¡Si me la sacás, te mato!

 

No sé por qué fue que no la seguimos, que yo no insistí, o que él no me buscó. Seguro que, cuando todo se nos dio, ya fuera por causa o consecuencia, me disfrutó, quizás tanto como yo lo hice. Por la forma que tuvo de mimarme, de hacerme suya, casi sin planificarlo, o por la pasión que se nos desbordaba por igual, sé que le hice sentir cosas lindas. Pero entonces, ¿Cómo es que el destino nos arrancó a uno del otro, como un capricho insolente, repentino y sospechoso?

La primera vez que vi a mi tío, fue a pocos meses de cumplir mis 10 años. Él había empezado a salir con mi tía Victoria, un poco a escondidas de la familia. La pobre no quería presentar a un nuevo hombre a sus padres, sin que haya ciertas seguridades. No recuerdo qué día fue, ni la estación, ni el tiempo. Solo tengo latente el momento en que me abrazó por primera vez, cuando me saludó, luego de recorrer a todos sus futuros sobrinos y besar tímidamente a las chicas, y darles la mano a los chicos. En ese tiempo, yo tenía el pelo negro azabache largo hasta la cola, que según mi abuelo combinaba re bien con mi tez morena, y ya bailaba danzas Árabes. Aunque, según mi abuela, debía adoptar ciertos modales de señorita.

¡Así que vos sos Tania! ¡Bueno, espero que nos llevemos bien! ¡Soy Alejandro! ¡Si tu tía no se aburre de mí, nos vamos a ver seguido!, recuerdo que me dijo, mientras, algo que no podía definir por mis pocos años, me hacía sentir como embobada. Una sensación que, más adelante comenzó a profundizarse, además de mutar a otros hombres, entre los que podía contar a mi profe de educación física del cole, a varios de mis compañeros, a ciertos chicos más grandes que iban al club, y a uno de mis primos. Pero con nadie como con él. Yo, sé que ese mismo día, buscaba su mirada, su sonrisa fresca, sus palabras graciosas. Me gustaba oírlo hablar. Era como si una fuerza inexplicable me impulsara a sentarme en sus piernas. También tengo el recuerdo de haber ido al baño, y de encontrarme con que tenía la bombachita mojada. Yo no sabía de qué se tratara aquello. Pero sí sabía que cada vez que un chico me gustaba, sentía cosquillas, escalofríos, y ganas de besarlo, o de estar entre sus brazos. ¡Pero, ese hombre era el novio de mi tía! Además, tendría unos 30 años más o menos, y ni en pedo podría atender a los deseos de una nena de 10 años. Pero yo tenía ganas de que me toque. Eso, tampoco lo podía entender. Con el correr de los días, me lo crucé varias veces en distintas reuniones familiares. Y, de repente, se me hizo que él también me observaba. Por ahí eran cosas mías. Pero cada vez que iba o venía, que ayudaba a poner la mesa, o que simplemente jugaba con mis primos, se me hacía que sus ojos seguían mis huellas. Pero, por otro lado, no me animaba a hablarle. En una de esas reuniones, creo que para un cumpleaños de mi tía Viki, me senté a su lado, y él empezó a preguntarme cosas del colegio.

¿Y hace cuánto que bailás? ¿Tenés muchas compañeritas en el instituto?, me preguntó, una vez concluido el tema Literatura, y ya abordando lo de danzas árabes. Yo, encima, cuando me hablaba me ponía colorada como una tonta. Y cada vez me gustaba más sentir ese cosquilleo en la vulva, que al poquito rato se le sumaba a una leve humedad más que palpable en la faz de mi bombacha. No sé si fue esa tarde, o alguna otra. Pero, luego de comer helado sentada sobre sus piernas, ya que de repente llegó más familia, y las sillas no daban a vasto, el tío me hizo probar unos sorbos de sidra. Recuerdo que enseguida comencé a notar un pequeño mareo, y como que me faltaba el aire entre tanta gente apretujada en el comedor. Además, los más chiquitos gritaban porque querían apagar la vela de la torta, a uno de mis primos no se le cantaba bajar el volumen de la música, y la abuela gritaba histérica para que alguno la ayude a repartir platitos, cucharas y servilletas.

¡Dale bebé, vení, sentate acá, así entramos todos! ¡Además, vos sos una plumita! ¡Eso sí! ¡No me manches la camisa, que todavía la estoy pagando!, me había dicho sonriente, mientras él mismo me acomodaba sobre sus piernas. Y, esas mismas palabras zumbaban en mis oídos, unos minutos después, cuando decidí ir a recostarme un poco a la pieza de mi tía Laura, la única que todavía vive en lo de mis abuelos. ¡No podía olvidarme de su perfume, ni de su voz, ni el calor de su cuerpo abrazando al mío! Estaba confundida, mareada, y presa de un calor que no sabía cómo apagar. Recuerdo que me saqué el pantalón, y entonces me encontré con la humedad de mi bombacha, mucho más evidente y caliente que otras veces. Tenía ganas de sacármela, ¡o de que él entre, me vea, y me la baje de a poquito! ¿Pero, de dónde yo podía sacar esas ideas? Aparte, ni en pedo se fijaría en un chichón de piso como yo. Sin embargo, la cosa es que, de repente, justo cuando me había levantado para acostarme al menos bajo las sábanas, la puerta se abre de pronto, y entonces veo a mi tío, que no espera a que yo lo eche para darse la vuelta.

¡Perdón Tani, no quería molestarte! ¡Venía a decirte que, bueno, que van a dar los regalos de navidad anticipados! ¡No sabía que, que estabas en bombacha! ¡Perdón!, decía ese hombre, tapándose la boca y los ojos con las manos, procurando que la tierra se lo trague en un suspiro. Yo, encima, me quedé parada, sin taparme nada, y con la bombacha húmeda, sin poder abrir la boca. Le dije que volvería a la fiesta en un rato, y él se fue espantado. ¿O fascinado por verme? ¿Habrá sentido vergüenza por ver a una nena así? ¡Es cierto! Yo era una guachita, pero con miles de revoluciones en la panza, por el fuego de esos ojos penetrantes.

De pronto el tiempo pasó, como suele pasar. No sé cuántas veces volví a verlo, porque, cada uno después hace su vida, se vuelca de lleno a sus actividades, y todo eso nos separa. Recuerdo que mi tío no fue a mis 15. Mi madre me dio sus razones, pero en ese momento no me importaron. Por lo tanto, no las recuerdo. Lo cierto es que, ya con 17 años, habiendo crecido y experimentado algunas cosas en cuanto al sexo, ya no me quedaban dudas que, apenas mi tío se reencuentre conmigo, yo sabría de qué forma se fijaría en mí. Todas, o al menos entre las chicas que conozco, somos de seducir, provocar, calentar y ratonear a hombres más grandes, por más que no suceda nunca nada luego. Está en nuestra esencia. Ahora tenía la piel un poco más aceitunada, estaba delgada y resuelta. Conservaba el pelo largo como siempre. No era muy tetona que digamos, pero las tenía bien paraditas, casi tanto como a mi cola, donde siempre me gustó recibir unas buenas apoyadas. Por eso amo viajar en los micros llenos hasta las manos. Según mi abuela, ahora estaba mucho más simpática y extrovertida. La primera vez que mi tío me vio, fue una tarde, en un cumple de ni me acuerdo quién. Yo, por falta de tiempo, llegué a lo de mi tía con el atuendo de baile. O sea, vestida de odalisca. No pude pasar por mi casa para cambiarme. Y odio que la abuela me eche las quejas por no ser puntual. De inmediato sentí la mirada de todos recorrerme como brisas ansiosas. Pero la de mi tío, parecía posarse en el velo que cubría mi boca, adentrarse en mis ojos negros, y descargar una furia indómita sobre el trajecito que apenas me cubría las gomas. Seguro se imaginaba mis caderas danzando para él, el movimiento de mi vientre, lo frágil de mi ropa interior, el aroma de mi cuerpo siendo prisionero del vaivén de los tambores. ¿Estaría desnudándome en su mente siniestra? En realidad, no tenía la certeza, hasta que lo vi esquivando la mirada y los gestos de su esposa. Ahora debía cuidarse de ella. ¡Y, si se protegía de ese modo, es porque entonces sí me miraba! Me lo imaginé encerrado en el baño, mirándose al espejo con el recuerdo de mis tetas en su mente, acariciándose el paquete para luego hacerlo florecer de entre sus ropas, y atender al fuego de su erección en una paja fuerte, ardiente y apurada, como las que les veía a los hombres en ciertas películas porno. Nadie debía enterarse que se pajeaba por mí. Entonces, ahora sí era consciente que me mojaba pensando que, en su soledad, en la privacidad de sus actos conmigo, tal vez estaría sorbiéndome los pezones, arrancándome la ropa, apoyándome el orto, o ideando la manera de llevarme a donde sea, a cualquier parte de la casa vacía para clavarme, penetrarme, manosearme y preñarme con sus instintos. Yo, otra vez empecé a soñar con él. Solo que ahora lo cabalgaba en la alfombra de su living, le mostraba las tetas mientras su esposa preparaba la cena, le pedía que me llene la cola de chirlos en la mitad de una madrugada cuando la tonta de mi tía dormía a su lado, o me arrodillaba en su oficina para embriagarme con su semen maduro, experto y febril.

Por su parte, ahora sentía su mirada en cualquier momento, y tal vez ambos buscábamos la forma de hablar de cualquier tema. Yo me dejaba abrazar, apretar por él, y hasta yo misma lo besaba con determinación, en ocasiones, dejando mis labios abiertos para que sienta la humedad de mi saliva. Él me abrazaba más efusivamente, y su perfume me regalaba una electricidad en el clítoris que no sabía dominar. Yo le sostenía la mirada cuando estábamos alejados, le sonreía, y cada vez que nadie nos veía le ponía carita de puta. No sé si él se daba cuenta, porque, parecía muy preocupado por evitarse problemas con mi tía. ¡Y eso, para mí le sumaba una adrenalina que me calentaba todavía más! De hecho, terminé de confirmarlo todo cuando, en otro de los cumples, él volvió a abrazarme con su ternura habitual. Solo que yo, en lugar de dejarle mi beso en la mejilla, se lo puse en la comisura de los labios, y le sostuve la mirada unos segundos que se me hicieron tan minúsculos como grandiosos, hasta que comencé a bajar la cabeza cada vez más. Sin embargo, mientras estaba relajada en su abrazo, meciendo a los latidos de mi corazón en su calor de hombre, pude sentir la dureza de su pene contra mi cola, y luego contra una de mis piernas. Parecía que me iba a derretir, a caerme del mismo suelo, mearme encima como una chiquita, o quizás perder el conocimiento. Quise abrir mi mano para tocarle la pija. Pero no podía mover un dedo siquiera. Hasta que una de mis primas se acercaba con un plato de albondiguitas, y entonces nos separamos. ¿Por qué no fui más evidente? ¿Más astuta? ¿Cómo es que podía chuparle la pija al pendejo que quisiera, aún si no me gustaba, y a él ni siquiera me salía sugerírselo? ¿Acaso, él disfrutaba de todo lo que mi cuerpo le decía, oliendo las hormonas de mi piel? ¿Se daba cuenta un hombre como él que una pendeja como yo estaba regalada a sus placeres más primitivos? Para colmo, ahora, o en ese momento estaba más sexy que cuando lo conocí. Con sus casi 40, 1,70 de altura, ni gordo ni flaco, sus ojos verdes como esmeraldas prohibidas, su pelo castaño, su voz cálida y arrogante...Todo eso en él me hacía fantasearlo en mi cama, imaginar que lo compartía con mis amigas, o soñarme entre sus brazos, metida en su propia cama, en calzones, repitiéndome una vez más que no me preocupe por mis pechos, que son bonitos y todas esas cosas, mientras frotamos nuestros sexos, escuchando la respiración lenta de mi tía a su lado, soñando con su vida tranquila y en orden. Él sabía que me acomplejaba un poco por tener poca teta, y siempre tenía para mí palabras de consuelo.

Verlo más seguido, volver a encontrármelo en los cumples, bautismos, festejos patrios que solíamos hacer en la casa de campo de mi tío Andrés, que es el hermano de mi mamá, o en algunas fiestitas escolares, me hicieron revivir algunas cosas, las que creí, o mejor dicho me prometí sepultar. Más allá que no entendía demasiado lo que me pasaba, sabía que intentar algo con él, estaba mal. Aunque, por momentos no me importaba. La cosa es que, recordé que a mis 12 años, Alejandro y mi tía Victoria me llevaban con ellos al club, porque mis viejos no podían hacerlo, gracias a la vorágine de sus trabajos. Además, a mi madre no le gustaba ese club. Decía que era demasiado Fashion para nuestro bolcillo. Mis hermanos, todos más grandes que yo, tampoco querían llevarme. De modo que, casi todos los fines de semana, mis tíos me pasaban a buscar, y me regalaban los mejores sábados y domingos de mi pre adolescencia. Ni bien le conté a ciertas amiguitas de mi colegio, las que podían pagar la cuota mensual, se sumaron, y eso hacía que todo fuese aún mejor. Sólo que, yo no sabía nadar, y le tenía terror al agua. Por lo tanto, me abrumaba una vergüenza terrible de mostrarme como una idiota ante mis amigas. Gracias a eso, Alejandro se ofreció para ayudarme a vencer esos temores. Él y mi tía se metían conmigo al agua, y juntos trataban de darme confianza. Mis amigas hacían la suya. Entonces, una vez que mi tía se aburría, supongo que porque en el fondo tampoco sabía nadar, salía de la pile y se reunía con otras mujeres a tomar sol, hablar de la vida y entrarle a los juguitos nutritivos. Ahí, Alejandro aprovechaba a darme ejercicios e instrucciones de cómo moverme en el agua, para que al fin aprenda a patalear, a brasear, a respirar sin ahogarme, a usar el cuerpo, a no perder la calma. No sé si en esos momentos tenía alguna otra intención. Él siempre fue un buen hombre. Con mi tía era servicial, amable, caballero y de buenas formas al dirigirse a ella. Pero conmigo era más tierno y cariñoso que con mis otros primos. Recién, cerca del final de aquella temporada de verano, empezamos a abandonar el borde de la pileta para meternos con ejercicios más específicos, complejos y difíciles, al menos para mí. Lo bueno es que Ale me tenía paciencia. Ahora él se metía conmigo al agua para enseñarme a flotar, dándome ánimos todo el tiempo. En esos tópicos de aprendizaje, él me sostenía cuando me hacía flotar boca arriba, y eso comenzaba a gustarme cada vez más, haciéndome perder el miedo y la concentración. Sentir sus manos grandes, expertas y sabias en mis piernas desnudas, o en mi cintura, me hacía pensar si a él le estaría pasando lo mismo, si tal vez, tendría cosquillitas en la panza. Ya en esos días le miraba la boca, y deseaba que me bese lo que quisiera. Algunas veces, cuando casi había aprendido a flotar, le acercaba los pies a la cara. ¡Casi me hago pichí el día que me mordió uno de mis deditos! Me gustaba cuando él mismo me sacaba de la pileta, alzada en sus brazos, con la excusa de que algún chico podía darse cuenta que la mayita me quedaba chiquita, o que el short se me podía caer por el peso del agua, y todos podrían mirarme la cola, y cosas por el estilo. Lo dejaba que me envuelva en un toallón, y si hubiese sido por mí, hasta le permitía que me ponga la ropita. Pero en esos momentos aparecía la cortamambo de mi tía, y se ocupaba de secarme y vestirme. Sin embargo, y lamentablemente, aquello no volvió a repetirse al verano siguiente. Mi madre prefirió que me ocupe de instruirme en algún idioma, que prepare mi cabeza para el nuevo año electivo que se aproximaba, y que me focalice en las danzas árabes. Todavía no había aprendido a contestarle, o a decidir lo que realmente quería hacer. Así que, me conformé, y le obedecí. Aunque, los sueños chanchos con mi tío no desaparecían, y ciertas noches mi cama y mi bombacha amanecían perfumadas con las provocaciones que en sueños me desvelaban. Allí nadie podía verme tocándole el pito a mi tío, o a él chupándome las tetas, segundos antes de meternos a la pileta.

¡Es para que te crezcan, y se te pongan bien grandotas! ¡Por eso te las chupo así!, me decía la voz ronca de Alejandro, mientras sus labios atrapaban uno de mis pezoncitos, luego lo soltaba y se ocupaba del otro. Pero, poco a poco los sueños fueron dándole paso a la realidad, y en ella, ya no estaba mi tío, ni sus ejercicios, ni sus manos grandes agarrándome el culo. Ya no podía colgarme de su cuello para frotarle mi cuerpo mojado y frío en el suyo, y su sonrisa amplia no me iluminaba los ojos para calmarme la  ansiedad. Estaba segura de haberlo visto acomodarse la verga adentro de su short, algunas veces, mientras me tenía abrazada, o me agarraba de las piernas para que no me hunda en el agua, o la vez que se me bajó demasiado la bikini. ¿Se habría calentado conmigo en esos tiempos?

Finalmente, el día de mis revelaciones más auténticas y despiadadas, se hizo un lugar entre lo pospuesto, lo urgente y necesario para seguir viviendo. Fue una tarde como cualquier otra, en la casa de campo de mi tío Andrés. Aquella se había convertido en la casa del pueblo. Siempre nos poníamos de acuerdo entre los primos, tíos y abuelos para usarla, y siempre había lugar para todos. Se usaba como retiro, vacaciones, lugar de estudio en invierno, reuniones importantes, fiestas más pequeñas, y hasta para los baby showers de la familia. Esa tarde, yo llegué a eso de las 4, muerta de sed, con calor, y unas ganas de darme un buen chapuzón en la pileta. Pensé que me iba a encontrar con Andrés y mi tía Ana, con mi vieja y mis hermanos, tal vez mi abuela, con la tía Viki y Alejandro, y con un montón de niñitos haciendo lío por toda la casa. Pero una vez que toqué el timbre, oí la voz de Alejandro que dijo desde adentro: ¡Voooooy!, y me percaté del silencio que reinaba en la casa. Me pareció raro. Es más, tuve un mal presentimiento.

¡Mirá, el tío Andrés anda viajando, por su laburo! ¿Viste? ¡La tía Viki, y los nenes de Analía empezaron a joder con que querían ir al río! ¡Yo dije que ni en pedo, con la semejante pileta que tenemos acá! ¡Además, no me banco el río! ¡Analía se quiso quedar, porque sabía que por ahí, vendrías! ¡Así que, le dije que vaya con Viki y los chicos, y que yo me quedaba con las llaves, para abrirte! ¡No me vas a decir que tenés calor! ¿Te vas a mandar un clavadito? ¡En la heladera, hay de todo para tomar! ¿Te traigo algo?, me decía Alejandro, incapaz de hacer una pausa al hablar, como nunca. Me desnudaba con los ojos cada vez que podía, porque, en general miraba para adelante, mientras caminábamos juntos hacia el interior de la casa.

¡Tranqui tío, que, primero me voy a cambiar! ¡Estoy hecha un asquito! ¡Afuera, es un fuego la calle!, le dije, percatándome por primera vez de que estábamos solos.

¡Igual, por las dudas, te aviso que posiblemente las tías te estén esperando! ¿No querés ir al río?, me dijo de pronto Alejandro, que tenía el cuerpo empapado, y se disponía a recostarse en una colchoneta, al bordecito de la pile.

¡No tío, ni loca! ¡Prefiero disfrutar de la pile, hoy que no hay tantos nenes! ¡Al menos, no vamos a nadar en pipí de niños gritones!, le dije riéndome como una principiante. Me pareció que sus ojos se alegraron bajo el sol radiante y espléndido.

¡Me cambio, tomo algo y vengo!, le aclaré mientras me quitaba la mochila que llevaba en los hombros, y entraba a la casa. Desde adentro, tenía una imagen perfecta de Alejandro, recostado en la colchoneta. ¡Estaba sola con él, y él me tenía todita, para servirse cada parte de mí! ¿Qué hago? ¿Y si me rechaza? ¿Y, si todo es una película en mi cabeza? ¿Y, si él le cuenta a mi tía? ¿O peor, a mi vieja que lo anduve coqueteando? Pensaba y pensaba, mientras me cambiaba la ropa toda sudada por una maya, y lo veía acomodarse la pija, totalmente bronceado y expectante. ¿Todos los hombres tienen que acomodarse el pito, en cualquier momento? ¿Se le habrá parado por mirarme las tetas, o la cola? Me parecía que miraba al cielo, o a las profundidades del agua de a ratos. ¿Estaría pensando lo mismo que yo?

Al fin, me di un chapuzón violento, sorprendiéndolo por completo. Sabía que no me había visto regresar al predio. Estallé en una carcajada cuando empezó a quejarse porque lo empapé todo con mi zambullida, y al rato él se reía conmigo. Ahí empezaron los típicos jueguitos del agua, el calor, ¿y acaso la calentura de los dos? ni yo sabía que todo se daría tan rápido, y sin un ápice de histerismo. Empezamos a tironearnos la colchoneta, porque yo le decía que quería tomar sol. Pero él no me la cedía. Por lo que arrancamos a perseguirnos en el agua, a forcejear para ver quién se quedaba con la colchoneta, y a reírnos como dos tortolitos. Aunque, yo estaba segura que no me había enamorado de él, por más que tanta atracción pudiera confundirme. Y, no sé cómo, pero intuía que él tampoco se había fijado en mí para amarme toda la vida, ni para proponerme casamiento. Entonces, entre que sí y que no, mano va y mano viene, entre resbaladas y salpicones por todos lados, roces y nuestras manos sujetándonos, de repente, Alejandro se me ofreció con la espalda contra el borde de la pileta, y yo me encontré pegada a su costado, temblando de deseo. Cuando al fin nuestras figuras emergieron del agua, nuestros rostros permanecían a milímetros de distancia, mis manos se sostenían de su cuello y mis piernas le rodeaban la cintura. Entonces, la señal que necesitaba se hizo presente contra mis nalgas. Sentí su pene duro, hinchado y latiendo, como si quisiera crecer un poco más con cada movimiento de mi cola sobre sus piernas. Él no hablaba, ni a mí se me ocurría qué decir. Nos miramos largamente, mientras yo apretaba más mis piernas contra su cintura, y una de sus manos me sobaba el abdomen. Entonces, repentinamente, sin anunciárselo ni prepararme para nada, junté mis labios a los suyos, y lo besé. De pronto salieron las estrellas, bailaban mariposas, penes y vaginas desnudas sobre nosotros, florecían pétalos de rosa sobre la superficie del agua, y sus brazos me giraban con soltura, pegando mi cuerpo al suyo. Él empezó a comerse mi lengua, literalmente, mientras yo sentía mis pezones clavándose en su pecho. Me inundaba el olor de su piel, y me esforzaba por no gemir cuando ni siquiera podía controlar a mi lengua, que ahora buscaba fundirse adentro de su boca. Se oía el poder llameante de nuestra saliva, la urgencia de nuestros cuerpos por consumirse, mis pies salpicando agua, y hasta los rayos de un sol cada vez más tenue en mi espalda. ¿Acaso se avergonzó de lo que hacíamos mi tío y yo?

De pronto, a lo mejor por la prudencia que me asaltó el cerebro, sabiendo que si cualquiera entraba nos podía ver, y se armaría flor de despelote, aflojé las piernas que me sujetaban a él, me bajé de sus piernas, y le puse las manos en el pecho, separándome al instante de su cuerpo y de la erección que mi culito virgen y vestido anhelaba con todas sus ganas, y le dije, sin una pizca de convencimiento: ¡Perdoname tío, pero, esto que hicimos, está mal! ¡Y vos lo sabés!

Él casi no tuvo tiempo de discutirme nada. Yo pegué un salto con el que salí de la pileta, y corrí para refugiarme en la casa. Tenía ganas de reírme, de llorar, de pajearme, de gritarle para que venga y me pegue una buena garchada, o de contárselo todo a mi mejor amiga. Me sentía impotente. Así que, empecé a secarme, alimentándome con lo único que tenía para calmar mi desolación. El amplio ventanal que daba al patio. Entonces, lo busqué con la mirada. Estaba sentado en la pared de la pileta, en la misma pose en que antes me tenía entre sus brazos. Parecía pensativo, ido, extraviado por ahí. ¡Seguro lo dejé con la pija hinchada! ¡Pobrecito! ¿Por qué no fui buena con él? Ahora me repetía que era una estúpida, una forra, y no sabía cómo remediarlo. Después lo vi levantarse, agarrar una cervecita de la hielera que él mismo había llevado, y sentarse en una reposera. ¿Cómo no me lo cogí? ¿Él habría aceptado cogerme? ¡Seguro no lo hizo porque era menor de edad! ¿Por qué no me lo preguntó? ¡Yo le habría jurado que no se lo contaría ni a mi sombra! Lo vi empinarse la cerveza, mirar una y otra vez al portón de calle, a la puerta de la casa, al cielo y a la parrilla, donde seguro por la noche chisporrotearían unas bracitas para el impostergable asado familiar. Ya me había secado casi toda, y apenas me faltaba quitarme el corpiño, cuando lo vi arrojar la latita vacía al contenedor de basura, y luego caminar hacia la puerta de la casa. Entonces, yo opté por meterme a la habitación de los primos. Un poco para que no me vea en bolas, y otro, porque sentía que no me merecía nada de él, porque yo no había sido valiente. Enseguida lo escuché entrar, llamarme un par de veces, y anunciarme que se daría una ducha.

Al rato, como si la voz de mi consciencia me ensordeciera los oídos, y el tiempo se hubiese detenido en el puño de una muñeca de porcelana, empecé a oír la furia del agua en el baño, y a mi propia culpa gritarme que era el momento. ¿El momento para qué? Lo cierto es que, así como estaba me levanté de la cama, donde ya me había resignado, y me mandé para el baño. El tonto había dejado la puerta abierta. Así que, me lo encontré adentro de la ducha, mirando las canillas como con embeleso, aunque con los ojos cerrados, con la cabeza gacha y sus manos pegadas a la pared, como disfrutando enormemente del chorro de agua tibia resbalando desde su cuello a sus pantorrillas. Como ni siquiera me escuchó entrar, se asustó cuando le corrí la cortina, y me vio, sin perderse detalles de cómo me quitaba el corpiño, quedándome absolutamente desnuda ante sus ojos resplandecientes, otra vez.

¿Qué hacés acá?, alcanzó a balbucear, un poco aturdido, sin saber si manotear el grifo para bajarle la intensidad, o una de mis tetas. No lo dejé darse vuelta. Directamente pegué mi cuerpo a su espalda, y le pedí perdón por lo que le hice en la pileta. Ni siquiera recuerdo cuáles fueron las palabras que le dije. Enseguida, él suspiró y giró su cuerpo hacia mí, haciendo que me babee toda por dentro al mirotearle la pija parada, que para colmo se le paraba cada vez más. De modo que, volví a juntar mis tetas a su pecho, y mientras lo miraba desde abajo, sintiendo cómo su pene tocaba la faz de mi vagina, le susurré: ¡No me lo voy a perdonar, si no vivo esto con vos! ¡No voy a poder vivir si no lo hago!

Ahí supe que di con las palabras mágicas adecuadas, porque, desde entonces todo se nos fue al mismísimo demonio. Empezamos a manosearnos, a comernos la boca bajo la lluvia de agua cada vez más caliente, a sorbernos los labios y las lenguas, y a enjabonarnos para frotarnos los cuerpos. A él le gustaba enjabonarme las tetas y que yo se las frote en el pecho. Yo, aproveché a tocarle la verga enjabonada, y de esa forma le improvisé una paja suavecita, sensible y rítmica, mientras él me comía la lengua o me mordía los labios. ¡Eso me emputecía casi tanto como que le regale chirlos a mi cola enjabonada! Después, me frotó su pija dura contra mi culo lleno de espuma, y a mi solita se me ocurrió agacharme para frotarle mis tetas resbaladizas en las piernas y el pito. No tenía una pija descomunal, de esas por las que mis amigas habrían matado por meterse en sus conchitas. Pero a mí me gustaba, y un hormigueo extraño me la pedía sin ningún reparo en la cola. ¡A pesar de tenerla virgen!

De repente, él me enjuagó toda, hasta sacarme el último vestigio de jabón perfumado que tuviese en la piel, y se arrodilló en la ducha, abriéndome las piernas con desesperación. Me olió como un perro alzado, y eso me voló la cabeza. Me imaginé por un instante que la tía Viki entraba y nos encontraba. Pero, que lejos de armar bardo, de empezar a los gritos y alarmar a toda la familia, se sumaba para chuponearme las tetas, para pedirme que sea una buena hembrita con mi tío, y me prometía que, si me portaba bien, me dejaría acostarme con ellos en su cama, para hacerle todas las cositas chanchas que quisiera. Pero, en la realidad de ese baño cubierto de vapores y suspiros, Alejandro comenzaba a recorrerme las piernas, la panza, las rodillas, el ombligo y la superficie de la vagina con su lengua, sus besos y esos dedos inquietos. Seguro que la tenía re empapada, porque él se chupaba los dedos cada vez que me la tocaba. De vez en cuando me dejaba tocarle la pija, y sus líquidos seminales brotaban con una furia que jamás les había visto a los pibes a los que se las chupé. ¡Sí, solo era famosa por meterme pitos en la boca! Pero, solo dos veces había cogido por la concha, y ahora empezaba a invadirme el pánico. Aunque, no tuve tanto tiempo para pensar en eso, ni en ninguna otra cosa. De pronto, su lengua comenzó a deslizarse por entre los labios de mi vulva, y sentir el calor de su aliento en mi clítoris, me arrancaba suspiros que no les reconocía a mis cuerdas vocales. Me sorbía, lamía y olía la concha como para privarme de mi aroma eternamente. Rozaba mi clítoris con la punta de su lengua, y a veces con alguno de sus dedos. Me decía cosas que no le entendía. Aunque, sí recuerdo palabras sueltas, como: ¡Qué rica nenita, qué concha pendeja, estás mojada, calentita, muy calentita, y amo tu olor a mujercita!

Pero, lo que verdaderamente me llevó a la locura, fue cuando, mientras lamía mi vagina, me la chupaba como si me la quisiera robar para llevársela consigo para violarme cuando se le antoje, y me mordisqueaba los muslos, haciéndose el perrito inocente, ladrando para hacerme reír, también me rozaba el culito en forma de círculo con uno de sus dedos, totalmente instalado entre mis nalgas. Me dolían los pezones de lo parados que los tenía, y sentía cómo se desprendían diluvios de flujos y más flujos de mi vagina, mientras él gimoteaba, me nalgueaba, y seguía trabajando con sus dedos, boca y lengua.

¡Basta tío, cogeme! ¡Cogeme toda! ¡Me vas a matar!, le dije, gimiendo, con los labios inyectados en saliva, las tetas duras y mis manos agarrándole el pelo para separarlo de mi chuchi. No sé por qué, ni quién me instruía desde algún rincón del cielo. Pero, sin proponérmelo me acomodé contra la pared, con mis manos sobre las canillas, y le paré bien el culito, mirándolo con la mejor carita de trola que me aprendí.

¡Quiero por atrás tío!, le dije, sabiendo que me estaba metiendo en un callejón sin salida. ¡No pude decirle que era virgen de la colita! Así que, lo dejé todo en sus manos, experiencia y virilidad. Él se acomodó tras de mí, haciéndome notar el grosor de su pija cuando me la colocaba entre las piernas. Me besuqueó la espalda, me dio unos cuántos chirlos en la cola, se pasó todo mi pelo por la cara, me olió la boca y volvimos a chaparnos. Los dos destilábamos calor, humedad, fuego por los poros, y calentura por las venas. Como estábamos tan empapados, resbaladizos y calientes, apenas su glande rozó el agujerito de mi ano, imaginé que no le costaría tanto penetrarme. Alejandro empezó a besarme y morderme la nuca, al tiempo que me manoseaba las tetas con una mano, y me frotaba la concha con la otra, aún haciendo alardes de su cabecita apretada contra mi culo… y de pronto, ¡Paf! Entró toda, en un golpe seco, certero, crudo y sublime a la vez. Gracias a la humedad y el celo que ambos nos profesábamos, su pija empezó a moverse adentro de mi culo, a ensancharse, y bombear bien despacito al principio.

¿Te duele bebé? ¿Te gusta? ¿Te calienta la pija en el culo? ¿O te calienta más tragarte la lechita? ¿Estás bien excitada perra? ¡Seguro que tenés a todos re calientes, atrás tuyo, esperando que les digas que sí para entregarles este culito! ¿La querés más adentro guacha?, me decía, respirando como si el oxígeno nos sobrara, amasándome las tetas con mayor felicidad, lamiendo mis hombros y cada restito de piel que encontrara de mi ser. Quería gritar, expresarme con un tremendo alarido, como un animal salvaje. Pero, en lugar de eso, apreté los ojos mientras su pija se clavaba cada vez más adentro de mi orto. No quería comportarme como una pendeja gritona. Quería que él me sienta, me desee todavía más, me perfore toda, me abra el culo con esa verga caliente, que me haga arder el clítoris y la impaciencia, que continúe estrujándome las tetas y mordiéndome la nuca, y que su pubis siga impactando una y otra vez contra mis nalgas, salpicándonos del agua jabonosa mezclada con mis jugos y nuestro sudor. Así que, de pronto, una vez que empecé a chuparle los dedos que me acercaba a la boca, luego de introducirlos en mi conchita, él empezó a bombearme cada vez más fuerte, apenas jadeando. Se re notaba que lo disfrutaba, y que no quería acabar. Seguro que estaba con todas las alarmas de sus sentidos pendientes a cualquier ruido en la puerta, ya que hacía bastante que todos se habían ido. No teníamos verdadera noción del tiempo y las horas. Pero, por la claraboya del baño, ya no se percibía que hubiese sol en el patio.

¡Si me la sacás, te juro que te mato!, le dije cuando se hacía el guacho, buscando retirar su carne de mi culito hambriento. Así que, yo solita le tiraba todo el culo para atrás para enterrármela de nuevo, y ya no me preocupaba por gemir, por pedirle más, por decirle que quería ser su putita por siempre, y otras cosas que ni recuerdo. Pero, de golpe, empezamos a escuchar voces. Yo no reconocí ninguna, y no estaba segura si él tampoco. Pero, por si acaso, supongo que sin proponérmelo, me separé rápido de su cuerpo acalorado, y me arrodillé contra el escaloncito de la ducha, decidida a meterme toda esa pija repleta de mi culito en la boca. Necesitaba sentirla allí, en mi lengua, entre mis dientes, fundirla con mi saliva, y empezar a lamérsela como tantas veces lo había soñado. Entretanto, en medio de la tremenda enculada que mi tío me obsequió, había alcanzado al menos dos orgasmos intensos. No tengo el recuerdo de habérselo confesado. ¿Así que, cómo iba a privarlo de devorarme esa pija guerrera, entusiasta y solo para mí? Entonces, a medida que las voces se acercaban y alejaban, yo me fregaba la pija de mi tío por el pelo, la boca entreabierta, los ojos, la nariz y las tetas.

¿Te gustaría acabarme acá tío? ¿Querés enlecharme las gomas?, le susurré con un dedo en la boca, mientras me golpeteaba las tetas con su pija, cada vez más cerca de convulsionarse de libertades. Él no me respondía. Así que, ni bien me la acomodé entre los labios, le di unos sorbitos, un par de lamiditas a su glande, y entonces, sentí cómo sus venas se volvían túneles gruesos, latentes y desgarradores. Su pubis se sacudió impreciso, y de pronto me la saqué de la boca para que su leche abundante me riegue las tetas, como si fuesen dos semillas esperando ser polinizadas. Al mismo tiempo, yo me frotaba el clítoris con mi pulgar libre, y me abrazaba a un nuevo orgasmo que me obligó a doblar las piernas, a largar un frenético chorro de flujos, y a morderme los labios para no gritar, ya que las voces comenzaban a tornarse más nítidas, cercanas, y reconocibles.

¡Ya llegó la tía Viki, los guachos, y parece que alguien más!, dijo Alejandro, tratando de ponerle un manto de realismo a tanta aventura disuelta por el aire. El olor a sexo nos evidenciaba, como a dos infieles malhechores, conscientes y vanidosos. Yo me puse el corpiño, más o menos me limpié las piernas, hice pis en el bidet, y luego de envolverme en un toallón rosado, salí del baño, derechito a la pieza de mis primos, simulando que recién me había bañado. Desde luego que ni se me pasó por la cabeza limpiarme la leche que mi tío Alejandro me había dejado en las tetas.

Al rato, todos comíamos, bebíamos y hablábamos animados. Andrés hizo una videollamada con su esposa, y la abuela se puso a jugar al truco con Alejandro, Victoria y yo. Nadie podía suponer o sospechar absolutamente nada. Nada tenía que salirse de control. Aunque, yo no podía mirar a mi tío sin sentir que el clítoris se me inflamaba por querer un trocito de su lengua, o sin que el culito me reclame por su pija para esta vez quedarse con su lechita. Mis tetas necesitaban más de sus manos, y mi piel más de sus labios. Pero, teníamos que ser prudentes, saber esperar, imaginarnos nuevos escenarios para volver a tenernos, reconocer las señales que el destino nos ponga en frente, y estar preparados para afrontar las ansias de nuestras ganas, si es que los dos queríamos seguir dándonos placer.    Fin

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