Honestamente, tuve que pensármelo bien, antes de aceptar a esa chiquita malcriada, insolente y engreída en mi casa. Se trataba de mi nieta, claro. Se supone que la familia siempre debe estar dispuesta por ser la familia, y al frente en situaciones especiales como éstas. Solange tenía 12 años cuando sus padres se separaron, y, acaso por fortuna, no tiene hermanitos. Mi hija, en lugar de hacerse cargo de la insurrecta, prefirió retomar sus estudios universitarios, y mudarse a la casa del tipo con el que engañó a mi ex yerno. ¿Qué iba a decirle yo? Siempre supe que no hay que meterse entre las sábanas de nadie. Además, ella jamás me respetó como madre. En parte, pude habérmelo ganado. Pero ella tampoco asomó voluntades para buscar un punto en común entre nosotras.
En cuanto a mi ex yerno, él también tenía sus juguetitos en algún lugar de la ciudad. Se trataba de una exótica bailarina de tango que provenía de Japón. O tal vez, seguía en contacto con Irene, la antigua niñera de Sol. O, por ahí le mantenía la ilusión a la bolivianita que, ciertos fines de semana, iba a limpiarles la casa. Digamos que, en cuanto a él, podía tratarse de todo un poco. En fin. Los dos sabían que para peinarse tenían que esquivar sus propios cuernos, y al principio, no les importó demasiado. Pero una noche, mi hija golpeó la puerta de mi casa, y al rato, mientras se tomaba un té de tilo, me explicó que necesitaba tiempo. Tal vez un mes o dos. Quizás, un año.
¡Mami, ya sé que no tengo que pedirte nada! ¡Pero, necesito que cuides de Sol, mientras yo resuelvo algunas cosas! ¡Sergio volvió a meterse con otra mina! ¡No quiero que Sol pase por nuestra separación, por toda esa mierda de abogados y crisis! ¡Es, solo hasta, hasta que yo vuelva a estar bien, y pueda ocuparme de ella! ¡Vos sabés lo garca que son los jueces! ¡Y los psicólogos! ¡Si la llegan a citar, o si la ven mal, angustiada, o lo que sea, las cosas se pueden complicar! ¡Podrían quitarme la nena! ¡Vos sabés lo que eso significa!, me explicaba, atropellándose las palabras, tamborileando al aire con el castañetear de sus dientes cada vez que retiraba la taza de sus labios. La verdad, no sé por qué razón me sucedía, pero, disfrutaba ver la cara de mi hija bañada en lágrimas. Supongo que debería darme vergüenza. Pero, en algunos momentos, hasta me excitaba escucharla llorar. ¡Imagínense cómo sería con mi nieta! Si bien no la vi llorar muchas veces, atesoré aquellos instantes para siempre en mi mente. Así que, después de oírla suplicarme, pedirme y controlar su ansiedad, le dije que sí, que la chiquita podía quedarse conmigo el tiempo que sea necesario.
¡Vos sabés que, desde el primer momento que esa nena entre a mi casa, tendrá que atenerse a mis reglas!, le dije como para asegurarle que yo sería una autoridad, a caso más severa que ella. Carolina asintió con la cabeza.
¡Y, también recordarás que no tolero la falta de respeto, ni las cosas modernas! ¡Si me la dejás a mí, nada de andar con celulares, ni con redes sociales, ni cositas raras!, continué, sabiendo que poco a poco ganaba la batalla. Carolina volvió a sonreír.
¡Y, recordarás que, bueno, yo no soy de muchas palabras!, proseguí, en el mismo segundo que le vibró su celular, y sus nervios se pusieron en tensión. Entonces, se levantó de la silla, relojeó el mensajito que le había llegado, agarró su cartera, y mientras se la colocaba en los hombros me dijo: ¡Mami, hacé lo que tengas que hacer! ¡Yo me acuerdo perfectamente cómo eran las cosas con vos! ¡Digamos, que conmigo, mucho no resultaron tus enseñanzas! ¡Como verás, te salí bastante rebelde, infiel, incapaz de cumplir con mi deber de madre, y un montón de cosas más! ¡Pero, ahora podés probar con Sol! ¡Ya sé que todo va a ser a tu modo! ¡Si tenés que retarla, pegarle en la cola con una regla, olerle la bombachita cuando llega de la escuela, o ponerla en penitencia una hora, desnuda y sentada en el piso del patio, como hacías conmigo, hacelo! ¡Ahora me tengo que ir! ¡Mañana te la traigo, y arreglamos lo del colegio! ¡Yo me hago cargo de darte una mensualidad para ayudarte con los gastos! ¡Mañana discutimos bien todo!
Acto seguido, como si sus palabras estuviesen sincronizadas con el destino, afuera sonaron dos bocinazos, y Carolina se apresuró a darme un beso húmedo en la mejilla. Le abrí la puerta, y la vi subirse a un auto importado. Tal vez sería su amante, o algún otro pito nuevo. Pero, desde entonces, supe que mi vida Rutinaria, abúlica, solitaria y sin nuevas noticias, se convertiría en un mar de delicias exuberantes. Tal vez demasiado para una mujer de 59 años. En solo unas horas, mi casa se inundaría del olor y los andares de mi nieta.
Al fin, al día siguiente Carolina llegó con Solange, y tres valijas con ropa, además de un par de cajas con libros, sus útiles escolares, y su bolsito personal. Enseguida, mientras Solange desayunaba un tazón de chocolatada, mi hija me dio un fajo de billetes, y me puso al tanto del nuevo colegio de la nena.
¡Queda acá cerquita, a dos cuadras! ¡Hasta puede ir sola! ¡Igual, por ahora, no tenés que preocuparte! ¡Ser infiel en verano, tiene algunas ventajas!, dijo irónicamente Carolina, mientras Solange se levantaba con todas las intenciones de jugar con su notebook. Entonces, me acerqué a ella con toda mi paciencia, y le rodeé el cuello con mis brazos para decirle al oído: ¡Señorita, antes de jugar, hay que levantar la taza de la mesa! ¡No se pueden dejar las cosas sucias con leche! ¡La lavás, y después hacé lo que quieras! ¿Sí?
El estremecimiento de Sol me cortó la respiración. Y más cuando le acerqué mi boca a su orejita y se la lamí.
¡Ustedes, las nenas tienen un olorcito delicioso!, le dije, y le deshice la ronda de mis brazos para que cumpla con lo que le había pedido. Pero, justo cuando caminaba hacia la mesa, me atreví a acariciarle la colita. Ese día traía un short azul de tela liviana, bien apretado.
¡Cómo creciste mi cielo!, dije en voz alta. Sabía que Carolina había observado cada uno de mis actos, en silencio.
¡Mami, andá despacito con la nena! ¿Te gusta mucho la cola que tiene? ¡A mí no me engañás!, me dijo Caro cuando estuvimos solas en la sala de estar. No le respondí. En lugar de eso le recordé nuestro trato. Pronto, otro bocinazo irrumpió en mitad de la mañana, y Carolina se despidió de Solange, procurando no derramar lágrimas. Ella estaba en la suya, supongo que en alguno de esos juegos online. Y, de repente, Solange y yo nos quedamos solas.
¡Llamame si pasa algo, o si necesitás lo que sea! ¡Si te hace falta más plata, te transfiero a tu cuenta!, me gritaba Carolina desde la ventanilla de aquel auto importado. Yo le aseguré que sí, y entré, como una leona en celo. Ni siquiera sabía por qué sentía tantos hormigueos en el vientre, los senos, la vulva y en las yemas de los dedos. No sucedió nada digno de destacar, hasta después del almuerzo. Una vez que yo levanté los platos sucios y los cubiertos, y que Sol tuvo todas las intenciones de abrir su compu, caminé hacia ella y le dije: ¡No mi vida, ahora, una siestita en la camita que te preparé! ¡Vamos, que, si te portás bien, cuando te levantes, te compro un heladito!
¿Qué? ¿Siesta dijiste? ¡Abu, ya no se usa esa cosa vieja de la siesta!, me dijo, mirando hacia un punto del ventanal que da al patio.
¡Solcito, lamento mucho que para vos esas cosas no importen! ¡Pero, mientras estés acá, las reglas las pongo yo! ¡Así que, acompañame, y de paso llevamos tu bolso con ropa! ¡Aunque, acá, mucho que digamos, tal vez no la necesites!, le dije, sabiendo que me tomaría por chiflada. Emitió un bufido, pero me siguió con su bolso en la mano. Una vez en la piecita que le asigné, un pequeño cuartito al fondo de la casa que solo tenía una cama, un ropero y una silla, acomodé las cortinas de la ventana para que el ambiente se oscurezca, y encendí la luz.
¡Abu, pero, no tengo sueño, y aparte, en un ratito tengo que entrar a jugar con unos chicos de Brasil! ¡De última, no me compres helado, y yo te prometo, que mañana sí duermo la siesta con vos!, intentó negociarme, con cierta angustia en la voz. Yo no me moví de la puerta cerrada a mis espaldas.
¡Vamos Sol, empezá a desvestirte, y acostate! ¡Y nada de intercambiarme cosas!, le largué decidida, implacable. Ella se sentó en la cama y se miró los pies.
¿Qué esperás? ¡Dale, sacate la ropita nena! ¡No me voy a ir hasta que estés acostada!, le dije al ver que no accionaba. Entonces, se quitó las sandalitas de mala gana, y me miró como para pedirme que me vaya. Yo chasqueé la lengua en señal de negativa. Así que, no le quedó otra que sacarse el shortcito. Cruzaba las piernas y buscaba cubrirse con los brazos.
¡Dale abu, andá, que yo me termino de sacar la remera! ¡Igual, no me gusta mucho dormir sin nada! ¡Bueno, aunque acá, me parece que me voy a cagar de calor!, dijo, mientras se reía del empapelado viejo de las paredes, mirándolas con asco. Así que, lentamente me acerqué, le levanté la cabeza con mis manos y le dije: ¡Nada de malas palabras acá, pendeja mal educada! ¡Y te vas a sacar lo que yo quiera! ¡A ver, parate! ¡Quiero ver qué tipo de calzones usás!
Fue un arrebato el que me llevó a decirle aquello, y, seguidamente a zamarrearla para que despegue la cola de la cama.
¡Abrí las piernas, y levantá los brazos hacia arriba!, le ordené de pronto, mientras el tamborileo de mi corazón me desgarraba el pecho y las sienes. Sol parecía aterrada, incapaz de negarse a mis peticiones. En cuanto lo hizo, empecé a acercarme a su cuerpo, apenas cubierto por una musculosa y una bombachita celeste. Vi que tenía casi toda la partecita de atrás metida en la cola, y eso me significó una excitación tremenda. Sus pechitos, que era su parte más desarrollada, parecían no caber en esa remerita color crema. Pero, el dibujito de su vulva juvenil en la doble tela de su bombacha, eso me incitaba a pecar, como nunca lo había hecho con ninguna de mis nietas. Sol no se parecía en nada a Carolina. Su madre obedecía sin chistar, sin oponer rebeldías ni desacatos. Esta nena es consentida, caprichosa, atrevida y siempre buscando hacerse la nena grande. Por lo que, ni me puse colorada al asestarle un chirlo en la cola, mostrarle una sonrisa amable y bajarle los brazos para rozarle esos pechitos cuando la ayudé a sacarse la remerita.
¡Ahora te acostás, y nada de celular, ni compu, ni tele! ¡A las 5 te llamo!, le dije, segundos antes de cerrarle la puerta con llave. Me fui a la cocina con el recuerdo latente de su cuerpito recostándose en la cama, con esa bombachita celeste ocultando sus tesoros de mí, y su aroma disuelto en el aire. ¿En qué estaba pensando? De repente, me senté en el sillón, me bajé el pantalón y empecé a frotarme la concha con todo el mérito que encontré sobre mi bombacha, mientras olía una camperita de Solange, la que traía puesta por la mañana. ¿Cómo sería el olor de sus medias, sus corpiños, sus remeritas y bombachas? ¡Tenía que averiguarlo! Carolina siempre olía a jabón, o a perfume, o a enjuague para el pelo. Gemía bajito, como si mi nieta pudiera escucharme. Me sobaba las tetas sobre la ropa, sentía cómo se me calentaba y humedecía la mano por el contacto con mi vulva, y me atreví a meterme los dedos para entrar y salir de mi fuego sexual, para estimularme el clítoris y sentirme cada vez más viva, sabiendo que no podría retardar mucho más al orgasmo que amenazaba con aturdirme. ¡Hacía muchísimo que no me masturbaba! ¡Y de sexo, ni hablemos! Desde que mi esposo tomó la decisión de abandonar su hogar, supe que era el momento de experimentar lo que tantas veces no me había permitido, por estúpida. De modo que tuve algunas relaciones con mujeres. Pero de esto, ya habían pasado al menos 8 años. Y, según el espejo, y mis amigas, yo no estaba nada mal para volver a la cacería sexual. Todavía me mantengo en forma con mi piel morena, mis ojos café, mis piernas bien acostumbradas a subir y bajar escaleras por mi antiguo trabajo en la butic, y mi buen par de tetas. Creo que de ellas me enorgullezco más que nada. Lamentablemente, el culo no es uno de mis atributos. De modo que, en eso estaba. Mis dedos profundizaban sus movimientos en el interior de mi vagina, y mi clítoris palpitaba como un candil ardiendo en las puertas del infierno, cuando un pitido ensordecedor me alarmó al instante. ¡Cierto, que Solange había dejado su celular en la mesa! Me arreglé la ropa y me levanté para atender la llamada. Pero cuando llegué a la mesa, dejó de vibrar y sonar. Aún así, en la pantalla apareció la llamada perdida de un tal Ciro. ¿Sería algún compañerito de la escuela de Sol? ¿O, algún pibito con otras intenciones? ¿Acaso, alguno de los que jugaba con ella por internet? ¿O, algún chico más grande, tal vez del club? ¿Se estaría haciendo la viva con un pendejo mayor que ella? Entonces, mis pensamientos fueron interrumpidos por una nueva llamada, y esta vez no dudé en contestar.
¡Hola! ¿Puede pasarme con Sol? ¡Fui a su casa, pero no hay nadie!, me dijo la voz de un pibe bastante altanero para mi gusto.
¡Hola querido! ¡Sol está durmiendo la siesta! ¡Y, en su casa no hay nadie porque está conmigo! ¡Yo soy su abuela! ¿Vos, quién sos?, le pregunté, notando que un silencio incómodo se apoderaba del ambiente.
¡Soy Ciro, un amigo de Sol! ¿A qué hora vuelve ella a su casa? ¡O, pásele el celular, así hablo con ella!, me dijo impaciente.
¡Mirá Ciro, Sol no va a volver a su casa por unos días! ¡Tal vez, por meses! ¡Pero no tengo que darte explicaciones a vos! ¡Ya hablarán cuando se levante!, le dije, advirtiendo que si hubiese podido putearme, lo habría hecho. Pero yo corté el llamado antes que vuelva a cuestionarme. Entonces, apagué el celular y lo escondí en lo alto de uno de los aparadores. La voz de ese chico, no podía ser la de un nene de 12 o 13 años. Eso me ponía de los pelos. Me imaginaba a Sol en las piernas de un adolescente fornido, musculoso y en cuero, frotando su culito virgen contra una pija hinchada y caliente, burlando el elástico de un bóxer negro para entrar en contacto con la piel de mi nieta, y mis manos bajaron nuevamente a mi entrepierna, con la idea de apagar el fuego que yo misma me había propiciado. Pero entonces, llegaron las 5 de la tarde. La hora de ir a despertar a la bella durmiente.
¡Vamos Solcito, arriba mi negra, que hay que tomar la leche!, le dije a mi nieta, apenas abrí la puerta para que la habitación se inunde con la claridad que provenía del atardecer cayendo sobre el patio. Ella estaba desperezándose en la cama, con cara de pocos amigos.
¿Es necesario que me encierres con llave? ¡Ni al baño puedo ir así! ¡Mejor, creo que, va a ser mejor que hable con mi mamá, y vuelva con ella!, dijo, levantándose con furia de la cama, en busca de algo que ponerse.
¡No, me parece que eso no va a poder ser chiquita! ¡Tu mami está muy ocupada, arreglando las cagadas que se mandan los adultos! ¡Así que, no te queda otra que estar conmigo, te guste o no! ¡Y, vamos, que te preparo la lechita!, le dije, acercándome a su cuello para hablarle como un susurro malicioso.
¡Bueno, pero, aguantá que me pongo algo!, me retrucó. Entonces la tomé de la mano, la miré a los ojos y le dije: ¡Vamos bebé, que estamos solas! ¡No me importa que estés en bombacha! ¿Te olvidás que yo te cambié los pañales? ¡Aparte, hace mucho calor en la cocina!
Cuando quise acordar, Solange ya estaba sentada a la mesa, enfurruñada y con cara de culo, y yo preparándole una chocolatada fresca. Le prendí la tele y le di el control remoto. Pero no pareció interesada en buscar algo para ver. De modo que quedó clavado en un canal de noticias.
¡Acá tá la lechita! ¡Lo único, no tengo azúcar! ¡Igual, creo que es mejor así! ¡Sería bueno que cuides tu silueta!, le dije, mientras le ponía la taza en la mesa, junto con un platito repleto de galletitas de limón.
¿Abu, me pasás mi celular? ¡Tengo que, bueno, ver si me llamó alguien!, me dijo, apenas di unos pasos, pensando en sentarme a su lado para tomar una taza de té.
¡No! ¡Ya te dije! ¡Acá, nada de celular! ¡Además, conmigo, las cosas te las tenés que ganar! ¿Esperás algún llamado?, le dije, ya sentada a su lado, acariciándole la pierna desnuda. Ese contacto me erizó la piel, al punto que necesité desviar mis ojos a la pantalla del televisor para reprimir un gemidito.
¡Pero abu, es, es re injusto! ¡Hoy, todos tienen celulares, y juegan con la compu! ¡Pasa que vos no lo Entendés, porque, bueno, no había esas cosas cuando eras joven!, me dijo, razonando con claridad, aunque con cierta angustia en la garganta.
¡A mí no me vas a convencer nenita! ¿Tá rica la leche? ¿O preferís la leche que te hace tu mami? ¿O, la que tomás en lo de tus amiguitos?, le dije, sabiendo que quizás no captaría mi sarcasmo perverso.
¡No, sí, está rica la leche! ¡Y, mi mami no me hace la leche hace bocha! ¡Con mis amigos, tomamos mate, o gaseosa! ¡Pero abu! ¿Qué tengo que hacer para que me devuelvas el celular?, Me explicó, sin dejar el tema que realmente le importaba a un lado.
¡Claro, me imagino! ¡Con tus amigos, te da vergüenza tomar leche con chocolate, porque pueden pensar que todavía sos una nena! ¿No? ¿Te querés hacer la grandota? ¿Es eso? ¡Y, lo del celular, ya lo vamos a ver! ¡Primero, tomate la leche!, le dije, acariciándole el pelo.
¡Es increíble lo que has crecido Solcito! ¡La última vez que te vi, todavía no tenías tetitas!, le dije, luego de darle un sorbo a mi taza de té. Ella se puso colorada, y miró para otro lado.
¡Pero, en mi curso hay una chica que tiene unas tetas tremendas!, dijo, como al pasar, sin darle importancia.
¿Y los chicos se las miran? ¿Y a vos, te miran las tetas esos bandidos?, le pregunté. Ella suspiró incómoda, como para tomarse el tiempo de responder, y al fin dijo: ¡Ni idea! ¡Creo que me miran más el culo!
Enseguida reaccioné, sin que sus palabras fuesen recibidas del todo por mi cerebro, y le tironeé el pelo, al tiempo que le decía: ¡Cuidado con esa boca nena! ¡Acá, se terminaron las palabras vulgares! ¡Solo yo puedo decirlas, porque soy un adulto! ¿Estamos?
Recién cuando terminé de hablar la solté, y entonces, vi que los ojos le lagrimeaban, mientras decía cosas como: ¡Síii abu, basta, está bien, no lo digo más!
La vi tomarse toda la leche, medio a las apuradas, comer un par de galletitas, y entonces, cuando quiso levantarse, le puse una mano en el hombro.
¿A dónde vas?, le pregunté con suavidad.
¡Voy al baño abu, y vuelvo! ¡Después, me decís que querés que haga! ¡Así, vos evaluás si me merezco el celu!, me desafió, intentando zafarse de mi mano.
¡Mirá, el baño está tapado! ¡Estoy esperando al plomero que venga a destaparlo, además de reparar unos grifos! ¡Vamos, que te acompaño al patio! ¡Vas a tener que hacer pichí en el pastito! ¿Es solo pis? ¿O caca también?, le dije. Era cierto que el plomero vendría de un momento a otro, pero solo a reparar los grifos. Sol me miró con decepción, pero no le quedó otra que seguirme al patio. Una vez que estuvimos allí, ambas vimos a dos vecinos trabajando con una moto, en el patio de al lado, ya que solo los dividía una alambrada cubierta por una enredadera que, aún no había crecido del todo. Sol entró en pánico, y trató de salir corriendo para la casa.
¡Sólo pis abu!, había dicho al pasar, y esas palabritas me hicieron tiritar de la emoción.
¡Dale Sol, bajate la bombacha y hacé pis, ahí, atrás de ese arbolito, que los tipos ni te ven!, le dije, consiente que los señores buscaban encontrarse con el cuerpito de mi nieta. Lo hizo tan rápido que, no sabía a qué prestarle más atención. Si a ella haciendo pis con la bombacha estirada sobre sus rodillas, apenas agarradita de un tronco, o a los hombres mirando con descaro, incitados por mí, o al fuego de mi vulva que comenzaba a quemarme las entrañas.
Apenas entramos a la casa, Sol se echó a llorar por la vergüenza. Enseguida la rodeé con mis brazos, y le pedí disculpas por el imprevisto del baño. Se sentía fatal pensando en que esos tipos la habían visto.
¡Tranquila bebé, que seguro ellos no te vieron! ¡Además, vos todavía sos chiquita! ¡Seguro que, te ven como a una nena! ¡No te pongas mal corazón!, le decía, a medida que la llevaba poco a poco hacia el sillón, donde yo me senté para luego acomodármela en la falda, como toda una abuela complaciente. Empecé a darle besos en la cara, las manos y los hombros, procurando hacerle cosquillas en los pies, diciéndole que para mí siempre va a ser la nena caprichosa y juguetona de la familia.
¡Sí, sí, seguro que a mis primas les decís lo mismo!, llegó a recriminarme, mientras se reía, intentando escaparse de mis brazos, todavía con lagrimitas cayéndole de los ojitos. Pero entonces, cuando todo se calmó, ella permaneció sentada sobre mí. Miraba distraídamente la tele, y a veces a la ventana que da al patio. De repente, una de mis manos cayó solita, involuntaria y azarosa entre sus piernas. Empecé a mover mi pierna derecha, la que soportaba el peso de su culito hermoso, y mientras hablábamos, poco a poco, me di a la tarea de darle pequeños y dulces golpecitos en el abdomen. Ella no parecía notar que mi mano bajaba un poquito más cada vez.
¡Bueno, ahora, tenés que contarme, una cosita! ¿Quién es Ciro? ¡Y no voy a tolerar que me digas que es un chico del curso, porque, su voz no parecía la de un nene!, le dije, sin alterarme, y sin detener los golpecitos intermitentes, cada vez más cerca del elástico de su bombachita.
¿Qué? ¿Cómo sabés de Ciro? ¿¨´el me llamó? ¿Por qué no me avisaste? ¡Le dije que no me llame, bah, que hoy no me llame!, empezó a confundirse sola, mientras yo no la dejaba bajarse de mis piernas.
¡No te vas a mover, hasta que no me cuentes!, le aseguré, y ella volvió a relajarse, aunque no del todo.
¿Te das cuenta por qué las nenas tienen que dormir la siesta? ¡Los chicos, andan al acecho, buscando mirarte la cola, y las tetas!, le dije. Ella soltó una carcajada nerviosa, y siguió con sus músculos alerta.
¡Vamos, mirame a los ojos, y decime quién es ese chico, y qué pasó con él! ¡Si colaborás, por ahí, te ganás una hora con la compu!, le dije, agarrándole el mentón con una mano para que sus ojos se encuentren con los míos. Aún así, yo no detenía el ritmo cada vez más dócil de mi mano contra su bombacha, al borde de tocar su vagina. Ella no cerraba las piernas. Tal vez, pensaba que ese chico, el celu, la compu, o cualquier otra cosa era más importante que el hechizo al que la sometía mi acompasado golpeteo.
¡Es, un chico del club, que, juega al básquet! ¡Pero, solo somos amigos abu! ¡A mí, ni siquiera me gusta!, dijo sin convencimiento, ya que el brillo de sus ojos la delató.
¡Mentira! ¡Ese chico te gusta, y te hace sentir cositas en el cuerpo! ¿No? ¡No me podés mentir bebé! ¡Contame todo! ¿Se besaron en la boca? ¿Eeeeh? ¿Te miró las tetas, o el culo? ¿Vos le viste el pito? ¡Acordate que, si me mentís, no tenés compu, ni nada!, le recordé mis amenazas furtivas. Ella estuvo al borde de echarse a llorar otra vez. Pero entonces, justo cuando unos perros comenzaban a ladrar en la casa de los vecinos, decidió romper el silencio.
¡Yo te cuento, pero, vos no le cuentes a mi vieja! ¡Porfi abu! ¡Y, acordate que después de eso, tengo que usar la compu! ¡Bah, si vos querés!, dijo entonces, y esperó por mi respuesta, ahora temblando un poco por los nervios.
¡Yo soy una tumba, siempre y cuando me digas la verdad, y toda la verdad!, le dije, y ella suspiró como si sus pulmones necesitaran más espacio para expandirse.
¡Bueno, digamos que, Ciro y yo, nada, por ahí, cuando nos quedábamos solos en el club, medio que nos besábamos en la boca, y bueno, sí, una vez yo le mostré la cola! ¡Y, más adelante, yo le insistí para que me muestre el pito! ¡Y, hace poquito, hice algo que ni siquiera sé por qué lo hice! ¿De verdad no se lo vas a contar a mi mamá? ¡Porque, no quiero que lo sepa!, volvió a atajarse, mientras no era capaz de notar que mi mano ya le daba golpecitos más fuertes, a un segundo de distancia entre uno y otro a su vagina. La bombacha se le humedecía, y sus palabras, aunque de nuevo en suspenso, parecían recordarle esas travesuras con la misma calentura que debió haber experimentado con ese pendejo.
¡Te lo prometí Sol! ¡Hablá, y no pares! ¿Qué hiciste con ese chico?, insistí.
¡Bueno, me, o sea, él me pidió que le dé besos en el pito, y al final, terminé metiéndomelo en la boca! ¡No sé cómo pasó! ¡A él se le ponía cada vez más gordo, caliente, y gemía! ¡Yo le daba besos, y se lo lamía como él me lo pedía! ¡No era feo hacerle eso! ¡O sea, a mí me gustaba! ¡Y, al final, empezó a decirme que soy una putita, y otras cosas que no me acuerdo! ¡Sé que, cuando quise acordar, terminé con la cara toda sucia de su semen! ¡Después averigüé lo que era, por internet! ¡Algo igual, sabía! ¡Y, ahora, Ciro está re denso conmigo! ¡Quiere que se la vuelva a chupar! ¡Dice que yo le gusto, y que le gustaría que sea su novia!, se despachó con libertad, aunque toda su cara se volvió de un rojo furioso cuando se dio cuenta de lo que estaba hablando.
¿Ah sí? ¿Quiere ser tu novio ese pendejo? ¡Y vos, sos una chancha! ¡Sos una cochina, una nena sucia! ¿Cómo vas a hacer eso?, le decía, ahora con mi mano percutiendo con mayor nitidez a su vagina, y con mi otra mano agarrándola de los pelos, hablándole al oído. Entonces, aproveché a atrapar el lóbulo de su oreja entre mis labios, mientras seguía susurrándole: ¿Te parece bonito meterte el pito de un pendejo más grande que vos en la boca? ¿Te gusta ser la putita de ese nene? ¿Te gusta que te toque acá? ¿Y que te dé golpecitos? ¿Ese nene te tocó la vagina bebé? ¿O, vos se la mostraste?
Solange pareció haber entrado en un trance, ya que durante ese rato, mientras duró la succión de mis labios a su oreja, no tuvo fuerzas para hablarme. Y menos cuando empecé a tocarle las tetitas desnudas. Los pezones se le habían parado, y los tenía calientes. Así que, ni bien solté su orejita como el gajo de una mandarina jugosa, la di vuelta con toda la facilidad, y le olí las tetas, antes de pasármelas por la cara.
¿Qué hacés abu? ¡Sos re chancha vos también!, me dijo. Entonces, la discipliné con un fuerte chirlo en la cola.
¡Callate pendeja puta, que no tenés derecho a hablar, después de lo que hiciste! ¡Tu mami no va a saber nada, pero yo, voy a tener que castigarte por lo que pasó! ¡Además, es re rico el olor de tus tetitas! ¿Ese pibe no te las olió?, le dije, viendo cómo nuevamente unas lágrimas ardientes descendían de sus ojitos. Pero esta vez no me importó. Después de olerle las tetas y el cuello, metí mi mano adentro de su bombacha, palpé su vulva con toda la palma y mis dedos, y al mismo tiempo que tocaba uno de sus pezoncitos con la punta de mi lengua, le decía: ¡Te mojaste toda nena, porque me parece que te gustó que te pegue acá! ¿Te gusta que la abu te toque así la vagina chiquita? ¿Ese nene te tocó? ¿Se mordían los labios cuando se besaron en la boca?
Entonces, Solange suspiró, para mi asombro, en el exacto momento en que yo le lamía un pezón. Eso me llevó a mordérselo, a estirarlo con mis labios, y a volver a presionárselo con mis dientes, mientras le decía: ¿Tenía el pito parado ese nene? ¿Te tocó las tetas? ¿Sí o no? ¡Contestá pendejita!
Pero el silencio de mi nieta era mil veces más excitante que sus palabras, porque la adrenalina parecía consumirle cada esfuerzo, como si solo quisiera disfrutar de lo que le hacía. De modo que, en un impulso de lucidez, la alcé en mis brazos y la senté de sopetón arriba de la mesa. Allí le abrí las piernas, y le pedí que abra la boca.
¡Dale chiquita, quiero ver cómo sacás la lengua! ¡Acordate que está en juego tu celu, o la compu! ¡Lo que vos quieras!, la increpé, con uno de mis dedos punzándole la vagina por arriba de su bombacha. A esa altura el calor de su piel y el olor a pichí con el que se había salpicado en el patio, me llevaban a la locura. Así que, ni bien la vi con la lengüita afuera, acerqué mi nariz, exhalé de su aliento y le rocé la puntita de la nariz con la mía. Después le pasé la lengua por todo el redondel de sus labios abiertos, y le apreté la lengua con dos dedos, mientras le decía: ¡Mmm, qué rico olor a lechita tenés en la boca Solcito! ¡Ahora, es leche con chocolate! ¡Pero, seguro te gustó andar con olor a leche de pija en la boquita! ¿No? ¿Le contaste a alguna amiguita lo que hiciste? ¿Alguien sabe que te metiste el pito de ese pendejo en la boca?
Pero, en ese preciso momento, como si fuese una pesadilla desencadenando a un torbellino de decepciones, sonó el timbre.
¡Bajate, y metete en la pieza, así como estás! ¡Es el plomero! ¡Aaah, tomá, acá está el cargador de la compu! ¡Usala un ratito, hasta que el señor se vaya! ¿Estamos? ¡Dale, metele, corré chiquita! ¡Y nada de vestirte, o cambiarte la bombachita!, le dije a Solange, mientras la bajaba de la mesa, le encajaba el cargador en la mano, el que había guardado en una alacena, y le daba un chirlito en la cola. Estaba tan rígida y caliente la nena, que le costó hacerme caso. De modo que no me quedó otra que abrirle al plomero, conducirlo al baño y explicarle el tema de los grifos. Me dijo que no le llevaría más de una hora la reparación total. Así que, entretanto, mientras él trabajaba, me dispuse a ordenar un poco la cocina. No pude evitar oler la porción de la mesa en la que, solo unos minutos atrás había estado el culito de mi nieta. Pensé en meterme en su pieza para acosarla. Pero ya tendría tiempo para eso. Se me había ocurrido una idea, y solo me quedaba esperar que aquel cuarentón desalineado, pelado y barrigudo termine con el trabajo.
¡Ya está señora! ¡Quedó perfecto! ¡No va a tener inconvenientes por un largo tiempo!, me dijo el hombre de pronto, mientras yo guardaba platos limpios y me amargaba un poco con las noticias de la inflación que provenían de la tele.
¡Excelente buen hombre! ¡Bueno, dígame cuánto le debo, y por supuesto, agregue los repuestos!, le dije, mirándolo fijamente, mientras él revisaba una boleta.
¡Son 2030 pesitos! ¡Obvio que tiene garantía! ¡Así que, cualquier cosita que llegue a fallar, usted me avisa, sin importar la hora que sea!, me dijo al fin. Así que, yo me hice la tonta y le pegué el grito a mi nieta, después de explicarle al hombre que tenía que encontrar mi billetera.
¡Solangeee, vení por favor, que tengo que pedirte algo! ¡El plomero ya se fue! ¡Así que, ya podés venir nomás!, aclaré, mientras le guiñaba un ojo al plomero, explicándole que seguramente ella tenía mi billetera.
¡Vio cómo son los chicos! ¡Quieren todo, como si la plata alcanzara para todos los caprichos! ¡Así que, yo, a veces, directamente le doy mi billetera, y que se compre lo que quiera!, iba diciendo con voz monocorde. Pero me callé inmediatamente cuando apareció Solange. Estaba en bombacha, descalza y con el pelo suelto. Igual que como se había metido a la pieza. Solo que, ahora su cara estaba desfigurada por el horror.
¡Solange, por favor! ¿Cómo vas a venir así? ¿Te gusta mostrarle la bombachita al señor?, Dije con una carcajada que aparentaba ser amena y dulce. El hombre la miró enteramente, y clavó un ratito sus ojos en el culo de Solange. Ella se quedó parada, petrificada, como no sabiendo qué decir, ni qué hacer.
¿Qué le parece el culito de mi nieta? ¡Tiene 13 años, recién cumpliditos! ¡La verdad, las nenas vienen cada vez más desarrolladitas!, le decía al hombre, mientras buscaba plata en mi billetera, la que de repente manoteé de la mesada, y con la otra mano le tironeaba la bombacha para arriba a Solange, para que se le meta un poquito entre las nalgas.
¡Señora, yo, creo que, mejor me voy, si no se ofende! ¡Sólo, son 2000 pesitos nomás! ¡No se preocupe por el cambio! ¡De última, paso a cobrar otro día!, me decía el plomero, que ya empezaba a sudar su frente y sus pómulos.
¡Pero dele hombre, no sea tímido! ¡Venga, tóquele la colita un poquito!, decía mientras yo misma le nalgueaba la cola a mi nieta, y vislumbraba que el bulto se le empezaba marcar en el pantalón. Pero el señor, de repente giró el picaporte de la puerta de la sala de estar, y desapareció por el pasillo hacia la puerta de calle, sin cobrarnos, y con una cara de desconcierto terrible.
¿Viste bebé? ¿Viste cómo se ponen los hombres cuando ven un culito, comiéndose una bombachita de nena? ¡Y eso que andás con olor a pis! ¡Sos una chancha mi amor! ¡Y, gracias a esta colita divina, ese buen hombre no nos cobró!, le decía a Sol, mientras la abrazaba por detrás, apoyándole las tetas en la espalda, llevando mis manos a su sexo para frotarle la vagina. Ella no habló, pero tampoco rechazó mis acciones.
¡Me dijiste que ya se había ido! ¡Sos una forra abu! ¡Mejor, me voy a mi cuarto! ¡Estás re loca!, me dijo, temblando de ira, echando chispas por los ojos. Pero, en el exacto momento que giró para meterse en la pieza, la atrapé poniéndole la mano en la cintura, le bajé la bombacha y le asesté 5 chirlos en la cola con una regla. Ese era uno de los castigos predilectos de mi madre a mi hermano mayor. Al mismo tiempo que le pegaba, le decía: ¡No voy a tolerar que me insultes! ¡La que le mostraste este culito al hombre fuiste vos, pendeja! ¿O no te acordás de lo que hiciste con ese chico?
Luego de unos minutos en los que solo se oían sus sollozos, y yo la miraba, de pie apoyadita en la ventana, y con la bombacha en los tobillos, emanando el cálido aroma de su desnudez como una confirmación del deseo, me acerqué a ella y me agaché para empezar a besarle la cola. La tenía calentita y colorada a causa de los reglazos que le di. Se la besé, se la acaricié con las manos y con los labios abiertos, mientras le subía la bombacha. Le decía cosas como: ¡Ya está bebita, no te preocupes, que ya pasó! ¡No tenés que hacer enojar a la abuela, porque pierde los estribos! ¿Me Entendés?
Ella desató un torbellino de lagrimitas, las que desoí porque, en ese instante le estaba acomodando la bombacha, y no evité pasarle la lengüita a la partecita que le coincide a su vagina. Su olor a pipí era exquisito, aterrador y vanidoso. Pensé que, si la seguía oliendo, podría volver a pecar. Así que, me incorporé del suelo y le besé la carita con los típicos besitos ruidosos de las viejas brujas que se hacen las buenas. De esa forma, pude probar el sabor de sus lágrimas, mientras disimuladamente me apretaba una teta.
¿Qué querés que te haga de comer la abuela? ¿Querés milanesas? ¿Arroz con pollo? ¿O, hamburguesas?, le pregunté, mientras le acariciaba los pechitos. Ya estaba calmada, y al menos ya no me miraba con odio.
¡Lo que vos quieras abu!, tartamudeó, con una vocecita que me incitó a darle un beso en la mejilla, procurando abrir mis labios para dejarle marcada la succión de ese beso deshonesto.
¡Bueno, ahora podés usar el baño! ¡Dale, sacate la bombachita, y dejala arriba de la mesa, que yo ya me pongo a hacer la comida! ¡Y, si querés, podés ir a jugar con la compu! ¡Pero, nada de vestirte! ¿Sí? ¡Dale chiquita, y ojo con lo que ves en internet!, le dije, mientras le enredaba el pelo con las manos, le olía el cuellito y le frotaba la vagina una vez más. Ella gimió suavecito, y se separó de mí para sacarse la bombacha, y dejarla sobre la mesa, tal como se lo ordené. No podía creer lo fácil que me estaba resultando dominar a esa pendejita malcriada. Para colmo, verla desnuda, con brillitos de flujo en la vagina y sus piernitas, con la cola bien parada y enrojecida, las tetitas relucientes por el calor que emanaba de sus pezoncitos, y lo intrigante de sus movimientos al caminar, me ponían como una leona en celo. Apenas oí que cerró la puerta de su pieza, le pegué el grito para que la abra, y ni se le ocurra volver a cerrarla. Entretanto, me dispuse a prepararle el mejor arroz con pollo que fuera capaz de hacer, solo para homenajearla. Pero, antes, tomé esa bombachita caliente entre las manos, y la llevé a mi nariz, boca y ojos. ¡Cada vez que volvía a olerla, me sentía más niña, más promiscua, sucia y perversa! El olor de sus jugos vaginales era exquisito, y los restos de pis que todavía le contorneaba el elástico me emputecía aún más. Me la metí entre las tetas y el corpiño, y me puse a cocinar, sabiendo que el postre, quizás sería lo mejor de la noche
.durante la cena todo transcurrió normal. Solo que, Solcito se sentó a la mesa totalmente desnuda, y eso, ante mis ojos era una tortura indescriptible. Pero, por lo demás, comimos hablando de la escuela, sus amigas, de lo difícil que sería para su madre lograr que su papá le gire dinero, y un montón de cosas. Ella, parecía incómoda ante mis miradas asesinas a sus tetas. Pero lo manejó bastante bien. Se devoró el plato de arroz con pollo como una huerfanita, y una vez que puso sus cubiertos sucios sobre el plato, se mandó un vaso de coca, y eructó estruendosamente.
¿Cómo? ¿Qué acabás de hacer, cerda cochina? ¡Vení para acá, ya!, le susurré, con dulzura pero con autoridad. Ella ni se movió de su silla. De modo que, me levanté de la mesa, le agarré el pelo con una mano, le apreté la nariz con la otra, y me pegué a su oído para decirle: ¡La próxima vez que eructes así, me lo tenés que hacer en la boquita nena! ¿Eso hiciste cuando te sacaste el pito de ese nene de la boca?
Solange, que había vuelto a mostrarse contestadora, se ablandó de inmediato. De modo que, se me hizo fácil tomarla de los brazos y volver a sentármela en la falda. Ahí estuve un tiempo acariciándola, mientras le chirloteaba casi sin ruido la vagina con dos dedos. A veces con uno solo. De paso, por ahí le pellizcaba un pezón, repitiéndole: ¿Me prometés que no lo vas a hacer más? ¡Acá, nada de eructos, ni cosas obscenas, pendejita sucia!
Ella no me respondió. Pero, la humedad de su vagina empezaba a martirizarme nuevamente. Así que, opté por preguntarle si quería el postre. Entonces, como me dijo que sí, le pedí que traiga dos bananas de la frutera. Yo había escondido en una silla que estaba junto a la mesa dos platitos, un pote de dulce de leche y dos cucharitas. Saqué todo junto para sorprenderla, y, a juzgar por su expresión, lo logré.
¡Vamos a comer el postre favorito de tu mami!, le decía, mientras volvía con las bananas a su antigua silla.
¡No, no! ¡Vení conmigo, dale! ¡Vení a upita de la abu!, le dije, casi como un susurro. A Sol ya no le costaba desobedecerme, aunque no aprobara mis maneras. Por lo tanto, ni bien se sentó en mis piernas, le quité una banana de la mano y la corté en rodajas sobre uno de los platitos, luego de pelarla. Le puse dulce y le dije: ¡Esa, es para mí! ¡Ahora, vos vas a pelar la que tenés en la mano, y te la vas a comer muuuy de a poquito! ¡Solo, podés ir untando la puntita con dulce!
Previamente había vertido una montañita de dulce en el plato que quedaba vacío. Entonces, la vi meterse un bocado, morderlo, masticar y tragar.
¡No bebé, despacito! ¡Comete la banana, como si fuese el pito de un nene! ¿Te gusta la idea?, le decía. Ella se rió divertida. Pero mis ojos la fulminaron. Así que, de pronto, una vez que untó la banana con dulce, empezó a pasársela por los labios, a lamerla y jugar con su lengüita. Recién después de eso se comió ese pedacito, y se limpió el dulce de los labios con la lengua. Mi clítoris estaba en llamas. Además, su olor seguía perturbándome. Hasta que, al fin, cuando se comió toda la banana, y antes que elija limpiarse con el repasador, le detuve la mano y me saqué su bombachita de entre las tetas.
¡Tomá, limpiate con esto! ¡Total, hay que lavarla! ¿No? ¿Viste que todavía le queda olorcito a pis?, le decía, mientras Sol volvía a adoptar su cara de desconcierto. Pero lo hizo, y hasta por un momento me pareció que olió su bombacha con cierta felicidad.
¿Te gusta tu olor nena? ¡Decime si te gustó el postrecito! ¿Viste que la abu no es tan mala?, le decía, mientras ella se levantaba de mis piernas, y la noche afuera se convertía en un cínico manto de obscenidades.
¡Mañana, a las 8 de la mañana te despierto Solcito! ¡Y ojo con remolonear! ¿Estamos?, le dije cuando ya había apagado las luces. Entonces, se me ocurrió entrar al baño en el mismo momento que ella.
¡Abu, tengo que lavarme los dientes!, me dijo asustada, porque, la luz del baño apenas alumbraba, ya que no tenía foco, y nos iluminábamos con la luz que provenía de mi pieza.
¡Tranquila Hija, que yo voy a usar el inodoro! ¡Lavate los dientitos, que yo no te molesto!, le dije, al tiempo que me bajaba la ropa para mear. Sol, no fue capaz de irse. Así que, luego de un instante de charla natural, el zigzagueo del cepillo dental en su boca empezó a sonar, mientras mis manos le acariciaban la cola.
¡Basta abu, quedate quieta!, me decía ella, entre risitas nerviosas, cuando por ahí le pellizcaba una nalga, o le rozaba la espalda con mis uñas.
¿Viste que los besitos de la vuela te curaron las marquitas rojas que te hice? ¡Y vos, que no me tenías fe!, le decía, separándole por primera vez esos glúteos comestibles, para admirar el pequeño agujerito que ocultaban. No dudé en acercar mi cara, cuando el chorro de mi orina disminuía gradualmente, y soplé varias veces contra ese cráter precioso. Ella se reía temblorosa, pero no evitaba nada de lo que le hacía. Incluso se le escapó un suspirito cuando le mordí un cachete, mientras le decía: ¡Más vale que te pongas una bombacha para dormir, culito sucio!, solo a modo de gracia. Después, ella salió del baño, y yo me apuré para limpiarme y acompañarla a su habitación. Esa noche, en mi cama hubo un desenfreno de jugos vaginales, roces, apretadas, pellizcos a mis tetas, gotas de saliva y una oleada de sudor sexual que terminó por ensordecer a mis sábanas. ¡Hacía años que no me sacaba tantos orgasmos! Mi nieta me había encendido peligrosamente, y su estricta sumisión me asombraba por completo.
Al día siguiente, a las 8 de la mañana me levanté a preparar café. Siempre el aroma del café al amanecer me puso de buen humor. Pero esta vez, le había ganado la pulseada la bombachita de Sol que había quedado sobre la mesa, todavía con restos de dulce de leche, y de ese tenue olorcito a pis. De modo que, mientras la cafetera hacía su trabajo, fui a despertar a mi nieta. Me la encontré culito para arriba, con una bombachita blanca con estrases a los costados, destapada y con una mano debajo de su almohada. Me quedé un largo tiempo mirándola. Incluso, muerta de miedo aunque con mi valentía habitual, me animé a desprenderme la blusa para liberar uno de mis pechos, y rozárselo en su colita prácticamente desnuda, ya que sus nalguitas se devoraban con creces a su bombachita.
¡Arriba Sol, que ya está el café!, le murmuré, y ella ni bola. Entonces, empecé a mecerla suavemente con una mano, mientras que con la otra le estiraba la bombacha para arriba, para que se le meta más en la cola.
¡Arriba nena chancha! ¡Vamos, que tenés que ir a comprar papas, y pan!, le dije, cosa que no era cierta, ya que yo siempre hago las compras de la semana. Ella bostezó, y quiso darse vuelta.
¡Buen día bebé! ¡A ver, dame esta manito!, le dije, haciéndome yo misma de la que ocultaba bajo su almohada. Me la llevé a la cara, le di un besito en la palma y empecé a chuparle uno a uno los deditos.
¡Mmmm, veo que no estuviste tocándote en la noche! ¡Muy mal bebé! ¡Las nenas como vos, tienen que tocarse las tetas, la concha, el culo, y todo lo que quieran! ¡Eso te va a ayudar a desarrollarte mejor! ¿Me Entendés?, le dije, mientras ella solo gemía, entre confundida y atenta a todos los estímulos. No me hizo falta pedirle la mano derecha. Apenas la tomé, le hice lo mismo que a la otra. Solo que, esta sí tenía olorcito a concha.
¡Aaah, bueno, me parece que, con esta sí te anduviste colando deditos! ¿No? ¿Te tocaste chancha? ¡Contestame!, le decía, dándole unos chirlitos en la cola. Como no me hablaba, la senté de prepo sobre la cama, le acaricié las tetitas, le abrí la boca y le hice chuparse sus propios dedos. También le convidé los míos, y me acerqué a darle unos besitos ruidosos en la panza y las tetas. Ahí, ella empezó a retroceder con su cuerpo, como con vergüenza. Pero instintivamente abría las piernitas, y casi me muero cuando vi que doblaba los deditos de sus pies, frotando con sutileza sus talones en la sábana. Entonces, sin saber de dónde se me apareció esa inspiración, puse mis manos en sus rodillas para separarle los muslos un poco más, y me hinqué ante su vientre. Suspiró cuando mi cabellera castaña le cayó tintineante en la piel, y más cuando empecé a soplar con suavidad el orificio de su vagina. Cada vez que tomaba aire para volver a hacerle vientito, su piel se conmocionaba. Y, cuando resoplaba cada vez más fuerte, sus gemiditos parecían llevarla a una especie de sollozo extraño. Se estremecía, doblaba más los deditos de sus pies, y dejaba que todo el calor de su sexo se funda en el aire de mis labios.
¡Tenés la concha re caliente nena! ¡Por eso la abuela te la quiere enfriar un poquito! ¡Se te va a quemar la bombacha que te pongas!, le decía entre risueña y excitada. Desde mi posición, podía ver cómo se le paraban los pezones desnudos y desprotegidos, y los lobos que me desgarraban las entrañas me incitaban a meterle la lengua por todos lados.
¡Comele el culo a esa nenita, lamele la concha, y sacale toda la lechita, que no da más de lo alzada que está!, me repetía una y otra vez la voz de mis impaciencias irresolutas. Pero, entonces, justo cuando su cuerpo empezó a dar señales de su orgasmo cada vez más próximo, le cerré las piernas, y me zambullí contra su pecho para morderle una teta. No para excitarla. O al menos, ese no era el objetivo. Sólo quería regresarla del trance en el que se había metido. Pero, ella logró excitarse más. Al punto que intentó llegar con sus manos hasta su vulva. Cosa que yo no le permití. Solange me insultó en voz baja, haciendo alusión a mi locura, o algo de eso. Yo, como si no la hubiese escuchado, me dispuse a ponerle una musculosa, luego unas sandalias, y le di una pollerita azul bien de nena para que se ponga ella solita.
¡No señorita! ¡Ya te dije que, si te ponés una bombacha, la vas a prender fuego! ¡Así que, te ponés la pollera, y en 3 minutos, una vez que te laves la cara, te quiero en el comedor, desayunando! ¡Y, metele que, después de eso, te vas al almacén!, le dije, y la dejé a solas, con la puerta abierta y más caliente que cuando se despertó.
Una vez que terminó con el desayuno, le di el dinero y la mandé a comprar papas y pan, además de unos cigarrillos. Ella se sentía incómoda con la pollerita que usaba, pues, apenas llegaba a cubrirle las nalgas de tan chiquita que le quedaba. Pero yo lo disfrutaba. Me moría de ganas por saber cómo la mirarían todos en el barrio. Además, estaba extraña, olía a sexo no resuelto, y no paraba de suspirar, como si estuviese incómoda. Yo sabía que posiblemente, no haber llegado al orgasmo la sumía en una lucha interna por querer cogerse al primero que se le cruce en el camino. Y entonces, lo inevitable. De repente sonó el timbre, y recordé que casi todos los viernes a las 9-30 recibía al sodero. Siempre me compraba unas aguas saborizadas y agua mineral. Pero esta vez, hice entrar a Fabián, el pendejo que suele bajar los bidones de 20 litros sin problemas. Cuando vio a Solange, parada con la plata en la mano, los ojitos se le fueron solos al culo.
¿Que andás mirando picarón? ¡Tené ojito eh, que es mi nieta!, le advertí, haciéndome la graciosa. Pero acto seguido, agregué: ¡Se llama Solange, y, si tenés un ratito, por ahí, a lo mejor, la querés conocer un ratito! ¿Te gusta? ¡Tiene un culazo hermoso! ¿Viste?
Mientras decía esas palabras, le amasaba y chirloteaba la cola a Sol, que ya no se resistía, aunque me miraba como para asesinarme.
¿Y a vos mi amor? ¿Te gusta mi sodero preferido? ¿No tenés ganas de mostrarme lo que le hiciste a Ciro?, le dije al oído, aunque sin bajar el tenor de mi voz, para que el mocoso también me escuche. Ella me dijo que era una hija de puta, y yo no toleré su falta de respeto.
¡Basta pendeja! ¡Dale, agachate y tocale la verga a Fabi, que te va a gustar! ¡Supongo que, ya la debe tener paradita, como te gusta!, le dije, luego de sacudirla del pelo y darle una cachetadita en el culo. Fabián estaba incómodo, pero dejó que Sol se le acerque, le apoye la mano en el paquete y se lo acaricie.
¡Así no nenita, vamos! ¡Tocale bien la pija! ¡Subí y bajá con la manito!, le decía, sabiendo que el pibe, que no llegaba a los 30 años, no podía más de la posibilidad inmensa que le había dado el destino.
¡Y vos, andá bajándote el pantalón nene!, le dije despacito al pibe, un poco al oído, mientras le acariciaba el pelo a mi nieta, y lo instaba a Fabi para que le toque las tetitas.
¡Eeeeso, así nena, tocala bien, asíiii, mirá cómo se le sale del calzoncillo! ¡O tenés mucha pija, o no te alcanza para comprarte calzones nene! ¡Así bebé, tocale bien el pito, y ahora, de a poquito, acercátelo a la boquita! ¡Dale, así guacha, comé, dale que quiero verte comerle el pito, como si fuera una bananita! ¡Haceme caso chiquita, que te va a encantar!, los arengaba una vez que el flaco se quedó apenas con el bóxer negro, a centímetros de la cara de Solange. Ella terminó de liberarlo para primero mirarlo como embobada. Y, luego empezó a darle besitos, a acariciarse los labios entreabiertos con su glande, y enseguida a lamerlo, mordisquearlo y colmarlo de saliva. No sé de dónde sacaba tantas babas la cochina. Pero, en el suelo no tardó en formarse un charquito de saliva y gotas de presemen. Fabián se agitaba cada vez más, y le decía cosas inteligibles, mientras ella le sacudía el pito para olerlo, pegarse en la nariz, en la lengua cada vez que la sacaba de su boca, y también en sus tetas, sin quitarse la musculosa.
¡Mirá que, si te ensucia la remerita, vas a andar con su olor a leche todo el día! ¡Así que, yo que vos, me esforzaría por tomármela toda!, le decía a Sol, mientras le ponía mis tetas desnudas en la boca al pendejo, que no tardó en mamármelas con una pasión que me desbordaba hasta los tímpanos. Me mordió los pezones y me los estiró con la fuerza de sus labios gruesos, como un par de bifes jugosos, y hasta llegó a sobarme la concha por encima de la ropa. Pero, no llegó a hacerme más nada, porque la lengüita, las arcadas y chupones de mi nieta empezaron a arrancarle la leche a disparos de huracanes furiosos. La escuché toser y ahogarse, reírse y saborearse, relamerse y pegarse con la chota hinchada del pendejo. Pero, mejor fue cuando la vi, apenas él despegó su pubis de su rostro. Solange tenía la remera empapada de semen, la cara perlada en sudor y más semen, los jadeos formando figuras siniestras en sus ojos, y una mirada llena de desafiantes rebeldías. No sé cómo fue que le pagué al mocoso, ni si me dejó el pedido completo. Solo recuerdo que, de repente, estábamos a solas en el comedor, y yo empecé a conducir al cuerpito de Solange con toda la determinación para sentarla sobre la mesa.
¡Dale zorrita, abrí la boca! ¿Te gustó comerte esa pija? ¿Eeeeh? ¿Te parece bonito lo que hiciste? ¿Te mojaste perita? ¡Una buena chica, se moja mucho la vagina cuando se mete un pito en la boca!, le decía, mientras le revolvía el pelo, le olía la remera, le pasaba la lengua por las partes en las que había semen, y le abría la boca con mis dedos para olerla. ¡Me volvía loca que huela a semen, a sexo! Por lo tanto, aprovechando que aún tenía las tetas al aire, se las encajé en la boca.
¡Chupá nena, dale, hacé de cuenta que soy tu mami, y que tenés que tomar la lechita, porque tenés hambre, y ganas de hacerte pis en el pañal! ¡Así bebéeeee, chupáaaa, así nenita, comeme las tetas!, le decía, mientras yo le olía la boca, le lamía los labios, y le mordía la nariz muy despacito, nutriéndome de su aliento. Al mismo tiempo, con una mano la sostenía, y con la otra buscaba sobarle la vagina desnuda, que yacía tan empapada como yo me la imaginaba. De hecho, cada tanto sacaba mi mano de su entrepierna, totalmente bañada en sus flujos, y se la pasaba por la carita, o por el pelo. Ella estaba fascinada, y más cuando de pronto le abrí las piernas, le soplé la chuchita, y luego le quité las sandalias para disponerme a lamerle los pies. Los tenía tan chiquitos, perfumados, hermosos con sus uñitas pintadas de rojo fuego, y tan húmedos por su propia excitación, que, por momentos tuve miedo de hacerle daño. Me los pasé por la cara y el pelo, por las tetas, y después me los volvía a meter en la boca. Ella gemía, y yo le clausuraba el paso directo a su vagina, a cualquiera de sus dos manitos rebeldes. El olor de su sexo inundaba toda la casa, y mis pulmones necesitaban más de sus movimientos. Además, la pollerita ya se le había empapado toda con sus jugos.
En eso estaba, con uno de sus pies prácticamente adentro de mi boca, y con el otro yendo y viniendo por mis tetas, cuando una vez más sonó el timbre.
¡Hola señora! ¡Disculpe que pase a estas horas! ¿No tendría algo que me pueda dar, para comer? ¡Lo que sea! ¿Vio? ¡Usted sabe cómo está la cosa!, me dijo un chico con cara de mala vida, despeinado, con una remera de un equipo de fútbol, con olor a cigarrillo y bastante melenudo. Yo lo miré bien, y dudé por un momento. Pero entonces, entrecerré la puerta de calle, y dije en voz alta: ¡Solcito! ¿Te parece que ayudemos a este chico? ¿Tenés ganas?
Ella no me respondió. Yo la había dejado sentadita en la mesa, ya sin su musculosa, ni sus sandalias. Eran las 11 y algo de la mañana. Pensé en lo que podía darle, en si algún vecino pudiera sospechar algo de mi plan, en mi hija Carolina, y en mi nietita, desprotegida y caliente, servidita en la mesa de mi cocina. Entonces, lo hice pasar.
¡Vení Carlos, que te voy a dar algo! ¡Te hago entrar, porque, bueno, no quiero que los vecinos vean que te voy a dar, bueno, digamos que, un par de cositas!, le dije, abriéndole la puerta para que pase, y me siga. Él lo hizo, como ya lo había hecho otras veces. De todos los que andan pidiendo por el barrio, es el que mejor me cayó, siempre. Pero cuando llegamos a la cocina, pareció perder el equilibrio, la razón, el habla y la concentración.
¡Mirá lo que tengo para vos! ¡Pero mirala bien! ¿No es una pendejita hermosa? ¡Y, encima, me parece que me vas a tener que prestar pañales de tu nena, porque, tiene la costumbre de no ponerse bombacha cuando se levanta!, le dije al pobre chico, que respiraba con dificultades, con sus ojos implorando mirar debajo de la pollera de mi nieta, aunque no hacía mucha falta que digamos. Solange intentó decir algo. Pero, enseguida silencié sus palabras apretándole los labios con mis dedos índice y pulgar, y le hice señas a Carlos para que se acerque. Él dudó, pero a mi segunda señal, lo tuve a mi derecha, como un perrito faldero.
¡Dale hijita, estirá las manitos y tocale la pija! ¡Fijate si ya la tiene durita, y calentalo! ¡A los nenes, hay que calentarles bien la mamadera para que después, tengan la leche calentita! ¡Y vos, olela, tocale las tetitas, y revolvele el pelito, que le encanta!, les decía, mientras me ocupaba de acariciarle la espalda a mi nieta, le mordisqueaba los hombritos y le abría los labios para que me chupe los dedos. Sentía la tormenta de flujos rebalsando mi bombacha, y eso me daba más valor para manosearle el culo a Carlos, a la misma vez que Sol estiraba sus manitos para pajearlo por arriba de la ropa. Yo fui la que, finalmente tomó la decisión de bajarle el pantalón para que Solange se divierta con su paquete al palo, tan erecto como el mango de una escoba.
¡Síiii bebota, estás re rica nena! ¡Estás para clavarte toda chiquita!, decía el pibe, asfixiándose entre sus tetas y su pelo, oliéndola y regándole el cuello con su saliva. Sol gemía, frotaba el culito en la mesa, y reprimía algunas puteadas. Hasta que al fin, di la orden precisa.
¡Dale Carlos, alzala, y arrodillala arriba del sillón! ¡Pero, antes que te la mame, que te coma la puntita con bóxer y todo! ¡Que te la mordisquee, te la escupa, y te huela, como una perrita sucia! ¡Vamos, que, si lo hacés bien, no solo te vas a llevar un poquito de mercadería papi!, le dije, después que le pedí un par de chuponcitos a mis tetas, y luego me descalcé. A esa altura, cualquier cosa que llevara puesta me quemaba la piel. Carlos, casi sin esforzarse, la tomó un poco de los brazos y otro del culo, la estampó sobre el sillón. Él la ayudó a arrodillarse, y la manoteó del pelo para que baje la cabeza, dirigiéndola al encuentro de su pubis repleto de vellos negros y enrulados. Enseguida empezó a frotarle toda su dureza por toda la cara, obligándola a oler, lamer, chupar, morder, escupir y gemir contra todo lo ancho y largo de su bulto prominente. Al punto que, su bóxer no llegaba a cubrirle la pija por completo, cuando alcanzó el máximo de su fiebre sexual. Así que, de golpe, mi nieta le bajó el calzoncillo, le empapó toda la verga con unas escupidas furibundas y obscenas, abundantes y ruidosas, y luego empezó a metérsela en la boca, como si no le importara, pero con un brillo especial en la mirada. Además, el pibe le toqueteaba la conchita por adentro de la pollera, y se le burlaba por lo mojada que la tenía
. ¡No sabía que usted, era la abuela de una nena tan chancha, y tan buena peteando, doñita! ¡Así que, ahora yo le doy la leche a su nieta, y usted me da guita para comprarle pañales a mi bebé! ¡Te la vas a comer toda, putona, reventadita! ¡Se nota que te encanta la pija, gatita hermosa!, le decía Carlos, hamacándose con cada vez mayores peligros de caerse, con su pija en la faz de la garganta de mi nieta. Sol no podía evitar las arcadas, ni atragantarse al borde de vomitarse encima, moviendo las piernitas, escupiendo al suelo cuando podía, y tosiendo de vez en cuando, si se atoraba con algún vello púbico. Y de repente, Carlos sacó la pija de su boquita colorada, tensa y nerviosa, para empezar a frotarla fuertemente contra sus tetas. Entretanto, le pedía que le chupe los dedos que, sin mi autorización le metía y sacaba de la vagina. Yo, en sincronía con sus frotadas y sacudidas, me estrujaba las tetas, y juntaba mi sexo al apoyabrazos del sillón para fregonearme, vehemente y salvaje, sintiendo la calentura que me inundaba la bombacha. Y, entonces, Carlos empezó a emitir unos sonidos guturales, semejantes a los de un animal rabioso. Supe que, sus testículos no podían resistirlo más. Por eso, apenas miré a mi nieta, me regocijé con su maravillosa postal. Estaba casi echada sobre el sillón, con ríos de semen entre sus tetas, sobre su abdomen y en la pollerita, con una de sus manos golpeándose la concha, y la otra terminando de ordeñarle la pija a Carlos, para quedarse con la última gota de leche posible de su tremenda explosión. La chancha le lamía los huevos, le daba besitos de puro agradecimiento a su verga, y seguía sorbiendo lo que pudiese de su interminable bondad. Hasta que el muchacho, que apenas podía conectarse con el mundo que lo rodeaba, se subió el calzoncillo de inmediato, en una mezcla de prisa y reproche, y me dijo, ignorando totalmente a mi nieta: ¡Señora, le pido por favor que, que no me buchonee con mi esposa! ¡Yo, bueno, yo solo venía a, quería pedirle algo que pueda darme, y nada más! ¡Usted sabe que yo, no quise hacerle nada a ella!
Yo le palmeé la espalda en señal de descomprimir su angustia, y mientras se subía el pantalón, me dirigí al living, hasta donde él me siguió, y allí terminé de tranquilizarlo, al tiempo que le armaba una bolsa con arroz, fideos, pañales, leche, azúcar y yerba. Siempre tuve la costumbre de comprar mercadería demás para ayudar a las personas que realmente lo necesitan. Cuando al fin se fue, a eso de las 12-40 del mediodía, me acerqué a Solange, y mientras le sobaba las piernitas, le dije al oído: ¡Ni se te ocurra bañarte nena! ¡Me gusta que estés así, sucia, con olor a lechita, y calentita! ¿Tenías ganas que ese señor te la meta en la conchita? ¡No me lo podés negar! ¡Aaah, si querés prendé la tele, que ya pedí comida!
A los 20 minutos llegaron unas empanadas y una pizza especial, y durante una media hora que se me tornó insoportable, estuvimos comiendo sin hablarnos, con unos videos musicales de fondo. Ella, no me miraba si podía evitarlo. No parecía enojada. Yo, la observaba, y me moría de ganas por llevarla conmigo a la cama, a dormir la siesta como me lo había prometido.
¡Abu, esta tarde, por ahí voy a necesitar el celu! ¡Es el cumple de una amiga, y mínimamente la tengo que llamar! ¿Sabés?, me dijo de pronto, con la boca llena, la pollera coleccionando miguitas, ya que comimos en el sillón, y un montón de manchitas de semen por cualquier parte de su piel desnuda. El calor era apenas más agobiante que el celo de mis entrañas. Por eso no me pareció extraño que entre las dos nos hubiésemos tomado las tres latitas de cerveza que puse en la mesa ratona. Solange parecía relajarse cada vez más, a medida que la pizza se terminaba.
¡Sí mi cielo, después te lo doy, y la llamás! ¿Te gustó la pizza?, le pregunté, como para intentar construir una charla. Ella asintió con la cabeza.
¿Vas a dormir la siesta conmigo, como me lo prometiste ayer?, continué.
¿Y vos, me compraste helado? ¡Bueno, o algo rico para comer! ¡Aunque, con todo lo que me diste esta mañana, bueno, digamos que no me puedo quejar!, dijo la desfachatada, volviendo a ponerme a prueba. Yo me reí, y me dispuse a levantar las sobras para ordenar un poco. Ella se levantó con cierta dificultad, y caminó al baño. Pensaba en que si mi hija se enterase de todo esto, seguro me apuñalaría, o me mandaría a matar por alguno de sus amigotes. También pensaba en que Solange no era tan inocente como su madre creía, y en que la cerveza le había pegado un poquito, porque le costaba articular las palabras. ¿O acaso sería por haber chupado dos pijas en un día? Entonces, fui a mi habitación, con la idea de buscar unas sábanas sucias y llevarlas al lavarropas. Total, mientras dormía la siesta, se lavaban solas, pensaba mientras abría la puerta. Pero, me desconcerté absolutamente cuando vi a Solange acostada sobre mi cama, boca arriba, con sus brazos al costado del cuerpo, la pollerita toda arrugada, y los pies sucios encima de una de mis almohadas favoritas de decoración. No sabía si dormía, o si fingía hacerlo. Así que me le acerqué, y empecé a olerle las tetas. Como no reaccionó, desaté mi lengua entre sus pezones, y mis labios alrededor de toda sus redondeces, para que se contaminen de su suavidad, su juventud y de los aromas de su piel en llamas. Su respiración empezó a acelerarle los latidos del corazón, y más cuando me puse a besuquearle la barriga. La oí suspirar, y entonces no tuve dudas que la guacha se hacía la dormida. De repente, consumida por un fuego que parecía susurrar en mi clítoris, la di vuelta de una sola sacudida, y empecé a darle chirlos en el culito, levantándole la pollera para que sienta el ardor de cada azote.
¿Cómo te vas a acostar en mi cama con los pies sucios, cochina? ¿No te da vergüenza? ¿En tu casa dormís con los pies sucios, o con las zapatillas adentro de las sábanas? ¡Contestame! ¿Y encima te hacés la dormida? ¿También te acostás con la pollera sucia, llena de migas? ¿Y con las tetas llenas de leche?, le decía, sin detener el ritmo de mis nalgadas, observando cómo su cuerpito daba pequeños brinquitos cuando mi mano se alejaba de su colita. Ella lloriqueaba, o tal vez actuaba porque no podía ver sus lagrimitas. Y, entonces, quise averiguar cuál de mis dos opciones era cierta. Me acerqué a su rostro, y además de encontrarme con sus mejillas acaloradas, descubrí algunas lagrimitas. Lo que me llevó a lamérselas, a darle besitos cada vez más cerquita de la boca, y a pedirle que me perdone por pegarle.
¡Sabés que a la abu no le gusta que le ensucien la cama! ¡Me ponía de los pelos cuando ustedes eran chiquitos, y se meaban en mi cama, o vomitaban, o lo que sea! ¿Me perdonás, mi chiquitita hermosa?, le decía, cada vez más atrapada en un laberinto que me excitaba al límite de mi entendimiento. Ella no paraba de suspirar, diciéndome que me perdonaba, y algo que sonaba como: ¡Pegame otra vez abu!
¿Qué dijiste pendejita? ¿Entendí bien? ¿Querés que te pegue? ¿Por qué?, le pregunté, agarrándole una oreja con una mano, y pasándole la lengua por los labios.
¡Sí, pegame, por ensuciarte la cama, por petera, por cochina! ¡Pegame porque no me saqué las migas de la pollera, y porque, quiero que me pegues, y me chupes la concha!, dijo al fin, en medio de un sollozo desesperado. Así que, antes de renovar mis azotes en ese culo redondito, tan blanco como la leche y suave como el algodón, le limpié los pies con una de las sábanas que debía llevar a lavar, haciéndole cosquillas por momentos. Después, agarré otra almohada y la coloqué debajo de su vientre. Como era chiquita, se adaptaba perfectamente a la forma de sus caderas. Además era alta, para que su vulva se frote una y otra vez contra ella. Su pollerita mezclaba un intenso olor a semen con el de sus propios flujos, y seguro que también a pichí. Alguna gotita se le debió haber escapado por la calentura mientras mamaba. ¡Cada vez que la recordaba con un pito en la boca, me invadían unas ganas terribles de ponerle la concha en la cara, para que me la devore! En eso, sonó el timbre, una vez más.
¿Esperabas a alguien abu? ¿Seguro que no es otro nene con el pito duro?, me dijo la insolente. Yo le di un chirlo en el culo, y la tapé con una manta.
¡Quedate acá, y ni se te ocurra moverte, ni sacarte la manta! ¡Me voy a fijar quién es! ¡Creo que, si no me equivoco, es una amiga! ¡Pero, voy a tratar que se vaya rápido! ¡Viene de pasadas, a cobrarme unos productos, y unas cremas! ¡Así que, no debe tener mucho tiempo!, le dije, y me dispuse a ponerme un corpiño, una remera más presentable que la que llevaba, y salí, luego de verter unas gotas de perfume en mi cuello. ¡No quería que descubra mi olor a sexo!
En efecto, era Mabel, una amiga de la infancia, con quien nos habíamos reencontrado hace unos meses atrás. Fuimos juntas al primario, y después, el destino nos separó. Le abrí, tan inquieta como confundida. ¡No quería separarme de mi Solcito!
¡La verdad, si me invitás a tomar algo, no me ofendo! ¡Afuera hace un calor insoportable nena! ¡Y, de paso, te dejo la nueva revistita! ¡Fijate que, hay unos precios muuuy interesantes en ropita interior! ¡Yo que vos, aprovecharía, si todavía tenés ganas de seducir a tu marido!, me decía Mabel, ya sentada e instalada en uno de mis sillones, mientras yo buscaba el dinero para pagarle, revisaba que estuviesen todos los productos, y pensaba en servirle un vaso de gaseosa
¿Che, y vos todo bien? ¡Espero que no te haya chocado lo que te conté la otra vez, en el bar! ¡Bueno, a mí, la verdad, mucho no me importa! ¡Creo qe, en el fondo siempre me gustaron las chicas! ¡En nuestro tiempo era jodido hacerse la torta! ¡Vos lo debés saber! ¿Te acordás que los varones, y uno de tus primos te decían que eras una putita, solo porque te pintabas las uñas?, me recordaba Mabel, que casi nunca paraba de hablar, ya con su vaso de coca en la mano. Le dije que estaba bien, que por suerte mi marido tiene laburo, que pensábamos en hacer un viajecito al Caribe, y un montón de cosas triviales. En mi mente flotaba la imagen de Solange, tapadita en la cama, con la almohada contra su vulva, su olorcito, sus temblores y caprichitos. ¿Qué estaría haciendo la mocosa? Y encima, Mabel no paraba de sacar temas de conversación. Honestamente, me cae súper bien, y en cualquier otro momento, le habría dedicado horas enteras. ¡Pero ahora, no sabía cómo hacer para que se vaya!
¿Che, y esta bombachita? ¡Pareciera que está usada! ¡Mirá, estaba acá, en el sillón!, me sorprendió de pronto, justo cuando yo leía un SMS de mi marido, sin demasiada importancia. La vi estirando la bombachita de Sol a poca distancia de sus ojos, y recordé que mientras mi nieta se la mamaba a Carlos, yo la había manoteado del aparador en que la había escondido para olerla. ¡Se me pusieron los pelos de punta! ¿Cómo se me había olvidado ese detalle?
¡Aaah, síii! ¡Es de mi nieta! ¡Estuvo unos días en casa! ¡Viste cómo son los chicos de hoy en día! ¡Pierden hasta los calzones! ¡Seguro se bañó, se cambió, y se la olvidó!, le mentía descaradamente, extendiéndole una mano para que me la dé. Pero ella la miraba conmovida, como si estuviese analizando lo que le decía, o fuese a encontrar algo en ella. De repente, pensé en que es lesbiana, y que seguro aquello pudo haberla excitado.
¡No cualquiera se encuentra una bombacha en un sillón! ¿Me la puedo llevar? ¡Total, la nena seguro que ni sabe que la dejó acá! ¡Hoy, las pibas tienen millones de bombachas! ¿Y, cuántos añitos tiene? ¡Por lo visto, es de una adolescente! ¡Obvio, que nunca le haría nada a una bebita, pero, bueno, las fantasías, a veces, son más fuertes! ¡Bueno, de `´ultima, te la pago, si querés!, decía, casi sin hacer una pausa. Vi cómo le brillaban los ojos, y cómo, acaso involuntariamente se la acercaba a la cara.
¡Callate loca! ¿Cómo te voy a vender la bombacha de mi nieta? ¿Qué te tomaste querida? ¡Aunque, bueno, tratándose de negocios, todo puede ser!, le decía riéndome entre nerviosa y aturdida, para dispersar el momento.
¡Bueno, me la llevo! ¡Y, no te cobro el perfume de arándanos que me pediste! ¿Trato hecho? ¡Che, antes de irme, te voy a manguear el baño! ¡Tengo que recorrer un par de barrios cuando me vaya, y la verdad, no todas te prestan un baño! ¡Para colmo, en la familia nos quedó un solo auto! ¡A mi viejo se le ocurrió vender la camioneta! ¡Aaah, y mañana, si querés, reanudamos nuestra charla! ¡Yo conozco un café por acá cerca, muy discreto! ¡Además es barato! ¡¡Bueno, ya vengo reina!, me iba diciendo, mientras se guardaba la bombachita de Sol en la cartera, dejaba el vaso vacío en la mesita ratona, y caminaba con rumbo al baño, sin dejarme decirle nada, prácticamente.
Entonces, fui a ponerle llave a la puerta. Tenía la sensación que debía hacerlo. Últimamente se dieron muchos robos por el barrio. En el camino me puse a responderle a mi marido, a leer otros mensajes de unas amigas, y a pensar en una excusa para apresurar la charla con Mabel. Pero, nunca fui buena mintiendo. Hasta que, de repente, se me ocurrió ir a mi habitación. Me pareció raro que Mabel no me contestara cuando le pregunté si necesitaba algo, ya que, no recordaba si había papel higiénico, o si había repuesto jabón para las manos. Además, estaba tardando mucho. Sin embargo, cuando llegué a la puerta de mi cuarto, escuché unos susurros, que sonaban algo así como: ¡Hoolaaa bebéeee! ¡Hooolaaa cosita de la tíiiiaaaa! ¿Estás durmiendo bebéeee?
¿Qué hacés acá nena? ¿Quién te dio permiso para entrar? ¿Cómo es esto?, empecé a decirle en un tono poco amistoso. Cuando entré a la pieza, Solange ya no tenía la manta encima, y Mabel le acariciaba las nalguitas, casi arrodillada junto a la cama para hablarle bajito.
¡Shhhhh, tranquila mi vida, que tu nietita está asustada! ¡Al parecer, le diste varios chirlos en la cola! ¿No cierto mi amor? ¡Lo supe desde el principio! ¡Había otro celular arriba de la mesita ratona, y no era el tuyo! ¡Además, vi un corpiño de nena arriba de una silla, y unas sandalitas, que a vos no te quedan ni ahí! ¡Me mentiste! ¿Pero, sabés qué? ¡Me encantó descubrir a esta cosita!, decía ahora Mabel, acariciándole la cara, los labios y el pelo con una mano, y sobándole las nalgas con la otra.
¿Querés saber por qué le pegué? ¡Se subió a la cama con los pies sucios! ¡Y esta mañana, le hizo sexo oral al sodero, y a uno de los pibes que andan pidiendo en el barrio! ¡Al Carlitos! ¿Te acordás?, la expuse, para abrir el juego de la excitación.
¿Así que hiciste todo eso, bebita? ¡Y yo que confiaba en vos! ¡Ahora, la tía, me parece que te va a tener que enseñar algunas cosas! ¿La abuela no te deja usar bombacha?, decía, mientras se separaba de Sol, y buscaba algo en su cartera. Yo, entonces, empecé a pegarle en el culo otra vez, aunque con mayor serenidad. ¡Ahora, cada vez que le miraba las tetas a Mabel, quería tirarla al suelo y mordérselas, hasta que me pida por favor que le devore la concha! Encima traía una camisita holgada que, cuando se la desabrochó, exhibió un corpiño negro de encajes, en el que se advertía que sus pezones estaban tan erguidos como mi clítoris. Así que, me atreví a acercarme a ella, a subirle el corpiño y a prenderme a sus tetas morenas, turgentes, impecables para su edad, sabrosas y calientes, tal vez un poco a causa de su recorrido para cobrarle a las clientes. Mabel recibió mis primeros lametones como una descarga, y yo me bajé el pantalón de inmediato para empezar a colarme los dedos en la chucha. Ella gemía, ya con la bombacha de Sol en la mano, y en un momento, las dos nos besamos en la boca apasionadamente, como si alguien lo hubiese dispuesto así desde el principio de los tiempos. No parábamos de oler esa bombachita, ni de decirnos cosas sucias. Ella, todo el tiempo: ¡Sos una vieja zorra, una come nenas, una conchuda, tan torta como yo querida!
Yo, apenas podía hablarle entre gemidos y saliva escurriéndose por mis labios. Pero le encantaba que le dijese: ¡Y ahora nos la vamos a comer juntitas, por sucia!
Al ratito, ella estimulaba mi clítoris, mientras su calza negra formaba parte de sus pies al deslizarse suavemente por sus piernas.
¡Dale chiquita, oleme y lameme las piernas, ahora! ¡Pero, así, acostadita!, le dijo Mabel.
¡Y, vos, pegale en el culo! ¡Quiero verle toda la colita colorada!, me ordenó.
¡Y no pares de chuparme las tetas!, decía luego, mientras sus dedos se embebían de mis jugos, gemía por el contacto de la lengua de Sol en sus piernas, y tiritaba cada vez que le sorbía un pezón.
¡Asíiii hija de puta, chupame así las tetas, y vos lameme toda perrita, concha sucia! ¿Querés que te chupe la concha la abu? ¿O la tía? ¿Te gusta mamar pijas bebé? ¡Ya vas a ver que, cuando pruebes la concha, te vas a poner loquita, como nosotras!, decía Mabel, agarrando a Solange del pelo para que su besuqueo suba por sus muslos, hasta unos centímetros de su sexo. No la dejaba ascender más de allí.
¡Movele la cola, así la concha se le refriega contra la almohadita!, me pidió luego, cuando mis jadeos ya no me dejaban pensar. En ese punto, ya no pude obedecerle. Por lo tanto, mientras ella seguía arrancándome ríos de flujos vaginales con sus dedos, yo me hinqué ante el culo de Sol, le abrí las nalgas y se lo empecé a chupar, oler y lengüetear con toda la calentura del momento. Su olorcito era tan siniestro como venturoso. Era salvaje, fuerte, y el agujerito de su ano estaba tan lubricado que, mi lengua pudo entrar un poquito en esa cavidad, casi sin esforzarse. Solange gritaba de placer, porque, encima, uno de mis dedos le penetró la vagina. Percibí que la almohada estaba hecha sopa de tantos flujos, y que, posiblemente, la chancha se había hecho pis. Cuando lo sugerí en voz alta, Mabel, que hasta ese entonces seguía disfrutando de los besitos de Sol, se bajó la bombacha, y me agarró del pelo, separándome de Sol, con una fuerza que no sabía si podría recuperar, lejos de la calentura.
¿Cómo es eso? ¡No me digas que la nena se hizo pis! ¿Te hiciste pichí, pendeja? ¡Y vos, dale, agachate y lameme la conchita!, me ordenó Mabel, al tiempo que colocaba mi cabeza junto a su pubis. Tenía los labios de la concha brillantes de tantos hilos de flujo, y estaba toda depiladita. Su olor era invasivo, pero aún así, me animé a pasarle la lengua por el orificio de su vagina, y, producto de lo resbaladizo del tacto febril de su cueva, mi lengua se abrió camino por ella, hasta empezar a bailotear en su interior. Solange le dijo, definitivamente, algo parecido a: ¡Síii, me re hice pis tía!, y Mabel le dio una cachetada. Luego la obligó a que le chupe los dedos de una mano, a la vez que con la otra se preocupaba en presionar mi cabeza a su pubis. Así estuvimos unos intensos minutos, yo comiéndole el clítoris y la concha, y ella gimiendo por la forma en que Sol le comía los dedos. Hasta que Mabel la puso boca arriba, y le fregó su buen par de tetas en la cara, con una brutalidad insólita en ella.
¡Chupalas nena, apenas las tengas en la boca me las mamás! ¿Escuchaste, me oncita calentona? ¡Y vos, pegame en el culo con esto!, me indicó, poniendo en mis manos el almohadón meado que sacó de las caderas de mi nieta. Yo, no pude soportarlo más. Abrí uno de mis cajones de la cómoda, extraje de él un consolador de tamaño normal que me había comprado hacía más de un mes, y le puse un forro con la boca. Mabel no me veía porque estaba entusiasmada con las mordidas de Sol a sus tetas. Además, por momentos se enroscaban en medio de unos besos de lengua que resonaban en el cuarto como espadas guerreras. Me acerqué lentamente a la cama, y ni bien me dispuse a lamerle los piecitos a Sol, le abrí las piernas, le palmoteé la conchita, y poco a poco le fui introduciendo el juguetito entre sus labios vaginales. Ahí sí que mi nieta chilló, gimió, me suplicó que la coja más fuerte, le mordió una teta a Mabel, y empezó a dejarse ir en uno, o tal vez varios orgasmos consecutivos.
¡Aaaah, te lo tenías guardadito a eso, guacha! ¡Quién iba a decir que una mujer de nuestra edad, tendría pijas de juguete escondidas! ¿Y tu marido lo sabe?, me decía Mabel, ahora tomando ella el control del chiche que hacía gemir a Solange, mientras, de paso le olía y besuqueaba la panza y la vagina. Al parecer, la volvía loca el olor a pis que emanaba de su piel. Yo, entretanto le lamía los pies, y me los frotaba en la concha, donde mi clítoris amenazaba con pulverizarme los huesos si no lograba acabar pronto.
¡Sos una zorra Mabel, y lo sabés! ¡Dale, hacela gozar a mi chiquita, cogela más, sacale la lechita, y mordele la conchita! ¿Viste el olor a pichí que tiene? ¿Y el olor a semen que tiene su pollerita?, le decía a mi amiga, que ya se frotaba la concha contra el borde del colchón, sin perder el ejercicio de la penetración que le propiciaba a Sol. La besuqueaba y lamía con todo su repertorio. La colmaba de saliva, marcas de labial, de mordidas y lengüetazos, mientras yo seguía pajeándome con sus piecitos. En un momento, logré introducirme sus deditos adentro de la vagina, y frotarme el clítoris con ellos. Supongo que allí fue que aullé de placer, en medio de un orgasmo que me sofocó hasta hacerme perder la fuerza de gravedad. ¡No me caí al suelo de pedo! Recuerdo que después de eso, me meé parada en el medio de la pieza, con la bombacha puesta y el corpiño todo babeado. En un momento Mabel se había acercado para escupirme las tetas.
Ahora, Sol estaba casi rendida en el medio de la cama, lamiendo el chiche que Mabel le había quitado de la concha como si fuese la pija del pibe que más la calentaba. Entretanto, ella se masturbaba contra sus rodillas dobladas, una vez que yo le ordené a Sol que las flexione para ese fin. Entonces, volvió a penetrarla un ratito más, y a volver a ponerle el chiche en la oca. Hasta que al fin se puso de pie, y acercó la cabecita de mi nieta a su entrepierna.
¡Dale nenita, comeme, comeme bien la concha! ¡Dale, que, apenas tu lengua entre en mi conchita, te acabo todo! ¡Dale perritaaaaaa!, fue todo lo que le escuché decir, antes de pegar un alarido que hizo temblar los vidrios de los ventanales. La vi contracturar cada parte de sus músculos, apretar la mandíbula, arquear la espalda, y regarle toda la carita a mi nieta con una buena cantidad de sabia vaginal, justo cuando yo me acercaba a besuquearle el culo, con el chiche en la mano, pensando en penetrárselo.
¿Te sacaste las ganas, perra? ¿Contenta ahora, que le diste la lechita a mi nieta?, me escuchaba decirle, casi como un reproche. Ahora la realidad me golpeaba con todo su esplendor, y sentía que todo lo que habíamos hecho era una locura, un desatino imposible de negar, un desastre sin precedentes. Mabel también había cambiado. El celo de sus ojos había desaparecido, y buscaba vestirse con todo el apuro que podía, en silencio, y casi sin mirar a Solange, ni a mí.
¡Negra, o sea, bueno, no sé qué pasó! ¡Nena, espero que vos, bueno, que me perdones! ¿La pasaste bien, por lo menos? ¡Igual, me voy a llevar tu bombachita!, decía Mabel, tan en shock como mi cerebro flotando en un puño que insistía con golpearme la cara.
¡Vamos Mabel, que, tenés que seguir con el recorrido!, le dije, ya vestida del todo, habiendo puesto un trapo de piso donde yo misma me había orinado. Levanté mi ropa mojada, y así como estaba la metí al lavarropas. ¡Sentía vergüenza hasta de eso! Aún así, Mabel le dio un beso en la teta derecha a Solange, antes de irse de la pieza.
¡Nunca más esto Mabel, te lo pido por dios!, le dije, una vez que nos encontramos en el living. Ella parecía querer irse rápido. Aunque, ni bien recibió el dinero de los productos, y se colgó la cartera en el hombro, me dijo: ¡No, con la nenita no! ¡Pero, nosotras, podríamos encamarnos un par de veces! ¿Qué te parece?
A eso de las 4 de la tarde, ya sin Mabel en la casa, mi cuerpo iba y venía como sin control por la cocina, el living y el patio. No sabía cómo hablarle a mi nieta. Pensaba en ella, y sabía que debía pedirle que se bañe, que se cambie la pollera y se ponga ropa limpita. Pero, volvía a recordar su olor, la forma que tenía de chupar pijas, el sabor de su culito, el aroma de su vagina, su lengüita en las tetas de Mabel, y volvía a calentarme como una perra. Así que, decidí ir a la pieza y tirarme a descansar un ratito con ella, a su lado, como una abuela normal. Tal vez, podría explicarle algunas cosas, y dejarlo todo como un secreto entre nosotras. Hacia allí iba, cuando, nuevamente sonó el timbre.
¡Hola mami! ¡Cambio de planes! ¡Digamos que, las cosas con Sergio, se arreglaron! ¡No del todo! ¡Pero, estuvimos hablando, y Solange nos necesita a los dos! ¡Lo demás, son cosas que tenemos que acomodar sólo él y yo! ¡Así que, nada, la vengo a buscar! ¡Espero que se haya portado bien la diablita esa! ¿A dónde está?, me puso al tanto de inmediato mi hija, mientras iba entrando a la casa.
¡Pero, Carolina! ¿No te parece que se apresuraron un poco? ¡Digo, ese hombre te mete los cuernos! ¿Cómo es posible?, intentaba hacerla razonar, con un repentino miedo en el cuerpo.
¡No pasa nada mami! ¡Son cosas del matrimonio! ¿Se portó bien Solcito? ¡Voy buscando sus cosas, así las cargo en el auto! ¡Gracias por cuidarla mami! ¡Sos la mejor!, me decía, encaminándose a la piecita que yo le había preparado a Sol para que se hospede. En eso, como una fatal coincidencia, Solange apareció justo al lado de su madre, descalza y con la pollerita empapada, con el pelo enredado, y un montón de marcas de chupones y mordidas en la piel. Carolina se quedó inmóvil.
¡Hola ma! ¿Nos vamos? ¡Yo, me voy a tener que bañar! ¿Me esperás?, le dijo Solange, sin inmutarse.
¿Por qué estás así hija? ¿Qué te pasó? ¿No te trajiste ropa acaso? ¡Bueno, mirá, ponete una remerita, y nos vamos, porque estoy apurada!, le dijo Carolina, sin reparar en otra cosa que en su semi desnudez.
¡Pero, me hice pis en la cama mami!, se reveló Solange.
¡No importa bebé! ¡Apenas lleguemos a casa te bañás! ¡Entiendo que estos cambios, pudieron haberte afectado! ¡Dale, ponete unas zapas, una remera, saludá a tu abuela, y subite al auto, que yo cargo tus cosas y las llevo!, le dijo Carolina, sin siquiera tener en cuenta que no tenía ni la bombacha puesta. Solange me saludó, se puso la remerita manchada con semen que tenía en la mañana, las sandalitas, agarró su celular y se metió al auto importado que ya le había visto. Mientras Carolina reunía los bolsos y libros de Sol, me quedaba clarísimo que a ella le importaba muy poco su hija. ¡Al menos, en mi casa aprendió muchas cositas! ¡Su madre ni siquiera la miraba, ni la educaba, ni le corregía nada, ni la olía, ni se fijaba en sus pequeños detalles! Fin
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que rico como se comieron a la nena, maravilloso relato Ambar
ResponderEliminarGracias por leer este relato, y valorarlo. Es cierto, pero, más que comérsela, la hicieron desear como nunca. Jejejeje!
Eliminares verdad, quedo re calentita le bebe. Despues de vivir esa experiencia con dos mujeres maduras, seguro la nena empieza a buscar tipos grandes, maduros a partir de los 40, algun tio o amigos de la mama van a salir beneficiados jaja
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