Camila: ¡Estoy harta de que la trate mejor que a mí! ¡Ni siquiera entiendo de donde salió tanto amor, si ella es adoptada! A mí me tendría que regalar chocolates, perfumes, por ahí algún par de aritos caros, o abracitos sorpresa. Estoy segura que esa estúpida ni debe saber chupar bien una pija, Y mucho menos saber calentar a alguien. Yo si lo sé hacer, sé cómo hacer para que se hinche adentro de mi boca o en mi vulva, o que se excite solamente viéndome mientras me acaricio los pezones.
Me encanta provocar a los hombres cuando no llevo corpiño, y más si se trata de calentar a mi viejo. La verdad que está bastante bien para sus 43 años, y desde que tengo trece ha sido el dueño de mis pajas. Él es el causante de que me haga un poco de pis en la cama cuando tengo sueños húmedos. Me pregunto si alguna vez se ha pajeado con mis Bombachita sucias que se dejar por ahí, de puro desordenada nomás. ¿Será que alguna vez lo he calentado al punto de que sienta la verga explotar? Tal vez no le gusta que atienda a las visitas toda despeinada, sueltita de ropa, o sentirme un poco de olor a pis cuando me hace upa.
Rodolfo: ¡No sé qué pretende esta pendeja! Ya tiene 14 años, no aprende a ordenar su cuarto, y todavía me exige atenciones, como una mensualidad mayor a la de su hermana Denise, que es un cerebrito en la universidad. Durante un tiempo no supe si era yo, o era real lo que mis instintos me hacían sentir hacia su figura. Cuando se me sentaba en las piernas, con motivos de ver alguna peli, o simplemente para contarme de las peleítas de sus amigas, tenía que intentar no oír a los latidos de mi pene que crecía contra su cola. Su aroma especial, esa mezcla de adolescencia y nena a la vez, ese resabio a jabón cotidiano, a hormonas revoltosas y a chicle en el pelo, me hacían desearla. ¡Pero Cami es mi hija, y no podía hacerle nada! ¡Jamás podría volver a mirarla a los ojos si en algún momento me sorprendiera oliendo cualquiera de las bombachas sucias que solía dejar por cualquier lado del baño, una vez que se duchaba! Pensaba que era un irracional, un degenerado por acercarme aquellos trozos de tela manchados con pis, flujos y sudor a la nariz, mientras una de mis manos se aferraba al grosor de mi pene respondón. A ella le hacía notar que me molestaba verla desarreglada. Pero nada me calentaba más que verla así, con la cara lavada, con ojeras, porque se dormía re tarde, y más con esta cuarentena, y con los labios pegados por la saliva de la noche.
Camila: Hace un par de días lo veo a mi viejo más molesto que de costumbre. Lo que más me fastidiaba es que era solamente conmigo, porque a la sucia de su preferida no le decía una sola palabra. Claro, ella si podía andar de bikini por ahí sin que le diga que se ubique por los vecinos que estaban remodelando su casa, y ni le importaba que fueran todos hombres. Por lo tanto, me propuse que si mi padre iba a enojarse conmigo, sea por una causa justa, y quizás así explote y me haga recapacitar con una buena garchada, o de última con un par de nalgadas. ¡Que con esto de la cuarentena no me vendría para nada mal! Así que, comencé a dormir desnuda, sabiendo que él era quien se encargaba de despertarme. No sé cómo se me ocurrió, pero también empecé a salir del baño con solo una Bombachita diminuta que se perdía en mi cola, y con un toallón totalmente abierto, para enterarlo del desarrollo de mis tetas. Cuando me tocaba preparar la cena, porque jamás le iba a pedir a la otra inútil que mueva un dedo, le solicitaba todo el tiempo su ayuda. Él aceptaba con quejas y ciertos rezongos, y mientras cortaba las verduras para las ensaladas o para los fideos con tuco, yo me sentaba en la mesada comiendo muy despacio una banana, sin sacarle los ojos de encima. Algunas veces, cuando me mandaba a buscar una zanahoria, apenas sabía que él registraba mis movimientos, me acercaba la puntita a las tetas, y abría la boca sacando la lengua.
Rodolfo: Cada vez entendía menos a Camila. Mi esposa y yo siempre quisimos que nuestras hijas sean unidas, fraternales y cariñosas entre sí. Todavía me pregunto en qué fallamos. Pero desafortunadamente ya no podemos debatirlo juntos, ya que ella murió hace tres años de una maldita enfermedad terminal. Mariana no podía quedar embarazada. Por lo que, por recomendaciones de mi mejor amiga decidimos adoptar. Ella nos ayudó en el trámite, la burocracia y los mil vericuetos que tiene este país, para dar con Denise y adoptarla cuando tenía 5 años. Y, como si fuese un regalo del cielo divino, a los tres años, Mariana quedó embarazada de Camila. Para nosotros era un milagro, y más para los médicos, que nos habían diagnosticado una esterilidad de por vida. Lo cierto es que, Denise y Camila sólo fueron compinches por un tiempo. Después de la muerte de mi esposa, las cosas entre ellas empeoraron. Compiten por todo, se tratan mal, se miran peor, y ninguna le deja pasar nada a la otra.
Pero, en el caso de Camila, últimamente he notado que busca llamar mi atención, provocarme de alguna manera. Yo no puedo aceptar su jugueteo, esa coqueta maniobra de una putita en pleno conocimiento de su sexualidad ferviente. ¡Es mi hija, y yo no soy quién para trastocar su integridad, ni para cagarle la cabeza! Pero tampoco podía seguir haciéndome el tonto. Hace un tiempo que la veo cada vez más desnuda, gestual, insinuante y poco recatada. El otro día, por ejemplo, se le había volcado yogurt en la remera, y después de contármelo, se la quitó adelante mío, diciendo que era una chanchita, una nena incapaz de poder enamorar a ningún chico, solo por la torpeza de volcarse cosas en las tetas. Camila ya tenía 14, y a pesar de ser bajita, quizás algo rellenita, y poco amiga de la higiene personal en algunos aspectos, ya tenía unas gomas imposibles de no fantasearlas rodeando una buena pija, y una boca hermosa, de labios carnosos y rosados. Su cola no se quedaba atrás, aunque en eso, su hermana Denise le llevaba mucha ventaja.
Camila: ¿Cómo la podés defender? ¿No ves que a ella era a quien le tocaba limpiar el cuarto biblioteca?, le recriminé a mi viejo antes de ayer, cuando me mandó a limpiar todo, sin preguntarle a Denise. No me importaba que mis gritos lleguen a toda la cuadra. ¿Qué culpa tenía yo si ella se había quedado hasta tarde haciendo no se qué mierda? Ese era mi día de descanso. Pero eso parece que papá no lo comprendía, o no le importaba. A pesar que yo le gritaba, él no paraba de repetir constantemente lo mismo: ¡Camila por favor! ¡Tu hermana está cansada! ¡Sabés que además de trabajar estudia como una loca! ¡Podrías colaborar un poquito con ella! ¿No te parece?
La sangre me hervía de solo ver cómo la chirusa hacía caras a mis espaldas, sabiendo que estaba ganando la batalla. Pero en el fondo, yo sabía que este no era el fin. Apenas iba a comenzar. Así que, si mi papi quería que limpiara el cuarto, lo iba a hacer, pero a mi modo.
Mientras la estúpida de mi hermana dormía, fue cuando aproveché a prepararme para la guerra. Me puse una musculosa blanca y transparente que dejaba ver mis pechos, junto a una pollera sin bombachita. Cuando mi papi me vio, fue inevitable que sus ojos recorran mi silueta con algo más que el cariño de un padre. ¡Yo lo sentía!
Me dispuse a barrer, trapear, abrir las ventanas para repasar un poco los vidrios, lustré algunos estantes y el escritorio, y entonces, cuando ya estaba toda sudada, lo llamé para que me baje unos libros de un estante al que yo no llegaba. Se lo demostré parándome en puntitas de pie, haciéndome la alta y rezongando. Con esos movimientos, la pollera se me empezó a subir, y mi viejo acudió a mi llamado.
Rodolfo: ¡Ver la cola de mi nena bajo esa pollerita inocente fue demasiado como para prohibirle a mi pija que empiece a dar cabeceadas bajo mi bóxer! No entendía cuál era el plan de Camila. Pero estaba claro que, no era tan importante que le baje los libros.
¡Pero Cami, por favor, podés usar un banquito, y llegar perfectamente a los libros!, le había dicho, para que aprenda a valerse por sí misma. Sin embargo, ella empezó a revolear un par de libros, cuadernos y lapiceras al suelo. Siempre me hacía esos berrinches para salirse con la suya. Así que, me acerqué a ella, luego de llenarme los ojos con la desnudez de su culito blanco como el de un bebé, redondito como dos manzanitas jugosas, y bien paradito. Ni bien estuve a pocos centímetros de ella, sentí como que su cuerpo se desplomó sobre el mío, y la erección de mi pija se restregó contra su cadera, y una buena parte de su cola.
¿Estás bien Cami? ¡Escuchame, ¿Por qué no te pusiste bombacha?! ¡Perdoname que te lo diga, pero, cuando estabas tratando de llegar, te vi el culo casi al aire nena! ¡Eso no es de una señorita!, le dije, sin pretender retarla, o sonar como que la estaba cagando a pedo.
¿Y quién dijo que yo quiero ser una señorita? ¡Yo quiero ser una nena mala papi, para que vos me pegues acá, en la colita!, me dijo, tocándose una nalga, y apoyándome la otra en la pija, ya que estábamos de pie. Yo, no pude evitar acariciársela, darle un pellizco, y acto seguido dos nalgadas, una más fuerte que la otra. Ella gimió bajito, aunque no pareció dolerle. Entonces, le subí un poquito más la pollera, y le abrí las piernas con la idea firme de acariciarle la vagina. ¡No sé qué parte de mí se activó en ese momento, pero, mi pene comenzaba a pensar en procrear con esa nenita, quien no era otra que mi propia hija! Camila apretó las piernas ni bien uno de mis dedos fue y vino por su tajito, hizo un circulito en el orificio de su conchita con algunos vellos, y luego toda mi mano atrapó ese bollo de carne y sensaciones húmedas para sobársela un poquito.
¿Esto estás buscando vos guachita?, se me salió del pecho, quizás cuando uno de mis dedos estuvo a punto de introducirse en su cuevita. Ella me miró con el celo de una putita experimentada, y murmuró algo que no puedo recordar. Pero, enseguida, como si el hechizo me hubiese devuelto a mi órbita, saqué la mano de allí, la olí, se la puse en la cara a ella, y le levanté la pollera para darle tres nalgadas. Esta vez sí bajo el rigor de un padre enojado, mientras le decía: ¡Que sea la última vez que te veo el culo al aire, guacha de mierda! ¡Sos mi hija, y no una putita cualquiera como para andar sin bombacha!
Estuve a punto de irme, para dejarla reflexionar sobre sus actitudes. Pero no podía evitar mirarla, moviéndome la cola, como si mis chirlos y palabras le hubiesen entrado por un oído, y salido por el otro. Tenía en la nariz el vestigio del olor de su conchita, que era como el de una exótica silvestre, con un dejo de olor a pipí de nena, y a flujos de una mujer que quiere pija todo el día, y sin importarle de quién.
Camila: ¡Diiioooos! Ya no me importa nada. Quería con todas mis ganas que me garche acá nomás, que me haga gritar, y me diga qué tan mala soy por provocarlo cuando estoy a upa de él. Siempre me sentaba en sus piernas para hacerme entrar en razón con algún tema de la escuela, o solo para retarme. Yo, usaba mis encantos para frotar mi cola en esa cosa dura que latía y crecía, la que todas las noches soñaba que me abría la conchita, o me pegaba en la carita. Quería que la sucia de mi hermana vea como papi me deja la lechita adentro de la conchita, o que me vea prendida de su pija, lamiéndosela como a un chupetín, poniéndolo bien loquito para que después me dé chirlos por haberle hecho un pete al flaco de seguridad del barrio. Mi papi lo supo, pero siempre se hizo el boludo conmigo. Creo que tiene miedo que yo me ofenda, o me vaya a vivir con la abuela. ¡Pobrecito! Siempre lo amenazaba con eso para conseguir cualquier cosa que se me antojara.
Me quedé ahí parada, paseando la lengua por mis labios en forma de círculos, mirándolo con sensualidad, invitándolo a que no se vaya, para que admire lo regaladita que me había dejado, y que de una buena vez se aproveche de la conchita de su nena. Pero el muy cobarde no lo hizo. Se fue dejándome con todos mis flujos recorriendo mi vagina y cayendo por mis piernas, con un montón de mariposas en la panza y un cosquilleo en la cola que no me podía explicar. Me abandonó con los pezones duritos de la excitación que me ahogaba por dentro, y la argolla que no me dejaba de latir pidiendo a gritos la pija de mi papi. ¡Ésta, se la tenía que cobrar, sí o sí! ¡No podía permitirle que se ría de mí, como si fuese una nenita obediente, sumisa y estúpida!
Pronto estaba hecha un fuego, y no me interesaba disimularlo. Los siguientes, días cada vez que decía una mala palabra enfrente de él, o le hacía algún gesto obsceno, o chiste con doble sentido, si mi hermana no andaba cerca de nosotros, me daba chirlos en la cola o me pellizcaba las tetas. Pero no pasaba de ahí. Una vez me dio un sodazo en la cola por haberle dicho viejo verde. Esperó a que me levante para llevar mi plato sucio a la bacha, y me disparó. Como yo me estremecí, enseguida se acercó para darme un chirlo en la cola, levantándome la pollera y todo. Pasa que, el muy baboso estaba viendo un video de minas en bolas en su celular. Esa vez Denise lo vio todo, y le pareció un escándalo. Especialmente porque yo no llevaba bombacha bajo mi pollera. Más tarde los escuché discutir. Mi padre me defendía, explicándole a esa frígida que yo soy más chiquita, que necesito paciencia pero también algunos correctivos, y un montón de cosas más. De hecho, creí que le daría un cachetazo cuando Denise dijo que solo soy una putita, una vaga de mierda y una mugrienta. Obviamente, mi papi no iba a llegar a eso.
Mi cabeza no paraba de maquinar qué más podía hacer para atraparlo, para que cualquier día de estos me tire al suelo y me dé masita sin parar. Parecía que todos mis esfuerzos se quedaban a mitad de camino. No importaba si me paseaba en tetas, si andaba con una Bombachita con olor a pis, o simplemente desnuda por la casa. No podía concentrarme en ninguna tarea del hogar a causa de la torpeza que me generaba pensar en mi viejo, en él arriba mío cogiéndome sin pudor, contra la mesada, en las escaleras o en la cama de mi hermana. Rompí tres tazas, quemé unas milanesas, se me cayeron dos huevos con los que iba a preparar un omellete, y hasta me rompí una uña pelando papas. Y todo porque me imaginaba cabalgándole la pija mientras me daba chirlos diciéndome lo putita que soy. Fantaseaba con que todos los vecinos nos vean, a él sentado en su sillita preferida del patio, donde habitualmente se sienta a pensar por las noches, y yo arrodillada, comiéndole la pija, eructando y haciendo globitos con mis mejillas, mi saliva y sus jugos. ¡No daba más de lo en celo que me sentía por dentro!
Rodolfo: Ciertamente los chistes con doble sentido, los gestos, la desnudez repentina de Camila y sus olores dispersos por la casa me estaban perturbando a instancias difíciles de no considerar. Ya me había percatado que se dormía tarde. Por lo que, varias veces fui a su cuarto mientras dormía, a eso de las 8 de la mañana, y no tuve ningún pudor en pajearme la verga, observando su culito desnudo, a veces con una tanguita enterrada en su canal, y otras, con alguna bombachita más de nena por las rodillas. Una vez descubrí que la puntita de un consolador asomaba por entre sus zapatillas, un corpiño, el cargador del celu y la notebook, casi debajo de su cama. Quise agarrarlo y olerlo. ¿Quién carajo le compró una verga de juguete a mi hija? ¿Cómo yo podía ignorar semejante cosa? Una de esas veces, supongo que Camila jamás se percató de ese detalle, tuve tantas ganas de acabar que, no llegué a manotear el rollo de servilletas que había llevado para volcar mi semen cuando estuviera listo. Por lo tanto, algunas gotas cayeron en su sábana, y un chorro más cuantioso sobre una de sus panchitas.
Me sentí un adolescente inmaduro obrando de esa manera. Pero, por el otro lado, sus estímulos empezaban a dar resultado. ¡Me calentaba pegarle en la cola, o pellizcarle alguna teta cuando me contestaba mal, o se atrevía a acusar a su hermana de aprovecharse de su situación estudiantil para no hacer nada! ¡Ya no me alcanzaba acariciarme la pija en el baño, con alguna de sus bombachitas usadas contra mi cara! ¡Quería poseerla, hacerle entender que si una nena hace tantos méritos para seducir a un hombre, tarde o temprano ese premio llega! Pero, mi hija no se merecía cargar con la abstinencia de mis años, el deseo perverso de mis sentidos y la calentura de mi cerebro, ocasionada por su desnudez. ¿O acaso, sí?
Todo estaba en su sitio. Denise estudiaba en el escritorio, y yo había decidido pedir unas pizzas para el almuerzo. Tenía que ir a despertar a Camila. Pero mi propia necedad por inculcarle hábitos no me lo permitía. Por otro lado pensaba que solo era una nena de 14 años, a quien hay que dispensarle un poco de paciencia. La temperatura se había disparado a los 30 grados, y todavía el técnico no había pasado por casa para poner en funcionamiento el aire acondicionado. Por suerte teníamos una pileta, a la que también había que limpiar para luego empezar a llenarla. Recordé que Camila me juró que me daría una mano con eso. De modo que, como sabía que la idea de pasar sus tardes en la pileta podía seducirla, fui a su cuarto. Golpeé dos veces, esperando aunque sea el sonido de su voz adormilada. Pero eso no pasó. Así que entré, y la vi, con los ojos al borde del infarto.
Camila: Hoy mientras dormía plácidamente, mi papi me despertó a lo brusco, quitándome la frazada, tal vez sin imaginarse que yo podía estar desnuda. Quise decirle que era un desubicado, un chancho, o un hincha pelotas por no dejarme dormir. Pero a la vez lo noté algo nervioso por haber tomado la decisión de destaparme. No tenía idea de la hora que era, pero el sol me quebró los ojos, ni bien mi viejo abrió las cortinas de la ventana.
¡Cubrite con algo nena! ¿Qué te dije de estas actitudes, de empelotarte porque sí? ¡Además, hace un calor terrible para que te tapes con frazada! ¡Vamos, que tenés que limpiar la pileta como me lo prometiste! ¡Y vestite decentemente, que ya están trabajando los hombres en la casa vecina!, me decía el caradura, sin sacarme los ojos de encima. Para colmo yo me desperezaba, abriendo las piernas, frotando la cola en la sábana y moviendo mis tetas, para que no se pierda ni un pedacito de mi desnudez.
¿Qué tiene de malo pa? ¿Tenés miedo que se exciten mirándome, que alguno cruce para el patio y me garche, hasta dejarme preñadita? ¡Además, yo duermo como quiero! ¿Por qué no le decís nada a la otra, que siempre me chorea el ventilador?, le respondí, estirando un brazo para alcanzar un corpiño que había dejado tirado en el suelo, solo para arrojárselo a mi papi, con la única intención de molestarlo. Pero él solo apretó la mandíbula, murmurando un "Apurate pendeja, que ya pedí unas pizzas"
No sé si mi papi se percató que yo le re miré el bulto, antes de salir de mi pieza. ¡Pobrecito ese pantalón! ¡No daba más de las ganas de volver a sentarme sobre esa dureza hermosa, para que se frote con fuerzas contra mi culo! Así que, finalmente me levanté con una firme decisión en la mente, la de estrenar al fin una bikini nueva. Me la había regalado una señora para la que solía trabajar en su tienda de ropa, solo algunas tardes, para ganarme unos pesitos antes de la pandemia. Recuerdo que cuando le llegó el paquete, me confió con los ojos llenos de felicidad que lo había encargado especialmente para mí. No voy a negar que en ese instante me dieron ganas de besarla para recompensarle el gasto, y el gesto, y aún más cuando me mandó a probármelo. Me sentí re rara, porque yo sabía que a ella le gustaban las mujeres, y en ese momento, sentí que una gotita de flujo me mojó la bombachita, de solo imaginarme desnuda con esa mujer, tal vez lamiéndome las tetas. Al rato, cuando entró al probador de la tienda y me examinó con unos nervios que podían adivinarse con claridad, me dijo que resaltaba mis pechos y mi cola, y que le hacía una forma apetecible a mi vagina.
Luego de ponerme la bikini, de embobarme mirándome varias veces en el espejo de mi pieza y de esa forma comprobar que todo estuviera justo para que mi papi se babee como un pendejo pajero, y de arreglarme un poco el pelo, me dispuse a ir muy lentamente hacia el patio. ¡No iba a zafar de limpiar la puta pileta, mientras la otra tragaba libros, comía yogurt y disfrutaba de no mover un dedo! Él estaba en la sala, esperando que yo accione de una vez. Entonces, para ir hacia el patio tenía que recorrer un pequeño pasillo que era parte de la sala. Cuando pasé por su lado sentí su mano dándome una nalgada firme en la cola, mientras murmuraba: "¡Más te vale que la dejes limpita nena!".
La verdad es que, limpita quería dejarle la verga a ese macho de manos grandes, de voz potente y decidida, después de que me haya tragado la mayor cantidad posible de su lechita, y no parar hasta saborearla, sintiendo cómo ese manjar recorría mi garganta. Quise gritárselo, enterarlo del fuego que me envolvía la concha, y más desde que volvió a tocarme la cola. Pero todo lo que me salió decirle fue: ¿Y vos no me ibas a ayudar? ¡Al final sos un forro!
Eso detonó que mi padre se levante de su silla y me tironee el pelo, asegurándome que la próxima vez que se me ocurra faltarle el respeto, no me iban a alcanzar los números del mundo para contar mis huesos rotos. Pero entonces, volvió a pegarme en la cola, y antes de abrirme la puerta para dejarme salir al patio, me pellizcó una teta.
¡Andá nena, que en un ratito te alcanzo!, me dijo, y cerró la puerta tras de mis pasos.
Al rato, ya en el patio, con unos 25 grados pero más de 40 en mi cuerpo, recordando cada cosita que hizo mi viejo para dejarme más trolita que nunca, sentía mi propio flujo mojando la parte baja de la bikini. ¿Cómo podía ser que le gustara tanto dejarme calentita? ¡Él no era ningún tonto! ¡Seguro que sabía que esos estímulos me hacían arder por dentro! Prendí la manguera para limpiar la pileta, coloqué la pastilla de cloro en la botella que tuve que agujerear para mantener el agua, y puse algo de musiquita con mi celu, para no sentirme tan sola. Estaba tan atontada y metida en los recuerdos de las nalgadas, pellizcos y apoyadas de mi viejo, que ni me di cuenta que me estaba acariciando la conchita, casi que con la lengua afuera como una perrita sedienta. Lo que me devolvió a la realidad, como si fuese un flechazo repentino, fue el contacto de una mano en mi cintura. Me asusté, al punto que casi me caigo a la pileta. Pero cuando abro bien los ojos, suponiendo que al fin mi papi tomó la decisión de poseerme como me lo estaba buscando desde hacía rato, descubro que se trataba de el tremendo bombón que tenía por vecino. Supuse que me taparía la boca, que empezaría a manosearme, a clavarme sus dedos en el culo, y a rasgarme la bikini con los dientes. Pero solo me susurró: ¡Disculpame que te joda Cami! ¡Mirá, vos que sos mujer, y por ahí, tenés mejor gusto que yo para estas cosas! ¿Qué color quedaría mejor para las paredes del cuarto de una nena?
Maxi quería una opinión femenina sobre unos colores bastante feos a mi parecer, ya que estaba pintando la casa. Seguro que los colores infantiles serían para la pieza de su pequeña hija. Pero los dos sabíamos que el chamuyo le venía como anillo al dedo para dejar su mano en mi espalda, ya que lentamente había ido descendiendo hasta mi cola. ¡Encima, no conforme con eso, se había tomado el atrevimiento de pellizcar y masajear un poco mis glúteos, mientras me veía fijamente las tetas! Luego de darle mi consejo, de explicarle que el lila era mucho más intenso que ese verde aguado que pensaba usar, me dijo: ¡Gracias bebota! ¡Cuando esté todo pintado, te vengo a buscar, para que veas cómo quedó! ¡Y, bueno, si querés, te puedo ir a pintar la piecita!
Esas últimas palabras me las decía alejándose de mí, guiñándome un ojo y manoseándose la verga. Poco a poco volvió a cruzar el alambrado que separa nuestro patio de su casa, y entonces, la furia de mi viejo apareció ante mis oídos como un rugido inesperado.
¿Qué mierda hacías con ese pelotudo? ¿Andás haciéndote la viva nena? ¡No tenés edad para jugar a la mujercita fatal, pendeja!, me decía mi papi, arrancándome el pelo, apoyándome contra su cuerpo, haciéndome notar la dureza de su pija en la cola, sus nervios, los latidos de su corazón color pánico, y algunos dedos en las piernas. Yo, no pude evitar que mi clítoris suelte unas gotas de flujo como barriletes emocionados sobre la bikini. ¿Mi viejo, estaba poniéndose celoso? ¿Habría visto algo de cómo ese pendejo me tocaba el culo?
Rodolfo: Recuerdo que le grité un par de cosas al idiota de mi vecino, y le juré que si le ponía un dedo a mi hija, le iría más que criminal. El guacho no me contestó, o al menos, yo no puedo recordarlo. Sé que Denise apareció para ver de qué se trataban mis gritos. Pero yo le pedí que siga estudiando, que no era nada grave. Entretanto, el olor de la piel de Camila, esa bikini que le apretaba sus curvas juveniles, los temblores de sus nalguitas al frotarse contra mi pija mientras yo la sermoneaba, y la forma en la que se le abrían las piernitas, me llenaban los testículos de implacables agujas seminales, dispuestas a llenarle la pancita con su divinidad. Apenas Denise cerró la puerta, le di vuelta la cara a Camila para que me mire a los ojos, y me prometa que ese estúpido no le había hecho nada. Y, en medio de aquella desmesurada cercanía, nos besamos. Ahí mi poronga se frotó contra su entrepierna, ambos parados a un costado de la pileta. Su lengua tocó la mía, y ambas lenguas después reconocieron nuestros labios. Yo se los succioné, mientras sus tetas se pegaban a mi torso, y mi pantalón corto ya no podía disimular la anchura de mi verga. Ella empezó a jadear, a querer más de mi contacto, a restregar sus muslos contra mi cuerpo, y a multiplicar saliva mientras nuestros besos se hacían más ruidosos, y su vocecita susurraba pequeños intervalos cada vez más agudos. Parecía que me pedía algo que no llegaba a poder pronunciarme con claridad. Su manito de repente palpó mi bulto, y yo le pegué, diciéndole: ¡Eso no se toca, nenita cochina!
Ella dio unos saltitos con los que aprovechó a friccionarse más, justo cuando ya nos mordíamos los labios, y mis dedos le separaban las nalguitas sobre su sedosa bikini. El olor de su cuerpo era cada vez más inabarcable. Era una especie de rayo cegador para los pulmones, mezclando adolescencia, juventud, restos de infancia y presagios de una mujer tan hambrienta como una loba salvaje. Por momentos no sabíamos qué hacer, ni a dónde ir. Pero su manito volvió a palparme el pito, y esta vez me lo presionó, subió y bajó un par de veces, mientras yo le apretaba las tetas, y le pellizcaba los pezones. En un momento se me escapó decirle: ¡Sos una bebota chancha, la bebota de papi!, y a ella se le llenaron los ojitos de lágrimas saltarinas.
Camila: Todo se nos descontroló. No pude hacer caso omiso al poder de sus labios devorando los míos, y su lengua apropiándose de cada parte de mi cavidad bucal. No me resistí a su hambre de sexo que me contagiaba ya hace varios días. Era como un perro marcando territorio en su perrita en celo, y de esa forma me sentía. En celo, sedienta, hambrienta de él. De todo aquello que tenía para ofrecerme, y del contacto de su lechita que tanto me imaginaba regándome las tetas, mi cola y cada parte de mi cuerpo que le apetezca. Estaba tan perdida y vulnerable, tan fuera de mis sentidos que no podía pronunciar sílaba alguna. Solo quería que me dé masa ahí mismo. En el pastito, en el lavadero, o en la pileta. Hacía rato que ya no me importaba nada. Incluso si algún vecino nos viera teniendo sexo, saltaría encima de su pija con aún más entusiasmo, mirándolo con mi mejor carita de puta, para que, si querían hablar de mí, lo hagan con todos los argumentos.
Cuando recobré algo de mis atrofiados sentidos, pese a las lágrimas por mi cara de lo alzadita que me encontraba, lo único que podía pronunciar era un cada vez menos tímido: ¡Cogeme papi! ¡No doy más, quiero que tu verga me entre toda! ¡Quiero lechita papi! ¡Cogeme donde sea, pero hacelo! ¡Castigame, arrancame la ropa, y haceme tu guachita salvaje! ¿Qué esperás? ¿Que venga Maxi a darme la verga que vos me negás, una y otra vez, como si yo fuera una nenita sin pelitos en la concha?
Lo último me había salido en un chillido de nena impaciente, caprichosa. Así como le gustaba a él que le hablara. Supongo que por eso me tomó firme del cuello, levantó mi rostro y se me quedó mirando con firmeza, durante un largo rato. De pronto, como si fuese un espectro, lo único que pronunció fue: ¡No te imaginás la garchada que te voy a dar putita! ¡Pero acá no! ¡Vas a tener que esperar a que tu hermana se vaya hoy a la medianoche a la casa de la amiguita! ¡Ahora quiero que termines de limpiar la pileta, y nada de te tocarte la conchita! ¿Me entendiste pendeja? ¡Si te llego a ver la mano cerca de la concha, vas a tener que esperar, hasta mañana! ¡Ahora limpiá bien la pileta lobita!
Me dejó ahí parada, como una estúpida, sintiendo lo caliente de la bikini ardiendo en mi piel, contrastando con la fresca frisa de la tarde. Lo vi abrirse una birra que se había traído de su frigo bar, sentarse en su silla preferida a la sombra de un arbolito, y responder unos mensajes con su celular, dejándome aturdida y más que mojada. Esto superaba mi ego de provocadora y ganadora absoluta a la hora de la seducción. Pero me consolaba saber que faltaban solo unas horitas para ser dueña de esa verga con la que tanto había soñado, la que tanto deseaba, tal vez desde muy chiquita. Él parecía inspeccionar mis movimientos. De vez en cuando se aclaraba la garganta si dejaba mucho tiempo la manguera prendida afuera de la pileta, o si instintivamente alguna de mis manos buscaba refugio entre mis piernas. Luego comenzó a retarme por todo, y ahora más zarpado. Incluso mencionaba que no podía dormir en bolas, no lavarme las bombachas, ser tan torpe para cortar las verduras, o no saber las tablas de multiplicar, con 14 años. Cada vez que se me escapaba una hoja, ramita o tallo que debía sacar de la superficie de la pileta, me recordaba que si no le ponía más empeño no iba a tener verga. Una vez dentro de casa, me ordenó limpiar el mueble que sostenía la tele, mientras él veía un partido de fútbol viejo, y mi hermana se pintaba, perfumaba y rezongaba con una agencia de remises que, al parecer no estaban trabajando, cuando por la mañana le habían confirmado que sí darían servicios. Entonces, mientras yo estaba agachadita repasando adorno por adorno él me acariciaba la cola o la conchita con el pie. En general no me hablaba, pero disfrutaba de cómo me sonrojaba al verme sorprendida por sus reacciones.
Rodolfo: Creo que, desde nuestros primeros tiempos con Mariana que no me sentía tan excitado. Ciertamente, Camila se parecía mucho a Mariana, en lo físico, y en su manera de seducir. Pero, había una gran diferencia. ¡Camila es mi hija! Sin embargo, esa bikini todavía húmeda, a pesar de haberse secado un poco con el toallón que Denise le alcanzó de mala gana, antes de permitirle entrar a la casa, y solo porque yo se lo solicité, la figura de Camila se me antojaba cada vez más deliciosa. Podía advertir con mis pies que el calor que se acumulaba en su conchita le oprimía la razón, y que sus tetas al borde de explotar bajo la tela del bikini merecían una buena chupada, para terminar de moldearse y al fin convertirse en las de una hembra. Entonces, le pedí que me traiga un habano del armario de la sala, y no reparé en agacharme y darle un mordisco en el glúteo derecho, antes que se levante. Allí precisamente fue que percibí un pequeño dejo de olor a pis. Enseguida me pegué a su oído, y le susurré: ¿Cami, te hiciste pichí bebota?
Me respondió con una especie de suspiro entrecortado, y sabiendo que Denise iba y venía por la casa buscando ropa, accesorios y calzado, como si tuviese una noche de boliche, le enterré la mano en el orto, al mismo tiempo que le chuponeaba el cuello para que me conteste.
¿Te hiciste pis, sí o no nena? ¡Si no me respondés, no hay pija para vos esta noche!, le dije luego, atrapando el lóbulo de su oreja derecha entre mis labios para succionárselo, y darle algunas mordiditas. Ella gemía, y yo debía silenciarla con algunos pellizquitos. Y de repente, una bocina rompió la calma de la noche.
¡Chau pa, me voy! ¡No te preocupes, que tengo algo de plata!, me decía Denise, acercándose para saludarme con un beso.
¡Chau hija, y no vuelvas muy tarde mañana, que viene la tía Norma!, le dije, intentando que no descubra mi estado de excitación, dejando a Camila repasando unos ceniceros de porcelana.
¡Y decile a esa chirusa que no me use la computadora, porque me la llena de videos pornográficos!, decía con cierto fastidio, antes de cerrar la puerta de calle con algo de brusquedad. Entonces, me antepuse a las réplicas de Camila comiéndole la boca, y liberando al fin su tremendo par de tetas de la bikini, apenas pasó un minuto de la ausencia de Denise. ¡Ahora toda la casa era nuestra, y todas las poses sexuales a las que podía someter a mi nena, se proclamaban urgentes en mi mente!
Camila: La sensación de sentir nuestros labios unidos nuevamente, para mi corazón fue como saltar al vacío de la misma felicidad. Habían sido horas infinitas las que tuvieron que pasar para enlazarnos así, presa de mis emociones y de mi excitación, y él no dejó que se vaya un solo segundo. Sus manos me despojaron de todo aquello que tapaba mi desnudez. De pronto dejó de besarme, de morderme el cuello, de lamer cada parte de mi piel, y me pidió que retroceda solamente dos pasos para luego darme una vuelta completa. Él me ayudó a sostener el equilibrio con sus grandes manos, ya que mi ser permanecía flotando en el aire, y en el rescoldo de mis propios flujos. Cuando mis volteretas terminaron, de sus labios surgió un atenuado: ¡Ahora vas a ser mía putita! ¡Vas a disfrutar de la verga de papi y vas a saber lo que es realmente un orgasmo! ¿O, me vas a decir que ya sabés cómo se siente una pija dura adentro de esa conchita?
Quise delirarlo, ser la misma pendeja cínica e irrespetuosa de siempre, gritarle que ya había cogido un par de veces, o tal vez herir su hombría de alguna forma. Pero solo pude temblar, tiritar cuando me dio una nalgada ruidosa, y gemir cuando me pellizcó los dos pezones al mismo tiempo. Entonces, nuestros labios se volvieron a juntar en una guerra de pasión, deseo y el secreto de mil noches de liberación. En medio de nuestras lenguas intercambiando saliva, de nuestros suspiros agolpados en el pecho y palabras inteligibles, mis manos fueron directamente al borde de su short para liberar la verga que tanto soñaba poseer, babear y saborear. Él se mostró de repente más dócil y sonriente.
¡Papi, me parece que ya es la hora, creo que, tu nena tiene que tomar la mamadera! ¿Me la vas a dar? ¡Daaalee, ahora que no está la chetita esa! ¿O querés que se la vaya a pedir al Marcos? ¡Dale papi, dame la lechona!, le dije un ratito antes de ponerme de rodillas frente a tan maravilloso espectáculo, con la boquita babeada y los ojos cerrados, haciéndole pucheritos y hablándole como una nena. Además sorbía mi propia saliva para hacerle desear mi boca. Él sabía que yo se la había chupado a Marcos, el flaco de seguridad del barrio, y eso lo ponía de los pelos. Estaba tan conmovida, suspendida en mi propia fantasía que todo me parecía un sueño. Mis manos sudadas y temblando fueron despacio a ese pedazo de carne, caliente y suave, dura y algo babosa en la punta. Su olor me invitaba a metérmelo en la boca sin prevenirlo. Mis dedos empezaron a presionar su tronco, a tocarle los huevos, y a humedecerse con los juguitos que todo nuestro jugueteo le había generado en el glande. Recorrí la extensión de toda la pija de mi papi con mi lengua, como si se tratase del más rico helado. Lo miraba a los ojos, y sacudía su pene cada vez más cerquita de mi boca. Hasta que lo escuché decirme, como una premonición: ¡Dale nenita, tomate la lechita si querés!
Entonces, agarré su pija con mis dos manos, y mientras decía: ¡haaaaammm, qué rica pija, con lechita para la nena!, empecé a chuparle la puntita. Su sabor se me hizo algo amargo pero exquisito, al punto que no quería dejar de succionar y llenarme la boca con sus jugos. En un momento sentí los dedos de mi papi enredándome el cabello, y eso me dio la señal de que lo estaba haciendo bien. Se la escupía y volvía a meterla en mi boca. Subía y bajaba, hacía sonora cada engullida, respiraba bien pegadita a su pubis, y le tocaba los huevos con la punta de la lengua. Mi papi gemía sin poder pronunciar una palabra completa. Se hamacaba hacia los costados, deliraba cada vez que mis labios le hacían una sopapa en el glande antes de volver a introducirlo en el volcán de mi saliva, y se esforzaba por manosearme las tetas. Hasta que de repente, privándome de todo sueño de princesa cochina, se apartó de mí, arrancándome el grosor de su pija y el sabor de su presemen. Se acomodó en el sillón y me pidió que de ahora en más me deje guiar por él, mirándome con el gozo de saberme confundida, caliente y molesta. Dijo que no iba a hacer nada sin mi permiso, y me recordó que tenía prohibido tocarme. Esa frase la acompañó con unas fuertes sacudidas de su pija contra su abdomen. Me ordenó que vaya a su pieza gateando y maullando para traer una caja con cositas que había comprado para nosotros. Aquello me desorientó por completo. ¿Una caja con cositas que había comprado, para nosotros? ¡Entonces, mi papi, quería jugar con su nena!
Rodolfo: ¡Ni se te ocurra abrir la caja! ¡La traés cerrada, hasta acá, y esperás mis instrucciones! ¿Me entendiste putita?, le dije, escuchándome como un absoluto pervertido. En realidad, mis fetiches siempre fueron orientados hacia la infantilización. Antes que la pandemia estallara en nuestras cabezas, yo solía jugar en la oficina con las secretarias. Me volvía loco disfrazarlas de bebotas, y después pedirles un pete en cualquier lugar de la empresa. A veces nos filmábamos. Pero siempre, todo aquello fue consentido por ellas. No hay nada que una buena billetera no pueda sostener. Sin embargo, ahora era el turno de Camila, de mi nena. ¡No podía creer que le hubiese pedido aquello! Le describí la caja plateada que reposaba debajo de mi cama, me levanté y le di un chirlo para que cumpla con su deber. Entonces, enseguida la vi gateando con cierta torpeza, maullando cuando se acordaba, subiendo las escaleras y luego perdiéndose de vista. Creí que si me tocaba la pija, podría derramar la leche en cualquier momento, y eso no era lo que mi nena esperaba de su papi. Entonces, antes de lo que preví, descubrí su larga cabellera asomando por las escaleras. En sus brazos traía la caja plateada de mis más oscuros secretos.
¡Dejala ahí, y sentate en el piso bebé!, le dije, asegurándome que ni se le pase por la cabeza abrir mi cofre preciado. Ella obedeció. Yo tomé la caja y la abrí arriba del sillón, lejos de la curiosidad de su mirada lasciva. Antes de eso, le pasé la puntita de la pija por toda la carita, y eso la enfureció un poquito más. Tomé de la caja un pañuelo y me acerqué para vendarle los ojos. También le até las manos por detrás de la espalda con una cinta de bebé color celeste, y la alcé en mis brazos para sentarla sobre el sillón. Le colgué un chupete en el cuello, le succioné ambos pezones para ponerla más loquita, y le dije que sólo le devolvería la mirada cuando ella diga la palabra clave. Honestamente, ni yo la sabía. Pero, esperaba que aquella fuese alguna que me excitara demasiado. De pronto, le coloqué un pañal, al que le puse un pequeño vibrador para introducírselo adentro de la vagina. Una vez que mi hija se convirtió en una bebota, le desaté las manos, y le pedí que se toque.
¿Qué es esto pa? ¿Me pusiste un pañal? ¿Estás loco? ¡Dale, sacame esta porquería, porfi!, me dijo con un dejo de histeria en la voz. Yo me acerqué al sillón, la agarré del pelo y me aseguré de frotar toda su carita contra mi pija.
¡Dale nenita, abrí la boquita, y chupala, comete la verga de papi, así, en pañalines, como te gusta perrita!, le decía, mientras sus besitos babosos no paraban de tatuarse en mi pija, huevos y pubis. Hasta que volvió a introducirla en su boca, y empezó a simular que lloriqueaba.
¡Sí papi, quiero lechita, ame la leche, toda la lechita quiero paaaa, ame leche, ame la lechita, quiero que me hagas tragar toda esa lechita, ameeee, ame lecheeee!, decía cada vez que mi pija salía de su boca. Y entonces, en el preciso instante que me disponía a devolverle la vista, mi semen no supo escuchar mi voz de alerta. Mientras mis manos desataban su pañuelo, una copiosa lluvia de esperma colisionaba en su cara, su mentón, resbalaba por su cuello, le bañaba las tetas y el chupete, y también era saboreado con gran felicidad por sus labios carnosos. Ahora Camila se veía a sí misma, en pañales, con el chupete y toda empapada de mi semen. La vi lamiendo el chupete, intentar desatarse las manos y mirarme con una sensualidad que, invitaba a devorársela a besos. Pero entonces, su cuerpo empezó a temblar, tal vez sin comprender del todo que, adentro de su pañal un pequeño vibrador le estimulaba el clítoris. Sus gemidos empezaron a hacerse cada vez más agudos y gentiles, mientras yo le apretaba las tetas y la obligaba a lamer el chupete.
¡Papiii, estoy re calienteee, y esa mierda que me pusiste, me está, me estoy mojando toda!, me dijo al fin. Así que yo decidí desatarle las manos, ponerla en cuatro patas sobre el suelo, y empezar a perseguirla por todo el living. Ella gateaba, y yo simulaba pegarle con un cinto de látex, para que no se detenga. Hasta que la atrapé justo debajo de la mesa, y le quité el pañal para obligarla a olerlo, y a lamer el pequeño chiche que vibraba entre sus paredes vaginales.
>>> Camila: Nunca podría haber imaginado que detrás de esa máscara de hombre correcto, mi papi tuviera semejantes fetiches ocultos. ¿Cómo podría negar que me había mojado más de lo normal andando a cuatro patas por toda la casa, en pañales, con un chupete y un hambre voraz bajo los libidinosos ojos de mi padre? ¿Qué diría la traga de mi hermana si me viese hecha una bebota, llena de la lechita del hombre que más me calienta en el mundo? La sensación del pequeño vibrador contra mi clítoris me hacía temblar con cada uno de mis movimientos, logrando que cada lacerante maullido que pronunciaban mis labios se convirtiera en un susurro insignificante.
Cuando le pasé la lengua al pequeño vibrador que ahora mi papi me ofrecía de sus propias manos enormes y temblorosas, descubrí que no solo mi aroma a putita me delataba a kilómetros de la casa. El sabor y la humedad que lo rodeaba tenían la fiebre que ardía en mi interior, y nada me emputecía más que sentir el vigor de esas manos apretándome las tetas, como si yo fuese una muñequita de goma. Por eso lo chupé con más fuerzas de las que me cabían en los músculos de la mandíbula, mientras lo miraba a los ojos, dejaba que varios hilos de baba goteen por mis tetas y gemía ya sin poder controlar el flujo que desbordaba mi pobre vagina hambrienta. Pero de repente se arrodilló a mi lado, y apenas me rozó los pezones con las yemas de sus dedos como antorchas olímpicas, me susurró con un cálido ronroneo: ¿No te parece que ya es la hora bebota? ¡Dale guacha, revolcate en el suelo, arrastrate como una babosa, y pedile la lechita a papi, que te la voy a dar toda, donde quieras bebé!
Le obedecí sin contradecirle nada. No pensaba en hacer cualquier cosa que lo hiciera enojar. ¡Ya no daba más! La angustia sexual que me oprimía el pecho me impulsaba a devorarle hasta los huevos, en una sola bocanada. ¡Hasta sentía cómo me latía el esfínter del culo por querer probar el grosor de esa verga carnosa, cada vez más hinchada balanceándose a centímetros de mi boca! Pero mientras tanto, todo lo que podía hacer era lamer el juguetito, babearme y dejarlo que me retuerza los pezones para que él me escuche gemir y me balbucee: ¡Así bebota, qué hermosas tetas tenés, sos una tetona muy caliente, y te encanta que te toquen las tetas, porque sos igual de putita y calentona que tu mami!
¡Papi dame lechita, porfiiii, dame la mamadera que tu bebota la necesita para dormir bien! ¡Papi por favor, no seas malo! ¿Mami también te pedía la lechita como yo? ¡No tenés idea las veces que le chupé la pija al Nico, el pibito del kiosko de acá a la vuelta, pensando en vos! ¡Ese nene de 14 años ya me dio la garchada, y la meme que vos me negás todo el tiempo! ¡Ese guachito pajero me muerde re rico las tetas, y los labios! ¡No sabés lo putita que me vuelvo con la pija adentro, y más cuando me imagino que es la tuya! ¿Ahora yo soy tu preferida, no? ¿O vas a seguir eligiendo a esa tarada que no debe saber ni chupar una pija?, le decía totalmente fuera de mí, mientras mi papi volvía a dejarme en el suelo, en cuatro patas, con la idea fija de nalguearme la cola cada vez que le faltaba el respeto con mis palabras. Supongo que ellas fueron quienes terminaron de enloquecerlo.
¿Para qué vas buscando pija por todos lados, cuando tenés una en cada casa putona? ¡Y dejá de hablar de tu hermana, que ella no tiene la culpa que vos seas tan degeneradita! ¡Ahora vas a ver lo que ese pajerito no puede hacerte!, me gritaba sin medir el impacto de su voz, mientras me presionaba la nariz como si quisiera sonarme los mocos, me sacudía las tetas regadas con su semen, me metía el chupete en la boca de prepo y me desordenaba todo el pelo. Hasta que al fin, después de verme gatear un ratito mordisqueando el chupete, abriéndome la cola con las manos y mirándolo como para saltarle a la yugular en cualquier momento, mi papi me arrinconó contra la mesita ratona,
¡Dale guacha, poné las manos acá arriba!, me dijo al oído cuando sentí todo su cuerpo al borde de derrumbarse sobre el mío. Apenas mis palmas tocaron la mesita, el turro empujó su verga cabezona en un solo movimiento en mi conchita, sin anunciármelo, y empezó a moverse con cada vez mayor prisa.
¡Ay Papi! ¡Dios! ¡Movete asíii, cogeme que no aguanto más, cogeme como tanto me lo merezco por trola, dame la verga que tanto me hiciste babear y soñar! ¿Por qué te creés que me meaba en la cama? ¡Culpa de soñar que siempre me manoseabas, o me chuponeabas el cuello! ¡Asíii, dame pija, quiero pija, asíiii, cogeme, cogeme todaaaaa! Me escuchaba implorarle mientras su respiración caía sobre mi cabello como el rocío de la noche, y mis paredes vaginales le apretaban el glande.
Rodolfo: La verdad es que ya no sabía cuánto tiempo más podría soportar el embate de mi pija enfierrada como nunca a esa conchita lubricada, caliente como un sol de enero y repleta de contracciones. Por un lado, me moría de ganas de largarle mi simiente lo más profundo que me fuera posible de su vientre, sin importarme que pudiera dejarla embarazada. Me la imaginé con las tetas chorreando leche, con un bebé en su falda y en bombacha, sentada en el sillón de casa, mirando una serie en Netflix, y empecé a notar que mis envestidas se volvían más furiosas y guerreras. Pero entonces, cuando supe que si sus labios seguían sorbiendo mis dedos, su olor cegando mis pulmones y su vocecita acaramelando mis oídos, le iba a llenar la pancita de bebitos, decidí separarme de ella para darle una buena seguidilla de chirlos en la cola.
¡Qué malo que sos paaaa, daleee, cogeme máaas!, me dijo. Yo le arranqué el pelo, y después de hacerle oler y lamer su pañal, de refregármelo por la pija, con todo el cuidado de no tentarme a llenarlo de leche, y de chuponearle las tetas un ratito, volví a ofrecerle mi pija a su boca para que solo me lama el tronco. Ella tenía los labios repletos de saliva, algunas lagrimitas impacientes humedeciéndole los pómulos y varios gemidos atragantados.
¿Nunca te gustó el culo, las tetas o la boquita de Denise papi? ¡Yo soy la única peterita que te vuelve loco! ¿No? ¿Me vas a dar la lechita? ¿Te la chupo como mami, o más rico?, me decía cuando mi cerebro no podía decodificar entre la razón, la realidad, el deseo y mis ganas de acabarle por todos lados. ¡Quería verla bañada en mi propia leche! Pero, de repente la alcé en mis brazos, y la llevé conmigo al sillón donde la revoleé como a un muñeco de peluche. Recién ahí le devolví la vista del todo. Ella no se acostumbró a la luz tan rápido, y eso me dio tiempo a besuquearle las piernas, de morderle los deditos de los pies y de empezar a acercarle la puntita de la lengua a la vagina. Una vez que se la rocé, ella gimió con un placer que me incitó a lamérsela, penetrársela con un dedito y con la lengua, y a colmarme la sangre con su aroma de putita salvaje. Camila me apretaba la cabeza con sus piernas, me pedía que le meta un dedo en la cola y no paraba de morder el chupete, bajo mis estrictas órdenes.
¿Te gusta mi concha pa? ¡Dale, comeme toda, dale que tu bebota tiene la conchita caliente, y con más ganas de tu pija!, me dijo de repente, sacándose el chupete de la boca.
¿Y a vos quién te dio permiso para sacarte el chupete, y hablarme? ¿Te das cuenta que sos una mal educada pendeja? ¡Me hacés enojar, todo el tiempo guachita!, le decía mientras la zamarreaba de las piernas con una mano, y con la otra le pellizcaba un pezón. Entonces, después de darle unos chotazos en la vagina, viendo cómo su carita se colmaba de expresiones lujuriosas, sentí una fuerte punzada en los testículos. De modo que, supe que era hora de tomar cartas en el asunto. De golpe me derrumbé sobre ella, y sin ninguna advertencia coloqué mi pija en la entrada de su vagina repleta de mis chupones para bombearla, ahora con mayor desenfreno y pasión que la primera vez. Ella no se lo esperaba. Acaso pensaba que iba a seguir sometiéndola a la tortura de hacerla desear mi verga. Por eso gimió con todas sus fuerzas, y me puteó, por decirlo de alguna manera. Así que, durante un rato largo estuve apretujándole el cuerpo, amasándole las tetas, pellizcándole cualquier trocito de piel que se me ofrecía, lamiendo su chupete baboso y lleno de las marquitas de sus dientes, mordiéndole los labios y ahogando sus gemidos contra el respaldo del sillón.
¡Tomá putita culo sucio, a ver si aprendés a coger bien, y después le enseñás a ese nene, y al boludo de seguridad! ¡Quiero que te cojas a todos los que quieras, pero que siempre seas mi putita, mi nena calentona, porque eso es lo que sos!, le decía, mientras ella me pedía la leche, más pija, más chupones en el cuello, y me juraba que no le dolían mis tirones de pelo
¿Te gustó que papi te pusiera pañales? ¿Te gusta usar chupetes, y baberos? ¡Ahora papi te va a dar la mamadera! ¿La querés acá adentro? ¿O en el culo? ¿O en esa boquita de mamadora que tenés? ¿O en las tetas?, seguía diciéndole, cuando ella abría todo lo que podía sus piernas para que mis ensartes la aturdan de tantos entrechoques. El sudor y la saliva nos humedecían los complejos. El olor a sexo disuelto en la casa, el sabor de sus labios y sus pezones colorados de tantos roces y su sonrisa de felicidad, todo eso era un coctel peligroso que poco a poco nos llevaba a la perdición. Y a mi lechita no le faltaba mucho para dispararse como un torbellino de flechas en lo más hondo de su vagina.
Camila: ¡Ay, aaaay, asíiiii, ay papiiii! ¡Siiii, embarazame! ¡Dejame bien preñadita, así los pelotudos del barrio me cogen más seguido! ¡Todos se calientan con una nena embarazada! ¡Haceme una guachita salvaje papi, para enseñarles a todos los del barrio lo que es una verdadera putita!, le decía, sintiendo que las fuerzas de mi papi lo impulsaban a babearme toda, a percutir más fuerte en mi pubis, y a jadear como un animal enfermo, o demasiado eufórico. Comenzó a besarme las tetas, a estirar mis pezones con sus labios y soltarlos de golpe, y a mordisquearme mentón, orejas, labios y cachetes, al mismo tiempo que yo apretaba más mis piernas a su alrededor para traerlo más hacia mí, con el fin de comerle la boca mientras me la enteraba más profundo. Allí empecé a sentir que poco a poco, me dejaba la leche bien adentro, como una inyección caliente, letal y cargada de más jadeos, bocanadas de su aliento agitado y mis propios gemidos envueltos en sus brazos. Lo quería así siempre, que me haga lo que quiera. Necesitaba ser su puta, ser suya cuando él quisiera, y que ni me pregunte si quería o tenía ganas de coger. No me importaba si quería violarme en cualquier rincón de la casa. Sabía que lo había excitado la idea de dejarme embarazada, y usé esa carta a mi favor, para adueñarme de su lechita.
Inmediatamente, cuando pensaba que ya no le quedaban restos para seguir, él se liberó del besuqueo de mis labios, comenzó a garcharme más fuerte, con un bombeo más ágil, cortito y acelerado. Era como si no quisiera que se desperdiciara ni una gotita de su leche. Entonces, pude sentir el río que había dejado tiritando adentro de mí. Aún así yo seguía sin poder abrir la boca para otra cosa que no sea gemir o suspirar. Por lo tanto, aprovechándome flotando entre nubes y sexo, de pronto sacó la pija de mi vagina, metió un dedo y me lo dio a probar, diciéndome en un jadeo apurado: ¡Tomá, chupalo chanchita!
Obvio que se lo chupé como si no hubiera un mañana, ansiosa de más, de nuestros sabores mezclados en su dedo pegoteado. ¡Pero me había quedado con ganas de tomarle la lechita!
Cuando pudimos normalizar nuestra respiración, cuando al fin nuestros pulmones se alimentaban de nuestros aromas, mis ojos se abrían entre el sudor y el mareo de los orgasmos que mi papi me obsequió, y su cuerpo se separó con toda la lentitud del mío, vi como tenía la verga tan parada como al principio. Tal vez lo enternecía que tuviese toda su lechita adentro de mi concha, y por eso me la acariciaba como si fuese la cabeza de un perrito. No había dejado ni un segundo de acariciar mi cuerpo entero, aunque se detuviese en mi vagina, o en mis tetas. Sin embargo yo seguía queriendo más. Y había un lugar que el todavía no había probado, mi culito. Quería tenerlo hecho por él y por ningún otro más. Que se dé el placer de dejármelo tan abierto como le plazca. Entonces empecé a pensar en cómo volver a seducirlo. Creí que mi papi recobraría su aspecto de hombre bonachón, tranquilo y considerado, y que, tal vez me saliera con preparar la cena, o cosas así. Por eso, de golpe me adelanté, antes que se le ocurra hablar, cuando todavía acariciaba mis tetas.
¡Mmmm, Papi, ¿Te acordás de la zanahoria que vos me pediste para la ensalada y al final no la usamos?!, le dije abriendo mis piernas, después de frotarlas una contra la otra. Su respuesta fue un meloso y amortiguado: ¡Si, nenita, la que te pasaste por las tetas!, mientras hurgaba en mi conchita con un dedo.
¡Síii, esa! ¡Bueno, después de que me dijiste que no la precisabas, en la siesta me la llevé a la pieza, y la usé para metérmela en la colita! ¡Me imaginaba que era tu pija mientras me la abría de a poquito! ¡Era media chiquita, y no me llenaba tanto, pero por lo menos si me hizo acabar!, le confié al fin, aunque no era del todo cierto. ¡Me había dolido más de lo que había disfrutado! él se rió con ganas mientras su cara se desfiguraba nuevamente, y su excitación creció aún más. Entonces, de repente recobró aquella actitud guerrera que tanto me había dominado. Volvió a recoger mi cuerpo, pero esta vez para arrodillarme arriba del sillón mojado de mis propios flujos, y me pidió que me abrace todo lo que pueda al respaldo.
¡Tomá, por si se te ocurre gritar! ¡Metételo en la boca, y calladita!, me dijo, dándome el chupete con brusquedad. Entonces, me dio un azote en el culo, al que le siguieron varios, mientras me decía: ¡Así que esa debe ser la zanahoria que encontró tu hermana cuando te fue a cambiar las sábanas! ¡Sos una asquerosa pendeja!
Lo próximo que sentí fue sus dientes y su lengua caliente recorrerme desde la espalda hasta el inicio de la unión de mis nalgas, sin atreverse a deslizarla por ahí, aunque uno de sus dedos buscaba el contacto directo con mi agujerito. Luego me escupió abriéndome el culo, y esa saliva tibia me estremeció hasta el apellido. Volvió a nalguearme un par de veces más, y de paso aprovechó a darme un par de pijazos. Eso me hizo pedirle de una vez que lo haga, que me rompa el culo.
¡No sos una puta para usar ese lenguaje con tu padre, guachita de mierda!, me dijo mientras me daba un chirlo tras otro, uno más ardoroso que el anterior.
¡Síii, seguro fue esa! ¡Y que se joda esa culeada, por meterse donde no le importa! ¡Ella no es nadie para lavarme las sábanas!, le decía entre algunas lagrimitas de cocodrilo a causa de las nalgadas de sus manos, y los pellizcos de sus dedos.
¡Es tu hermana pendeja, y no seas desagradecida, que hasta te lava las bombachitas! ¡Acá la trolita sos vos, que no dejaste ni un agujerito para que tu papi te lo estrene!, me decía luego, escupiéndome con todo, oliéndome el culo y pellizcándome las nalgas, cada vez más agitado.
¿Y vos, podrás hacer que me acabe toda, como lo hice con la zanahoria papi?, le dije de repente, cuando sentí la puntita de su pija contra una de mis nalgas, ya que él me había aprisionado contra su pecho para sacarme el chupete y lengüetearme toda la cara. Luego volvió a ponérmelo, y todo fue en un segundo épico, glorioso, y terrible. Mis brazos se aferraron al respaldo del sillón, mis tetas empezaron a quemarse contra el cuero, y un dolor insoportable que parecía mezclar desgarro y un pinchazo fatal, me separó los huesos de la carne, en cuanto la punta de su pija flamante atravesó mi esfínter.
¿Así te metías la zanahoria putita? ¿Así te hacía gritar la zanahoria? ¡Mirá si te veía tu hermana con la zanahoria en el orto! ¡Seguro querías que ella te la meta! ¿No cierto? ¡Por eso la odiás tanto! ¿Le tenés ganas a esa concha bebota? ¿O querés que ella te coma la conchita, o te muerda las tetas? ¡Haceme un favor, sacate el chupete de la boca, y Metételo en la concha!, me decía mi papi, aturdido tal vez por sus propias fantasías. Quizás él nos imaginaba juntas, haciendo la tijerita en la cama, ¡A mí, y a esa perdedora! Mientras tanto, su pija me hacía doler cada vez más con cada centímetro que me entraba en el orto. Pero no podía dejar de tirarle la colita para atrás, haciéndole saber que no quería que se detenga. Se me caían las lágrimas y los mocos, y mordía el chupete con tanta fuerza que temí romperme un diente. Le hice caso, y me lo saqué un segundo de la boca para llevarlo a mi vagina. Me rocé el clítoris con él, y un chorro de líquidos brotó de mi vulva haciendo un ruido tremendo en el tapizado del sillón. No creía que me hubiese meado. Pero en el momento ni me importaba. La pija de mi papi se había quedado quietita un segundo, solo hasta que yo retiré el chupete de mi vagina.
¡Dale, volvé a metértelo en la boca guacha!, me gritó, mientras me la clavaba un poquito más. Desde entonces, no paró de golpear mis glúteos con su pubis, de penetrar y taladrarme el culo, de morderme las orejas, tironearme el pelo y decirme que era una putita callejera. Su mete y saque se volvía más rapidito, salvaje y determinante, mientras yo saboreaba los restos del líquido salado que había en mi vulva. Sentí que una de sus manos me amasaba las tetas con violencia, cuando su carne buscaba hacerme entender de una buena vez por todas que no debía mentir. ¡La verdad, me estaba doliendo mucho, pero no podía parar de pedirle más pija!
Rodolfo: Honestamente, la estrechez de ese túnel caliente, afiebrado y cada vez más abierto me revelaba que la cochina de mi hija me había mentido. Pero no quería exponerla. El ritmo de mis arremetidas crecía, y ya no temía hacerle daño. Aceleraba mis penetradas, la pellizcaba fuerte, le pedía que me escupa la cara y que me deje morder su chupete, mientras un nuevo espasmo seminal subía poco a poco por mi tronco, adivinando el destino final de nuestra batalla sexual. ¡Nunca, ni con la más puta de mis secretarias había disfrutado tanto de la entrega de un culito apretadito! ¡Creía que si seguía haciéndole caso al vigor de mis ensartes, mi nena no podría sentarse por semanas! Pensaba en la carita de Denise al verla incómoda, dolorida, tal vez malhumorada y más provocadora que antes. Pronto los dos nos mordíamos los labios, gemíamos tan en celo como inconscientes, nos succionábamos los dedos, yo le chuponeaba las tetas dejándole visibles moretones, y ella me puteaba con la voz cada vez más ronca. Mis testículos ya no soportaban la presión del fuego que nos carbonizaba bajo el apellido de nuestra sangre revolucionada. Entonces, en un momento la manoteé de la cara y le grité al oído: ¿LA querés en el culo, o en la boca putita de mierda?
Ella enseguida me pasó la lengua por el cuello, murmurando un tenue: ¡En la boquita paaa! Por lo que le obedecí, sabiendo todo el placentero sacrificio que ese culito hizo para apoderarse de mi verga. Así que, se la saqué lo más rápido que pude, y me calenté más al mirar el cráter que le había dejado. Ella se quejó cuando sintió el retiro de mi carne, y se dio vuelta para mirarme la pija, babeándose como si estuviese por devorarse un plato especialmente delicioso. No hubo tiempo para nada. Apenas sus labios entraron en contacto con mi glande estrujado, cansado y laborioso, recuerdo que le grité: ¡Abrí la boca putita, y comete todo, con el sabor de tu culitooooooo!
En ese preciso momento mi semen saltó como una furia prisionera, un huracán vehemente entre sus labios, escurriéndose por su cara, mojándole las tetas y pegoteándole n poco el pelo, por lo copioso de mi abundante eyaculación. La vi toser, lamerme el tronco, eructar cuando en un último arresto de mis fuerzas le cogí la boquita, al menos unas cuatro o cinco veces, y poner carita de satisfacción cuando atrapó un buen chorro de leche, y ante mis ojos asombrados, se la paseó por toda la boca, y luego empezó a derramársela por la cara, con los labios apretados, dejándola salir apenas en un hilito seminal. Se olía las manos con las que me manoseó los huevos, me miraba todavía gimiendo, se pegaba en la cola y decía cosas como: ¡Me rompiste el culo papi! ¡Cómo me abriste la cola viejo! ¡No me voy a poder poner siquiera una bombacha!
Recuerdo que, ni bien terminó de tragarse lo que le quedaba adentro de la boca, me limpió la pija con la lengua, se bajó del sillón y me dijo con los ojos reflejándose en el dolor de su esfínter: ¡Tengo hambre pa! ¿No querés que pidamos unas pizzas, y después, bueno, me das la mema para que me vaya a dormir? ¡Eso sí, por ahí, esta noche me vas a tener que ayudar a ponerme alguna cremita en la cola!
El panorama no podía ser más desastroso a la media hora de nuestro encuentro. No podía explicarme cómo permití que aquello suceda. El suelo estaba impregnado de nuestro sudor, nuestros fluidos sexuales, de sus arañazos y mis ensartes. En el suelo estaba su chupete mordisqueado, el juguetito, el pañal mojado, su bikini con olor a sol arriba de la mesa, y mi ropa hecha un bollo, cerca de la pata de una silla. Sé que pedí las pizzas, y que Cami apareció cinco minutos antes que su hermana entre por la puerta principal de la casa.
¡Me volví porque la Sole es una tarada! ¡Se peleó con el novio, y está hecha una porquería! ¡Todo lo que quería era descargarse conmigo!, me explicaba Denise mientras entraba a su cuarto. ¡No entendí cómo no vio el desastre en el suelo, ni advirtió el olor a sexo que reinaba en la casa, ni aprovechó a delirar a su hermana al verla en bombacha y corpiño, ni se sorprendió al descubrirme en calzoncillos y ojotas! Fin
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aaaaaaaai ambar!, pero que rico que rica camilita, merece otro adiestramiento por calentona y saluaje! que rica historia. !no tienen idea de como me puso,este relato! creo que me ire a dormir livianito ahora!. que rica historia!.
ResponderEliminarIncreíble relato, delicioso por donde se lo mire, creo que voy a leerlo otra vez en algún lugar privado, je.
ResponderEliminar¡Gracias Alejo! ¡Espero que puedas disfrutarlo en la privacidad de tus momentos! ¡Un beso, y recordá que podés sugerirme lo que gustes!
EliminarAhh como me calientannnn que bueno y aun no lo termino me encantaaaaa
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