Terapias calientes

 

Mi nombre es Adriana, cumplo 43 en estos días y soy psicóloga. Viví con mis padres hasta que pude alquilar un modesto departamento en el mismo edificio, donde tengo el consultorio hace dos años. Me casé dos veces pero no obtuve buenos resultados. Tampoco hijos. En lo profesional, trabajé y traté con todo tipo de personas, y amo mi laburo. Escribí dos libros de autoayuda por recomendación de una amiga, y pensé en redactar otro con experiencias sexuales calientes, algunas de las que me animé a disfrutar en mi vida, y otras que me contaba la gente. Claro que sería bajo un nombre de fantasía. Pero, luego de realizar varios trabajos en barrios marginales empecé a ratonearme con los pendejos de 12 o 13 para arriba, y no mayores de 20. No sé por qué, pero me erotizaba la idea de desvirgar guachitos. Me calentaba a mares el hijo de una amiga, siempre que vacacionábamos juntas. Sentía arder mis venas cuando lo veía deambular por los pasillos del hotel en mayita o en bóxer. Pero ese nene era prohibido. No tendría problemas con ella por algo así. Sabía que yo solita encontraría otras alternativas.

Pronto comencé a tomar pacientes adolescentes, los que hoy sufren trastornos y traumas sociales de todo tipo, y me avoqué de lleno a los varones. Tuve varios entre febrero y abril, todos escalofriantes, como el de Valentín de 13 años. Me contó a media voz que le gusta mirarle el pito a su hermano que tiene 20, generalmente mientras éste duerme la siesta. Disfruta de pajearse y acabarse encima, y que no se le para cuando mira a las chicas. Estaba pálido y le sudaban las manos. Lo hice dibujar entretanto que mis preguntas no lograban respuestas. Solo cuando me desprendí la camisa y liberé una de mis tetas del corpiño. Ahí los ojos se le iluminaron, y entonces me acerqué para tocarle el bulto.

¡Uuupaaa! ¿Viste cómo de a poco se te pone durita bebé?, le dije juntando mi pezón erecto a su boca. No sabía cómo proseguir. Así que le bajé apenas el pantalón, froté mi cara en su slip para que su pijita renazca resplandeciente, le di un mordisquito y comenzó a chorrearse todo de lechita fresca, susurrando: ¡qué rico putita! No llegué a tirarle la goma como hubiese querido. Pero apenas empecé a untar su semen con mi lengua de su pito, sus bolas, su pubis y piernas, ese pedazo volvió a ser un garrote de carne deliciosa. Me la metí en la boca para dedicarme a subir y bajar, golpeando mi cabeza en el escritorio, escupiendo hasta la alfombra cuando se me colmaba la boca de saliva y de su presemen. Me ponía loquita su olor a macho, su piel suavecita y sus tirones de pelo. Lo hice acabar pajeándolo contra mi cara, porque tenía un paciente por llegar, y su leche decoró mi teta desnuda. ¡Desde ese día no supe controlar mi hambre de pendejitos!

Al otro día, un martes gris y caluroso recibí a Matías, un chico en apariencia tranquilo, pero mitómano compulsivo. Le da placer robarles plata a sus padres, inventar sucesos para zafar de los exámenes en el colegio, engañar a las chicas y hacerles creer cualquier cosa a sus hermanitos. Le pregunté, entre otras cosas si era virgen. Me dijo que no, sin saber que la chica a la que dejó embarazada tenía una consulta conmigo tras su turno. Apretó los puños cuando se lo conté.

¡Es mentira eso! ¡Es una zorra esa puta, una calentona de mierda! ¡Seguro me quiere hacer cargo por la guita de mis padres! ¡Siempre me busca, y es re trola como todas las minas!, concluyó exasperado, con el ceño fruncido y nervioso.

¿Y, cómo te calienta la chiquita? ¿Qué te hace? ¿Te la cogiste en tu casa?, le decía abriéndome la camisita.

¿Te gusta esto? ¿Querés más nenito? ¿Querés una mujer bien puta, como vos decís que somos las mujeres? ¿Querés una hembra que te mueva el piso?, y me puse de pie a su lado, abriendo las piernas para enterarlo de que no traía ropa interior. Se puso rojo, pero no dejaba de mirarme, y cuando se me abalanzó lo empujé en el sillón. Le subí la remera, le besé el pecho y bajé a su vientre para desenvolver su pija preciosa, gordita y mojada en la puntita, de no más de 16 centímetros pero exquisita.

¿Qué onda? ¿Me va a hacer un pete doñita?, murmuró. Yo lo silencié con un dedo en sus labios, mientras se la empezaba a mamar despacito. Luego me subí la falda, dejé que metiera dos dedos en mi concha húmeda, los lamimos juntos y me senté sobre sus piernas para que su pene me invada de leche en cuestión de segundos, o al menos eso creía que pasaría. Sus envestidas parecían no tener fin, y yo acababa como loca mientras los cuerpos sonaban entrechocándose en el cónsul. Sentí toda su leche navegar en mi interior después de que dijo: ¡tomáaa perritaaa, conchuuudaaa!

Se vistió, y al salir se topó con la chica y su pancita. Me enterneció verlos besarse, sabiendo que su semen goteaba de mi sexo. El miércoles por la mañana me decidí, y puse una camita en el esquinero, cerca del baño del consultorio, y una cortina azul para que no se vea. La estrené por la tarde con Gonzalo, un chico sumiso de 14, con ropa de marca pero bastante sucio y feíto. Ese era su dilema. Las chicas ni lo registraban. Tenía problemas de conducta, era el líder negativo del aula y se violentaba con facilidad. No obstante, es excelente alumno. Vino para que lo ayude a resolver su timidez. Me contó que debutó con una tía alcohólica a los 12, que luego le pagó varias veces a una vecina entrada en años para que lo peteara en su casa, y no más sexo que ese para él. Me estremecí cuando me pidió ir al baño. Lo acompañé, y ni bien salió le bajé el jogging de un tirón, con bóxer y todo. Tomé su pitito en mis dedos, le hice una pajita mientras él se mordía los labios, me agaché para darle algunos lengüetazos a sus bolas peludas, le escupí el tronco de esas venas más hinchadas cada vez, y lo empujé a la camucha. Anidé toda esa pija en mi boca para deleitarme con su fiebre de hombrecito al palo, sus gemidos y groserías.

¡Cómo chupás pija putona! ¡Sacame la leche, que me re cabe tu boquita mamasa! ¡Re putita sos doctora!

Hasta que me subí la falda, y corriendo mi tanga hacia los pliegues de mis piernas me senté en las suyas para encastrar ese trozo de músculo aguerrido en mi concha empapada. Entró como resbalándose en un tobogán enjabonado, y tocó el fondo ensanchando más y más las paredes de mi celda, apretándome las gomas y estirando mi tanga con sus dedos. Intuí que su semen rabioso no tardaría en derrapar. Me aparté, le froté la cola y las tetas en la pija, se la chupé un ratito y lo senté para que vuelva a cogerme, ni bien me acomodé de espalda sobre él, pero casi sin tocarlo. De esa forma podía moverse a su antojo. Hasta que un borbotón de leche espesa, abundante y urgente empezó a brotar de mis labios vaginales, junto con su sudor agitando al aire, sus tirones de pelo y sus puteadas.

¡Me re cabió cogerte toda mamita!, dijo vistiéndose con los ojos brillosos, y luego se relajaba nuevamente en el sillón esperando más preguntas.

Pablo tocó el portero de un jueves lluvioso, a las 5 puntual, y me quiso comprar con bombones. Se los recibí, y apenas tomó asiento empezó a hablarme de su hermanita. Le calienta todo lo que se relacione con ella. Revisa sus cosas para encontrar algo, lo que sea. Se masturba oliendo sus sábanas, su ropa y sus zapatos. La espía cuando duerme o se cambia luego de ducharse. Sueña a menudo que le masajea los pies. Incluso, una vez escondió todas sus bombachas en un armario. Me confió que se pajeó como nunca oyéndola reclamarle a su mamá por ellas. También la espía cuando coge con sus noviecitos, y luego no concilia el sueño recreándolo todo en su mente, con su pene en la mano. ¡Le encanta mirarle el totó a la guacha! ella quizás ignora que un nene de 13 años puede excitarse con una hembra siempre semi desnuda por la casa.

Le pregunté si le pasa lo mismo con su madre. Pero no me contestó. Le pedí que se ponga de pie y se baje el pantalón, y lo hizo lentamente, a pesar de sorprenderse. Le dije que cierre los ojos, que piense en la colita de su hermana y que se toque la pija sobre su bóxer negro. ¡Cumplió con creces! Le recordé que por nada del mundo abra los ojos, y le sugerí que diga en voz alta todo lo que le diría a ella si la tuviese en frente, y que se la imagine como suele andar por su casa. Apenas sus gemidos aceleraban sus sentidos, y su mano se humedecía de tanto tocarse, le bajé el bóxer, me arrodillé y le di unas 5 chupadas intensas, a fondo y repletas de saliva, mientras él decía: ¡dale putita, comete mi pija, y sacate la bombacha! ¡Te gusta la pija de tu hermano zorra, tragala toda!

Le tapé los ojos con un pañuelo, me desvestí y pegué mi cola a su pene duro y caliente como un fierro al sol. Le pedí que me azote las nalgas con su dureza y, cuando menos lo imaginé sentí un pequeño desgarro en el orto tras una envestida en seco, y danzó encima de mi humanidad con su daga cada vez más instalada en mi agujero lubricado por mis flujos, pues, me llevó con violencia a la cama donde me dio masita sin reparo, con el nombre de su hermana entre los labios. Al mismo tiempo incrustaba algunos dedos en mi conchita y me moreteaba las tetas con pellizcos cargados de lujuria, sus huevos golpeaban en mi mitad y su poronga poco a poco se preparaba para un lechazo sublime, el que estalló en mis intestinos mientras me juraba que al llegar a su casa le haría la cola a su hermana. No le devolví el bóxer, y él se apropió de mi tanga, a cambio de su promesa de jamás cometer tamaño desliz. Ni bien Pablo cruzó la puerta entró Damián, un nene de 15, rubio de ojos azules. Pero mal educado, algo violento y con serios problemas de concentración. Le cuesta mucho el colegio y casi no tiene amigos. Le gusta una guacha muy villera, rebelde y caprichosa. Pero no sabe acercarse a ella. En el fondo es un dulce, tierno como el pan y obediente. Sus padres se pelean y a menudo se van a las manos por cualquier cosa, y gracias a estos episodios, Dami algunas noches se hace pis en la cama. Examiné sus dibujos, le hice preguntas de rutina y le pedí que me hable de lo que sentía. Estuvo 5 minutos en silencio. Le dije que no tenga miedo, que acá es libre y que nadie lo ve, que podía hacer algo que le dé placer si lo deseaba. En cuanto le pregunté por la nena que le gustaba se hizo pichí después de sobarse el pito sin disimulo. Eso me puso a mil motores. Lo tranquilicé y empecé a sacarle la ropa, menos el calzoncillo. Lo acosté en la cama, le encajé las gomas en la cara, y no tardó en disponerse a devorarlas, mientras su pijita se le endurecía. Le ordené que se pajee cuando ya mi boca rodaba por su cuerpo con besos babosos y estruendosos. Le daba tetazos en la cara y le lamía las orejas. Le quité el slip, lo froté en mi vagina y lo premié haciendo que me saque la tanga y, me zambullí a comerle la pija meada con huevos y todo como una loba en celo. Él reconocía mi arte gimiendo, empujando mi cabeza y puteándome. Cuando no soporté más me senté sobre ese mástil fibroso y me dediqué a subir y bajar comiéndome esas venas tersas con mi conchita cada vez más experta en penes juveniles. Pero al pendejo le costaba acabar. ¡No te asustes, que no es como cuando te tocás solo en tu camita!, le dije para calmar su ansiedad mientras él intentaba colocarla en la entrada de mi orto, aún caliente por los chotazos de Pablo. Apenas resbaló en mi interior anal me movió unas 5 o 6 veces con vehemencia, y su lechita colonizó mi agujerito, salpicando todo cuando me la sacó todavía parada.

A las 8 de ese jueves llegó Tomás con sus graves trastornos por excesos de TV, internet y la play. Tenía 15 y no le cabía un solo grano más en la cara. No era pudoroso, por lo que ni titubeó en contarme que se pajeaba al menos 10 veces al día, que miraba porno y le tocaba el culo a las chicas en la escuela, que se le paraba el pito todo el tiempo y que disfrutaba mucho del ocio. También me contó que sus videos favoritos son los de minas cogiendo con perros, o de otras meándose entre ellas.

¡No fue difícil calentar a ese guachito morboso! Apenas le toqué la chota la sentí como un ladrillo. Me saqué la bombacha por debajo de la pollera, me senté en el escritorio abriendo bien las piernas y lo traje hacia mí de los pelos para embriagarlo con mis flujos, los que saboreó como si supiera. No se sorprendió ni se opuso a mis designios. Supongo que desde el momento en el que me desesperé por que huela mi tanga mientras lo pajeaba.

Pronto lo desnudé para lamerlo enero ensordeciendo mi olfato y mi lengua con su piel impregnada de sudor, hormonas y sexo no resuelto. Lo hice lagrimear de alegría con su verga entre mis labios para chuparle hasta el culito y regresar a su glande colorado, y lo hice acabar en mis gomas luego de friccionar ese pedazo por todo mi cuerpo. Hablamos un rato más. Yo sin dejar de pajearlo. Y en cuanto su oxígeno entrecortaba palabras le puse el culo en las gambas, moviéndome frenética. Le comí las orejas y lo llevé a la cama. Me puse en cuatro con la falda siempre por la cintura. Me abrí los cachetes con las manos, le pedí que me escupa y me revuelva la conchita, y solito apoyó con sutileza la puntita en mi hoyito que clamaba por guerra, murra y más pija. Pronto su fuerza animal entraba y salía de mi túnel perfectamente dilatado por el nene anterior, y sus dedos removían cada gota de excitación en mi flor. Me amasaba las gomas, me daba alguna cachetada, me tapaba la boca y quería que le muerda la palma de la mano. Acabó al borde del orgasmo más volcánico de mi vida, me inundó de leche hasta la médula espinal y se robó mi tanga como suvenir. ¡Estaba chocha de tantos penes de nenes alzados por toda mi humanidad! ¡Me sentía preparada y capaz hasta para moverme al hijo de mi amiga! ¡Me desesperaba la idea de que fuera virgen! Pero me aguardaba un viernes cargado de mambo adolescente.

Cuando a las 4 en punto recibí a Marcos, un morochito de 16 años, ojitos claros y una carita de pícaro enternecedora, creí que no tendría fuerzas físicas para seducirlo. Al parecer el cochino no podía vivir sin disfrazarse de mujer en la intimidad. Usaba ropa generalmente de su hermana, y los tacos de su madre. Se pintaba los labios y jugaba a desfilar como una modelo en su cuarto cuando no había nadie en la casa. Todo concluía cuando se pajeaba enlechándose entero viendo alguna porno de lesbianas. Me confesó que no le gustan los nenes, pero que casi todas las noches sueña que es una nena. Se quejó por el tamaño de su pito. Tuvo relaciones sexuales 2 veces con una compañerita del cole, y en apariencia su padre no se resiste a tratarlo de putito delante de sus familiares más cercanos. Dudó cuando le pedí que me muestre la pija, pero lo hizo al fin. No traía calzoncillo bajo su jogging. No tenía vello, sus bolas eran pequeñas, y su verguita, era un micro pene delicioso. Se lo chupé, pese a su primera negativa y le comí la boca con su sabor íntimo en los labios. ¿Te gusta el sabor de tu pitito nene?, le susurré lamiéndole los labios y tocándole ese manicito que, poco a poco se endurecía. No llegaba a los 11 centímetros. No me contestó pero se dejaba hacer. Así que entonces, sabiendo su situación saqué de mi cartera una vedetina rosa. Le arranqué el pantalón y se la puse, lo senté en el sillón después de mirarlo caminar por la sala, como si desfilase en la soledad de su cuarto, y en cuanto le mordí la puntita se derramó toda su lechita sin preámbulos.

Lo llevé a la cama donde lo obligué a ponerse en cuatro. Le saqué el calzón y se la chupé mientras me pedía que le diga Natalia, lo nalguee y le muerda el pito. No demoró en acabar ahora en mi boca, esta vez mejorando calidad y cantidad para entonces escupírsela en el culo como me lo exigió luego de mostrarle cómo la saboreaba y, medio se me caía de los labios, al tiempo que me juraba que le fascina ir al colegio con una bombacha enterrada en la cola, y con el pitito bien hacia atrás, como si tuviese una conchita. Esa tarde acordamos que a su próxima visita debía venir vestido completamente de nena, de Natalia. A las 5 escuché largo rato a Nahuel con sus miedos a la muerte, de que le pase algo a su familia o a sus amigos. Vivía aterrado en el encierro de su cuarto y socializaba muy poco. En sus dibujos había una gran carga sexual como en lo que escribía. Nunca tuvo novia porque a sus 16 cree que para eso falta. En medio de su discurso me hice la boluda buscando algo en un armario, y le regalé todo el panorama de mi enorme culo a pesar de mi poco gimnasio. Podía sentir el filo de sus ojos rasgando mi tanga. Cuando lo escuché tartamudear me incorporé. Lo vi babearse con una erección infernal.

¿Y, qué pasa si te digo que quiero cogerte acá nomás guachito?, me atreví a decirle, y él se levantó para tocarme las lolas. Lo senté con prepotencia, le saqué la remera y me lo merendé a besos de todo tipo y calor. Jugué un ratito con mi lengua en su ombligo y, en cuanto sacó un forro del bolsillo se lo puse con la boca para mamarlo con las yemas de sus dedos quemando mis pezones. Pero pronto se lo quité para comerle esa pija sudada, nerviosa y durísima hasta mi garganta, tanto que casi vomito. No porque fuera muy larga, sino por lo profundo de sus penetradas. Además me hacía lloriquear cuando me arrancaba el pelo. Así que enseguida le hice vivir el rigor de mi concha salvaje al sentarme sobre él para que conquiste hasta mis entrañas con su leche. Pero no quería acabarme adentro porque tenía terror de embarazarme. Estaba obsesionado por eso, y yo me movía con mayor desenfreno sobre su pubis diciendo: ¡embarazame perro, quiero que me hagas un bebito, dejame tu lechita adentro!, mientras marcaba presuroso sus dientes en mis gomas. Pero fue en vano, porque tuve que agacharme y chuparle la pija, fregarla en mi cara, olerla, escupirla y lamerle las bolas hasta que su vigorosa lluvia de esperma fecundó mi paladar.

En ese exacto momento oigo que la puerta del consultorio se abre lentamente, y casi me muero del susto al descubrir que el padre del nene había estado ahí, del otro lado de la cortina mirando todo. El hombre es policía, de unos 40 años, atlético, pelado pero decidido y simpático. Dominó la situación desde un principio.

¡Si te quedás calladita y hacés lo que te digo, nadie va a saber que te comés a los pendejos!, dijo amasándome las tetas con la vista fija en mi boca enlechada. Fuimos a la camita donde me sentó, peló la verga más rápido de lo que creí, le gritó a Nahuel que no mire, y me la encajó en la boca sin titubeos. Sólo me la sacaba cuando veía que me costaba respirar, o para darme pijazos en la cara. Me quitó la blusa, colocó su arma en el hueco de mis tetas y, apretándolas contra ella se movía enérgico, gozando de cada oportuna lamida que pudiera ofrecerle a su glande. Me recostó, me quitó la colaless, me subió la pollera a la mitad y me pajeó unos minutos, porque su deseo lo hizo retornar al incendio de mi boca para que se la succione con mayor frenesí, diciendo: ¡Así que te gustan los pendejos putita? ¡Hay mucho olor a huevo acá eh! ¡Tené cuidado porque se van a avivar!

Pronto me acomodó en cuatro, y como si se tratara de una urgencia me hizo notar su virilidad en la entrada del culo, y me la deslizó allí para no detener su movimiento, cogiéndome con la abstinencia más vulgar, clavando sus dedos en mis mamas, y erotizando mi cuello con su aire, sus jadeos y palabrotas. Hasta que me la sacó de un solo golpe y me la metió en la boca para callar mis gemidos con su lechazo infinito, porque luego, mientras lo pajeaba para beberme hasta la última gota, le brotaba más y más leche.

¿Te gusta el sabor de tu culito perra? ¿Cuántos nenitos te lo cogieron ya?, decía a la par que se vestía. Pero nuestra sorpresa fue que Nahuel estaba todo pajeado y en bolas sobre el sillón. ¡Por suerte nunca más los volví a ver!

¡El sábado se me dio lo que tanto anhelaba en la vida! Mi amiga Jorgelina me invitó a su casa, a ver unas pelis con pizza y cervezas mediantes, para recordar viejas anécdotas, ya que nos conocíamos desde la escuela, y compartir lo que nos pasa hoy en día. Ella atravesaba una crisis luego de su quinta separación y, aunque supuse que ese sería el tema recurrente de la noche, le confirmé que iba. Su hijo Sebastián iba a estar en casa, porque siempre vuelve fundido de un largo día de club. Le dije que no me incomodaba en absoluto su presencia.

A las dos horas toqué el portero de su casa. Amasamos unas pizzas, yo hice la salsa, charlamos entre vaso y fasitos, acondicionamos un poco el living, y en un momento hablamos de una noviecita de Sebastián, con la que al parecer se lleva para el carajo. Me puse colorada cuando ella insinuó: ¡che tontis, se te cae la baba cuando nombro a Sebis! ¿Te calienta un poquito mi nene?, y nos reímos para descomprimir aquella extraña sensación.

Pero enseguida le confidencié alguno de mis garchetes con los cachorritos en el consultorio. Se maravillaba escuchándome, y luego de un tramo de parloteo me dijo: ¡qué hija de puta! ¿Y estás segura que no querés violarte a mi bebé? ¡No sabés el paquete que tiene! Otra vez me avergoncé y cambiamos de tema.

Luego vimos una peli onda comedia de rubias boludas, de esas yanquis de humor predecible, compartimos otro faso y le pedí el baño, cuando noté que la cerveza punzaba mi vejiga. Una vez que salí del mismo vislumbré la puerta del dormitorio de Sebis abierta, y la curiosidad logró que poco a poco mis pies se detengan a unos pasos de su cama, donde él descansaba bajo unas sábanas de calaveras, ojos al cielo, y tal vez soñando algo chancho por lo abultado de su pene, al que no pude sacarle la mirada. ¡Tenía que hacer algo con ese nene! Olí la remera y su short que asomaban por debajo de su cama, y también las sábanas. Me fui animando a destaparlo lentamente, al menos de la cintura para arriba. ¡Casi me meo cuando vi su cabecita cual capullito rojo saliéndose de su bóxer! Tanto que me rocé la concha y empecé a pajearme sin dejar de mirarlo, agachándome apenas para intentar descubrir su olor a machito desprevenido.

En ese instante Jor entra diciendo: ¡che bolu, qué hacés acá! ¿Le estás mirando la pija a Sebita??

La hice callar con una mirada fulminante, aunque cagada de miedo. Ella se sentaba en un taburete, y en breve agregó en voz baja: ¡dale flaca, animate que este cuando duerme es una marmota!

Eso me bastó para que mi mano temerosa lo destape entero y le acaricie esa verga tiesa pero tiernita como un cogollito por la humedad de su bóxer. Por un momento hice todo lo que ella me indicaba.

¡Olete la mano! ¡Pasatelá por la cara! ¿Tiene el olor de los guachos que te cogés??

La verdad, Sebastián olía a nenito de mamá.

¡Andá corriéndole el calzoncillito! Agarrale la pija con toda la mano y acercátela a la boquita, pero primero olela! ¡Uuuuuf, cómo te brillan los ojitos hija de puta! ¡Rozate los labios con la puntita! ¿La tiene mojada? ¿Viste que el divino se afeita los vellos del pubis? ¡Te calienta eso! ¿No?

Mi corazón galopaba en mi pecho indomable cuando me dijo: ¡abrite la blusa perra! Sacale el calzón y olelo! ¡Dale, animate a lamerle el pito bien suavecito! Mirá cómo se le hincha a mi bebote!, y salió disparada de su asiento preferencial para desabrocharme el corpiño. Cuando éste cayó al suelo me lamió un pezón derecho diciendo cerca de mi oído: ¡escupí el calzoncillo y frotalo en tus tetas, así bebé, que se te paren bien los pezones, y ahora arrodillate! ¡Ponele las gomas en la cara y pajealo despacito!

¡Obvio! Yo obedecía encantada y complaciente.

                                                                    (imagen a modo ilustrativo)


Sebis se despertó con un bostezo asombrado mientras mi pulgar rozaba su glande casi afuera de su prepucio caliente, y Jor me daba chirlitos en la cola a la vez que me subía la falda diciendo con arrogancia: ¡mojate nena, toda chorreada te quiero ver putita! El nene llegó a pronunciar: ¡eeey ma, quién es esta mujer? ¿Es otro de tus jueguitos?

Yo me aparté y ella enseguida le vendó los ojos con un pañuelo que tenía listo en la mesa de luz. Le dijo: ¡vos callate y disfrutá mi cielo, y te vas a coger toda a esta puta! ¿Querés? ¡Adri, comele toda la pija, quiero ver cómo lo hacés, cómo les sacás la lechita a los nenes!

No conocía los planes de mi amiga con su hijo. Pero claramente no era la primera vez que lo hacían, y con amigas personales. Me dejó sin habla saber que Jorgelina veía a su hijo teniendo sexo con sus amigas. De inmediato, y ya lejos de cualquier análisis, mi boca acunó ese músculo en el calor perpetuo de mi lengua felina y, después de lamerle los huevos respirando en su piel, le entregué la mejor chupada de pija que sabía, ensalivando su tronco, besando furiosa su glande y mordiendo apenas su escroto para que gima también cuando subía y bajaba logrando que roce mi campanilla. Ella seguía dándome instrucciones.

¡Pegate en la cara con su pija! ¡Escupite nena, tocate, y no dejes de chuparla! ¿Te gusta Sebi? ¿Sabe mamar la pija mi amiguita? ¡Vos seguí puta! ¡Toda, bien hasta la garganta la quiero! ¡Sacate la bombacha y háchesela oler!

Cuando hice eso el nene me obsequió un ramillete seminal que desbordó mis labios y, hasta me enchastró la nariz. Pero Jor estaba borracha, porreada y decidida a todo. Le dijo al nene que no se quite el pañuelo aún, y me pidió que vuelva a chuparle la poronga. Luego que me desnude, y en cuanto lo hice con la erección de Sebis delante de mis ojos dijo: ¡sentate y cogeteló, ahora, dale perrita! Naturalmente, ni bien me hinqué sobre su pubis, esa verga empapada entró fácil y fragante en mi conchita alzada, y no paré de moverme incontrolable, mientras él abría las piernas, pujaba y gemía absorto, y Jor se pajeaba sentada en el taburete oliendo mi tanga. Hasta que corrió hacia nosotros y dijo al tiempo que me manoseaba lamiendo mis pezones: ¡Así, movete mami, sacale todo el quesito a Sebita, cogé puta! ¡Qué ricas tetas tenés guacha! y vos rompele bien la concha, cogela toda a esta que es bien calentona!

Pero juro que creí que nada tendría remedio ni otros encuentros después de que gritó: ¡basta putita! ¡Ahora te ponés en cuatro arriba de la cama, y vos le vas a hacer el orto pendejo! ¿Querés? Lo hice sin más, dejándome seducir por el trasluz de la figura de Jor desnuda en la ventana con la luna de testigo, y ella guió a Sebis para que me monte. En menos de lo que imaginé su pene se encarnó en mi agujero dilatado y en llamas, sacudiéndome sin cuidados, lamiendo mis orejas y separando mis nalgas con una de sus manos, mordiendo mi nuca cuando le grité: ¡rompeme el culo guachito!, y Jor seguía tocándose, oliendo mi calzón con la mirada atenta a su nene.

Pronto, y como todo debe tener un fin, él me tumbó en la cama, recorrió todo mi cuerpo con su pija, y luego de pajearse contra mis tetas, donde acabó con mayor abundancia que la vez anterior, me las meó mientras se sacaba el pañuelo de los ojos, y yo me pajeaba frotando el corpiño de Jor en mi conchita.

Cuando Sebastián me vio, luego de reconocerme dijo: ¡estuvo muy bueno guacha!, mientras se acomodaba debajo de sus sábanas sin siquiera pasar por el baño para limpiarse un poco. Jorgelina me llevó a la cocina donde tomamos un vino.

Al rato brindábamos por el tamaño de la verga de Sebis, por mis tetas, por sus viejos amantes, los que para ella eran pésimos en la cama, y por el momento que vivimos junto al pendejo. Luego me lamió entera mientras nos dormíamos en el sillón, desnudas, confusas y sin saber qué nos depararía el destino mañana!     Fin

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Comentarios

  1. Que terapia mi amor! Siempre me haces imaginar vividamente la escena y el morbo que te enloquece, del pendejismo! Maestra!
    Si la mitad de este relato fuera posible (aunque así la viví), quisiera ir a esa terapia! Bss

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    1. ¡Holaaaa! Gracias por tan lindas palabras. Bueno, ojalá el sexo y los mimos puedan ayudar a nuestros adolescentes. Jejejeje! ¡Un beso!

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