Íbamos bordeando la plaza del pueblo, a paso lento, con mi primo Nahuel, a eso de las 7 de la mañana, después de poguear a pleno con nuestra banda de rock local, de la que alguna vez fuimos integrantes, y de tomarnos hasta la presión en el bar de un amigo. Yo bostezaba como un condenado, hablaba más fuerte de lo normal y sentía que los pies no me obedecían. Mi primo no estaba mejor que yo. ¡Y cómo vendríamos de escabios, que recién a la tercera vuelta vimos que en el banco una morocha fumaba fregándose los ojos por el sol!
Enseguida nos acercamos a hablarle, mientras una pequeña brisa le subía el vestidito negro. Mi primo dijo que no teníamos que hacerlo, porque podía tratarse de un espíritu, o algo así. Yo me le reí en la cara. La chica estaba tan viva como nosotros. Se llamaba Camila, recién había cumplido los 16, y según ella ningún tachero quiso llevarla a casa por su aliento a licor de melón, por su poco equilibrio, y porque, encima andaba sin guita. Dijo que se emborrachó porque su novio la dejó, y antes que alguna lagrimita le corra el maquillaje, o que empiece con las protestas habituales de una chica despechada, cada uno se sentó a un lado de ella en el banco. El flaco le dio fuego a su nuevo cigarrillo, le robó una sonrisa con uno de sus chistes malos y fáciles, palpando una de sus gomas apetecibles, y como ella no puso el mínimo reparo, le desató la parte de atrás del vestido, apenas ella posó su cabeza en mi hombro, y pronto, casi de la nada, cada uno le chupaba una teta, acortinándonos un poco por los domingueros que comenzaban a darse cita, mientras ella fumaba gimiendo dulcemente con una aguda carcajada por momentos, y una mano en su entrepierna todo el tiempo. ¡Nunca pensamos que se nos haría tan fácil levantarnos a esa morocha triste! Yo no quería abusarme de su estado deplorable, y tal vez mi primo menos. Pero rápidamente mis hormonas empezaron a contradecirme al hacer que la pija se me pare y estire con todas sus ansias.
La cosa es que Cami, luego que Nahuel le piropeó el pelo y las tetas se agachó, y tras morder mi paquete duro encima del jean ladrando como perrita, me bajó la bragueta para hacer maravillas en mi glande con su lengua golosa. Se reía de todo. Hasta del hipo de Nahuel. Pero no soltaba mi pija por nada. Incluso se la fregaba en los ojos y tosía sobre ella, y eso me rompía la cabeza.
Pero de repente Nahuel activó media neurona y sugirió que vallamos a algún lugar más privado, porque la gente iba y venía cada vez con mayor frecuencia. Aunque se me hizo inevitable regarle la cara a esa guacha que me enternecía con su saliva abundante, los apretones de su manito en mi tronco, y toda vez que me decía: ¡Dale toda la meme a esta nena cochina!
Fue una sacudida que me hizo jadear como un bobo, mientras mi semen salía como flechazos de la punta de mi pija. ¡Juro que no pude soportarlo, y él no paraba de pajearse mirándola actuar!
De pronto caminábamos uno al lado del otro, zigzagueantes y mudos a veces, y otras veces risueños y torpes. Camila se tropezó, y de no ser por Nahuel, se habría pelado toda la rodilla contra un cantero. El canto de los pájaros nos aturdía por igual, y particularmente yo no paraba de bostezar. Nahuel se chuponeó todas las veces que quiso con la piba, y yo le manoseé el culo, se lo pellizqué y nalgueé a mi antojo. Ella solo reía. En un momento se atrevió a decir algo como: ¡Yo sabía que esta noche, alguien me tenía que dar pija! ¡Me la merezco! ¡Pero nunca imaginé que tendría dos pijas para mí!
Entonces, cuando quisimos acordar, terminamos en el patio del chalet de Cami, quien nos pidió tranquilidad porque sus padres dormían. Nahuel parecía imperturbable. Pero yo me sentía un delincuente. Aunque, de igual forma, ninguno manifestó miedo, arrepentimientos o ganas de no estar allí. Yo recosté a Camila en una reposera que había junto a una pileta vacía, después de apoyarle un largo rato mi pija dura nuevamente contra su entrepierna, en un concierto de chupones y gemiditos que casi no llegaba a dominar a tiempo. Le quité las sandalias, y Nahuel se puso a besarle los pies, a hacerle cosquillas y a darle de tomar cerveza del pico, la que habíamos comprado en un kiosko de pasadas. La gila se chorreaba toda con birra mientras yo le succionaba los pezones de a uno, lamiendo las gotitas que ardían en su piel y admirando el esplendor de sus tetas desnudas al amanecer. Ella misma se había subido el vestido para mostrarnos cómo se le paraban los pezones cuando andaba calentita.
Nahuel al toque se quedó en bóxer, y tras obligar a Cami a olerle el bulto, a darle unos sorbos a la birra y dejar que le caiga por la carita, apoyó unos segundos su pija sobre su boca y le enchastró el cuello, el pelo y la nariz de leche. Ya había sido una tortura para mi primo el contenerse durante toda nuestra aventura en la plaza, el camino a casa, y la exhibición de sus tetas hermosas.
Pronto la nena estaba sentada peteando a Nahuel, y yo le mordía esas tetas cada vez más duras y tersas, hasta que evidentemente uno de mis desconsiderados mordiscos le dolió, y Cami no pudo contener un grito más que alarmante.
¡Callate tarada, que si alguien se llega a levantar, se nos arma a todos!, le dijo Nahuel, mientras su pija le atravesaba la garganta, y mi lengua le lamía la pequeña marquita que le habían dejado mis dientes a su teta derecha.
Al tiempo, yo ya estaba en cuero, Nahuel en bolas sentado en el borde de la piscina y ella en cuatro patas sobre el césped, devorándole la pija como una pordiosera, cuando oí el chirrido de una puerta. Luego algunos objetos, como de cubiertos, o llaves agitándose en el aire. Entonces, abrumado por un calor fantasmal que comenzó a oprimirme el cerebro, descubrí a una mujer viniendo hacia nosotros, tan lentamente que, daba la sensación de no tener ganas, o de estar muy aburrida. ¡Pensé que se nos armaba la podrida, y que mínimo terminábamos en cana! Pero no entendí nada cuando la oímos decir: ¡Cami! ¿Qué pasó mi amor? ¿Otra vez haciendo cochinadas? ¡Ya son las ocho de la mañana! ¿Se puede saber dónde estás bebé? ¡Daaaaleee, no juegues a las escondidas con mami, que te escuché gritar!
Cami, que no había dejado de chupar, dijo con la boca ocupada, y sin olvidarse de refregarme su goma en la cara: ¡Acá ma, en la pile con los chicos! ¡Fueron re buenos conmigo, y me trajeron a casa! ¡Los tacheros no me querían traer, por borracha!
Camila se reía, se palpaba la entrepierna y modulaba su voz para que suene más aniñada de lo que era capaz. Yo buscaba la forma de huir, antes de complicar las cosas. Le hablé a mi primo, y hasta le zarandeé el hombro para asegurarme que me escuchaba. Pero él ni bola.
De repente me encuentro a mi derecha a una mujer en culote negro, de pelo largo con rulos, en tetas y con tacos altos. Al menos yo no había escuchado sus pasos. Reparé en que el césped debió amortiguar su llegada. Su perfume a mujer madura lo envolvió todo. Me estremecí cuando, a la vez que caminaba como deslizándose, hablaba como para sí misma: ¡Aaay Cami Cami! ¿Por qué nunca me avisás que vas a traer pendejitos a casa? ¡Sabés que mami no te prohíbe nada! ¡Y ustedes quédense tranquilos, que mi nena es flor de trolita, como su madre! ¡Le encanta el pito desde chiquita! ¿Cierto que sí hija?
Cami se apartó de Nahuel. Imaginé que ella intuía que su madre le daría flor de cachetazo, o algo por el estilo. Pero la mujer le previno con dulzura: ¡No amor, seguí mamando, que quiero verte gozar! ¡Tu papá salió temprano, y no vuelve hasta mañana! ¡Creo que, tenemos tiempo de disfrutar, como nos gusta!
Cami volvió a petearlo, y la mina, que estaba más buena que la guacha, me dijo mordiéndose el labio superior: ¿Querés tomar algo bombón? ¿Mientras tu primito se divierte? y sin que llegue a contestarle me dio una copa de vino. Ni siquiera sé de dónde la sacó. ¡No podía despegar mis ojos de sus tetas imponentes, de pezones grandes y crespitos por el fresco de la mañana! Le dije que me llamo Rodrigo, y mi primo Nahuel, apenas me lo preguntó acariciándose alternativamente una teta y un muslo. Luego, ella se presentó sin ninguna limitación.
¡Yo soy verónica, y me encanta el sexo! ¡En especial las pijas de los nenes como ustedes!, y me comió la boca tras beber unos tragos de mi copa, al tiempo que me hacía corazoncitos con sus dedos en la cara. También me rozaba la nariz y los labios, como si las yemas de sus dedos fuesen pinceles de seda. Me bajó el pantalón, tanteó mi pija diciendo: ¡Uuuuh, mirá como la tenés papito!, se entretuvo un rato lamiendo mis tetillas murmurando: ¡pajeate despacito!, y finalmente se descalzó mientras Cami seguía comiéndole el pito a mi primo, gimiendo más agudo y haciendo resonar las estocadas a fondo en su garganta.
Hasta que, cuando creí que los huevos se me podían reventar con solo mirarlos de la furia que sentía, Vero dijo, como si acariciara con sus palabras: ¡Cami, soltá esa pija y vení acá!
La nena se puso de pie como impulsada por una cama elástica, y su mamá la abrazó entera, y mientras se la tranzaba con pasión le decía: ¡Tu mami te extraña mucho cuando no estás en casa! ¡Deberías saberlo chiquita! ¡Mmm, me encanta el olor a pija que te queda en la boca! ¡Sacate la bombachita y el vestido, y recostáte en la reposera!
Se lo ordenó dulcemente, pero con autoridad, al tiempo que ella se arrodillaba para saborear la pija de mi primo y la mía, con su pelo ondeando en el viento, su respiración agitándose como sus primeros chupones, y sus ojos bien abiertos por momentos. Los dos estábamos sentados en el borde de la pileta, y la nena solo debía mirar, ya que su mami le prohibió tocarse, apenas se acomodó en la reposera. Entonces, nos la chupó como ninguna otra nos la había mamado jamás, pervirtiéndonos con el aroma de la bombacha de Cami al pasarla levemente por nuestras narices, cuchareando mis huevos con su lengua como espada, tragándose hasta el último rincón de nuestros tizones encendidos, escupiendo, oliendo y lamiendo todo lo que encontraba, y haciéndonos pajitas cortas contra sus labios. A los dos nos calentaba mal que nos mirara a los ojos con la boca abierta, con su saliva y nuestros jugos cayéndole del mentón, y que nos susurrara: ¿Les gusta así pajeritos? ¿Quieren regalarme sus lechitas de nenes calentitos? ¿Síii? ¡Me parece que estos pitos tienen frío! ¡Les voy a dar calorcito con mi boca, así les saco esa lechita, mis bebotes, mis pajeritos hermosos!
Hasta que tuve que anunciar que acabaría pronto. Me escuché tan estúpido al hablar que, me sentí como cuando era un niño. Nahuel jadeaba y se hamacaba, casi al borde de irse para atrás. Lo que hubiese sido un bardo, porque, mínimo se podría haber desnucado. Entonces, Vero dijo, determinante como siempre: ¡Levantate nene! ¡Quiero que acabes en la pija de tu primo!
Allí fue que sus manos me empujaron por la espalda para ayudarme a ponerme de pie, y me manoteó la verga para pajeármela con todo, junto al pubis de mi primo, mientras él se la acogotaba también, y ella intentaba sin mucho éxito hundir su lengua en mi culo. Cuando sentí su lengua húmeda y caliente separando mis nalgas, y un fuerte chirlo sobre una de ellas, fue que por fin acabé como un conejo, y ella sació su sed al aspirar gota a gota mi leche de la panza y los vellos de Nahuel. También se sacudió mi pija entre los labios, mientras me pedía que le apriete las tetas, y le diga mami chancha.
Vero no tenía más de 35 años. Sonreía mucho, era muy sensual al caminar y poseía una voz cálida, como la de una tía buena onda. La que de repente se desnudó de prejuicios y murmuró, mientras se incorporaba con la cara empapada de mi semen: ¡Chicos! ¿Quién quiere cogerse a mi chiquita?
Luego, sin que ninguno de los dos pudiera terminar de procesar lo que oímos, la mujer se acercó a su nena. Se agachó junto a ella para comenzar a lamerle las tetas con algunos excesos de saliva, al tiempo que le abría las piernas y le escabullía suave un dedito en la conchita para probarlo paciente y jadeante. Cami estaba lista para recibir la pija de Nahuel en la concha, justo cuando vero llevó la reposera a la última posición para dejarla bien al ras del suelo.
¡Antes de penetrarla, oléla toda y chupaselá! ¡Quiero ver tu carita cuando la huelas, quiero ver cómo la olés toda perrito!, le dijo a mi primo, medio que mordisqueándole la oreja, y manoseándole el culo, conduciéndolo hasta su hija.
¡Y vos, vení conmigo bebé!, me exigió mientras se recostaba en el pastito, al lado de Cami.
¡Dale nene, chupásela bien!, sentenció al notar que mi primo se resistía un poco. Yo caminaba hacia esa mujer desprovista de moral como podía, observando cómo Nahuel retrocedía un poco de tanto olisquear a esa pendeja.
¿Qué pasa nene? ¿Tiene olor a pichí la bebé? ¡Lo único que te faltaba cochina!, le dijo la mujer estallando en risas, y mientras la lengua de Nahuel nadaba en los jugos de la guachita y sus piernas le aprisionaban la cabeza para que por nada del mundo detenga sus lamidas, yo hacía lo propio con la conchita peluda de vero. Primero sobre su bombacha fragante, mordiendo y succionando como me pedía, y luego totalmente derrotado con dedos y lengua adentro de su hueco extremo, caliente y empapado de sabias de hembra en celo. Ese olor era desconocido para mi sangre. No podía, ni deseaba despegarme de esa concha infernal. Mis rodillas parecían enterrarse en el pasto, y el glande me dolía de tanto que se me hinchaba. Pronto Verónica me arrastró del pelo para comerme la boca, jurando que la vuelve loca su sabor a concha en los labios de un pendejo, y llamó a los chicos como si se tratara de un asunto de vida o muerte, mientras yo le moreteaba las tetas. Ella me había pedido que se las pellizque como un macho, y no como un nene en pañales. Apenas ellos se nos unieron, se le antojó que Cami se siente en su cara para lamerle hasta el orto, que yo le encaje la verga en la boca a su hijita, y que Nahuel le coja la argolla por entre los costados de su bombacha. Pasó que él en 5 o 6 bombazos a full comenzó a detonar un lechazo increíble en su interior. ¡Casi se desmaya el boludo! Cami me ordeñaba la pija como enceguecida, entre bostezos por la resaca, escupidas violentas y unos sonidos bien puerquitos cuando yo le cogía la boca, y su mami le seguía lamiendo el clítoris, calentándonos a pleno con las cositas sucias que le decía: ¡Qué guacha ordinaria sos hija! ¡Me vuelve loquita tu olor y tus jugos! ¡Seguí peteando puta, dale! ¡Pero no le saques la lechita que es para mami! ¡Gemí chanchona! ¡Quiero escuchar cómo la chupás!
Luego la mujer se puso en cuatro patas sobre el suelo, meneó su cola para nosotros y pidió con autoridad mi poronga en su boca. ¡Vero sí que era una verdadera artesana del pete! Le entraba toda en la boca, sabía cómo usar sus dientes, cómo ensalivarla y hasta fregarla en sus lolas como las de una actriz porno. ¡Era mucho mejor que todo lo que habíamos visto! Nuestras medidas peneanas no se quedaban atrás. Mientras volaba con sus chupadas mucho más asquerosas que las de su nena, veía que Nahuel le entraba por la conchita a Cami, ambos sentados en un banquito cerca de la pile, y vero le indicaba con cierta ironía: ¡Cogela despacito a mi pequeña! ¡Mirá que tiene la concha bien estrechita! ¡No se la vayas a romper!
Pronto, después que me pajeó con sus pezones contra mi cabecita re colorada me incitó suave al oído: ¡Andá, aprovechá que tu primo se la está fifando! ¡Abrile la colita y pajeate en su orto! ¡Mirá cómo mueve el culo la perrita!
Lo hice por unos segundos cuando él le daba cada vez más cebado y, apenas la lengua de vero tocó mis huevos empecé a largar leche de a chorros, los que la mina intentó anidar en su boca; de hecho, hasta fregó su cara en las nalgas enlechadas de Cami, y hasta se las mordió. Luego mi primo acomodó a la piba boca abajo en la reposera y se le echó encima para darle más murra a esa conchita bolichera, sujetándola de las tetas y encendiéndole los ojitos a puros chupones en el cuello. Ella gemía con disfónica expresión, sudaba y repetía: ¡Cogeme toda, dame pija guacho! Hasta que un orgasmo descomunal obligó a Nahuel a derramar su leche lo más adentro que supo de sus entrañas. Vero y yo sólo veíamos la escena tomados de la mano.
Apenas ellos se incorporaron al sol que ya era protagonista de la mañana, Vero volvió a suavizarlo todo con sus palabras.
¡Estuvo lindo! ¿No? ¡Pero miren, si les parece se quedan a desayunar, y bueno, si tienen ganas a comer! ¡Voy a hacer unos fideos con tuco! ¡No es por nada, pero me salen reeee ricos! ¡Aunque, no tanto como hacerles ricos petes a los nenes! ¡Aaaah, pero eso sí, la lechita para el desayuno la ponen ustedes!
Nos sonrió, le puso una bombacha azul a Cami luego de recogerla del tender de la ropa, y continuó: ¡Además estaría bueno que descansen un poco! ¡Podemos dormir todos en mi pieza!
Volvió a reír, nos pidió que solo nos pongamos la remera y el bóxer, abrió una sombrilla que cubría toda la pileta, mientras Camila abría los grifos para que se vaya llenando, y entramos a la casa donde ayudamos a poner tazas y platitos en la mesa. ¡Nahuel y yo no podíamos dejar de mirar la aureola de semen en la bombacha de Vero, ni los chupones de todos en el cuerpito de Cami! Era genial aquel menú, compartirlo todo semidesnudos. Las dos olían a sexo recién nacido y eso nos perturbaba. Por desgracia, luego del café y los pastelitos tuvimos que irnos porque, habíamos quedado con los tíos en hacer el asado del domingo para la familia. Para colmo, al salir, mientras nos vestíamos con toda la pachorra, vimos a las trolitas recostadas bajo la sombrilla, en calzones y con un pote de bronceador, y al menos a mí se me re paró. Nunca más nos volvimos a cruzar a la morocha triste, ni a su mami, pero atesoramos cada recuerdo de ellas en nuestras ansias sexuales, y hasta nos pajeamos juntos rememorando aquella mañana de domingo. Supongo que hasta nos excita mirarnos, como comparábamos el tamaño de nuestras vergas al entrar y salir de la boquita de esa zorra, o cuando se la clavábamos en la chuchi a esa nena. Los dos fantaseamos con que, tal vez, las dos pudieron haber quedado embarazadas de nosotros. Fin
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