Una ciega chancha y putita

  

Todo comenzó gracias a mi oficio y curiosidad por probar cosas nuevas. Me llamo Javier, aunque todos me conocen como Lechu. Tengo 25 años, soy fabriquero por imposición y me reconozco como enfermo amante de lugares unders. Tengo una banda de rock, una novia con la que nos prometimos infidelidad de por vida, algunos ahorros, un auto, pocas comidas predilectas y varios discos. Amo el porno amateur, y soy muy fetichista. Creo que si alguien me ofreciera trabajar del porno, lo haría sin cobrar un centavo.

Me encanta el sexo sádico, sucio y grupal, pero decidido y sin histerias. Mis amigos saben que la bombachita de la mina que me garche casualmente a la salida del pub o de un boliche se queda conmigo. Pagué locuras por una tanguita usada. Las guardo en una cajonera con el nombre de sus ex propietarias. También saben que si me escabio demás soy capaz de apostarle mi quincena a la flaca que me jure el mejor pete de mi historia. Una de ellas se quedó con mi sueldo entero una tarde. ¡cómo se la tragaba esa loquita!

El tema es que, gracias a mi primo me enteré que en La Ternerita, un bulo camuflado de mi ciudad, había una nena especial. Nunca me quiso decir si se la cogió. Cada vez que le preguntaba por ella solo decía que tenía que ir y conocerla, pero que sea prudente.

Así que un sábado la incertidumbre me ganó, y tras suspender un asado con los muchachos me di una ducha ligera y fui al bulo. Apenas me senté excitado en el mostrador pedí una Quilmes bien fría y, entonces la vi. Morocha, pelo corto atado, muy menudita y petisa, con un culo espectacular y dos ricos pechitos. La traían de la mano dos trolas del lugar mientras le decían algo por lo bajo. Ahí me di cuenta que Ayelén era ciega, con una carita angelical, y una sonrisa pequeña como su boca.

Sabía por chismes de la gente que había tenido experiencias, que los ciegos, tanto hombres como mujeres son muy apasionados, culeadores y perversos. Eso me comía las neuronas. Así que fui en busca de un poco de acción para saldar mis dos meses sin ponerla.

La agarré de una mano y me la llevé a una pieza. Ella se dejaba hacer, tímida y sin hablar. La fui desvistiendo, pero me frené al descubrir un fuerte aroma que me hizo vibrar. Observé mejor y vi que tenía la bombacha meada. Me sorprendí, aunque de todos modos la verga se me paró mucho más, y peor cuando balbuceó: ¡por favor, no le digas al dueño que me mojé un poquito! aunque, me dijeron que hay algunos hombres que les gusta eso!

No sabía qué decir, ni cómo pedirle que me la chupe. No era que le tuviese compasión. Al fin y al cabo es una putita más. Pero la veía tan inocente, y encima ciega, con la bombacha mojada, que por un segundo pensé en abandonarla. Sin embargo, apenas se la acerqué a la cara, ella me preguntó si quería que le pase la lengüita, y comenzó a encender mi calentura lamiendo suave y lentamente mis huevos. Creí que no era buena mamadora. Hasta que la puse en cuatro sobre la cama, y mientras yo jugaba con el elástico de su calzón ella se adueñaba de mi pene con el encanto de su boca estrecha, su garganta cómplice y su vocecita apretada, de la que disfrutaba cada vez que la dejaba decir algo. Me enternecía su forma porque, no era guarra para expresarse. Decía cosas como: ¡te gusta, me vas a comer toda la vagina después?, quiero que me hagas el amor y me huelas toda!

Pronto la pibita se había convertido en una experta tiragoma. Me la escupía sin precisión y se la comía casi toda cuando yo presionaba su cabeza en mi pubis, y deseaba que se atragante entera ni bien la oí pedirme perdón por un par de eructos que no pudo contener.

Seguido de eso me reí con naturalidad para no detener la terrible chupada de bolas que me regaló, apurando mi leche con la pajeadita que su manito le hacía a mi pija. Pero yo quería saborearla también. Así que me entusiasmé cuando susurró: ¡querés saber cómo huele una quinceañera bebé?!

La tumbé boca arriba y, tras separarle las piernas con determinación, besarle las rodillas y escuchar su gemidito constante le chupé bien la concha. ¡estaba re caliente la nena, súper mojada, y la tenía peludita, sabrosa y con un olor a chiquita miedosa que me volvía loco! Me atormentaba su acento diciendo: ¡así, oleme toda, quiero más besitos, vos sos muy bueno conmigo, oleme la vagina que te voy a hechizar!

No le faltaba razón, ya que pronto mi lengua recorría todos los rincones de su conchita sedienta, cosa a la que no accedía fácilmente, mientras ella me pajeaba con las dos manos y me la escupía, puesto que yo estaba arrodillado a su lado, atesorando su aroma y su sabor a hembra hasta con mis orejas. Hasta que al fin sucumbieron los leones de mi sangre y le enchastré toda la cara de semen.

Mi tiempo había concluido. Sin embargo, esa no fue la última vez que la visité, y menos después del chuponazo que nos dimos al salir de la pieza.

La próxima pagué el doble y me quedé más tiempo con ella. Fue otro sábado lluvioso, después de la cena. Llegué y pedí por Ayelén, además de una nueva cerveza. Me la trajeron las mismas guachas de antes, y la nena se sentó en mi falda con mi ayuda. Lucía menos risueña. No aguanté el soborno de su colita contra mi chota al palo y comencé a chuparle las tetas, además de pajearla por adentro del jean y darle cerveza para luego beberla de sus labios. En cuanto el gordo y la Beti, que son los dueños del bar, nos miraron con una cierta molestia en el rostro nos fuimos a la habitación.

Entramos, prendí la luz mientras ella decía que le fascina que le hagan chocarse las cosas, la desvestí apurado y la puse en cuatro en el piso diciéndole que hoy no seré tan tierno como la vez anterior. Esa cieguita no me dejaba en paz ni en los sueños! Enseguida tomé su cara entre mis manos, le abrí la boca con los dedos y se la encajé para que me la chupe. Se la refregué en las tetas, y hasta intenté cogerle la naricita. La hice oler toda su ropa mientras seguía ordeñándome la chaucha, y cuando fue el turno de su bombacha dijo: ¡quiero todo tu semen adentro de mi vagina, soy una sucia!, y se la calcé largo rato cerca de su glotis para moverme lento con bombeos sutiles, mientras le lagrimeaban los ojitos de oscuridad y lujuria.

Olió y lamió mis huevos, y cuando su saliva tocó mi orto le pedí que por favor me pajee y me chupe el culo. Lo hizo con pocas ganas, pero me llevó a la gloria con su lengua caliente y glotona deslizándose por mi zanja, y con su aliento ardiendo en mis vellos púbicos.

Quise devolverle atenciones. Por lo que de repente la volteé en la cama boca abajo con un almohadón bajo su pancita, le chupé el culito entre chirlos con mis manos y sus chatitas, las refregadas de mi pija hasta por entre sus cabellos y sus grititos alentándome a seguir enrojeciendo esas manzanitas rimbombantes. Dijo que todavía no entregaba la cola, y creí que podía perforársela en un solo golpe, justo cuando había apoyado mi glande en la entrada de su ano.

Pero me compadecí de su edad, y me dispuse a besarla, olerla, manosearla y a pajearme entre sus tetas luego de pedirle que se las escupa. Hasta que quiso que le muerda la cola. Tal vez sin querer, o como fuera, de pronto se le escapó que siempre amó que su padrastro se lo hiciera cuando era niña. Lo hice, pero pronto estaba subido a su cuerpo declarándole la guerra a su conchita empapada con mi verga cada vez más profunda, creciente y lechosa.

En un momento, mientras gemía como perra en celo, dijo en mi oído que tenía ganas de hacer pis. Sentí que los huevos se me hinchaban el doble, y que la pija se me endurecía como para quebrarse al medio. le di masa con mayor velocidad, hasta que tuve unas ganas de acabar tremendas. Se la saqué y reventé mi lechazo irrefrenable en sus gomas. La nena me la lamió con su boquita agitada, y no bien terminó me empujó sin más sobre la cama, y se me sentó en la cara para que se la chupe repitiendo: ¡dale, comeme toda que soy tu perrita!

Con esa autoridad la pija se me volvió a parar como antes. Quiso que le abra las nalgas, que le roce el culito con un dedo y que me pajee, hasta que comenzó a hacerse pichí. Nunca pensé que fuera capaz de mearse así en mi pecho! Me fascinó que su agüita resbalara por mi piel, que me pida perdón entre pucheritos y suspiros, que muerda mis dedos luego de meterlos en su conchita y que se frote contra mi mentón, hasta que ella misma se acomodó solita y lubricada arriba de mi pija para hundirla en su sexo y, ahora dejar  a mi instinto que la mueva, la coja bien rápido y duro teniéndole las piernitas, mientras ella gemía mordiendo mi calzoncillo, diciendo sin preocupaciones: ¡dame más, quiero la leche, quiero mucho pito!, y me incitaba a pegarle en la cola.

Esa vez le acabé bien adentro de su vulva, como lo deseaba. ¡dios, qué pendeja más chancha y putita!

Aquel sábado le regalé dos chocolates y un osito de peluche.

Encontré en esa cieguita una nena para cumplir mis más prohibidas fantasías. Aunque, luego de varias visitas me sentí un poco confundido. Creí que podía enamorarme de ella, y entonces estuve un tiempo sin verla. Pero, las 8 bombachitas que guardaba con su olor a perrita alzada me llevaron poco a poco a sus encantos. Volví a la carga por esa mocosita, porque no podía parar de pajearme con sus recuerdos. Tenía miedo de que ya no esté allí. Pero la diosa del pete me esperaba, más sumisa y mimosa que antes.

¿Posta que, hoy no me jode invertir todos mis ahorros en esa guacha calentona que sabe jugar tan bien!, le confié a mi primo cuando nos encontramos en un cumple. No le di detalles. Pero le hice saber que se merecía todo mi respeto por llevarme a esa nenita.

 

Segunda parte

 

Honestamente no me fue fácil dejar de visitarla. Ayelén resultó ser una diosa que te prende fuego, y no solo por su voz azucarada, con sus tetas chiquitas y tan comestibles como sus bombachitas, con su olor a ternura de pétalos prohibidos, con la temperatura de su conchita siempre jugosa y su arte al mamar la pija. Que sea ciega la hacía más interesante para mi psicología, para cada fantasía que atesoraba mi mente y para mis emociones carnales.

Ya pasaron dos años desde que la frecuento en aquella casona donde supuestamente te hacen masajes descontracturantes. Solo dos veces pedí estar con otra prostituta, de las 25 oportunidades en las que fui. Por supuesto, Ayelén no lo sabe. No me quedaba claro por qué, pero sentía que la traicionaba si se lo contaba. Con ella todo es diferente.

Había conseguido un permiso especial para sacarla del bulo y llevarla conmigo durante una hora. Con una billetera suculenta todo es posible mis amigos! La primera vez que me la llevé dimos unas vueltas en mi auto por la city, yo con la pija afuera del pantalón, y ella primero con sus manos y luego con su boquita fresca fue fabricando toda la lechita que se le antojó. Le acabé en las manos, más tarde en la boca, y el último lechazo se lo estampé entre las tetas y el corpiñito berreta que traía. Esa vez ella no debía recibir estímulos. Yo quise comprobar cuánto era capaz de mojarse la bombacha solo practicándome sexo oral. ¡y vaya que se mojaba la cochina! Ese día volvió al cabarulo sin su tanguita.

Después de esa vuelta yo le hice la colita por primera vez en su piecita despintada pero acogedora, poco luminosa aunque llena de posters de minas en bolas. Fue un día normal de Buenos Aires, con llovizna, humedad y demasiada gente en las calles, como cualquier viernes por la noche. Esa vez le regalé un CD de mi banda. Nunca supe si lo escuchó. La cosa es que me aguardaba tapadita en la cama, en tanga y con el pelo lleno de trencitas. Una venezolana me condujo a su pieza, atribuyéndose el honor de haberla preparado para mí.

Ahí supe que sus compañeras la bañan, la visten y maquillan. También la caribeña me dijo que Ayelén no es la más elegida por los hombres porque le tienen pena, pero aquellos que se hacían un pase con ella salían enloquecidos.

Entré a su pieza con los celos invadiendo mis razones, y en cuanto la mujer cerró la puerta con amabilidad me le tiré encima sin desnudarme.

¡así que a vos te lavan el culo y la conchita tus amiguitas putita?, y que dejás re calientes a los tipos que te cogen?!, le reprochaba al oído amasándole las nalgas con el bulto y las manos. La destapé, le saqué la tanga con los dientes, y se me dio por lamerle los pies. La forma con la que gemía sobre la almohada cuando mi lengua le recorría los deditos, cuando le mordía los talones, y más cuando le pasaba la pija ya al descubierto por toda la extensión de sus pies, hacía que se me parara como nunca antes.

¡haceme la cola Lechu, dale guacho!, la oí replicar cuando mi boca subía rodando por la parte interior de sus piernas y mis manos le regañaban las nalgas con puras cachetaditas. Estaba molesto por saber que otros tipos la deseaban, aunque no fueran muchos. Con esa carga emotiva en mi sangre me subí a su cuerpo, le besé la espalda con mi pija lubricándose con los flujos de su conchita, donde no se la introduje de lleno, y entonces la estacioné entre sus glúteos para presionar un poquito y comenzar a darle masa por el culo.

Ya se lo habían estrenado, por lo que no me costó tanto trabajo como lo había idealizado. Aún así la tenía estrechita, apretada y caliente. Sus gemidos ahora eran gritos, pedidos de más pija mezclados con algunos: ¡más despacito que me duele perro, no pares, cogeme el culo, aaaay, no tan fuerte!

Le desbordaba la saliva de la boca, se mordía los dedos y lamía los míos apenas se lo sacaba de la concha y levantaba un poco la cola para pegarse más a mi pubis, mientras contestaba mis recriminaciones.

¡¿quién te hizo el orto putita, quién te coge mejor que yo, te gusta sacarles la leche a los viejos sucia inmunda?!, le gritaba desbordado.

¡la cola me la hizo un policía… fueron tres veces nomás, pero ningún otro lo hizo!, y sí, las chicas me bañan, me peinan, me ponen hasta los calzones y a veces me piden que les chupe la concha!, pero ahora quiero tu pija toda adentro del culo neneee, dame lecheee!, me respondía enérgica. Ya no era tan recatada, aunque no había perdido su estilo de gemir aparentando inocencia.

Mi pene se inflamaba cada vez más en su agujerito, mis dedos le friccionaban el clítoris para que incendie las sábanas de tanto placer y mi leche, casi en su totalidad tuvo que derramarse allí adentro. Lo que quedó en mi glande se lo ofrecí a su boquita deliciosa y a su lengua agitada. No podía chupar ni lamer de las palpitaciones que le desfiguraban el rostro!

Otra de las vueltas me la llevé a la plaza. Con anterioridad llamé al lugar y le pedí a la venezolana que la vista con pollerita corta, una remerita con brillitos, que le haga dos colitas en el pelo, y que no le ponga bombacha. En la plaza le compré un helado de crema y chocolate y nos sentamos en un banco. La muy chancha se manchaba toda con el cucurucho mientras yo le secuestraba su bastón blanco por todo lo que durara nuestro encuentro. Le comía la boca enchastrada, le metía la mano por debajo de la pollera para pasarle mi helado simple de ananá en la vagina, le sobaba las piernitas y le pedía que me toque la verga, que ya se me explotaba bajo la incomodidad de mi ropa.

Cuando no pude más la llevé a mi auto, me agaché y le lamí toda esa conchita fría por todas las veces que se la toqué con mi helado, y cuando sus gemiditos me exigían piedad, ya que la hice acabar dos veces con mi lengua, me subí en el asiento del conductor y la obligué a mamarme la pija mientras regresábamos al bulo.

La leche todavía se le confundía con helado en la boca, el cuello y la remerita cuando la dejé en manos de la Beti, que cada día parecía más avejentada.

Al tiempito se me ocurrió tenerla un ratito en mi casa. Ni siquiera me importaba que mi novia me encuentre cogiendo con esa cieguita que me trastornaba a límites que nunca le hubiese permitido a ninguna mujer.

Pagué tres horas, porque mi casa estaba lejos de allí. Por suerte logré que la Beti confíe en mí. Aunque nada es casualidad en esta vida. Mi viejo es el que les vende todo tipo de alcohol y cigarrillos hace años. Lo supe por él mismo en una conversación que tuvimos medio al pasar en un asado. La cosa es que apenas llegamos a mi casa la dejé en bombachita, la senté en una silla y me puse a hervir unas salchichas. Ella quería comer unos panchitos.

Le di un vaso de coca, le serví unas papitas, y mientras ella comía ansiosa yo le besaba todo el cuerpo, deteniéndome en sus pezones erectos y generándole algunos gemidos, en especial cuando se los mordía.

Ni bien las salchichas estuvieron al fin, las puse en un recipiente y las llevé a la mesa. Le abrí las piernas, tomé una salchicha, le pedí que la sople para que no estuviese tan caliente, y se la pasé por la vulva por entre los lados de su bombacha. Se re mojaba la pibita!

Después repetí lo mismo con otra salchicha, pero esta vez se la introduje en la vagina para moverla y luego sacarla y dársela en la boca. Así lo hice con otras cuatro salchichas, hasta que mi sed guerrera de macho al palo no pudo contenerse más. La alcé en mis brazos y la recosté sobre la mesa. Me quedé en calzoncillos tan rápido como pude, le lamí los pies, que esta vez estaban sedosos y con las uñas cortitas, y, en cuanto murmuró: ¡me tenés re loquita guacho, cogeme ahora!, le puse la verga entre sus piecitos y le pedí que me pajee con ellos.

Era un poco torpe en esa tarea, ya que nunca lo había hecho. Pero mi pene crecía con ese tacto particular, con el sudor que destilaba de sus plantas, con el aroma de su conchita cuando sus dedos entraban y salían bajo mis instrucciones, y con los soniditos de su boca comiéndose las últimas salchichas que quedaban, luego de untarlas en sus jugos libidinosos.

Fui hasta su carita para que me escupa la pija y los huevos, y retorné a sus pies para regárselos con mi semen ni bien ellos me presionaron la pija con pasión, y ella se abrazaba a un orgasmo tremendo con sus dedos en el clítoris. Además yo le había metido la bombachita adentro de la concha, y eso la encendió aún más.

Esa tarde llamé a la que todavía era mi novia al celular, mientras la cieguita me hacía un pete sentadito en el inodoro de mi baño. Hablamos de puras boludeces por espacio de 3 minutos, y la tipa no sospechó nada. Entretanto Ayelén hizo pis, se pasó mi verga por las tetas, me la re babeó, me lamió las bolas, se la metía toda en la boca y reprimía todo tipo de arcada, gemidito o suspiros sexuales.

A la semana siguiente volví a sus brazos, y esta vez fuimos de noche a una plazoleta desierta, en la que por lo general se juntan algunos malandras a merquearse con mierdas como pegamentos o pasta base. Esa noche, mientras yo abonaba su tarifa, la Beti le ponía un pañal encima de su bombacha con corazones, y luego una pollerita.

Ni bien llegamos me senté en el único banco decente y le ordené que se arrodille para chuparme la pija. Fue más rápido que mi control mental. Le di la leche en solo cuatro chupadas a todo motor, y ella se la tragó toda! Siguió mamando, hasta que me la senté a upa y le subí la pollerita a la cintura. Tres flacos vitalicios del lugar la veían en pañales y se reían forzados, durísimos y perdidos. Creo que pensaban que aquello no podía ser real! Entonces, le metí la pija entre los cachetes de la cola y el pañal para frotarla bien rico y suave, para apretarle las tetas y pedirle que se mee toda. Lo hizo recién cuando volvió a petearme, arrodillada y con el pañalín por las rodillas. Con la excitación apaciguada en su boquita pensé que estaríamos en peligro si esos boludos se nos acercaban. Por lo que decidí llevarla a la Ternerita.

¡qué pasó chiquita, te hiciste pichí con el Lechu?!, le decía la caribeña entre risas mientras la conducía a su habitación.

Cada vez se me hacía más difícil cruzar la puerta del bulo y regresar a mi rutina sin la cieguita perversa de Ayelén. Me encantaba dedicarle todas las pajas que me hacía en su nombre, y coger con mi novia pensando en su boquita de petera. Ni ella ni yo conocemos la palabra Límite a estas alturas!

 

Tercera parte

 

Eso que en mi pecho no parecía saber cómo latir de emoción a centímetros del aroma de Ayelén me estaba volviendo loco! No tenía razones para celarla, pero lo hacía, y en ocasiones me enojaba con ella.

La vez que me contó que un pibe debutó en su conchita, me acuerdo que le hice sexo oral hasta que mi lengua me empezó a doler de tanto hacerla acabar. No la dejé sacarse la bombacha. Por lo tanto terminó inundada de sus jugos y mi saliva. Eso lo hicimos en el pequeño baño del bulo.

Otra tarde en ese mismo lugar la arrodillé en la diminuta cinta de cerámica que divide la ducha del resto del baño para que me la chupe, me pajee con sus tetas y para que se tome la lechita mientras se pajeaba con un consolador. Esa tarde fui el encargado de enjabonarla, pasarle la esponjita por todo el cuerpo, lavarle la cabeza y secarla con un toallón desgastado. Todo porque en medio de la mamada que le ofrendaba a mi pija vanidosa y fiel solo a su boquita, la chancha se hizo pichí encima, por supuesto, bajo mi promesa de pagarle el doble. La llevé envuelta en el toallón y en mis brazos hasta donde la Beti se preparaba un gancia, y me fui con los ojos llenos de su colita preciosa.

Otra vuelta Ayelén me esperaba en su pieza con un guardapolvito, una mochilita, trencitas en el pelo, pantalón de jogging y zapatillas. Fuimos al colegio secundario más cercano y nos mezclamos con los escolares que salían del turno tarde. Más de uno la miraba con asombro al escuchar el toc toc de su bastón en la vereda. Pero ninguno la reconocía.

Le di un chicle y le pedí que hiciera globitos con él para pegotearse la boca. Después que se chupe los dedos como si estuviese saboreando una rica verga. Hasta ahí pude controlarme. Le quité el bastón y la subí a mi auto. En cuanto arranqué le saqué el chicle de la boca y le di un alfajor. Solo que, mientras lo degustaba, sus manos y su boquita debían jugar con mi pija. Eso lo hicimos recién cuando llegamos a un descampado para no levantar sospechas. Sentía cómo la leche poco a poco subía por mi tronco cuando me la chupaba con pedacitos de alfajor y miguitas en la boca, cuando lamía mis pelotas y me olía con desesperación. Pero no se la di tan rápido. Antes de empacharla preferí reclinar el asiento del acompañante con su cuerpito expectante, bajarme del auto y volver a su lado pero por la otra puerta. Ahí le arranqué el guardapolvo sin desprendérselo, cosa que generó un estallido de botones por doquier, le subí la remerita y le volqué un postrecito de vainilla en las tetas.

No les puedo explicar lo melodioso y agitado que fue el recital de sus gemidos con la chupada de tetas que le regalé! Se las amamantaba con furia, le sorbía los pezones, le mordía el costadito de sus gomas suaves, chiquitas y carnositas, fregaba mi rostro para que ella me lo chupe y se coma lo que pudiera del postre, y también la hacía sentarse para frotarle el pito contra ellas. Después le bajé el pantalón, le rompí la bombachita de algodón celeste que traía con los dientes y la retaba porque, supuestamente tenía olor a pis. No era cierto. Su vagina tenía la fragancia de todos sus jugos esparcidos hasta por su culo, y mi lengua no podía perderse semejante legado de la naturaleza en celo. Le saqué una pierna del auto como para que permanezca bien abierta, y dejé que mi lengua recorra desde su clítoris ardiendo hasta el agujerito de su culo después de descalzarla. Me encantaba verla con esos zoquetitos azules!

Mis dedos obraron con lealtad por su vagina como buscando un tesoro prohibido, donde solo había jugos, temblores, contracciones y una urgente necesidad por acabar. Tampoco la dejé. Solo le acerqué la pija a la entradita de la concha, le subí el pantalón y me hice una paja contra sus tetas luego de acomodarle la remera, hasta ensuciársela por completo. Así de calentita y sucia la llevé a su jungla de hombres sedientos.

En el viaje mi cieguita chancha casi que me imploraba que me la coja, y que si ya no había tiempo, ella hablaría con la Beti para explicarle.

Estaba re caliente, y como no tenía siquiera la opción de tocarse solita, ya que le até las manos con un cordón de sus zapatillas, no quería ni hablarme.

Una noche fui a la madrugada, pensando que tal vez, después de un mal show con mi banda, ella podría calmar mi descontento. La Beti me dijo que estaba dormida. Entonces le propuse entrar igual a su cuarto, despertarla y cogerla así como estuviese. La Beti me aclaró que esa noche, casualmente, dos chicas más dormían en su pieza, y que si yo no tenía reparos con eso, que le pague lo acordado y vaya nomás. Ni bien entro, veo a una morocha en bolas durmiendo en un colchón, a la venezolana haciéndole un pete a un camionero, y a mi Ayelén durmiendo en su camita, en calzones y desparramada, como dando a entender que tuvo un día difícil.

Decidí acercarme y ponerle la verga en la boca, tocarle las tetas y lamerle uno de sus pezones. Se despertó en ese momento, y dijo: ¡cogeme la boquita mi amor, quiero tu lechita para dormir bien toda la noche!

Mi pija reaccionó a su cálida consigna y se la ofrecí para que sus dientes, lengua y saliva la rodeen con sus hechizos.

¡cogeme bien la boca pendejo!, dijo con dificultad cuando mi carne le obstruía el sonido de sus palabras, y entonces le agarré la cabeza para bombearle la garganta, oírla esforzarse para no tener arcadas, eructar cuando se la sacaba de golpe y pedirme más cuando le apretaba la nariz. Entretanto abría y cerraba las piernas con insolencia, se pegaba en la vulva y en la cola.

En ese rato la venezolana se dejaba hacer el culo paradita con las manos sobre la pared por ese camionero resfriado, ya que no paraba de toser y estornudar, y gemía fastidiando a la morocha que pedía silencio con un malhumor inevitable.

Ayelén se apropió de mi semen justo cuando el camionero le acababa en las lolas a la caribeña, y fue porque de tanta saliva que descargó en mis huevos tuve un shock de sensaciones que no supe sostener. Entonces, así como de la galera se me antojó ver a la venezolana entre nosotros.

Esperé a que el tipo se vista con todo el relax del mundo, y en cuanto se despidieron le propuse sin tapujos: ¡che nena, quiero que manosees toda a la cieguita, que le chupes las tetas y le saques la bombacha! ¿cuánto me sale eso?!

No quiso saber nada con juntar su boca a su piel porque, me aclaró con seguridad que no le caben las minas. Pero sí el re manoseó, le dio unas cachetaditas dulces en la cara, y le sacó la bombacha para hacérsela oler y lamer mientras le frotaba la conchita con una almohada, y respondía a cada pregunta de mis sentidos turbados de tanta calentura.

¡¿vos la bañás seguido a mi putita preferida?, la ayudás a ir al baño?, le ponés toallitas a la chancha?, la viste comerle la boca a una mina de acá?, se mojó toda no?, tiene olor a pis mi nenita?!

¡sí papi, yo la baño siempre, le paso el jaboncito por la cola y la conchita, no mi cielo?, no, ella se pone sola las toallitas, y siempre se chuponea con la Pimpolla, con la Colo o con la Nati, pero conmigo ni ahí! Está toda mojadita tu nena, y no tiene olor a pis, pero sí su bombacha, no cierto trolita?!, decía con ternura, paciencia y sadismo la venezolana, de quien jamás supe su nombre.

Yo me pajeaba como un adolescente. Hasta que la morena me dio la orden de actuar antes de irse a tomar una cerveza. En ese momento la morocha tuvo que vestirse cagando porque un flaco la solicitaba en la barra, y con suma urgencia. Entonces, no me quedó otra opción para satisfacción de mis testículos inflamados que poseer a esa pendeja toda acabadita por las frotadas y el franeleo de su compañera. Le di duro, haciendo que la cama sienta el vigor de mis envestidas, que sus tetas revoten llenas de mi saliva contra mi pecho, que mis manos le abran las nalgas para rozarle el ano con el bollito que se había hecho en la sábana y para que mi pija se ensanche como una bestia salvaje entre sus jugos pegajosos. Me pedía por favor que no le deje tantos chupones en el cuello. Me abría la boca cada vez que le tocaba los labios con los dedos que, con mucho laburo lograba meterle en la conchita para lamerlos y morderlos, y ponía carita de cogeme toda cada vez que le estiraba los pezoncitos. Le acabé adentro en medio de una charla en la que fantaseábamos con que la loca quedaba preñada. Me llevé su bombacha, le regalé mil pesos y salí unos minutos antes de que mi novia me llamara al celular. De hecho, la atendí ya vestido con Ayelén colgada de mis hombros y toda desnudita. Le dije que estaba durmiendo en lo de un amigo, y en teoría me creyó.

Otra tarde la retiré del aburrimiento de su cuarto y me la llevé a pasear en colectivo. Eso fue una locura! Fuimos de Campana a Capital y gratis, ya que ella tenía un pase por discapacidad, y ni bien nos sentamos empezamos a comernos a besos. Ahí le liberé una de sus tetas y se la chupé con sigilo, mientras le fregaba la tuna sobre su calza ajustadísima. Después la hice pararse para apoyarle el bulto en el culo, y que de esa manera la sienta crecer, endurecerse y ubicarse entre esas dos manzanitas apetecibles.

Luego, a la altura de Escobar le metí mano por adentro de la calza y le colé dos deditos en la concha, a la vez que con mi pulgar le punzaba la tela de su culote para que se le moje todo con el devenir de sus flujos. También le puse su mano adentro de mi bóxer para que me estimule el pito con una paja terrible, tanto que se la llené de leche en cuanto la oí decirme: ¡cómo me calentás hijo de puta, qué alzada me tenés, pajeame toda, chupame la teta otra vez!

Menos mal que no había mucha gente, y que la mayoría se echaba una siesta monumental. Se lamió los dedos enlechados mientras tomaba gaseosa con un sorbete, y se sentó en mi falda para darle fuerzas a mi verga con la danza de su colita. En cuestión de minutos mi tronco erecto reposaba entre su bombacha y su zanjita caliente, aprovechando sus movimientos, las sacudidas del bondi y los jadeos que intentaba apagar masticando un chicle, ya que mis dedos le pellizcaban los pezones por su propia voluntad. Llegué a bajarle un poco la calza para pajearla, y sentí cómo sus jugos avanzaban en tropel sobre mis dedos entumecidos de tanto frotarle el clítoris, algo incómodo pero con suficiencia, cuando tuvo un orgasmo que la estremeció.

El viaje de vuelta fue más tranquilo, aunque volvió a pajearme hasta quedarse con mi quesito untable en las manos. Regresé a saborear sus tetas pero ahora de a una, y encontró un nuevo orgasmo cuando se hizo pichí encima mientras mi pija casi se le metía en el culo y mis dedos la masturbaban.

Los últimos días de esa perversita en mi camino fueron los que me hicieron tomar decisiones fuertes. Casi me echan de la banda por faltar a un par de ensayos, me perdí el cumple de 15 de mi cuñada porque, le inventé que tenía un show en Bragado, y con mi novia las cosas estaban cada vez peor. Como yo tenía la posta de que me cuerneaba, y no solo con un compañero de la consultora en la que trabajaba, creo que consideraba justo a mis andanzas con la ciega. Pero realmente, me calentaba cada vez más su olor a putita, sus chanchadas a disposición de mi billetera morbosa y el calor de su concha a punto caramelo si se trata de coger. Y además era una diosa comiendo pijas la sucia!

 

Cuarta parte: un final inevitable

 

La vez que mi novia me descubrió la pija parada de tanto pensar en Ayelén, fue la última vez que cogimos posta. En esos días no encontraba la forma de no soñar con ella. Yo mismo le regalé un celular con el programa para no-videntes, para escribirle cuando no había moros en la costa. Mi novia me había planteado después de aquella cogida como hacía mucho tiempo no teníamos, que necesitaba un poco de distancia para replantearse nuestra relación. Pero que no tenía ningún lugar a donde irse todavía. Los alquileres estaban por las nubes, y en lo de sus padres no había ni un rinconcito para ella. Creo que ni se dio cuenta que se me escapó el nombre de Ayelén cuando empezaba a acabarle todo adentro de la concha, en la posición del perrito, que es su preferida. Sea como fuere, le dije que se quede el tiempo que quiera, si total yo laburaba, ensayaba con mi banda y tenía mi escapismo en los brazos de esa trolita angelical.

Al otro día de sus revelaciones, fui a la Ternerita necesitado de acción. Ayelén estaba en cama, con fiebre y una tos terrible. La Beti me aconsejó que no era prudente que me la coja así como estaba, y se tranquilizó cuando le prometí que solo quería verla. Igual me cobró la muy argolluda!

En cuanto su olor me invadió en su cuarto, le toqué la frente, le palpé las tetas desnudas sobre la sábana que la cubría y le dije que no se preocupe, que si no se sentía bien para tener sexo no me iba a enojar. Pero ella buscó con sus manos escurridizas dar con mi bulto, que yacía empalado desde que vi a la venezolana chuparle la pija a un pibito medio sin querer, porque me equivoqué de puerta y de habitación, y me tironeó el pantalón para bajarlo.

¡dale, ponémela en la boca y te saco la lechita!, dijo con la voz nasal entre algunas tosecitas. Me pajeó un ratito, se sentó para dejar caer su cabeza sobre mi pubis y me hizo un pete tan fogoso como perverso, porque la guarra me metía un dedo en el culo y me escupía los huevos cuando su boca soltaba mi pija. No pude más, y ni llegué a avisarle que el momento se acercaba. Tosió como una pordiosera cuando mi leche le inundó la garganta en un disparo guerrillero, y saboreó hasta la tela de mi calzoncillo salpicado por mi generosidad. Esa noche me quedé a cuidarla una hora más. Digamos que fui su enfermero perverso, ya que le tomaba la temperatura, le hacía masajitos y le toqueteaba la conchita para excitarla.

Después de eso, volví a llevarla a casa en mi auto, pero esta vez me acompañaba Laura, que es personal de limpieza de las oficinas de mi laburo. Laura tiene 45 años, es una rubia grandota, de hermosas tetas y muy gauchita. Siempre se supo que le cobra diez pesitos a los empleados para tirarles la goma en el baño, generalmente después de las cinco de la tarde, cuando ya se fueron todos los jefes.

Yo lo hablé con las dos, y ambas estuvieron de acuerdo. A Laura le tiré 200 mangos solo para que deje a mi chiquita en bombacha, ya en mi casa, para que le prepare una chocolatada y se la traiga a la mesa con unas facturas, que la peine y le chupe las tetas mientras Ayelén tomaba su taza de leche. Después Laura se la sentó en el regazo, y yo le ponía la pija en las manos para que me haga una pajita, mientras la mujer le ponía crema de leche con sus dedos en la boca, además de esparcirle un poco por las tetas.

Al rato Laura acomodó a mi nenita en cuatro patas sobre el sillón, le puso cremita adentro de la bombacha para endulzarle el culo y la conchita, me pidió que yo le ponga la pija repleta de crema en la boca y a ella que me la chupe hasta sacarme toda la leche. No fue necesario tanto trabajo, porque esa lengua estaba adiestrada a la erección de mi verga, y conocía a la perfección cuáles eran los trucos para que se la largue toda. Laura le pidió que no se trague mi semen y que abra la boca. En eso le encajó una cucharada de crema, y entonces Ayelén degustó esa combinación hasta que no le quedó ni una gota en la boquita.

Todavía nos quedaba una hora más, y a Laura una gran idea.

¡ahora quiero verte coger chiquita, porque, serás cieguita, pero tenés terrible cara de putita, no mami?!, dijo Laura haciendo que el rostro de Ayelén se contracture un poco. Pero entonces, me la senté a upa en el sillón, le corrí un toque la bombachita y se la metí de lleno en la conchita, después de que Laura me la mamó un poquito. Eso le molestó a mi putita hermosa, pero en cuanto mi pija naufragaba en sus jugos se olvidó de todo y empezó a dar saltitos como una loca. Gemía agudito, me pedía más verga y decía que esperaba que le hiciera un bebé. Yo sentí que me acabó varias veces en el pito. Pero la mejor de todas fue cuando me la cogía con todo a la vez que Laura le chupaba las gomas. Antes de darle mi quesito en la vulva, Ayelén empezó a decir que quería hacer pis. Laura tuvo otra idea fantástica. No sé cómo supo que en el baño había una pelela rosada, la que en ocasiones usaba la sobrinita de mi novia. El tema es que la trajo, sentó a la piba con bombacha puesta y todo, y quiso que yo le dé la lechita en la boca mientras Ayelén rebalsaba el cuenco haciéndose pichí. Después de tamaño cuadro, llevé a Laura a la parada del bondi, y a mi diosa a su cueva de intercambios sexuales, prometiéndole que en dos días la vendría a buscar. Era su cumpleaños, y no podía ausentarme bajo ningún pretexto.

Esa vez le cociné en mi casa. Hablamos mucho de su vida, y le propuse un juego peligroso, el que ella aceptó con gusto. Lo primero que me voló la cabeza fue que me chupó la pija en el patio de mi casa mientras hacía pis, sentadita en el pasto, y eso fue idea de su mente privilegiada para tales morbos. Eso fue antes de la cena, donde me contó que no tiene familia, y que llegó a prostituirse porque siempre le gustó sentirse una puta. Yo cenaba desnudo, y ella en corpiño y bombacha.

Antes de traer helado la desnudé, le puse una tanguita, un corpiño y un vestidito rojo de mi novia. Se lo manchó todo en su afán de comer el heladito, y yo solo la miraba ensuciarse cada vez más empalado. Hasta que no me lo banqué más y le puse la pija en la boca toda embadurnada con helado, cosa que me erizó hasta los pelos del culo, aunque el calor de su boquita lo arreglaba todo. Era una sensación extrema!

Después le pedí que me pajee rápido mientras le apretaba las tetas pegoteadas de chocolate, y le dejé todo mi semen adentro del vasito que todavía tenía bastante postre, el que ella se comió agradecida y feliz. Luego yo la masturbé para que se acabe en la tanguita de mi novia.

Al rato fuimos a mi pieza. La desnudé para ponerle otra bombacha onda bedetina blanca, unas medias y así recostarla boca arriba en el lecho que solíamos compartir con mi novia. Ese día ella ni siquiera estaba en la ciudad. Me la comí a chupones como un lobo hambriento, le puse el perfume favorito de mi novia, le sobé las tetas con la pija, y en cuanto noté que se empezaba a acabar toda porque, además yo le colaba los deditos, le saqué la bombacha y le puse otra de seda negra. Ésta le quedaba un poco apretadita. Mi cieguita chancha había subido unos kilitos, y eso me gustaba más!

La senté para cogerle la boquita, y cuando intuí que mi leche necesitaba recompensarla, la acosté boca abajo y se la mandé enterita por la concha. Cómo le di bomba esa noche! La cama nunca se había quejado tanto, ni el colchón ardió así con ese fuego en su superficie.

Apenas detoné toda mi leche en su interior, la hice caminar por todo mi cuarto para observar cómo aquella sustancia blanquecina le goteaba de la bombacha delicada de mi novia. Cada vez que sus pasos se me aproximaban, la guacha me olía y se agachaba para tocarme la pija, y eso me ponía más loco.

Le saqué la bombacha empapada, y le puse un culote rosa. Le traje agua en cuanto me anunció que tenía sed, la acosté en la cama y, traté de enseñarle a fumar un cigarrillo. Pero se ahogaba, se impacientaba y no parecía disfrutarlo.

Distinto fue cuando le di un fasito de flores que me regaló el baterista de mi banda. ahí sí se relajó un poco más, y hasta se reía con ganas de cada pavada que le decía. Le propuse coger adentro de las sábanas, los dos tapaditos como si fuésemos marido y mujer, y ella se echó a reír disparatada.

¡pero yo soy una puta Lechu, soy re sucia y estoy gordita, no veo una bosta y me cogen todos los días, y me tomo la leche de todos!, decía entre divertida y cariñosa, porque me lamía todo el cuerpo, ya que me había acostado a su lado.

Me la subí sobre el pecho y le metí la pija en la conchita para cogerla despacito. Yo estaba cara al cielo y ella frente a mí, por lo que mis manos le amasaban ese culo hermoso a placer, y ella gemía sin parar de besarme en la boca.

¡embarazame nene, dale, dejame la leche adentro y cogeme toda la noche, que tu novia entre y nos vea, que me saque de los pelos y me cague a palos si quiere, pero vos dame pija, rompeme toda!, me pedía desconectada de la realidad, con aliento a mariguana, con las tetas aún endulzadas por el helado y con un olor a sexo que me invitaba a no abandonar sus peticiones.

Se la largué toda en la vagina mientras me contaba que una vez hizo una doble penetración con un padre y su hijo, que otra vez una señora llevó a su sobrino para que debute con ella, y que la tipa entró a la pieza con él, y que una mañana la Beti la castigó porque la encontró masturbándose en el pasillo con un consolador. Nos reíamos de sus aventuras, a la vez que mi pene se deshinchaba en su vulva insaciable, y sus mimitos eran cada vez más sensoriales en mi piel.

¡ahora la quiero en el culo, y no me podés decir nada porque es mi cumple, y yo soy tu putita favorita, no?!, me tiró justo cuando yo recordaba que en el cajón de la mesa de luz había un consolador. Salí de la cama con prisa, lo busqué y se lo di.

¡pajeate con esto, tomá, pero primero chupalo!, le dije mientras se lo daba en la mano. Ella le pasaba la lengua sin nada de erotismo pero con mucho ruidito, al tiempo que yo le sacaba la bombacha llena de semen para ponerle otra azul con voladitos. Se pasó el chiche por las tetas luego de babearlo todo, y cuando llegó el turno de hundirlo en su vagina, lo hizo con mucho suspenso. Primero solo lo posaba sobre la tela del calzón, se abría el elástico con la puntita, contorneaba la forma de su vulva apenas tocándola, abría y cerraba las gambas, y entonces me dijo: ¡me la meto toda?!

Claro que no esperó mi respuesta. La chanchona se cogió solita por un rato hasta que le acerqué la pija a la boca para que me la mame, y ahora yo manipulaba el juguete adentro de su almejita. En un momento que se la saqué solo para que respire alcanzó a decir: ¡quiero pis!

Entonces la tiré boca abajo en la cama, la obligué a chupar el consolador repleto de sus flujos embriagadores y me le subí encima para rozarle el culo con la punta de mi verga hinchada, a la vez que le decía: ¡meate Aye, dale, quiero que mi cama tenga tu olor a putona, a pis, a flujo, el olor de tu piel, dale que te hago el culo bebota!

Y, mi reina se echó tremenda meada en el exacto momento que le penetré el orto de un solo empujón. Gritaba como una loca, pero levantaba la cola para sentirla más adentro, chupaba el chiche y se agarraba con todo a mis piernas clavándome sus uñas.

¡me vas a tener que cambiar el pañal pendejo, soy una chancha, te meé toda la camita guacho… dale, haceme el culo más fuerte que estoy drogada, meada y sucia!, decía enardeciendo al sindicato obrero de mi esperma que soñaba con hacerle varios hijos. Acabé de lleno en ese culo majestuoso cuando la imaginé embarazada. Le saqué la bombacha y le pregunté si prefería volver a la Ternerita o si quería dormir en casa. Optó por esto último, y obviamente durmió desnuda, en la cama llena de flujos, de semen y de su pipí.

Al día siguiente la ayudé a vestirse, aunque solo se lavó la carita, y fuimos hasta donde la Beti la esperaba algo molesta. Esa vez sí que me salió carita la joda! Pero mi consuelo fue saber que Ayelén tuvo el mejor cumple de su vida, y dicho por sus propias palabras.

La cosa fue mi regreso a casa. Mi novia se encontró con sus bombachas mojadas de sexo, con las sábanas calientes y meadas, con su vestido manchado, sus zapatos revoleados y todo su ropero revuelto. No me tembló el pulso. Le dije que una putita preciosa, con un culo inolvidable, con un aliento cargado de lujuria, con un aroma a sexo que parte la tierra estuvo en nuestra casa, y que cogimos como nunca. También le sinceré que no era la primera vez. Pero no le di más explicaciones. Ella no las necesitaba, ni yo quería exponer demasiado a Ayelén.

Más rápido de lo que supuse, la tarada de mi ex agarró su cartera, rompió la taza de café que se había preparado, se prendió un pucho, me hizo mierda el cenicero que me regaló su madre contra el suelo y se las tomó para siempre, sin saludos ni histeria ni lágrimas.

Volví a la Ternerita al otro día. Pero Ayelén no estaba. La Beti me dijo que la trasladaron al Chaco, aunque no parecía tan segura. La presioné para que me diera más información, pero no tuve éxito. Tampoco estaba la venezolana, ni la morocha, ni la Nati. Pensé en buscarla por todos los bulos de Chaco y Formosa, sabiendo que era una locura. Entré en depresión. Casi pierdo el laburo si no hubiese sido por los pibes de la banda. Engordé unos cuantos kilos y discutí fuerte con mi madre. Ella parecía más enamorada que yo de la idiota de mi ex. Pero nada me importaba. No sabía por dónde empezar a buscar a mi nenita sucia, a mi cieguita morbosa, cada vez más atrevida y con ese olor a putita barata que tanto me alegraba la vida. Pero de algo estoy seguro. Tengo la certeza de que tarde o temprano la voy a encontrar, y todo volverá a arder entre nosotros.     Fin

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Comentarios

  1. Como siempre excelente y caliente

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  2. Con seguridad somos muchos los que deambulamos por la web (entro otros lados) en búsqueda de satisfacer nuestras respectivos deseos. Es genial que existas y puedas describir, tan en primera persona, experiencias que bien podrían ser reales y además que lo hagas en "nuestro idioma", nuestra forma de hablar y con localizaciones tan nuestras que nos hacen vivir el relato como si pasara en la vereda de enfrente. Gcs por esa capacidad de exitarnos con algo tan sencillo y placentero como leerte.

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    1. Con seguridad, ya no leés mis relatos! O, al menos es una presunción! Pero siempre espero tus buenas críticas, buenos momentos, y ansío que volvamos a escribir juntos, o leer algo tuyo! Un fuerte abrazo amigo!

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