Nacho y Yami

Aquí les presento otro relato intrigante, que tuve el honor de escribir junto a La Gatita Bostera. ¡Esperamos que les guste!


Nacho: La verdad, ni siquiera imaginé que todo aquello podría pasar entre nosotros. Mi hermana y yo nos peleábamos por cualquier cosa, y tal vez, más o menos desde mis 14 o 15 años, empecé a notar que me gustaba cargosearla, molestarla, jugar de manos con ella, esconderle las cosas, o provocar que de sus ojos verdes salgan chispas demoníacas, siempre que yo le insinuaba que era una petera. Empecé a preguntarme por qué me pasaba, y más aún cuando, en ocasiones, a ese gusto por pelearnos por todo, poco a poco se le sumaron las primeras erecciones de mi pija. Hoy que tengo 18, y ella 15, no dejo de pensar que nada me calienta tanto como verla con mi hermanito de un año a upa. Mi madre labura de lunes a viernes como empleada doméstica, cama adentro, para unos ricachones de Recoleta. Por lo que nosotros debíamos cuidar al pequeño Lautaro. No nos quejamos. De momento es lo que hay, y no esperamos que nadie venga a salvarnos de nada. Los tres somos hijos de distintos padres, y, los tres tienen en común el habernos abandonado. Tampoco tenemos rencores por eso. Por suerte, hace unos meses mi madre dejó de prostituirse, gracias a que una amiga le consiguió ese laburito. Además, supongo que debe haberse dado cuenta que ya estaba muy arruinada, y que ya no podía rebajarse más.

Yamila es una morocha de tetas prominentes, un carácter de mierda cuando se levanta muy temprano, y una cola que habitualmente muestra bajo unas calcitas apretadas. Es divertida cuando se toma unos porrones, bastante desordenada con sus cosas, un poco guaranga para dirigirse a los adultos que no le caen bien, y fanática del rock nacional. Tiene el pelo teñido de un rosa extraño, las uñas desprolijas, un arito en la ceja derecha, algunas pequitas en la cara, y un aroma particular en la piel cuando se hace de noche. Sin embargo, cuando se dirige a mí, casi nunca tiene esa vocecita de gata en celo que le conozco, de tanto chusmear sus charlas con algún pibito. Cuando les manda audios por Whatsapp, Pareciera que se los quiere comer por la forma en que les susurra.

Una vez que pasaron dos meses del nacimiento de Lautaro, y del primer día de trabajo de mi madre, todo lo que entre Yamila y yo eran juegos inocentes, luchitas intensas, gritos y reproches, miradas asesinas de culpa o de odio fingido, todo aquello empezó a irse de nuestras manos. Creo que ninguno de los dos supo cómo detenerlo.

¡Sos re desagradecido nene! ¡La próxima, fijate si te conseguís una vieja con plata, o te choreás un banco, o una pizzería! ¡Yo no cocino más!, me gritó la segunda noche que nos quedábamos solos, mientras yo le pedía un poco de mayonesa para ponerle al masacote de arroz que había preparado junto a unas salchichas.

¡Y para que sepas, mami no andaba putoneando! ¡Ella trabajó, para que a vos no te falten los puchos, y vos te la pasás pateando una pelota! ¡Todos saben que sos un perro jugando al fútbol nene! ¡Madurá un poquito idiota!, agregó mientras volvía a sentarse. Yo le había dicho que las dos eran pésimas cocinando arroz, y eso conllevó a una discusión estúpida. Ese día Yamila tenía una musculosa, sin corpiño debajo, y sus tetas resplandecían por la luz de la luna que se colaba por la ventana. Lautaro estaba en sus brazos, y ella lo mecía suavemente hacia los costados para hacerlo dormir. Ella es la única que lo logra, después de mi madre.

¿Qué te pasa tarado? ¿Ahora también me mirás las tetas? ¿Tan necesitado estás de una mina?, me dijo en voz baja tras empinarse un vaso de birra. Yo le tiré la tapita de la mayonesa, y le acerté en la frente. Ella me revoleó un repasador, y yo contraataqué con la tapita de cerveza, la que se perdió entre sus cabellos. Ella se levantó de la silla, después de tirarme un paquete vacío de cigarrillos, y se sentó en la camita vieja que usamos como sillón, con mi hermano en los brazos. Pero, antes que llegue a destino, yo rodeé la mesa para alcanzarla, y tironearle el pantalón cortito que llevaba hacia abajo, regalándole a mis ojos la realidad de sus nalgas preciosas, entre las que se perdía una tanguita celeste. No lo pensé dos veces. Aprovechándome de su aturdimiento, pues, yo nunca le había hecho algo semejante, le tiré un vaso de agua en el culo. Por supuesto que me puteó, y me advirtió que apenas el bebé se duerma, debía pensar dónde esconderme. Juró que me iba a cortar las bolas con una tijera si me le acercaba, mientras yo me retorcía de risa, aunque en silencio. Pero entonces, yo me senté a su lado, sabiendo que no me haría nada con mi hermano en su falda. Ni siquiera sé cómo llegué a eso. Pero, la verdad es que, le acaricié el pelo, le quité la tapita para arrojarla lejos, me pegué a su cuerpo y le comí la boca. Sentía que la pija se me iba a reventar, y que un chorro de líquidos sexuales me refrescaba el bóxer, mientras ella metía su lengua adentro de mi boca. ¡Sí, la guachita correspondió a mi beso, como si verdaderamente lo estuviese esperando!

Yamila: No la voy a caretear. Nadie, nunca me calentó tanto como mi hermano. Desde niñita, todo lo que buscaba era su contacto, sus pellizcos, verlo enojado conmigo. Pero ahora, los jueguitos tontos, los manotazos y peleítas, todo se había salido de control. Ya nada era inocente. Pero todo se fue a la bosta cuando Lauti era bebé. Una palabra llevó a la otra, y después que su vaso de agua impactó de lleno en mi culo, terminé con mi hermano, comiéndonos la boca, mientras yo intentaba que Lauti se duerma en mis brazos. Quise sacármelo de encima. Recuerdo que le mordí un labio, creyendo que me soltaría de una. Pero eso lo puso más loquito. Así que, sin pedirme permiso, se me tiró prácticamente encima, me levantó la remera y se me prendió de las tetas, como si yo fuese una perra, y él un cachorrito hambriento. Fue como estar en el paraíso. Me odié cuando me escuché gemir. Nacho sorbía mis pezones con pasión y desenfreno, y yo no podía controlar más mis brazos para sujetar a mi hermano. Ninguno de todos los pibes a los que les sacaba una platita para sobrevivir me comió las tetas con tanta calentura. Obviamente, Nacho no sabía que yo, con 15 años era la putita de mi curso, del barrio, y de todo aquel que quisiera tirarme unos mangos. Mientras tanto, su saliva empezaba a mojarme la musculosa, y su lengua me arrancaba un suspiro tras otro. ¡En la mañana del día siguiente, tendría que ir a la escuela llena de chupones en las tetas! En eso pensaba, mientras su mano iba a parar al elástico de mi shortcito viejo y estirado, y al mismo tiempo sonaba el timbre. Lautaro ni se despertó. Ya era muy tarde para esperar visitas, y mucho más para vendedores ambulantes.

¿Habrán despedido a la vieja? ¿Cuál se habrá mandado la boluda?, la juzgó mi hermano, casi tan inmóvil como yo. Le dediqué una mirada asesina, y le quedó bien clarito que le tocaba abrir la puerta. Lo hizo, mientras se acomodaba la verga para que no se le note lo parada que se le había puesto por culpa de nuestros chupones, y yo me arreglaba un poco la ropa. Nos quedamos helados al ver que se trataba de Omar, el carnicero del barrio. El olor a alcohol que destilaba su piel, enseguida inundó todo el ambiente. El muy asqueroso venía desesperado a buscar a mi madre. Omar había sido uno de sus clientes más fieles, y gracias a las revolcadas que se pegaban, a la hora que a él se le antojara, nosotros podíamos comer milanesas los sábados o domingos. También, gracias a los favores sexuales de mi madre en su propia carnicería, Nachi pudo disfrutar de un tremendo asadito para sus 18.

Nacho estuvo a punto de irse a las piñas con el viejo. Pero yo le expliqué unas 5 veces que no quería volver a verlo por acá, que mi madre ya no putoneaba, y que si se le ocurría molestarnos otra vez, llamaría a la policía. Entonces, nacho se enfureció aún más cuando el viejo me insinuó que tenía mucha plata, y que podría ser toda mía, si yo le aliviaba un poco sus malestares sexuales.

¡Dale nenita… solo te pido una mamadita, o una sobada en la verga! ¡No sabés cómo me duelen las bolas! ¡La bruja no me quiere hacer nada, y uno necesita descargar!, decía en forma pausada, mientras se acercaba a mí, casi arrastrando los pies. Ahí fue cuando tuve que manotear a Nacho de un brazo para que no arme bardo con el viejo.

¡Basta nene, y dejá, que yo lo pongo en su lugar a este viejo pelotudo! ¿Qué te pensás? ¡Yo me sé defender solita! ¿Sabés idiota? ¡Y usted, salga, que encima de borracho y horrible, va a tener que volver a su casa con un ojo hinchado si sigue rompiendo las bolas!, le dije primero a Nacho, que me miró asombrado, y luego a Omar, mientras yo misma lo empujaba a la calle. Cosa que no me costó tanto, porque el tipo estaba que se caía del pedo que se cargaba.

¡Mañana, a eso de las 12 del mediodía, venga, y lo dejo que se pajee! ¿Le gustan las tetas de una nenita petera? ¡No me conteste ahora! ¡Mañana a las 12, lo espero, que mi hermano no está!, le dije con decisión, antes de cerrarle la puerta en la cara. Sabía que ese decrépito vendría con su billetera. Le vi la carita de feliz cumpleaños que me puso mientras le hablaba. Cuando entré a la casa, mi hermano me fulminó con la mirada, pero no fue capaz de decirme nada. Sin embargo, esa no fue la primera vez que sentí un fuego ardiendo en el interior de mi vagina al mirarlo de pies a cabeza. No sabía si él se daba cuenta.

Al rato miré el reloj de la mesita de luz gastada de la habitación que compartíamos. Eran las 3,30 de la madrugada. No me podía dormir. Veía a mi hermano recostado boca arriba, profundamente dormido, con un tremendo paquete en su entrepierna, cubierto solo con una sábana, y cada recuerdo que aparecía en mi piel me hacía estremecer. Tenía miedo que Lautaro, que dormía conmigo, fuera a despertarse. Por eso no me atreví a colarme los dedos en la chocha como lo necesitaba. Tenía latente la sensación de su lengua en mis labios, y después sorbiéndome los pezones. Recordaba cómo su nariz olía mi piel, cómo sus dedos intentaban violentar el elástico de mi short, y odié al viejo por interrumpirnos. También recordaba que, al menos desde mis 13 años, me dejaba apoyar en el colectivo por sus amigos, con la fantasía y la esperanza de que alguien se lo cuente, o tal vez, deseando que sea su verga la que se deslizaba una y otra vez en mi culito. Aún así, una tarde mi hermano me tocó las tetas por error en el bondi, cuando yo iba a lo de una amiga, y él a entrenar al club de barrio que lo había fichado. El colectivo iba lleno, y él pareció no reconocerme. Recuerdo que me apretó con esos dedos grandes, y me dijo: ¡Estás re perrita guachona!

Cuando se dio cuenta que era yo, me pellizcó el culo, y me dijo: ¡Ah, sos vos tarada!, y a pesar que se puso colorado de vergüenza, buscó alejarse un poco de mí, mirándome con cara de asco. ¡Yo creía que se me prendía fuego la bombacha! Desde esa tarde, ni siquiera supe cómo llegué a eso, empecé a meterme en el baño de los varones del colegio, para petearlos por unos mangos. Casi siempre lo hacía en el primer recreo, cuando la mayoría aprovechaba a comer algo. Pero todas esas pijas, para el deseo voraz de mi boca y mis sentidos, era la pija de mi hermano. Necesitaba apagar el incendio que Nacho había provocado en mí, aunque ninguno de esos pibitos era suficiente. Todo el tiempo me lo imaginaba en el entrenamiento de algún partido pedorro que tuviese, todo sudado, cansado de correr, enojado porque alguno de sus compas no le pasaba la pelota, sacándose la remera en el vestuario, y a mí como una gatita hambrienta, arrodillada en el suelo, ansiosa por su leche.

Nacho: No voy a negar que, en ese momento hubiese dado meses de mi vida por ver a mi hermana prendida de la pija de ese pelotudo. No entendía qué me pasaba. Pero, cuando me fui a dormir, tuve muchos problemas para controlar el crecimiento sostenido de mi verga. A lo mejor el destino quería que Yami me vea empalado. Aún así, jamás le hice saber que estaba despierto. Para colmo, cada dos por tres le oía algún gemidito, seguramente provocado por sus propios manoseos, o deditos en la concha. Cuando era chiquita se la vi muchas veces, y nada me maravillaba más que la vagina de mi hermana. Incluso a través de las bombachitas infantiles que usaba. Amaba descubrir que la telita de adelante se le manchaba con gotitas de pipí. Me enloquecía contarle cuentos en las noches, y asustarla cuando se trataba de alguna historia de terror. Generalmente, cuando la sorprendía distraída, me le tiraba encima con un rugido en la garganta, imitando al animal tenebroso, o monstruo protagonista de la historia. Ahí aprovechaba a hacerle cosquillas, a meterle manos por todos lados, a morderla, pasarle la lengua por la cara, el cuello o los hombritos. Ella, un par de veces terminó meándose en la cama por la risa y las contracciones de su cuerpo. Entonces, yo era el encargado de sacarle la bombacha y darle una limpia, aunque la muy sucia ni se levantaba a lavarse. ¡Y mucho menos a cambiar las sábanas! Sin embargo, eso para mí era demasiado excitante, a pesar que yo tuviera 14 años, y ella 11.

Al día siguiente de la aparición de Omar, y de nuestro besuqueo en el comedor, llegué a la casa, a eso de las 2 de la tarde. Nos habían suspendido un partido. Sólo podía pensar en llegar, bañarme y comer algo, ya que el entrenamiento había sido muy exigente. ¡Pero casi me da un infarto en los testículos, al ver a mi hermana arrodillada sobre la camita, con las tetas al aire, y apenas cubierta con el mismo shortcito viejo del día anterior! A unos metros de ella, con los ojos desorbitados y la pija siendo estrangulada por sus manos, sentado en la única silla de tapizado presentable que nos quedaba, estaba el hijo de puta de Omar. Ella lo incitaba todo el tiempo, y él jadeaba como una bestia a punto de transformarse en un demonio.

¡Dale, tocate así la verga, que sos un cerdo! ¡Pajeate mirándome las gomas, hijo de puta, la concha bien de tu madre! ¡Quiero que te salga toda la leche, así, apretate bien la pija, dale que ya no podés más! ¿Te falta poquito? ¿Ya te viene la leche perro? ¡Dale, que tu nenita necesita la plata de su abuelito degenerado!, le decía ella  meneando las tetas, y tocándoselas con sus manos babeadas, cada vez que se las escupía. El tipo se contorsionaba en la silla como descompuesto, se sacudía el pedazo, jadeaba, la miraba como para hincarle los dientes en cualquier momento, y le hacía gestos para que mi hermana se chupe los dedos, y le abra las piernas. Aunque, esto último no le fue concedido. Yo estaba aterrado y a la vez impresionado. Al punto tal que, no pude impedir, ni abrir la boca para decir algo, ni revelarme de ninguna forma. De pronto, Omar empezó a retorcerse, mientras mi hermana dejaba que un chorro de saliva le bañara las tetas. El ruido de las apretujadas que se daba en la pija se hacía cada vez más peligroso. Hasta que, al cabo de unos segundos, después de unos espasmos sísmicos, el hombre se sacó el forro de la verga, totalmente repleto de su acabada, le hizo un nudito en la punta y lo tiró debajo de la mesa, sobre la que había dos billetes de mil pesos. Omar ni siquiera se detuvo a contemplar nada. Apenas fue consciente del tiempo, se levantó de la silla, se subió el slip y el vaquero, agarró su celular de la mesa, y se dirigió a la puerta para irse. Yo tuve que abrirle, mientras él miraba a mi hermana por última vez, susurrándole algo como: ¡Ojalá quieras volver a mostrarme las tetas, o el orto guachita!

Cuando volví a mirar a Yamila, una vez que cerré la puerta con llave, ya se había vestido, y guardaba la guita en su billetera. Le dije que era una puta barata, que no tiene derecho a comportarse así, y hasta le prometí que hablaría con mamá si esto, o cualquier cosa semejante se repetía. Ella, sólo se dignó a decirme que era un metido de mierda, y puso la pava para preparar mate. Le dije que me iba a bañar, y le pregunté si había algo para comer.

¿Para qué te vas a bañar? ¡Seguro que no agarraste una pelota nene! ¡Y, para comer, hay una latita de picadillo, y galletitas de agua! ¡Si querés otra cosa, comprate! ¡Al menos, con lo que me gané, por ahí esta noche comemos!, me dijo con su irónica forma de hablarme. Al tiempo, mientras el agua me caía por el cuerpo como una bendición, empecé a pajearme como si el alma se me fuera a escapar por la boca. ¡No podía sacar de mi mente el contorno de las tetas de Yami, ni la manera que tenía de escupirse las manos para toquetearse, ni la carita de trola que le ponía al viejo! ¿Se lo hubiese garchado si yo no llegaba temprano? ¿Ella habría permitido que esa lacra le acabe adentro de la conchita? ¿Se habrá quedado calentita por lo que hizo? Mi cabeza maquinaba a full, mientras mis manos estiraban el cuero de mi pija, y mis dedos presionaban mi tronco, sintiendo cómo la leche me subía irresponsable. Al fin, una vez que acabé como un conejo, y que me sequé y vestí, volví al comedor. Me tomé unos mates con Yami, y luego ella se fue a dormir la siesta con Lautaro, después de cambiarle el pañal.

¡Si querés, vení! ¡Yo voy a la pieza de mami, porque al menos tiene un ventilador de techo! ¡A ver si laburás, y podemos comprar uno para nosotros!, me acusó como siempre, al tiempo que yo guardaba el termo, el mate y las galletitas que quedaban. La mandé a la mierda, y ella me tiró la latita vacía de picadillo, la que me dio de lleno en la espalda. Como ella usaba al bebé como escudo, yo no pude tirarle nada.

Al rato, los dos estábamos echados en la cama de dos plazas de mi madre, con Lauti al lado derecho de la cama. Ella estaba en el medio, y yo a su izquierda. El calor era tan tremendo que, ni me importó quedarme en bóxer. Le insistí a Yami para que se saque el shortcito que tenía, y la remera.

¡Qué pajero que sos! ¡Vos porque me querés mirar las tetas!, me dijo, y se puso a canturrearle algo a Lauti para hacerlo dormir. En eso, la veo que se sube la remera y acerca una de sus tetas a la boca de Lauti.

¿Qué hacés nena? ¡Que yo sepa, vos no tenés leche en las tetas!, le dije, sin poderme contener.

¡Callate nene, que no Entendés nada! ¡Es para que se duerma! ¡Solo necesita chupar un poco, como si estuviera jugando! ¡Cuando se cansa de chupar, se duerme! ¿Entendés? ¡Aparte, yo me ocupé de él, y le di de comer! ¡Vos ni siquiera le cambiás el pañal!, me dijo, y siguió tarareándole a Lautaro, pidiéndole que le chupe la teta con la voz más infantil que le salió.

Entonces, cuando ya habían pasado al menos 20 minutos, Lautaro se durmió, y yo fingí hacerlo. Supongo que por eso Yami optó por quitarse la remera. Ahora podía ver con todo el disimulo que pude el fulgor alucinante de sus tetas desnudas. Pero, mi fuerte sospecha, la que mi hermanita había quedado alzada, se confirmó por completo, apenas la vi manosearse las tetas, estirarse los pezones, y luego, poco a poco, descender con su mano a su entrepierna. Y encima de todo, en un momento crucial para mi autocontrol, la desubicadita posó suavemente una de sus manos sobre mi pija. Recién ahí noté que la tenía parada. Esta vez decidí salir de mi ensueño.

¿Qué tocás zarpadita? ¿Qué pasó? ¿El viejo te dejó calentita? ¡Y encima te quedaste en tetas nena!, le dije, lo más bajito posible para no despertar a mi hermano. Ella intentó callarme con un dedo en los labios, chistándome suavecito.

¿Y a vos que te pasa que tenés la pija parada? ¿Soñaste con alguno de tus compañeritos del club? ¿O con alguna porno? ¡Digo, porque minitas, parece que de eso ni hablar hermanito!, me dijo con una sonrisa maliciosa. Yo le respondí como un tigre herido. Me le eché encima para que mis labios atrapen uno de sus pezones, y empecé a sorberlo, a rodearlo con mi lengua, a saborearlo y darle pequeños mordisquitos, mientras que con mi otra mano le amasaba la otra teta. Yamila empezaba a suspirar, a mover las piernas y a repetirme: ¡Así pendejo, chupame las tetas, como un hombre, comeme toda, que estoy re alzada!

Enseguida la mano que se llenaba con la tersura de su teta, la que antes le había babeado mi hermanito, ahora le frotaba la conchita por encima del short, que ya se le calentaba y humedecía. Y, de repente, empecé a darme cuenta que mi cuerpo estaba cada vez más encima del suyo. Mi pene se friccionaba contra sus muslos, y una de mis manos peleaba para bajarle el short. Ya nos habíamos besado en la boca, y mis labios ahora atrapaban ambos pezones juntitos para volverme loco con su sabor, cuando ella me decía con histeria: ¿Qué pasa bebé? ¿Me querés coger? ¿Querés cogerte a la puta sucia de tu hermanita? ¡Mirá que te tengo que cobrar! ¿Cuánto me vas a pagar taradito? ¿Querés conchita nene?

Yamila: ¿Qué pasó hermanito? ¿No te alcanzó con la pajita que te hiciste en el baño? ¡No me mires así, porque sé que te pajeaste nene! ¡No seas desubicado chanchito! ¡Dale bebé, primero la plata, y después yo te saco la lechita! ¡Fijate si te quedó algo de la plata que le choreaste a la tía, y vení pendejo!, le dije a Nacho, sacándomelo de encima como podía, entre rasguños, tirones de pelo y empujones silenciosos. Sabía que no tenía un mango, y que iba a recurrir a lo que me imaginaba. Ni bien apareció en la pieza, más rápido que el chusmerío de las vecinas del barrio, me mostró los dos billetes de mil pesos que Omar me había dejado en la mesa. No me importaba tener que ganarme la misma guita. Estaba prendida fuego, sedienta, como si no hubiese tomado agua en meses, y mi hermano fuese el único que tenía una botellita fresca. Entonces, después de hacerme oler los billetes y de refregarlos en mis tetas, sosteniéndome las muñecas con su otra mano, se sentó en la cama, y con una voz grave que jamás le había oído me sentenció: ¡Hoy te contrato yo, putita sucia! ¡Dale bebota, empezá a bailarme, sacate el short y quedate en tanga, que sé que eso te encanta mami!

Le hice caso, como si una fuerza invisible dominara mi cuerpo. En silencio, empecé a bajarme el short, muy de a poquito para calentarlo, mostrándome ante él con la única bombachita pasable que tenía. Una negra con pequeños detalles en encaje. No era buena bailando. Alguna que otra vez me enredaba con mis pies, o me los pisaba. Ahí él aprovechaba a darme algún que otro chirlo, o a manosearme el orto. Me tocaba las tetas para él, le abría las piernas y me hundía la bombacha en el orificio de la chucha. Le sacaba la lengua, y una vez al menos llegué a tirarle mi aliento en la nariz. Supongo que eso fue lo que terminó de empalarlo, aunque hacía rato que la pija le estiraba el bóxer, como si le quedara chiquito. Me pidió que me acerque más a él y le suba una pierna a la cama, con tanta determinación, que sentí que me recibiría e boluda si desobedecía. Entonces, él tuvo un excelente panorama de mi bombachita húmeda por mis flujos. Así que, sabiéndolo entretenido, reconocí que ya no me podía resistir, e instintivamente dirigí mi pie derecho a su pija. Quería pajearlo suavecito con mi pie, sentir su dureza y calentura en mi talón, amasársela y frotársela hasta que me lo bañe en leche. Pero no quería que acabe todavía. Nacho parecía un tigre en celo bajo los barrotes de sus propios instintos. Cada vez que mi pie hacía presión en su pito, él dejaba caer su cabeza hacia atrás, se babeaba y murmuraba cosas entre suspiritos, como los de un nene curioso.

¿Me vas a acabar en el pie hermanito? ¿Me vas a dejar el pie con tu cremita? ¿Te gusta mirarme la bombacha, y que te toque el pito con el pie bebé? ¿Vas a acabar, solo porque te estoy pajeando? ¡Te creía un poco más duradero, más macho, y no tan precoz! ¡Aaah, me olvidaba que seguro en toda tu vida, si te cogiste a una mina fue mucho! ¡Y seguro fue a la tía Mari! ¡Dale, dame la leche perrito! ¡Hacé algo bien! ¿O, además de ser un perro jugando al fútbol, también sos malísimo garchando?, deliraba a mi hermano, poniéndolo más loquito, sacándole la lengua y estirándome el elástico de la bombacha para chicotearme la piel. De esa forma mis olores se convertían en una droga para sus sentidos. Pero de repente, me bajó el pie de su sexo con una cachetada, y recobrando la consciencia de la lujuria, en un segundo de mi propia distracción me revoleó sobre la cama con violencia, se me tiró encima y empezó a friccionarse contra mí. Su pija golpeaba directamente en la entrada de mi vagina, su boca iba dejando marcas de chupones y mordidas en mi cuello y mi pecho, y sus dedos se incrustaban en mi espalda, mis muslos o mi cola. En ese instante, luego de unas feroces succiones a mis pezones, se bajó el bóxer y jugó un largo rato a fingir envestidas contra mi sexo, ahogando sus gemiditos en mis pechos. ¡Le pedí todo el tiempo que me la meta, que me rompa la concha, que me largue toda la lechita adentro! Y al cerdo le gustaba escucharme suplicar, al borde del llanto gracias a la calentura que me desbordaba.

¿Esto buscabas putita, que te deje rota la conchita? ¿Siempre buscaste lo mismo no? ¿Por eso te paseás en bikini, cuando vienen los pibes, o los primos? ¿Buscás vergas perrita? ¿Querés que te dejen preñada, así las tetas te chorrean de leche?, me decía enceguecido el cabrón de mi hermano, entre nuevos suspiros y gruñidos, apretándome el cuello sin hacerme daño, y rebanándome las tetas a chupones. Presa de esa misma locura, recuerdo que le agarré la pija con la mano izquierda, intentando dirigirla al centro de mi concha en llamas. Pero él me apretó la mano y empezó a decirme al oído: ¡Pajeame Yami, haceme acabar nenita, así te ganás la platita del viejo! ¡Me vuelven loco tus tetas e perra, pajeame Yamiiiii, Apretame la chota zorrita, que te encantaaaa!

Éramos dos animales en celo, agitados, alzados y buscando calmarnos mutuamente con todo lo que teníamos a nuestro alcance. Yo lo pajeaba lo más rápido que me daba la mano, mientras su lengua entraba y salía de mi cavidad bucal como una serpiente, salpicándonos con la saliva que se nos mezclaba. Él era una fiera, y yo su presa gentil, pidiendo a gritos quedarme abotonada a su pija para toda la eternidad. Lejos de asustarme el estado en el que se encontraba, me excitaba al tope de mis emociones.

¡Cogeme toda, así morocho, demostrame lo que sos negrito sucio! ¡Abrile bien la conchita a la cerda de tu hermana, que se cansa de petear en el colegio, y de apoyarles el orto a los guachos en el boliche!, lo envalentonaba, sabiendo que sus movimientos torpes lo conducían a un orgasmo difícil de sostener. Entonces, acabó. Su pija pareció un pomo de plasticola espesa estallando en mi mano extenuada. Algunos chorros de su semen fueron a parar a mis piernas, mi panza y hasta el hueco de mis tetas, y otros a la parte delantera de mi tanga. Yo no tenía fuerzas para nada, cuando él se levantó de mi cuerpo desarmado, aturdido y babeando. Agarró los billetes que había escondido bajo la almohada, y los dejó adentro de mi tanga, justo en la entrada de mi vagina. Me la acarició, y al soltar el elástico me dio una pequeña palmadita en la pierna, murmurando un ronco: ¡Andá a bañarte putita, que yo cuido al Lauti!

Ahí caí en la cuenta que mi hermanito pudo haberse despertado por nuestros gemidos, o por los crujidos de la cama. Pero el angelito dormía en paz, como si nosotros estuviésemos jugando al amor. Apenas vi que nacho se puso el bóxer y se acomodó como para dormir la siesta, yo me fui derechito al baño. Estaba híper caliente, deseosa por que se hubiese animado a romperme la bombacha con esa pija hermosa, y que de una vez por toda me la entierre donde se le antoje. Me senté en el inodoro y me enamoré de tanto mirarme en el reflejo del espejo que tenemos empotrado en la pared. Quizás sea lo único lujoso de toda la casa. Marcas rojizas que en breve serían tatuajes visibles en mi piel, hilos de saliva y moretones coronaban toda mi piel. Había mordidas en mis tetas, y chupones profundos en mi cuello, y me calentaba mucho tenerlos. Entonces, pasé suavemente uno de mis dedos por las gotas que Nacho me dejó en el abdomen, y lo llevé a mi boca. Lo saboreé como una viciosa. Era amargo, pero no se me antojaba desagradable ni mucho menos. ¡Necesitaba esa mamadera en mi boca, y sacarle hasta la última gotita de leche! Como pude me saqué la bombacha. Los billetes fueron a parar cerca de la puerta. Rememoraba las chanchadas que me dijo Nacho, y mientras con una mano me acercaba la tanga a los labios para seguir degustando su semen, con la otra me colaba los deditos, y me frotaba el clítoris como una puta perra.

Nacho: La verdad, después de aquello no era fácil dormir. Además, no oía el ruido del calefón. Al contrario. Poco a poco, los gemidos de Yamila empezaban a hacerse más agudos. Por más que se hubiese encerrado en el baño, las dos piezas de la casa solo tienen cortinas en lugar de puertas. ¡Seguro se estaba dedeando la guacha! Pero tenía que conservar la calma. En eso pensaba cuando, sin darme cuenta, mi mano ya estimulaba mi pija por adentro del bóxer. ¿Qué tenía de malo si entraba al baño, con la excusa de lavarme la cara por el calor, o de echarme un clorito? Por lo tanto, ni siquiera supe cómo mis pies me llevaron al baño. Así que, la vi sentada en el inodoro, sorbiendo su bombacha, abierta de piernas y con los ojos cerrados. Obvio que cuando me descubrió, ya que la puerta estaba abierta, se pegó un susto. Pero no me echó.

¿Qué pasa perrito? ¿Venís a darme la merienda? ¿No era que ibas a cuidar a Lautaro?, me dijo, balanceando su bombacha hacia los costados, la que pendía de sus dientes.

¿Y vos qué hacés lamiendo tu bombacha, cochina? ¡El Lauti está dormido, aunque, creo que se hizo pis! ¡Después fijate!, le largué, por más que mis palabras ni la movilizaron.

¿Aaah, sí? ¡Yo también quiero hacer pichí, mirá! ¡Dale bebé, bajate el bóxer, y mostrame la pija!, me dijo, abriendo las piernas para darle inicio a un chorro de pis cuantioso, el que resonaba en el inodoro, mientras se palmoteaba la conchita y gemía. Ella sola me tironeó el bóxer hacia abajo con su mano libre, me agarró de la verga y me arrastró hasta su cuerpo. Le lanzó un par de escupidas, luego agachó su cabeza, y mientras seguía meándose y frotándose la concha, le abrió su boquita a mi glande más hinchado que antes. Se la metió unos segundos, y de golpe la devolvió al ambiente caluroso de la tarde. Se la frotó en la nariz, aspirando como una desquiciada, y luego volvió a introducírsela en la boca. La soltó de nuevo, me la escupió, lamió mis huevos, me besuqueó la panza, y volvió a chuparme la pija, ahora sostenidamente.

¡Quiero ser tu puta nene! ¡Quiero que me cojas la boquita así, perrito, aunque seas un perdedor! ¿Me vas a dar la lechita en la boca? ¡Quiero ser la madre de Lauti, y que vos seas el papá, y que me cojas con el nene al lado nuestro, que hagamos el amor en la cama de mami!, me dijo luego, una vez que me agarró del pelo para comerme la boca con todo el sabor de mi pija y sus hilos de baba por todos lados. Antes de eso me lengüeteó el pecho y la cara. Entonces, volvió a bajar la cabeza para mamarme la verga, apretándome las nalgas y clavándome las uñas sin una pizca de piedad. Sin embargo, en ese preciso momento, se dio todo junto. Lautaro empezaba a llorar, y nuestra madre entraba a la casa. Evidentemente estaba apurada. Nos llamó con prisa. Pero Yamila no soltaba mi pija. De hecho, parecía querer tragarse hasta mis huevos. Tenía unas arcadas tremendas, y le lloraban los ojitos.

¡Toy en el baño maaaaa, y la Yami fue a comprar pañales!, le grité, mientras Yamila me la seguía mamando. Eructó y tosió en un momento, cuando ya no podía evitar una buena bocanada de aire a sus pulmones. Por suerte mi madre no la escuchó, porque en ese preciso segundo me gritaba. ¡Podrías haberle cambiado el pañal a tu hermano vos, insensible! ¿Qué mierda estuviste haciendo todo el día? ¿Y la otra pendeja? ¿No andará putoneando por ahí, no? ¡Acá la única pelotuda que labura soy yo! ¡Bueno, cuando salgas de huevear, vení que tengo que explicarte algo!

Enseguida, después de rebajarme, como solía hacer, la escuchamos hablarle a Lautaro. Entonces, Yamila escupió mi pija como si se tratase de un carozo, me cazó del pelo y me obligó a hincarme ante sus piernas, las que me abrió como un amanecer intrigante.

¡Oleme la chuchi puerquito, dale nene, oleme toda, oleme la conchita perro, y alzate conmigo, bien alzadito te quiero!, me decía, al tiempo que juntaba mi nariz a su vagina húmeda, caliente y fragante. Su olor a pichí me enloqueció, quizás como ningún otro aroma que haya conocido. Tal vez era porque, al mismo tiempo que la olía como un desenfrenado, ella me pajeaba la pija con todo, hundiendo su pulgar en mi glande, presionando mi tronco y pegándome en las bolas cuando se le antojaba. Así estuvimos un rato, hasta que seguro intuyó que mi semen no tardaría mucho más en salir al mundo exterior. Ahí, mientras mi madre volvía a gritarme algo que no podía comprender, ella se arrodilló, y acomodó mi pija entre sus tetas.

¡Acabame ahí nene, dame la leche en las tetitas, dale perro, haceme tu perra, marcame toda con tu lechita, bañame en leche perrito!, decía la cínica, mientras sus tetas me trituraban la pija, y mi semen me sacudía las entrañas al estamparse en toda la piel de mi hermana. Le salpicó el pelo, el mentón y la nariz. Una buena parte cayó al piso, y la chancha lo limpió con su bombachita para después lamerla.

¡Subite el bóxer, y andate, que mami quiere hablar con el nenito de la casa!, me dijo con ironía, lamiéndose un dedo, metiéndose en la ducha para luego prender el calefón.

Mi madre me explicó al rato que solo venía a buscar unos papeles, y que mi tío Ernesto vendría por la nochecita a traer el televisor que nos había reparado. Tenía a mi hermano en brazos, y le estaba dando de mamar. ¡Nunca me había fijado en las tetas de mi vieja! A lo mejor sería porque mi hermana me había dejado recalculando con el pete que me hizo. Pero, tuve ganas de saltarle encima, y de chuponeárselas. Hasta tuve ganas de mearme entero, como lo hacía Lauti, con toda su inocencia, despreocupadamente.

¡No me digas que estuviste en el baño pajeándote! ¡No aprendés más nene! ¿Qué hacés en calzones a esta hora? ¿No fuiste a entrenar? ¡Más te vale que empieces a madurar pendejo! ¡O, podés buscarte un trabajo, para pagarte los vicios por lo menos! ¡Bueno, tomá a tu hermano, que ya me tengo que ir! ¡Hay pañales nuevos en mi pieza, y les dejé fiambre en la heladera!, me decía mi madre, precipitadamente, sin dejarme responderle nada. Estaba acostumbrada a sus monólogos. Entonces, una vez que llevé a Lautaro al corralito que tenía con sus juguetes, fui a buscar a mi hermana. Mi vieja se había ido con la rapidez de un rayo cegador, y no volvería hasta la semana siguiente. Pero entonces, tuve que salir porque un amigo me vino a buscar para que le haga la segunda en un picadito. Recién volvía a eso de las 11 de la noche, y cuando vi un rastrojero negro en la puerta de casa, recordé la visita de mi tío Ernesto. Mi hermana no se lo bancaba, y yo no había llegado a advertirle que vendría.

Yamila: ¡Juro que apenas mi hermano se aparezca por la casa, lo mato! ¿Cómo se pudo olvidar de avisarme que ese viejo borracho y baboso venía a romper las pelotas? Mi tío siempre nos trató como a mendigos, y nos denigraba todo el tiempo. Puede que no tengamos la mejor posición económica, pero siempre nos defendimos bien. Nos daba bronca que todas las veces que venía se comportara como si fuese el dueño de todo, solo porque hace una bocha de tiempo el forro puso un par de ventanas, arregló unos caños, pintó una puerta, revocó unas paredes y reparó el techo para que no se llueva. ¡Como si no le hubiésemos pagado cada disparate que se le ocurría cobrarnos! La verdad es que ni lo escuché llegar. Estaba en bombacha y corpiño cuando de repente me saludó con su voz despreciable. Entonces lo vi aplastado en una silla, con un celular en la mano. No eran ni las 10 de la noche. Había tirado unos billetes arriba de la mesa, como de costumbre, y cambiaba los canales del televisor que nos había arreglado.

¡Agarrá guacha, y andá a comprar algo para comer, que en esta casa nunca hay nada decente! ¡Parece que mi hermana ni les enseñó a cocinarse! ¡Y vestite, que no podés andar así! ¡Aaah, y comprale algo al nene, y un par de cervezas para tu tío! ¿Qué harían sin mí estos mocosos? ¿Y el Nacho? ¡Seguro anda falopeándose por ahí! ¡Dale nena, apurate que te van a cerrar todo che!, decía mi tío al ver que no me movía de donde estaba parada. La rabia que sentía por la injusticia de sus palabras, empezaba a nublarme la razón. Por eso me vino bien salir a comprar. En todo eso pensaba cuando ya esperaba que me atiendan en la despensa del barrio, que por suerte cerraba a las 11. Tenía al bebé en brazos, porque ni loca se lo confiaba a mi tío. No sabía qué comprarle. Así que manoteé un yogurt, una mayonesa, una bolsita de pan preparada, y unos tomates. De repente me sentí cansada, caliente y distraída. Entonces, todo mi ser, mis recuerdos y mi calentura me llevaron una vez más a la pija de Nachi, a su dureza y su sabor. Quería tenerla de nuevo en mi boca, o saber que su cuerpo presionaba el mío sobre la cama, al borde de cogerme como a una putita del montón. La sola idea de que mi madre pueda encontrarnos en su propia cama como a dos perros alzados, pegados y sin poder soltarse, me hacía doler los pezones al endurecerse bajo mi top. Me imaginaba a nacho oliéndome la concha, comiéndomela como un desesperado, y me di cuenta que se me escapó un gemidito. Entonces, la voz de la pendeja que atendía me devolvió a la tierra. Hablaba por celular con una amiga, y por lo que entendí, ya que en el almacén solo éramos dos clientes, ella le contaba cómo se había garchado a un pibe que jugaba en el club del barrio. Mi cabeza encontró enseguida al destinatario de esa boca de petera, de ese pelo mal teñido y de esa carita de mosquita muerta. Nacho tenía una foto de ella en su estado de Whatsapp. Además, a la pendeja se le escapó el nombre de mi hermano en la conversación.

¡Sí boluda, posta que al Nacho lo tengo agarrado de los huevos! ¡Así que, si firma contrato con las juveniles, le van a pagar una buena guita!, decía la arrastrada esa, saboreando un futuro que tal vez nunca le llegaría. Pero la sangre me fluía por las venas como un veneno ponzoñoso, y otra rabia más urgente me hizo temblar la mandíbula.

¡Che nena! ¿En vez de hablar de mi hermanito, podés decirme cuánto salen estos tomates? ¡Dale que me tengo que ir!, le largué, sin pensar en cómo me salieran las palabras. La turrita me fulminó con la mirada, y el tipo que esperaba pagarle un paquete de cigarrillos carraspeó la garganta, incómodo y apurado.

¡El medio kilo está 70 pibita!, me dijo, y siguió mascando su chicle, hablando con la amiguita y buscando el vuelto para el tipo. ¡No podía ser más ordinaria! ¿Cómo mi hermano llegó a cogerse a esta tilinguita? Inmediatamente le miré las tetas, y lo entendí. ¡Parecía que en cualquier momento se le iba a rajar la remerita, violeta cada vez que se agachaba! Era obvio que no llevaba corpiño debajo. Sin embargo, el boludo de Nacho seguía sumando puntos para que lo putee hasta la inmortalidad.

¡Podrías atender mejor vos! ¡O, por lo menos limpiar este chiquero! ¡Encima que vendés todo re caro, atendés como el orto mami!, le dije, ya sin poder contenerme. Ella cortó el llamado mientras el tipo cruzaba la puerta de calle, apoyó las manos en el mostrador y me dijo: ¿Qué te pasa taradita? ¡Para que sepas, yo limpio todo! ¡Y las cosas suben nena! ¿Sabés? ¡Si vos no tenés plata para pagar, andá a comprar a otro lado, o esforzate por conseguirte mejores clientes! ¡Si andás con la tanga torcida, no es mi problema!

¿Quién era esta imbécil para meterse conmigo?  Otra vez la injusticia me quebró los sentidos. Así que me defendí arrojándole los 4 tomates que había escogido en cualquier parte de su cuerpo, y me fui sin pagarle las otras cosas. Además, Lauti se había puesto nervioso, y lloraba con todas sus fuerzas, acaso insultando a esa estúpida tanto como yo.

¡Andá a la concha de tu madre, forra! ¡O a la puta que te parió! ¡Vos elegís!, le grité, y salí de la despensa. Sé que me gritó algo, y me amenazó con cagarme a trompadas. Pero no me importó. Todo en lo que pensaba era en calmar al bebé, y en llegar a casa, totalmente ciega de la impotencia, y muerta de sed. Al fin cuando me acerqué a la puerta, escuché a Nacho y al cerdo de mi tío, seguramente comentando el partido del año del pedo que miraban. Parece que no tenían otro objetivo en la vida que vivir atrás de una pelota. Entré sin saludarlos. Dejé las cosas que compré sobre la mesa, y llevé a Lautaro a la pieza de mi madre para recostarlo en la cama. Decidí darle el yogurt allí, una vez que me quité la calza, prendí el ventilador y revisé mi celular. No tenía ni una llamada perdida. Al ratito Nacho apareció con su cara de perrito mojado para hablarme.

¿Qué vas a hacer de comer nena?, me dijo, mirando al techo.

¿Yo? ¡Nada nene! ¡Mami compró fiambre, y yo traje pan, y mayonesa! ¡Coman eso, y no me rompan las bolas! ¡Y con vos boludito, después voy a hablar! ¡Ahora rajá de acá que estoy ocupada!, le dije, sin tiento algunas puntadas de ira en el cuello. Él solo me confirmó que Ernesto iba a quedarse una semana en casa, y apuró el paso para salir de la pieza. Por suerte la madrugada lo tiñó todo de oscuridad enseguida, y yo preferí no salir para nada de la compañía de Lautaro. Pero, ¿Cómo se suponía que iba a soportar a mi tío una semana? ¿Y, además, a qué mierda venía a quedarse? No era extraño que quisiera controlarnos. Eso me ponía de los pelos. De repente tuve hambre, y a pesar que tendría que verle la cara a mi tío, salí a buscar algo. No estaba dispuesta a bancarme sus comentarios. Siempre decía que tenía que comportarme como una señorita, terminar el colegio de una buena vez, o conseguirme a un macho para que me mantenga. Después de eso, empezaba a mirarme las tetas, y a contarle a mi hermano de las minas que, según él se había cogido en la semana. Todas pendejas inaguantables, sucias, tetonas y de conchitas jugosas, como yo. Sinceramente, me encanta el sexo, que me miren chupar una pija, o regalarme como una putita barata. Pero, involucrar a mi tío en cualquier fantasía sexual, me descomponía. Al punto que solo podía pensar en vomitar si lo llegaba a ver desnudo. Entonces, una vez que mi hermanito dormía plácidamente, salí a la cocina para buscar algo que                 comer, haciendo el mínimo ruido posible para no despertarlos, en caso que estuviesen dormidos. Las luces de la casa estaban apagadas, pero un continuo susurro de voces provenía del patio. Así que, mientras me servía algo de yogurt y me armaba un sanguchito con lo que me habían dejado, me dispuse a escuchar. Hablaban de minas, como siempre. Nacho se reía nervioso, y Ernesto tosía cada vez que le daba una pitada a su cigarro. Hasta que escuché mi nombre, y entonces, me acerqué a la ventana.

¡Bueno pendejo, pero vos tenés que frenarte un poco, viste! ¡Entiendo que todos necesitamos unas buenas tetas, o una conchita! ¡Pero no está bueno hacerlo con tu hermana! ¡Porque, a mí no me engañás! ¡Vos, seguro que te la culeás! ¡Ya vi cómo se miran, y cómo se te insinúa! ¡Desde bien chiquita que esa nena está caliente con vos nene! ¡Yo se lo dije a tu madre!, le decía el descarado, mientras Nacho tomaba cerveza.

¡Vos escuchame bien lo que te digo, y no me interrumpas! ¡Tenés que encarrilarla hijo! ¿Vos te creés que yo no sé que anda peteando por guita en el barrio, y que si puede, también se deja fifar? ¡Por más que te ponga la verga dura, vos tenés que dominarla, y no ella a vos pendejo!, se despachaba el estúpido de Ernesto. Hasta allí pude con mi dignidad estropeada. Llené un vaso de agua helada de la heladera, salí al patio como un viento huracanado, y apenas estuve frente a mi tío, se lo derramé en el medio del pecho. Empecé a gritarle que si no se iba a la mierda, le clavaba un cuchillo en la panza. Le dejé bien claro que no tenía por qué aguantarme que me trate como a un pedazo de carne. Como el muy estúpido no se levantaba de la silla, le revoleé el cenicero en la cabeza, que por suerte apenas le rozó el hombro, y entonces Nacho tuvo que intervenir para que no se le ocurra pegarme.

¡Calmate Yami, tranquilita boluda, que el tío ya se va! ¡Andate Tío, que yo me encargo de la Yami!, le dijo Nacho, sabiendo que mi tío no era capaz de enfocar sus ojos. Se habían tomado como 8 birras, y no podía ni moverse el salame. Entonces, justo cuando Lautaro empezaba a llorar otra vez, el viejo aceptó irse, aunque nos prometió que hablaría con nuestra madre acerca de nuestra relación enfermiza.

Nacho: ¡Creo que si no la paraba a tiempo, la boluda terminaba en la comisaría, y mi tío en el hospital! Así que, después de acompañar a al gordo hasta su rastrojero, y de discutir acerca de mi hermana, de los errores de mi madre al educarnos, y del pedo que se cargaba, entré a la casa, sabiendo que Yamila estaría hecha una furia. Pero, la casa estaba en silencio. Lautaro ya no lloraba, y la mesa estaba limpia. No había ninguna botella vacía en el piso, ni cenizas de cigarrillo. Entonces, fui derecho a la pieza de mi madre.

¡Boluda, el tío ya se fue! ¿Cómo te vas a hacer la picante así con él? ¡Mirá si te acogota, o te revienta a piñas! ¡Sabés que está re chapa! ¡Y encima, te apareciste así, en bombacha nena! ¡Menos mal que estaba yo para salvarte!, le dije en voz baja, al verla sentada sobre la cama, con un pañal limpio sobre sus piernas, y su cara cubierta con sus manos. Quería ocultarme que lloraba. Siempre se hacía la fuerte cada vez que se armaba algún despelote.

¿Para salvarme? ¡Sos un idiota pendejo! ¡Bien que lo escuchabas con atención! ¿Así que tenés que encarrilarme? ¿Por más que yo te ponga la pija dura? ¡No me hagas reír, pelotudo! ¡Sabés que esa basura me da asco!, se descargó ella en medio de una risa forzada, y un hipido inconsolable. Entonces, me senté a su lado, le quité el pañal de las piernas, y bajando las revoluciones de mi propia adrenalina le dije: ¿Hay que cambiar al Lauti?

¡No, solo que, pensé que lloraba porque se había meado, o algo así!, dijo con dulzura, temblando, quitándose una colita del pelo con dificultad. Y, en ese momento, como si todo lo que nos golpeaba la consciencia no hubiese sucedido nunca, se echó a llorar ni bien le toqué la espalda. Primero la abracé, le acaricié la cara y el pelo, la aprisioné contra mi pecho y le dije que ya está, que todo había pasado, que ya estábamos solos otra vez. Ella tiritaba, un poco de rabia y otro por el frescor que entraba por la ventana abierta. Le rodeé los labios con un dedo, y ella me lo mordió.

¡Igual, no te creas que ya está todo bien nene! ¿Qué onda con la tetona de la despensa? ¿Te la cogiste?, me recriminó, aunque no abandonaba el contacto de mis brazos.

¡Naaah, ni ahí! ¡La posta es que, hace unos días, ella fue al club, con las boludas de las porristas! ¡Estaba re en pedo! ¡El Oso se la quiso llevar, a ella y a las otras pibas, porque fueron a hacer bardo! ¡Parece que uno de los arqueros, dejó preñada a una menor de edad! ¡Y, ese día, por la noche, bueno, la turrita esa me chupó la pija! ¡A mí, y al Chuqui! ¡Pero solo eso!, le decía con total sinceridad. No tenía sentido mentirle, aunque no le iba a decir que si hubiese podido, me la re cogía. De pronto, la tomé de los hombros y me la senté sobre las piernas. La unión de la tibieza de su piel con mis rodillas, y la presión de su culito contra mí pija que comenzaba a ponerse rígida, me llevó a comerle la boca, mientras el aroma de su bombachita me inundaba el pensamiento. Quería bajársela y metérsela en la concha de una sola vez, para escucharla gemir, pedirme la leche y gritar mi nombre, entre otras cosas sucias.

¡Che Yami, sacate la bombacha, que tiene olor a pis!, le dije, haciéndole cosquillas en las axilas. Ella, por primera vez sonrió, y cruzó las piernas.

¡No nene, ni en pedo me la saco, acá, sentada arriba tuyo! ¡Me la vas a querer meter toda! ¿O no? ¡Acordate que no podemos, que me tenés que encarrilar!, me dijo, ahora usando una voz de gatita perversa que golpeaba mis tímpanos con una dulce melodía. Supongo que por eso empecé a comerle la boca con furia, saboreando su lengua, entrechocando nuestros dientes, mientras una de mis manos buscaba separarle las piernas. Llegué a tironearle la bombacha, pero ella me rasguñó la mano. Sus reacciones no hacían más que encender todas las alarmas de mi cuerpo. Sentía que los huevos me pesaban, y que la pija traspasaba el elástico de mi bóxer. Así que, de pronto, me descubrí con la bombacha de mi hermana en la mano, y con su culito totalmente expuesto sobre mis piernas. Momento que aproveché para bajarme el short y el calzoncillo. ¡Ni sé cómo logré quitársela! Ella comenzó a saltar contra mi verga dura, a golpeármela con esas nalgas suavecitas, esparciendo los olores de su conchita con algunos vellos húmedos por toda la pieza.

¿Y, tiene olor a pichí nenito? ¡Dale, quiero que te la pases por la carita!, me decía Yamila, mientras yo le chupaba las tetas, y ella seguía dándome culazos cada vez más ruidosos. Cuando la olí, ella se echó a reír tan fuerte que, tuve que taparle la boca con su propia bombacha, para que Lauti no se despierte. Pero, a ella parecía que no le importaba nada. De repente se esfumó de mis brazos para pararse sobre la cama, apoyando un pie a cada lado de mis piernas, apuntando su conchita afiebrada a mi cara.

¡Dale nene, si querés que te perdone, comeme la zorra, dale guachito, que me tenés re caliente! ¡Y es cierto lo que dijo el tío! ¡Desde re chiquita que me calentás! ¡Posta que me re meaba por vos nene!, me decía, friccionando su pubis contra mi mentón, boca y nariz. Entonces, apenas mi lengua le rodeó el orificio de su vagina, un gemido terrible le estremeció el cuerpo, y entonces tuve que sostenerla del culo para que no se caiga. Empecé a comerle la conchita, a frotarle el clítoris con un dedo y con la punta de mi lengua, a profundizar entre sus labios calientes, y a beber cada gotita de flujo que discurría de sus terremotos sexuales. No tenía experiencia en chupar conchas, y seguro que lo estaba haciendo pésimo. Pero Yamila se frotaba cada vez más, jadeaba y se babeaba, al punto que de vez en cuando se ahogaba con su saliva. Cuando me di cuenta que le excitaba que le succione el clítoris, empecé a pegarle en el culo, a decirle que era una peterita sucia, que es una trolita y a prometerle que me la iba a garchar todas las noches. Yo sudaba, bebía sus flujos, y sentía que la cara se me iba a desintegrar en el calor de sus piernas. Me volvía loco su olor a sexo, la calentura de sus jugos vaginales y la forma en que se le calentaba la colita con mis chirlos. Hasta que, de pronto alejé su pubis de mi cara, y la revoleé sobre la cama, sabiendo que mi hermano podía despertarse. Pero por suerte no sucedió.

¿Qué te pasa nenito? ¿Te calentó mucho la conchita de esta peterita sucia? ¿Te calientan las negritas sucias, con la bombacha caliente y meada? ¿Mmmm? ¿Uuuuy, qué me vas a hacer ahora perrito? ¿Me vas a dar la lechita en la boca?, me preguntaba Yamila, tal vez imaginándose lo que pasaría. Abría la boca y se chupaba los dedos. Se tocaba las tetas, y se estiraba los pezones, mientras yo la contemplaba al lado de la cama, parado en el suelo. Y entonces, cuando su respiración empezaba a regresarla a la pieza, me le tiré encima, abriéndole las piernas con las mías, apuntando mi pija hinchada y gorda directamente a la entrada de su concha. Se la rocé un par de veces, diciéndole al oído: ¿La querés putona? ¿Querés que tu hermanito te coja toda, y que te deje la conchita rota? ¿Querés que te enseñe lo que es un macho caliente perrita?

Ella no me respondía con palabras. Pero sus uñas en mi espalda, sus chupones en mi cuello y los jadeos que sus labios no podían reprimir, me llevaban a la locura.

¡Haceme un bebito Nachi!, dijo, en medio de un montón de chanchadas, en el preciso momento en que mi pija daba la primer envestida. Le entró toda sin recelos ni salvedades. Enseguida nuestros cuerpos comenzaron a incendiar la sábana, a fundirse en un calor abrazador, a vibrar sobre el colchón. El tronco de mi verga se hacía más ancho adentro de su conchita prohibida, y sus tetas resbalaban por mi pecho. Nos besábamos en la boca y nos mordíamos el mentón. Ella me traía con sus manos sobre mi culo para intentar darle un ritmo más lento a nuestra cogida. Pero yo la bombeaba cada vez más rápido, diciéndole: ¡Así bebé, te voy a dejar preñadita, para que todos sepan que soy tu macho, y que estás alzada conmigo perrita! ¿Querés que te acabe adentro putita? ¿Querés la lechita de tu hermano?

Lautaro hizo unos ruiditos, y enseguida lloriqueó unos segundos. Pero Yami seguía imperturbable, diciéndome suplicante, al mismo tiempo que me clavaba sus uñas y flexionaba sus piernas para que mi pija se le clave más adentro: ¡Así perrito, dame la lechita, meame toda adentro, haceme tu puta, tu zorra, dame verga, como seguro se la diste a la boluda de tu primita! ¡Cogeme todaaa, rompeme todaaa hijo de putaaaa!

Yamila: Entonces, así de puta como estaba, decidí que mi momento había llegado. Sin decirle nada, sin preguntarle o proponerle lo que yo quería, empecé a zafarme del apretuje de sus brazos, su cuerpo y del calor de sus piernas. Ni siquiera sé cómo lo logré. Pero al ratito, ya estaba sentada arriba de su pubis, y él bajo el fuego de mis caderas.

¿Te gusta cómo te aprieta el pito la conchita de tu hermana perro? ¡Rompeme toda negrito pajero! ¡Asíiiií, encarrilame, como dice el tío, pero con toda esa lechita adentro mío! ¡Dale guacho, apagame el fuego de la zorra con esa pija! ¿Cuántas pajas te hacías después que jugábamos a las luchitas, cuando éramos nenes, y vos me la re apoyabas? ¿Te gustaba tocarme el culo, y mirarme la zorrita nene? ¿Eee? ¡Dale pendejo, sentime toda, escupime las tetas nenito!, le decía a todo volumen, dominándolo por completo, con mis jugos vaginales ahogándole los testículos. Cada palabra que le decía, o recuerdo que le devolvía a su mente, lograba que sus envestidas sean más furiosas, rudas y violentas, como yo lo necesitaba. Cuando sus fuerzas se lo permitían, se sostenía del respaldo de la cama para bombearme más fuerte, con mayor precisión. Ya nos habíamos saboreado por todos lados. Su lengua había recorrido mis pechos, labios, mentón, y mi cuello. Jadeaba y tensaba las piernas para que mi conchita se devore cada centímetro de su pija, y me chirleaba la cola con fiereza.

¿Esto buscabas putona? ¿Que le muestre al Gabi lo putita que sos? ¿Querés que sepa que sólo yo puedo cogerte así? ¡Ya sé que te dejó toda la leche en las tetas, porque vos te lo re peteás cuando querés! ¿Te paga? ¿O lo hacés de putita que sos nomás? ¿Querés más pija guachita? ¡Qué pendejita puta que resultaste hermanita!, me había dicho al oído, después de entretenerse un buen rato mordiéndome los pezones, al tiempo que mi vulva atrapaba y soltaba su pija, en medio de un crujido de fluidos sexuales que nos excitaban y aromaban por igual. Un sudor perverso me goteaba del pelo, y mi rostro se desfiguraba entre mis jadeos y sus intentos por morderme las tetas. Me ponía re cerda que me las apriete, mientras yo le chupaba o mordía alguno de sus dedos, y me agachaba un poquito para lamerle la nariz. Entretanto sentía cómo la verga se le agrandaba más y más, y sus manos se resbalaban por mis nalgas, gracias a la transpiración que ya nos envolvía.

¡Dejame embarazada perro, préñame toda, agarrame así del culo perrito, dame verga, asíiii, toda adentro la quieroooo, haceme tu putitaaaaa, cogeme así nene, aunque me dejes preñadita, rompeme toda perrooooo!, empecé a gritarle, mientras su cuerpo parecía convertirse en polvo e carne y huesos triturados. Sus alaridos apagaban el llantito de mi hermano, y mi cabeza se apretujaba contra la pared, al mismo tiempo que su pija apuñalaba al tope de mi sexo, quietita y salvaje, derramando una cantidad de semen que consiguió regalarme una oleada de placer que jamás había sentido. Yo misma me rocé el clítoris, así de incómoda como estaba, y al mismo tiempo qe los tímpanos me estallaban, los ojos me lagrimeaban del celo que aún me endurecía los pezones, y mis labios buscaban los de mi hermano, un orgasmo intenso, explosivo y contundente me obligó a gritar como una perra, a meterme un dedo en el culo sin planteármelo, y a deshacerme en una lluvia de flujos calientes. Nacho pensó que lo había meado entero. Yo me le cagué de risa en la cara, y como pude traté de despegarme de su cuerpo rendido a mis encantos.

La verdad, ni bien puse los pies en el suelo, mi cuerpo y mi concha querían más de ese macho alzado. No sabía si pedírselo, o si guardarme las ganas para otro día.

¡Yami, el Lauti, creo que se hizo pis!, me dijo mientras intentaba controlar su respiración.

¡Levantate nene, vamos a la cocina! ¡No me mires así, que, yo después lo cambio! ¡Quiero que me cojas otra vez guachito pijón!, le dije al oído, mordiéndole levemente el lóbulo de la oreja, cuando él buscaba incorporarse en la cama. Entonces, le extendí las manos para ayudarlo a levantarse, y ni bien se las solté, lo dejé que me nalguee el culo, que me zarandee las tetas y que enseguida me arrincone contra la pared, donde se dispuso a chuponeármelas con una sed renovada. Sin embargo, en lo mejor de sus voraces lamidas y mordiscos, lo sujeté fuerte del pelo para hacerle la cabeza hacia atrás con violencia, le escupí la cara y le dije, sin dejar de mirarme en sus ojos: ¡Quiero pija bebé, en la cocina, y ahora! ¡Vamos taradito!

Al cabo de un instante, los dos estábamos en la camita que oficiaba de sillón, comiéndonos la boca, y yo haciéndole una paja a esa verga pegoteada de mis flujos y su semen. No sabía por qué, pero no quería dejar de besarlo. Sentía que su lechita goteaba de mi vulva, que las tetas volvían a dolerme de calentura, y que mis piernas tiritaban como cada vez que no podía dominar a la arrogancia de mi sexo. Así que, entonces, de repente empujé a mi hermano boca arriba sobre la camita, y yo me eché sobre él, exactamente al revés de su cabeza, pero boca abajo. De modo que mis labios se apropiaron sin problemas de su pija, otra vez durita y rodeada de un ejército de venas, y los suyos de mi conchita en llamas.

¡Comeme la concha pendejito!, le dije, antes de tragarme de un bocado esa carne caliente. Desde entonces, yo misma empecé a subir y bajar con mi garganta, para que su glande me ahogue cada intento por respirar con normalidad. Él, al mismo tiempo, soltaba su lengua adentro de mi conchita, rozándome el clítoris con un dedo bastante torpe. Pero, una vez que empezó a darme azotes en el orto, y a sumergir su lengua cada vez más profundo entre mis labios vaginales, empecé a gemir, a mojarme y a eructar cada vez que, en ocasiones, lograba arrancarme su verga de la garganta. Además, ahí aprovechaba a lamerle los huevitos, y a pegarme con esa poronga en la cara, cosa que me volvía loca. A él le quemaba el bocho que se la escupa con todo, como una puerca.

Lautaro ya no lloraba, o al menos, yo ya no tenía oídos para él. Y entonces, en el exacto momento que me levanté del cuerpo de Nacho, dispuesta a cabalgarlo como lo había hecho en la pieza, recargada de energías y lujurias, descubro la figura de mi madre junto a la puerta del comedor. Obviamente, del lado de adentro. ¿Cómo pudo ser que ninguno de los dos escuchó la llave en la cerradura? ¿Ni sus pasos, o el ruido de sus pulseras? ¿Hacía cuánto tiempo que estaba allí? ¿Nacho la habría visto antes? ¿Por qué no me lo dijo?

¡Muuuuy bien! ¡Ya veo, la, clase de HIJOS, que tengo! ¡Son dos cochinos, inmundos, fracasados, enfermitos y, y, unos pervertidos!, decía mi madre, sin mover un solo músculo. No abandonaba su lugar, ni optó por dejar su cartera en la mesa, ni prefirió sacarse los zapatos. No sonreía, y su cara parecía la de un espectro de fantasía, a punto de arremeter contra nosotros. Sin embargo, no parecía peligrosa.

¡Dale Yamila, haceme el grandísimo favor de terminar! ¡Sacale la lechita a tu hermano de una buena vez!, me ordenó mamá, elevando la voz por sobre mis pensamientos.

¡Ya sé todo pendejitos de mierda! ¡El tío me lo contó todo! ¡Pero, además de eso, yo no soy ninguna estúpida! ¡Sólo que, yo, pensé que, sería una cuestión de chicos! ¡Sé que los nenes se calientan con sus hermanas, cuando son chiquitos, se les empieza a parar el pito, o ellas buscan mirárselo! ¡Pero, ustedes, teniendo sexo! ¡Eso, nunca lo habría imaginado! ¡Vamos nena, abrí las piernitas, y mostrame cómo te cogés a tu hermano!, se despachó nuestra madre, sin levantar un dedo. Aunque, noté sus ojos en mis tetas cuando me puse de pie, sin saber si obedecerle o no.

¿Qué te pasa ma? ¿Viniste borracha? ¿O te despidieron? ¡Se supone que tendrías que estar, no sé, por ahí, re contra re mil enojada con nosotros!, dijo Nacho, intentando levantarse de  la cama.

¡Callate la boca boludo, y quedate ahí, que tenés la pija cargadita para tu hermana! ¡Y vos, movete nena, dale, que te quiero ver arriba de esa pija! ¿O no querés eso vos?, dijo mi madre, ahora dando algunos pasos hacia nosotros. Entonces, vi que en una mano tenía una tijera, y en la otra su cuchillo preferido. Uno que usaba para cortar carne cruda cuando preparaba estofados. No sabía qué se proponía en su mente. Nunca, al menos yo le había tenido miedo. Imagino que por eso preferí hacerle caso. Pero, ni bien puse un pie sobre la cama, pensando en sentarme arriba del pedazo de Nachi, mi madre apuró sus pasos, me dio una cachetada y terminó por acomodarme. De modo que mi vulva volvió a apresarle la pija a mi hermano sin dificultad. Solo que, ahora no sabía si moverme. ¡Para colmo, a él no se le bajaba, aún con lo terrorífico de nuestra situación!

¡Dale pendeja sucia! ¡Abrite bien, y empezá a saltar, así, dale chiquita! ¿Te gusta a vos, pendejo? ¿Es calentita la concha de tu hermanita? ¡Las veces que te habré retado cuando te encontraba mirándola desnuda, dormida, o cuando le bajabas la bombachita! ¡Pero, vos de eso, ni te acordás, basura! ¿No cierto?, decía mi madre, cada vez más ofuscada, amenazando a Nacho con el cuchillo a centímetros de su rostro, y acariciándome las tetas con la otra mano, al tiempo que yo empezaba a dar saltitos, disfrutando de la dureza de esa pija hermosa. Nacho tartamudeaba como un idiota. Pero aún así tenía intenciones de calmar a mami.

¡Éramos chicos ma, y yo, no tenía idea! ¡Aparte, ya pasó!, intentaba explicarse, mientras nuestros pubis comenzaban a chocarse cada vez con mayores deseos, gracias a mis movimientos.

¡Claro, ya pasó, y por eso, ahora se cogen, como perritos alzados! ¡Callate la boca, y dejá que tu hermanita te caliente bien la leche, así le acabás adentro, y te sacás las ganas!, le dijo mi madre, arrancándole un mechón de pelo para hacerlo sufrir un poco. Después de eso, volvió a tocarme las tetas, aunque ahora me estiraba los pezones y me miraba la boca.

¡Qué linda me saliste guacha, bien tetona, y con una boquita hermosa! ¡Así nena, cogelo así, movete más, que suene tu culito contra sus piernas, y que te la meta hasta el fondo! ¿Les gusta jugar al papá y a la mamá? ¿Acostarse con el bebé, y coger en su presencia, en la cama de mami? ¿No les da vergüenza? ¡Son dos pervertidos, y lo saben!, dijo mi madre, antes de escupirle la cara a Nacho. Después apoyó la hoja e su cuchillo ancho en la superficie de mis tetas, y me zarandeó del pelo para juntar sus labios con los míos, con toda la brutalidad que se propuso. Pensé que quería besarme. Pero en lugar de eso, me lamió el mentón y me mordió un labio.

¡Me encantan, porque los tenés carnositos pendeja! ¡Dale, seguí cogiendo, y gemime, con la boquita abierta, así se te  cae la babita! ¡Sentila toda adentro, villerita sucia! ¡Abrime la boquita nena!, me decía luego, con la punta del maldito cuchillo en mi espalda. Así que, ni bien abrí la boca, mi madre se puso a respirar de mi aliento, a pasarme la lengua por los labios separados, a escupirme las tetas y a retorcerme los pezones, sosteniéndome de la espalda con la hoja de su cuchillo. ¡Estaba cagada en las patas! ¡Si mi madre perdía el control, o si verdaderamente deseaba hacerme daño, yo no podía defenderme! Sus ojos no tenían ni una pizca de bondad, ni de sufrimiento, o de humanidad. Ahora yo gemía prácticamente contra su rostro, cabalgando a mi hermano, excitada por la forma en la que me sobaba los pechos, y cada vez más confundida.

¡Dale pendejito, largale la lechita, y dejala embarazada a esta perra! ¿No querías eso vos?, gritó de pronto mi madre, ahora acercando el cuchillo al pecho de Nacho. Entonces, todo se dio en el mismo momento. Nacho dijo que ya no aguantaba más, y mami me empujó con todas sus fuerzas contra él. Tan fuerte que sentí el impacto de mi nariz contra su frente. No supe si me lo imaginé, o si algunas gotitas de sangre se mezclaron con mis lágrimas. Pero nada de eso importaba. Al mismo tiempo que Nacho comenzaba a explotar adentro mío, que mis entrañas recibían el ardor de su semen implacable y mis labios buscaban los suyos, mi madre me daba unos terribles chirlos en el culo. Algunos con la mano, y otros con la hoja de su cuchillo. Nacho jadeaba desencajado, mientras yo parecía desintegrarme sobre su cuerpo, con la concha bañada de su leche y mis propios jugos. Mis tetas se quemaban contra su pecho, mis ojos no tenían ganas de abrirse, y el olor a sexo nos inundaba cada gota de realidad, la que se nos había escurrido de las manos. No sabía si levantarme, o si esperar las órdenes de mami. Ella siguió nalgueándome unos segundos más, mientras decía con cierta angustia en la voz: ¿Te gusta putita? ¿Te está acabando toda la lechita? ¿Te gusta cogerte a tu hermano?

Poco a poco, después de un silencio apenas interrumpido por nuestras respiraciones, ya que ninguno de los dos se atrevía a decir nada, empecé a levantarme. Nacho no hizo el mínimo esfuerzo por hacerlo, cuando ya mi cuerpo se lo permitía. Quise ir al baño a darme una ducha. Además me estaba haciendo pis. Entonces, cuando miré hacia la puerta de calle, me encontré a mi madre con dos bolsos negros repletos de ropa, su cartera y un paraguas. Todo eso contra la puerta. Nacho también había visto lo mismo que yo. Mi madre tenía un aspecto calmo, indescifrable pero ligero, como si todo lo que pasó no hubiese existido.

¡Me voy de esta puta casa! ¡Está decidido! ¡Ustedes dos, son unas basuras! ¡Lo siento mucho, pero no puedo vivir bajo el mismo techo con ustedes! ¡Saben que Dios condena estos actos, y que yo soy creyente! ¡Ustedes, hagan lo que quieran! ¡En una hora vuelvo por Lautaro! ¡Ustedes, ya no son mis hijos! ¡Así que, antes de cometer una locura, prefiero que sea así! ¡Sean felices, cojan todo lo que quieran, tengan hijitos, jueguen a lo que se les ocurra! ¡Pero, hasta acá llegué yo! ¡No fui una buena madre para ustedes, y lo sé! ¡Y no me miren así! ¡Yo me las tomo! ¡Vamos a ver cómo se las arreglan! ¡Aaah, y otra cosita! ¡No me busquen, ni me llamen, ni intenten pedirme nada!, dijo mi madre de pronto, mientras Nacho se sentaba en la camita, y yo cruzaba las piernas para no mearme encima, todavía parada contra la heladera. La leche de mi hermano me nutría las piernas al resbalar de mi vagina como hilitos de ansiedad, y me sentía tan suya que, honestamente, disfrutaba que mi madre se vaya, que nos deje, que sepa al fin que sus hijos se amaron desde siempre. Nacho, apenas frunció el seño, y ninguno de los dos supo cómo implorarle a mi madre para que recapacite.

¡Hacé lo que quieras!, dije al fin, sin lágrimas en los ojos, ni rencores en la garganta.

¡Estás re loca ma! ¡Pero, la Yami tiene razón! ¡Si te querés ir, andate a la mierda!, sentenció Nacho, agarrándose la cara con una mano. Entonces, mami abrió la puerta, y desapareció de nuestro campo visual, como si una brisa invisible hubiese pactado su alma, a cambio de nuestra felicidad. Es cierto que hasta el día de hoy no volvimos a ver a Lautaro. Pero, ese era el precio que debíamos pagar para ser felices, y los dos estábamos de acuerdo.    Fin

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