Mi mejor paja

 

Mi nombre es Marcelo, y, a pesar que ya estoy pisando los cuarenta, que conocí todo lo que pude conocer respecto al sexo, y que aún poseo cosas por descubrir, tengo que confesar que no puedo desprenderme de la paja. No me considero un baboso con cara de idiota cada vez que veo pasar un culito bien parado, o unas tetas al borde de explotar a los escotes como ventanas al paraíso. Pero soy re pajero, y no me jode reconocerlo. Recuerdo que, cuando me la hice por primera vez, me sentí tan feliz, tan nene y nena al mismo tiempo, tan asustado por si me llegaban a encontrar como expectante de que alguien me viese con las manos en la maza. Tenía 12 años, y ya durante la cena sentía que tenía el pito parado, sin razones aparentes para mi cerebro. Mis padres no lo notaban, y mi hermana mucho menos. Pero yo necesitaba tocarme. Tenía miles de cosquillitas y un calor insufrible rodeándome el pito y los huevitos. Para calmarme, me lo rocé un poquito por debajo de la mesa, y entonces, se me ocurrió ir al baño. Pero en ese momento, mi padre recibió un llamado importante, y mi madre nos trajo el postre. Recuerdo que a propósito solté unas gotitas de pis, para intentar serenarme un poco. Eso también me gustaba desde niño.  Hacerme pequeñas gotitas de pis encima, de a ratitos. Incluso, creo que por  esa época fue que descubrí que me daba gusto hacer pis sentado, como si fuese una nena. Supongo que, el alto contenido femenino que hay en mi ser, afloraba con mucha fuerza en ese momento. Por eso, si bien lo reprimí un poco cuando fui adolescente, luego le di todo el espacio que me reclamó.

No sé cuándo fue que empecé con mis mambos precoces. Pero, una de las cosas que me fascinaba hacer, cada vez que mi mami me compraba un calzoncillo nuevo, yo le derramaba un chorrito de pis apenas me lo ponía. Acaso sería una cuestión territorial, o una forma de distinguirme de los demás. ¿O, sería solamente que estaba medio tocado del bocho?

A grandes rasgos, sé que apenas me devoré la compotera de ensalada de frutas con crema que mi madre me dio, corrí a nuestra pieza. Durante varios años compartí la habitación con mi hermana. Sabía que ella se quedaba un rato más en el living, mirando la tele. Así que, enseguida me quedé en calzoncillos y me oculté bajo las sábanas, dispuesto a manosearme el pito. ¡No lo soportaba más! No sabía cuál sería el resultado de la conmoción que me oprimía el pecho. Pero, ni bien tanteé la humedad de mi calzoncillo, la dureza de mi pito caliente, y metí la cabeza bajo las mantas para descubrir que ya olía a pipí como un nene caprichoso, empecé a tocarme con ferocidad. Creo que fue instintivo. Me apretaba el pene, subiendo y bajando con mi mano, sintiendo cómo se me ensanchaba un poquito más cada vez, y cómo se me humedecía la puntita. De repente, como si un enjambre de abejas quisiera salir de mi vientre, apreté los dientes, imaginándome, vaya a saber por qué, a mi hermana sacándose la bombacha en la cama de al lado de la mía. Después me la imaginé acariciándome el pito, y diciéndome que si no le daba mi porción de ensalada de frutas, me daría un beso en la boca, creyendo tal vez que aquello me daría asco. En ese entonces, mis manos se fundieron más a la piel de mi pene, y mis piernas se abrían solas. Me urgían ganas desesperadas de arrancármelo, o de frotarlo contra algo. Hasta se me ocurrió poner la almohada sobre mi pubis, y frotarme allí. Hasta sentía cosquillitas en el culo, el ombligo y en la boca. Era como si no pudiera resistir las ganas de hacerme pis en la cama. Y, de repente, un sacudón impactante, un remolino de descargas me dio un latigazo en alguna parte del cerebro, y gracias a eso me ensucié las manos con mi primer acabada. Ahí me di cuenta que estaba agitado, sudoroso, con el corazón desbocado y los ojos ya desacostumbrados a la luz. Mi hermana podía entrar en cualquier momento. ¡Y yo casi desnudo en mi cama, húmedo y con las manos sucias! Recién entonces noté que podría estar en peligro. Quise levantarme para buscar otro calzoncillo limpio. Pero, ni bien me puse de pie, un mareo repentino me obligó a meterme en la cama otra vez. Además, mi hermana anunciaba en voz alta que ya se había lavado los dientes, y que iba a acostarse, para levantarse temprano al otro día. Dijo algo de un examen que no entendí, y sin más, la puerta se abrió para darle paso a su perfume dulzón, el que hasta ese momento odiaba. Pero, entonces, su perfume, su voz, los ruiditos que hacía al dormir, el olor de su ropa dispersa por la pieza, sus miradas, la sonrisa de sus labios, sus tetas cuando usaba remeras escotadas, todo me ponía a mil, y me instaba a tocarme la pija, hasta enlecharme las manos. Aquella solo había sido mi primera paja, y ya necesitaba más, otra más sucia y húmeda.

En el colegio, los varones siempre nos preguntábamos si ya nos había saltado la leche, y hablábamos de culos, tetas, de las tangas de nuestras primas o hermanas, de ciertas revistas porno, las que yo no conocí hasta que fui un poco más grande, de cómo serían las conchas de las pendejas de nuestro curso, o de las profesoras, y hasta de animarnos para hacer una vaquita entre todos, y pagarle a una puta. Mientras tanto, mis pajas en solitario, cada vez que no había nadie en casa, o cuando sabía que mi hermana dormía, eran más profundas, al límite y con huellas imposibles de ocultar. A esa altura me fascinaba envolverme la pija en la sábana y rozarme el glande hinchado, casi siempre al borde de acabar, hasta que lograba ese objetivo. Me gustaba pajearme fuerte, fregar la pija en el colchón, y a veces, sobre un bollo de mis propias camisetas o remeras sucias, las que yo mismo acomodaba por la noche en el centro de la cama para montarme sobre él, y hacer que me lo cogía con todo. También me gustaba tocarme el pito acostado, boca arriba, con las plantas de los pies juntas y las rodillas hacia los laterales de la cama, para sentir unas cosquillitas re ricas en el culo. Me encantaba ponerme el calzoncillo húmedo entre las nalgas, o sentarme en el borde de la cama sobre una de ellas, para rozar mi agujerito contra mi ropa. Las siestas que podía, me sacaba hasta el calzoncillo y me empezaba a tocar el pito de forma intermitente. Cada 5 o 10 segundos me subía y bajaba la pielcita, o me lo apretaba, o me escupía la mano para tocarme los huevos, o me escupía directamente el pito. Me encantaba acabarme en la panza y el pecho, una vez que a mi leche se le antojaba dispararse como misiles contra mí mismo. También experimenté mearme a consciencia en los momentos previos a acabar. Es decir, que en ocasiones, me pajeaba la pija meada y babeada, todo al mismo tiempo. ¿Qué habrá pensado mi madre al encontrar mis rastros en mi ropa? Creo que daría cualquier cosa por ver su cara de sorpresa al toparse con mis sábanas repletas de semen, o mis calzoncillos meados, escondidos en algún cajón, especialmente cuando era pendejito. ¡Y eso no fue nada, comparado al morbo que le agregué a mis pajas cuando empecé a encontrar bombachitas usadas de mi hermana! Me atreví a lechearle los corpiños sucios, los zapatos, sus sábanas, algunos vestidos que tenía colgado para alguna ocasión especial, y, hasta cierta tarde, su mochila del colegio. Además, varias veces me quedé shockeado cuando la escuché colarse los deditos en la concha, en mitad de la madrugada. Nunca lo hablé con ella como debe ser. Pero ella negaba rotundamente que se masturbara. Sólo que su mirada parecía no coincidir con sus labios.

En el baño, creo que hasta gemía como una nena mientras me pajeaba sentado en el inodoro o el bidet, frunciendo el culo para darme más placer, imaginando que mi calzoncillito de nene era la tanga de una putita, repleta de ganas de que le toquen el culo y le muerdan las tetillas. Después, o mientras tanto, aparecieron mis primeros chapes, mi debut con una chica de un putero de Recoleta, algunas novias, sexo con algunas amigas que ya dejaron de serlo, y con otras a las que le sigue pintando ser mis amigarches. También mis estudios, trabajos, relaciones, vacaciones, idas y venidas por la vida. Pero aún así, jamás pude despedirme de la paja. Hoy, además de pajearme, me encanta el exhibicionismo. Pero no en lugares obvios, como en playas nudistas, o en saunas, o en reuniones pactadas, o en boliches swingers. Más bien, disfruto de mostrar que ando con la pija parada en el colectivo, en cualquier lugar de la vía pública, o en mi trabajo. Me excita mucho no usar ropa interior, y eso me tiene a full casi todo el día, porque los roces de mi glande son proporcionales a los manoseos que me ligo en el culo cuando recorro las calles, me tomo un subte o espero en la fila para cualquier trámite. Me gusta ver a las mamitas amamantando a sus bebés, porque exponen sus tetas casi que involuntariamente, por ese acto natural, y solo por eso. Me vuela la cabeza descubrir que algunas guachiturras se olvidan que adentro de las calzas colorinches que se clavan, va una bombacha, o al menos una tanga. Todo eso me hace arder, al punto que siempre me hago un tiempo para arribar al baño más cercano, o al espacio más privado que encuentre para descargar la ansiedad de mis testículos, a como dé lugar. Por eso, por lejos, la mejor paja de mi vida no fue necesariamente la más larga. Ni la más escandalosa, ni tiene demasiados sucesos rondando por mi mente.

No sucedió hace mucho. Fue al costado de una ruta. En esos tiempos yo era chofer de una empresa importante, y esa tarde volvía de algún lado que no viene al caso por Panamericana, tras despachar un cargamento que tampoco hace a la historia. Había viento, algunas nubes, ruido y bocinazos como siempre. Venía escuchando música, pero no le daba ni cinco de bola. Hacía más de cuatro horas que viajaba, y no tenía hambre, ni tampoco sed. Pero me sentía incómodo, ansioso, molesto con mi cuerpo. Era una de esas tardes en las que sólo tenés en mente coger con alguien, y la leche te punza tanto los testículos, que querés llegar a donde sea y hacer algo. Encima estaba pasando por una racha de pocas pajas. Mi pareja y yo no nos satisfacíamos sexualmente, y eso hacía las cosas más difíciles. Pensé en sacar la verga afuera de mi pantalón, para que el viento que entraba por la ventanilla del camión me la enfríe un poco, o me la termine de excitar con sus girones besándome el glande. Pensé en el culo de una de las secretarias, y sentí que se me humedecía el calzoncillo. Recordé el constante coqueteo de una de mis sobrinas, que no llega a los 20 y no para de insinuarme que es una de las peteras más famosas de su barrio, y la pija se me endureció un poquito más. Un montón de calambres, agujitas, punzadas y algo parecido a espasmos incontrolables comenzaban a invadirme el vientre. Tenía ganas hasta de meterme un dedo en el culo. Así que, justo cuando recordaba las tetas de la empleada doméstica de mi madre bajo su remera llena de manchas por sus labores, una bolivianita re gaucha, con carita de Haceme lo que Quieras, y una boquita de mamadora tremenda, tomé la decisión de desviarme del camino. ¡Algo tenía que hacer!

Di con una colectora de tierra, una de las tantas que dan a los costados de la Panamericana, un poco más allá de Pilar, y estacioné bajo unos árboles frondosos. Apagué la radio, y puse el celu en vibrador. Antes de sentir un nuevo derrame de líquidos preseminales sobre mi bóxer, vi un videito de una chica trans que se comía tres pijas, y una cuarta le daba unos bombazos decididos por el culo. Bajé del camión, agitado y temeroso como un nene que está a punto de comerse el dulce de leche de la heladera, y miré para todos lados. Sólo pude observar campo fértil, lotes vacíos, un chiquero, y alguna que otra casa a lo lejos. Sólo se oía el ir y venir incesante de los autos en la ruta, los pájaros que empezaban a juntarse para retornar a sus nidos, y el viento en las copas de los árboles. También algunos gritos de niños jugando por ahí, y el ladrido de un perro, a mucha más distancia todavía. Me refugié bajo una línea de eucaliptus que se plantaron hace años, entre el camino y el comienzo de unos alambrados.

¡Qué pajerito que sos nene! ¡Ahora sí que te vas a clavar una flor de paja!, me dije en voz baja, excitándome aún más. Estaba tan caliente y decidido que, con todo el riesgo sobre mis hombros de que alguien pudiera verme, me saqué las zapatillas, el pantalón y el calzoncillo. De modo que, ahí estaba yo. Casi desnudo, apenas con una remera, con la cola al aire y la pija paradísima. No tenía mucho tiempo. ¡Algo podía salir mal, y ahí sí que estaría al horno! Sabía que, en cualquier momento podía pasar la policía, o una pandilla de chorritos, o un aquelarre de viejas moralistas, con todas las ganas de denunciar a un degenerado. Así que, sin más, empecé a pajearme, a mover el culo apuntando a la ruta, a subir y bajar mi pubis, gimiendo como un tonto, apretándome la pija, abriendo las piernas para que el aire fresco me recorra los huevos, sintiendo la alfombra de pasto y hojas del suelo en mis pies, y comenzando a sudar por mi fechoría. Millones de cosas comenzaron a fluir por mi mente, mientras oía la humedad de mis jugos entre mis palmas y mi pija. La verdad, no estaría mal enfrentarme a una pandilla de pendejos malos. Estaba deseando que me miren el culo desde lejos, todo depiladito, y vengan hacia mí con sus estacas de carne para castigarme como me lo merecía. Si algún policía me encontrase, seguro terminaría mamándole la pija, o sintiendo el rigor de las pijas de sus colegas en mi culo. Entretanto, mi mano arremetía más y más, estrujándome la pija con apuro, abruptamente, como lo necesitaba. De pronto, recordé a la morena que me crucé en el cajero por la mañana,  y a sus tetas. La pobre ni se dio cuenta que tenía la remera chorreada de su propia leche, ya que seguro recién había terminado de alimentar a su bebé. También pensé en las tetas de la empleada de mi madre, en las bombachas meadas de mi hermana contra mi cara, en el culo de mi secretaria, en lo rico que podría mamarme la pija ahora mismo un buen travesti, en la cara de petera de mi sobrina, en la chica trans con los pómulos pegoteados de leche, y hasta en la villerita que me quiso vender una estampita del gauchito Gil, y se me enojó porque, al parecer no fui discreto al desnudarle las gomas con la mirada. No duré casi nada. De pronto un último pinchazo en los testículos, una bocanada de aire caliente ascendió por mi abdomen, unos jadeos salieron apresurados de mi boca, y varios hilos de saliva impactaron de lleno contra mi pecho. Acabé enseguida, con los ojos entrecerrados, tratando de recuperar el aire, con el último vestigio del bulto de uno de mis primos, que siempre venía a visitarnos con pantalones violadores. Entre la calentura, mi inactividad, la cantidad de cosas que me bombardeaban el bocho, y la excitación de estar desnudo al aire libre, expuesto y vulnerable, eyaculé de una, unos tres o cuatro chorros violentos. Entonces, oía como mis gotas de leche chocaban contra las hojas secas del suelo, que mi respiración me embotaba los oídos, que una música se acentuaba cada vez más, al igual que el rugido de los motores de los autos en Panamericana. Sé que me vestí rapidísimo, sin limpiarme la pija, y que me subí al camión. Me costó recuperar el aliento, la concentración y la lucidez. Pero, al menos manejé los 100 kilómetros que me separaban de mi casa, sin la ardiente obsesión que amenazaba con pulverizarme los huevos. ¡Si mi mujer supiera lo confortable para el humor que resulta una buena paja!     Fin

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Comentarios

  1. ¡Increíble! Mejor que cualquier porno. Parece que estuvieras adentro de mi cabeza, leyendo todos mis morbos. Besos por todos lados Ambar...

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    1. ¡Graaaaaciaaaaaas, a vos por la inspiración!

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  2. No me va aquello de que me vengan a dar por atrás un par de villeritos y, en los utlimos años, tampoco tanta urgencia como para parar el auto al costado de la ruta pero todo lo anterior, cuando era pendejo y empezaba a disfrutar de mi sexualidad, esta retratado magistralmente y pintado tal cual pasaba por mi cabeza y entre mis sábanas... Gracias, gracias, gracias!!

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    1. ¡La cantidad de secretos que ocultan las sábanas de los y las adolescentes, por favor! Eso sí que es un delicioso misterio! Jejejejeje! Gracias por tu valoración!

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