Digamos que lo lógico, lo esperable o lo más normal del mundo, era que mi hermano Diego y yo nos llevemos para el traste. Realmente me pone de los pelos que el justificativo válido para todo lo que hace o deshace, para sus desobediencias, sus malos hábitos o su falta de solidaridad para con la casa sea su adolescencia. Mis padres chocan conmigo cada vez que intento ponerle los puntos, y eso me conduce a discutir con ellos. Por ende, después me peleo a muerte con él. Mi madre había intentado muchas veces reconciliarnos, llevándonos a comer afuera, a los mejores restoranes. Pero sabía que apenas regresábamos a casa, los dos volvíamos a decretarnos la guerra fría. En ocasiones, hasta intentó que nos amiguemos un poco haciendo trabajos de jardinería. No sé cuál de sus amigas le había recomendado eso, o si lo leyó en internet. Pero nosotros, por momentos éramos insoportables.
¡Basta July, no seas densa nena! ¡Estás hecha una vieja chota! ¡Ni mami me rompe tanto las bolas como vos! ¡Serenate un poco! ¡Además, vos también dejás tu ropa tirada en el baño, el secador de pelo enchufado colgando de la pared, o los toallones mojados en las sillas! ¡Así que, te cagué nena! ¡No me podés decir nada porque tengo razón!, me gritó hace una semana atrás, luego de mis súplicas para que al menos levante sus calzoncillos sucios del baño y se lleve sus ojotas a su pieza, puesto que necesitaba bañarme. Entonces, harta de sus insolencias y sus acusaciones, tal vez desbordada por sus excusas para todo, me acerqué y le planté una cachetada con la que le di vuelta la cara. Él no se la esperaba. Estaba muy entretenido con un joystick en la mano, y un vaso de coca en la otra, tal vez a punto de eructar, desparramado en el sillón, y en cueros.
¡A mí no me gritás así pendejo malcriado! ¿Me escuchaste? ¡Yo no soy la mami, ni la tontita de tu novia! ¡Además, ya te pedí disculpas por lo de ayer! ¡Sólo me olvidé una puta bombacha en el piso! ¡Se me estaba haciendo tarde para la clase de la facu! ¡Pero vos nunca ordenás nada, y te cagás en todos! ¡Mil veces termino levantando la mugre que dejás en el baño, idiota! ¡Y vos, ni las gracias me das!, le grité luego de la estampida de mi palma en su rostro. Él abrió la boca, pero no fue capaz de armar ni media palabra. Entonces, el arrebato de mi furiosa mirada que clamaba por una disculpa sincera de sus labios, se desvió sin mi consentimiento a su entrepierna. ¿Cómo podía ser que el cerdo de mi hermanito, con solo 16 años tuviese tamaño bulto? Para colmo traía un short de tela liviana, de esos que se usan para meterse en la pile. ¿Por qué se le habría parado el pito de esa forma?
Ni siquiera sé por qué se lo pregunté, así nomás, sin filtros: ¿Hey nene, vos te pusiste un calzoncillo al menos, después de bañarte?
Para mi desconcierto, él no titubeó al responderme.
¡No nena, obvio que no! ¡Ya no se usa más ponerse calzoncillos, y menos en cuarentena! ¡Me extraña que con todo lo sabionda que sos, no conozcas esa nueva tendencia de los hombres!
Su confesión golpeó las puertas de mi curiosidad, pero no me atreví a preguntarle nada más. Sólo le recordé que es un estúpido, y me metí al baño. Sabía que con él todo era una causa perdida, y más desde que nos gobierna el aislamiento obligatorio. Encima estaba re embobado con su noviecita virtual. Pero, por alguna razón no podía arrancar de mi mente la carpa que tenía mi hermano en el pantalón. ¡Como todo pajero inmaduro, seguro se le paró por nada, y al andar sin calzones, el pito se le acomoda para donde quiere! Aún así, no era justo que ese idiota le presuma la dureza de su miembro a mis 22 años desolados de sexo. Mientras trapeaba el piso del baño, se me ocurrió pensar: ¿Y, si se le paró cuando le di la cachetada? ¡Por ahí, eso le calentó! ¡Nooo, es obvio que chateó con su novia, o la muy atrevida le envió alguna fotito haciéndose la gata, o vio algún video chancho en su celular! ¡Clavado que se lo pasó Matías, su mejor amigo!
Cuando ya mi cuerpo era un tobogán de espuma bajo el vapor de agua, recordé la carita que me puso cuando le mencioné lo de mi bombacha. No sé por qué hice lo que hice, pero inmediatamente lo imaginé sentado en el inodoro, con su verga en la mano y con mi bombacha blanca en la otra, acercándosela a la nariz con todo el sigilo primero, y después con todo para olerla como un pervertido. Podía verlo refregándosela en el mentón, en esos rulos rubios y en su lengua larga que emergía de su boca como una serpiente hambrienta. Podía oírlo extasiado, sacudiéndose el pedazo con avidez, susurrando cosas como: ¡Qué putona, qué rico olorcito a concha tiene la yegua, qué guacha salvaje, te la quiero poner toda hermanita!
De pronto la espuma que me envolvía me asfixiaba los pensamientos, y por suerte el chorro de agua caliente que empapaba mi desnudez, silenciaba mis primeros gemidos. Ya no había sido fuerte para resistirme a la tentación, y empecé a masturbarme como una adolescente, a sobarme las tetas, a pellizcarme los pezones, escupir nubes de jabón y a reírme con una felicidad que tintineaba casi tanto como los latidos de mi corazón. Presionaba mi clítoris, hundía dedos en mi vagina para luego saborearlos y volver a penetrarme, y me frotaba toda con la esponja repleta de jabón. Franeleaba los azulejos resbalosos con mi culo, procurando que se me abran bien las nalgas para sentir el flujo del agua erosionando el orificio de mi ano, y eso me emputecía aún más.
¡Dale guachito, quiero que muerdas mi tanga como un perro, olela, chupala toda cochino, y mostrale toda esa pija dura a tu hermanita!, decía sin reprimirme bajo la copiosa lluvia de la ducha, al mismo tiempo que un orgasmo repentino me estremecía. Un mareo irrespetuoso me consumió por dentro, y de inmediato los ruidos de la casa regresaron a mi consciencia. Mi hermano seguía gritando goles, mi madre hablaba con mi viejo en la cocina, y alguien tocaba el timbre. Yo, desnuda y con la mente sucia, me maravillaba al ver la oleada de flujos que descendía de mi conchita. ¡Acabé pensando en mi hermano! ¡Qué perversa degenerada!, me dije nalgueándome el culo, y me sonreí en el espejo, antes de ponerme enjuague en el pelo. Hasta me permití hacerme pis parada en la ducha, burlándome del tonto de Diego, que seguro hacía lo mismo una y otra vez, antes de lavarse el pelo.
Pero por la noche, no podía conciliar el sueño pensando en lo sucia, demoníaca, desprejuiciada e inmoral que fui en la tarde. ¿Cómo pude haber sido capaz de tener un orgasmo con mi hermano en los pensamientos? Recuerdo que luego de patalear en la cama, como si con eso lograra ahuyentar mi pecado mortal, me levanté a buscar algo para tomar. Cuando llegué a la cocina, vi que Diego estaba casi dormido en el sillón. El campeonato de fútbol estaba pausado, y su celular vibraba como loco arriba de la mesita. Mencioné su nombre dos o tres veces en voz baja, con la intención de no despertarlo. No tenía idea por qué me había causado intriga su celular vibrando a dos motores. Entonces, lo agarré, y abrí su Whatsapp para mironearle el chat. No quería clavarle el visto a ninguno de todos los boludos que le escribían pavadas. Pero, cuando vi el de su novia, mi estado imperante de saber un poco más acerca de mi hermano controló mis acciones. De última, no tenía nada de malo. Hasta él, medio dormido podía olvidarse de lo que vio y no vio. Entonces, observé varias fotitos que ella le mandaba. En la mayoría la pendeja aparecía mostrándole las tetas, agarrándoselas con la mano, o envueltas en unos corpiñitos casi diminutos. En un par, se la veía bailando con una calcita apretada, y en otras, le tiraba piquitos. Tuve que subir mucho para encontrar una que él le envió a ella, ¡Y casi me da un infarto en el clítoris! ¡De hecho, sentí que una ola de flujos se precipitaba de mi conchita para mojarme la bombacha! Mi hermano se había tomado una foto de la verga en estado de desnudez total, bien erecta y con un brillo especial en la cabecita, producto de la paja que seguro se hacía para ella. ¡No podía tener semejante víbora, ese salame contestador, desubicado y mocoso! ¡No podía estar haciendo esas chanchadas a su edad, con una nena! Pero de repente mi hermano se movió en el sillón. Por lo que preferí dejarle el teléfono en las piernas, y me alejé lo más despacito posible de su apatía. Obvio que, antes de perderme de sus sentidos, le eché una mirada a su bulto, y lo tenía medio parado. Entonces, desde la cocina, mientras me servía un jugo de lima le dije, nuevamente en voz baja: ¡Dieguito, a dormir nene, que mañana no te levantás más, y tenés cosas del colegio para hacer!
Él me contestó monosilábicamente y con fastidio, como acostumbraba. Pero, cuando ya estaba bajo mis sábanas, recreaba la fotito que el muy cerdo se había sacado para esa chica. Todavía no eran las 3 de la mañana, y la verdad, no tenía fuerzas para repasar para el parcial que se me aproximaba. Por eso, y todavía caliente, extrañada y confundida por lo que había hecho en la ducha, me bajé la bombacha hasta las rodillas y abrí las piernas. Me excitó encontrar toda la tela que le coincide a mi vulva totalmente húmeda. Me toqué la concha, y una electricidad irracional me endureció los pezones. Rodeé el orificio de mi vagina, y me pareció oír las ansias de mi clítoris convertirse en grito. ¡Dale puta, frotate así, agarrá tu consolador de la mesita de luz y cogete fuerte, gemí que nadie te escucha zorra, ponete bien loquita, metete los dedos en la concha ahora!, se inscribía en mi mente el verdadero deseo de mis entrañas, como una insistente sombra que olía a insensatez. Entonces, me imaginé hincada a los pies de mi hermano, lamiéndole la verga, con todo el sudor de sus huevos en mis mejillas, escupiéndole el glande y sorbiéndolo con mis labios carnosos. ¡Cómo extrañaba chupar una buena pija! ¡Y, en casa tenía un ejemplar delicioso, expectante y caliente todo el día! No pude prohibirle a mis dedos hacerse de mis pezones para retorcerlos, ni a mi boca lamerme los dedos de la otra mano. ¡Quería una pija en la boca ya, y una más gruesa y venosa bombeándome la concha! De hecho, ya estaba al borde de manotear mi consolador de los adentros del cajón de mi mesa de luz, cuando el ladrido del perro me recordó que había ropa tendida en el patio. La verdad, tal vez sin saber que aquello fuera mi mejor acierto, opté por mandarle un SMS a Diego, y pedirle que la entre por mí. No tenía ni media gana de vestirme para salir.
¡Dieguito, porfy, entrate la ropa del patio, que me re olvidé! ¡Mañana te preparo unos panchos si querés!, le escribí, sabiendo que todavía estaría en el living. Una de las formas de lograr algo fructífero con él, era negociar con sus gustos preferidos. Dejé el celu en la mesita de luz, y volví a concentrarme en lo mío. Me puse a lamer el juguetito luego de ponerle un forro con sabor a frutilla, mientras me sobaba las tetas y me bajaba la bombacha cada vez más. No quería sacármela del todo. Desde muy chiquita me excita pajearme con la bombacha puesta.
En eso estaba cuando oí vibrar mi celu en la madera. Una, dos, y creo que hasta unas cinco veces. En situaciones normales no le habría dado importancia. Pero imaginé que algo pasó, y la curiosidad me obligó a fijarme de quién se trataba tanta locura de mensajes. Cuando lo tuve en la mano volvió a vibrar. Entonces, entré a mi Whatsapp. ¡Eran mensajes de Diego! Había tres fotos, en las que su pija durísima blandía al aire, y dos de sus dedos la manipulaban desde el inicio de su tronco. Tenía el pantalón a la altura de las rodillas, y los huevos totalmente hinchados. Encima, abajo de las fotos había un par de frases.
¡Así nenita chancha, esto es para vos, que sos re golosa!
¡Comete todo esto guacha, y mandame alguna fotito de tu concha! ¡Me encanta mirarte la burra!
¡No doy más July, quiero que nos veamos, y ahí sí que no te salvás! ¿Pinta una video llamada? ¡Quiero mirarte las gomas!
¡Che, ¿Qué estás haciendo ahora?! ¡Yo, me pajeo todos los días por vos pendeja!
Después de leer las guarradas que mi hermano escribió bajo las fotos, tuve envidia de no ser esa pendeja. En efecto, su noviecita se llama Juliana, y él solía llamarla July, como a mí. Supuse enseguida lo que sucedió. Él, medio dormido, se despertó soñando con ella, y el pito se le puso a mil. No le quedó otra que pajearse, y se le ocurrió tentarla, si es que aún permanecía despierta en la madrugada cada vez más ventosa. ¡Qué mocoso atrevido! ¡Demasiado listo para su edad! Pero mi mente se había quedado con la vívida imagen de su pene a punto de estallar de semen, siendo aprisionado por sus dedos, sacudido y preparado para saciar el celo de su adolescencia. ¡Ahí sí que terminé de calentarme con él! Al mismo tiempo me daba asco y repulsión. ¡Ese pendejo pajero no podía ser mi hermano, pero lo era, y eso no podía evitarse!
Vi una vez más sus fotos cochinas, y no volví a dudar. Lamí el consolador hasta dejarlo impregnado de mi propia saliva, lo conduje al centro de mis piernas, me aparté la sábana que me cubría y lo introduje en mi concha para calmar el fuego que me consumía hasta el apellido. Tenía la bombacha estirada, los pezones calientes y algunos gemidos atragantados, cuando vibró mi celular, el que había dejado bajo mi almohada. ¡No quería interrumpirme, ni dejar de estimularme, babearme como una loca, ni separar los talones de mi culo! Pero, en cuanto pensé que podía tratarse de otra foto de Diego, abrí el Whatsapp, sin quitarme el juguete de la chucha. Me equivoqué olímpicamente. Era él, pero disculpándose, aunque con frialdad.
¡Perdón nena! ¡Borrá esas fotos! ¡Y no me buchonees con los viejos!, escribió, con las faltas ortográficas que lo distinguían. No llegué a responderle, porque antes de eso recibí un audio de sus mismas persecuciones.
¡July, perdón boluda! ¡Me quedé dormido, y me mandé cualquiera! ¡Estaba hablando con la July, y ni me fijé! ¡Eliminá esas fotos, y ya fue!, decía su voz suspendida en una sincera culpa sin precedentes en él. Decidí no contestarle. El roce de mis talones en el orto y mi consolador abriéndome los labios vaginales se me antojaron más tentadores que contestarle a Diego. Por otro lado, pensé en hacerlo sufrir un poco. ¡Ahora lo tenía en mis manos!
En el fondo, no esperaba que Diego de repente decida golpearme la puerta con urgencia.
¡Dale July, abrime!, me dijo entre asustado y sofocado.
¡Mañana hablamos, cochino! ¡Y más te vale que de ahora en adelante no te mandes ninguna conmigo!, le decía, mientras me frotaba el clítoris. Ardía en ganas de abrirle. Quería saber si tenía el pito parado bajo su pantalón, y exhibirme ante él así como estaba, toda abierta, desnuda y a punto de explotar.
¡Basta, andate nene, que vas a despertar a los viejos!, le dije cuando sacudió el picaporte de la puerta. Yo tenía la precaución de cerrar mi puerta con llave, por si a él se le ocurría entrar a mi pieza para sacarme la compu, o algún cargador, o plata. En ese momento, mis jugos estallaron en un manantial que se desprendía de mi orgasmo, y humedecía mis sábanas. Luego, me sentí aún más sucia y degradada. ¡No podía estar sucediéndome esto! ¿Cómo podía ponerme así con el pito de mi hermano? ¿Necesitaba terapia? ¿La cuarentena podía llevarnos a una situación de estupidez semejante? Enseguida borré las fotos, y le mandé una carita sacando la lengua a mi hermano, para que suponga que estaba todo bien. Pensé en lo horroroso que la estaría pasando en su cuarto, sabiendo que yo le vi el pito, y leí las groserías que le escribió a esa mocosa. ¿Pero, realmente se estaría sintiendo tan desgraciado?
? A la mañana siguiente, la desvergonzada, aturdida y conmocionada era yo. ¡Había soñado casi toda la noche con él! Primero, Yo lo descubría mirando una porno, y me le tiraba encima para empezar a marcarle mis chupones por todo el cuello. Después, soñé que mi madre lo retaba por venir con ll guardapolvo manchado con lápiz labial. Él le dijo que fue una de las pesadas de sus compañeras, y yo de la nada me desprendía la camisita para que me mire las tetas bajo mi corpiño de encajes. Y, por último, soñé que de repente entraba a mi pieza, totalmente desnudo y con el pito e la mano. Me pidió perdón, y acto seguido me acarició los pies, diciendo con su altanería habitual: ¿Querés comerte esta pija hermanita? ¿La querés toda adentro tuyo?
Claramente me desperté más que calentita, atontada y sin la bombacha. De hecho me costó encontrarla. Cuando bajé a desayunar, Diego estaba con la compu en la mesa, terminando algo para alguna de sus materias. Eso me hizo recordar que en dos días yo debía rendir un parcial oral vía Zoom. Pero, honestamente no podía concentrarme. Mis ojos buscaban algún indicio de erección en la entrepierna de mi hermano, y ya empezaba a gustarme que me mire con fastidio. Pero no me olvidé de ajustar cuentas con él.
¡Escuchame bien nenito asqueroso! ¡Primero, me parece que no tenés edad para hacer esas cosas! ¡Segundo, deberías tener cuidado! ¡Más allá que te haya cambiado los pañales, eso no te da derecho a enviarme fotos de tu pene, ni siquiera por error! ¡Y tercero, esa chica es tan menor de edad como vos! ¡Np Quiero líos en casa! ¡Sabés que si mami se llega a enterar mínimo se le sube la presión! ¡Medí tus actos pendejito! ¡Crecé, y antes de mostrarle tus partes íntimas a esa chica, aprendé a ponerte un forro!, le dije con autoridad, mientras él apuraba su taza de chocolatada caliente. Apenas dio una cabezada, y volvió a ocultar su rostro en su notebook.
¡Callate nena, y no te metas en lo que no te importa! ¡Ya te pedí perdón! ¡Así que no me rompas las pelotas!, me respondió cuando le pregunté si le habían quedado en claro mis recomendaciones. Entonces, volví a acercarme a él. Lo agarré de una oreja, y juntando mi cara a la suya le dije con rigurosidad: ¡Para que sepas, soy tu hermana mayor, y me debés respeto! ¡Te tengo en mis manos nenito! ¡Si volvés a contestarme, le muestro las fotos a mami, y se te arma la podrida! ¡Sí, es verdad, no las borré! ¡Así que cuidate!
No me olvidé de arrancarle un par de mechas, mientras él me pedía con cierto nerviosismo que lo suelte, y me prometía respeto. También me suplicó para que borre las malditas fotos. Yo le dije que si se portaba bien, al menos lo iba a reconsiderar.
A la siesta se me hizo imposible poner atención a los textos del parcial. No me entraba nada, y no tenía motivos para distraerme, ya que permanecía encerrada en mi cuarto. Es que, las cosquillas irrespetuosas que circundaban por mi vagina no me dejaban en paz. Como en la noche no había podido dormir bien, decidí descansar al menos una horita. Pero Diego volvió a irrumpir en mis sueños.
¡Dale July, vení a cambiarme el pañal, como cuando era chiquito!, me decía su grotesca figura sentada en mi cama, oliendo una bombacha que no reconocí como propia. Entonces, yo me sentaba a su lado, y comenzaba a pajearle una verga descomunal para su edad, mucho más gruesa que la suya, de acuerdo a las fotitos que vi. Él buscaba refugiar sus manos bajo mi pollera, hasta que logró tironearme un poco la bombacha. En ese momento me desperté, y no tuve más alternativa que masturbarme en su nombre, gracias a la locura de aquel sueño intrépido.
Ese día para mí fue un infierno. No podía evitar sentir un hormigueo intenso cada vez que lo veía. Incluso me mojaba toda, y podía comprobarlo con el solo roce de mi sexo en mi bombacha. No me salía retarlo, ni tratarlo mal como siempre. ¡Y eso que él se las buscaba!
Pero al otro día no lo soporté más. Durante la noche volví a soñar con él. Primero nos chuponeábamos sentados en el sillón, jugando al Fifa, Yo a upa de él. Hasta que empecé a sentir que la pija se le ponía tiesa bajo mi cola, y yo misma tomaba la iniciativa.
¿Querés que cojamos pendejo?, fui capaz de pronunciarle al oído. Pero él me trató de puta, y empezó a gritar para que los viejos nos escuchen. Me desperté frustrada, idiota y húmeda. Entonces, luego soñé que me espiaba mientras me bañaba. No le decía nada. Solo me exhibía para él, enjabonando mis partes, abriendo y cerrando las piernas, meneando las tetas y sacudiendo mi largo pelo lacio. Él me observaba con la boca abierta, hasta que me miró con la ternura de un niño, y me dijo: ¡No aguanto más July! ¡Tengo toda la lechita en la punta de la pija, toda calentita para vos!
Supongo que, por eso, y sumado a lo turbada que me habían dejado los gritos de mi madre, otra vez retando a mi hermano por no hacer un carajo, le grité: ¿No te das cuenta que mami te llama taradita? ¿Qué pasó, te la pasaste jugando toda la noche con el pito, y ahora no te podés el orto?
Él me fulminó con la mirada, y me puteó por lo bajo. Sabía que si sus insultos llegaban a mis oídos, yo era capaz de mostrar sus cochinadas a mi madre. Entonces, ella apareció cargando sus sábanas sucias, y le espetó: ¡Vamos Diego, por lo menos ordename un poco el estudio! ¡Yo ya te acomodé la pieza! ¡Vergüenza debería darte estas sábanas!
Ni bien mi madre se metió al lavadero, Diego se levantó con toda la pachorra, apagó el televisor y se mandó al estudio de mi vieja. Ella es artista plástica, y como yo soy alérgica a ciertos químicos de algunas pinturas, no puedo ayudarla con la limpieza de aquel espacio. Lo pensé muchas veces. Incluso me mordí la lengua mientras comía una tostada, pensando en el pito de mi hermano, y en que por lo menos durante hora y media estaría solo, simulando ordenar un poco. ¡Podría entrar y ayudarlo, como para que después el desgraciado pueda colaborar con algo más! ¡Encima, tuve tiempo de relojearle el bulto, y de nuevo su bermuda de jogging me confirmaba que andaba con el pito duro! Entonces, me acometió una idea absurda. Aprovechándome sola en la cocina, mientras mi madre me hablaba desde el lavadero de las nuevas medidas del gobierno respecto de la cuarentena, me saqué le jean y la bombacha. Reparé que estaba húmeda, y no me reprimí al olerla. ¡NI siquiera había pensado en qué le diría a mi madre si de repente aparecía en la cocina! Seguí hablando con ella, desnuda de la cintura para abajo, acariciándome la chuchi. Hasta que tomé la decisión de visitar a mi hermanito. Pero antes, entré a su cuarto para esconder mi bombacha roja debajo de su almohada. Luego caminé a mi pieza, me puse una pollera cortita, me pinté un poco los labios y salí, impulsada por un nuevo concierto de cosquillas. De pasadas me froté el clítoris sobre el apoyabrazos del sillón. ¡Estaba endemoniada, caliente y alzada como una perra! Con esa convicción fue que decidí abrir la pesada puerta del estudio de mi madre. Al principio me sentí decepcionada, porque no encontré a Diego. Pero entonces, lo vi. ¡El muy cochino estaba sentado en una sillita, detrás de unos atriles y un lienzo recién pintado, con el celular en la mano! ¡Con la otra se sobaba el paquete por encima de la ropa!
¿Así le ordenás el estudio a mami vos, pajerito?, le susurré apenas cerré la puerta. Él ni se había percatado que yo entré. Seguro pensó que era mi madre.
¡Andate tarada, que mami me mandó a mí a limpiar!, trató de decirme con una seguridad incompleta. Automáticamente cortó el videíto porno que veía, y lo dejó en el suelo. Pero antes que se levante, me acerqué y le puse una mano en el pecho.
¿Qué te pasa nene? ¿Por qué andás tan calentito? ¿Tantas fotos chanchas te manda esa pendeja? ¿Vos seguiste enviándole fotos de tu pija? ¡No puede ser que en lo único que pensás, es en tocarte el pito!, le dije, sin saber de dónde me brotaban las palabras.
¡Julieta, andate a la mierda! ¿Por qué no me dejás tranquilo?, me bravuconeó. Le puse un dedo en los labios para callarlo, le arranqué una oreja y le dije, al mismo tiempo: ¡No te hagas el cocorito nene, que lo que dice mami es cierto! ¿Ensuciaste mucho las sábanas? ¡Sos un asco nenito! ¡Dale, levantate de ahí, y ponete a ordenar!
¿Y vos quién sos para venir a mandonearme tarada? ¡No te soporta ninguno de tus novios nena!, me dijo, intentando estirar uno de sus brazos para alcanzar su celular del suelo. Pero yo me anticipé y lo manoteé primero. No entiendo por qué, pero me lo metí adentro del corpiño, bajo mi remerita turquesa. Él me miró con una especie de ansiedad intermitente, como no procesando del todo lo que hice.
¡Contestame nene! ¿S siguieron enviando fotos cochinas?, le dije cuando hizo el ademan para que le devuelva el celular.
¡A vos no te importa!, balbuceó.
¡No te lo voy a devolver ni en pedo! ¡Y contestame bien pendejo! ¡Y yo soy tu hermana mayor, la que te va a ayudar un poquito a calmarte!, le dije entonces, levantándolo de los brazos. Se tambaleó un par de veces, pero aún así no se resistía demasiado a mis esfuerzos por ponerlo de pie. Estaba absorto, confundido, y tal vez con cierto temor. ¡Nunca me había visto actuar con tanta determinación!
¡Sí, nos mandamos un par de fotos más! ¿Conforme? ¿Me devolvés mi teléfono por favor?, dijo, una vez de pie, medio apretujado entre los atriles, el soporte del lienzo, la sillita y la pared del final de aquel estudio en penumbra.
¡No, no estoy conforme! ¿Te mandó fotos de su cola? ¿O de sus tetas? ¿Ya te mostró la chocha esa degeneradita?, lo interrogué, mientras sus ojos se volvían de un pálido inexpresivo, y casi no parpadeaba.
¡Solo de sus tetas, y una de su cola entangada! ¡Basta July, ya fue nena, dejemos las cosas así!, aventuró a decir, bajo los efectos de mi locura cada vez menos racional.
¿Solo las tetas, y la cola entangada? ¿Así que, todavía no te mostró la conchita? ¿Y se la querés ver? ¡Dale, bajate el pantalón cochino, ahora!, le largué, sabiendo que tal vez me ganaría una puteada de sus labios, ahora sin fuerzas para nada. Pero él ni se movió.
¿Me escuchaste nene? ¡Bajate el pantalón, que quiero ver si tenés la pija dura!, le dije, y comprendí que fui tan lejos como la mordedura de una serpiente venenosa. Como fue incapaz de mover un dedo, yo misma me agaché y se lo bajé con una sola mano. Enseguida mi cara se iluminó con la sombra de un bulto erecto, tieso y caliente que despedía un olor entre agrio y dulce al mismo tiempo.
¡Así no te va a ir muy bien con las chicas, si te tienen que ayudar a bajarte el pantalón hermanito!, le dije mientras terminaba de deslizar su bermuda por sus piernas. Ni me lo pensé. Primero lo senté de un empujón sobre la sillita, froté mi cara contra su bulto, haciendo que su calzoncillo azul empiece a manifestarme oleadas de sus olores más intensos. Mi pelo resbalaba por sus piernas como una cortina de estrellas. Uno de mis dedos recorrió su tronco de arriba hacia abajo y viceversa un par de veces, y lo sentí estirarse un poquito más. Una esencia a pis adolescente inundó mi nariz cuando i lengua lamió la parte del calzoncillo que le coincide a su glande, y entonces, el pendejito empezó a temblar.
¡Sos una cochina nena, y esto está mal!, dijo, poco convincente, sin alterarse y preso de un confort que lo estimulaba a tocarme la cara.
¿Qué pasó nenito? ¿No me digas que, todavía ninguna chica te hizo esto!, le dije, mientras empezaba a rodearle el glande con mis dientes, aún sin bajarle el calzón. Me excitaba tanto su olor a machito, y sentir que el pito se le paraba cada vez un poquito más, que yo misma empezaba a temerle a mis obsesiones más ocultas
¿.Te calienta mucho esa nena? ¿Se te pone así de dura la pija cuando te habla, o te muestra sus tetas? ¡Yo no sé si quiero una cuñada tan putita!, le dije mientras le bajaba el calzoncillo con una mano, y su pija salía expulsada como resorte, impactando de lleno en mi mentón. Le di unos golpecitos en el glande, y luego se lo apreté con una mano mientras le murmuraba, apretando los dientes: ¡Mirá cómo tenés este pito guacho de mierda! ¡Te tiene loquito esa nena!
¡Pará un poco Julieta, estás re chiflada boluda!, me dijo. Pero de repente ya era tarde. Mi boca se apoderó de la textura de su pija, de su sabor y de sus hilos de presemen. Primero le pasé la lengua por todo el rededor de su cabecita enrojecida, y luego la hundí un par de veces en el cuero para saborear la superficie de su glande. Él gimió, me arrancó un par de mechones de pelo, me acarició la cara, y en un momento quiso tocar mi boca cuando al fin mis labios le rodearon la puntita de su verga.
¿De verdad me la vas a mamar July? ¡Sos una guacha salvaje nena!, me dijo de pronto, y yo le mordí el dedo luego de succionárselo.
¡Sí bebé, te la voy a mamar toda, y te la voy a dejar toda babeada! ¿Querés? ¡Vos, solo imaginate que soy la tetona de tu noviecita! ¡Y, cuando se conozcan, podés pedirle que te la chupe!, le dije, y empecé a escupirle la pija, mientras se la sacudía y me pegaba con ella en la boca abierta, y en la nariz. Luego le lamí las bolas, y a pesar que las tenía transpiradas, no pude dejar de hacerlo por un rato, mientras le pajeaba el pito. ¡No tenía noción del tiempo, ni de los ruidos de la casa! Eso era un problema. Si mi madre nos llegaba a encontrar, o mi viejo llegaba antes de su trabajo, estábamos muertos! Pero sus gemidos, sus palpitaciones y temblores me decían que estábamos haciendo lo correcto.
¡Pegame en la cola nene, dale, que a las chicas nos excita que nos peguen en la cola!, le solicité, y me acomodé a su lado, al borde de tirar uno de los atriles. De modo que, durante un ratito impreciso estuve pajeándole la verga y lamiendo sus huevos, mientras él me acariciaba el culo, y de vez en cuando me lo pellizcaba.
¡Dale tarado, levantame la pollera y pegame!, le dije elevando la voz, para amilanarlo. Entonces, el malcriado lo hizo, y se sorprendió al descubrir que mis nalgas lucían libres.
¿Y vos, no usas bombacha Julieta?, alcanzó a decir, segundos antes que mi boca suba enérgica para encontrarse con la suya. Se sorprendió, y por momentos retrocedió.
¡Vení a c nenito, quiero que pruebes el sabor de tu pija! ¡Y, me saqué la bombachita antes de venir a buscarte!, le dije, y lo próximo fue una batalla de chupones, lengüetazos sin coordinación y suspiros entrecortados. Cuando empecé a morderle los labios, sin dejar de tocarle la pija, sentí que ese músculo se agrandaba un poco más, que empezaba a dar pequeñas convulsiones, y que mi hermano se estremecía. No podía entender lo que me decía. Solo que, en cuestión de segundos, un chorro de semen salió disparado de su pito y me enchastró la mano con la que se lo apretujaba. No me hice ni un problema. Volví a arrodillarme, me metí su pija conmocionada en la boca y me serví del manjar de sus oleadas de semen caliente, dulzón y cargado de agitaciones. También me lamí la mano enlechada, y le besuqueé los huevos salpicados con su lechita. Ni bien terminé, me di a la tarea de llenarle las piernas de besitos ruidosos, con los labios abiertos, de comerle la panza a moriscos y más besos, y por último le levanté la remera para lamerle las tetillas.
¡Te encantó que te muerda los labios pendejo! ¡Acabaste re rico nene! ¿Eeee? ¿Te calienta lo que te hace la chancha de tu hermana?, le decía, mientras le lamía los pezones y se los rozaba con los dientes. Entretanto le acariciaba la verga, que nuevamente volvía a recobrar su estado apareamiento.
¡Mmmm, esta cosita se te puso dura otra vez pendejito pajero!, le dije, mientras se la apretaba con la mano, y mi boca subía a su cuello para tatuarle mi labial rojo.
¡No paro de soñar con vos, desde que me mandaste la foto de tu pija! ¡Perdoname Diego, pero estoy caliente con vos, aunque seas un pendejo de mierda!, le confesé al fin, sentándome en sus piernas, con la pollera subida. Cuando empecé a frotarle la cola desnuda en las rodillas, sentí un fuerte latigazo en el clítoris, como una puntada clandestina que clamaba atención, fuego, satisfacción y guerra. Así que le agarré una mano, y la posé sobre mi vagina, sin detener mis frotadas.
¡Tocala nene, eso es una vagina caliente, mojada! ¡Seguro que esa taradita la debe tener igual, de tantas fotos que se mandan!, le dije, frotando su mano casi que a la fuerza por mi tajito desprovisto de cariño, al menos desde que comenzó el encierro. Él suspiraba con cierta expectación, y no tuvo el mínimo pudor al llevarse su propia mano a la cara cuando le pedí: ¡Olela nene, así vas aprendiendo a qué huele una conchita!
Inmediatamente le pegué en la cara, y le froté todo el culo en la pija, mientras le decía: ¿Te gusta perrito? ¿Querés que mi conchita te coma esa pija? ¿Querés dejar de ser un pendejo virgen? ¡Todavía tenés mucho por aprender nenito! ¡Por ejemplo, besás muy mal! ¿Sabías?
Ni siquiera se percató que ya me había quitado la camisita, y que su celular reposaba a la mano de sus intenciones, sobre una mesita de vidrio repleta de pinceles. Entonces, la adrenalina que me azotaba el cerebro me impulsó a darme la vuelta, a frotarle un buen rato mi conchita en su pierna derecha, y a pedirle que ahora no se reprima ni un segundo más.
¡Dale nene, pegame en la cola, por chancha, por calentarme con tu pito, y por mirar tus fotos!, le dije, mientras me las arreglaba para acomodarme en el poco espacio que teníamos. Fue como subirme al caballito de una calesita. Su pija golpeó un par de veces la puerta de mi vagina, y sus manos empezaron a amasarme la cola para luego darle rienda suelta a un chirlo tras otro.
¡Tomá nena, por putita, por andar sin bombacha, y por chuparme la verga!, me decía con su voz confusa entre su desarrollo sexual y la emoción de tamaña entrega por mi parte. Le apreté la pija con dos dedos, mientras él me decía que ya se había cogido a una chica del colegio, precisamente en el baño durante la hora de historia. Sabía que si lo estimulaba un poquito más, su leche culminaría pintándome las uñas. Así que, después de decirle: ¿Y se la largaste adentro? ¿O le acabaste afuera?, intentaba introducir su dureza en la entrada de mi vagina. De golpe, un shock nos atrapó como un hechizo impostergable. Mis uñas se clavaban en su espalda, su pija rompió la línea de flujos que custodiaba mi orificio vaginal, y mis caderas empezaron a danzarle encima, sintiendo que en mi interior su pene crecía y bombeaba sin demasiadas fuerzas. ¡Pero era la pija de mi hermano la que me penetraba, y eran sus labios los que intentaban chuparme las tetas, todavía apretadas en mi corpiño! No le di ese derecho, porque consideré que no se lo había ganado. Pero sí comencé a acelerar mis movimientos, mientras le mordía el mentón, la nariz y los labios, lo obligaba a olerme la boca y a chuparme la lengua, y le decía que lo único que saben hacer las nenitas de su edad, es hacerse pichí encima cuando un pibe les chupa las tetas. Él gemía, apretaba los ojos para no mirar, sudaba, se llenaba de espasmos, y no paraba de pegarme en el culo.
¿Y, a mí, me la vas a largar toda adentro de la conchita? ¿O querés que te la mame toda, y me das la mamadera en la boca pendejo?, le dije, mientras sus temblores empezaban a presagiar que su leche no tardaría en explotar. Así que, de repente me quedé quietita, sin mover ni una ceja. En parte porque quería disfrutar de su sufrimiento. Por otro lado, mi madre me estaba buscando. No quería delatar mi posición. Pero sabía que si no le respondía, iba a comenzar a buscarme como una loca por la casa.
¡Estoy acá maaaá, ayudando al tarado de tu hijo!, le grité, poniéndole las tetas en la cara a Diego para que ni se le ocurra hablar. Mi madre, que me había escuchado, de repente golpeó la puerta, y dijo: ¡Vamos chicos, que ya está la comida!
Yo, encendida y emputecida como estaba, me acerqué a Diego y, mientras le mordía los labios se lo pedí: ¡Largame la lechita nene, dale, ahora!
Empecé a moverme lo más rápido que pude, sintiendo la punta de su pija golpeando el tope de mi celdita sexual, y ni siquiera me importó gemir, y gritarle de nuevo: ¡Dale neneee, dame lecheeee, dame toda la lechita de nene pajero que tenés!
¡Ahí vamos máaaaa! ¡Tomá vos putita de mierdaaaa, te la largo todaaaaa!, dijo Diego. Obviamente que la primera frase a los gritos, para que a mi madre ni se le pase por la cabeza abrir la puerta. Pero, aquella puerta pesada, oscura y de dibujos medievales, era tan gruesa que el sonido se difuminaba confuso, y no siempre llegaba a destino. Para colmo, mi madre estaba media sorda. De modo que, justo cuando la leche de Diego empezaba a fluir como un río revuelto en los adentros de mi vagina, y yo me frotaba el clítoris para que un violento Squirt se apodere de mis sentidos, empapándole por completo las piernas a mi hermano, mi madre abrió con esfuerzo aquella maldita puerta. Por suerte tardó en encontrar el interruptor de la luz, al menos unos 30 segundos. Y a nosotros nos cubría los atriles, el lienzo sobre su soporte, y una biblioteca marrón apestada de libros de La Historia del Arte. Yo logré ponerme la remera, y limpiarme un poco las piernas con la misma pollera, mientras me la acomodaba. Diego había logrado subirse el pantalón, y también se limpiaba la cara con su propia remera, ya que yo, mientras acababa se la había escupido.
¿Qué estuvieron haciendo ustedes? ¡Diego, no ordenaste nada todavía hijo! ¡Me parece que este mes, nada de plata para ninguno de tus vicios!, decía mi madre, totalmente invisible aún para nosotros.
¿Qué es ese olor a encierro? ¿No se te habrá volcado algo nene? ¿Y vos July, podés ayudarme a poner la mesa? ¡Vino el tío Ernesto y la tía!, se despachó al final, mientras yo pensaba que nuestro olor a sexo debía ser infernal. Le devolví el celular a mi hermano, y le dije al oído, al tiempo que mi madre acomodaba una repisa: ¡Me encantó nenito! ¡Aaah, y ojo con lo que te encuentres esta noche, debajo de tu almohada!, recordando que le había dejado la bombacha como un trofeo de mi propia calentura.
El almuerzo con los tíos fue extraño. Diego y yo estábamos idos. Nos mirábamos con el celo en las pupilas, y tal vez no solo nosotros éramos conscientes de los chupones que llevábamos en el cuello. Diego tenía el labio mordido, y le molestaba cortar las milanesas. Yo le había clavado muy fuerte los dientes en una de sus tetillas, y el roce que le generaba la remera al cortar, se lo recordaba con creces. Mi pollera no era capaz de absorber los hilos de semen que caían como copitos de nieve de mi vagina sobre ella. Seguro que las piernas de Diego todavía temblaban de la conmoción, al haber sido bañadas con mi squirt. ¿Sabría ese tarado lo que era eso? ¿O, tal vez me tildaría de cochina al suponer que me hice pis? Todavía me ardían las nalgas por el ahínco de sus azotes, y mis pezones permanecían erectos, furiosos de que no se los haya ofrecido a esa boca inexperta. La verga de mi hermano ahora conservaba los olores y sabores de mi conchita. Nuestras miradas eran misiles. Yo podía notar sus ojos sobre mis tetas, o subiéndome la pollera cada vez que me levantaba a buscar algo de la heladera. Pero, ni mi madre ni mis tíos podían percatarse de ello. Sabía que una vez que descubra mi bombachita bajo su almohada, vendría a buscarme a mi pieza, y yo, ¿Cómo no iba a estar esperándolo, con las tetas desnudas, y la conchita abierta para esa pija? ¡Mi boca necesitaba volver a comerle el pito, y mi cerebro no pensaba en otra cosa! Fin
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
¡Diiiiios ámbar! Me dejaste alucinando! Me fascinó, me encanto muchísimo. Fue muy excitante todo!!! Nuevamente gracias! Muchísimas gracias estoy realmente contenta
ResponderEliminar¡Hooolaaa Julyyy! Gracias a ti por la idea. Realmente, disfruté mucho escribiendo esta historia. Obviamente, podés acercarte a mi mail para sugerirme lo que quieras. ¡Un beso, y buena semana!
Eliminar¡Diiiiios ámbar! Me dejaste alucinando! Me fascinó, me encanto muchísimo. Fue muy excitante todo!!! Nuevamente gracias! Muchísimas gracias estoy realmente contenta
ResponderEliminarNaaaa buenísimo,re da oara una segunda parte,ojalá te cope la idea
ResponderEliminar¡Hooolaaa! Veremos, veremos. Es posible. hay que ver qué sucede cuando el hermano encuentre el trofeo de su hermana bajo su almohada. Jejeje! Lo tendré en cuenta. ¡Un beso, y racias!
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