Hace 4 años mi familia y yo nos mudamos a Colegiales, porque en nuestro La Pampa natal no había laburo para todos, ni grandes posibilidades de progreso. Mi marido Ernesto es camionero, y hace años que trabaja para una maderera. Yo docente de escuela primaria, y es sabido que en el interior los sueldos son una miseria. Además tengo hijos con necesidades, y no es sencillo satisfacer sus gustos, caprichos y libertades.
Mateo tiene 16 años, y es hijo de mi anterior matrimonio. Ernesto nunca hizo diferencias entre él y nuestros hijos en común, que son Lucas de 7, Nancy de 4 y Santino de 2 añitos. Justamente cuando nació Santi, decidimos emplear a una niñera para que me ayude con los quehaceres de la casa, ya que terminaba agotada entre el bebé y algunas horas particulares de ayuda escolar que daba en la casa de una amiga también maestra, y las 4 horas en una escuela privada.
Lo hablé con mi marido y estuvo de acuerdo en darle la oportunidad a Lurdes, una chica de 16 que se ofrecía siempre para limpiar casas, mantener jardines o para hacerle las compras a los viejitos. A pesar de sus carencias jamás abandonó los estudios, cosa que nos complacía.
Los primeros días no hubo mayores complicaciones. Pero la tercer semana, no sé por qué extraña razón tuve un sueño con ella, el que tal vez fue el disparador para que mi mente descarrile.
Soñé que Ernesto un día llegaba cansado. Ella se quedaba en tetas para que se las manosee, y en breve él le encajaba su pija en la boca. Lurdes en ese momento era dueña de unas gomas interesantes. Es morocha de ojos negros, flaquita pero piernudita, con poca cola pero re gauchita para el trabajo.
Nunca le impusimos ninguna exigencia. Solo que sea puntual y que nos avise si algo le ocurría cuando no venía. Creo que me gustaba su aspecto de chica desprolija, despeinada, a veces con cara de dormida, con calcitas apretadas y con agujeritos, con algunas remeritas manchadas y con olor a cigarrillo en el pelo. No usaba perfumes ni se maquillaba, por lo que su aroma era natural. Como siempre estuvo dispuesta a trabajar lo que sea necesario para ganar más, pasaba mucho tiempo en casa.
Me gustaba ver cuando jugaba de manos con Mateo, que a veces se zarpaba y le pegaba en el culo. Yo lo retaba, y él se hacía el buenito. Además ella lo defendía, diciendo que solo eran juegos e adolescentes, y que ella sabía controlar la situación. Y cuando creían que no los miraba, se hacían caritas tontas, se sacaban la lengua o ella le tiraba piquitos sin sonido. Realmente me calentaba ver esas escenas, o a ella ir y venir acalorada por cualquier sitio de la casa, agachada fregando los pisos, o subida arriba de una silla limpiando los vidrios, porque siempre se le veía la tanguita. Ella no lo intuía, pero mi cerebro se regocijaba al humillarla. Por ejemplo, cuando limpiaba el cuarto de los niños y se encontraba con calzones usados de Lucas o de Nancy, cuando me preguntaba si todo estaba para lavar, se los hacía oler para que lo compruebe por sí misma. También le hacía oler las sábanas, a veces mi ropa y los bóxers de Ernesto, por más que estuviesen limpios.
Me enternecía mirarla cuando le cambiaba el pañal a Santino, o le preparaba la mamadera. A menudo le decía cosas como: ¡Me parece genial que ya te estés entrenando, para cuando alguno de esos villeritos te deje un bebito en la panza! Ella se sonrojaba, murmurando con cierta incomodidad: ¡Ay señora, nooo, yo todavía no pienso en bebés! Sin embargo, yo no paraba de imaginarla preñada, con las tetas cargadas de leche, y probando la temperatura de una mamadera de carne y hueso con su boquita. Cada vez que llegaba o se iba de casa, le revisaba el bolsito que traía. Siempre fue decente y jamás nos robó nada. De hecho, solo tenía caramelos, puchos, una bombacha, toallitas, un pañuelo azul de tela, algunas monedas y un celular del año del pedo.
Comía en casa, a veces se daba una ducha, y nunca fue de hablar mucho. Me gustaba que baje la cabeza compungida cuando le hacía creer que algo estaba mal hecho, o cuando le decía que tenga cuidadito con mi hijo, que no lo ande calentando con esa manera de putita que tiene al caminar.
Una vez, mientras las dos limpiábamos el cuarto de Mateo, a propósito hice de cuenta que encontré una tanga debajo de su cama, y la acusé de haberse acostado con él. Yo misma la había colocado allí más temprano. Sus lágrimas, su miedo y vergüenza por mi injuria me excitaron tanto, que la obligué a bajarse la calza para olerla y comprobar si la fragancia de su cuerpito temeroso y la de la tanguita se asemejaban. Apenas lo hice me empecé a reír diciéndole que era una broma. Pero entonces fue que descubrí su olor a pichí más de cerquita, y me martirizaba más que antes. Me había parecido que algo en su ropa, o en su piel olía a pichí. Aunque intenté convencerme que eran especulaciones mías.
Una tarde, mientras mateábamos en la cocina, luego de un largo día de vitrinas, aparadores y bibliotecas, le pregunté si le gustaría chuparle la pija a Mateo, o si alguna vez se la vio parada. Me había dado cuenta que, con tal de no perder su empleo, era capaz de responderme cualquier cosa. No supo disimular una risita pícara, aunque dijera que no. No podía creerle, porque mi hijo siempre la tiene hecha un termo, cada vez que la tiene cerca. Imagino que eso le sucede desde que los vi corretearse por el patio, cuando él intentaba tirarle un vaso de agua en la cola.
Una vez la mandé a limpiar el baño, consciente que Mateo se estaba duchando, de turra nomás. Según ella no pasó nada aquella vez. Incluso, le pregunté por qué había tardado tanto en salir, si ya se había enterado que mi hijo se duchaba. A ella se le llenaron las mejillas de brillitos, pero no me respondió nada. Esa vez recuerdo que me acerqué a su oído, y le susurré: ¿Le viste el pito a mi hijo, atorranta? Seguido de eso le tironeé el pelo, le di un pellizco en la cola, y la mandé a lavar los platos.
En el verano, un día en el que nos quedamos solas, porque Ernesto se había llevado a los niños al parque, y Mateo andaba con sus amigos por ahí, como el calor era insoportable, le pedí que se quede en tetas, y mientras yo hacía dormir a Santi, ella iba y venía por el patio regando plantas, levantando juguetes y juntando los broches que el viento desparramaba. La idea de que mis vecinos la vean así me enloquecía
.¡Dale corazón, no te olvides que yo soy mujer, y que no hay nadie en la casa! ¿No pensarás que me voy a horrorizar por ver un par de tetas? ¡Acordate que tengo dos hermanas!, la tenté a quitarse la parte de arriba de su ropa, mostrándole unos billetes. Ella lo hizo entre risas, y enfiló derechito al patio. Pero al cabo de media hora, De repente, empecé a gritarle: ¿Qué hacés así, en tetas putoncita? ¡Esta es una casa decente, Y con valores! ¡Sos una villerita de mierda! ¡Sabelo! ¡Debería darte vergüenza, andar mostrándole las gomas a los vecinos! ¿Qué van a decir de nosotros?, y demás improperios, sin dejar de mirarle las tetas. Incluso ese día se las toqué. Ella intentaba explicarse confundida. Pero yo le ponía un dedo en los labios, y en el afán de taparle las tetas, aprovechaba a acariciárselas, poniéndola nerviosa. Don Pérez andaba por ahí, haciendo y deshaciendo en su patio. Ella me juró que no. Pero, conociendo a ese viejo, no me cabían dudas que seguro le re miró las tetas, y le dijo alguna que otra guarangada. De todos modos, apenas entramos a la casa le dije que era un nuevo chiste, para tranquilizarla, mientras buscaba defenderse, totalmente angustiada.
A los 5 meses de su estadía con nosotros le regalé un consolador, varias cajitas de forros, tres bombachitas, un desodorante y un celular nuevo. Sin embargo, lo que tiene que haber sido terrible para ella, es que todo se lo di durante la cena, en la que estábamos con Ernesto, Mateo, mi cuñado Uriel, mi amiga Irene y su marido. La carita de odio y rabia de Lurdes me destrozó, y más cuando les contaba a los invitados que limpia muy bien, a pesar que siempre use la misma bombacha.
¿No cierto que, ustedes, las villeritas, no son de cambiarse mucho la ropita corazón? ¡Contale a Irene, lo de tu ex! ¡Eso de que, te gustaba que te muerda las tetas! ¡A mi amiguita le encanta escuchar historias sexuales fuertes! ¡Por suerte, tenemos una empleada con mucha experiencia! ¡Aparte, es tan bondadosa, que el otro día, mientras limpiaba el patio, se quedó con las lolas al aire, para alegrar a don Pérez!, exponía una a una sus intimidades, sabiendo que la incomodaba. Mientras tanto, los platos y copas se vaciaban con avidez. Irene era mi mejor público, súper interesada en lo que le hacía su ex noviecito. Ernesto buscaba calmar los ánimos, y eso también me ponía de los pelos. Aún no le había contado mi sueño con ella. Pero tenía la certeza que si lo hacía, el muy cretino ni se opondría a que lo hagamos realidad. Él también le relojeaba las gomas, y se quedaba largos minutos mirándole el culo, las veces que llegaba temprano a casa. Esa noche los licores y vinos me entonaron más de la cuenta. Así que, mientras los invitados empezaban a despedirnos, le pedí a Lurdes que después de ordenar la mesa me acompañe al cuarto y me ayude con Santino. Le cambió el pañal, y lo durmió sin problemas mientras yo le daba un fajo de billetes, y le empezaba a bajar el pantalón, muy lentamente. Afuera todavía Ernesto hablaba con mi cuñado, y el auto de mi amiga rompió a la noche con un bocinazo que, determinaba que ya se iban. Ella se resistía mirando a mi bebé, pero apenas le dije al oído:
¡Quedate quieta pendejita, sacate todo y probate esto! ¡Esto, es para pedirte disculpas, por pasarme un poco con vos, esta noche!, le di una bombacha negra con encajes muy fina, y le exigí que la use durante toda esa semana.
Mientras la veía cambiarse me toqué un poco por encima del vestido sin que ella lo note.
¡Más te vale que la uses! ¡Todas las mañanas, te voy a mirar, a ver si la traés! ¡Y pobre de vos si no me hacés caso!, le dije una vez que terminó de ponérsela, y que yo le di una nalgada ruidosa en la cola. Luego le dije que me gustaría verla preñada de mi hijo, tratando de convencerla de que es un lindo chico para ella. Sabía que no tenía novio, y el olor a poco sexo que irradiaban sus hormonas era evidente.
Una tarde Lurdes barría el patio que da al dormitorio de Mateo, y yo justo había entrado a dejarle la notebook. Lo vi que la pispiaba por la ventana con una mano bajo su short.
¡Pajeate nene! ¡Quiero que te pajees mirándola!, le dije híper nerviosa, como al pasar, y salí de la pieza, avergonzada. De pronto estaba en el patio, y mientras veía a Mateo sentado en el mismo lugar de su cama, hice que Lurdes se mueva con la escoba cerca del ventanal. Vi que ella miró hacia adentro, y la escuché decirle clarito: ¡Estás calentito eh?!
Inmediatamente me acerqué a su rostro acalorado, y le hice repetir eso. Se negó, pero no pudo con la presión de imaginarse despedida, ni bien se lo insinué.
¡Perdón señora! ¡Es que su hijo se estaba tocando, y vio que una mira sin querer! ¡Y eso nomás! ¡Le juro que no vi mucho!, dijo sollozando. Pero ese día no lo soporté, y le dije manoteándola de un brazo: ¡Vamos, vení conmigo, quiero verte chupándole la pija chiquita! ¡Yo te voy a dar a vos, acusar a mi hijo de pajero! ¡Dale, movete putita, que ya sé que te morís por tenerla en la boquita! ¿O me equivoco?
Mientras le decía aquellas incoherencias, la empujaba para que camine, y en mi última frase le escupí las manos. Al fin, un poco a las atropelladas, y chocándonos de todo por el camino, entramos al cuarto de Mateo, que ya veía chanchadas en la compu.
¡Apagá eso vos, que la tía Luly te va a sacar las ganas de pajearte! ¡Según ella, vos sos un pajerito! ¡Y vos dale nena, pelá las tetas y hacé lo que sabés!, les grité unos segundos antes de cerrarles la puerta con llave y desaparecer. Entonces, corrí hecha un huracán hasta el ventanal del patio, que era como una gran pantalla tridimensional. ¡No pensaba perderme un solo detalle!
Vi cómo Mateo se tocaba el pito, al tiempo que ella le mostraba las gomas desnudas.
¡Dale zorra, agachate y sacale la lechita!, le grité al ver que el pibe se tocaba como un tarado, y que ella solo mecía sus tetas hacia los costados. Entonces, lentamente se acercó solo para masturbarlo.
¡Dale, o te echo putona!, la amenacé, y entonces empezó a fregarse de a poquito la pija de mi niño por la boca, las tetas y la carita.
¡Mateo, desvestite ya! ¡Y vos olé toda su ropita Luly, hasta sus medias, y chuponealo todo! ¡Después comételo a besos!, se me ocurrió ordenarles. Mi hijo estaba confundido, pero tenía la pija re empalada, y a juzgar por las miraditas de Lurdes, la guacha estaba fascinada. Ella se pasó toda la ropa de Mateo por la nariz, mientras él intentaba bajarle la calza y ella no lo dejaba. Eso me ponía nerviosa. Me encantaba cómo se histeriqueaban. Pronto la muy sucia se lo devoraba a besos, y mi hombrecito gemía de placer. Casi le acaba en las manos! Pero apenas le pedí que se la trague, se dedicó a chuparle hasta los huevos. Mateo se la dio toda en la boca y ella se la tragó sin titubeos. Había sido todo tan rápido qe, el fuego de mi clítoris apenas recién comenzaba a calentarme la bombacha. Vi que Mateo desaparecía de la ventana, muerto de vergüenza, y lo escuché decirle que era una puta. Así que, para evitarles un mal momento, tal vez una pelea innecesaria, enseguida la fui a buscar para tomar unos mates y preguntarle si le había gustado. No respondía. Tenía las mejillas rojas y temblaba como asustada. Pero cuando le pasé la mano por la entrepierna haciéndome la boluda y le toqué la calza empapada, le dije que un buen pete no se le niega a nadie, y menos al hijo de la patrona.
¿Te hubiese gustado cogértelo? ¿No cierto chiquitita? ¡Mirá cómo te mojaste la calza guacha! ¡Imagino que te pusiste bombachita hoy!, le decía, sin dejar de frotarle la vagina, con mi otra mano abriéndole la boca para que se digne a decirme algo. Pero ella apenas tenía fuerzas para suspirar.
Al tiempo empecé a pedirle que si usaba el baño no cierre la puerta. Me gustaba charlar con ella mientras la escuchaba mear. La olía toda apenas entraba a casa, la hacía lavar los pisos con la calza o el pantalón por las rodillas, algunas veces le daba besos en la boca cuando nos despedíamos, y ella decía: ¡No señora, no me gustan las mujeres, no me haga esto!,
Y dos veces la hice comer en tanguita sentada en el piso por haber limpiado mal el baño. ese día estábamos solas.
¡Callate chiquita, que a vos te gusta todo lo que te hace tu patrona, porque querés cobrar! ¡Así que, dejá de resistirte, que seguro te re mojás la bombachita cuando te como la boca!, le dije una vez, mientras Irene y yo tomábamos un licuado. Eso fue justo cuando le comía la boca, en agradecimiento por habernos preparado un bizcochuelo de frutas y chocolate escocés.
En realidad todo lo hacía bien la muy santurrona. Una vez, por haber roto sin querer una copa, me la llevé al baño y después de darle dos chupones en el cuello, le levanté la remera y le quemé una lola con mi cigarrillo. Me gustaba su sufrimiento, que me pida por favor que no le haga daño. También le corté el elástico de su tanga con una tijera, y obviamente tuvo que usarla así, hasta que volviese a su casa.
Hubo otra tarde como tantas, en las que veía a Mateo corretearla en medio de sus jueguitos de manos. Solo que esa tarde en especial, el mocoso logró dejarla en tetas. Yo los miraba desde la ventana del living, hasta que no pude sostener el juicio. Dejé al bebé en la cunita y enfilé al patio, haciéndome la enojada para llevarlos a mi habitación, por si llegaban los más pequeños. Ahí les hablé buscando sinceridad respecto de los sentimientos entre ellos.
¿Qué te pasa con ella hijo? ¿Te la querés voltear, o te gustan estas tetitas preciosas? ¿Querés que mami le pague, para sacarte las ganas?, le preguntaba a Mateo manoseando a la pendeja, y bajándole la calcita hasta dejarla en tanga.
¿Y a vos guachita, te calienta mi hijo? ¿O querés esta pija durísima adentro tuyo? ¿Sos una putita sucia, que querés coger? ¿O te gusta realmente? ¿O necesitás plata, y te lo querés mover para que yo te pague? ¿Eeee? ¡Hablá villerita sucia! ¡Dale!, le cuestionaba a Lurdes, habiéndole bajado hasta el bóxer a Mateo, y con su pija en la mano. Podía sentir cómo latía cada vena en esa pija hinchada mientras se la apretaba.
¡Vamos chicos, quiero verlos tener relaciones! ¿No quieren jugar al papá y a la mamá? ¡Cogela Mateo, y vos dejate hacer todo chirusita!, les pedí sin descaro ni moral. Mateo no se atrevió a desobedecerme, y enseguida tomó a Lurdes de la cintura para sentarla en sus piernas atléticas, chuparle las tetas y colarle dedos en la argolla. Pero en un momento la pibita quiso escaparse. Yo entonces la arrodillé de una contra las piernas de mi hijo, le saqué la tanga y la obligué a chuparle bien la pija. No le permitía respirar siquiera. Manipulaba su cabeza a mi antojo, y si se retobaba la pellizcaba, le arrancaba el pelo o la amenazaba con meterle lo que encontrase en el culo. En un momento le retorcí tan fuerte un pezón, que no tuvo más remedio que gritar, y eso a Mateo lo encendió de tal forma que casi la hace vomitar con su pija traspasándole la garganta. Enseguida, cuando lagrimeaba y tosía de tanto atragantarse con el pedazo de mi hijo, cada vez más amenazador, la tiré en el suelo frío de una patada y perdí los estribos.
¡Cogela Mateo! ¡Cogete a esta mierdita como se lo merece! ¡Embarazala por puta! ¡Hacele sangrar las tetas, metésela toda adentro, que así es como cogen estas roñosas! ¡Son re trolitas, y les gusta la pija todo el tiempo! ¿No Lurdes? ¡Y, cuando te vayas de esta casa, embarazada y con olor a leche en la boca, nadie te va a querer, por trolita! ¡Dale hijo, cogela bien cogidita!, resonaban mis palabras en el techo alto del cuarto, mientras Mateo encima de ella le penetraba la conchita tapándole la boca. Se la estaba cogiendo tan rico que ni reparé que me pajeaba encima de la bombacha, con el jean desprendido. Alcancé mi orgasmo cuando él se la sacó y comenzó a restregarse contra toda ella para que su verga le embadurne todo el cuerpito de semen. De todas formas no lo soporté. Apenas Mateo salió satisfecho y livianito, levanté a esa pendeja del suelo y le pedí que huela mi bombacha, y entonces con su respiración cerca de mi sexo y mis dedos como lanzas en mi clítoris aterricé a la realidad sin medir consecuencias. ¡Me encantó salpicarle a carita con mis jugos, mientras yo acababa como una perra, y ella mordía mi bombacha!
Lurdes se dio una ducha bajo mi consentimiento, mientras yo pensaba que tal vez al salir del baño pudiera optar por renunciar por mi morbo inmanejable. Esta vez fui demasiado lejos! Tenía que explicarle a mi marido algo, o acusarla por alguna cosa menor si ella se iba de casa. Pero las semanas pasaban, y ella seguía siempre puntual, fiel y eficiente, por más que mi lujuria también se mostraba intacta. Además, sabía de sobra que sus necesidades estaban por encima de muchos valores para ella.
Me fascinaba hacerla pasar vergüenza delante de los amigos de Mateo. Una vez le pedí que les muestre las tetas para que las comparen con las de sus compañeritas de escuela. Todos se babosearon. Lo menos que le dijeron fue que estaba perrísima!
Algunas veces le pedía que le lleve el diario o el desayuno a mi esposo con las tetas medio salidas del corpiño, y cuando regresaba le preguntaba si le había mirado el bulto. Una vez se atrevió a decir: ¡Si la tiene como su hijo, debe ser linda poronga! ¿No?
Por dentro me prendía fuego al escucharla. Aunque le di una cachetada por desubicada. Pero enseguida, presa de una lujuria que no tenía formas de acallar, le convidé una cereza con mis labios, y entonces aproveché a saborear su lengua como pocas veces lo había logrado con una mujer.
A esa altura era normal que le hiciera un pete debajo de la mesa a Mateo. Solo que una de esas veces Ernesto llegó temprano, justo cuando mi niño estaba relajado viendo fútbol, con la pija en la boca de Lurdes, que no detuvo su mamadita, aún en calzones. En cuanto vio la escena se quedó pálido. No pudo articular palabra. Pero los dos salieron corriendo mientras yo intentaba explicarle que son cosas de adolescentes, que hoy todo es sexo y solo eso. Le dejé en claro que entre ellos no hay nada para aplacar su enojo, y en cuanto lo vi iluminarse otra vez le conté mi sueño.
Creí que se lo iba a tomar como a una de mis boludeces. Sin embargo dijo que si fuese por él le manosearía las tetas todos los días. Lejos de ponerme celosa me lo trancé diciéndole que quería verlo actuar, y que no dude en dejarse mamar la pija por ella, si se presentaba la ocasión.
¡Somos grandes gordo, y nos tenemos confianza! ¿Qué puede pasar si, una noche le pedimos que duerma con nosotros?, le decía con mi mejor voz de gata en celo. Sabía que Ernesto cumplía mis caprichos, y más si éste le concedía algún beneficio.
¡Pero, negra, la pibita le estaba mamando la pija a nuestro hijo!, refunfuñó, sin demasiado éxito, porque yo ya le ponía mis tetas en la cara para que me las chupe. Desde esa tarde, algunas noches cogimos imaginándonos a la pendeja entre nosotros, y él acababa como un condenado cada vez que yo le prometía que le iba a chupar la concha, mientras él le hacía la cola.
Este año le hicimos un asadito para que celebre sus 18 añitos con nosotros. Por desgracia, casi no tenía familia, por lo que siempre nos juraba que nos sentía como tal. Esa noche Ernesto le dio tanta cerveza que todo lo que le preguntabas ella te lo respondía.
Mateo quiso saber si tenía la colita virgen, y ella dijo que no. Yo la reté porque se mandó un flor de eructo, y al cuarto o quinto Ernesto le volcó un vaso de birra en la remera. No le quedó otra que sacársela y quedarse en corpiño. Mateo estaba medio grogui por un porrito que había compartido con Elías, su mejor amigo. Pero ambos se le pegaron como dos moscas, uno a cada lado, y Luly comenzó a pajearlos encima de la ropa, con los ojitos brillantes y los jadeos al rojo vivo. A pesar que lo hacía por debajo de la mesa, era más que obvio por las caritas de bobos que ponían los pibes.
¡Uuuuy, pijas de varones calentitos, qué rico!, se expresó, al tiempo que yo de los nervios estrellaba una copa en el suelo.
¡Bueno bueno! ¿Pero vos te la comés toda? ¿O sos puro bblablá nena?, averiguó Ernesto.
¡Hasta que no me dan la lechita no dejo de mamarla, porque soy re cochina, como la patrona quiere! ¿No doña?, dijo dirigiéndome una mirada tierna.
¡Bueno, sacala Elías, que quiero ver cómo te tira la goma!, dijo Ernesto, y el pibe se apoyó en la mesa para bajarse el pantalón. Lurdes le dio unas 6 o 7 chupaditas a fondo entre que eructaba, tosía, se reía descolocada y pajeaba a Mateo. Pero el pibe no sabía contener su leche precoz, y allí Luly nos enseñó cómo se la tragaba sin reproches.
¡Mateo, llevala al baño y que te haga acabar en las tetas! ¡La verdad, no me interesa verte la pija!, ordenó Ernesto, cada vez más borracho y alegre. Por suerte esa noche los más chiquitos estaban con sus abuelos.
A los minutos Lurdes volvió con el corpiño manchado de semen, tambaleando y con ganas de más. Le pedí que se descalce y que le coma la boca a los mocosos. Como vi que mi esposo se aburría, le pedí a nuestra mucamita que se las chupe a los dos, y a la vez que ella cumplía mis reglas fatales, aprovechando que estaba agachada, le bajé el jean y llamé a Lolo, nuestro perrito para que la huela.
¡Mamalos bien a los pendejos putita, y hacele la paja al perro asquerosa!, pidió Ernesto, que parecía tener tantas perversiones ocultas como yo. Lurdes no solo lo pajeó, sino que hasta le lamió el pito a Lolo, que no deseaba separar su nariz de su culito empapado por sus flujos. ¡La bombacha rota que traía ya no le absorbía más líquidos!
Mateo le cogía la boca y Elías le estrujaba los pechos, cuando Ernesto se incorporaba para ver mejor, y ni bien su hijo volcó su esperma en lo hondo de su garganta, se acercó a Luly para decirle, apenas con palabras legibles: ¡Te espero en mi cuarto putita sucia!
Esa noche el alcohol quiso que Ernesto solo sea capaz de dormir, y Lurdes se fue a su casa apenas terminamos de ordenar el quincho.
En esos tiempos ya era la putita para quien yo quisiera. Una vuelta se quedó a dormir mi hermano Fabián, porque su mujer lo había echado de su casa. Al parecer, se encamó con su mejor amiga. La primer noche nomás le puse perfumito de bebé en las tetas a Luly, le mostré 500 pesos y le pedí que fuera a su cuarto en bombacha, que le frote las tetas y la cara en la pija, que lo pajee por debajo de la sábana y lo haga acabar así. Le pedí que ni bien termine con su labor, venga a la cocina para mostrarme las tetas enlechadas. Ese día le saqué unas fotitos, y se las envié por Whatsapp a Irene. Por supuesto, yo siempre le cumplía con el dinero.
Un sábado, apenas concluyó con la limpieza de los vidrios, la senté en la mesa y le saqué el pantalón. Sabía que Aldo y Pedro, dos amigos de Ernesto estaban al caer. No podía moverse hasta que eso sucediera. Entretanto yo le hacía masajitos en la conchita, le lamía el cuello y le pegaba cada vez que su olor a pis me sacaba de quicio. Le vendé los ojos con un pañuelo, y apenas llegaron los hombres, la hice gatear por todo el living. La pobre se chocaba con lo que encontraba, hasta que dio con la pija de Pedro y se la metió en la boca de una. Mi marido quería que sus amigos la conozcan. Me lo había dado a entender varias veces. Por lo que ni bien entraron al living se bajaron los pantalones. Aldo se le ubicó detrás para ensartarle la pija en esa vagina desprejuiciada. La bombeaba rápido y cortito, haciendo chocar con brusquedad su cabeza contra el pubis de Pedro, al que por poco le mordía el pito.
¡Quiero que se la cojan y se diviertan con esta sirvientita calentona, y que la llenen de leche!, les instruí cuando ahora los dos la forzaban a petearlos contra la pared. Se mataban de risa cuando yo le preguntaba si tenían mucho olor a bolas o a culo cuando ellos se daban la vuelta para que ella se los limpie con la lengua. Pero en lo mejor de la peteada de nuestra esclavita, llegó Ernesto, temprano una vez más, justo cuando ella les lamía los escrotos y los pajeaba. De todos modos, como ella seguía cegada por la venda, yo le hice gestos a mi marido para que no hable y se la meta derechito en la boca, y de prepo.
Aguantó a que Pedro y Aldo le acaben en las tetas y la acorraló contra la misma pared para invadirle la garganta con su carne de macho, y ella le sacó hasta la última gotita de semen, en menos de dos minutos. Apenas mi marido le destapó los ojos le ordenó que se vista así como estaba, y que salga a barrer las hojas de la vereda.
Empecé a pagarle casi el doble para que todas las mañanas le chupe la pija a Mateo antes de que se vaya al cole, para que espere el colectivo que la llevaba a su casa con la calcita rota en la cola y sin corpiño, para que baldee el patio desnuda sabiendo que los vecinos la acechan con la mirada, y hasta para que me chupe la concha cuando se me antojaba. La primera vez que lo hizo ella estaba lavando los platos, y yo reunida con dos amigas en el living, aplastadas en el sillón. Estábamos por preparar licuado. Pero antes les hice un gesto de complicidad a Natalia y a Liliana, y la llamé. Lurdes vino enseguida con su culo apretadito, y se lo pedí, como si le estuviese pidiendo que saque la basura, o levante la mesa: ¡Lulita, arrodillate entre mis piernas, correme la bombacha y comeme la concha!
Las chicas celebraban mi pedido con grititos eufóricos, mientras Lurdes permanecía tiesa, debatiéndose entre obedecer o mandarme al diablo.
¡Dale guacha, si sos re chanchita! ¡Si querés te pago el triple!, la presioné. Ahí no tuvo otra que aceptar. Sus labios entraron incluso en mi sexo en un besuqueo lento y pausado, su lengua se fundía entre los jugos que mi propia ansiedad generaba, y mis gemidos no podían apaciguarse. Liliana y Nati miraban asombradas, riéndose como buscando la forma de que no fuera real todo lo que les decía mientras los chupones de esa zorrita me llevaban inexorablemente a un orgasmo letal.
¡No saben cómo le come la pijita a Mateo! ¡Y cómo le gusta que le toquen la cola los amigos de Ernesto! ¡A él también le hace petes la cochina, y a mi hermano lo pajea! ¡Hasta la hice coger con el sodero! ¡Y una vuelta, la hicimos que le chupe el pito a Lolo, nuestro perro! ¿No cierto bebé?, la exponía una vez más. Ni yo supe cómo frenar tantas confesiones.
¿Así está bien señora? ¿Se la chupo más? ¿Alguna de ellas querrá?, preguntó su inocencia, y desde allí su lengua entró y salió de mi hueco sin control, sus dientes me hacían dar saltitos en el sillón, su babita mojaba mi culo como los flujos que se me acumulaban y mis piernas eran más fuertes cada vez para que su cabeza no intente fugarse de mi sexo. Hasta le hice tomar leche de mis tetas para que la vierta en mi concha! De paso le di flor de cachetada por insinuar que mis amigas, quizás querrían de su servicio, y Lili se acercó a consolarla, con un beso en uno de sus hombros. Le acabé en la boquita a mi nena, y aquel día hasta aullaba de placer viendo a mis amigas tomadas de la mano, seguro que con terribles ganas de coger.
¡Chicas! ¿Ninguna quiere que mi Lulita le coma un poquito la concha? ¡Ahora se las ofrezco yo! ¡Ella es mi juguete, y solo mío!, les pregunté, y las dos se me ofendieron. Al menos de la boca para afuera.
Pero la noche en que la encontré peteando a Ernesto en mi cama, todo se nos fue de las manos, como un derrumbe catastrófico. Yo me hacía la enojada, y mientras no le dejaba soltar la pija le pegaba en el culo con un cinturón, la desnudaba con violencia, le escupía la cara, la manoteaba del pelo para besarla en la boca frenética y le mordía las nalgas pajeándola con un desodorante. Estaba desatada, inexpresiva y violenta. Por eso le pedí a los gritos que se le suba a Ernesto y que se lo coja. Mientras su cuerpito saltaba embriagado en sudor yo le comía las tetas, y ella degustaba mi bombacha, o el bóxer de Ernesto, además de soportar mis pellizcones. No hubo forma de evitarlo. Ernesto eyaculó adentro de esa conchita sucia! Ahí recordé que no toma pastillas. Eso me desencajó. La arrodillé en la cama para obligarla a comernos la concha y la pija a los dos que estábamos de pie frente a ella, y en cuanto él volvió a tenerla más dura que antes le pedí que le haga el culo en esa posición, mientras yo la sostenía. No fui nada clemente con ella. Primero yo le chupé la concha para saborear el semen de Ernesto mezclado con sus jugos de nenita, y luego él le empezó a colocar su estaca en ese culito sudado y dilatado. Le costó que entrara con facilidad, pero pronto se acompasaban lentamente. Ella gritando de dolor, incluso por mis mordidas a sus pezones, y el chocho de alegría, cada vez más adentro de ella.
¡Callate basura, que vas a despertar a mis hijos! ¡Cómo te entra perra, culito cagado!, le decía mi marido, al borde de una locura que le desconocía.
¡Dale puta, gozá, culeá así mami, que yo no voy a dejar que te caigas! ¡Así que vos gemí, mojate toda! ¡Y vos rompele el orto papi, dale, cogela bien, hacela tu putona, como a las borreguitas que te cogés en el camión hasta dejarlas preñadas!, alentaba a mi marido envalentonada, hasta que el ritmo fue tan intenso que pronto la dejé caer al suelo con él encima, que no paraba de culearla. Ella se meó de repente, tal vez por la conmoción de no poder soportar tremenda pija en su culito. Le sangraba un poco la frente porque se había pegado con una mesita y lloraba pidiendo mi ayuda. Pero no la socorrí. Observaba las envestidas de Ernesto en ese culo servicial, y me gustaba que la fuese arrastrando por el piso, sin frenar el ritmo ni la rudeza con la que le metía los dedos en la boca luego de sacarlos de su vagina. Yo no paraba de tocarme. Pero en cuanto acabé sentí que el peso de la ley podría caer sobre nuestro hogar si esta mugrienta nos denunciaba, mientras mi esposo le daba la lechita en la boca.
Lurdes sigue trabajando en casa, hoy embarazada de 8 meses de Ernesto, o tal vez de Mateo. Todos vivimos bajo el mismo techo, y juntos seguimos sometiendo a la chiquita, aunque bajo algunos cuidados. Yo decidí que Luly viva con nosotros. Así que, ella siempre se muestra agradecida por la camita que le armamos en el lavadero, donde dos por tres tiene permisos para hacerle algún pete a Mateo, a Ernesto, o a mi hermano. Cuando me enteré que Ernesto me ponía los cuernos con mi hermana, preferí preservar la armonía del hogar y nuestros secretos a echarlo de casa.
Mañana Luly cumple 20 años, y todavía no hemos pensado en su regalo. Igual, ella está contenta, porque le sigo pagando para que le saque las ganitas al pito de Mateo adelante mío, para que almuerce desnuda cuando estamos solas y necesito tocarme, para que se deje manosear por mi hermano, para que le chupe la pija a Mario, que es el que nos arregla el jardín, para que provoque a los amigos de mi marido, y para que se voltee a Elías.
¡Pero no se imaginan lo que nos calienta a Ernesto y a mí saber que en su vientre se gesta la semilla de la perversión más absoluta, desprejuiciada y promiscua! No nos importa que ella consienta o no nuestras fantasías prohibidas. Hoy está más gordita, más sensible, tetona, con algunas náuseas y mareos. Aunque por lo visto, sus antojos más recurrentes son las chanchaditas sexuales. Incluso hoy disfruta mucho pajeando y lamiéndole la pija a nuestro legendario perro. También descubrió que le fascina hacerlo por el culo, cosa que le pide a Ernesto casi todos los sábados ni bien llega de la ruta, y él la complace mientras yo me lleno con sus pezones y los jugos de su conchita. Nos mata de placer verla preñada, fácil, sucia y con carita de haceme tuya cuando quiere sexo! Fin
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