Mi hermana Lola y yo tuvimos que pasar las vacaciones del 2017 en la casa de mis tíos. A mis padres se les ocurrió aprovechar el verano para refaccionar la casa. Había que resolver el cambio del piso de la cocina, poner tejas en el techo del living, acomodar el baño y actualizar desde las cañerías hasta la instalación eléctrica. Además, mi madre sugirió que sería bueno pintar los dormitorios, cambiar algunas ventanas y ampliar el comedor. Naturalmente, se les haría mucho más difícil con dos pendejos en plenas vacaciones. Así que, nos guste o no, decidieron que la tía mari y el tío Raúl nos lleven a su inmensa casona, en el medio del campo, en la ciudad de Bahía Blanca. Los dos estaban mucho más viejos desde la última vez que los vimos. Pero una vez que nos subimos al auto del tío, con nuestros bolsitos repletos de ropa y calzado, con todo el nudo en la garganta, porque sabíamos que los tíos no tenían internet, descubrimos que ambos seguían igual de divertidos, buena onda y regalones. Camino a al campo, el tío paró en una heladería para comprarnos tremendos cucuruchos, con los que Lola y yo nos enchastramos de lo lindo. Más adelante, paró en un puesto de choripán para agasajarnos con dos enormes sanguchitos de salame y queso. Como ellos no tenían hijos, parecían querer darnos todos los gustos habidos y por haber
¡Che, pero cómo crecieron los guricitos! ¡Vos nene, ya sos todo un varoncito, con toda la pinta, y me imagino que andarás rompiendo corazones por ahí! ¡Y vos nena, estás hecha una princesita! ¡Es más, hasta creo que tenés más tetas que la tía Mari!, decían los tíos, intercaladamente, mientras el auto marchaba por una ruta cada vez más desierta. De vez en cuando pasaba algún camión al palo, al tiempo que empezaba a oscurecerse el cielo, y eso nos hacía tener la sensación de jamás llegar a destino. Nosotros, cada vez más echados en el asiento de atrás, nos moríamos por bajarnos. Lola quería hacer pis, y yo subirme a cualquiera de los caballos del tío. De repente, sentí que el pito se me empezaba a poner duro, sin saber del todo el por qué. Hasta que reparé que estaba meta mirarle las tetas a mi hermana, bajo su pequeña remerita azul toda manchada de chocolate y crema. ¡El tío tenía razón! ¡Mi hermanita, que ya tenía 12 años, estaba desarrollándose a pasos agigantados, y ya tenía unas lindas tetitas! ¡Claro que no podían ser como las de la tía, que, seguro a su edad, tendría a todo el pueblo prendido fuego por su voluptuosidad! Intenté sentarme de otra forma para que Lola no se dé cuenta de mi erección. Aunque, en realidad ni me miraba, porque yo la asustaba con un cuento de terror, a medida que los frondosos árboles del camino ocultaban los pocos rayos de luz que se proyectaban en el cielo.
¡No la asustes chiquilín, que después se te va a mear en la cama, y, lamentablemente hay una sola cama para los dos!, me dijo la tía, escuchando las historias que le inventaba a Lola para asustarla. No sé por qué, pero en el fondo me gustaba verla nerviosa, con los ojitos cargados de miedo, como si estuviese a punto de llorar. Entonces, las palabras de la tía lograron un efecto mayor en mis sentidos, los que se evidenciaron en las estiradas que se mandaba mi pene bajo mi calzoncillo. ¡Los dos juntos en la misma cama!
Llegamos, a eso de las 10 de la noche, y luego de llevar nuestros bolsos a la piecita del fondo de la casa, nos sentamos a comer un guisito de fideos que la tía ya tenía a medio cocinar. Enseguida nos fuimos a acostar, porque no tardó en desatarse flor de tormenta, con la que se cortó la luz, se cayó un árbol en el patio y se inundaron los bebederos de los caballos. A Lola no le hacía gracia que toda la casa esté iluminada a penas con velas. De modo que, preferí no asustarla más. El tío nos había prometido enseñarnos a montar a caballo si nos portábamos bien. En el fondo, a nosotros nos gustaba ir al campo cuando éramos más chiquitos. Y, supongo que, apenas nos acostamos en la cama de dos plazas, se nos hizo inevitable recordarnos jugando a las escondidas con los otros primos, o metiéndonos en el arrollo, o trepándonos a los árboles. Empezamos a recordar un montón de anécdotas, y pronto los dos nos reíamos como locos. Al punto que, en un momento, sin saber por qué lo hice, me le tiré encima para hacerle cosquillas. Primero me ocupé de generarle hormiguitas en los pies, y luego a sus axilas y costillas, donde sabía que estaba su punto débil. La cosa es que, el contacto de mis dedos con su piel hacía que el aroma de su cuerpo estalle de una forma diferente ante mis sentidos, y por ende que la pija se me pare con mayores argumentos. Sentía que los huevos me pinchaban, y que el glande se me humedecía. Por momentos me daban unas tremendas ganas de besarla en la boca, y de tocarle las tetas con los labios.
Al otro día desayunamos en la cama, porque la tía nos llevó café con leche y tostadas con manteca y dulce de mora. Dijo que afuera estaba muy frío, que la lluvia había logrado bajar varios grados al calor que acostumbrábamos tener en enero, y que si salíamos al patio, por ahí nos podíamos resfriar. Pero al rato, los dos andábamos embarrándonos los pies, corriendo por el patio, escondiéndonos el uno del otro. Cualquiera que pillara al otro, debía someterlo a dos minutos de cosquillas. En un momento, mientras simulaba buscar a mi hermana por todos lados, la vi abrazadita a uno de los árboles del fondo, detrás de un columpio casero y unos tachos enormes de agua. No podía parar de mirarle las piernas, y el inicio de su cola de nena toda apretadita en un short celeste. Entonces, casi sin pensarlo, agarré la manguera que el abuelo solía usar para regar, y sorprendiéndola por completo le eché un buen chorro en la espalda. Ella se puso a tiritar, a putearme y asesinarme con la mirada, mientras no le quedaba otra que quitarse la remera, ya que le daba más frío. La piel se le crispaba y el pelo se le erizaba por el enojo que me ofrecía. Por eso, enseguida nomás, por haber transgredido las reglas del juego, la dejé que me someta a la tortura de las cosquillas. Estuve a punto de morderle un dedo para pedirle que pare, tirado sobre el pasto con su cuerpo encima de mis piernas, y la sensación de que en cualquier momento podía tocarme el pito, el que naturalmente se me volvía a parar como un desubicado. De hecho, llegó a rozármelo, y eso aumentó mis ganas de besarla y manosearla. Mis 14 años no podían sostenerse en pie cada vez que el olor de su piel me abrumaba.
Ese mismo día, durante la siesta, Lola se puso a colorear unos dibujos en la galería, sentada en el suelo, mientras los tíos siesteaban. Yo, durante ese rato le di de comer a los perros, y ni bien terminé me puse a pelotear solo en el patio. Lola no quiso jugar conmigo. Pero, de repente el tío me chistó para que no haga tanto barullo. Por lo que no me quedó otra que entrar a la casa. Además el sol estaba mortal. Como los tíos no tenían cable, de pedo si se veían los canales de aire en aquel televisor más viejo que las calaveras de Colón. Así que me pelé un durazno, y le ofrecí a Lola. Ella todavía seguía enojada por el manguerazo que le di al mediodía.
¿Qué pasó? ¿Te retaron nenito?, me dijo cuando me senté en el suelo para chusmear lo que estaba dibujando. Acto seguido me sacó la lengua. No entendía por qué, pero me encantaba cuando lo hacía. Incluso, en el viaje ya me había embobado viéndola lamer el helado de sus dedos, del cucurucho y la cucharita.
¡Dale nena, ya fue, desenojate de una vez! ¿Querés durazno, o no?, le dije, quitándole una fibra de la mano.
¡Dame eso tarado! ¡Y no quiero nada que venga de vos!, me dijo, y volvió a sacarme la lengua. Quizás impulsado por su enojo, me senté a su lado, y le hice unas rallas al dibujo, solo con la intención de molestarla.
¿Qué te hacés la dibujante nena?, le dije, dejándole el marcador apenas agarrado de la parte superior de su oreja. Pero, como tiene las orejas muy chiquitas, y el marcador era bastante grueso, se le cayó exactamente adentro de la remera. Entonces, la vi subírsela y buscar el marcador, con todo el fastidio.
¡Bueno che, ya te lo devolví! ¿Seguís enojada conmigo?, le dije, apoyándole una de mis manos en la espalda, como si ella fuese una gatita.
¡Y encima querés que te perdone, y me rallás el dibujo tarado!, me gritó, mientras yo le acercaba dos dedos a la boca para que recuerde que los tíos dormían. Ella revoleó un lápiz al aire, mientras yo le decía que el que se enoja pierde, y se hace viejo más temprano.
¡Eso es mentira nene! ¡Además, todo lo que sabés hacer es molestarme!, me dijo, sacudiendo su larga melena rubia. Yo volví a juntar mis dedos a su boca, ya que de nuevo elevó la voz con cierto peligro. Pero, esta vez, sin saber cómo es que pasó, se los metí adentro de la boca.
¡Dale Loli, chupame los dedos nena, que tienen gusto a durazno!, le dije de forma inconsciente. Ella lo hizo durante unos segundos que, para las cosquillitas de mi pene significaron la gloria en gotas de agua. Al punto tal era así, que hasta me gustó que de repente me los mordiera.
¡Dale, dejá eso, y vamos a jugar a la escondida! ¿Querés? ¡Si yo te encuentro, mmm, Bueno, perdés, y me tenés que pagar con algo! ¡Y si vos me encontrás primero, yo hago lo que me pidas! ¿Te va?, le largué, improvisando con lo que se me venía a la mente, mientras me levantaba con mucha dificultad, ya que el pito amenazaba con explotarme de tan duro. Para colmo, esa tarde tenía un bóxer que me quedaba un toque grande. De modo que, la pija me bailaba sola con todo el espacio a disposición.
Lola aceptó, aunque no dejaba de mirarme con mala onda. En breve ella estaba contando contra la pared, y yo buscaba en silencio algún lugar para esconderme. El patio de los tíos ofrecía un mundo de escondites. Pero yo elegí ocultarme a no menos de un metro de Lola, justo detrás de unas bolsas de alimento para pollos, agazapado y expectante. Apenas Lola gritó el número 30, la oí caminar hacia la arboleda, confiada que yo estaría entre los bebederos, adentro de la parrilla, en el gallinero, en el establo, el lavadero o en el galpón. La escuché que me llamaba. Me silbó y tiró un par de ramitas. De pronto la vi resbalarse en el pequeño arrollo cuando se le ocurrió buscarme en una especie de armario desvencijado, en el que la tía guardaba escobas, trapos y otros elementos de limpieza. Entonces, tuve la idea de salir de mi guarida, y le fui siguiendo los pasos, con todo el sigilo que pude. Hasta que la atrapé cuando pensaba tal vez en entrar a la casa, suponiendo que la había traicionado. Le puse la mano en la boca, sorprendiéndola una vez más, encandilada por el sol, y se me Salió del pecho casi como un despojo de felicidad: ¡Estás cada día más linda Lola!
¡Soltame nene, que yo tenía que buscarte! ¡Sos un tramposo! ¡Así no se puede jugar con vos! ¡Tenías que estar escondido!, me decía sin poder evitar sus risitas nerviosas, puesto que yo le hacía cosquillas, casi que clavándole los dedos en las axilas, sintiendo cómo mi pene latía pegadito a su cola.
¡Dale nena, qedate quietita, y dame un beso!, se me ocurrió pedirle, totalmente desencajado. Sentí una punzada húmeda fluir de mi pene, y supe que lo mejor era separarme de ella, por si llegaba a acabarme encima. Pero, antes de alejarme del todo de mi hermana, ella me plantó un cachetazo que todavía resuena en mis instintos de macho alzado.
Sin embargo, enseguida reanudamos el juego. Ahora yo debía contar, y ella esconderse. En ese momento, sabiendo que ella estaría buscando el mejor lugar, aproveché a palparme el calzoncillo, y lo reconocí mojado. Mis líquidos seminales no tenían control. Pensé en meterme en la pieza o en el baño, y pajearme hasta que me salte la leche para poder jugar con Lola con toda tranquilidad. Pero, de repente la escuché silbar, y me pareció que estaba muy lejos. Entonces, se me ocurrió pelar la pija y tocarme ahí mismo. Total, los tíos dormían, y Lola vaya a saber dónde se había escondido. Pero preferí ir a buscarla. Tenía un escalofrío en la panza que me secaba la boca y me aquietaba el oxígeno que respiraba. Y para colmo el pito se me sacudía, estirándome el pantalón. La llamé, pero la muy guacha no me contestó. Estuve un rato largo buscándola, diciéndole cosas para que reaccione, tales como enana, japonesita, ya que tiene los ojos medios rasgados, gorda golosa, porque se la pasaba comiendo caramelos o alfajores, y hasta gallinita cagona, teniendo en cuenta que se hizo de River sólo para llevarme la contra. Obvio que le re jodía que le diga esas cosas. Pero ella seguía sin delatar su posición. Hasta que, de repente un mechón de su pelo Rubio me iluminó. Estaba acurrucada, debajo de la mesada que había afuera del lavadero, donde muchas veces la tía fregaba los vaqueros del tío.
¡Ahí estás guachita!, le dije de repente, y me escondí bajo el techo de mármol junto a ella. Como no había nada guardado allí, entrábamos perfectamente. Lola se asustó, y encima, de puro bruto nomás le pegué en la nariz sin querer. Entonces, antes que se largue a llorar, la abracé por detrás, y mientras le acariciaba la cara le decía: ¡Perdoname Loli, fue sin querer! ¡Pasa que, acá abajo no hay tanta luz! ¿Me perdonás? ¡Daaale, porfiii!
¡Hoy te la mandaste muchas veces conmigo nene!, me decía, tocándose la nariz, mientras me aseguraba que no le salía sangre ni nada de eso. Entonces, mientras aún yo la sostenía abrazada, nuestras bocas estaban a un palmo de encontrarse, y el olorcito a jabón de su cuerpo me desordenaba por completo. Ahora mi pito duro se apretaba contra sus piernas, y un poco con el inicio de su cola. Entonces, en un nuevo impulso que alguien me dictó al oído, le dije: ¡Che nena, sacate la remera que tiene olor a chivo!
Ella largó una carcajada, y, contra todos mis pronósticos, se la sacó.
¡Sí, pasa que, yo me iba a bañar, pero la tía dijo que no hay agua caliente, hasta la noche!, me dijo, dejando su remera en el suelo. Y pronto, todo fue un delirio, del que no sé si puedo recordar el orden de cómo se dio todo. Sé que en un momento le toqué una teta, y ella me pegó en la mano.
¡Eso no se toca chancho!, me había dicho, y tal vez, solo a mí, su voz se me hizo una sugerencia, o una invitación. Entonces, yo ladré como si fuese un perro rabioso, y ella recordó sin mucho esfuerzo que nos gustaba jugar a los perritos, cuando éramos más chicos. Así que, antes que le muerda una oreja o la mano, empezó a querer zafarse de mí para disponerse a correr. Estuvo gateando por el pastito, huyendo de mí durante unos largos minutos. Ella siempre corrió mucho más rápido que yo. Pero no pudo escapar cuando se patinó con unas cáscaras de banana que quizás ella misma había dejado cerca de la arboleda. AY aproveché mi ventaja y le salté a la yugular. Creo que le mordí la oreja, la mano y la cara, antes de olerle la boca. Eso me puso la verga más dura que antes. Ella se reía, y me frotaba sin darse cuenta su hermosa cola en el pito, en sus ganas de fugarse de mis brazos. Pero entonces me le subí encima, y le dije: ¡Ahora te voy a hacer un perrito, por querer escaparte de mí!
Ella se puso tensa. Aunque no paraba de jadear como si fuese una perrita juguetona. Me miró firme, y me dijo: ¡Malísimo Tomi, ya no podemos jugar a esto! ¡Ya somos grandes!
¿Grandes? ¡Dale nena, si vos jugabas a esto cuando tenías 6 o 7 años, con el resto de los primos, y te encantaba!, le dije, como para persuadirla de cambiar su opinión. Supongo que no pudimos detener a las hormonas que nos descarrilaban por la piel, cuando de repente, después de mirarnos largamente, yo la empujé en el pasto y me le subí encima. Lola permanecía boca abajo, con una de mis manos intentando meterse adentro de su pantaloncito, y mi bulto apretado contra una de sus nalguitas, mientras nuestras bocas se encontraban. Yo le quise abrir los labios con la lengua, pero ella los juntaba con más fuerza. Mi mano tocó la tela de su bombacha, y no se detuvo hasta dar con el orificio de su vagina. Ni siquiera sé por qué lo hice, ni cómo supe que era allí donde tenía que ir a buscar. Pero en cuanto alguno de mis dedos empezó a hacerle un circulito tras otro a la puertita de su pequeña conchita, sus labios cedieron, y su lengua salió tan agitada como su respiración, para encontrarse con la mía. De inmediato empezamos a besarnos, con su saliva que sabía a sus caramelos de fruta, con sus dientes hermosos cada vez más peligrosos contra mis labios, y mi mano estimulando su vulva. Yo sentía que se le mojaba en medio de un calor insoportable, al mismo tiempo que creía que la mano se me iba a partir en dos de tanto soportar su peso y el mío sobre sus falanges .Pero Lola no quería separar sus labios de los míos, y lo que empezó como un dulce piquito, se había convertido en una batalla de lenguas, entrando y saliendo de nuestras bocas.
¡Aaay, asíii, me gusta estooo, tocame más, más, ahíi, ahí abajoooo, asíiii!, la escuché decirme, mientras sus piernitas se abrían un poco más cada vez, y mi semen empezaba a fluir de mi pene para bañarme el calzoncillo y los huevos. Me estremecí y tirité, diciendo todo el tiempo: ¡Noooo, nooo, noooo, no puede seeeer!
Y en ese mismo momento, Lola gemía más agudito, abriendo aún más las piernas, frotando su vulva contra mi mano, que agradecía que entre ella y el pasto aún estuviese su bombacha y pantaloncito.
¿Qué te pasa Tomi?, me dijo de repente Lola, cuando yo le retiré la boca a la suya, que seguía con ganas de más besos, totalmente avergonzado por haberme acabado encima.
¡Nada, nada Lola, no me pasa nada!, le decía, mientras ella se aflojaba el cuerpo, pero seguía jadeando, con los ojos cerrados, y con una mano tapándose la cara, como si se estuviese preguntando qué hicimos. ¡Mi hermana, después lo entendí, había tenido su primer orgasmo, con mi mano y mis besos! Mejor dicho, nuestros lengüetazos, y alguna que otra mordida en los labios. Pero, de todos modos, un poco por la vergüenza que sentí, recuerdo que me levanté y me fui corriendo. Creo que desde ese día fue que empezó a gustarme eso de andar con el calzoncillo lleno de semen. Esa misma tarde, mientras Lola ayudaba a la tía a preparar la sopa de la cena, me acogoté la pija tirado en la cama, oliéndome la mano con la que había reconocido la conchita de mi hermana, y me acabé dos veces en el calzoncillo .me estaba quedando dormido, en el exacto momento en que alguien bajó el picaporte de la puerta, y entró sin llamar. Me costó abrir los ojos, pero al menos llegué a sacar la mano de mi entrepierna, sin saber si Lola se había dado cuenta de algo.
¡Dale Tomi, que ya está la sopa!, me dijo con su voz tierna, sin sacarle los ojos a mi expresión de desconcierto. Pero algo en su mirada no se parecía a la inocencia de la nena que conocía. ¿O tal vez eran suposiciones mías?
Ese mismo día, los dos ya en la cama, con la panza llena más del postre borracho que hizo la tía que de la sopa de remolacha, empezamos a pelearnos. Creo que era por quién tenía más sábana, o porque ella se quedaba con una parte mayor de la larga almohada que compartíamos. Tal vez fuera porque ella quería dejar la ventana abierta, y yo la prefería cerrada por los mosquitos. Siempre odié usar repelentes. La cosa es que, de pronto ella me echó en cara, sin anestesia: ¡Además, vos no sabés jugar! ¡Sos n bruto, y encima, hoy, yo no se lo conté a nadie, pero te zarpaste conmigo! ¡No podés tocarme la vagina como lo hiciste!
Yo entré en pánico, sintiendo cómo la pija se me empezaba a poner tiesa bajo mi calzoncillo pegoteado de semen. No pude articular palabra, hasta que la vi reírse sin sonido, pero con toda la gracia de una estrella cantarina.
¡Pero, vos tampoco me sacaste la mano nena! ¡Perdoname, ya sé que eso, no, que eso yo no tengo que hacerlo!, me escuché balbucear como un tonto, mientras ella me miraba como examinándome con rayos x.
¡Igual, no sé lo que me pasó! ¡No sé por qué no te pegué! ¡Quise hacerlo! ¡Pero, vos no me dejabas moverme, y, me tocabas, y, bueno, ya fue! ¡Pero la próxima vez que lo hagas te reviento! ¡Y encima le digo a mami, cuando volvamos a casa, que me manoseaste!, se despachó con una furia poco convincente.
¿Aaah, sí? ¿Vos me vas a reventar nenita?, le dije, y eso desató una serie de almohadazos entre nosotros, como si se tratara de un juego normal. Ella se cubría con la sábana para que yo no le haga cosquillas en las axilas, y me ponía los pies en la cara, amagándome con pegarme, y evitando que yo se los agarre para llenárselos de cosquillas. Solo que esta vez, ella estaba con un shortcito que le quedaba chiquito, y se le re veía la bombacha cuando yo lograba quitarle la sábana. En un momento le mordí el dedo gordo de uno de sus pies, y ella gimió como nunca la había escuchado. Reparé en que tenía el pito re duro cuando Lola me acorraló para hacerme cosquillas. Fue extraño en la posición que quedamos. Yo boca arriba, asfixiado con una almohada, mientras Lola me hacía cosquillas atrás de las rodillas y en los pies, echada arriba mío. Sentía los latidos de mi pene contra alguna parte de su cuerpo. Y no podía evitar reírme, perdiendo todas mis fuerzas. Para colmo, en un momento, me sacó la almohada de la cara para apoyarme la cola, y mientras me decía: ¡Ahora te voy a asfixiar con mi culo nene, por tramposo, por tocarme y por hacerme cosquillas, cuando solo valían los almohadazos!, se puso a saltar sobre mi cabeza con su cola cada vez más cerca del pecado, sin saber que el shortcito se le bajaba cada vez más. Entonces, empecé a notar que quería bajarme el short.
¡Dale nene, si vos me tocaste la vagina, ahora yo soy la que te tiene que tocar el pito! ¡Así estamos iguales! ¡Encima, siempre lo tenés duro nene!, decía, sin separar su culito de mi cara. Pero yo se lo impedí. En ese momento me dio vergüenza tener el calzoncillo empapado de lechita. Volvimos a forcejear, y ella, sin querer me pegó un cabezazo en la nariz que me dejó grogui, además de hacerme saltar algunas gotas de sangre. Ese fue el final del juego, y el principio de su preocupación. Empezó a pedirme perdón, como si me suplicara, mientras me limpiaba la cara con unos pañuelitos descartables.
¡Tranqui Lola, que no fue tu culpa! ¡Solo, jugábamos!, le dije, sintiendo el calor de su cuerpo en el mío, ya que los dos estábamos sin remera. Nuestras miradas iban y venían de un desconcierto más que sonoro. Habría jurado que ella me miraba la boca, y yo no lo negaba ni por un segundo. Además, le miraba los pezones, y cómo poco a poco la misma agitación le mecía los pechitos. ¡Los tíos tenían razón! ¡Tenía las gomas cada vez más formadas, y rellenitas!
¡Deberíamos andar siempre sin remera, como cuando éramos chiquitos!, le dije mientras ella me limpiaba lo último que me quedaba de sangre, y me empujaba sobre la cama para que me acueste.
¡Soy una tonta, porque, te pude haber lastimado peor! ¡Perdón, posta!, me dijo, ya recostada al lado mío. Estábamos frente a frente, y seguíamos mirándonos la boca. Y entonces fue inevitable, justo cuando ella pensaba en decirme algo, tal vez en pedirme disculpas nuevamente, yo moví un poco mi cabeza para juntar mis labios a los suyos, y después de lamerle la nariz apenas con la punta de la lengua, me apropié de su boquita deliciosa. Al mismo tiempo nuestras piernas se juntaban, y mi pene se apiñaba a su vulva. ¡No me había percatado que se había sacado el shortcito!
! ¡Lola, estás en bombacha nena!, le dije, mientras saboreaba sus labios, nos tocábamos las lenguas, y sus tetitas se frotaban en mi pecho.
¿Y qué tiene? ¡Vos podés sacarte el short si querés!, me decía, sin despegar nuestros labios de un río de saliva que ya nos enlazaba, y moviéndose envalentonada por el ritmo de su corazón. Entonces, de repente me separé de ella, simulando que me iba a sacar el short. Ahí fue que Lola murmuró: ¡No sé qué onda Tomi, pero, me gusta besarte!
¡Yo creo que, si no fueses mi hermana, te pediría que seas mi novia!, le dije con sinceridad, mirándole las tetas, que de pronto se me hicieron más apetecibles.
¿Qué decís tarado? ¡Somos hermanos, y está mal decir eso!, me largó, como si ella no fuese dueña del cuerpo desnudo que yacía ante mis ojos lujuriosos. Entonces, yo me abalancé sobre ella, y con el short por la mitad, empecé a succionarle las tetas, acariciándole la pancita y las piernas con las manos. Ella se dejaba absolutamente, y movía las piernitas como un signo saludable de aceptación.
¿Te gusta nena? ¿Te parezco lindo, como para ser tu novio? ¡Nadie tiene que saber que nos besamos, y todo eso!, le dije, frotando mi pene duro contra la cama, sintiendo cómo el calzoncillo se me enterraba en el culo, y cómo la piel de Lola aumentaba su temperatura con sus pezoncitos cada vez más duritos, como dos perlas prohibidas para cualquiera, menos para mí .Mis hilos de baba le rodeaban las tetas y el cuello, y uno de mis dedos buscaba introducirse en su boca. Supongo que, cuando lo logré, y ella me lo succionó como si se tratara de un chupete, fue que volví a la carga por el calor de su cuerpo. Así que me acomodé frente a ella, y nuestros besos rodaron por todo nuestro rostro, hombros, cuello y pechos, porque ella también me mordió y besó las tetillas. Entretanto, sin saber cómo se me pudo haber ocurrido, coloqué mi pene afuera del calzoncillo entre sus piernas, sin bajarle la bombacha, y le pedí que apriete sus piernas, mientras nuestro besuqueo seguía irrefrenable. Nuestros labios parecían prenderse fuego de tantas chispas al rozarse, frotarse, morderse y succionarse, cada vez más babosos y expectantes. Ella no entendía lo que me pasaba, pero aún así presionó sus piernitas, y eso me condujo a subirme encima de ella, y poco a poco acomodarla boca arriba. De modo que mi pene quedó abajo de su cola, y mientras seguíamos devorándonos a besos, mi glande se frotaba contra la sábana y el calor de su colita, siempre forrada con su bombachita caliente. Empecé a moverme, a chocar mi pubis con el suyo, para que la dureza de mi pene comience a presagiarme lo que no tardaría en suceder. Y entonces, justo cuando ella me lamía la nariz, contaminándome con su aliento, un chorro de semen se fugó de mis testículos, tan rápido que no me dieron tiempo a nada. Estuve durante unos segundos sosteniendo la respiración, incapaz de mover un músculo que no fuera el de mi virilidad, para que un cosquilleo intenso me revolucione la sangre, mientras le bañaba la cola y la espalda de semen a mi hermana, que, cuando se levantó, después de otros besos, no supo si largarse a llorar, si putearme o preguntarme acerca de lo que había pasado. ¡Encima la vi con la bombacha goteando semen, y eso me impactó más todavía! Por un momento pensé que iba a llamar a los tíos para contarles todo lo que hicimos.
¿Qué pasa Lola? ¡Vení, y acostate, que, los tíos mañana nos van a llamar temprano!, le dije, un poco para medir sus reacciones.
¡Tengo que ir al baño, porque me hago pis! ¡Y de paso, bueno, creo que, me voy a tener que cambiar la bombacha! ¿Viste lo que me hiciste?, me dijo, y abrió las piernas para luego darse vuelta y mostrarme la cola, donde un montoncito de semen se anidaba impoluto y generoso. Entonces, cuando volvió del baño, yo mismo la tomé en mis brazos y la acosté en la cama, para luego cubrirla con la sábana, mientras le decía: ¡No hace falta que te cambies la bombacha nena! ¡Mañana nos vamos a bañar, creo!
Esa había sido la mejor noche de mi vida, hasta ese momento. No sabía que aquello cambiaría nuestras vidas para siempre. Yo era virgen, y obviamente Lola también. Ninguno de los dos tenía consciencia de lo que estábamos experimentando, aunque yo me pajeara muchas veces mirándole la cola, oliendo sus bombachas sucias o, últimamente soñando con sus tetas, las que tenían un sabor muy especial, casi tanto como su boquita de cerezas polinizadas por el mismo dios de la naturaleza.
Al otro día, luego de desayunar, rechazamos acompañar al tío que tenía que viajar al pueblo en busca de unos medicamentos.
¡Chicos, pero, miren que voy a caballo!, nos dijo, un poco decepcionado por nuestra negativa. La verdad, Lola y yo ni siquiera nos habíamos puesto de acuerdo previamente. Pero ambos queríamos disfrutarnos en el patio, lejos de los ojos de la tía. Por eso, nos la pasamos jugando a las escondidas, a la mancha y a las cosquillas, que generalmente eran las prendas para el perdedor. Solo que, a la mancha le habíamos agregado nalgadas. De esa única forma, cualquiera de los dos podía manchar al otro. En las escondidas, nos costaba encontrarnos, pero cada vez que lo hacíamos, nos re chuponeábamos, y yo le re apoyaba el pito duro contra la cola, o en las piernas.
En un momento, jugando a la mancha, los dos nos caímos cerquita del arrollo, uno arriba del otro, y entonces empezamos a frotar nuestros pubis, yo con el pito re parado contra su vagina. Los dos seguíamos en shortcitos, y sin remera. No podíamos parar de franelearnos, apretando nuestros pubis, ni de pasarnos las lenguas por los labios
¡Guaaau, Tomi, se te pone re duro el pito nene! ¿Me lo mostrás? ¡Quiero verlo!, me dijo en un momento, pero no podíamos dejar de manosearnos. Hasta que, de repente escuchamos la puerta de la casa, y posteriormente los pasos de la tía Mari que se acercaban hasta nosotros.
¿Se puede saber qué están haciendo? ¡Lola, ponete ya la remera, que sos una nena, y no podés andar con las tetitas desnudas mi amor! ¡Y vos Tomás, ayudá a tu hermana a levantarse! ¿Qué les pasó?, nos gritaba la tía, con un balde lleno de ropa mojada para colgar.
¡Yo te lo muestro, pero si vos me mostrás la chuchita!, le había dicho a Lola, antes de darme cuenta que corríamos peligro. Ella me había dicho que no.
¡Nos caímos tía, pero estamos bien! ¡Pasa que, bueno, Lola se patinó con el agua del arrollo, y yo la alcancé para que no se haga percha contra el tronco, o el pasto!, le expliqué, no sé con qué nivel de claridad, mientras nos levantábamos. Era imposible disimular la erección de mi verga, ni los espasmos que tenía mi glande, que, poco a poco empezaba a liberar un nuevo y copioso chorro de semen sobre mi calzoncillo.
¡En un rato, la tía les prepara todo para que se bañen! ¿Está bien? ¡Dale Lola, ponete la remera! ¿A dónde la dejaste?, le decía la tía, mientras Lola buscaba su prenda con la mirada, y la hallaba colgada de una rama de uno de los árboles más grandes. Apenas Lola la fue a buscar, la tía me abordó sin rodeos.
¡Escuchame nene, ojo con lo que hacés con tu hermana! ¡Te vi cómo la mirás! ¡Sé que debés estar re contra alzado, porque, a tu edad los varones viven alzados, como los perros con las perras! ¡Pero tu hermana no es ninguna perrita!, me dijo entre dientes, con su aliento a cebolla muy cerca de mi olfato. Yo no supe si le contesté, o si asentí para dejarla tranquila. Pero lo que sí recuerdo es que me multó, y que, al menos ella estaba al tanto que a mí me calentaba mi hermana. Sin embargo, le dije que estaba re equivocada, y tal vez me creyó, porque no volvió a molestarnos.
¡Dale Tomi, mostrame el pito, y yo, después de bañarme te muestro la conchita!, me decía Lola más tarde, los dos encerrados en el galpón del tío, habiéndonos encontrado, después de buscarnos largo rato. No sé quién dio la orden de hacerlo, pero los dos empezamos a pegarnos en la cola mientras nos besábamos, y ella, solita me dijo casi sin pensarlo: ¡Tocame las tetas!
De repente, Lola se había quitado la remera una vez más, y yo la tenía arrinconadita entre unos caballetes y una mesa larga, contra la pared, chupándole las tetas, y frotándole el pito en las piernitas.
¡Dale Tomi, mostrámelo ahora, o le cuento a la tía que me tocaste, y que nos besamos, y todo!, me apuró, con una voz que ya no era la de mi hermanita, la que dibujaba y hacía globitos con el chicle
¡No puedo Lola, porque tengo el calzoncillo sucio!, le dije, pensando que podría zafar. En el fondo ese era mi único pudor. Nada quería más que mi hermana me mire el pito, y yo mirarle la conchita.
¡Yo también tengo la bombacha sucia, con lo que me hiciste ayer! ¡Dale nene!, me dijo de repente, mientras me bajaba el pantalón. Entonces, no hubo alternativas. Enseguida mi pija saltó tan dura y pegoteada por el lechazo del arroyito como un látigo en el aire, y Lola sonrió con un tierno: ¡Guaaau!, entre los labios.
¡Neneee, parece que te re measte! ¿Esto, es lo mismo que me dejaste en la bombacha, anoche?, me dijo, tocándome el pito apenas con dos dedos fríos, un poco por la conmoción, y palpando la humedad de mi calzoncillo. Entonces, Mi armonía no pudo soportarlo más, y ni bien se agachó, le pedí que se lo acerque a la boca.
¡Naaah nene, sos un asqueroso!, me dijo, sin soltar mi pito. Pero, ni bien se distrajo, yo mismo se lo froté en la cara, y le empecé a abrir la boquita con los dedos.
¡Dale nena, sacá la lengüita, y lamelo un poquito! ¡Sí, eso mismo es lo que te dejé en la bombacha, y las sábanas! ¡Es semen nena, y todas las tardes me salta la lechita por vos! ¡Me tenés re loquito nena!, le confesé al fin, mientras ella le daba unos besitos a mi pija. Pero, fue tan grande mi confusión que, supuse que no podría resistir ni media chupadita. Además, sentía que tenía la lechita muy cerca de la punta. Así que la levanté de los hombros, la apoyé contra la pared, de modo que me diera la espalda, y le bajé un poquito el short para colocarle el pito bien pegado a su cola. Apenas me empecé a frotar contra ella, sin dejar de manosearle las tetitas, arranqué como un animal salvaje a largarle toda la leche en la bombacha, mientras la escuchaba gemirme, diciendo cosas como: ¡Sos un tarado nenito, y encima decís que yo te gusto! ¡Vos solo me querés coger, como hacen todos los varones con las chicas!
Entonces, cuando noté que los chorros de leche eran cada vez menos violentos, y que su bombachita no alcanzaba a reunir todos mis líquidos, le agarré la cara y le comí la boca, un poco para callar sus palabras, y otro porque sentí que era lo que debía hacer.
¡No nena, yo no soy como todos, porque soy tu hermano, aunque sí es cierto que me re calentás! ¡Y, por lo que pasó, de última, andá a bañarte, así te cambiás la bombacha!, le dije, y unos segundos después, el tío nos golpeó la puerta para avisarnos que ya estaba la comida en la mesa. ¡De pedo alcancé a sacarle el pito de entre su ropa!
Después de las milanesas y papas fritas que hizo la tía, en la que casi el tío se da cuenta que Lola tenía el pantalón todo empapado de mí, la tía me mandó a lavar los platos, mientras Lola se bañaba. Ni bien terminé, me fui a dormir la siesta, porque ese día el sol afuera te acribillaba. Claro que, sabía que Lola llegaría en cualquier momento, seguro envuelta con un toallón, con el pelo mojado y todas las ganas de echarse un ratito. Pero eso no pasó, y yo, finalmente me quedé dormido de tanto esperarla. Recuerdo que estaba soñando con ella, que nos besábamos delante de los tíos, y que la tía me decía: ¡Dale Tomi, tocale las tetas a tu hermana, que a todas las mujeres nos vuelve loca que nos manoseen y nos mamen las tetas! Recuerdo que el tío nos miraba como a punto de descomponerse de la incredulidad, y que Lola no tenía bombacha debajo de su vestidito de modal azul. Pero, de repente, mi sueño se diluyó cuando sentí que alguien me tocaba el pito por adentro de la sábana y el calzoncillo. ¡No podía ser! ¡Eran dos manos chiquitas, y no podían pertenecer a otra que a mi hermana! Así que, opté por fingir que aún dormía, aunque el pito se me paraba solito. Lo tenía bastante más seco que una hora atrás, pero seguro que pegoteado por la cantidad de veces que me había acabado en los últimos días. Hasta que decidí asustarla, despertándome de golpe, diciéndole: ¿Qué hacés acá, nena cochina?
Ella, pese a retroceder, no sacó sus manos de mi intimidad. Así que yo me levanté, me bajé el pantalón y se lo mostré. Lola tenía un vestidito de modal, pero celeste, el pelo atado en dos colas, y cuando miré mejor, no tenía bombacha.
¡La tía me dijo que hacía mucho calor para que me ponga bombacha!, me dijo, levantándose el vestido para mostrarme la cola. Yo no lo soporté más. Pronto estábamos forcejeando, porque ella quería que vaya con ella a tomar un helado, y yo quería tirarla en la cama para besarla. Finalmente gané yo, y en breve los dos nos besábamos, con mi pene frotándose en su vestido, sus piernas y en una de sus manos, porque ella parecía no tener intenciones de soltarlo. Hasta que, de tantos besos, yo empecé a contarle mi sueño, mientras le chupaba las tetitas. Ella gemía suavecito, temblaba y le otorgaba un brillo especial a su piel, a medida que un aroma a nena en celo me cegaba cada vez más. Le besuqueé la panza, le hice cosquillas, le chuponeé los pies y las rodillas, y subí hasta su punto más caliente y húmedo. Por momentos ella no me permitía llegar. Me arrancaba los pelos y me rasguñaba la cara. Pero, al fin, apenas le toqué una partecita de la vagina con la lengua, sus piernas parecieron derrumbarse a la única opción que les quedaba por tomar. Así que se abrieron para mí, y entonces, mi lengua y dedos empezaron a recorrer, acariciar, lamer y jugar con su vagina, que poco a poco empezaba a mojarse con mi saliva, y con una sustancia espesa que emergía de su interior. Le gustaba que le meta la lengua por el orificio de su vulvita carnosa y chapotee en él, mientras le pellizcaba la cola. Mi hermana había venido a la pieza sin bombacha, exactamente como yo la había soñado, y ahora yo le estaba lamiendo la vagina con una sed depredadora que solo me instaba a seguir lamiendo y oliendo su esencia. Pero, una vez más la tía nos apuró para que vayamos a tomar un helado, o una ensalada de fruta con crema. Por suerte, ella tardó en abrir la puerta, cosa que me dio tiempo para correr al otro extremo de la pieza y fingir que estaba buscando una remera. Lola llegó a bajarse el vestido, aunque la voz de la tía sonó algo extraña cuando le dijo: ¡Vos nena, mejor ponete bombacha!
No vi a Lola ponérsela, porque la tía me echó con una mirada más que elocuente. Pero, al rato estábamos en el patio, yo en una reposera comiendo mi porción de ensalada con crema, y ella sentada en una hamaca que había a pocos pasos de los bebederos. Yo la veía comer su helado de chocolate, y me embobaba con los trocitos de bombacha que sus piernas entreabiertas me dejaban descubrir. Entonces, ni bien la tía se mandó para adentro de la casa, corrí hasta ella, frené la hamaca para bajarla de prepo, y le comí la boca. Ella solita metió su mano adentro de mi short, y yo le expliqué cómo tenía que hacer para pajearme. De modo que, durante un rato que no puedo precisar cuánto duró, los dos nos besábamos mientras yo le toqueteaba las tetitas, y ella subía y bajaba el cuero de mi verga con su manito pegoteada de helado. Iba aumentando la velocidad, a medida que nuestras respiraciones se convertían en susurros de la tarde, capaz de confundirse con el de las hojas agitadas por el viento. En un momento el short se me deslizó por las piernas hasta el suelo, y Lola seguía apretándome el pito, diciendo: ¡Dale nene, quiero que te salga semen, ahora, comeme la boca, y tocame las tetas, como en el sueño que tuviste!
Con lo alzado que estaba, me fue imposible silenciar a la naturaleza ruin de mis testículos, y en menos de lo que pude pronunciar su nombre, le ensucié la mano, y terminé por fecundar a mi calzoncillo con un chorro de leche caliente que me hizo temblequear las piernas. Ella se olió la mano enchastrada y puso cara de asco. Pero, me puso re loquito cuando, a pesar de su primer negativa se lamió uno, y después los tres dedos más comprometidos. Yo le levanté el vestidito y le olí la bombacha, encontrándome con el regalo de su humedad, quizás un poco más abundante que hacía unos minutos atrás.
¡Salí nene, que tengo, no sé, pero, tengo la bombacha mojada! ¡Creo que, no sé qué onda, pero esto que estamos haciendo, está mal, lo sé, pero, me hace sentir re tonta, con cosquillas en todo el cuerpo, y no puedo pensar en otra cosa que en tu boca, y en tu pito!, dijo al fin, bajando cada vez más la voz, como si la vergüenza le atravesara los complejos. Entonces, tuvimos que interrumpir el romanticismo, porque el tío llegó con unos bolsones de mercadería, y tuvimos que ayudarlo a clasificar y guardarlo todo en los lugares correspondientes.
Después de todo aquello, yo me di una ducha, y no pasó nada hasta que estuvo la cena. Pero justo antes de cenar, la tía le pidió a Lola que vaya a buscar unas botellas de salsa, un frasco de dulce de damasco y un paquete de sémola del depósito. El tío me pidió que le traiga la radio portátil de su pieza, pero que le cambie las pilas. Entonces, ni bien entré a la pieza del os tíos, los escucho hablar con energía, como si estuviesen discutiendo al mismo tiempo esforzándose por bajar la voz.
¡Pero te digo que son cosas tuyas Mari! ¿Cómo vas a pensar que al Tomi le gusta su hermana? ¡Te volviste loca!, decía el tío, resuelto a terminar el tema cuanto antes.
¡Te digo que sí gordo! ¡Para mí tendrían que dormir separados! ¡No sé, yo veo cómo el nene la mira, y cómo ella pone carita de feliz cumpleaños cuando él se le acerca!, le explicaba la tía, mientras yo tardaba en encontrar las pilas.
¡No sé qué te pasa mujer, o qué bicho te picó! ¡Pero, para mí es un disparate, una locura, puros fantasmas tuyos! ¡Son hermanos Mari! ¡Es imposible que pase algo entre ellos!, insistía el tío, mientras yo seguía haciendo tiempo.
¡Te digo que sí, a la nena se le moja la bombachita cuando él la mira, y a él, le vi el pito parado un montón de veces! ¡Te pido que hables con él, y yo voy a hacer lo mismo con Lola! ¡Es más, esta noche Tomás duerme solo, y Lola en el catrecito, ahí, al lado de la chimenea!, zanjó la tía de repente, dándome la peor noticia del día, y en años.
¡Está bien Mari, calmate un poco por favor! ¡Ahora me lo llevo al Tomi, y le voy a hablar, y vos hablá con la nena! ¡Pero por favor, bajá un poco los humos!, terminó por definir el tío, y acto seguido se escuchó un portazo, y luego a la tía recibirle las cosas a Lola. Entonces, yo aparecí en escena.
¡Tomi, acompañame al galpón, que tengo una cosa para mostrarte, que te vas a caer de culo!, me dijo el tío poniéndome una mano en el hombro. No me quedó otra que seguirlo, entre mareado por lo que había escuchado y cagado en las patas por lo que pudiese preguntarme. Pero una vez que estuvimos allí, el tío me mostró unos cuchillos impresionantes, con unas empuñaduras re novedosas, y una caja de herramientas nuevas. A pesar que lo notaba nervioso, no parecía tener la mínima voluntad de abordar lo que la tía le había pedido. De hecho, enseguida volvimos a la cena, sin novedades del asunto. Pero, esa noche, yo dormí solo, desprotegido y con el pito re al palo. Aproveché a pajearme dos veces, y a largar la leche en las sábanas, a modo de venganza a la decisión de la tía de sacarme a mi hermana, a mi putita caliente. La segunda paja me la hice oliendo una bombacha de Lola, la misma que usó el día que llegamos a la casa. Me levanté para ir a visitar a mi hermana en mitad de la madrugada. Pero, no me pareció prudente exponernos tanto, por si la tía estuviese merodeando de vez en cuando. De todas formas, mañana era otro día, y nosotros sabríamos cómo aprovecharlo.
Después de desayunar, Lola y yo nos fuimos a darles alimentos a las gallinas, pollos y gansos. Ahí le conté todo lo que había escuchado acerca de las sospechas de los tíos. Ella no me hablaba. Pensé que se había horrorizado con la noticia. Pero de repente, justo cuando estábamos por salir de uno de los gallineros, me pone una mano en el hombro y me dice: ¡Ayer no fuiste a saludarme, ni a darme besitos!
Esas palabras nos llevaron a un besuqueo intenso, frenético y todo lo ruidoso que no podíamos en otro sitio de la casa. Por suerte el revoloteo de las gallinas no nos delataría. Pero Lola enseguida me manoteó el pito, y yo, después que me lo apretujó como a un pomo de crema, le pedí que se arrodille y me lo chupe. Ella lo hizo, contenta porque al fin me había bañado, aunque no lo tenía limpio del todo. Le dio unos besitos, un par de lamidas, y no se olvidó de seguir jugueteando con sus dedos. Al punto ya estaba tan al borde de acabar, que tuve que anunciárselo, para que no se lleve un chasco. Ella, se levantó para besarme, y se subió el vestidito para mostrarme cómo se bajaba la bombacha de a poquito, y entonces dijo: ¡Quiero que me lo metas acá!, posando uno de sus dedos en el orificio de su vagina de nena perfumada. ¡No podía darle créditos a mis ojos, y mucho menos a mis oídos! Hice de cuentas que no la escuché, y me impulsé a besarla toda, desde la boca a las piernas, y cuando llegué a su conchita, le introduje la lengua con tantas ganas que empezó a gemir con unos aguditos que me hacían sentir el Dios del universo. De hecho, solo oliéndole la conchita, saboreando sus jugos y olfateándole el culito, sin la necesidad de tocarme la pija, de pronto sentí cómo la leche me explotaba de la puntita, derramándose toda en el suelo, germinando el hábitat de las gallinas, que comían ignorando nuestra chanchada. Lola, cuando vio lo que me había pasado, se agachó para lamerme el pito, y entonces, por primera vez se lo metió en la boca, sorbiendo muuuy despacito las gotas que le quedaban a mi glande, y las que rodeaban mi tronco cada vez más parecido al pito de un nene normal y corriente. No sé cómo fue que recuperamos el equilibrio después de semejante entrega. Lo cierto es que, al rato volvíamos a almorzar, un poco más tranquilos. Aunque Lola se había sacado la bombacha, y no se acordaba dónde la pudo haber dejado. A la tía le dijo que se le había descosido el elástico, o lo tenía vencido, o algo por el estilo. La tía Mari puso cara rara, pero no dijo nada.
Entonces, justo cuando el tío anunció que nos llevaría a cabalgar, un trueno se hizo escuchar entre los boleros de la tía, y los ladridos de los perros. Cuando vimos el cielo, una pared negra de viento, nubarrones y polvo amenazaba con cubrirnos por completo.
¡No importa chicos! ¡Yo hago unas tortas fritas, y si quieren, jugamos al buraco, o al truco! ¿Le enseñaron a jugar a Lola?, se anticipó la tía, viendo la cara de decepción del tío, y las nuestras de estupefacción. Las tortas fritas de la tía Mari eran las mejores del mundo. Sin embargo, estábamos re ilusionados con salir a cabalgar, y sabíamos que cuando se desataba un temporal, podía estar una semana así de horrible.
¡Bueno, nos vamos a dormir la siesta, y cuando nos levantemos, te ayudamos a amasar tía! ¿Querés?, dije como para romper el silencio. En realidad, quería estar a solas con mi hermana.
¡Qué buena idea Tomi! ¡Bueno, pero Lola, Lola duerme acá, o en nuestra cama!, dijo la tía. El tío la fulminó con la mirada, y nosotros empezamos a protestar.
¡Mari, por favor, el día está espantoso, y ellos, seguro tienen ganas de jugar!, suavizó la voz del tío al aire, que podía cortarse con el filo de una tempestad. Así que, a la tía no le quedó más remedio que dejarnos ir a la pieza.
Una vez que la puerta se cerró, mi pantalón voló vaya a saber dónde, y mi cabeza se internó de nuevo entre las piernas de mi hermana. Quería volver a saborear y lamer esa conchita, que ahora tenía un leve resabio de olor a pipí, pero me excitaba de igual forma. Ella empezó con sus palpitaciones y gemiditos, mientras mi lengua y mis dedos ya no eran suficientes. Ella me lo había pedido. Quería mi pija adentro, y eso por todo lo que nos habíamos calentado, tal vez desde que nos subimos al auto de los tíos. Esta vez le amasaba las tetas con el cariño de siempre, pero con mayor adrenalina, sin dejar de lamerle la conchita. Me acuerdo que le di un par de escupidas, y ella se tentó de risa. Ella buscaba tocarme el pito, y como yo se lo negaba, me apretaba la cabeza con sus piernas, haciéndome más excitante el contacto de mi lengua con su vagina. Entonces, en un arrebato de furia que yo mismo no preví, me le subí encima, y mientras nos quemábamos los labios de tanto besarnos y mordernos, empecé a tocarle la conchita con mi pija tan dura que hasta me dolía maniobrarla.
¡Qué rico son tus besos!, me decía, mientras mi pene estaba a punto de robarle tal vez un grito, o unas lágrimas. Había leído que la primera vez para la mujer es dolorosa. Y, yo tampoco sabía mucho del tema. En ningún lado decía que al hombre podía dolerle debutar. Así que, más o menos recordé lo que vi en un par de videos porno, y luego de atenazarle el cuerpo con mis brazos, después de otros amagues, se la metí de una. Ella me mordió los labios, y enseguida la nariz, cuando yo no me animaba a moverme. Pero enseguida el calor de su vagina estrechita, apretada, toda lamida y babeada por mis instintos, hizo estragos en las venas de mi verga, que no pudo contenerse más. Empecé a moverme de a poquito, acompañando al ritmo de su respiración temerosa, hasta que casi sin proponernos nada, la velocidad iba creciendo. La cama se movía y crujía peligrosamente. Nuestras piernas comenzaban a unirse, y mi pubis a chocarse con el suyo. Ella ahora ya no temía, y eso se advertía en sus palabras, tales como: ¡Así neneee, me encantaaa, dame pitoooo, quiero que me des más besitos en la boca, y me chupes las tetas!
Yo no tenía lugar para procesar nada. Aumentaba el ritmo y el pulso de mis mete y saque, aunque nunca se la saqué de adentro, y mi boca se nutría de su saliva, del dulzor de sus pezones, y de su aliento delicioso. Afuera el mundo parecía que se iba a caer, que nos aplastaría como a cucarachas, y a nosotros ni nos importaba. Escuchamos a los tíos renegar en el patio con los animales, pero ni salimos a ayudarlos. Lola me dijo en un momento que le pareció que nos llamaron. Pero, ahora mi pija estaba graduándose con la conchita de mi hermana, se la estaba penetrando y abriendo como a un durazno, y ella vibraba junto a mis espasmos de felicidad. Su lengua se enroscaba a la mía, sus dientitos me mordían las orejas, y yo hacía lo mismo con las de ella. Mi pija parecía cada vez más grande, endurecerse más, y prepararse para un éxodo seminal que podría hacerme gritar de alegría. Y entonces, Justo cuando su lengua empezó a lamer mi tetilla, ni siquiera sé cómo me salió decirle: ¡Prepará bien la conchita nenaaaaaa, que ahí te vaaaaa!
Lo cierto es que luego de esa desastrosa confesión, permanecí quietito contra su pubis, bien enroscado a su cuerpo, luego de un par de envestidas rapiditas y cargadas de sudor. Ahí empecé a comprender que, lejos de estar meándome en la concha de Lola, le estaba acabando como antes lo había hecho. Nos costó separarnos, despegarnos o dejar de tocarnos y besarnos. Ella parecía un poco dolorida. Estaba despeinada, pero sus mejillas eran como dos candiles en la oscuridad total. El viento azotaba más fuerte, y los tíos afuera, o adentro de la casa discutían. A nosotros no nos importaba nada.
Al ratito, yo empecé a sentir que la pija se me endurecía de nuevo, porque no habíamos parado de comernos la boca. Pero entonces descubrimos que había sangre en la punta de mi pene, en la sábana, en las piernas y en la vagina de Lola, y hasta en una almohadita que generalmente adornaba la cama. Enseguida me puse a explicarle lo de la virginidad en las mujeres, y ella recordó algunas cosas que vio en la escuela, más un taller de sexo que tuvo aparte. No pareció asustada, pero sí preocupada. Pero de golpe, el viento aminoró por un rato su marcha encabronada, y escuchamos algo de lo que la tía le recriminaba al tío.
¡Ahora te quiero ver! ¡Más te vale que cuando ahora vaya a verlos, no estén haciendo ninguna porquería! ¡Me van a tener que explicar qué puta hacía la bombacha de la nena en el gallinero! ¡No seamos boludos Chirino!, gritaba la tía como si su voz estuviese amplificada por un megáfono. Cuando la tía estaba realmente disgustada con el tío, lo llamaba por el apellido. Los escuchaba caminar, y entonces comprendimos que estábamos al horno con papas. ¡SI la tía veía la sangre, no había más que decir! ¡Además estábamos desnudos, y el vestidito de Lola, tenía un lindo tajo que, tal vez fue ocasionado en el momento que yo me le tiré encima para empomarla!
¡Estás diciendo boludeces Mari! ¿No te dijo la nena que se le rompió, o algo de eso?, le decía el tío, aunque sus voces parecían adentrarse en la galería de la casa. En ese momento, Lola volvió a sorprenderme como nunca supuse que podría. Como yo estaba acostado boca arriba, de pronto se puso en cuatro patas sobre la cama, y se dirigió directamente a mi verga para empezar a hacerme un pete.
¡Pará Lola, que vienen los tíos, y nos van a reventar a patadas!, le dije, aunque no me era posible moverme desde que su boca se lo devoró como a un chupetín de frutilla. Y así fue nomás. Al tiempo, mientras Lola hacía todo el ruido posible con las succiones con las que coronaba a mi pija cada vez más gorda, Los tíos entraron, sin golpear, sin llamarnos, y con una agitación similar a la que le daba cuando se les escapaba algún cerdo del chiquero.
¡Ahí los tenés boludo! ¿Quién era la que hablaba boludeces?, dijo la tía en un grito terrorífico, que tuvo que haberse escuchado a leguas. El tío la chistó para que se calle, y le pidió que se fuera.
¡Yo voy a arreglar las cosas Mari, por favor! ¡Andá, antes que te agarre un ataque de nervios! ¡No hay pastillas, y ya sabemos lo que pasa!, le expresó el tío, Mientras Lola no se daba por vencida. Apenas despegó su boca de mi pija cuando los tíos entraron, pero después, siguió lamiendo y chupando. La tía, no parecía dispuesta a irse. Pero el tío la manoteó de un brazo y la sacó un poco a los empujones. Después de eso, cerró la puerta, y se nos acercó. Yo estaba cagado de miedo. Pero mi hermana sonreía, como si verdaderamente estuviese disfrutando del disgusto de los tíos, y de mis propios temores.
¡Vamos nena, terminá eso, y basta! ¡A partir de hoy, lo lamento mucho por ustedes, pero se vuelven a su casa!, nos decía el tío, acariciándole la cola a mi hermana, y fulminándome con la mirada.
¿Desde cuándo que hacen esto? ¡Apurate nena, vamos, sacale todo! ¡Y vos, también pendejo, largale todo en la boquita, y listo!, dijo el tío, luego de darle un chirlo a Lola, y de arrancarme una oreja. En ese preciso momento, Lola me apretó el pito con las manos, solo para decirle al tío: ¡A los dos nos gusta hacer chanchadas! Al toque volvió a meterse mi pija en la boca, y bajo la calvicie impregnada de sudor del tío, sus ojos azorados y el llanto desgarrador de la tía junto a la puerta, un éxodo seminal más violento que cualquiera que pueda recordar, saltó de mi verga directo a la boca de Lola. Ella tosió, escupió, lamió, tragó, succionó mis testículos y mi abdomen, donde varias gotitas salpicaron caprichosas, y hasta se pegó con mi pija en la nariz. Se mordió los labios para que el tío la observe, ni bien se separó de mí, y se paseó a lengua por todo el derredor de su boca, saboreándose, respirando con dificultad, mientras yo sentía que el mundo se me venía encima, todavía con algunas gotas de semen cayendo inertes en las sábanas.
¡Venga mocosa! ¡Usted, se va a bañar, se lava bien la boca, y se viste, que después le toca a su hermano! ¡Yo mismo los voy a llevar a casa! ¡No quiero que la tía arme lío! ¡Si a ustedes les parece bonito lo que acaban de hacer, es cosa de ustedes!, nos decía el tío, apoyando la mano en el picaporte, invitando a Lola a salir del cuarto, desnuda y sucia de semen como estaba, derechito al baño.
Recuerdo que yo no me bañé, y que al ratito, ni bien terminé de guardar todas las cosas en nuestros bolsos, medio que así nomás, Lola apareció bañada, desnuda y con el pelo chorreando agua. Se vistió, y enseguida el tío volvió a entrar a la pieza para llevarse nuestras cosas al auto.
¡Los espero allá, y nada de hacerme esperar! ¡Y, ni se les ocurra saludar a la tía!, se despachó el tío antes de salir. Nosotros le hicimos caso. Estábamos seguros, o al menos yo, que el tío no nos iba a buchonear a nuestros padres. ¡Y eso fue lo mejor de todo! Al ver que los días pasaban, y que nuestros padres no nos reprendían, nuestros temores iban disminuyendo. Además, se creyeron el verso que el tío les dijo.
¡La Mari anda medio menopáusica, y vieron cómo se pone! ¡Está insoportable! ¡Si quieren, los llevo a la casa de los abuelos!, se explicaba el groso de mi tío, tal vez suponiendo que mi tía jamás le diría la verdad a nuestros padres. Pero, desde entonces, Lola y yo fuimos un mar de besos, chupones, cosquillas, apoyadas, lamidas y caricias por toda la casa. Vivíamos manoseándonos, peleándonos con el único fin de reconciliarnos a escondidas, ella haciéndome un pete y tragándose mi lechita, o yo comiéndome toda esa conchita deliciosa. Recuerdo que hasta un par de veces me hizo pis en la cara, de tanto placer que mi lengua le regaló. Y, obviamente, en la oscuridad de la noche, ella venía a mi cama para que se la meta por la conchita, o yo corría a la suya, para dejarle marcas de chupones por todo el cuerpo. Todo hasta que, algo salió mal, y quedó embarazada. Entonces, Lola tuvo que inventarse otra historia. Un chico que no existía la había manoseado en la parada del micro, y se la llevó a un descampado, donde abusó sexualmente de ella. ¡Una mentira más para cubrirnos, y los adultos, ni se percataron de nada! Fin
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