Entre sábanas

Sergio: 20 años, de Quilmes…

Cuando tenía 13 años, todo lo que esperaba era la noche. Sabía que durante el día, y con la casa llena de gente, mi privacidad era nula. Por eso, le robaba algunas cosas a mi hermana mayor, con todo el sigilo y la vergüenza que podía, y después de darnos las buenas noches con mis padres, subía repleto de temblores a mi cuarto. Me desvestía en silencio, apagaba la luz y me sentaba en la cama. Me tomaba un tiempo para oler la bombacha de mi hermana, y a veces el corpiño. Luego, con el pito duro y levemente mojado por lo que se avecinaba, me ponía el corpiño, y me metía entre las sábanas. Allí me colocaba unas medias finas, habitualmente unas color piel, luego la bombacha, que casi siempre era una tanguita roja o celeste, y entonces le daba rienda suelta a mi show. Empezaba por hablarme como una nenita.

¡Qué linda que estás chiquita! ¡Te queda re sexy la bombachita de tu hermana! ¿Querés llenarla de lechita, no puta?, me decía. Al ratito comenzaba a tocar mi cuerpo, a acariciarlo primero con las yemas de mis dedos para sentir cada latido de mi propia emoción. Como estaba boca arriba, juntaba las plantas de los pies, de modo que las rodillas me quedaban una a cada lado de la cama, y me rozaba el pito sobre la delicada tela de la tanguita. Al mismo tiempo disfrutaba del contacto de mi ano con la parte de atrás de la bombachita, y entonces, las cosquillas y escalofríos se intensificaban. Me apretaba el pito, y traía la voz de otro protagonista a la soledad de la noche.

¿Querés meterte un dedito nena? ¿Querés una pija en la boca? ¿Nunca te dijeron que tenés una colita de nena infernal? ¿Por qué no me decís que te gusto, y te muestro la verga en el baño de la escuela? ¡Tendrías que ir un día con esta bombachita metida en el orto!, me decía agravando la voz, buscando imitar la de Gabriel, el chico que, por alguna razón me hacía sentir cosas raras. Tantas ganas de pegarle y gritarle de todo como de verlo con un bóxer ajustado. Él era tres años mayor que yo, y siempre fue de pelearse con los más chicos por cualquier boludez.

¡Ay, no, salí tarado, dejame en paz, que yo no soy una nenita! ¡Vos sos un atrevido nene! ¿No ves que tengo pito, igual que vos? ¡Además, deberías ir a tu casa, y dejarme solita!, decía luego, volviendo a la voz de nena ilusa, aterrada y confundida, mientras me rozaba el ano con un dedo, y me escupía la otra mano para sobarme el pito y los huevos, sin correrme la bombacha. A eso le sumaba la fricción de alguno de mis talones contra mi agujerito, para lo que debía abrirme las nalgas un poco. La bombacha de mi hermana se humedecía con mi sudor y mi presemen, y otro de mis dedos comprobaba que los pezones se me ponían duros y tensos. Me los apretaba y pellizcaba, incluso sintiendo un dolor que me obligaba a gemir.

¡Así bebé, tocate para mí, dale que te estoy mirando, y se me está parando la pija! ¡Para que sepas, no estás solito en esta pieza guachito! ¡Dale, metete un dedo en el culo nenita sucia!, salía una vez más la voz de Gabriel de mi boca, y entonces me acomodaba con la cola para arriba. Ahora, con la cabeza sobre la almohada, agitado y totalmente abandonado a las ganas de darme placer, comenzaba a frotar mi pija contra el colchón, y mis manos estiraban los elásticos del costado de la tanga para que me presionen los huevos, y especialmente para que me roce el culo. Yo mismo me cacheteaba las nalgas, me las abría y comprobaba que lo tenía caliente, listo para meterme un dedo. Me encantaba hacerlo primero sobre la tela. Luego, cuando sentía que la sábana de abajo se empapaba de mis líquidos previos a la acabada, introducía primero una falange, y ahogaba el primer gritito.

¡No taradoooo, salíiii, dejame neneee!, le decía a mi acompañante imaginario, mientras poco a poco la segunda falange era testigo del calor y la humedad de mi culo. La cama se golpeaba contra la pared, y mi glande ardía por escupir leche. Entonces, perdía el hilo de la historia cuando todo mi dedo mayor era flagelado por la presión de mi culo. Ahí empezaba a pedirle a Gabriel que me coja, que me muerda la boca, que me escupa y apriete las tetas, que me toque el pito y me lo retuerza, que me diga al oído que soy una putita sucia, y que no pare de penetrarme la cola. El zumbido en mi cerebro aumentaba, al igual que mis palpitaciones y el sudor que bañaba mi cuerpo. Entonces, me quitaba el corpiño a la fuerza, volvía a ponerme boca arriba, y sin retirar mi dedo del incendio de mi culo, comenzaba a frotarme el corpiño en la verga, luego de haberlo escupido varias veces. Allí, con los talones separándome las nalgas y el cuerpo cubierto de espasmos, experimentaba las mejores acabadas que hasta hoy en día no pude volver a repetir. Ese enchastre de mi leche en la bombacha y el corpiño de mi hermana, empapándome hasta el pecho de tanta cantidad, las sábanas transpiradas, y todas las hormiguitas que me dejaba revoloteando en la cola, todo eso no tenía un precio para mí. Apenas Gabriel y la nena se esfumaban, el ruido de la calle volvía a ser audible en mis sentidos, y el bombeo de mi corazón se atenuaba, tenía que ponerme a pensar en lavar la ropita de mi hermana para luego devolverla al cesto de donde la había robado, o a sus cajones. ¡Y aquello no podía esperar a mañana!

 

Mariel: 23 años, de San Miguel…

De repente un día me atreví. Estaba llena de curiosidades. Pero no podía dejar de pensar en los videos que había visto. Por eso, cuando tenía 14 años, supe que era el momento. Todavía no había estado con ningún chico sexualmente, y eso me llevaba a masturbarme casi todas las siestas que podía. Hasta que, una de ellas, un viernes lluvioso de invierno, invité a mi perrito Dami a dormir conmigo. Siempre lo hacía. Pero esta vez quería jugar con él, de una forma un poco más intima, aunque no tenía idea en cómo iba a terminar eso. Dami era un perrito común. Negro con manchitas blancas en las patas, orejas pequeñas, un hocico algo prominente para su carita, y bastante juguetón. En invierno dormía mucho. Le gustaba acurrucarse bajo las frazadas, ladrarles a todos los desconocidos que entraban a casa, y morderle las ojotas a mi viejo. Pero conmigo era un dulce, tierno y obediente. Sin embargo, esa siesta, después que se subió a mi cama, y sentí su hocico frío en una de mis piernas, puesto que ya me había metido bajo las sábanas, en remera y bombacha, sentí un escalofrío voraz. Para colmo, Dami me lamió una rodilla, jadeando y moviendo la colita como siempre que yo le permitía acompañarme. De pronto, aprovechando mi dificultad para entender lo que me pasaba, Dami descendió hasta los pies de mi cama, y empezó a morderme una media. Me hizo reír. Le hablé como siempre para que no se le ocurra rompérmela, mientras yo misma me las quitaba. Entonces, su lengua lamió mis pies, y algo estremecedor me endureció los pezones. Quise apretarme las tetas, mientras Dami me olía y lamía los pies. Yo se los movía y pataleaba en la cama para que me los atrape, jadeando suavecito. Me ladró dos veces, y entonces le froté los pies en la carita, para que no deje de olérmelos, y entretanto jugueteo, llegué a tocarle el pito. Eso volvió a sacudirme por dentro.

¡Así bebito, qué lindo pitito tenés Dami! ¿Te gustaría metérselo a una perrita alzada? ¿Por eso siempre te lamés el pito bebé? ¿Para que las perritas te miren? ¡Así, lameme las patas perrito hermoso!, le decía, totalmente desconectada de la realidad, mientras me reía por las cosquillas, temblaba al saber que lo que hacía estaba prohibido, y le acariciaba el pito a Dami. No me dio asco, ni me causó impresión hacerlo. Recordé el último video que mi amiga Georgina me mostró en el baño del colegio. Una rubia se ponía algo dulce en la vagina para que su labrador de aspecto temible comience a olisquearla, y seguido de eso, a lamerla con devoción. La rubia empezaba a gemir, a presionarle la cabeza a su mascota, y a exigirle que no pare de comer, lamer, oler y babearle la concha. Supongo que ese recuerdo me condujo a chasquear los dedos, para poco a poco dirigir el olfato de Dami a mi sexo. Me estiré la bombacha hacia arriba, para que la parte de atrás se me entierre en el culo, y la de adelante se moje con todo lo que ya brotaba de mi vagina, y pegué su hocico a mi entrepierna. El solo roce de su jadeo entrecortado me hizo gemir.

¿Tengo olor a perra Dami? ¿Eeee? ¿Querés que te toque la pija cochino? ¡Dale, rompeme la bombacha con los dientes, oleme toda, lameme la concha nene!, le decía, cada vez mas asfixiada bajo las sábanas y frazadas, sintiendo que una fiebre letal subía por mi esófago y me quemaba los labios. Pronto lo subí sobre mi pecho y le puse mis tetas en la trompa. No pareció muy interesado en ellas. Aunque, apenas soltó unas gotas de su saliva canina, busqué su lengüita con la mía en la oscuridad, y me la metí en la boca para succionarla y saborearla, al mismo tiempo que le tocaba el pito, sujetándolo a mi cuerpo. Supongo que en ese momento había más grados bajo mis sábanas que en el mismísimo infierno. Apenas mi boca expulsó su lengua, Dami me lamió la cara, mientras yo me bajaba un poco la bombacha, y casi sin proponérmelo, volvía a incitar a mi bebito para que ahora se sirva de mi vagina desnuda. Esta vez, quizás porque yo seguía estimulando su pene finito como una aguja de tejer, su olfato y lengua comenzaban a llenarme la chuchi de saliva, cosquillas, lamidas, sismos incomprensibles y gemidos atragantados. Yo misma me abría los labios de la concha para que su lengua profundice lo que le apeteciera, y me volvía loca saber que sus patas se le enredaban en mi bombacha empapada, la que todavía pendía de mis rodillas. Además, el centro de su pene se convertía en una bola consistente, pequeña y cada vez más caliente. Claro que no era como la que tenía aquel labrador del video que vi. Sin embargo, ahora Dami parecía interesado en mi olor a sexo, porque pronto sus patas empezaron a aprisionar una de mis piernas, a rasguñarme y friccionarse, sin que su carita se despegue de mi vagina. Por otro lado, mis dedos le hacían daño a mis tetas por la forma en la que me las sobaba, y me retorcía los pezones con una furia incontenible. Quería gritar, meterme esa pija de cachorrito en la concha, hacerme pis encima, volver a comerle esa lengüita, mientras él seguía fregando su pene sobre mi pierna, la que ya me ardía de tantos arañazos, patadas y restos de sudores compartidos. Entonces, de pronto me senté en la cama, y sabiendo que me faltaba poco para acabar como una perra, pegué la trompa de Dami a mi vagina, y mientras me frotaba el clítoris, revolvía mis flujos con otros dedos y le pedía todo el tiempo: ¡Comeme bebé, así, comeme toda, sacame la lechita, soy tu perra Dami, asíiii, oleme así perrito, dale que te voy a hacer pipí en la carita!, un orgasmo sofocante, malicioso, perverso y desconocido me arrancaba los huesos de la carne, me ahogaba de obsesiones y me obligaba a escupirme toda. Al mismo tiempo, una catarata de jugos vaginales empapaba mis sábanas, y mi clítoris parecía electrocutarme desde la punta del pelo hasta la columna vertebral, siguiendo por mis rodillas hasta las plantas de mis pies. Entonces, en el exacto momento que recojo mi bombacha de mis tobillos, descubro que no puedo evitar hacerme pis en la cama, mientras el pegote que Dami me había dejado en la pierna me hacía la piel cada vez más tirante. Además, a la vez que la consciencia volvía a mi cuerpo, se me revelaba la ausencia de Dami.

¡Qué perro de mierda! ¡No lo subo nuca más a mi cama! ¡Me meó toda el cochino! ¡Rajá de acá guacho de mierda, que me measte toda la cama!, empecé a gritar histérica, para que mi madre me escuche desde la cocina. Entretanto Dami salía corriendo por la puerta abierta de mi pieza, atropellado y todo impregnado de lo que acabábamos de hacer. De esa forma cubría mis huellas, ocultaba mis verdaderas revelaciones, y no me ligaba tal vez el peor de los castigos que merecía. Sin embargo, desde ese día no pude parar de pedirle a Dami, y a todos los perritos que pude, que conozcan mi esencia, mis olores, los sabores de mi vulva, la tersura de mis tetas, y el calor de mi boquita. Todavía no me animo a dejarme coger por un perro grande, como muchas veces me recomendó Georgina. Ella sí que sabe cómo hacerlo. Pero hoy no somos amigas, y yo debo resolver mis propios miedos solita. De momento, por ahora me entretengo con los cachorritos.

 

María Elena: 64 años, de Avellaneda…

Digamos que Juan Pablo siempre fue mi nieto preferido. Era el único que idolatraba mis sopas de verdura, me ayudaba con el jardín, me llevaba el apunte con el reciclaje, y se quedaba algún que otro fin de semana a dormir en casa. Él casi no conoció a su abuelo, ya que mi marido tuvo un infarto hace más de 20 años. Yo jamás rehíce mi vida sentimental, en parte porque jamás lo precisé. Además, siempre tuve el amor de mi nieto, su complicidad, su niñez y juventud, sus primeros despertares y erecciones. Hoy, mi Juampi tiene 19 años, y se puso de novio con una chica de la facultad. Pero, a pesar de todo, no deja de ser cariñoso con su abuelita. Él, al igual que yo, estoy segura que atesora las siestas o noches que jugábamos bajo mis sábanas.

La primera vez, fue cuando él tenía 12 añitos. Yo había llevado helado a la cama, y le prometí contarle un cuento de chicas desnudas. Era la primera vez que hablábamos de eso, y todo porque una tarde, sin querer había visto a una de sus primas secándose a la orilla de la piscina, apenas con la bombachita de la maya. Según él, tenía unas tetas re lindas. Recuerdo que eso fue como una gota de combustible en el incendio de mi concha.

¡Bueno Juampi, pero no debiste quedarte a mirarla! ¡Las tetas de tu prima, digamos que, no son para que su primo se las mire!, le había dicho, sin evitar una sonrisa complaciente. Al rato, mientras él se comía el postrecito sentado en mi cama de dos plazas, yo le contaba que dos chicas se bañaban desnudas en el río, y que una era más culona que la otra. En realidad, se trataba de una sirena y de una chica bastante fea. Ambas buscaban un tesoro oculto en el agua, pero como era invisible, debían nadar hasta encontrarlo, ya que éste era corpóreo.

¡Abue, pero, contame cómo tenían las tetas! ¿La sirena, tenía la cola paradita, como mi prima Paola? ¡Dale abue, decime si alguna de las dos quería besar a un chico!, me preguntaba curioso, expectante y con la boca sucia de helado. Esa vez, recuerdo que le pasé un dedo por los labios, y se lo hice chupar, diciéndole: ¡Abrí la boquita chancho, y aprendé a comer, antes de preguntar por la cola y las tetas de las nenas!

Él se sonrojó, y al ratito terminé apagando la luz para que se recueste a mi lado.

¡Dale, dormí la siesta hijito, que cuando nos levantemos, vamos a regar! ¿Querés?, le dije, sabiendo que me asaltaría con otra pregunta. Era obvio que quería saber todo acerca de la desnudez de las chicas, y eso me ponía como una perra calentona. Entonces, al cabo de unos largos minutos, noté que Juampi se movía inquieto en la cama, y que suspiraba con un extraño palpitar. No quise hablarle. Poco a poco fui llevando una de mis manos a su abdomen por debajo de la sábana, y en cuanto se lo toqué, su cuerpo tembló como si un tiritar lo sorprendiera. Sabía que no estaba dormido, y que a su vez fingía, para que no lo regañe tal vez. Así que seguí bajando con mi mano hasta su vientre, y me encontré con que su slip de nene no cubría su pene. Además, de repente se quedó inmóvil, con su manito encima de su pitito parado.

¿Qué te pasa chiquitín? ¿Por qué te bajaste el calzoncillo?, le pregunté, apenas en un susurro. No quería interrumpir al silencio privado que nos envolvía. Pero como no respondió, me acerqué a su oído,  y mientras le agarraba la manito con la que se tocaba para olerla le decía: ¿Pensabas en chicas desnudas? ¿Tenés curiosidad por saber cómo es la vagina de una chica? ¿Te gustaría saber lo qe es, o cómo se siente el beso de una mujer en tu pitito?

Acto seguido, como él seguía sin responderme, oculté mi cara bajo las sábanas, y empecé a llenarle el pecho, la pancita y las piernas con besos ruidosos, otros más húmedos, y algunos un poco más lacerantes. Veía cómo la piel le quedaba marcada por mis labios y mi saliva caliente. De inmediato su olor a nene empezaba a excitarme por completo. Cuando llegué a su pubis totalmente lampiño, primero lamí y olí su calzoncillito, cuyas gotitas de pis se apiñaban en la partecita de adelante. Después, lo escuché reírse por el contacto de mi pelo enrulado contra sus piernas y sus huevitos. Agarré su pene con mis manos, me lo pegué a la nariz para olerlo, y después le pasé la lengua desde el inicio de su tronco hasta su cabecita. Ya la tenía mojada con una cremita que no era pis, ni presemen, ni lechita. Además, al contacto del calor de mi lengua, se le endureció un poco más, y entonces lo oí gemir.

¿Te gusta lo que te hace tu abuelita bebé? ¡Es re lindo el pito de mi nietito! ¡Y cuando seas un hombrecito, se te va a poner más durito, como a las chicas les gusta!, le decía, y él se reía porque nuevamente empezaba a besuquearle la barriga. Mientras tanto, le quitaba el calzoncillo para tirarlo al suelo, y le acariciaba el pito y los huevos con toda la palma de mi mano, luego de ensalivarla toda. Entonces, de repente mi nieto tuvo un temblor repentino, sus piernas se doblaron un poco, y al tiempo que sus labios emitían un gemidito como el de una nena, de la puntita de su pene fluyó un chorro de semen imperfecto, al que le siguieron unas gotas de pichí. Supe que si en ese momento cometía cualquier locura, el hechizo entre nosotros se rompería. Por lo tanto, recogí su calzoncillo del suelo y traté de ponérselo.

¡Dale, no seas vago Juampi, levantame la cola así te puedo poner el calzoncillo, y nos dormimos un ratito!, le decía, una vez que ya iba a la altura de sus rodillas, y él se reía entre nervioso y asustado. Entonces, cuando al fin terminé de hacerlo me acosté a su lado, poniendo entre mis manos la suya tan pequeña y húmeda, con la que antes se estaba tocando el pito.

¡Tranquilo Juampi, que es normal lo que te pasa! ¡Se te pone duro el pito cuando hablamos de nenas, porque, a vos te gustan las chicas, y solo eso! ¡Y, a mí no me molesta que te toques bebé!, le dije, mientras me llevaba su manito a la cara para olerla. ¡No podía dejar de hacerlo! Desde esa siesta, todas las veces que Juampi dormía a mi lado, yo esperaba a que se duerma para meter mi cabeza bajo las sábanas, correrle el calzoncillito y lamerle el pito. La última vez que lo hice fue cuando él tenía 14, y a esa altura su semen era abundante, delicioso, caliente y dulzón, ya que se la pasaba comiendo golosinas. Su pene también había cambiado, y entonces, él dejaba que me lo metiera en la boca, que se lo succionara, lamiera, comiese a mordiscones, que lo lleve a mi garganta, y que en varias ocasiones me lo refriegue contra las tetas. Él jamás me veía desnuda. Un par de veces, yo misma le puse películas porno para que se deleite con las chicas desnudas, mientras yo, oculta bajo mis sábanas me apropiaba una y otra vez de su semen caliente. Recuerdo que una siesta mi nietito me dio cuatro buenas porciones de lechita de macho alzado, y yo se lo agradecí con un sabroso pollo al horno con papas a la crema.

¡Qué rica pija tenés hijito, sos un cachorrito delicioso! ¡Procurá que tus primas no te la vean, porque la van a querer toda adentro de sus conchitas! ¡Yo sé lo putonas que se vuelven las mujeres por un pito mi negrito!, le dije la última vez que se la chupé. Esa vez me acabó en las tetas. Sabía que luego de esa tarde no lo volvería a ver, al menos por un largo tiempo, ya que sus padres y sus hermanos se mudaban a la costa. Pero mi Juampi, lleva en su piel, sus recuerdos y en sus oídos cada suspiro que su pija hermosa fue capaz de regalarme. Yo jamás voy a olvidarme del olor a pichí de sus calzoncillitos de nene, ni el sabor de su lechita, la que se ponía más caliente si yo le contaba un cuentito de nenas desnudas.     Fin

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