Mientras nos calentábamos

 

Mi nombre es Guido, hoy tengo 30 años, una familia y algunas cosas ordenadas en mi vida. Pero no he logrado a través del tiempo olvidarme de Paola, una novia que tuve cuando tenía 21, estudiaba en la universidad y hacía algunas changuitas para sostener mis estudios y necesidades básicas.

Pao tenía 15, y la conocí en un boliche. No entendí cómo es que con tanto control, una menor podía estar tomando tequila, moviendo el culo con tales desatinos, jaraneando y franeleándose con cuanto cuerpo masculino se le pusiera en frente. Algunos la manoseaban demás, y ella no paraba de repartir besos, sonrisas y de recibirle tragos a un flaquito de no más de 18, del que solo parecía interesarle su billetera.

No tengo muy fresco el recuerdo de cómo empezamos a hablar. No podría asegurar si yo di el primer paso, o si ella me sacó a la pista. Sí conservo con nitidez que cuando la llevé al auto de mi viejo, el que de vez en cuando me prestaba o alquilaba según sus humores financieros, nos re toqueteamos y besamos con una pasión y una torpeza que de igual forma hacía que la pija se me pare como un huracán, al punto tal de tener que desprenderme el cierre del jean. No pasó mucho más esa madrugada, porque a ella le daba vueltas la cabeza por todo lo que había bebido. Yo no iba a aprovecharme, aunque ardía de ganas por hacerlo. ¿Cuántas veces podría tener en mi coche a una borrachita alzada, casi dormida, inestable, jocosa y medio friolenta por su faldita y su topcito calado? Sin embargo, me dio su dirección mientras bostezaba sin sutilezas, y al otro día fui a su casa luego de la siesta, empalado y lleno de curiosidades por conocer un poco más de sus encantos ocultos.

Era lunes, hacía calor, y todavía las nubes perdían la pulseada con el sol impiadoso cuando, encontré su precaria casa entre un montón de casas iguales. Paola salió a recibirme, todavía vestida con su polera de colegio, una calcita negra, el pelo suelto y los ojos tan abiertos como un atardecer. Me hizo entrar sin dudarlo, me sirvió un vasito de agua helada, nos sentamos a charlar en el comedor mientras se filtraba el ruido de una máquina que algo debía estar reparando en lo de su vecino, y nos empezamos a chapar, metiéndonos mano por donde se nos fuera posible, aunque todavía ella no me tocaba la pija. Yo sí le palpaba la vulva sobre su calcita, y hasta me animaba a colarle los dedos, haciendo que un poco de esa tela se le moje con sus jugos casi virginales.

Pero aquello no nos duró demasiado, porque de repente aparece una nena de unos 13 años, con unos auriculares en las sienes, una mochila de colegio y un paquete de papitas por la mitad. Nos dimos cuenta de su aparición porque se tropezó con una silla. Eso hizo que se le caigan los auriculares, y una puteada de sus labios.

La casa de Pao, no tenía puertas, a excepción del baño y la calle. Solo había dos habitaciones. Una para sus padres, y la otra para ella y su hermana Tatiana, la nena que involuntariamente nos interrumpió. Además tenía una cocina comedor y un patio lleno de yuyos. Todo estaba separado por cortinas, y la casa no olía muy bien que digamos. La fritura y el pucho se impregnaba en la ropa de quien estuviese allí adentro. Había platos sucios, ropa desparramada por cualquier sitio, alguna doblada y tal vez limpia,  y mucho desorden. Las sillas tenían el tapizado arañado, gracias a que sus dos gatos machos se afilan las uñas allí, y la mesa estaba abarrotada de manchas de cosas que debieron haberse volcado hace años.

Con el tiempo Paola y yo nos pusimos de novios, y aunque solo duramos tres meses, y casi que no hicimos grandes cosas, porque sus padres no la dejaban salir ni a la esquina por lo desastroso que le iba en el colegio, reconozco que fue muy intenso, inolvidable y lleno de sorpresas.

El mismo día que me contó que sus padres aún no sabían que se escapó un par de veces al boliche, nos metimos en la pieza, mientras Tatiana hacía unas cosas de matemática. A Paola ni le importó que ella estuviese allí. Se me tiró encima y me empezó a masajear el pito por adentro del bóxer. Le encantaba la textura de la tela de mi ropa interior, y gemía cuando se llenaba la mano con mi presemen. Al rato me acosté en su cama deshecha, y ella se me subió para frotar su concha sobre mi dureza, y aunque no nos quitábamos la ropa, les juro que fue tremendo aquel ejercicio con sus labios mordiendo los míos, sus tetas saliéndose impertinentes de su remerita, sus gemiditos y chupones por mi cuello.

Tatiana en un momento se dio cuenta de lo que hacíamos, y le advirtió que si no la cortábamos nos acusaría con su madre.

Hubo muchos episodios en los que Paola y yo nos tranzábamos y franeleábamos delante de Tatiana. Yo trataba de no quedarme a dormir, porque su padre podía llegar en cualquier momento, y no era muy amigable con la idea de que se quede nadie a dormir en su casa. ¡Y menos en la pieza de sus niñas!  No podía controlar la tentación. Sus 15 años inexpertos aunque cargados de calentura me cegaban, y no deseaba que tengamos problemas por no poder disimular. El tema era que, ella tampoco aguantaba más sus ganas de coger.

El primer pete que me hizo fue mientras Tatiana dormía, en plena madrugada lluviosa. Como el techo de su casa es de chapa, y las gotas violentas no cesaban, no podía escucharnos. Fue magnífico acabarle todo en la boca, en cuanto terminó de darme unas chupadas furiosas, de eructar cada vez que se la dejaba un buen rato en la garganta y de escupirme conforme yo se lo pedía. No lo había hecho hasta ahora con una pija como la mía, que, si bien no llegaba a los 18 centímetros, era más que las pijas de sus compañeritos del colegio. Esa noche, mientras mamaba y besuqueaba mi pija, me contó que se la mamó a cuatro pibes, y que siempre le pareció delicioso tragarse la leche. Su lugar favorito para entrar en acción era el baño de varones. Esa noche no sería la excepción. Solo que, no cogimos porque ella estaba indispuesta.

Día por medio, yo me mandaba a su casa, y con solo encontrarnos en la puerta, las chispas del deseo nos conducían a tranzarnos como locos. Cierto día, hasta le rompí la calza de tanto colarle los dedos. Le hice un agujerito que fue progresando en mis embates dedales, mientras ella me pajeaba la pija al desnudo, le echaba algunas escupiditas y gemía, segura de que no había nadie en ninguna parte de su casa.

Otra tarde, me llevó a su pieza mientras Tatiana dormía, y me bajó el pantalón sin ponerme en situación. Empezó a mamarme la verga, a oler mi calzoncillo, a chuparme los huevos y a llenarme con sus besos ruidosos, a jadear totalmente metida en su papel de petera con cada vez más elementos y a pedirme la leche, que todavía no había merendado y tenía mucha sed.

Momentos antes de acabarle todo en esa boquita estrecha y caliente, me encuentro con que Tatiana está destapada, con una bombachita roja y una mano sobre sus tetas. En cuanto Paola lo nota, y tras quedarse con mi leche toda para ella, le revolea una zapatilla y le pide que se tape, que no se haga la putita y que no mire lo que no debe a su edad.

Otra tarde, Paola y yo estábamos franeleándonos tirados en la cama, ella solo con su calza y yo con la pija afuera. Estaba a punto de chupármela con sus ansias intactas. En eso aparece Tatiana envuelta en un toallón deshilachado, con el pelo mojado y descalza. Cuando nos ve, no sé si por accidente o por propia voluntad, el toallón se le desliza lentamente hasta sus pies.

¡No la mires pendejo, que está en bolas la guacha!, me dijo Paola mientras me pajeaba. No llegué a inspeccionarla bien, pero sí pude contemplar que sus tetas relucían más desarrolladitas que la última vez que la observé con atención.

Una noche, Paola y yo nos matábamos a besos, mientras mi mano hacía su trabajo. Ya le había bajado la calza, y solo me aprovechaba de los bordes de su tanguita rosada para meterle y sacarle dedos a esa conchita empapada. Le frotaba el clítoris, y ella gemía sin saber reprimirse. El olor a guiso que provenía de la cocina comenzaba a invadirlo todo. Sus tetas ya estaban al aire sobre mi rostro. Mi verga empalmada era el instrumento que sus manos presionaban luego de escupirse las palmas, y mi leche estaba al borde de ensuciarla.

De repente, cuando observamos a través de la cortina que oficia de puerta, vemos que su madre nos mira embelesada, que se toca suavemente los pechos y que pareciera morderse los pasos con tal de no delatarse.

Ella se sube la calza enseguida, y yo me guardo la pija, en el exacto segundo en que mi leche comienza a fluir elegante, cuantiosa y caliente.

Paola opta por elegir ducharse, y me deja solo en la habitación, pensativo y sin respuestas. Discutimos en voz baja antes de que se vaya, pero ella estaba resuelta a decirle a su madre que no le correspondía mirarnos.

Yo ya había decidido irme antes de cenar. Me había levantado para proceder, cuando, supongo que sabiendo que su hija se duchaba, la mujer me abraza por la espalda y me dice al oído: ¿Así que vos sos el novio de mi nena? ¡Vos podrías ser mi hijo chiquito! ¡Y, además, por lo que me parece, te dejó caliente!

Me apoyó su buen par de tetas en la espalda, pegó su cara a la mía para hablarme y, hasta me tanteó el pedazo todavía erecto aunque sin fuerzas por el lechazo que me empapaba el calzoncillo.

¿Te la chupa bien, no? ¿Se traga la lechita mi nena?, dijo mientras levantaba la calza y la bombacha que Paola había dejado en el piso. No sabía si responderle. Pero me dejó más atónito cuando me dijo: ¡Mirá pendejo, te voy a pedir que cuando te la cojas, no le acabes adentro! Pero, sí quiero verlos… quiero ver cómo coge mi nena! ¿Puede ser?

La madre de mi novia no estaba nada mal. Sus pechos eran dos bombas explosivas, turgentes a pesar de sus 37 años, con dos pezones puntiagudos y casi siempre sin corpiño. Hubiese querido que se propase más conmigo. Pero yo no me sentía capaz de forzarlo.

Decidí que todo debía tener un fin cuando Tatiana entró al baño, cuando yo terminaba de hacer pis. La pendeja estaba en bombacha, y ni bien se pone encima de la puerta para que yo no pueda abrirla, me dice: ¡Cogeme guacho, cogete a la hermanita pajera de tu novia!

La cosa es que, la re manoseé, le saqué la bombacha, me la enredé en la pija y la hice agacharse sin darle la opción de retractarse. No me la chupó, pero se la pasé por toda la cara, por las tetitas, por la cola en cuanto la apoyé contra el lavatorio, y le pedí que me deje colarle los dedos en la vagina. Tenía un olor a pis que me enloquecía, casi tan parecido al de Paola cuando estaba alzadita.

Le di la leche en la boca ni bien me lo pidió, y salí viendo cómo se la tragaba. Me pajeé contra su boquita, que se abrió a mis pistilos seminales como un cuenco para el rocío de la noche.

En ese mismo momento, y antes de que Tatiana abra la boca para delatarme, me fui tras fingir un llamado de mi padre. Le di el último beso a mi novia, me llené los ojos para siempre con las tetas de mi ex suegra y desaparecí, mientras Tatiana comenzaba a chillar. Ninguna de las dos mujeres le dio bola.

Lo bueno es que Paola no sabía dónde buscarme, ya que jamás la llevé a mi casa, ni le presenté amigos míos, ni a nadie de mi familia!     Fin

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