Mi nombre es Verónica, tengo 38 años y no estoy de acuerdo con lo que hice aquella noche. Pero tampoco puedo jurar que estoy arrepentida, o que me la pase llorando por los rincones. A veces las cosas simplemente se dan, sin culpas ni alevosías.
Fue para fin de año que decidí disfrutar con mi marido David, su mejor amigo Claudio, con mis hijas Sofía y Pamela junto a sus respectivos novios, Javier y Guillermo, y la solterona de mi prima Inés. Eso, porque David y yo nos pudrimos de pasar el año nuevo y la navidad con nuestras respectivas familias. No se podía hablar de nada porque todo era un pretexto para una discusión. Los adultos parecían haber olvidado que una vez fueron niños, luego adolescentes, y que para ellos nada es tan literal ni absoluto. Además ven la tele a todo volumen, te critican si comés mucho, si te peinaste como una ridícula, si estás muy escotada o se te ve algo, si no rezás antes de la cena y miles de pelotudeces más. Entonces, para no criticar, ni pasar un mal rato tratando de justificarnos ante ellos, o viceversa, preferimos hacer un cambio drástico. Obvio que, desde que comunicamos nuestra ausencia, las cosas quedaron un poco tirantes. En especial con mis suegros.
Ese fin de año en casa fue distinto. Nosotros seleccionamos la música, los tragos, la comida y los postres. No había horarios, ni palabras prohibidas, ni vestimentas inadecuadas. Todo estuvo bien desde el principio.
Después del asadito con ensaladas se armó el baile, y ninguno de nosotros se lo iba a perder. Dejamos a Sofía que tome todo lo que quiera de fernet, que Inés y Pamela fumen mariguana, que Claudio discuta de fútbol con Javier hasta que se le hinchara la vena del cuello, y todo era una fiesta. Yo no recordaba haber bailado tanto. Ni cuando era pendeja. Había olvidado que los pies tienen tantos músculos, huesitos y nervios.
Cerca de las 5 de la mañana David me dice que prefiere ir a acostarse. Estaba mareado de tantos espumantes y tenía un poco de acidez. Le previne que se tome una ducha para sacarse el olor a humo del cuerpo, ya que él estuvo al frente de la parrilla, y que pruebe tomarse una pastilla para el estómago. Se notaba en sus ojos que aún no quería irse a dormir. Sin embargo, insistió con que la cabeza le daba vueltas. Así que nos dimos un beso apasionado contra la pared, y al rato lo vi subir las escaleras rumbo a nuestro cuarto.
Yo seguí prendida a la joda en el living con los demás. Bailé con Inés, jugamos con un pomo de espuma que teníamos para el carnaval, perdí una apuesta con Pamela porque no me sabía una canción de Maluma, y como consecuencia de ello, dejé que me filmen realizando el mejor fondo blanco de mi vida. Por suerte era un vaso de cerveza, aunque fuese medio litro. Nunca fui buena para el karaoke.
En un momento sentí envidia de las manos de Javier en el culo de Sofi mientras bailaban apretaditos. Se lo sobaba con dulzura, pero también con un brillo en la mirada que, tal vez, si estuviesen solos en la pista, ni dudaría en despedazárselo a mordiscos. Imaginarme aquello, mientras Inés me hablaba de un problema que tuvo con un préstamo y su tarjeta de crédito, me regaló un cosquilleo más que intenso en la vulva. Pero no le di importancia. Seguro los tragos, la falta de costumbre, el humo de la mariguana o la serenidad de una noche en paz, comenzaban a afectarme un poco. Sin embargo, fue peor cuando vi que Pamela ya bailaba en corpiño, ya que se le había manchado la remerita lila con ensalada de frutas, y se la quitó en medio de un meneo más que sensual. Sofía, los varones, Inés y yo empezamos a gritarle que era una potra, una diosa en llamas, y cosas que no recuerdo. Tampoco sé por qué me sumé a esos cánticos. Lo cierto es que su novio la miraba fumando un pucho, y se frotaba el bulto con disimulo. Pamela le sacaba la lengua, mordía el sorbete de su vaso de fernet, desafinaba sacudiendo su melena y quebraba la cintura cada vez más encendida. Poco a poco, algo que no terminaba de asimilar en mi pensamiento comenzaba a atontarme, sin que yo pudiera evitarlo. Volví a mirar a Sofía, y no me quedaban dudas de que la pija de Javi le rozaba la conchita con ardorosas ganas, una y otra vez, cada vez más apretados. ¡Cómo la tendría de dura a esas alturas el pobre! ¡Y ella, seguro que la sentía, y se le humedecía la bombacha como a una campeona! ¡Pobrecitos! ¿Qué hacían entre nosotros, en lugar de tener sexo como sus cuerpos se los pedía? ¡Dios mío! ¿Por qué pensaba en esas cosas? Por suerte, para los desatinos de mi cerebro, Inés y Claudio me sacaron a bailar un tema de Los Decadentes, y me tuvieron que sujetar para que no me dé un porrazo por culpa de la plataforma de mis tacos. Supe que lo mejor era quitármelos, y lo hice. Además, siempre amé bailar descalza. Así que, bailé con ellos mientras bebíamos un mojito cubano delicioso, nos reíamos por cómo se le cruzaban las palabras a Inés, y cantábamos como si estuviésemos en un recital de rock. Todos hablábamos a los gritos, porque no pensábamos bajar la música ni locos, y por nada del mundo. Esa noche era nuestra, única e inolvidable para todos.
Pero mis ojos de repente se clavaron en las tetas de Pamela, que estaba sentada en las piernas de Guille, besándolo sin censura y dejando que él se las re manosee. Se notaba cómo las piernas de ese morocho saltaban suavemente bajo su cola, y tal vez, con el hecho de sentir que el pene se le ponía cada vez más duro, ella se reía como una tontita. Salí de mi estupor cuando Sofía le gritó, paseándose la lengua por los labios: ¡Che boluda, tapate las gomas! ¿O, estás esperando que me saque la bombacha?
Todos dijimos una HEEEE gigante, y sonora entre silbidos y movimientos torpes con las manos, al tiempo que yo me escuchaba decir, totalmente escandalizada: ¡Sofía! ¡Por favor! ¿Qué modales son esos?
¡Hacé lo que quieras So! ¡Pero yo estoy re caliente, y en cualquier momento le voy a pedir que me la ponga toda!, dijo Pame con la voz pastosa y descolorida. Y, para colmo, apenas Pamela advirtió que yo la miraba, me gritó: ¡Tranqui ma, que no es la primera vez que tu hijita se saca la bombacha en público!
Otra eeee se amplificó de nuestras cuerdas vocales. Mis hijas nunca se habían comportado tan zarpaditas, por lo que no sabía cómo reaccionar. Inés insistía con que no debía preocuparme, y Claudio no paraba de recargarme el vaso con mojito, mientras fotografiaba a mis nenas con sus ojos cada vez más libidinosos. No podía prohibírselo de ningún modo. Lo claro es que Sofía, mientras ahora un tema brasilero nos contagiaba a todos por igual, en medio de una lluvia de papelitos y maní con chocolate, movía las caderas bajando cada vez más, quebrando la cintura hasta frotar su colita contra el suelo. Incluso llegó a besarle los pies a su hermana. Sin embargo, lo más impactante fue cuando se sacó la bombacha por debajo de su vestido corto, unos segundos antes de encontrarse con el piso. En ese momento, las cosas se precipitaban. Javier la ayudó a levantarse, y apenas estuvo de pie le pellizcó la cola y le comió la boca, en el preciso momento en que ella le arrojaba su calzón a Pamela que seguía mimoseando con su chico. Pamela atrapó esa bombacha en el aire, y se la pasó por las gomas. Guillermo se la quitó de las manos y la olfateó, estirándola todo lo que le fue posible. Al parecer, estaba húmeda, por las muecas y gestos que hacían. Sofía se reía extasiada, y les sacaba fotos con su celular, las que seguramente al otro día serían indescifrables. No podía siquiera enfocar bien la cámara de lo alegre y borracha que estaba. Inés miraba la escena tan asombrada como yo, y Claudio no paraba de beber con los ojos cada vez más chiquitos.
Al rato todos bailábamos en ronda, sin mucho equilibrio pero con felicidad. Saltábamos, agitábamos las manos arriba y abajo, bebíamos para calmar el calor, y seguíamos. Incluso hasta con la cumbia, cosa que a ninguno nos gustaba. Nos pisábamos, chocábamos, nos mojábamos con espuma y nos arrojábamos cubitos de hielo. En un momento Sofía se agachó a recoger uno especialmente grande que había caído al suelo, y lo atrapó con su boca. En ese momento el vestido se le subió más de la cuenta, y su precioso culito de Venus en llamas lo eclipsó todo mientras estuvo al aire. Mi mente sabía que Sofía andaba sin bombacha entre nosotros, y mis ojos veían los sacudones de las gomas perfectas de Pame al sentir la música en su cinturita fiestera. De las dos, ella es la que nunca se pierde una noche de boliche. Además, el pene de esos chicos seguro que sentían la presión de la calentura que ellas desparramaban en el ambiente, y tal vez, los testículos de Claudio también. Si mi marido estuviese despierto, y con unos tragos demás, estoy convencida que se cansaría de mirar cómo crecieron las inocentes de sus hijas.
De repente reparé en que Inés no estaba en el living, ni en la cocina. Había dicho que se prepararía un café y volvía con nosotros. La busqué por toda la casa, y para mi sorpresa, ni siquiera encontré su cartera. Tampoco las llaves de su auto. La llamé a su celular, y me dijo que prefirió irse a su casa. Me pidió que la perdone, que trate de entenderla, pero, que hoy había sido un día demasiado bueno como para echarlo a perder con sus pavadas. A veces le pintaba la melancolía, porque la pobre andaba sola por el mundo, y optaba por recluirse, o retirarse sin avisar. En el fondo la comprendía. Pensaba en ella, en su soledad, en las cosas que vio, y en su cuerpo desvistiéndose, a punto de meterse bajo sus sábanas. No podía olvidarse de todo lo que vio. Seguro que tenía ganas de tocarse, de apretarse las tetas y frotarse el clítoris hasta explotar, gemir de placer, a solas, desnuda, recorriendo con su memoria cada trazo de la cola de Sofía, o de las tetas de Pamela.
¡Flor de paja se estaría haciendo la muy perra!, susurré casi sin la conciencia de hacerlo, mientras descubría mi cara demacrada en uno de los espejos que hay en el living, luego de darle una última vuelta a la casa. Entonces, caminé hacia el baño para arreglarme un poco el maquillaje. De paso, después podría pasar por la habitación, chequear que mi marido estuviese descansando bien, y ponerme algo más cómodo en los pies.
Pero, una vez que salí del baño, y pasé por la habitación de Sofi, un disparo de realidad me detuvo en seco. Primero pensé que el mojito me había pegado para el traste. Pero entonces, agucé el oído, y escuché besos, gemidos silenciados por suspiros y una voz grave que, de repente rompió el aire: ¡Así nenita, tocame la verga y te la pongo toda!
Como estaba descalza, logré no hacer ruidos al subir la escalera caracol, y por lo tanto no los interrumpí. Debí bajar y seguir con la música y los tragos. Era obvio que, Guillermo y su novia necesitaran un momento para estar juntos, y que ninguno de los dos podía esperar más de la calentura que se cargaban. Pero entonces oí la voz de Pame, como una caricia sexual: ¡Dale pendejo, chupame las tetas, que a mi hermanita le gusta mirar cómo me las chupás!
La puerta de la habitación permanecía abierta, y yo paralizada, pegada al marco como una estampita. Como estaban tan concentrados, ni escucharon que yo abrí aún más la puerta. Allí vi a Guille comerle los pezones a Pamela, y bien junto a ellos, Sofía estaba arrodillada mamándole la verga a Javi, mientras él le pegaba en su culito, totalmente al aire, y bien paradito.
¡Me encanta que no tengas bombachita pendeja!, dijo éste cuando la lengua de mi hija le lubricaba las pelotas y le ensalivaba el tronco. Pamela no tardó en imitar la postura de su hermana. Solo que ella le frotaba las tetas en la verga al Guille, que decía con cierto desconsuelo: ¡Chupala guacha, si no es nada del otro mundo, te la metés en la boquita y listo, mamala, dale putita!
Sofi pareció compadecerse cuando exclamó: ¡Dejala Guille! ¡Yo te la chupo toda! ¡Total, Javi no es celoso! ¿No mi amor?
No podía creer que Sofía ahora le comía la verga al novio de su hermana, ni que Pamela se pusiera en cuatro patas encima de Javier para que éste la manosee, al punto de meterle un dedo en la vagina para hacerla estremecer.
¡Dale Pame, bajá conmigo, ayudame a mamarles las pijas a estos machos calientes! ¡Dale que yo te enseño nena!, dijo Sofía con la boca ocupada. Pamela volvió a hincarse a su lado, y Sofía la tomó de la cara para comerle la boca. Las dos se tenían agarraditas de los pelos.
¿Te gusta chancha? ¡Dale, besame nena, que tengo el gustito de tu novio, y ahora las dos lo vamos a petear juntitas! ¡Animate nena!, se oía de los labios de Sofi, mientras más besos, gemidos y respiraciones indefinidas llenaban el cuarto de pistilos a punto de desbordarse. Sofía instruía a su hermana con carácter y determinación, y yo sentía que la concha se me prendía fuego de tantos jugos goteando en mi bombacha. Luego, como si fuese un ángel caído, veía que las dos se besaban y se tocaban las tetas, mamando sin importarles de quién era la pija que se llevaban a la boca.
¡Vení Pame, dame tetita pendeja! ¡Dejame, que te las quiero chupar!, dijo Sofi luego de separarla de los pibes y recostarla en la cama revuelta. Sofía le lamía las tetas y le colaba algunos deditos en la concha, mientras Javier, aprovechándola inclinada y laboriosa le metía la pija sin previo aviso en la conchita, para garchársela con todo.
¡Así guacho, cogeme toda, te tenía unas ganas, ponémela toda perro, haceme tu putita, y después quiero que te cojas a Pame!, decía Sofi con su boca inexpugnable en las tetas de Pamela, a quien ahora no le quedaba más alternativa que chuparle la pija a su novio, quien estaba parado junto a su cara. El olor a sexo, a sudor y a fluidos que emanaba esa habitación era rescoldo para los ratones de mis ojos entusiasmados, pero en mi interior querría que esto solo fuese un sueño, un mal trago, o una fatalidad de la que pudiéramos hablar al día siguiente y resolverlo, como siempre lo hacíamos cuando había problemas. Pero no iba a negar que me excitaba ver a mis hijas hechas unas putas, y a sus novios con semejantes porongas haciéndolas felices. ¡Aparte, qué pedazo de pito que tenía el Javi, por Dios!
Cuando Guille alzó en sus brazos a Sofía y se la sentó en las piernas, creí que estallaría un escándalo.
¡Dale guacho! ¡Enseñame cómo te cogés a mi hermanita, y obligala a que te chupe! ¡Pegale, hacele tragar la lechita a la fuerza boludo, pero que te la mame bien! ¡Y vos chupale la concha!, decía Sofía mientras Guille le daba cada vez más rápido por la conchita, marcándole los dedos en sus pechitos en celo. Entretanto, sobre la cama Javier le chupaba la vagina a Pamela, y ella le comía el pito en un 69 que los hacía rodar, pegarse, olerse y arañarse cada vez que se sentían al borde de acabar. En ese preciso instante, justo cuando Sofía gemía con una obscena serenidad, haciendo que se oiga el choque de su cola en las piernas de Guille, sentí una mano gentil en el hombro, y otra un poco más cálida en mi cintura.
¿Qué andás mirando cochina? ¿Te gusta ver cómo cogen tus guachas? ¡Y pensar que para mí ni se sabían lavar las bombachas!, detonó la voz de Claudio en mis oídos con su aliento, tan alcohólico como cauteloso. No pude hablarle de los nervios. Dejé que me lleve a la habitación de Pamela, que en ese momento estaba vacía, mientras me comía la boca, repitiéndome que me tenía ganas, desde antes de casarme con mi marido. Me tiró sobre la cama perfumada de Pame, me subió el vestido como si no hubiese tiempo para nada más, hizo a un lado la parte de adelante de mi bombacha, y entonces mis ojos se deleitaron cuando me mostró una pija con una erección que, no imaginaba que pudiera entrarle a ninguna concha humana. Ni siquiera supe cuándo fue que se bajó el pantalón. Pero, lo cierto es que no me tuvo piedad. Se me trepó y me la metió sin preámbulos, al tiempo que me chupaba las gomas desnudas, y me hacía oler la tanguita que Sofía se había quitado en medio de nuestro baile familiar.
¡Cómo cogen tus hijas, flaca! ¡Pero vos cogés mejor seguro putona! ¡Sentila toda, imaginate a Sofi y a Pame cogiéndose en la camita, mientras yo y los boludos esos las llenamos de leche! ¿Te gustaría verlas compartirse mi leche con las boquitas? ¿Te calentaste mirándole el culo a la Sofi, perra?, me decía envistiendo mi vagina con brusquedad, haciendo que su pija crezca y se ensanche aún más entre mis jugos. ¡Hasta me rompió la bombacha el muy bruto! Sentía que podía morirme de tanto acabar mientras me cacheteaba, me mordía las tetas y me obligaba a chuparle los dedos. Pensé que me inundaría el útero de semen. Pero en un momento, justo cuando oímos que Sofía gemía desatada, se separó de mi cuerpo y me la encajó en la boca donde volcó un espeso chorro de semen amargo, agitado por lo cebado que estaba, y tan necesario para mi sed como para su calentura. ¡Fue el mejor cortito de mi vida, y más sabiendo que mi marido dormía en la misma casa! recuerdo que solo pude darle tres chupadas a fondo, porque en breve su glande empezó a convulsionar entre mis labios, y sus jadeos a agonizar en el rotundo pecado en el que me veía envuelta. Sin embargo, casi sin poder creer en lo que habíamos hecho, empezamos a comernos a besos mientras nos arreglábamos la ropa tan rápido como pudimos, y fuimos juntos a ver el desenlace de mis hijas. En silencio, pero sin evitarnos manoseos. Nos encontramos con que la puerta de la pieza de Sofi seguía abierta como un amanecer. Solo estaban ellas dos, desnudas y abrazadas. Pame media dormida y Sofi prendida a sus melones. Justamente ella lucía un hermoso mordisco en una de sus nalgas. Los pibes se habían quedado dormidos en los sillones de la sala.
Claudio optó por marcharse antes de cometer una locura aún mayor, y yo me fui a descansar junto a mi marido, con los pensamientos en jaque, con la bombachita sucia de Sofía entre las tetas y el corpiño, y el sabor de la leche de su mejor amigo, el que jamás imaginó que pudiera traicionarlo. ¡Ahora sé por qué mis hijas me salieron así de atorrantitas! Fin
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por dios maravilloso como acabeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
ResponderEliminargracias Ambar