Preñada, sucia y en celo

 

Mi nombre es Marcos, y con el Rodri somos amigos desde el jardín. Nuestras madres son reposteras y trabajan juntas en una panadería que se ganó el prestigio en el barrio, hace más de 10 años. Nuestros padres son camioneros. Ellos también son íntimos amigos, y aunque estuvieron un tiempo distanciados por unos asuntos de plata, los lazos fraternales que los hacía inseparables, cierto día los condujo a la razón y, entonces se reconciliaron.

Hoy tengo 18 años, al igual que Rodrigo y que Leticia, su hermana Melliza. Ella nunca había generado nada en mí, más que la obligación de protegerla si estaba en peligro, aconsejarla o hablarle en representación de su hermano si alguna vez no estaba, y poco más que eso. No nos llevamos bien nunca. Ella siempre opinó que soy un pendejo creído. El Rodri concluyó una vez que lo dice solo por celos, y que podría asegurar que la petisa estaba caliente conmigo desde que era una nena. Nunca le creí, porque jamás tuve esa percepción. Leticia no era linda ni pintada. No tenía conducta para nada, veía la tele todo el tiempo, eructaba cuando tomaba cerveza, se tragaba los mocos a menudo y no comía otra cosa que no sea fideos o arroz con queso, y solo se dedicaba a atender el kiosko de don Tito los martes y jueves por la mañana.

Don Tito es un buen hombre, y a nosotros nos daba por las bolas que la guacha le robase cigarrillos o guita. Pero Leticia era así, y no quería cambiar.

Nunca tuvo un novio que le durara más de un mes. Para mí era lógico, ya que a veces pasaba días sin bañarse. ¡Posta que, hasta se le veían piojos en su larga cabellera castaña! Algunas veces se paseaba en bombacha y corpiño por la casa. Para ella, yo no era un hombre que pudiese mirarla más allá de la amistad que tenía con su hermano, y le agradecí siempre que pensara eso. O al menos de la boca para afuera. ¡No me atraía para nada esa mugrienta!

Pero todo cambió la noche en la que Rodrigo, ella y yo veíamos un partido de River en la tele. Leticia estaba sentada en el medio de los dos, solo con un vestido de modal todo rotoso, y nosotros en cuero por el maldito calor. El negro casi se ahoga con la cerveza, cuando la flaca se dignó a decirnos, a la vez que  en la tele terminaba el primer tiempo: ¡Eey guachos, no sé qué le voy a decir a la ma, pero estoy embarazada de 5 meses! ¡Perdón por tirarlo así! ¡Pero posta que, no sé con quién hablarlo!

Tuve que hacer entrar en razón a mi amigo a las trompadas, ¡porque de lo contrario la piba iba derechito al hospital! Así todo llegó a dejarle la boca hinchada de una piña. Lo calmé con bastante esfuerzo, y logré que podamos charlar del tema con tranquilidad. Rodrigo decía que ya era tarde para abortar, que el hijo de puta que la embarazó se las iba a pagar, que la mami no puede enterarse por ahora, que no tenían obra social y un montón de elementos más. Todos atendibles y razonables. No paraba de balbucear: ¡Esta boluda me está jodiendo!, y se debatía entre volver a pegarle, prenderse un pucho con el control remoto, o servirse más birra.

Leticia parecía inmutable. Se balanceaba hacia los costados apretando un repasador sobre sus labios lastimados. Temblaba y hacía ruido con las ojotas contra el suelo. No se le caía ni una lágrima. Por ahí se rascaba la cabeza, o se chupaba un dedo.

¡No sé quién es el padre nene! ¡Cogí mucho en esos meses, y ya saben que a mí me encanta garchar!, le dijo al Rodri cuando se lo preguntó. Otra vez la ira multiplicaba puños cerrados en las manos de mi amigo, pero antes que intente moverse volví a serenarlo. Le molestaba el cinismo, la simpleza y la liviandad con la que actuaba su hermana. Y yo no podía tener más empatía con él. Si a mi hermana le hubiese pasado algo así, no sé cómo habría reaccionado.

¡Creo que fue la noche que salí al boliche con el John! ¡Ahí conocí a tres flacos que me llevaron a un depto., y me dieron pija como nunca! ¡Hasta me hicieron la cola y todo!, agregó más tarde al silencio que se anudaba en la garganta del Rodri, y a mi poca experiencia como para aconsejarla. El John es un amigo que tenemos con el negro en común. Para colmo, yo le había dicho al Rodri que la veía más gordita. Ahora me sentía un boludo por eso.

¿Y encima te dieron entre todos? ¿Te mandaste una orgía putita de mierda? ¡Vos sos una estúpida, una reventada!, le decía Rodrigo, sin reparar en que sus palabras podían lastimarla. Pero el rostro de Leticia no mostraba ninguna emoción.

Esa noche todo terminó en un frío que se tornaba un desierto en la cocina. River perdía con unos peruanos, Rodrigo sudaba nervioso y Leticia comía arroz de una fuente que sacó de la heladera, cuando decidí que era momento de marcharme. El Rodri ni me estrechó la mano de la bronca. Claramente lo comprendí. Pero Leticia me rozó la pija en cuanto me agaché para saludarla. Rodri no la vio porque se entretenía con la jugada de un penal que no nos cobraron. Fue un movimiento rápido, fortuito, tal vez casual. Pero eso no evitó que se me ponga tan dura como la cuchara con arroz que entraba y salía de su boca. Con mucha vergüenza debo confesar que esa noche, apenas estuve unos segundos en mi cama, me hice una paja a la que le siguió otra, y luego otra más. Parecía un pendejo de 13 años, acabándose en las sábanas, sin saber cómo detener las cosquillas que gobernaban a mi pija. Pensaba en las tetas de Leticia. Imaginé que se las estrujaba para servirme su leche en una taza, y que luego me la volcaba en la pija para que ella me la manosee, o me la lama, gimiendo cosas sucias. ¡No sé por qué ardía de ganas de amamantarle las tetas y chuparle la concha! Se me venía a la cabeza su tremendo culazo, los gestos obscenos que me hacía cuando andaba con los cables pelados, su olor a pis habitual, en su forma de sorber la bombilla cuando mateábamos con el Rodri, y en el dibujo de su vulva en las bombachas roñosas que usaba. Mientras mi mano presionaba más el tronco de mi verga, mis pensamientos se llenaban de sus cosas, y acababa cuando me veía haciéndole la cola con su pancita como testigo, y a escondidas de mi amigo. Para mi desgraciado sentimiento de culpa, no me pasó solo esa noche.

Una semana después regresé a lo de Rodrigo. Me sorprendió que todo estuviese en calma. La madre ya lo sabía todo, y aunque no le dirigía la palabra a su hija, no dejaba que le doliera o le faltara nada. El negro ya no la ignoraba. Aunque tampoco se preocupaba demasiado por ella. Esa mañana Leticia estaba descalza, con el pelo grasoso, con un vestidito suelto que no le tapaba el culo de tan cortito, y una bombacha blanca. Nos cebó unos mates al Rodri y a mí, mientras terminábamos unos ejercicios para matemáticas. Hasta que él tuvo que cubrir a su madre en la pastelería. Creo que ella tenía que hacer unos trámites.

Era una mañana parecida a cualquier otra. No podía imaginarme que la piba, a minutos de la ausencia de mi amigo, se me acercara con carita de perro mojado para decirme en voz baja: ¡Yo te debo una guacho! ¡Así que, ¿Qué querés que haga por vos?! ¡La otra vez me re salvaste! ¡A lo mejor hoy estaría quebrada, o en silla de ruedas!

Mientras se reía le dije que solo intenté que no se hicieran daño. Le expuse mi enojo por lo que hizo la noche de la orgía, y ella me desviaba la mirada. Pero la clave estuvo quizás en mi involuntaria pregunta, ya repetida por todos los que sabían la noticia:

¿Pero boluda, cómo puede ser que no sepas quién es el padre del bebé?, le rezongué cuando me dio un mate lavado y amargo. Le di un sorbo profundo, y en cuestión de segundos, los que no llegué a procesar, la Leti se sentó en mis piernas, furiosa y con intenciones de asesinarme con sus ojos negros. Me agarró de la oreja, y mientras me apoyaba sus tetas en el pecho me aseguraba: ¡Mirá Marcos, a mí me encanta coger, y más ahora que estoy preñada! ¡Siempre quise saber lo que es sentir una verga en la cola con un guacho adentro, y no me arrepiento de nada! ¡Así que no me juzgues! ¡Para eso ya tengo al boludo de tu amigo, y a las virgencitas de mis amigas!

Me escupió la cara, esquivó un pellizco que tenía pensado hacerle en el cachete de la cola apenas se levantó, y entonces se le iluminó hasta el sudor que se le juntaba en la frente.

¡Y encima se te para la pija mirándome las tetas pelotudo! ¡Te re calienta saber que estoy preñada, pero te hacés el choto!, dijo mientras me tocaba la pija sobre la bermuda, y no me dejaba pensar con sus tetas decididamente desnudas, ahora a centímetros de mi rostro.

No pude ni quise controlarme más. No era justo que ella tenga todas las ganas del mundo de garchar, y yo me pajeara solo en mi cama con su figura invadiendo hasta mis sueños.

¡Nunca me calentaste tanto como ahora pendeja sucia!, se me escapó mientras la agarraba de las muñecas para llevarla al sillón.

¡O sea que siempre te calentaste con esta trolita nene! ¿Te gusta que use estos vestiditos para que se me vea el orto? ¿Te gusta mirarme la bombachita perro? ¿Por qué nunca me pediste que te haga un pete? ¿Y, si, y si me cogés, acá nomás? ¡Yo no voy a decir nada!, se expresaba jadeando ella, cuando mi pija era como un trozo de plastilina en sus manos, y las mías se aferraban a sus tetas cada vez más duras.

Cuando quise probar sus pezones me pegó en las bolas. Pero, sabiendo que eso duele de verdad, me consoló en breve llenándose la boca con mi pija paradísima, como solo la reconocía en las pajas que le dedicaba. Cuando se lo confié se arrodilló en el sillón, y me ronroneó con la lengua danzante afuera de su boca: ¡Dame pija en las tetas, escupime toda y pajeate con ellas!

Supongo que ambos teníamos flor de cagazo, pero el riesgo de saber que Rodrigo o la madre podían entrar por la puerta y descubrirnos, nos agregaba una adrenalina que nos condenaba a no detenernos. Mi pija danzó entre esos globos turgentes mientras yo le colaba dos dedos en la conchita por uno de los lados de su bombacha mojada. A esa bombacha se la había visto varias veces.

¡Movelos más rápido nene, dale, sacame la calentura con esos deditos, sacalos y lamelos chancho, dame todo pendejo, y sacame la bombacha taradito!, decía, y yo le obedecía implacable, menos con su último pedido. Pronto se levantó del sillón y me empujó sobre él, privándome del equilibrio que me sostenía de pie. Frotó su cola en mi pecho, después con mayor audacia en mi pija, y luego sus tetas babeadas por todo mi cuerpo. Me sacó el pantalón, me dio una chupada de pija cortita pero no menos excitante, y se sacó la bombacha. Me estrujó la verga envolviéndola con su calzón y entonces, me senté para encastrar mi pene en su conchita caliente, repleta de flujos y olorosa, tanto como sus axilas y su aliento a mate y cigarrillo. Dio unos saltitos primero, y luego murmuró: ¡Apretame las tetas guacho!, y comenzó a cabalgarme con tantas ganas que, no supe evitar un fuerte lechazo, el que se internó en lo más recóndito de sus entrañas.

Me regaló un par de cachetadas cuando se dio cuenta mientras me gritaba: ¿Cómo que acabaste boludito? ¡Yo quiero más pija! ¡Cogeme más, que se te pare como antes perro, dale nene, o le digo a mi hermano que no sabés coger! ¡O peor todavía, le digo a tu chica que me llenaste la conchita de leche, y ahí se te pudre! ¡Les digo a todos que mi bebé es tuyo!

Yo estaba saliendo con una minita, pero en ese momento nada habitaba en mi mente. Valeria era todo lo contrario a Leticia, y para ella el pete, el sexo anal, las lluvias doradas, hasta incluso una orgía o un trío, eran cosas del demonio.

Mi pija volvía a estar dura y radiante como antes, y eso fue porque la guacha me daba tetazos en la cara, me chupaba los dedos, me obligaba a morder su culote y me hablaba como nenita. Me estaba enloqueciendo su olor a pichí que ensordecía al aire de la casa, especialmente cuando su pubis y el mío se entrechocaban con violencia.

¿Te gusta cómo cojo nene? ¡Escupime toda, tocame la pancita guacho, gozá pendejo, dame pija, toda la verga quiero, dale que soy una sucia, y estoy re alzada, cogemeeee!, decía sin parar de gemir. El sillón chillaba tanto como las nalgadas que le daban mis manos. Sus jugos oxigenaban a los poros de mis huevos cargados de leche nuevamente, y sus lamidas en mi cara en medio de un besuqueo apasionado me daban ganas de acabarle una y otra vez.

Estuve a punto de concretarlo, cuando ella interrumpió mis acciones al levantarse como una tormenta y dijo: ¡Vamos a mi pieza, quiero que me rompas el culo nene!

Se me cagó de risa cuando casi me caigo, ya que mi bóxer me anudaba un poco los pies. Se arregló el vestidito, se tomó un mate para frenar sus palpitaciones, y ya en su pieza desordenada se agachó para chuparme la pija.

Pero eso no la entretuvo lo suficiente. Así que se puso en cuatro patas sobre la cama con el vestidito hecho un bollo en la cintura, y me dijo: ¡haceme la cola Marcos, y dame duro, meteme toda la pija en el orto!

En ese momento el aroma del celo de su piel me cegó, y me comporté como un animal salvaje. Le arranqué el vestido, empecé a pegarle en el culo y donde se me antojó, mientras le gritaba: ¡Sos una puta pendeja, estás preñada porque te gusta la poronga, que te violen, te caguen a palos, te rompan toda, estás zarpada en trola sucia de mierda!

Le tiré al piso todo lo que había en su mesa de luz, le marqué la suela de sus ojotas en el culo, la obligué a chuparme la pija pero ahora con alevosía y hasta la garganta para escucharla eructar, le exigí que me chupe el culo y me pajee, y entonces me subí a sus caderas para clavarle la chota en la argolla. Me gustaba que su cabeza choque una y otra vez contra la pared gracias al columpio de nuestra cogida, que me pida más pija y que huela sus medias sucias junto a una parva de bombachas usadas que hallé bajo su cama.

Sin embargo, justo cuando mi pija al dente estaba a punto de adentrarse en su culo grandioso, oímos la voz de la madre en la cocina que decía con preocupación: ¡Leticia, ya estoy en casa! ¡Más vale que arregles esa pieza inmunda, y que pongas a lavar todos los calzones que hay debajo de tu cama!

La piba le contestó con mal genio.

¡Ya sé ma, no me rompas las pelotas!, y luego me dijo bajito, mientras le chorreaba un hilo de baba del mentón: ¡Culeame nenito, quiero sentirla toda!

Entonces me mamó la chota para ensalivarla, y antes de cometer la locura de acabarle en la boca corrí hasta su trasero, y juro que no fue nada difícil comenzar a entrar en ese túnel estrecho pero estrenadito.

Mis huevos enseguida chocaban con su concha, sus gemidos mordían la almohada, mi pija la punzaba y taladraba como a un pozo de petróleo, mis manos le moreteaban las tetas como me lo pedía, y mi leche pugnaba una y otra vez por fugarse. Cuando noté que la guacha se meaba toda en medio de los ensartes de mi pija, ahí mi glande sintió que no era posible retener tanto semen. Aún así tuve tiempo de elegir, y regresé a su carita.

Le abrí la boca y le grité con una voz que no me reconocí: ¡Chupala zorra, dale que tiene tu gustito a culo pendeja, sos re puta, y te dejé re abiertito el culo, como te gusta!

Ella me la lamió un par de veces. Pero nuevamente su elección fue preponderante, y aunque le temblaban las piernas se puso de pie y me sentó en la cama de una piña en el pecho. Ahí la muy sucia se despatarró en la cama, me hizo lamerle las patas y luego me sobó la verga con los talones mientras se pajeaba.

¿Hace mucho se fue Rodrigo? ¿No sabés si se llevó las llaves?, preguntó la mujer desde algún lugar de la casa, cada vez más cerca de la pieza.

¡Nooo, ni me importaaa!, gritó Leticia a la vez que se acomodaba sobre mí para que le meta la pija en el culo.

¡Te encantó que me haya meado toda! ¿No guacho? ¡Ahora acabame toda la leche en la cola, cogeme fuerte, dale, o le digo a mi vieja que estás acá, y que me violaste!, decía la muy sínica dándome tetazos y cachetadas con la mano con la que se toqueteaba la vagina. Mi pene entró triunfante en aquel cráter conocido, y la guacha empezó a saltar otra vez, a gemir, aferrarse a mis piernas con sus uñas, a decir guarradas y a golpetearse la concha cuando le daba masita en movimientos cortos.

¡Nena, yo me tengo que ir! ¡Dejo unas milanesas en el horno para que coman con tu hermano!, dijo la señora. Pero Leticia seguía concentrada en apretarme la verga y en disfrutar de la paja que mis dedos le ofrecían.

¿Me escuchaste pendeja de mierda?, gritó la mujer. Pero la piba no contestaba. Hubo un instante en el que mi glande casi se le sale del culo, y ella se lo calzó en un único y violento empujón. Ahí mi leche comenzó a derramarse toda adentro de ese culo soñado, mientras su pancita se endurecía en el más sensible de sus orgasmos.

¡Tocame la panza, sentí cómo patea el guacho, llename el culo de semen, dale que quiero pijaaa!, decía mientras la mujer golpeaba la puerta, cansada de que su hija no le responda. Por suerte, antes que las manos del riesgo de la madre de mi amigo abran la puerta, llegué a vestirme. Tuve que fingir que recién había llegado, y que Rodrigo, antes de irse a la pastelería  me pidió que despierte a su hermana, y que le ayude a ponerse el vestidito porque andaba con algunos dolores. La mujer se lo creyó. ¡La piba no se había puesto ni la bombacha! Le goteaba la leche del culo, apestaba a transpiración y se le agitaban hasta las pestañas.

¡La puta madre pendeja, te estoy hablando! ¡Por favor! ¡El tufo a pata y a concha que hay acá no se aguanta! ¿No me digas que encima te measte? ¡Debería darte vergüenza que este chico entre a esta pieza, a este caos, y vos recibirlo toda meada!, decía la señora, arrugando la nariz y evitando encontrarse con mi mirada. La piba le bravuconeaba groserías.

¡Espero que no hayas sido tan asqueroso de tener relaciones sexuales con ella vos Marquitos! ¡Habiendo tantas chicas lindas por ahí, limpitas y sin hijitos en la panza!, me dijo al fin, palmeando mi espalda, con una sonrisa llena de las seguridades que me tenía. Me reí complaciente y salí de la pieza. Fue terrible encontrarme a Rodrigo fumando un pucho en el patio. No sé cómo no se dio cuenta de nada. Ese día me quedé a comer con ellos por pedido de la madre que, tampoco sospechó lo que hicimos con su hija, o, al menos eso espero. Leticia ahora me calentaba hasta si respiraba cerquita mío. Pero esa mañana fue la única vez que cogimos.

Todavía su bebé no nació. ¡Pero les juro que apenas se recupere del parto le voy a coger ese culo precioso de nuevo, siempre que mi amigo no se entere!    Fin

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