con sus puntillitas plateadas en los elásticos.
¡Dormite que mañana hay que limpiar todo el desastre que hicieron tus amiguitos! ¡Y ojo con las manitos eh!, dijo antes de sonreír y acariciar mi frente con un gesto maternal nada convincente. En cuanto su respiración se tornaba pesada, su cuerpo se relajaba y la noche la hacía soñar en los brazos de la radiante luna plateada y cómplice colándose por la ventana, sentí una terrible adrenalina. Me senté cauteloso y le miré la entrepierna. Debajo de su bombacha pugnaba por escaparse un montoncito de vellos, y mi dedo se animó a rozarle la vulva sobre la tela. Seguro tenía los labios carnosos o gruesos, porque era abultada. También contemplé sus tetas mientras una de mis manos temblorosas le daba calor y masajes a mi pene agarrotado.
Uno de sus pezones estaba erecto, quizás por el fresquito que a veces cruzaba por entre las cortinas. Me atreví a acariciarle un pecho, y una electricidad pareció arder en las yemas de mis dedos. Melina seguía inmóvil. Había trabajado mucho para mí cumple. Eso me alentaba a no abandonar mi lección de anatomía femenina.
Regresé a su entrepierna, y esta vez atrapé todo su bollo sexual en la palma de mi mano. Transpiré como un cerdo al horno, y más cuando se me ocurrió olfatear la fragancia de su flor, a unos 5 centímetros de su prenda. En ese momento un violento torrente de agüita espesa salió de mi pene, sacudiéndome el cuerpo como una hoja y atemorizándome un poco. No pude dar marcha atrás. Era semen con algunas gotas de pis lo que me ensució la mano, el slip y la sábana. Fui al baño todavía con la pija hinchada y vibrando a lavarme, y mientras pensaba en la rubia que decía mi tía buscaba serenarme. Romina no me gustaba aunque todos me cargaran con ella, solo porque éramos los mejores alumnos.
Pronto estaba desayunando con Melina y mi madre, que coleccionaba ojeras y malhumor en su rostro. Yo no podía concentrarme más que en las tetas de mi tía, ya que tenía una camisita desprendida y sin corpiño. Mi madre preparó el almuerzo, y después del postre mi tía convenció a mi madre para que tome una buena siesta. Levanté la mesa, Meli lavó los platos cuando mi madre ya cerraba la puerta de su dormitorio, y apenas me subí a la bici para dar unas vueltitas por el barrio mi tía me llamó en voz baja pero con urgencia: ¡Gabriel, bajate ya de ahí y vení para acá rápido!
Seguí sus pasos que se detuvieron en la entrada de su cuarto.
¡Entrá, y bajate el pantalón, calladito!, me ordenó enfática mientras trancaba la puerta con una piedra. Lo hice a pesar de los pudores por la erección de mi pija que reaccionó sin más. Se me acercó y se quedó en tetas. Se agachó y olió mi calzoncillo. Luego me agarró de una oreja para que me ponga de pie y mire la sábana.
¡Mirá lo que hiciste ayer chanchito! ¡Eso es semen! ¡Eso quiere decir, que te pajeaste! ¿No cierto? ¿O te hiciste pis?, me preguntó sin reservas. Yo no podía mirarla a la cara siquiera.
¡Sentate y tocate el pito, como lo hiciste ayer! ¡Dale que quiero verte!, me dijo mientras me quitaba la remera. Lo hice con un terror invadiendo mis músculos, y al rato Meli me dejó completamente desnudo. Sentí un escalofrío letal cuando acercó su cara a mi pene, y más cuando su lengua lo rozó, su nariz se impregnó de su aroma, sus dedos punzaron la punta, sus labios me colmaron la panza y los huevos de besos ruidosos y, cuando su larga cabellera caía sobre mi pubis.
Todo hasta que otra inevitable fuga de agua más espesa que antes le enchastró las manos a la tía, quien pareció disgustarse. Me dio una cachetada, me zamarreó diciendo: ¡Sos un asqueroso de mierda pendejo, pero me encanta!, y me echó casi a las patadas de su cuarto. Me había dejado en calzoncillo merodeando por la casa, hasta que se me ocurrió ir al patio. Allí buscaría refrescarme con una manguera que solía usarse para regar las plantas. Hacía mucho calor, pero en mi mente el incendio era mayor, y más cuando di con la ventana de la tía. La vi tumbada en la cama, con la misma bombacha de la noche anterior, apretándose las tetas con una mano, lamiéndose los dedos de la otra, respirando agitada, moviéndose como sin saber detenerse y mordiéndose los labios. De repente se puso boca abajo y todo lo que hacía era deslizarse furiosa por la cama, darse nalgadas y babear la almohada. Supongo que también la mordía. Pronto escuché un quejido con sabor a alivio, y en cuanto se levantó pude ver que sus ojos brillaban, que su cuerpo mareado tiritaba y que su bombacha goteaba un poco. Pensé que Melina era grande para hacerse pis encima, y me acabé en las manos de tanto acogotarme el pito con semejante panorama.
Al rato en el baño me pajeé otra vez, y desde entonces, no había noche que no me pajeara por lo menos 6 veces. La tía nunca supo que la vi, y que no fue solo aquel día.
Pero, cerca de mis 14 años todo se desmadró. A esa altura las tetas de la tía eran lo que mis ojos necesitaban para tocarme, y en varias oportunidades me acabé encima mirándoselas mientras merendaba. La tía a veces buscaba alguna situación para manotearme el pito, y decirme con gracia: ¡Ojo con esta cosita pendejo eh, y más vale que uses forros, si vas a andar noviando con una guachita!
No entendía qué era aquello, pero vivía alzado con solo oír su voz. Mis deberes en su falda se habían vuelto mi mejor momento del día. Se me re paraba sabiendo que sus tetas rozaban mi espalda, que su perfume me embriagaba y que, en algún instante ella me iba a tocar el pene. Mi madre aún no sospechaba nada.
Aquel 8 de marzo hubo una siesta llena de espanto. Los milicos habían reventado la casa de en frente. Se oyeron gritos, vidrios rotos, patadas, disparos y llantos desgarradores. Allí vivía una familia marcada por el peronismo, y al parecer alguien los delató por sus encuentros políticos clandestinos. Yo estaba pelando un durazno en la cocina cuando la tía irrumpió de pronto y me llevó a los empujones a su pieza. Mi madre ese día trabajaba en la escuela. No había feriado por el día de la mujer.
¡Sacate la ropa y acostate Gabi, y no preguntes nada!, dijo Melina cubriendo las ventanas con gruesos acolchados. Se quitó el vaquero y la camisita, prendió el ventilador y me quitó el calzoncillo, el que yo no me había animado a sacarme.
¡Mirá cómo la tenés, estás re alzadito, está re dura, rica y caliente!, decía mientras me pegaba en el pito y meneaba las tetas. Cuando las apoyó sobre mi carne gemí de placer, y ella comenzó a restregarlas, a dar saltitos y a ubicar mi pene en la unión de esos globos perfectos. No pude aguantar y en un brusco sacudón acabé contra ellas. La tía gimió, me dio un beso en la boca y contempló que de nuevo mi verga se erectaba.
¡Qué lindo que sos pendejito, tenés una pija hermosa!, me juraba la tía recostándose a mi lado. Yo tenía ganas de reír y llorar al mismo tiempo. Afuera los ruidos no cesaban, y adentro Melina me tocaba el pito mientras me pasaba la lengua por el cuello y las orejas. Me dolían un poco los huevos, y sentía que en cualquier momento me iba a mear en la cama. Pero ella adivinó mi sensación cuando aclaró: ¡Si sentís que te viene la lechita dejala salir mi chiquito! ¿Sabés?
Ella me puso las tetas en la cara, y cuando su pulgar rozó mi glande mi semen fue una crema pegajosa en sus manos de inmediato. ¡Me fascinaba ver cómo se lamía uno a uno los dedos!
¡De esto ni una palabra a tu mami! ¿Está claro? ¡Me parece que llegó la hora que alguien le enseñe a este pendejito malcriado, algunas cositas de mujeres!, dijo antes de meterse por completo mi pija en la boca y succionar como si tuviera la lengua de terciopelo y su saliva de chocolate. También mis bolas conocieron el calor de su boca. Yo me estremecía, y ella jadeaba diciendo que quería tragarse mi lechita.
Lo logró sin demasiado esfuerzo, porque todo lo que un nene de esa edad y sin experiencias puede hacer con facilidad es acabar una y otra vez. La vi lamerse los labios con cara de gozo mientras la oía hacer gárgaras con mi leche, antes de tragársela relamiendo cada rincón de sus papilas gustativas.
¡Ahora me vas a sacar la bombachita, y la tía te va a poner un forrito!, dijo mientras hurgaba en un cajón. Se paró frente a mí, me levantó de un solo tirón de pelo y puso mi mano en el elástico de su bombacha negra, la que le quité con la ayuda de sus piernas. Esta bombacha era más suave al tacto, tenía algunos dibujos de gatitos en la parte de la cola, y lucía muy empapada. Todavía no existían las tangas, colaless o hilos dentales. O, al menos que yo supiera.
¡Mirame la concha, pero mirala bien! ¡Ahí es donde me vas a meter el pito nene!, explicó mientras se abría todo lo que podía. Luego me sentó, me dio su bombacha para que la huela sin ataduras y aprovechó a ponerme el forro diciendo: ¡Esto, cada vez que estés con alguna pendejita te lo ponés, si no querés que quede embarazada!
De inmediato me empujó en la cama, se me subió encima y colocó mi pija en el umbral de su sexo. Entró sin problemas, y ella empezó a subir y bajar, brincar cada vez más encendida, gemir y decir cosas como: ¡Dale guachito, cogé así, cogeme toda, dame leche!, mientras el ruido del plástico del forro y sus jugos vaginales me hacían delirar de emoción.
Yo sentía que me iba a desarmar adentro de ella. Estaba caliente, húmeda, estrechita y peluda. Fue la concha que me sacó la virginidad, y mi cuerpo se lo agradeció con creces.
Acabé una vez, y se lo dije a mi tía. Pero ella seguía trepada a mí sin detener su ritmo, ya que se me volvía a poner dura como un ladrillo. Acabé otra vez, y ahora la tía clavaba sus uñas en mi pecho, me daba tetazos en la cara, me tapaba la boca con sus manos, me decía que se sentía una puta, que quería cogerme todos los días y me pedía que le pegue en el culo. Acabé una vez más, y mi tía parecía desvanecerse sobre mí, con su aliento cansado, los pulmones inquietos, los ojos con lágrimas, las manos intrépidas y bañadas en sudor. Yo estaba igual, y creo que cuando me sacó el condón repleto de semen se me escapó un minúsculo te amo. La tía se acostó a mi lado desnuda y me comió la boca con desesperación, mientras me prometía que la próxima me dejaría que le acabe todo adentro de la conchita.
Pronto ambos nos quedamos tiesos. Mi madre golpeaba la puerta con una inocultable preocupación. Melina me pidió que me haga el dormido y me tapó para abrir la puerta. Mi madre lloraba feliz de que estemos a salvo del caos de la casa de en frente.
¡Melina, no podés dormir así con Gabriel, por favor!, susurró mi madre al verla desnuda, y ella explicó que estaba por darse una ducha. Mi madre no pareció complacida por la respuesta.
Esa misma noche oí una conversación entre ellas, en el patio.
Mami: ¡Gabi ya no es un nene Meli, así que basta de andar con las tetas así, o de llevarlo a tu pieza! ¡Puede y debe dormir solo!
Meli: ¡Pasa que no sabés la poronga hermosa que tiene, y toda la leche que larga cuando acaba! ¡Sus sábanas viven enlechadas!
Mi madre le pidió que baje la voz, pero mi tía seguía.
Meli: ¡Aparte, te cuento que él me roba las bombachas y se las lleva a su cuarto! ¿Vos que pensás que hace? ¡Está re calentito el pibe, y yo ya lo hice debutar! ¡Igual no te preocupes, que nos cuidamos! ¡Pero le hice todo lo que una hembra tiene que hacer! ¡Además hermanita, tiene un pito delicioso!
Mi madre escuchaba sin distraerse, y luego opinó: ¡Bien Meli, yo sabía que podía confiar en vos! ¡Sabía que era buena idea traer a una putona a vivir con nosotros! ¡Te pido que cada vez que lo veas alzado te lo cojas! ¡No quiero que ninguna bombachita floja lo engatuse! ¡Yo nunca me iba a animar a hacerlo porque me da mucho pudor! ¡Soy su madre, y para mí no es fácil!
Yo me pajeaba mientras oía asombrado, y pronto Meli dijo levantándose de la reposera: ¡Igual, yo que vos nena, una de estas noches entro a su pieza y le doy una buena chupada de pija! ¡Hay que aprovechar que tenemos un machito en casa! ¿Hace cuánto que no te revolcás con un tipo?
Mi madre largó una carcajada nerviosa, y Meli me encontró con el pito en la mano, escondido en el living en cuanto la conversación concluyó. Me agarró de una oreja y fuimos a su cuarto donde me la mamó unas 4 veces.
Desde entonces esperé que mamá alguna vez cumpla con lo que Meli le insinuó. Pero, aunque aquello jamás sucedió, mi tía siguió sacándome la calentura hasta mis 17 años. Fin
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Excelente!
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