Carolina era mi amiga, y digo “era” porque esas cosas que tiene el tener sexo con amigas nos separó, sobre todo porque ella tenía algo que me animaba a decirle todo lo que pensaba, el 90% de las veces tenía que ver con sexo. Me la había cogido en un par de oportunidades, no había sido gran cosa, pero lo que me hacía parar la pija con ella eraque, desde el principio, desde el primer momento en el que la conocí, sentí que era solo un objeto, que iba a pasar por mi vida solo para satisfacerme sexualmente, y así fue. Físicamente era delgada, su cuerpo no decía mucho, tenía el pelo negro el cual siempre usaba más bien corto. Tal vez fue su carácter algo rígido que me llevó a ponerla en ese lugar, se enojó conmigo por una tontera a los pocos días de conocernos, por lo que tal vez un sentimiento de venganza de mi parte me hacía imaginármela desnuda, arrodillada, con su boca llena de mi leche caliente. Desde ya que le dedicaba un gran porcentaje de mis pajas, siempre yo del lado activo, más que eso diría “perpetrador”. En mi imaginación la violaba, la penetraba fuerte, agarrándola de su pelo negro, la obligaba a tragarse mi pija hasta los huevos, le acababa en su cara con rasgos indígenas insultándola, sentía que se lo merecía.
Un día me llamó para decirme que se volvía a su ciudad natal (a unos 400 kilómetros de la capital, en donde vivíamos) porque sentía nostalgia. Por un lado, me alivió la noticia, Carolina era una mujer que, aunque solo mantuvieras con ella una amistad, te exigía como si tuvieras un compromiso firmado, ya no sentía muchas ganas de verla, ni siquiera para cogerla. La cosa fue que la primera noche a su llegada a dicha ciudad, terminó en la cama con un cualquiera que la dejó preñada, confirmando todo lo que yo pensaba de ella, una puta que no podía tener las piernas cerradas mucho tiempo.
A los siete meses, la putita estaba de vuelta en la capital con el rabo entre las piernas, por no decir la leche. Hablamos por teléfono un par de veces y me contó que tanto su madre como su hermana, la familia con la que ella contaba en la gran ciudad, estaban felices con la idea de la venida del nuevo miembro y que Valeria, su hermana mayor, no paraba de decirle lo que la envidiaba. Mamá, Elena, era una inmigrante de un país limítrofe que había pasado la frontera ilegalmente para exiliarse por motivos políticos, y en el primer pueblo al que había llegado se la había cogido un negro de raza, embarazándola de Valeria. Esta, por su parte, era una morena, muy poco agraciada de cara, pero con tetas y culo pasables. Tanto insistió Carolina que, pasados unos días, tuve que visitarla. Durante toda la tarde la imaginé desnuda, con el bombo a punto caramelo, los labios de la concha hinchados y los pezones negros crecidos al doble de su tamaño, al igual que sus mamas. Claro está que los días siguientes no paré de pajearme pensando en coger a mi amiguita “futura mamá”, aunque nunca se lo hubiese propuesto.
No había pasado una semana de nuestro encuentro cuando, revisando mi casilla de correo electrónico, me encontré con un mail de Carolina. Me intrigó sobremanera porque ella acostumbraba llamarme directamente, sin pensar por un minuto si interrumpía algo importante en mi vida diaria. Lo abrí con mucha curiosidad y comencé a leerlo. Al principio se dedicaba a decirme cuanto apreciaba mi amistad y estupideces por el estilo, pero el escrito se fue tornando algo inusitado, como preparándome para lo inesperado. “Vale quiere que le hagas un hijo”, me pidió sin más, aunque más abajo explicaba que su hermana hacía mucho tiempo que tenía el deseo de ser madre, y su embarazo la había puesto muy ansiosa, que solo necesitaban un hombre que las ayudara y que yo era el único que podía hacerlo. No aclaraba cómo ni dónde, solo se excusaba de lo extraño de la proposición y finalizaba abruptamente, como dejándome a mi todo lo que venía.
Me quedé helado, por un lado, muy caliente pero sin saber qué contestar. Me imaginaba la situación, cogiéndome a Valeria, una mujer fea, aunque con un cuerpo muy pasable. Pensé también en las posibilidades de que me quisieran engañar, hacerme una cama, que me hiciese cargo del chico, aunque Carolina me aclaraba en el mail que eso no iba a ocurrir, como que solo me necesitaban como proveedor de falo y de semen, la idea me seducía. Pero de pronto se me ocurrió algo que me puso mucho más al palo, ¿por qué no redoblar la apuesta, por qué no poner mis condiciones? No tuve que meditarlo mucho, le iba a decir a mi amiga que aceptaría gustoso su pedido, me iba a coger a su hermana y le iba a dar la leche adentro, pero con una sola condición, que ella también estuviera presente durante el coito, y no solo eso, que antes quería penetrarla a ella embarazada. Era ideal, me sacaba la calentura y, además, cumplía la fantasía de cogerme a mi amiguita preñada. Si no le gustaba mi propuesta y se enojaba mejor, me la sacaba de encima.
Pasaron dos semanas, no hubo respuesta. Ya daba por hecho que mi réplica no solo no le había caído bien a mi amiga, sino que se lo había contado a su hermana y hasta a su madre, las cuales estaría condenándome por degenerado. Para mi sorpresa, esa tarde recibí un mail de mi amiga, aceptando las condiciones; “no me entusiasma la idea, lo hago por Vale”, aclaró.
Llegó la noche acordada para la visita, seguramente coincidiendo con la fecha en la que la interesada ovulaba. Hacía calor, bañado y perfumado me encontraba frente a la puerta del departamento de Carolina. Ella me abrió, llevaba puesto un vestidito elastizado rosa hasta la parte superior de sus muslos, descalza, el bombo casi al doble que la última vez (estaba de ocho, a punto de escupir), su mano derecha en la zona lumbar propio de las que les pesa el vientre, sentí el cosquilleo en la poronga propio de cuando se empieza a poner dura. “¿Cómo andas?, Pasá…”, dijo la anfitriona con cara de superada.Le quise dar un beso en la boca para romper el hielo, pero me corrió la cara. Sentada en el sofá, con un solerito y un short floreado, muy livianos, se encontraba Valeria, con un vaso de cerveza en la mano que, por lo que delataba otro lleno en la mesa ratona, estaban compartiendo; si, aunque una embarazada no debería tomar alcohol, Carolina lo estaba haciendo, y por lo que me había enterado hasta fumaba algunos cigarrillos por día, confirmando ser una mujer muy viciosa. Mi amiga vivía sola en un diminuto departamento de un ambiente, dividido horriblemente por un modular que escondía su cama; Valeria y su madre vivían en otro departamento similar en el mismo edificio en el cual Elena ya se encontraba durmiendo.
Nos sentamos y me ofrecieron cerveza. Durante el poco tiempo en el que nos dedicamos a compartir alcohol, las hermanas hablaron entre ellas casi exclusivamente, sin preguntarme ni dejarme decirnada, con una actitud soberbia, como queriéndome demostrar que tenían el control de la situación y yo solo era un proveedor de leche descartable. Reían nerviosamente con cada comentario tonto que hacían. No había transcurrido ni media hora cuando la dueña de casa ordenó: “Bueno, vamos a hacerlo, así terminamos rápido”. Ambas se incorporaron y se dirigieron a la parte de atrás del departamento, pasando el modular hacia el dormitorio improvisado, las seguí. “Desnudate”, me dijo imperativamente Carolina. Le obedecí sin pensarlo y en pocos segundos estaba sin nada de ropa, con la pija ya bastante erecta. La misma se endureció aún más al ver que Valeria, que se había desnudado bastante rápido también, se bajaba la tanga. Carolina estaba muy lenta por su condición, pero había logrado sacarse el vestido y el corpiño, sus tetas estaban tal cual las había imaginado, los pezones bien negros, las aureolas abarcaban casi toda la mama. Mi chota terminó de ponerse rígida cuando mi amiga le dijo a su hermana, “me ayudas con la bombacha Vale, ya casi no me puedo agachar”, y fue así que presencié como Valeria, totalmente desnuda, se arrodilló para bajarle la tanga a la puta de su hermana embarazada; esa imagen todavía es recreada en mis pajas, y eso que pasaron años. Así fue, ya estábamos los tres totalmente desnudos, nos quedamos de pie y nos miramos por unos segundos, yo pajeaba mi verga ya completamente parada por el espectáculo que estaba presenciando y por lo que imaginaba que les iba a hacer a esas dos mujeres. Aunque más adelante supe que ambas se hicieron la depilación definitiva, sus conchas estaban peludas en ese momento, yo me había afeitado todo el cuerpo el día anterior. Me di cuenta de que, aunque pretendían mantener una postura distante y superada,también estaban calientes, el alcohol ayudaba.
Con dificultad, Carolina se acostó en la cama y me dijo, “bueno, cuando quieras…”. Sin perder un segundo me acerqué y comencé a comerle la concha, práctica que era mi debilidad y ella lo sabía, aunque era mi debut con una embarazada. Ella solo atinó a dar vuelta la cara a la pared lateral, aunque no podía ocultar un tímido gemido que daba la pauta de que lo disfrutaba. Sentí en mi boca su flujo, algo espeso, pero sin olor, cada cierto lapso sacaba bien la lengua y se la pasaba por toda la zona perineal, desde el ano hasta el monte de venus, como intentando no desperdiciar una gota del néctar que emanaba de su vulva hinchada. Me incorporé levemente en la cama como para prepararme para penetrarla, miré hacia un lado y a pocos metros estaba Valeria, de pie, siguiendo atentamente lo que yo hacía, se mordía el labio inferior mientras con su mano derecha se masturbaba con movimientos circulares que abarcaban casi toda su vagina. Se apretaba la teta y el pezóncon su mano izquierda, eso me motivo más a seguir con el acto carnal.
Por fin metí lentamente la pija en la concha de Carolina, era un placer que no había sentido hasta el momento, su vagina estaba hirviendo, carnosa. Inicié el movimiento suavemente y me di cuenta de que no podía ingresar totalmente por la presión del útero, pero cada vez que entraba y salía sentía el cosquilleo propio de la eyaculación, sobre todo por la estimulación visual, ¡me estaba cogiendo a la puta de mi amiga embarazada! “¡Como te gusta la chota, puta!, ni preñada te aguantas”, le dije en vos alta, como para que ambas lo escucharan. Ver sus tetas crecidas y ese bomboestimulaban sobremanera mi lado más morboso. “No vayas a acabar que le tenes que dar todo adentro a Vale”, dijo la gestante entre gemidos. Como sentí que estaba a punto de hacerlo la saqué, tenía la pija embadurnada en flujo blanquecino, me incorporé. Se notó que Carolina estaba más relajada porque hasta me mostró una leve sonrisa mientras la ayudaba a pararse.
Sin esconder su desesperación, Valeria se acercó rápidamente al lecho. Casi no dejó que su hermana se hiciera a un lado, en segundos estaba en la cama, con las piernas bien abiertas y acariciándose el clítoris. “¡Dale, dale, metemelá…!”, dijo con tono ahogado por el éxtasis. Al igual que con Carolina, llevé mi boca a la concha de Valeria, mojada hasta los muslos como delataba el brillo en la piel de los mismos. Contrariamente a la primera, ésta sí expresaba su excitación con intensos gemidos. No la había mamado mucho tiempo cuando noté el latido potente en su periné seguido del desahogo verbal. “¡¡¡Aaaaaaah, aaaaah, tomá guacho, me sacaste la lechita putito, aaaaaaah!!!”, dijo, mientras se contorsionaba y cerraba sus piernas como para que nunca sacara mi cabeza de entre las mismas. Carolina nos miraba sentada en un banquito bajo la ventana abierta, fumando, sus piernas estaban abiertas lo que me dejaba ver su concha; podía haber optado por pasar del otro lado del modular, vestirse, pero por algo eligió ver como me cogía a su hermana mayor, desnuda, como no queriendo dejar el trío.
Sabía que no iba a durar mucho más, se lo avisé a Valeria que aceptó moviendo la cabeza y sonriéndome. Cuando se la metí, sentí que había cambiado la forma de ver a esta mujer, me hacía parar la pija tanto como la hermana o más, hasta la veía más linda. “¡Aaah, son una más puta que la otra! ¡Como se dejan coger, putas de mierda!”, afirmé mientras mi pija entraba y salía velozmente de la concha de Valeria, sentí como me venía. “¡Aaaaaah, aaah, tomá la leche putita, toda adentro, para llenarte el bombo yegua!”, grité mientras experimentaba los espasmos en la verga y los huevos. Me tiré contra la cama, a un lado de la mujer que acababa de coger, bañado en sudor al igual que ella. Me ofreció otra cerveza y procedimos a beberla en los sillones, acompañados de Carolina, los tres aún desnudos.
Rato después, percatándome de que ya era tarde, me dispuse a vestirme. Una vez que me había puesto toda la ropa, las perras, aún desnudas, (lo que me hizo sentir que me estaba volviendo a calentar), se pararon para despedirme. “Gracias por el favor”, dijo Carolina, “si, de verdad”, agregó Valeria. “No es nada chicas, fue un placer. Eso sí, si quedas embarazada me debes una buena cogida con el bombo de siete meses”, contesté, mientras le apretaba una nalga a cada una. Carolina me devolvió una mirada seria, amenazante, creo que no le gustó nada mi propuesta. Ella misma, desnuda como estaba y sin ningún pudor de que alguien pasara por el pasillo y la viera, abrió la puerta como invitándome a salir.
No supe más de mi “amiga”, ni si el bebé que esperaba fue varón o nena, ni me cogí a Valeria de siete meses porque nunca me enteré si quedó preñada. Por un lado, logré sacarme de encima a Carolina y su carácter de mierda, pero por el otro me hubiese gustado volver a cogerlas a las hermanas putitas. Es el día de hoy que, después de muchos años, todavía me pajeo con cada momento, cada gesto, cada palabra y cada imagen de esa única noche en mi vida en la que, tal vez, fui un “semental”. Fin
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