“Setenta peso”, dijo la cajera de nacionalidad china. “Ahora te devolvemos el envase linda, la tomamos acá afuera”, dijo Karen con ese timbre de voz tan sensual que la caracterizaba. Pagó, tomó la botella de cerveza y salió del local. En la vereda la esperaba Fabricio, su amigo y compañero de la escuela de Enfermería. La chica sacó un encendedor, hizo palanca en la tapa metálica de la botella, provocando que la misma saltara varios metros hacia arriba. Hacía un tiempo que a ambos les gustaba desertar de las últimas horas de cursada y separarse un poco del grupo de compañeros para compartir un rato de alcohol, tabaco y charlas. Tenían varias cosas en común, entre ellas su sexualidad, les gustaba coger tanto con personas de su mismo género, el opuesto y, ocasionalmente, alguna del tercer sexo. Adoraban contarse mutuamente anécdotas sobre las experiencias que habían tenido. Esa noche, Karen tomó la posta y le dijo a su compañero: “Fabri, estuve pensando y llegué a la conclusión que me pasé la mayoría de mi vida haciéndome la paja”. Fabricio soltó una carcajada, “¿en qué sentido lo decís?”, preguntó. “En el literal; no sé, creo que soy adicta a la masturbación”. Él intentó no ruborizarse y disimular que lo había excitado el comentario. La joven inició su relato: “Todo empezó de muy chiquita, tendría unos seis años o por ahí. Solía ver muy seguido a mi prima Sofía, apenas más grande que yo. Una tarde a la semana, mi tía la dejaba en casa al cuidado de mi mamá, porque tomaba un curso de no sé qué. Nos encantaba jugar juntas, pero nos dimos cuenta de que lo que más nos gustaba era deslizarnos por la baranda de la escalera que conducía al primer piso, de ahí hacia abajo, montadas a caballito, de espaldas o de frente, estaba muy lustrada y resbalaba mucho. Pero lo mejor no era la experiencia adrenalínica que nos daba la velocidad, en seguida supimos que eso nos producía una sensación rara en la concha, no lo sabíamos explicar. Con el correr de los días, mi prima me contó que ella sentía algo en la chuchi que le gustaba, y me preguntó si a mí me pasaba lo mismo. Le dije que sí, pero que no sabía que podía ser. Sin que nos importara demasiado el por qué, solo buscando esa nueva satisfacción, seguimos haciéndolo. Apenas Sofi llegaba a casa, salíamos corriendo para la escalera a pasarnos la tarde haciéndonos la paja, aunque nunca se nos hubiese ocurrido llamarlo así. Un día, mi prima me dijo que, después de que habíamos estado lanzándonos muy seguido, sintió algo a lo que ella lo llamó cosita, era como un goce más intenso, que claro, era el primer orgasmo. No tenía idea de lo que me hablaba, pero no iba a parar hasta experimentarlo en carne propia. Mi vieja, que se había percatado de la situación, una tarde nos agarró a las dos de los brazos, nos zamarreó y nos dijo de todo; nos trató de cochinas, gritaba que lo que estábamos haciendo lo hacían las nenas malas. Nos avergonzamos y dejamos de practicarlo juntas. Pero yo no me quería rendir hasta sentir la famosa cosita de la que Sofía me había hablado. Una tarde, esperé hasta que mamá se hubiese ido de compras para lanzarme ansiosa y furiosamente baranda abajo, hasta que por fin lo logré, pude entender de lo que hablaba mi prima; después de unas cuantas resbaladas, llegué a la planta baja con un espasmo que me hizo entrecerrar las piernas de placer. Me agarré la concha y sentí que estaba húmeda, pensé que me había hecho pis. Cuando el efecto pasó, me saqué la bombacha y, con algo de culpa y asustada de que mamá se diera cuenta, la puse a secar en el ventilador. Ya siendo preadolescentes, Sofi me explicó todo lo que tenía que saber, lo que era coger, que la famosa cosita era un terrible orgasmo y hasta me hizo ella misma una paja para que aprendiera, o eso dijo la muy cerda, jajaja. Lo peor Amigo, es que el otro día me di cuenta de que la baranda de la escalera de la casa donde vivo ahora es muy parecida a la de mi vieja. Ayer salí de mi departamento, me aseguré de que no hubiese ningún vecino mirando, y resbalé todo un piso hacia abajo, volviendo a sentir esa hermosa cosquillita en la concha, me dio mucha nostalgia”.
“¡Woaooo, qué linda historia Amiga! Es más común de lo que creemos. Cuando somos chicos nos quieren hacer creer que somos los seres más retorcidos del mundo, pero es la auto exploración en su máxima expresión”. Fue entonces que Fabricio, algo identificado con la historia que le acababa de contar su amiga, inició la narración de su experiencia: “A mí me pasó algo parecido Amiga. Tenía la misma edad que vos cuando empezaste a tirarte por la baranda. A la hora del baño, mi vieja abría el agua de la bañadera y me metía en ella, me dejaba jugar un rato en el agua mientras se dedicaba a otras cosas de la casa. Como todo chico de esa edad, para no aburrirme en la inmersión, me llevaba algún que otro juguete sumergible. La verdad, no me acuerdo cómo, la cosa es que comencé a ponerme en una posición en la que el chorro de agua tibia me caía de lleno en la pija, pequeña todavía, jajaja. Estaba cómodo, sumergido casi totalmente, solo quedaban en la superficie mi cara, mis piernas y el pito en el que se estrellaba el agua corriente. Como les pasó a ustedes, me di cuenta de que sentía algo, diferente en algunas partes de mi pija, muy placentero y, como sabía que mi mamá normalmente tardaba mucho en venir a enjabonarme y demás, me entregaba a la situación. Cada tanto me impulsaba hacia atrás y me daba cuenta de que mi verga estaba como dura, parada, me parecía raro, pero me gustaba tanto lo que sentía que no le daba mucha importancia. No tardé mucho en percatarme de que, cuanto más tiempo dejaba la pija abajo del chorro, mayor era el placer que experimentaba. Una noche, mi mamá se demoró más de lo normal en entrar al baño y algo muy raro me pasó, tuve una percepción indescriptiblemente sensitiva en mi pito, no sé, me latía al igual que todo el cuerpo. Me asusté un poco y saqué la poronga del agua, estaba muy colorada y fue pasando lentamente de estar muy dura a estar blandita, en su estado natural. A partir de ese momento, me dispuse a estar el mayor tiempo posible con la pija abajo del chorro de agua para repetir la sensación. Claro está que nunca me enteré de que eyaculaba por tener mi pene tapado por el agua. Lo llamativo, y que me confirma cuanto tenemos en común Kar, es que, ¿sabes cómo le decía yo a esa sensación?: cosita, jajaja. En una oportunidad, mi mamá entró al baño sorpresivamente para dejar toallones limpios, yo no la escuché porque me encontraba muy relajado, a punto de eyacular, con los oídos abajo del agua. Me di cuenta y me lancé hacia atrás pretendiendo disimular. Ella me estaba mirando seriamente, como si hubiese matado a alguien, y me dijo que no me quería más, porque lo que yo estaba haciendo lo hacían los nenes maricones. No me pude sacar ese comentario de la cabeza por mucho tiempo, pero hoy, más allá de todo lo que quiero a mi vieja, la cagaría a trompadas, por bruta. Pero bueno, por suerte, con el tiempo me di cuenta de que lo que mi mamá me había dicho era una pelotudez, aprendí a hacerme bien y mucho la paja y disfrutarla, jajaja.”.
Los amigos sonrieron y siguieron tomando esa cerveza y unas cuantas más. Karen invitó a Fabricio a seguir bebiendo en su casa, a lo que él aceptó gustoso. Llegados al edificio, entraron y ella se vio totalmente emocionada por mostrarle a su compañero la baranda de la escalera que conducía a su departamento. Le pidió que la esperara al pie de la escalinata, subió, se montó al pasamanos y se lanzó resbalando hacia abajo. “¡Aaaah, qué lindo se siente en la conchita amigo! ¿Querés probar?”. Fabri imitó a su amiga, pero no fue tan placentero para él, sintió una fricción molesta en los testículos y cuando llegó a la planta baja solo atinó a reír, contagiando a Karen. “¡Shhhh, que me van a matar los vecinos! Subí boludo”. Entraron al departamento de la joven, naturalmente desordenado. Ella se dirigió presurosamente a la heladera, volvió a hacer el truquito del encendedor y la tapita de la cerveza golpeó el techo, dio el primer sorbo y la pasó. Se acumularon cuatro envases vacíos en la mesada de la cocina, los amigos estaban completamente borrachos y habían hablado de todo. De pronto, Karen se incorpora y dice “voy a hacer pis”. Pasados unos minutos, Fabricio escuchó que la puerta del servicio se abría y el agua de una canilla corría. “¡Amigooo!”, gritó Karen desde dentro del toilette. El chico se acercó intrigado. “Bueno, dale, ahora te toca a vos. Mostrame como era tu paja prematura”, dijo Karen desde el borde de la bañera. “¡¿En serio?!”, preguntó el flaco. Por unos segundos, al muchacho se le pasaron por la mente todas las cosas que podían suceder luego de semejante ofrecimiento, comenzó a desnudarse. Una vez despojado de toda vestimenta y con la pija semi erecta, miró a su amiga, la cual mordía levemente el extremo de su dedo índice, y sonreía alternando su vista entre la boca y la poronga del pibe. Ambos estaban ya muy calientes. “¿Me vas a mostrar o no?”, dijo Karen más sensual que nunca. Fabricio ingresó a la tina y como un contorsionista, porque desde los seis años había crecido un poquito, se colocó en la antigua posición, las piernas hacia arriba, apoyadas en los azulejos y su pija (ya completamente parada) bajo el chorro de agua. Miró a Karen que se disponía a sentarse detrás de la escena, en el inodoro, y sumergió sus oídos en el agua como hacía de niño, sabiendo que la situación iba a ser como un sueño, hacerse la paja con su gran amiga y confidente observando todo. Nada había cambiado, por más que su pene era tres veces más grande, ese potente suministro de agua cayendo justo en su glande le provocaba una de las sensaciones más calientes de su vida, la cual lo desconectaba del tiempo y el espacio, con sus orejas sumergidas solo podía oír el murmullo del agua, preorgásmico, que siempre lo había excitado. Pero esa cuasi sedación se quebró súbitamente con un extraño movimiento del líquido. Fabricio se sobresaltó, se dio vuelta y vio algo que de verdad no esperaba: Karen se encontraba parada en el extremo posterior de la bañadera, con ambos pies en el agua (que ya se encontraba por la mitad de la misma), completamente desnuda y con su hermosa sonrisa en los labios. El joven permaneció en cuclillas, petrificado por la belleza de la desnudez de su amiga, sus tetas pequeñas con los pezones parados, su piel perfecta, su concha angelical que mostraba una delicada franja de vello púbico que ascendía tímidamente hasta su “Monte de Venus”. “¿Me dejás probar?”, dijo lujuriosamente la chica. Fabricio se puso de pie y ofreció un lado de la bañera para que Karen pasara hacia adelante; ella aprovechó para acariciar la erecta pija de su amigo en el movimiento. La mujer se colocó en posición, con el chorro cayendo justo en su vagina y comenzó a gemir. “¡Aaaah, qué placer! ¡Qué lindo sentir el agüita en mi conchita!”, decía casi gritando. Él no pudo resistir la imagen, se tomó la verga y comenzó a masturbarse. Pasados unos minutos, Karen se incorporó y le pidió a Fabri que se sentara en el extremo trasero del borde de la tina, ella hizo lo propio en el delantero, abrió sus piernas y empezó a estimular su clítoris con los dedos índice y mayor. “Dale, vos también”, le dijo a su amigo, quien se tomó la chota parada con la mano derecha para menearla. Ambos se pajeaban, lentamente al principio, mirándose fijamente a los ojos; de a poco, las manos fueron adquiriendo la velocidad necesaria para llegar al goce extremo. En pocos minutos, Karen gritó “¡Aaaah, aaaah, esta te la dedico amigooo!, mientras se sacudía como epiléptica y cerraba las piernas desde los muslos. Al presenciar semejante cuadro, Fabricio colocó su pene hacia adelante, emanando de este tres potentes borbotones del más blanco y espeso semen, que se estrellaron en el agua, sobre el medio de la bañadera. Fue la mejor “cosita” de sus vidas, y esta vez fue compartida.
Volvieron a mirarse y rompieron a reír. Sin más, se secaron
mutuamente con un mullido toallón, el preferido de Karen. Al terminar, ella
tomó de la mano a su amigo y, completamente desnudos, volvieron a la cocina.
Una nueva tapita de cerveza golpeó el techo. Fin
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