Para mi madre, por más que sea la hija más responsable que le tocó en gracia, siempre voy a ser una pendeja desordenada, adolescente, dormilona, reprimida y poco empática. Mis hermanos son un desastre. Los mayores y los menores que yo. Somos 6 hermanos, y yo convivo con el karma de ser la del medio. Según mi madre, desde la cuarentena estoy menos femenina, poco cuidadosa con los horarios, contestadora por demás, y re volada con las cosas del colegio. Pero, ¿ella qué sabe cómo me siento? No es fácil para una pendeja de 16 años como yo, olvidarse de cómo era la vida antes de toda esta mierda. Extraño el contacto con mis amigas, y los mimitos de ciertos varones. Nunca fui tan putona como la mayoría de las chicas de mi curso. Pero me las arreglaba para siempre chuponearme con alguno en los baños, para saborear alguna pija, o para dejarme apoyar en el micro de vuelta a casa por todo aquel que se fijara en mi cola. ¡Eso me ponía como loca! También sabía que los hombres mayores me miraban. En sus caras podía adivinar sus ganas de tocarme, de decirme alguna guarangada, o de rozarme sin querer. Alguna que otra vez, más de uno se hizo el vivo y me tocó las tetas en el micro, especialmente cuando estos vienen hasta las manos de llenos. Y, yo me dejo, porque me gusta sentirme deseada. Siempre fantaseo con esos hombres mayores, y últimamente, sueño con que un tipo maduro, recio, de malos modos y posesivo me agarre distraída por la calle para dominarme, como se le antoje. por suerte, a causa de las clases virtuales, y del trabajo de mi viejo, que desde abril del año pasado se convirtió en una oficina en su propio dormitorio, hubo que poner un buen servidor de internet. Claramente yo me beneficié de ello. Claro que, no para hacer las tareas del colegio solamente. En las noches, entraba a chats eróticos para hablar con tipos grandes, o con mujeres que quisieran hacer de mí una nenita malcriada, desobediente y cada vez más calentona. Aquello dio sus frutos. Gracias a eso, me masturbaba casi todas las noches, viendo fotos de mis parientes de fantasía, o leyendo relatos eróticos en ciertas páginas que conocía. Incluso, hasta llegué a tener un tío virtual que me pedía que use siempre la misma bombachita, y que le envíe fotos de mis tetas desnudas a su mail, cada vez que quiera tocarme con él. Pero, eso también me llevó a despertarme a cualquier hora, y a varios enfrentamientos con mi madre, que no soportaba mi comportamiento. Para colmo, un par de madrugadas, bajo las instrucciones de ese tío atrevido, o de una mujer que jugaba a ser mi madrastra pervertida, me hice pis en la cama, en plena paja. ¡Nunca lo había hecho antes, y me encantó! Obviamente, no podía explicarle eso a mi madre. Así que, pasó como un acto más de mi desorden mental para ella, quien durante esos días me insistió para que hable con un psicólogo.
Encima de todo, a fines de noviembre, mi perra Rocío tuvo cría, y eso terminó de enloquecer a mi madre. Fueron 12 cachorritos. ¡Uno más bello que el otro! Yo me hice cargo del parto de Rocío, de ayudar a respirar a los que nacían asustados, de asistirlos y orientarlos para que aprendan a mamar. Fue un parto difícil, largo y agotador. Pero, después de la ternura de mis hermanos, mi viejo y mis abuelos por el nacimiento de los cachorros, empezó el desinterés por ayudarme a darlos. No podíamos quedarnos con todos. sería un presupuesto en alimentos y cuidados, además de un caos entre tantos perros y gente en la misma casa. así que, después que pasó un mes, me puse manos a la obra para publicar fotitos de ellos en facebook, instagram, en mi estado de Whatsapp, y en todo sitio que pudiera para alivianar el carácter de mi madre. Cuando solo quedaban dos bebecitos, le insistí a mi viejo para quedarme con el machito. Sospeché que si le prometía que daría a la hembrita, me diría que sí, porque siempre fue un dulce de leche conmigo. Y así fue nomás. De modo que, mientras los días pasaban, más me esforzaba por que alguien se interese por la hermanita de Roco, como finalmente bauticé a mi nuevo perrito. Hasta que una tarde, en el súper, escucho la voz de mi vecino, que me hablaba mientras posaba una de sus manos en mi hombro.
¡Hola querida! ¡No te asustes, que soy yo! ¡Quería saber si todavía te queda algún perrito! ¡Supe que la Rocío tuvo cría! ¡Bueno, viste que yo, como estoy solo, y hace unos meses se me murió el Patrón, bueno, ando buscando una mascota!, recitó de un tirón, mientras su mano huesuda presionaba mi hombro. Patrón era su perrito salchicha que ladraba hasta el hartazgo. Pero debió ser un buen compañero para su soledad, ya que el hombre había enviudado muchos años atrás.
¡Sí, sí, me queda una perrita nada más! ¡Si quiere, cuando vuelva a mi casa, se la llevo para mostrársela! ¡es hermosa la gordita! ¡Seguro le va a caer re bien!, le dije, un poco abrumada, sin saber por qué sentía los cachetes colorados.
¡Bueno, sí, yo no tengo problema! ¿Y, a cuánto la vendés? ¡Porque, viste que yo soy jubilado, y bueno, tendría que ver si me alcanza para poder comprártela!, me dijo, separando su mano de mi hombro, pero no sus ojos verdes de mi escote. Ese día tenía una musculosa roja con un corpiño re apretado.
¡No don Mario, no se preocupe, que yo no vendo a los cachorritos! ¡Se los regalo, a todo aquel que les quiera dar amor!, le dije, como para salir del paso, viendo cómo su mirada se enternecía. Entonces, me dijo que no me olvide de pasar por su casa, que no le falle, y que seguro Dios me protegería por ser tan buena chica, entre otros cumplidos, y luego de agarrar un paquete de fideos para revolearlo en su changuito, me acarició el pelo suavemente mientras me decía: ¡Bueno nenita, nos vemos en un rato! ¡Acordate de tocar el timbre, porque si golpeás las manos, no te voy a escuchar! ¡Ando medio sordo! ¡Viste?
Me reí nerviosa, y me quedé repasando su última acción, antes de desaparecerse del alcance de mis ojos. Ni siquiera sé por qué lo hizo, ni por qué yo se lo permití. Pero, justo cuando yo me agaché a ver los precios del aceite y el vinagre, sentí que su mano me acarició una nalga, después la otra, y que pronto, me dio dos palmaditas, mientras me decía: ¡Cuidate chiquita!
Lo primero que hice ni bien entré a mi casa con las compras, fue ir a buscar a la perrita, darle unos besos y murmurarle cosas como: ¡Hoy te vas a ir a la casita de don Mario! ¡él te quiere conocer, así que, tenés que portarte bien mi gordita! ¿Sabés? ¡Yo, igual, te voy a visitar!
No entendía qué me pasaba. Por un lado no quería dársela. Pero, en el fondo deseaba que la quisiera tener, que la adopte y la quiera tanto como yo. Y, en el medio de esos sentimientos, todavía sentía algo raro por la forma en la que ese viejo verde me manoseó el culo en el súper. Supongo que, la faldita que traía se me debió haber subido un poco, y eso por ahí lo tentó. ¿Me habrá mirado la bombacha? ¡Por ahí, le hice acordar a alguna de sus nueras, o a la nieta más trolita de la familia! ¡Seguro que se debe excitar con alguna pendeja!
¡Todos los viejos son iguales con las pendejas Sasha! ¡Sabelo! ¡Todos son re pajeros, y más con las que tienen mucha carne para mostrar! ,me dijo una de mis mejores amigas en el colegio. Para ella era re fácil engatusarlos. Yo, como no tenía experiencias con eso, no me animaba a opinar. Es más, generalmente decía que eso era un asco, y todas me bardeaban. En todo eso pensaba mientras me ponía una calza negra ajustada, y una musculosa púrpura. No sé por qué se me ocurrió salir sin corpiño. Cosa que a mi madre no le pasó desapercibida.
¿Así vas a salir nena? ¿A dónde vas? ¿Te diste cuenta que, no te pusiste corpiño? ¿A dónde tenés la cabeza?, me dijo mientras amasaba unos ñoquis en la mesada. Le expliqué que vendría enseguida, que solo iría a la casa de don Mario a mostrarle a la perrita.
¡Por ahí tenés suerte, y el viejo la quiere!, le dije, cuando volvió a insistirme que no podía salir así.
¡Dejala ma, si a ese viejo seguro que ya ni se le para! ¡Aparte, es más bueno que el pan!, le dijo uno de mis hermanos cuando mi madre me gritó para que cambie de parecer. Pero yo ya tenía a la perrita en brazos, una mochila en la espalda, y ya cruzaba la puerta de mi casa. justamente, en mi cerebro se mezclaban las palabras de mi hermano con las sensaciones de la mano de don Mario en mi cola. ¿Se le pararía la pija al viejo todavía? La verdad, ese viejo te la re bajaba, porque tenía una cara de verde, baboso y mala onda tremenda. Pero es alto, tal vez no llega a los 73 o 74 años, y tiene unos ojos verdes de ensueño. Conmigo siempre fue amable, más allá que ya había empezado a notar que me miraba las tetas.
¡Hola don Mario! ¡Acá le traje a la gordita, para que la conozca!, dije, una vez que toqué el timbre, y Mario apareció rapidísimo tras la puerta. Era obvio que me estaba esperando.
¡Hola corazón! ¡Sí si, pasen, pasen! ¡Gracias por venir! ¿Y, ya tiene nombre esta preciosura? ¡porque, si ya tiene, no se lo pienso cambiar! ¡Dicen que no trae buena suerte hacer eso!, me explicaba, mientras me extendía los brazos para recibir a la perrita, y avanzábamos lentamente por el pasillo de su casa hasta llegar al comedor. Menos mal que apagó el televisor, porque estaba re fuerte. ¡Y encima miraba una película del año del pedo!
¡No, no le pusimos nombre, para no encariñarnos!, le dije, al tiempo que sentía que no podía haber un hombre mejor al cuidado de la perrita. Fue cariñosa con él desde el principio. Es cierto que su belleza es especial, ya que Rocío es labradora, y su papá, un Rottweiler. Es toda blanca con unas manchitas negras en el cuello, tiene unos ojos que parecen sonreír cuando le acariciás las orejitas, y unas patas bastante grandes para sus poquitos meses.
¡es una preciosura la cachorra! ¡No hay nada que discutir! ¡Si te parece, me la quedo! ¡Además, dicen que las hembras son mucho más guardianas que los machos! ¿Sabías eso vos?, me dijo Mario, haciéndole cosquillitas en la panza a la perrita.
¡Es más, si no te ofende, le voy a poner Sasha de nombre, en honor a tu belleza! ¡Claro que, vos sos mucho más linda!, dijo luego, luego de acomodar a la perrita en mis brazos para dirigirse a la cocina, donde ya había una pava con agua.
¿Te vas a quedar a tomar nos matecitos? ¡Ya sé que es casi la hora de la cena! ¡Pero, bueno, como yo no ceno, me voy a tomar unos mates, y después me voy a la cama!, me dijo. Yo todavía no le había respondido nada. ¡El viejo le puso mi nombre a la perrita, y encima dijo que le parecía linda! ¡Nadie me lo había dicho hasta entonces!
¡Bueno, dele, me tomo un matecito y me voy! ¡Me esperan en casa para cenar! ¡Igual, don Mario, mejor búsquele otro nombre!, le dije sonrojada y nerviosa.
¡No se hable más! ¡La perrita se va a llamar Sasha! Y, no te preocupes, que no le voy a contar a nadie que es por tu belleza!, decía mientras le ponía yerba al mate. Entonces, recordé que en mi mochila traía una botella de leche para que alimente a la perrita. Así que, la abrí, y la saqué para entregársela.
¡Le dejo esta botella de leche para, para Sasha! ¡Sabía que por ahí, usted no iba a poder comprarle! ¡Voy a traerle una botella todas las semanas, si no se enoja!, le dije, mientras él apagaba el fuego, tarareando algún tango, o alguna canción vieja.
¡No hace falta chiquita! ¡Todavía puedo comprar leche! ¡Pero te agradezco! ¡Supongo que, vos todavía tomás leche! ¿No? ¿Y, cada cuánto le tengo que dar por día?, me dijo, preparando las cosas para el mate, y mirándome de una forma extraña. En un momento me pareció que se pasó la lengua por el labio, clavándome sus ojos en las tetas.
¡según lo que leí, tiene que tomar leche, hasta que le salgan los dientitos! ¡Ya, después puede comprarle alimento, o darle carne! ¡Pero nunca comida con salsas, o tuco, o cosas picantes! ¡Y tampoco harinas, ni legumbres, porque se le hincha el intestino!, le dije, al tiempo que me ofrecía un mate. Me sentía incómoda, rara y ansiosa. Pero no comprendía por qué no buscaba irme de allí.
¡A la pelotita! ¡Qué informada que están las pendejas de hoy en día! ¡Mirá, en mis tiempos, los perros comían huesos, sobras de comida, pan duro, y toda clase de cosas! ¡Y nunca les pasó nada! ¡Es más, algunos vivían muchos años! ¡Pero, tranquila, que te voy a hacer caso! ¡Y, decime! ¿Vos también tomaste leche hasta que te salieron los dientes? ¡Porque, por lo que sé, las nenas como vos, siguen tomando leche!, me dijo, mientras yo sorbía el mate, sintiendo que la ansiedad en mis venas se multiplicaba.
¡Sí, a veces tomo leche! ¡Pero, como está media cara, prefiero tomar té, o mates, o jugo!, le dije, sintiéndome una tonta. Él volvía a mirarme las tetas, y una especie de silencio de iglesia lo cubrió todo por un momento. Hasta que de pronto dijo: ¡Bueno, pero debés haber tomado mucha leche para tener esos pechos! ¡La verdad, son muy bonitos! ¡Pero, no pienses que te digo esto con ninguna intención retorcida! ¡Sé reconocer cuando una chica tiene lindos pechos, o una hermosa cola! ¡Y, ya que estamos, decime! ¿Es difícil enseñarle a una perrita a hacer sus necesidades donde yo se lo indique? ¡Te digo porque yo siempre tuve perros machos!
Tardé un rato en responderle. ¿Cómo pudo haber sido tan zafado al decirme semejantes cosas? Sin embargo, sentía que una brisa ligera me despegaba la bombacha de los labios de la vagina, y que necesitaba detener el ritmo de mis latidos.
¡Más o menos! ¡Tiene que tener paciencia! ¡Al principio, puede que se haga pis en cualquier lado! ¡También leí que, con la caca, a las perras les da un poco de asco, y que por eso suelen hacer en lugares con tierra!, le expliqué, intentando serenarme. Algo de ese hombre comenzaba a darme ganas de impulsarme sobre él para golpearlo, borrarle la sonrisita perversa de su arrugada cara, o para encajarle mis tetas en la boca.
¿Y vos? ¿Aprendiste rápido a hacer pipí en el baño, y no en tu camita?, dijo sin preámbulos, luego de tomarse un mate, y acto seguido soltó una carcajada estridente para suavizarlo todo.
¿Qué dice don Mario?, le dije, y volví a escucharme más tonta que antes.
¡Era una bromita nena! ¡Más vale que eso lo aprendiste bien! ¡Son bromas de un viejo loco! ¡No me hagas caso!, decía, ahora acercándose a mí para tomar a la perrita de mis brazos, y volver a posarla sobre sus piernas. Le hizo unos cariñitos, me cebó otro mate y se puso a hablarle como un padre a un bebito. Eso me enterneció. Pero entonces, vi la hora en un reloj de pared. Ahí recordé que no me había llevado el celular.
¡Las nueve y media Mario! ¡Mejor me voy! ¡Mi vieja está insoportable con los horarios de la comida! ¡Si quiere, mañana vengo a visitar a, a la perrita!, le dije, levantándome de un salto de la silla, recogiendo mi mochila para ponérmela en los hombros.
¡Bueno, me alegra mucho que vengas a visitar a Sasha! Llamala por su nombre, y no te avergüences cachorrita! ¡Vamos, que te acompaño, porque cerré con llave!, me dijo mientras se levantaba con la perrita en brazos, y manoteaba un manojo de llaves. Me siguió hasta la puerta de entrada, y, al mismo tiempo que abría, como yo quedé entre él y la puerta, sentí su cuerpo aprisionando levemente el mío. ¡No podía ser! ¡Para mí, eso era inconfundible! ¡Mario tenía la pija parada! Se la noté dura, con todo el vigor contra mi cola, y eso me hizo gemir sin querer.
¿Estás bien nena? ¿Te hice algo?, me dijo el descarado. Yo ni recuerdo qué le respondí.
¡Dale, apurate que vas a llegar tarde cachorrita! ¡Y, no te olvides de tomar la leche mañana, así estas maravillas que tenés se te ponen más grandes y hermosas de lo que ya son!, me dijo finalmente. En la última de sus frases, el viejo se atrevió a tocarme las tetas con una caricia que me estremeció. Solo tuvo que usar una sola de sus manos grandes para que los pezones se me paren aún más de lo que ya estaban. Fue imposible pedirle a mi conchita que no me moje la bombacha con un disparo de flujo caliente que me sacudió los pensamientos. Al punto tal que, me quedé parada como una estúpida en la puerta de Mario, una vez que él entró a su casa, sin saber qué hacer.
En la cena, parecía que mi cuerpo flotaba. Estaba tan desconcentrada que no podía responder rápido a lo que me preguntaban. Era como si a mi cerebro se le hubiese desconectado el Wifi.
¡Sí ma, ya te dije! ¡Don Mario quedó chocho con la perrita! ¡Así que, ya está! ¡Un problema menos, como decís!, dije al fin, y volví a encerrarme en las sensaciones que me rondaban. Todavía podía rememorar la forma en la que ese viejo me tocó las tetas, y me venían unas ganas feroces de masturbarme.
Al otro día, me aparecí por la casa de Don Mario. Como había hecho un flan por la mañana, se me ocurrió llevarle dos lindas porciones, para agradecerle que haya adoptado a Sasha. ¿Por qué le habrá puesto mi nombre a la gordita? Me lo preguntaba una y otra vez. Pero, en el fondo, eso me excitaba.
¡Le traje un poco de flan que hice esta mañana! ¡Espero que le guste!, le dije a don Mario, una vez que ya estaba sentada en su casa, jugando con Sasha. Ni bien vio el Tapper que dejé sobre la mesa, sus ojos despidieron unas chispas de alegría.
¡No te lo puedo creer! ¿Sabías que el flan es mi postre favorito? ¡Pero, no debiste molestarte! ¡Sabés que adopté a Sasha sin ninguna condición!, decía Mario mientras revolvía en sus cajones. Por suerte había decidido ir a visitarlo en la tarde, una vez que terminé con las tareas de limpieza que me encajó mi vieja.
¡Bueno, ya que estamos, voy a buscar algo en la heladera, que puede combinar muuuuy bien con ese postre!, dijo, luego de dejar dos cucharas y dos compoteras en la mesa.
¡Don Mario, yo no como! ¡Yo se lo traje para usted!, me apresuré a decirle.
¡Sí, está bien! ¡Pero yo lo quiero compartir con vos! ¿Te parece?, murmuraba mientras cerraba la heladera. Luego, separó las porciones de flan en las compoteras, y vertió una cucharada abundante de dulce de leche sobre ellas. Al parecer, ese dulce esperaba alguna ocasión especial. ¿Acaso, lo habría comprado para compartirlo con alguna de sus nietas?
¡Dale Cachorra, comé un poquito aunque sea! ¿No lo habrás envenenado?, me dijo Mario metiéndose una cucharada de flan en la boca, riéndose con ganas de su propio chiste. Entonces, le hice caso, y en el exacto momento en que bajé la cuchara para servime el segundo bocado, se me cayó un trocito de dulce de leche en la musculosa. Esta vez me había puesto una negra, y una calza ajustada. ¡Y de nuevo sin corpiño! Pero, ahora no había sido consciente.
¡La verdad corazón, el flan te salió estupendo! ¡Deben estar contentos tus amiguitos! ¡Por fin una compañerita sabe hacer ricos flanes! ¡Te deben tener en un pedestal! ¡Y encima, con esos pechitos hermosos!, dijo don Mario, ahora fijándose en el trocito de dulce de leche que me ensuciaba la remerita. Aunque pareció no prestarle atención. Yo me reí re acalorada, y le dije que solo preparo flan para mi familia.
¡Entonces soy un afortunado! ¡Te agradezco mucho!, me dijo, cucharada mediante, y se detuvo a saborearlo todo.
¡Además, te pusiste un rico perfume!, se expresó con naturalidad, como si estuviésemos hablando de eso.
¿Y, la cachorrita, cómo se porta? ¡Espero que no le haya dado tantos problemas! ¿Tomó la leche hoy?, le dije, como para cambiar el tema. Notaba que los pezones atravesaban la tela de mi musculosa de lo duritos que se me habían puesto, y no quería evidenciarme. ¿O sí?
¡Sasha, es un amor! ¡Por eso no te preocupes! ¡Es lógico que se haya hecho pis en la alfombra, y arriba de mis pantuflas! ¡Pero es chiquita, y a todas las hembritas les pasa eso! ¡A las perritas, y a las nenas también! ¡No creo que vos, de la noche a la mañana hayas dejado los pañales tan rápido! ¡Por eso, es como vos dijiste! ¡Hay que tenerle paciencia! ¡Y, sí, se tomó toda la lechita! ¿Y, vos, tomaste la leche hoy?, me dijo, esta vez paseándose la lengua por el labio inferior, descaradamente.
¡Sí, hoy tomé leche con chocolate!, le dije, mientras ahora un hilo de caramelo del flan aterrizaba en el inicio de mi pecho y se perdía en la unión de mis tetas, bajo la musculosa. Esta vez Mario había visto mi accidente, y enseguida se levantó con una servilleta en la mano.
¡Uuuy, dejame ayudarte! ¡El caramelo te va a hacer flor de pegote!, decía, acercándose a mí, con gesto paternal, aunque con un brillo maléfico en sus ojos verdes. Yo me recosté sobre el respaldo de la silla, y crucé los brazos encima de mis tetas, diciéndole: ¡No don Mario, no se preocupe, que, ahora voy a mi casa, y me limpio!
Pero él no me escuchaba. Ni bien se detuvo a mi derecha, me levantó la musculosa con un dedo, deslizó suavemente la servilleta en el final de mi cuello hasta un poquito antes de la unión de mis tetas, y se agachó para olerme el pelo.
¡Tranquila nena, que solo te estoy limpiando, para que tu mami no te rete!, me dijo, haciéndome sentir una adrenalina que no reconocía como propia. Lo oí oliéndome el pelo, y entonces noté que su rostro descendió a mi cuello.
¡No me equivocaba, tenés un rico perfume chiquita! ¡Pero, me parece que, bueno, esta remerita también se te ensució con dulce de leche!, dijo con la voz mucho más empequeñecida, aunque cargada de morbo. No supe luego cómo es que todo pasó. Sé que acercó su cara a mis pechos, que me estiró la remera y que le pasó la lengua a la islita de dulce que aún permanecía pegado en ella. Otra vez lo oí olfatear el aire, y entonces sentí la punta de su nariz contra una de mis tetas.
¿Estás segura que no te ensuciaste esos pechitos bebé? ¡Me parece que, no tendrías que haber comido flan con dulce!, murmuró, posando una de sus manos en mi pierna derecha, mientras acariciaba suavemente la parte de arriba de mis tetas con su rostro, al estirar la musculosa hacia abajo. Yo gemí, mientras se me contraían los músculos porque sabía que se aproximaba un peligro, y por el otro lado la bombacha se me mojaba imperdonablemente.
¡Basta don Mario, que, esto no está bien!, alcancé a decir, como una tartamuda. Él me chistó para hacerme callar, y entonces noté que me estaba oliendo las tetas.
¡Son hermosas, y huelen rico tus tetas nena! ¿Alguna vez te lo dijeron? ¡Porque, imagino que vos, ya estuviste con algún cachorrito! ¿Ya te montaron nenita? ¿Nunca te quedaste abotonada con un cachorrito?, me dijo, haciéndome notar la humedad de sus labios todavía cerrados en uno de mis pezones. Quise gritar, pero no tenía el valor, ni las suficientes ganas de hacerlo. Me temblaban las piernas, y se me abrían solas.
¿No me vas a contestar? ¡No creo que una chica tan linda, con estos dos primores, y una colita preciosa, todavía sea virgen! ¡Yo te vi a los besos con un par de chicos, en la vereda de tu casa!, me decía, ahora respirando un poco más agitado. Tuve toda la intención de llevar una de mis manos a su bulto para bajarle el pantalón y mirarle la verga. Pero no era capaz de nada, cuando sus labios ya me besuqueaban las tetas. El cosquilleo que me invadía era interminable. De repente, atrapó uno de mis pezones en su boca, y lo sorbió ruidosamente, como si se tratara de una golosina, o de la bombilla del mate. Eso sí que me hizo gemir y suspirar. Una de sus manos me sobaba la pierna, cada vez más cerca de mi vulva. Si hubiese sido por mí, le habría pedido que me viole ahí nomás. Pensé en que, a pesar que ya había chupado varias pijas, aún me faltaba tragarme la leche. Generalmente les pedía que me acaben en las tetas, o en la bombacha cuando era más chiquita. ¿A qué sabría la lechita de ese viejo verde? ¡Pero, en qué estaba pensando! ¡Ese tipo estaba por hacerme daño! ¿Y qué carajo me importaba? ¿Pero, si se enteraba alguien? ¡Yo, quedaría como una puta, o él como un degenerado?
¡Me parece que se está zarpando! ¡Mejor me voy a mi casa!, le dije, intentando levantarme de la silla. Pero él me puso una mano en la panza para inmovilizarme, y volvió a chistarme.
¡Ya te vas a ir a casita bebé! ¡Pero, tenés que ver a Sasha! ¡Ahora te la traigo! ¡Pero me gustaría saber, si ya dejaste de ser virgen! ¡Contame, que yo no se lo voy a decir a nadie! ¡Yo puedo ser tu amigo!, me decía, sin dejar de frotarme la pierna.
¡No, no soy virgen! ¿Está contento? ¡Ahora, tráigame a la perrita, que la saludo y me voy!, le dije. Él se levantó lentamente de la articulación de sus rodillas, olfateándome otra vez, aunque ahora con los ojos más encendidos que antes.
¡Mmm, tu perfume es delicioso! ¡Y, tu olor a pipí también chiquita! ¿Sabías? ¡Dicen que las virgencitas, suelen andar con olor a pis en la bombachita!, me dijo, separándose de mí, aunque no evitó sobarme una teta. Lo miré re mal. Pero no pude retrucarle, ni gritarle, ni putearlo. Luego trajo a Sasha. La acaricié, le di unos besos, y agradecí que mi madre me haya llamado al celular. Así que, me fui, casi sin saludarlo. Aunque, me hice la re boluda, y le miroteé lo que se escondía en su entrepierna. ¡No podía creer que el pantalón se le abultara a ese nivel! ¡Y, encima, ese viejo cretino me dijo que tenía olor a pis! ¿Sería cierto? ¡Qué cochina! ¿Cómo podía ser verdad? ¿Le excitaría el olor a pis de una pendeja como yo?
Al día siguiente me encontré con don Mario en la verdulería, y ni lo saludé. Él se esforzó por hacerlo. Buscaba mi mirada, y quería llamarme la atención hablándole a la cajera de la perrita, y de lo buena que fui al regalársela. Pero yo estaba enojada con él. O, en realidad, no podía reconocer que ese viejo verde me tenía súper alzada. La noche anterior me masturbé sin la necesidad de mirar cosas chanchas en internet. Solo con el recuerdo fresco de su boca sorbiéndome el pezón, o de su mano estrujándome la pierna, o de su nariz oliendo mi perfume, y el aroma de mi intimidad.
Al día siguiente ni me lo crucé. Tenía la ilusión de verlo en la vereda, charlando con alguna vecina, o baboseándose con las pendejas que van y vienen por el barrio. Pensaba en que tenía razón con lo de mi olor a pis, y me sentía una nena, incapaz de seducir a ningún chico. Pero, era obvio que, la calentura esa tarde me había desbordado, y me consolé creyendo que era posible que se me hubiesen escapado algunas gotitas, mientras ese cerdo me olía las tetas.
El fin de semana pasó sin nada para destacar. El lunes, un amigo de mi viejo vino a llevarse a Roco. Pero me ocupé de dejarle bien en claro que ya todos los perritos fueron dados en adopción, y que Roco se quedaba en casa, por decisión de la familia. El martes, cuando volvía de la verdulería a mi casa con las cosas que mi vieja me había encargado, vi a Mario hablando con un hombre de unos 40 años, en la puerta de su casa. no pensaba en saludarlo. Pero él me hizo un gesto con la mano, ya que yo caminaba por la vereda del frente a la de su casa, y me pidió que luego de dejar la mercadería me dé una vueltita, porque el hombre necesitaba hacerme unas preguntitas. Entonces reconocí a Marcelo. Es el veterinario del barrio. ¿Qué le habría pasado a la gordita? ¡Espero que ese viejo no se haya olvidado de alimentarla! De modo que, ni bien dejé las cosas en las manos de mi madre, corrí a lo de don Mario.
¡Bueno Marcelo, acá está la dueña verdadera de la perrita! ¡Digamos, la perra que ella tiene es la mamá de Sasha! ¡Aaah, y ella también se llama Sasha! ¡Se lo puse, porque tanto la perrita como esta nena, son hermosas! ¿A usted qué le parece?, decía Mario, mientras los tres entrábamos a su casa. Marcelo se rió casi que por compromiso, y apoyó su maletín en la mesa para abrirlo y buscar algunas cosas.
¿La gordita está bien?, pregunté asustada. Mario me tranquilizó diciéndome que estaba más que bien. Pero que, según Marcelo había que vacunarla por los parásitos, la rabia, y que había que hacerle algunos controles.
¿La mamá de Sasha, es una perra muy grande?, me preguntó Marcelo, mientras sacaba una libretita para tomar nota de todo lo que yo le contaba. Entretanto, Mario me daba un vaso de jugo, y a Marcelo uno de cerveza. Luego de otras cosas que Marcelo me preguntó, como el peso de Rocío, sus antecedentes de enfermedades, vacunas, medicamentos o tratamientos, Mario Trajo a Sasha. Fue rápido. Marcelo la vacunó, y la gordita apenas lagrimeó.
¡Era importante que vinieras chiquita, porque vos conocés mejor a la madre! ¡Según Marcelo, ahora ya no hay de qué preocuparse!, me decía Mario, luego de pegarme sin querer en el codo. Cosa que hizo que un buen chorro de jugo se me vuelque en la remerita celeste que llevaba, ya que yo estaba a punto de tomar. Primero se disculpó, y luego se rió con otra carcajada, mientras le decía a Marcelo: ¿Vio cómo son las nenas? ¡Andan flojitas de músculos! ¡Cualquier vientito, y se les moja la remerita!
¡Bueno, al menos, ella se moja la remera, y está sana, saludable y todavía disfruta de su adolescencia! ¡Vio qe, por acá, a la mayoría se le anda mojando la bombachita, y enseguida quedan preñadas!, dijo Marcelo. Yo jamás lo había escuchado hablar así.
¡Y sí mi amigo! ¡Las hembras son todas igual se! ¡Cuando quieren aparearse, se mojan! ¡Por acá hay mucho olor a pendejita con la bombacha mojada! ¿Cuánto le debo por las vacunas? ¡Y nada de hacerme precio!, agregó Mario, mientras Marcelo cerraba el maletín, y yo trataba que no se me vieran las tetas, ya que, bajo mi remerita mojada no había corpiño. Marcelo no le cobró, y luego de convencer a Mario que era una atención por tantos años de amistad entre él y su padre, se fue. Yo, me quedé parada, pensando en las cosas que hablaban, y de la forma que se dirigían a las chicas. Marcelo también era de mironear a las pendejas. Sin embargo, cuando me avivé para dar la vuelta y seguir los pasos de Marcelo, y de esa forma rajar a almorzar a casa, caí en la cuenta que Mario ya estaba adentro, y que había cerrado con llave. encendió una radio, puso a calentar agua en una olla mientras yo jugaba distraída con Sasha para disimular mi nerviosismo, y después se sentó a tomar un vaso de jugo.
¡Che nena, disculpame por haberte hecho mojar la remerita! ¡La verdad, no te vi, y con esto de la perrita, bueno, son cosas de viejo torpe!, me dijo Mario, de nuevo inspeccionando mis tetas.
¡Pero, mirá, yo creo que tengo una remerita de mi nieta que te puede quedar bien! ¡Si te parece, yo la voy a buscar! ¡Vos te sacás esa, y yo te tiro desde la pieza la que te presto, así no te miro! ¿Te parece? ¡Después, me la devolvés! ¡No te hagas drama! ¡Yo, para que tu madre no te vea con la remera mojada!, me dijo. Mi cerebro estaba tan lento, o su lucidez fue tanta niebla para mi confusión que, en el momento creí que era buena idea. Así que, ni bien el viejo se metió en la pieza, me saqué la remera. De repente, una brisa suave me revolvió el pelo, y cuando me agaché, descubrí que una musculosita verde había caído al suelo. Y, de golpe fue demasiado tarde. Cuando volví a abrir los ojos, después de palparme la vagina para tratar de calmar las cosquillitas que me invadían, Mario ya estaba detrás de mí.
¿Qué te pasó chiquita? ¿No la atajaste? ¿O, te quedaste así a propósito? ¡Sabés que tenés unas tetitas de hembra que calientan! ¡Además, te vi cómo me miraste el otro día! ¡Yo no soy tan gil!, me decía el viejo, acariciándome la espalda al desnudo, y acercando nuevamente su rostro a mis tetas. Pero esta vez, toda su cara se fundió entre ellas, y su olfato comenzó a olerme, como si quisiera desenterrar toda mi esencia de los poros de mi piel.
¡No sé de qué me está hablando! ¡Yo, no, yo no hice nada! ¡Solo, le vine a traer a la perrita!, le dije. Pero él de pronto me puso un dedo en los labios para callarme.
¡Sí chiquita, me miraste la pija! ¿Te gusta mirarles las pijas paradas a tus compañeritos? ¿Ellos también te huelen las tetas como yo?, me decía, intentando introducir su dedo regordete y arrugado en mi boca. Entretanto, sus labios succionaban mis pezones de a uno por vez, y su otra mano comenzaba a estrujarme las nalgas para traerme hacia su cuerpo. Entonces, mientras se me escapaban gemiditos involuntarios, el viejo me separó las piernas con la mano que le quedaba libre, y un empellón colisionó contra mi mitad. Ahí sentí su dureza rozándose con mi conchita. seguro que ya estaba re cremosita y resbaladiza, porque sentí que la calza se me deshacía en medio de sus apretujes. El viejo casi no se movía. Seguía oliéndome y babeándome las tetas, apretándome el culo y jadeando. Es que, yo ahora le succionaba el dedo, se lo mordía suavecito con los dientes, y dejaba que uno de sus dedos suba y baje por el contorno de mis nalgas, clavándome pedacitos de tela entre ellas.
¡Al final, te re dejás bebita! ¡Sos como una perrita alzada, que se deja oler por los perros! ¡Yo sé mucho de perritas como vos! ¡A todas se les calientan los pezones, y se les ponen duritos, y se mean cuando un tipo más grande les frota el bicho así!, dijo de repente, y seguido de eso empezó a fregarme contra su pija hinchada, agarrándome del culo. Me lo pellizcó varias veces, y no se olvidó ni por un momento de chuparme las tetas. También me olió y lamió el cuello, los hombros, y hasta bajó para lamerme el ombligo, donde incluso introdujo uno de sus dedos.
¡No, por favor, no haga eso Mario! ¡EL ombligo no, por favor!, le dije, sumida en una excitación que me hacía transpirar.
¿Por qué? ¿Te dan ganitas de mear si te meto los deditos acá? ¿Chancha? ¿Querés pis? ¡Y, no me digas Mario! ¡Decime perro, que vos sos mi perrita!, me decía, mientras escarbaba con su dedo en mi ombligo, y me mordisqueaba el mentón. Entonces, me agarró una mano y la colocó sobre su pija envuelta en un bóxer de tela suave, el que todavía mis ojos no veían porque seguía con su pantalón de gimnasia.
¡Apretala un poquito perrita! ¿La querés? ¿Te da ganitas de probarla? ¿La querés adentro, como una buena perra? ¿Eeeeh? ¿A los perritos que van con vos al cole, se les pone así? ¡Claaaro, por eso, supongo que no te la pasás cogiendo, y dejándote montar por esos cachorritos!, me decía ahora en el oído, con su aliento extrañamente exquisito, mientras frotaba una de sus piernas contra mi vagina, mientras yo le tanteaba la pija que le latía, crecía y aumentaba su grosor bajo su calor de macho al palo.
¡Para que sepas, va a tardar en salirme la lechita, porque me hice una paja, pensando en estas tetas, pendejita rica! ¡Así que, si la querés ver, pedila nena. Pedila con todas tus ganas, pero pedímela bien bajito al oído, con vocecita de bebé!, me decía, mientras me conducía a la mesa, donde me hizo apoyar el culo. Ahora, como tenía las piernas abiertas, aprovechó a fregar desde la cabecita de su pija hasta sus huevos contra mi conchita. después me pidió que me agache, y que presione mis tetas contra su bulto, mientras lentamente se bajaba el pantalón. Antes de eso, Mario le había dedicado tres escupitajos a mis tetas, luego de volver a olerlas como un desenfrenado, diciendo cosas como: ¡Mmmm, tetita de nena, tetita de pendejita sucia, qué hermosas tetitas de nenita de mamá!
Todo hasta que se alejó unos pasos de mí, y me pidió: ¡Bajate la calcita, pero muuuy de a poquito! ¡Quiero ver qué tipo de ropita te envuelve esa joyita de perra buena! ¡Dale, bajate la calza perra!
Yo, estaba tan hechizada, perdida en mi propia calentura y decidida a obedecerle, que lo hice, muy lentamente como me lo pidió. Cuando llegué con el elástico a mis rodillas, Mario Murmuró: ¡Hooopaaa, así que la nena usa tanguita roja! ¡Quedate así perrita, un ratito!
Pero ese ratito no duró mucho tiempo. Solo hasta que él se arrodilló frente a mí, olió mi calza y la lamió, me dio un chupón en cada pierna, apenas rozó mi vulva con su pulgar sobre mi tanga, y luego de lamerlo con sus ojos casi al borde de abandonar sus cuencas, me quitó las sandalias y la calza con una facilidad increíble. Entonces, se acercó a mi cara, me pasó una vez más su dedo por la concha mientras me pedía que abra la boca para aspirar de mi aliento, y me hizo chupar aquel dedo intruso, que conservaba la humedad y el calor de mi sexo. Luego, Mario abrió la calza y se llevó la parte de mi entrepierna a la nariz.
¡Puuufff, mirá bebé, olé esto, dale nenita, haceme caso!, me decía agarrándome del pelo para incrustar la maldita calza contra mi nariz.
¿Lo reconocés? ¡No te parece que esta calcita, tiene olor a pichí? ¿Me vas a decir que no te measte mientras te comía esos pechitos?, me decía, estirándome un pezón, refregándome la calza en la cara, y abriéndome las piernas con las suyas. Yo solo gemía, y olía mi calza, como me lo ordenaba. Era cierto. Pero, más que olor a pis, era el olor de mis flujos cuando me reconozco caliente, con ganas de una buena pija.
¡No quiero imaginarme cómo estará esa tanguita, bebé! ¡A ver, bajate esa bombachita nena! ¡Dale, hacé feliz a este viejo, que solo quiere tener una perrita para él, para no sentirse solito!, me decía, habiéndose alejado solo dos pasos de mi fuego carnal. Yo temblaba de pies a cabeza. No me importaba la hora, ni mi familia, ni si me estarían buscando para almorzar, ni los llamados desesperados que tal vez hubiesen hecho a mis amigas. Solo pensaba en cómo bajarse la bombacha, sin que me quemen las manos. Pero, de nuevo, cuando alcancé a deslizarla hasta un poquito antes de mis rodillas, él me detuvo en seco. Se agachó, sopló mi vagina desnuda, abrió su mano para envolverla toda con su palma, y luego empezó a rozarla con un dedo, hasta que encontró el orificio, y lo introdujo con brusquedad, haciéndome lanzar un gritito.
¡Callate perrita, que vas a despertar a los otros perros, y si te llegan a oler, te van a querer montar, hasta mearte todo el culito! ¡Porque, vos sabés muy bien que andás alzada! ¿O, querés que vengan otros perros?, me dijo, pellizcándome un costadito del abdomen. Yo me calmé, y cuando retiró su dedo de mi vagina, me obligó a lamerlo.
¡Sabía que no eras virgen nenita! ¡Este viejo sabe por zorro, por diablo, y por cochino! ¡Todas las tetonas como vos, son iguales!, me decía, mientras me quitaba la tanga con suavidad. A él también le tiritaban las manos, y la respiración se le tornaba cada vez más gangosa, metálica y peligrosa. Y, cuando al fin me la sacó, la olió con todas sus ansias. No tardó en hacérmela oler, mientras me daba cachetaditas en las tetas y en la cara, diciéndome: ¿A vos te parece bonito, que una nena ande con este olor a pichí? ¿Qué sos? ¿Una perrita que se mea en todos lados, cuando ve a un perro con el pito parado? ¡Te voy a enseñar a mearte solo por mí, perrita cochina! ¡Esto, no, se, hace, chancha! ¿Me entendiste?
Después de eso, se agachó para olerme la vagina, abriéndome las piernas para frotar su nariz en ella, y también su mentón, sus labios cerrados y algunos dedos. El viejo gemía como si nunca hubiese sido feliz realmente. Hasta que se me despegó, y me dijo con un hilo de voz: ¿Querés la lechita nena? ¡Tomá, metete la tanguita adentro de la boca, y saboreala!
No tuve que hacerlo. Él solo me abrió la boca, me pasó la lengua por los labios, y mientras me daba golpecitos en la concha me encajaba mi bombachita toda adentro de la boca. En cuanto terminó, me zamarreó para sacarme de la mesa, y me puso en cuatro patas sobre el sillón, donde de paso se desquitó con mi culito. Me dio unos cuantos chirlos, sabiendo que no podía gritar porque tenía la boca ocupada, y empezó a introducir sus dedos entre mis nalgas, rozando una y otra vez mi agujerito, diciéndome abrumado y agitado: ¿Te gusta que te toque el agujerito del orto bebé? ¿Te gusta que tu perro te huela, te pegue, y te examine el culito? ¿Por acá todavía no te la metieron?
Yo no le contestaba. Sentía el cerebro en ebullición, los músculos en una terrible punzada de lujuria constante, y la vagina a punto de explotar. Por un momento creí que empezaba a mearme sobre el sillón. Y, cuando intenté saber si aquello era verdad o no, sentí los brazos de Mario aprisionarme, y sus manos buscar mis tetas, al mismo tiempo que un trozo duro de carne se abría paso entre mis piernas, para rozar con inteligencia la entrada de mi concha.
¡Dale, metela perrito! ¡Partime la concha!, pude gritarle, entre un río de baba y mi tanguita adentro de mi boca. Mario jadeó, como si calibrara el momento perfecto para hacerme delirar, y entonces, aquel pedazo de pija hinchada entró de una, tras un violento empujón entre las paredes de mi conchita. a partir de allí, empezó a hamacarse sobre mí, a empujarme, sacudirme, moretearme las tetas, a mordisquearme la nuca y la espalda, a chocar su pubis con fuerza contra mí, y a enrojecerme el culo con unas nalgadas que sonaban por toda la estancia.
¿Así se la cogieron a tu perra? ¿Así, como te dejás coger vos, cochina? ¿Te gusta la pija gorda, esta verga gruesa perrita? ¡Babeate toda cochina, asíii bebotaaaaa, que te voy a dar lechita hasta que te empaches la pancita! ¿Te vas a ir toda llena de semen de acá, perrita!, me gritaba Mario, al tiempo que sus brazos eran como cadenas de hierro, su pija exploraba rincones desconocidos adentro de mi conchita, y sus manos me arañaban las tetas, como nadie me lo había hecho. En algún momento escupí mi tanga, y eso a Mario no le gustó. Supongo que por eso empezó a bombearme más fuerte, a morderme con mayor determinación, y a arrancarme el pelo, clavándome más y más su pija en la concha. Hasta que al fin, sin robarme el empalamiento al que me sometía, se sentó conmigo encima, y me pidió que lo cabalgue, que mueva las caderas y que salte, que me coma toda su pija caliente, y que le muerda la oreja.
¡Mordeme la oreja perrita, así, y jadeá, como una perra, que estás bien abotonadita mi amor, cogé así, sacame toda la lechita, que te voy a a hacer un montón de cachorritos bebé, así, movete perra, pendeja puta, chanchita, así, uuuuf, qué putita que sos!, me decía, mientras yo le lamía la oreja, se la mordía, lo dejaba que me manosee las tetas, y me sacudía, ahora dominando el ritmo de la garchada, mientras le decía con voz de nenita inocente: ¡Dame la lechita papi, quiero toda la cheche, toda la lechita para míiii, quiero volver a casita con la bombacha toda chorreada de tu semen, quiero que me mees toda con tu lechita, vos sos mi perro, y yo tu perrita alzada! ¡Así, toqueteame las tetas viejo chancho, que te encantan las nenas con olor a putita, y yo tengo las tetas que siempre te gustó mirar ¡Y, si no me das toda la lechita, voy a dejar que otros perros me huelan el orto, y se alcen conmigo!
De pronto sus brazos adquirieron una agilidad que le creí imposible de sostener. Me levantó como si mi cuerpo fuese de plástico, y me llevó contra la mesa, donde había un recipiente con leche, que obviamente era para la gordita.
¡Dale pendejita, tomate esa leche, mientras tu perro te la larga toda acá, acá adentro de esta conchita salvaje, meada, sucia y caliente! ¿Querés? ¡La querés toda perra?, me gritaba, mientras no me quedaba más remedio que beberme esa leche tibia, con su pija todavía enterrada en mi sexo, y mi abdomen apretado contra la mesa, que se corría por culpa de sus envestidas. Él mismo me sostenía la cabeza contra el cuenco con leche, y me salpicaba la cara, los ojos y hasta las tetas, mientras seguía percutiendo en mi conchita, haciéndome sentir que en cualquier momento me embarazaría hasta el desmayo. Pero yo ya no podía evitar gemir, babearme, pedirle más, y acalambrarme por la brutalidad con la que me cogía. Hasta que, de repente, sin previo anuncio, me llevó contra su heladera. Me giró para que lo mire a los ojos, y mientras me sostenía de las piernas para que no toquen el piso, volvió a incrustarme su pija en la concha. Ahí sus bombazos fueron más lentos, porque, por lo visto, a su lechazo le faltaba poquito, o él se resistía a dármela toda. Encima, buscaba todo el tiempo enterrarme un dedo en el culo. Sin embargo, ni bien le dije: ¡Comeme las tetas, como seguro se las debés haber mamado a tu nietita, la Pame! ¿A esa perrita te la cogiste? ¿¡Esa sí que tiene unas tetas de putita!, ahí su semen comenzó a fluir como si emergiera de sus poros, su aliento, de sus fosas nasales o de su voz cada vez más quebrada y como con fiebre. Fue dulce, y al mismo tiempo terrible sentir esa incalculable cantidad de semen ardiendo en mi interior, chorreando por mis piernas y por la puerta de la heladera, por sus huevos casi sin vello, y luego mojándome la entrada del culo. Ni bien su orgasmo y el mío se fusionaron, nos marearon al punto de no saber ni cómo mirarnos, él me bajó de sus brazos vencidos, me dio un terrible chirlo en el culo y me pidió que me agache.
¡Dale bebecita, limpiame el pito con esa boquita de petera que tenés! ¿Eso sí que no te lo creo! ¡No creo que no hayas chupado nunca una pija!, me dijo, haciendo él mismo de mi cuerpo lo que quería, forzándome a arrodillarme contra la cocina mugrienta de su casa. le escupí la pija que ya se le empezaba a deshinchar, y probé los restos de semen que le quedaban, mezclados con los jugos de mi vagina hambrienta, la que ahora le regaba el suelo con las pesadas gotas de su semen que no podían sostenerse adentro. Le agarré la pija y me pegué con ella en las tetas, y en la boca entreabierta. En ese preciso momento, alguien golpeó la puerta con una prisa imposible de ignorar. Mario cayó en la cuenta que esperaba a su hijo.
¡Vestite perrita! ¡No pasa nada! ¡Mi hijo ya sabe que vos sos la que me regalaste a la perrita!, me decía, alcanzándome la remera y la calza.
‘olvidate de la bombacha pendeja! ¡Vestite rápido, que apenas entre mi hijo, le explico que viniste a traerme leche para Sasha, y listo! ¡No tiene por qué pensar mal!, me decía, manoseándome el culo, y oliéndome las tetas, mientras se arreglaba la ropa. Yo me encajé la calza, las sandalias y la remera de su nieta, y me senté en la silla. Entonces, mientras el hijo del viejo entraba, yo me levantaba, explicándole a Mario que tendría que comprarle un hueso de juguete, para que cuando le salgan los dientitos, tenga con qué afilárselos. Había que fingir, ganar tiempo para que yo me pudiera ir, y Mario logre al fin ventilar la casa por el olor a sexo que lo perfumaba todo. Saludé al hombre, y luego Mario me acompañó a la puerta.
¡Puedo decirle algo Mario, antes de irme? ¡Bueno, igual, si usted no quiere, no hay drama!, me atreví a decirle, sintiendo cómo la leche de ese hombre, los moretones en mis tetas y el ardor de mi vagina eran un solo sentimiento de calentura que me nublaba la razón.
¡Sí bebé, decime lo que quieras!, me dijo con amabilidad. Entonces, me acerqué a su oído, y le dije: ¡La verdad, sí, comí muchos pititos, de perros chiquitos! ¡Pero, nunca me animé a tragarme la leche!
Él me cobijó en sus brazos, y mientras me acariciaba la cola con disimulo, me dijo: ¡A partir de mañana, si querés venir, vení cuando quieras perrita! ¡Vos traele la leche a la gordita, y yo te tengo la lechita para vos,! ¡Y, cuando estés lista, te voy a hacer la colita! ¡Para que te recibas de perrita alzada con todos los honores! ¡Es más, si algún día venís con olor a pichí de otro perrito, no me voy a enojar! ¡Quiero que cojas, que te monten, y disfrutes! ¡Total, ya sé que tu perro, a partir de hoy, voy a ser yo! Fin
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
sos una maestra , como me calento, que bien redactado
ResponderEliminar¡Gracias Marce! Este fue uno de los relatos a pedido. Me encanta que te haya gustado!
EliminarMuy caliente el relato, como es tu costumbre. Realmente me sentí ese viejo sucio aprovechandome de la pendeja descontrolada! Gcs por la experiencia tan real!
ResponderEliminarQue pedazo de perrita en celo
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