Siempre pensé que eso quedaría en la fantasía ingenua de una pendeja calentona, como en general me considero adentro de mi mente. Por fuera soy una mielcita, tímida, callada y demasiado cuidadosa. Tengo 21 años, y muy pocas experiencias sexuales. Pero últimamente, cada vez que buscaba concentrarme en lo que fuese, en la facu, mis actividades extras, una charla con mis amigas, todo se me convertía en vestigios de la misma fantasía. Cuando se la conté a Romina, la ´única amiga que me quedó de la secu, me abrió los ojos como si me acusara de estar piradísima.
¿Vos estás loca nena? ¿Y, si ese tipo se llega a desatar? ¡Acordate que un hombre tiene más fuerza que vos, y te puede hacer daño! ¡Los tipos están re chapas!, me decía. Sí, recurrentemente me ratoneaba la idea de atar a un tipo, calentarlo todo lo que pudiera, que sea incapaz de tocarme sin que yo me acerque a él, que me desee, hasta que se acabe encima, sin tocarse siquiera. Pero, mi fantasía no era con cualquier tipo. Tenía que ser alguien especial. ¿Sin embargo, cómo podía lograrlo una guachina que apenas había chupado un par de pijas? ¿O que, casi sale corriendo cuando cierta tarde un tipo le manoseó el culo en un subte? ¿O que vivía calentándose con los besos de lengua que se daba con sus primos más chicos a escondidas?
Pero esa tarde, casi sin proponérmelo, como si el destino me estuviese abriendo las puertas del paraíso, se me ocurrió apoderarme de todo, y no detenerme. Ni me importaba que ese tipo me tomara por una putita cualquiera. Yo necesitaba complacerme, regalarme ese momento. Por eso, apenas lo vi me le tiré encima como una loba en celo. Tenía que volver a casa, y no me daba para caminar las 15 cuadras que me distanciaban de ella. Por eso, cuando vi a ese tachero solo, en medio de la calle desierta, con el pelo canoso y el celular en la mano, tal vez esperando algún pasajero, le abrí la puerta del acompañante, y me subí. Estaba tan distraído que ni me descubrió aproximándome a su auto.
¡Hola lindo!, ¿Hace calor no?, le dije, secándome un poco el sudor de la frente. Él no omitió el contorno de mis tetas de pezones parados bajo mi remerita de Las Pelotas, y por un momento no supo qué decirme. Se rascó la nariz, miró la hora y me preguntó si iba muy lejos.
¿Vos, a dónde querés llevarme?, le dije, poniéndome un dedo en la boca. En ese pequeño segundo cerré la puerta, y abrí un poco las piernas. Él seguía desnudándome con la mirada, mientras me acomodaba en la butaca. Tenía unas ganas de tocarme la concha ahí mismo, al lado de ese desconocido. Pero debía ser prudente para lograr mi objetivo.
¡Bueno, la verdad, a donde vos me digas! ¡Me falta poco para terminar mi turno, por suerte!, dijo, casi sin querer, como para entablar charla, esperando que yo le diera el lugar de mi destino.
¡Vamos a mi casa, que no hay nadie! ¡Me parece que hoy tenés suerte!, le dije, en medio de un calor vaginal que me sonrojaba las mejillas. Pero no pensaba en retroceder ni un poquito. Le di la dirección de mi casa, y me puse a relojear mi celular, dejándolo con la intriga. Fueron las 15 cuadras más largas de mi vida, las más solitarias y silenciosas. Él, tal vez por respeto, ya no me miraba las tetas, y a mí no se me ocurría que decirle.
Finalmente llegamos. Él me mostró el precio en el reloj, y me explicó que no tenía mercado pago, que andaba medio corto con el vuelto, y qué sé yo cuánto más. Entonces, abrí la puerta y le dije: ¡Mirá, necesito que bajes, porque, no traigo plata conmigo! ¡De paso, no sé, te doy algo de tomar! ¡Hace una bocha de calor, y no me parece que tengas que cagarte de sed! ¡Dale, copate, que, no hay nadie en casa!
El vago se quedó helado. Se le cayó el celular y tocó la bocina sin querer, mientras yo buscaba las llaves de mi casa, y a propósito, aprovechando el movimiento para bajarme, le acerqué mis tetas a la cara. Pude sentir su respiración contra mi remera, y eso me estremeció un poco más.
La verdad, pensé que ese tipo no me iba a dar ni cinco de pelota. Pero, en el fondo, a todos les atrae una pendeja blanquita de piel, morocha, rellenita, con unas tetas hermosas y una cola lista para recibir un chirlo tras otro, por portarme mal. Antes de entrar a mi casa, me aseguré que me vea bien la cola cuando me subí un poquito la calza para que se me entierre un poquito. Juro que hasta lo escuché suspirar, y balbucear algo que no llegué a entender, porque en ese exacto momento ladró el cornudo de mi perro.
¿Vivís sola vos nena?, dijo al fin, mientras le pasaba un vaso de agua con hielo. Exactamente lo que él me pidió.
¡Sos re aburrido che! ¡Tengo cerveza, Coca, gancia, juguito! ¿Y me pedís agua con hielo? ¡No, obvio que no vivo sola! ¡Vivo con mi mamá, mi papá y mi hermanita!, le decía, sin dejarlo mover la mano con la que sujetaba el vaso, riéndome como una tonta. En un momento me animé, y le lamí un dedo.
¡Ooopaaa! ¡Me parece que vos estás buscando guerra mamita!, me dijo al fin, antes de llevarse el vaso a los labios.
¿Tanto se nota? ¡Y, vos, por lo visto, querés mirarme las tetas! ¿O no?, le dije, dejando caer mi cuerpo encima del suyo. Ya sentía la tanguita mojada de tantas insinuaciones. Ese hombre de brazos anchos y quemados por el sol, más o menos de 1,80 de altura, de ojos negros como la oscuridad, con cara de bueno y de manos grandes era tal como yo lo soñaba.
¡Sí mami, tenés unas tetas terribles! ¡Me imagino que tu novio te las debe mamar todos los días!, dijo, luego de vaciar el vaso y sacudirlo peligrosamente.
¿Sí? ¿Vos creés? ¿Y qué pasa si te digo que no tengo novio?, le decía, caminando de un lado al otro del living, mientras él permanecía de pie, casi pegado a la pared.
¡Naaah, no te creo que no tengas novio! ¡Por lo menos, debés tener a un par para que te volteen! ¡No creo que seas muy santita! ¡Bueno, che, fijate lo de la plata, porque, me tengo que ir! ¡Yo estoy trabajando!, dijo de repente, intentando recobrar su vida aburrida y monótona.
¡Aaah, sí, la plata, es verdad! ¡Qué tarada que soy! ¡Bueno, acompañame, que acá no tengo la billetera!, le dije, poniendo un pie en la escalera que da a las habitaciones de mi casa, dándome un par de nalgadas como para tentarlo.
¡Pero, flaca, andá vos, que es tu casa!, me dijo, haciéndose el superado.
¡Dale grandulón, acompañame, que falta poquito para que termine tu turno! ¿O me chamuyaste?, le dije entonces, luego de volver sobre mis pasos para apoyarme una vez más sobre su cuerpo caliente por el sol. En ese momento, me nació poner mis manos sobre sus hombros y estirarme un poquito para llegar a sus labios. Él intentó rechazarme, pero ni bien mi lengua le tocó los labios, nuestras bocas se abrieron para re contra chuponearnos mal. Él me mordía los labios y me apretaba la nuca, haciéndome sentir la dureza de su miembro en la entrepierna. Además me amasaba el culo, me revolvía el pelo y me mordisqueaba el cuello. Todo de parados, contra la misma pared, soportando los roces de la cortina del ventanal, gracias a las ráfagas de un viento que comenzaba a presagiar alguna tormenta pasajera.
¡Seee, no me equivoqué con vos pendeja! ¡Vos querés guerra, una buena pija! ¡Se ve que tu novio no te atiende bien!, me decía cuando el pecho se le agolpaba en respiraciones cada vez más ansiosas. Entonces, tuve la lucidez de separarme de su cuerpo. Corrí hasta el primer escalón, le abrí las piernas, y mientras me sobaba la chochi le decía: ¡Dale papu, seguime, así te pago! ¡Dale, que tu esposa no se va a enterar que entraste a la pieza de una pendeja, que quiere guerra!
¡No podía creer que ese tipo de no menos de 35 años, casado a juzgar por el anillo que tenía en su dedo, curtido por la vida y la calle me siguiera deslumbrado, como un gato a una ratoncita juguetona! Así que, ni bien cruzamos la puerta, lo invité a sentarse sobre mi cama. No sabía cómo pedirle lo que ardía en el fondo de mis entrañas. Pero lo necesitaba. Lo encaré de una. Por ahí me puteaba, o me sacaba cagando.
¡Sacate la ropa, dale! ¡Acá mando yo nene! ¿Sabés?, le dije ni bien me senté en sus piernas, decidida a lengüetearnos la cara. Sabía que él no iba a resistirse al sabor de mi aliento. Y yo me moría por sentir lo inclemente de su lengua ancha, escurridiza y tan ágil como una mariposa. Pero como no podía hacer más de una cosa a la vez, yo misma le quité la camisa, desprendiéndosela con una furia que jamás había sentido, mientras seguíamos enredando nuestras lenguas.
¿Cómo te llamás morocha?, llegó a preguntarme en medio del manoseo que le daba a mi culo. No tuvo la misma suerte con mis tetas, porque yo le sacaba las manos, o le pegaba en ellas cada vez que las acercaba a mis pezones. Ahí descubrí que tenía el pecho peludo, y eso elevó mis ganas de comérmelo vivo, si fuera posible.
¡Eso a vos no te importa! ¡Yo tampoco te pregunté el nombre, porque no me interesa! ¡Así es mejor! ¿No te parece?, le dije, mientras empezaba a levantarme de a poco, sin dejar de apretarle la cabecita de la chota, envuelta en su pantalón de jean.
¡Es más! ¡Como te dije antes, acá, las reglas las pongo yo!, le decía luego, desatándole los cordones de sus zapatillas. Él parecía desbordado por mis avances. Cada vez que abría la boca para decirme algo, se bloqueaba y volvía a mirarme las tetas.
¡Dale, sacate toda la ropa, menos el calzoncillo! ¿Alguna vez una chica te ató a la cama, de pies y manos? ¿Tenés ganas de jugar conmigo? ¿O me tenés miedo? ¡No creo que un tipo como vos se asuste de una pibita!, lo provocaba, ya habiéndolo descalzado por completo. Entonces, él, como si fuese un zombi, o un adicto en medio de una abstinencia repentina, se levantó parsimoniosamente y se sacó el pantalón. Lo dejó en el suelo y se sentó nuevamente en la cama. En ese momento le sonó el celular, y automáticamente lo apagó, sonriéndome con cara de loco. Al toque lo tiró sobre su pantalón.
¡Muy bieeen! ¡Parece que nos vamos entendiendo! ¡Dale, ahora acostate, y dejate llevar por mis manitos! ¡Y tranquilo, que no soy peligrosa! ¡No tengo cuchillos, ni tijeras, ni revólver, ni te voy a drogar, ni nada de eso! ¡No me gustaría dejar viuda a una mujer!, le decía con sarcasmo, mientras le ataba las manos al respaldo de la cama con dos bufandas. No podía sacarle la mirada a su pija cada vez más parada adentro del resguardo de su bóxer negro. Su consciencia y su cuerpo se habían entregado a mi calentura con una sencillez admirable. Aún así, parecía decidido a no hablarme. Solo suspiraba, abría y cerraba los ojos, o carraspeaba su garganta.
¡Avisame si te duele! ¡Aunque, igual te voy a atar bien atadito, para que no te me escapes!, le murmuraba luego, ahora atándole los tobillos al respaldo opuesto de la cama con dos cordones.
¡Tranqui bebé, que no me voy a escapar! ¡Eso sí! ¡Apenas me desates, preparate, porque te voy a hacer mierda!, rompió el silencio al fin, una vez que ya lo tenía totalmente a mi disposición.
¿Aaah, sí? ¿Me vas a dar masita, con esta cosita? ¡Me gusta que seas así de malo!, le decía, agarrándole la pija del tronco con una mano para zamarreársela. Después le apreté el glande, y al mismo tiempo que a él se le escapaba un gruñido de placer, a mí se me mojaba un toquecito más la tanguita.
¿Estás listo, señor desconocido? ¿Querés terminar de conocer a esta pendeja?, le dije al oído, disfrutando de la impotencia de sus ojos, ya que sus manos no podían tocarme. Entonces, me quité la remera, y se la arrojé en la cara, con un tímido ¡Uuuuuuy!, en los labios.
¿Te gusta mi perfume guacho?, le decía, porque lo escuchaba oler mi remera, mientras susurraba: ¡Qué pendeja putita que sos!
Entonces, corrí hasta la cabecera de la cama y le quité la remera del rostro, para que no se pierda nada de mis movimientos. En ese momento aproveché a pasarle la lengua por los pezones, y otro suspiro baboso se le atoró en la garganta.
Volví al otro extremo de la cama, donde empecé a quitarme lentamente el top, y se lo arrojé encima de la pija. Mientras tanto me mordía los labios, le sacaba la lengua y me tocaba las tetas. Me lamía los dedos y me tocaba los pezones, gimiendo suavecito, mientras él forcejeaba un poco con sus manos, imagino que para manotear mi corpiño. Entonces, empecé a bajarme muy de a poquito la calza, todo lo en cámara lenta que pude, para que empiece a delirar con los primeros trocitos de mis nalgas, de mi tanguita roja, y de los brillos que mis propios flujos le hacían a mi conchita ardiente. Cuando la tuve a la altura de las rodillas, se me ocurrió que era el tiempo de quitarme las sandalias primero, y luego caminar hasta su cara para tocarle la boca, los ojos y el pecho, abriendo mis piernas todo lo que podía para que mi olor a nena caliente lo aturda como yo quería. Entonces, retrocedí unos pasos para quitarme la calza, y le acerqué la parte que le coincide a mi entrepierna a la nariz para que se ponga loco con mis aromas.
¿Te gusta perrito? ¿Tiene olor a culito, y a conchita la calza de la nena? ¡Dale, olela toda, asíiii bebé, babeame la calcita perro!, le decía, mientras le escupía el pecho y le frotaba mi calza en el rostro. Veía cómo la tela de s bóxer se estiraba, y lo escuchaba gimotear alucinado, cuando una de mis manos le acariciaba la panza, y mi lengua apenas le rozaba las tetillas. En un momento me murmuró: ¡Sos una putita muy viciosa vos, una pendeja que debería estar presa por asesina!
Decidí que lo mejor era no hablarle, al menos por unos minutos. Entonces, manoteé un almohadón de peluche para sentarme en el piso, y elevando mis piernas a la altura de su cara, primero le acaricié el pecho y el abdomen con mis pies. Después se los hice lamer, oler y besar, y enseguida descendí con ellos hasta su pubis para sobarle la pija. Al mismo tiempo que lo hacía jadear estirándole el bóxer, dándole golpecitos en el glande y tratando de atrapar su bulto en el hueco de mis pies, me tocaba la concha por encima y por los costaditos de mi tanga, asegurándome de que me vea. ¡No quería que se pierda ni un solo trozo de mi calentura! De repente empecé a friccionarme el clítoris como loca, a frotar mi cola en la almohada, y a gemir como una verdadera porno star. Pero cuando me di cuenta que tenía la ventana abierta, me levanté del suelo, le mostré la cola y empecé a darme una nalgada tras otra, diciéndole: ¡Esto es lo que quiero que me hagas perro, que me chirlees toda la cola, por putita, o por calentártela lechita, por ponerte la pija re dura!
¡Basta pendeja loquita, desatame, y te hago mierda! ¡Sos una hija de puta, una provocadora, una trolita barata! ¡Dale, si vos también querés pija nenita!, se atrevió a decirme, mientras yo empezaba a bajarme la tanga, otra vez en cámara lenta, para meterme los dedos en la conchita. Cuando al fin mi tanguita estuvo cerca de mis tobillos, le acerqué mis dedos mojados con mi propio flujo a la boca, y lo obligué a chupármelos. Él me los sorbía encantado, me mordía los dedos y decía cosas que ni me esforzaba por entender. Después me metí un dedo en el culo, y a pesar que no me animaba del todo, porque todavía era virgen, repetí el mismo procedimiento.
¿Qué te gusta más? ¿Mi gustito a concha, o el sabor de mi culito papi? ¿Querés concha bebé? ¿Me vas a dar muchos chirlos en la cola? ¡Quiero que me agarres del pelo, y que me rompas toda!, le decía, luego de volver a darle del néctar de mi conchita. Él me aseguraba que si lo soltaba, no me iba a quedar ningún agujero sin rellenar por su pija. Así que, de repente me subí la tanga, trepé a la cama y me senté sobre su pija, con la idea de frotarle todo el culo contra esa dureza magnífica.
¡Woooow papi, la tenés re duraaaaa, y calentitaaaa!, le decía, cuando frotarme ya no me alcanzaba. Por eso daba pequeños saltitos, que se iban transformando en saltos más amplios y fuertes. Él gemía, jadeaba, hacía fuerzas con sus manos para zafarse de las ataduras, y me insultaba más con los movimientos de su pubis que con las palabras.
¡Sos terrible pendeja! ¡No sabés cómo me muero de ganas de verte la boquita toda chorreada de mi leche! ¿Te tragás la lechita vos? ¿O ponés cara de asquito bebota, como la mayoría? ¿O te gusta más sentir cómo la leche te llena toda la concha? ¡Contestame perrita, y seguí rompiéndome la pija con ese culo! ¡Decí que estoy atado, que si no, te la clavo en el orto, hasta que grites, para que te escuchen todos tus vecinos morocha!, me decía luego, mientras ahora le fregaba mi culo de un costado al otro de su verga, sintiendo cómo se le calentaba el bóxer, y se me humedecía la bombacha. Supongo que allí fue que se me ocurrió decirle: ¿Así que te imaginás tu lechita en mi boca, y me querés hacer gritar?, mientras empezaba a deslizarme con mi culo poco a poco hasta su rostro. Él se movió apenas, y trató de liberar sus piernas de los cordones perfectamente atados que ya le marcaban los tobillos. Pero no tuvo opción.
¿A ver si sos bueno? ¿Le chupás la conchita a tu mujer vos? ¿O sos un machista aburrido, que te tirás encima de ella, le acabás y te dormís? ¡Dale guacho, sacá esa lengüita, y lameme la conchita perro!, le dije, intentando acomodarme sobre su cara, haciéndole espacio entre la costura de mi tanga y los dedos con los que me frotaba el clítoris. Tuve la lucidez de desatarle las manos, sabiendo lo útiles que me resultarían en breve, y entonces, le pedí que me ayude a quitarme la tanguita. Apenas terminamos con eso, dejé que su lengua caliente me posea, que su saliva se funda entre mis jugos vaginales y mis olores de perra en celo, y que sus manos me dejen la cola colorada de tantos azotes.
¡Asíii, pegame guacho, dame chirlos en la cola, y comete toda mi conchita de putita, asíii, abrí más la boquita, ay, así, dale que quiero acabarte en la boca perro, quiero mearte la cara, asíiii, ponete loquito, gemime así guacho, que no te vas a olvidar nunca más de esta pendeja conchuda!, le gritaba, sin importarme que la ventana estuviese abierta, que mi celular sonara incansable arriba de un mueble, n que la cama se quejara por los movimientos de mis caderas contra las facciones de mi amante desconocido. ¡Estaba al borde de acabarme en su cara, y era lo que más me calentaba en el mundo! No tuve reparos en controlar mi pataleo, ni las arrancadas de pelo con las que mi mano derecha se sujetaba. No sé si lo golpeé, o si le dolían aquellos tirones, o si podía respirar bajo el yugo de mi vulva empapada. Pero su lengua seguía escarbando, sus labios succionando y su saliva mezclándose con mi lechita de nena virgen, y ya no sabía cuánto más podría sostener mi orgasmo. Hasta le pedí que me introduzca un dedo en el culo, mientras me seguía enrojeciendo las nalgas con chirlos y pellizcos, y se esforzaba por alcanzar mis tetas. Al mismo tiempo me lamentaba que estuviese mirando a la pared, porque no podía disfrutar de la erección de su poronga, que a esas alturas debía estar a punto de quebrarse de tan tiesa.
¡Dale papiiii, así, chupame el clítoris, dale que te la doy todaaa, dale que te acabo perroooo, comeme toda, dale, así bebé, dale que me, así, me muerooo, comeme más, pegame, no dejes de pegarme, porque me porto muy mal! ¿Viste qué putita que soy? ¡Asíiii, comete todo mi juguito hijo de putaaaa!, le dije, mientras las tensiones de mis músculos empezaban a descarrilar por mi mente, y mi pubis a colisionar gravemente contra el rostro de ese tipo. Sentí un pinchazo en la columna, un río de sudor caer de mi frente, otro mar de jugos bañarme toda, desde la vagina hasta el culo, y un sofocón que no me dejaba pronunciar ni una palabra. No controlaba mi respiración, y a duras penas pude separarme de ese masacote de piel transpirada, en la que se había convertido ese hombre. El mareo se me metió por la sangre ni bien puse los pies en el suelo. Pero aún así, tenía ganas de más. ¡Y ni hablar cuando vi cómo se le abultaba el calzoncillo! Ni lo pensé. Sabía que a él le costaría moverse, que todavía permanecía asfixiado, con todos los sabores y aromas de mi sexo en su cara, y que no tenía la voluntad de contradecirme nada. Por eso, yo misma me serví de su pija al liberarla de aquella prisión de tela, y me puse a hacerle mimitos. Sus jadeos se intensificaban, mientras yo le daba besitos babosos en el tronco, se la olía y me pegaba con su glande en la cara. Pero ni le daba la ilusión de metérmela en la boca. En un momento me hinqué un toque contra la cama, y me la refregué un ratito entre las tetas. ¡Eso lo puso más al palo todavía! Sin embargo, en lo mejor de mis besitos a sus huevos, y algunas apretaditas a su mástil repleto de venas anchas, en cuanto advertí que su leche empezaba a subir por esos túneles perfectos, lo solté y volví a subirle el calzoncillo. Él me puteó, pero dejó que le ate las manos nuevamente.
¡Ya vengo bebé! ¡Me voy a dar un bañito! ¡Más vale que cuando vengas, sigas atado, y no te hayas acabado encima! ¿Me escuchaste?, lo sentencié, alejándome totalmente de su campo visual. Se quejó, me mandó a la mierda, amenazó con violarme adentro de su taxi, y me sugirió que me prepare para lo mejor. Yo le saqué la lengua, y le arrojé mi tanguita roja en el medio del pecho, antes de cerrarle la puerta de mi pieza. La verdad es que, necesitaba bañarme, solo para hacerme la misteriosa, para que me desee aún más, y entonces pensar bien en cómo proseguir. Pero, una vez que el agua tibia descendía por mi cuerpo, y al mismo tiempo que aprovechaba a hacer pichí mientras recordaba cada chirlo que ese degenerado dejó marcado a fuego en mis nalgas, se me pasó por la cabeza que había cometido la boludez más grande de mi vida. ¿Y si mis viejos llegaban? ¿Y si mi hermana estaba en la casa, y yo ni siquiera me había fijado en eso? ¿Y, si alguien me llamó al celu porque me vio desde la ventana? ¿Y, si justo ahora se le ocurría a los de mercado libre traer el paquete con libros que compró mi viejo? En cualquiera de esos casos, ya era tarde para todo. Me enjaboné bien las gomas y la chocha, me enjuagué, y, sin muchas cosas en la mente me sequé rapidísimo, un poco presa del pánico por si alguien llegaba, llamaba, tocaba el timbre, o lo que fuera. Mientras tanto escuchaba sus quejas desde la pieza.
¡Dale nena, apurate, que me van a rajar del laburo! ¡Yo tengo una familia que mantener! ¡Todo bien con echarte un polvito y eso, pero dejá de hacerte la rica nena, y volvé guacha!, decía, ya no tan tímido como al principio, y eso me preocupaba. Si alguien llegaba, no tenía formas de decirle que se calle la boca. Así que, por las dudas, no le hablé, hasta que hice mi aparición en la puerta de mi pieza, ahora solo envuelta con un toallón rosado, y con unas sandalias.
¡Dejá de gritar morocho, que ya llegué, para ver qué tan machito sos con una pendeja!, le decía acercándome lentamente a la cama. Para mi sorpresa, cuando le miré la pija, descubrí que toda la tela de su bóxer estaba empapada de semen, y que su pene había perdido vigorosidad. Pero, en cuanto mi silueta se aproximaba a su cuerpo expectante, veía que retomaba aquella forma grandiosa para mis expectativas, sin ser una verga moooy grande que digamos. Por otro lado, teniendo en cuenta que, hasta ese momento era virgen, no sé cómo me habría sentido con una pija más larga, o demasiado ancha.
¿Qué pasó bebé? ¿No pudiste esperarme? ¿Te acabaste toda la lechita, solo porque te tiré la bombacha? ¡Sos re fácil grandote!, le decía mientras le ponía las tetas en la cara.
¡Dale, chupame las tetas, que me bañé para vos perro! ¡Mordeme las tetas, que las de tu señora ya deben estar re caídas! ¿Te gustan mis tetas?, le decía, cuando sus labios gruesos me succionaban los pezones, los costados de las tetas y hasta la panza. Poco a poco fui subiéndome a la cama, y nuevamente la euforia de sus chupones y manoseos condujo a mi concha a la lujuria de su boca.
¿Te gusta mi olor a conchita bebé? ¿Me la querés chupar otra vez? ¿La preferís, así, con olor a jaboncito? ¿O con olor a pipí?¡, como antes? ¿Cómo era eso que me ibas a hacer mierda, y todo eso?, le decía, fregándole mi sexo en el mentón, sintiendo su cálido aliento hasta en el agujero de mi culo. Pero, no había tomado en cuenta que ese grandote desconocido me había hecho trampa. ¡No sé cómo lo hizo! De repente, me alzó en sus brazos, totalmente libres, me tiró en la cama como si fuese una bolsa de muñecos usados, y mientras me acomodaba en cuatro patas me ordeñaba las tetas con su tremenda boca sedienta. Se le caían gotas de saliva, me marcaba los dedos en la espalda y me nalgueaba el culo con todo el peso de su libertad.
¡Este no era el trato! ¿Por qué mierda te desataste?, le preguntaba, viéndome totalmente superada por su autoestima, mientras me pedía que le baje el bóxer lleno de semen con la boca.
¡Callate, y lameme el calzoncillo perrita, que ahora te vas a atragantar con mi pija, guachita de mierda!, me dijo, luego de arrancarme el pelo y pasearme toda la cara contra su bulto, una vez que el olor de su leche se me volvía una droga cada vez más necesaria. Entonces, de pronto su bóxer saltó por el aire, y su pija empezó a refregarse con rudeza contra mis tetas, mi cara, mi pelo, y a darme fuertes vergazos en la boca abierta. Él me pedía todo el tiempo que saque la lengua, que deje que se me caiga la saliva de la boca, y que le escupa los huevos. Pero entonces, cuando ya me deleitaba con los primeros chupones a su glande rojizo, el tipo hizo sonar una especie de sopapa entre mis labios y la retirada de su poronga, y se aferró a mis caderas. Yo siempre en cuatro patas.
¡Ahora vas a saber en lo que te metiste, por trolita nena!, me dijo, y acto seguido sentí la punta hinchada de su verga calienta contra el orificio de mi vagina. No quise decirle que era virgen. Aunque, tal vez, la telita ya se me había roto por las pajas a las que me condenaba casi todas las siestas y noches. Así que, lo dejé que me apretuje bien contra su pecho, que me babosee el cuello y empiece a tirarme del pelo, mientras su pija parecía tomar impulso para lo que se proponía. No tuve otra que gritar y morder una almohada apenas su pija entró de una adentro de mi vagina, y eso me dolió un ratito, mientras su carne entraba, se movía y golpeaba mi pubis. Pero en breve no podía parar de pedirle que me coja así de rico, que me sacuda y me pellizque las tetas.
¿Ah, sí? ¿Te gusta bien duro putita? ¿Así te coge tu novio mami? ¿Y vos le tragás la lechita a tu novio? ¿Cogés seguido bebota? ¡Porque tenés la conchita re apretadita nena! ¡Así, movete pendejita de papi, y mirame a los ojos, sentila toda adentro perra!, me gritaba, escupiéndome la cara y sosteniéndome del pelo. A veces me marcaba sus dedos en el cuello. Yo no podía decirle nada, más que gemir, abrirle bien las piernas y pararle la cola todo lo que me saliera, consciente que el dueño de mis movimientos era él.
¡Me encanta tu concha pendejita! ¿Y tu mami no sabe que andás putoneando por la calle? ¿Y que metiste a un tipo desconocido en tu camita?, me decía, mientras yo estaba cada vez más al borde de caerme de la cama, resistiendo el ritmo de sus penetradas y chupones por todo mi cuerpo. Entonces, sabiendo que soy bastante ágil, cuando menos lo imaginó me escapé e sus brazos, y corrí por la habitación. Claro que no iba a ir muy lejos. Ese desconocido estaba hecho un toro salvaje, y no iba a renunciar tan fácil a mis agujeritos. Así que, mientras simulaba que podía escaparme por la ventana, lo vi incorporarse de la cama para atraparme, voltearme contra la pared, y así nomás, de parados, calzó con mucha precisión su pija en lo más profundo de mi conchita. empezó a arme bomba y bomba, mientras me sostenía las piernas a la altura de su cintura, y lograba que mi espalda se contamine con los colores de la pared. Me hizo gemir, lagrimear y pedirle más, mientras las succiones de sus labios a mis pezones se hacían eco en el techo del cuarto, y sus jadeos se asemejaban a los de un animal en celo. Sentía cómo su pija aumentaba de temperatura, tamaño y grosor. No tuve tiempo de pensar que tal vez, podría pagar tan caro mi desatino con ese tipo. ¿Y si me dejaba embarazada, en mi primer polvo ?¡Me convertiría en la pelotuda del siglo, para mis amigas, y mi familia!
¿Te gusta tenerla adentro bebé? ¡La próxima, tené cuidado de jugar a la putita con los hombres grandes, porque te puede pasar esto!, empezó a decir, mientras me retorcía un pezón, me mamaba el otro, y seguía firme con su pija martillando en mi conchita cada vez más jugosa.
¡Dale perro, si a ustedes les re calientan las pendejas putas, como yo!, le dije, y entonces él me comió la boca con un beso de lengua que, supongo que aceleró los trámites de su lechita, y de mi orgasmo. Pero, antes de acabar, me pidió que me arrodille.
¡Dale guacha, mamame la pija, como una peterita sucia, dale, quiero verte, quiero ver cómo te tragás mi lechita!, me dijo, impaciente al notar que yo no reaccionaba. Por el contrario. Me amasaba las gomas y me sobaba la concha, a punto de tener el mejor orgasmo de mi vida, aunque ya no tuviera su pija adentro. Por eso, él me arrodilló, me chirleó la cola como me lo merecía por desobediente, y me encajó su pija en la boca. La tenía dura, y ahora su gusto era mucho más salado que al principio. Le colgaban hilos de flujo y presemen, además de las gotitas de sangre que le confirmaban a su hombría que me había desvirgado. ¡No quería hacerlo acabar! Pero, entretanto, abajo, posiblemente en el living, o en la cocina, ya se escuchaban las voces de mis viejos.
¡Dale nenita, que me tengo que rajar, abrí la boquita guacha, que tu papi te va a dar la leche! ¡Dale putita, que si tu papi me ve, me manda a la yuta y se pudre todo!, me decía, mientras yo lo pajeaba muy suavecita, cercad e mi boca. Entonces, después de frotarme los pezones con su glande al rojo vivo, le abrí la boca, y casi sin esfuerzo empecé a mamarle la pija con todo. Ahora él era quien no podía liberarse. Tal vez el riesgo, la culpa, o vaya a saber qué. Pero le costaba acabar. ¡Y eso que yo me la metía hasta la garganta! Hacía resonar mis gárgaras, toses, arcadas y escupidas para que se caliente más. Pero, a él de le ponía más dura, y sus huevos parecían a punto de explotarle de lo redondos y colorados que se le habían puesto. Hasta que, de pronto, ni siquiera sé cómo fue que lo hizo, me levantó en sus brazos, me revoleó arriba de la mesita donde tengo la compu, libros y cosas de la facu. No sé cómo le dio la agilidad y la soltura. Pero se me subió encima, empezó a morderme los labios mientras calzaba de nuevo su pija en mi vulva y se dio a la tarea de bombearme rapidito, con todo y sin dejar de pedirme que le chupe los dedos. Él también me los chupaba. Entonces, justo cuando escuchamos que alguien subía las escaleras, ese idiota empezó a mearme adentro de la concha de tanta leche que soltó. ¡Sentí que algo caliente me quemaba hasta el útero, y quería más, que me llene por completa!
¡Tomáaa putita suciaaa, ahí tenés toda la lechonaaaa, toda adentroooo, como una putita!, me decía el morocho mientras me asesinaba los pezones con sus labios, me tatuaba el clamor de sus dedos ásperos en la cola y su semen seguía saliendo de esa pija, derechito a esconderse en mis entrañas.
¡Llegamos Agus! ¡Te trajimos leche, queso y mermelada de frutilla casera! ¡Para que después no nos eches en cara que no pensamos en vos!, decía la voz de mi madre, junto con un suave golpe de nudillos contra mi puerta. Demás está decir que el olor a sexo que dejamos en m pieza era más que un aliciente para cualquiera que entrara en ese momento. El tipo se vistió lo más urgente que pudo, encendió su celular, y luego de esperar que yo patrulle por la casa para asesorarme que mis viejos estuviesen en la cocina, tomando mates como siempre, cruzó conmigo el pasillo que une los cuartos, y bajamos por la escalera que da al patio. Desde allí podía escaparse por la medianera de nuestros vecinos.
¡En esa casa, hace bocha que no hay nadie!, le decía para animarlo a fugarse por ahí. Él ya no tenía riesgos. Pero yo todavía estaba desnuda, al lado de un tipo al que no conocía, y con la cola colorada de sus chirlos. Tenía tantas marcas de besos como de pellizcos y mordidas en las tetas. Todo el tiempo me goteaba la concha los restos de su semen, mezclado con mi flujo. ¡Me sentía tan puta! ¡Quería más desconocidos en mi cama! ¡Necesitaba raptar a otro tipo random para mí, y atarlo para provocarlo! ¡Nunca me hubiese imaginado que perdería mi virginidad con un cualquiera, con un desconocido casado! Pero, por ahora no podía arriesgarme a cometer la misma locura. Me había salido bien, aunque había tenido mucha suerte. Mis amigas tenían razón. ¡Pero la concha me pedía más pija, y la cola más chirlos! Fin
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!ambar! !queeeee riiiiiicaaaaa hiiiistooooooriaaaaaaa! me calientan muchisimo las pendejas con bajina apretadita!. me la imagino haciendo todo eso conmigo y te imaginaras bien me supongo como me pone todo esto!. !sos imfernal escribiendo!. segui asii
ResponderEliminarMe recuerda a mi ex. Le encantaba volverme loco. En especial por mi voz gruesa. Le infartaba que nos llevaramos tantos años. Uff la dureza con la que me ponia la pija. Era para tomarse viagra y darle pija por horas. Le divertia hacerme acabar sin tocarme y me meaba entero. Obvio que al principio me preguntaba si tenia sed y me daba chorritos, pero se volvia loca. Hicimos mierda la cama y nos encanto. Lastima que ya nunca nos volvimos a ver.
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