Realmente, tanto para mis hermanos como para mí era imposible estar cerca de Bianca sin manosearla, mirarle el culo o decirle alguna cochinada con doble sentido. Si bien, nuestra hermana de 15 años es bastante machoncita, algo tenía que todos los pibes le andaban atrás como moscas en celo. Seguro que sabía cómo calentarles la pija a los guachos, a pesar de que a veces pasaba una semana sin bañarse.
Pero para nosotros nuestra hermana era uno más. Tal vez lo que se nos salía de contexto, era que la loca no se ponía de novio con nadie. ¡Encima es preciosa la pendeja! Morocha, ojos grandes color verdes, el pelo lacio hasta la cola, carita de pícara, y dueña de una sonrisa contagiosa y de cierta sensualidad cuando baila.
Yo soy el mayor de los 4 con 22. Me sigue Mauro con 18, después viene ella, y el último con 13 es Daniel. Según mi viejo, el flacucho es producto de una reconciliación, y siempre se lo echa en cara cuando trae malas calificaciones del colegio.
Me tocó estar a cargo de ellos desde que asumí que no me quedaba otra si quería plata para bolichear, ya que estudio administración de empresas, y no trabajo.
Un mediodía encontré a Bianca chupándole la pija a un vecinito medio rebelde en el patio de casa. Se la perdoné y no se lo dije a mi madre. Cuando podía la apañaba. A los varones los chantajeaba con no buchonearlos, a cambio de pequeños favores, como el de comprarme cigarrillos o lo que necesitara. A ella, solo una noche en la que llegué del cheboli medio picoteado, le pedí que me apriete la pija sobre el bóxer, ni bien me acosté en la cama. Fue porque, cuando entré a mi pieza, la desubicada se la estaba mamando de lo lindo a un compañero de la escuela. Por supuesto, el pibito en cuanto me vio se fue como rata por tirante, aunque llegó a darle la lechita en la boca de igual modo, de acuerdo a mis instrucciones. Bianca me pajeó sobre el bóxer mientras me suplicaba que no cuente nada, hasta que estuve a punto de venirme en seco. Ahí le saqué la mano y la eché de mi pieza, al tiempo que me acababa todo encima. No tenía intenciones de propasarme con ella. Tal vez porque siempre habíamos sido hermanos, y verla en diferentes peleas con otros guachos, o mirando películas de autos, me daba la sensación que solo le faltaba tener pito.
Igual, es una nena rara. Le gusta treparse a los árboles, hacer pis en el pastito del patio del fondo, jugar a la play, a la pelota y a las carreras en bici. Le encanta ensuciarse con lo que sea, pero especialmente con barro. Es re mal hablada, odia la escuela, aunque su nombre está inscripto en todos los líos o peleas escolares, y es el desorden en persona, incluso para vestirse.
En el verano nos cansábamos de verla en calzones casi todo el día, y desde chiquita. ¡No se imaginan lo que era soportar el desarrollo de sus pechos y su cola! Encima, mami no le decía nada, y el viejo casi no está en casa por pasársela laburando en los camiones.
Ayer justamente le pedimos que se tape un poco, porque no podíamos más. Además iban a llegar unos amigos de Dana en cualquier momento. Esa tarde, mientras miraba la tele tomando mates, dijo bajito: ¡Y ya que andan calentitos, ¿Por qué no se hacen una paja adelante mío, los tres?! ¡A vos Dani, te vi mirándome las gomas con una manito en las bolas!, y sonrió desfachatada.
No sé qué nos pasó. Quizás ayudó que Mauro y yo estábamos re locos por dos fasos que compartimos en la esquina. Yo recordé que una noche dormí con ella cuando le presté mi cama a una tía que se quedó, y se me paró la pija como un resorte, pensando en todo lo que pude haberme pajeado mirándole la. cola. En ese instante Mauro abría la heladera, y Dani intentaba disimular su calentura mirando a la pared. ¡Yo lo había visto tocarse la pija, y la tenía re parada el nene!
Ella se levantó a darle un mate. Le manoteó el pedazo y le chuponeó el cuello susurrándole: ¡Mirá cómo la tenés de dura pendejito!
Yo me senté a la mesa para que no se me note la carpa en el short de tela liviana que traía, y a cambiar canales como un tarado.
De repente ella estaba agachada con la verga de Dani en la mano. La olía apenas acercándole la lengua, se la sacudía como para que le crezca más, y hacía ruiditos cuando le subía y bajaba el cuero. Hasta que el guachito pijón murmuró que necesitaba ir al baño. ¡No podía creer que mi hermano, el malcriado de la familia de mi madre por ser el menor, tuviese tremenda manguera!
Entonces, Mauro con su gula irracional se sentó frente a mí, dispuesto a comerse unas porciones de pizza que sacó de la heladera, y cambió el canal sin preguntarme. En eso Bianca gateó hasta mi pierna izquierda, apoyó su cabeza allí apretándome la puntita de la pija con una mano, ya que con la otra se pegaba en el culo, y me decía: ¿Viste la poronga que tiene el Dani?!
Mauro estaba tan atónito y sin reacción como yo. Cuando Bianca pronunció: ¡no doy más de lo calentita que estoy, y a vos se te pone durita guacho!, sentí que no pude controlarme ni un minuto más.
Me quité el short y le hice fregar la carita en mi bulto sobre mi bóxer. Apenas se puso a mordisquearme la cabecita con un jadeo sutil, dirigí su torso a mi regazo para sentir sus pezones duros en mi carne casi desnuda.
Pronto Mauro estaba en tarlipes, azotándole las nalgas con la chota y las manos, las que ella les paraba pajeándolos con amor, y meneaba con fatalidad.
No sé ni cuándo se desvistió. Entonces, un escalofrío espasmódico me desordenó por completo cuando sentí que su lengua rozaba una y otra vez mi glande, que lo lamía como a un helado y jadeaba sobre su piel entumecida. Ahí la alcé para comerle la boca profunda y desaforadamente, mientras Mauro le chuponeaba los muslos. Nuestras lenguas hacían un concierto sonoro junto a sus gemiditos, y su respiración podía oírse con claridad en la pieza de mis viejos, que casualmente dormían la siesta. Eso me preocupó por un momento.
Pero todo desapareció cuando, entre los dos en un acto de complicidad sin palabras la acostamos boca abajo sobre la mesa, todavía pegoteada por un vaso de gaseosa que se había derramado durante el almuerzo. De esta forma la cerdita se metía muy de a poquito nuestras pijas en la boca, ni bien nos sentamos para manipularle la cabeza, a un lado y al otro. Se colmaba de saliva cuando le cogíamos las mejillas, o cuando se las sacudíamos entre los labios abiertos, o cada vez que alcanzábamos la superficie de su garganta.
Pero Mauro no supo aplacar su estallido seminal hasta contra sus ojos cuando la oyó decir: ¡si me sacan la bombacha, va a ser para cogerme! ¿Me quieren coger? ¿Quieren garcharme toda mis hermanitos?
La cochina le limpió hasta las bolas, mientras el puerco de Mauro se estremecía por tamaña liberación de hormonas en la cara de Bianca.
Dani, que volvió del baño y yo nos sentamos en el sillón, y ella se acomodó en 4 patas arriba de una sillita para petearnos. Juro que nunca antes me habían dolido tanto los huevos, hasta que su boquita comenzó a regalarnos esa lengua, sus lamidas y sorbitos amables, mientras nos convencía de que somos unos alzados de mierda. Nos degustaba las pelotas entre besitos llenos de baba, mocos y cosquillitas. Nos acariciaba y nos hacía desearla más, usando su lengua como una cucharita en la cabecita de nuestros pitos, al tiempo que Mauro le olía la conchita y el orto.
Después le encajó la pija por entre la bombacha, y se le movía como si le estuviese dando masita. Fue muy gracioso el instante en el que la trolita se tragó la lechita de Dani, porque el tarado gemía re agudito, y casi se cae por todo lo que soltó luego de tamaña chupada felina y asquerosa en su boca.
En eso, Mauro se entretenía entrando y saliendo de su vagina con su dedo mayor, haciendo cada vez más evidente la acumulación de sus flujos de hembra. Creo que envalentonado por la lujuria que me clavaba alfileres en los testículos, de repente le ordené: ¡Parate chancha, y bajate la tanga!
Más rápido de lo que me dieron las piernas, me arrodillé para comerle la concha, extasiado por su olor a pendeja salvaje y a pichí. Subía para besarla en la boca, al tiempo que Mauro hacía lo propio con su culito bien formado, con la intención de que pruebe sus mieles perversas, mientras Dani le sacudía las gomas, y la cerdita a su vez nos pajeaba a los tres con una furia incontenible. Hasta me calentaban los choques casuales de mi lengua con la de Mauro cuando la hacíamos mojarse más y más, ya sea cuando recorríamos sus agujeritos, o si se encontraban adentro de su boca.
Entonces, oí a los leones desbocados de mi poca moral, y los interpreté sin cuestionamientos. La volteé boca arriba en el sillón, le separé las piernas para arrodillarme entre ellas y se la calcé en esa conchita jugosa, la que hasta aquí solo había gozado con el pito de Dani la semana anterior. Me enteraba de eso porque los 2 me lo confesaban en el desarrollo de una tarde que no parecía real.
Estuve largos minutos con sus piernas sobre mis hombros, con mi pija clavadita en su flor, y con sus nalgas apretujadas por mis manos, a la vez que Mauro y Dani le deshonraban la campanilla haciéndola petearlos como una puta barata. ¡No se imaginan cómo se me hinchaba la verga sintiendo lo estrechito de esa concha divina, pegajosa, casi sin un pelito, pero cada vez más abierta y húmeda! ¡Y peor cuando pensaba en la posibilidad de que, gracias a nuestra calentura pudiera quedar embarazada!
Además le dolía un poco, porque la mía sí que era una pija erecta y más experimentada al lado de la de mi hermanito.
La guacha se dejaba penetrar como la más rapidita del barrio, y gemía obligándome a no detenerme. Llegué a sacársela cuando mi leche espumosa pugnaba por quemarle las entrañas, y corrí a mis hermanos para pintarle los labios con todo lo que su desnudez generó en mis ratones. Fue después de que le dio unas buenas chupadas, mientras Dani le hacía oler los dedos que le enterraba en el culo. Mauro tenía la pija al palo. Por eso no le dije nada cuando, ni bien la guacha me la dejó limpita, él la acomodó mejor en el sillón para garcharle la almejita, mientras ella peteaba a Daniel, ahogando gemidos y eructos, porque ya se acercaba la hora de levantarse para nuestros padres.
De repente la veo que se la está tragando, poniendo cara de perrita en celo, y unos segundos más tarde el semen de Mauro deliraba en sus nalgas, goteando lentamente. Yo no pude evitar saborearlo cuando le comí esa colita a besos, entretanto ella se ponía el corpiño, buscando su tanga con la mirada, porque justo mami gritó desde su pieza, con la voz adormilada: ¡Chicos, alguien que ponga agua a calentar, que ya vamos! Fin
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