Todo estaba dispuesto. Conocí a ese hombre en la parada del micro, y, ni siquiera sé si ya leía mis relatos eróticos en ese entonces. Sé que él no paraba de mirarme las tetas, ni dejaba de sonreír con disimulo cuando yo retaba a Sofía, mi nena de 8 años, porque no se terminaba el helado de crema y chocolate, y se estaba ensuciando la remerita nueva que le compró el padre, en uno de sus desesperados intentos de convencerla de vivir con él un par de días. ¡Y con lo que costaba que mi ex le comprara algo a su hija!
¡Dale nena! ¡Comé bien que te estás ensuciando la remerita nueva! ¡Siempre Igual vos! ¡Después tu padre se enoja conmigo!, le rezongaba a mi hija, intentando no elevar mucho la voz, mientras le pasaba un pañuelo descartable por el pecho, donde ya se había manchado con chocolate. Entonces recordé por qué generalmente le compro tacitas, en lugar del maldito palito bombón, o los cucuruchos. Algunas personas me miraban. Yo podía sentirlo. Sin embargo, ¿Qué diablos les importaba si yo retaba a mi hija?
Era Domingo. Hacía mucho calor en Buenos aires, cuando nosotras volvíamos de la feria de Mataderos. Sofi necesitaba ropa nueva, y yo algunos regalitos para el bebé recién nacido de mi mejor amiga. Por lo tanto, sabiendo que la pobre tuvo que bancarse la caminata y el terrible calor, la gente, los gritos, los pisotones y todo lo que engloba a los lugares súper poblados, no me resistí a complacerle el capricho de tomarse un helado. ¡En la feria había una heladería infernal! Pero como me quedaba muy poca plata, solo pude comprarle un bombón.
¡Sofía Isabel! ¡Comé bien, haceme el favor, que la gente te está mirando, como ese señor de ahí! ¡Va a decir que comés como una chanchita!, le dije, señalándole a ese hombre enigmático, cuando Sofía seguía ensuciándose toda. Nunca le gustó que la llame por sus dos nombres. Para ella, eso era señal de que no me faltaba mucho para enojarme. No obstante, me sorprendió que ella lo mirara sonriendo, lamiendo la crema que se escondía bajo lo que le quedaba de chocolate, como incitándolo, o burlándose porque él no comía helado. Algunas personas se reían, y otras miraban la escena con indignación, seguro que pensando que mi hija era una mal educada. Pero ese hombre la observaba con otros ojos. Imagino que por eso, en un momento se puso la mochila que llevaba adelante del cuerpo, para no evidenciar que su bulto renacía bajo su ropa. ¿O tal vez, todo aquello fuese producto de mi imaginación? ¿Y si se trataba de un pervertido? De igual forma, jamás me invadió el pánico, ni le tuve miedo. Es más, estuve a punto de hablarle. Pero de pronto llegó nuestro colectivo, y nosotras subimos, dejando a ese hombre extraño de pie, supongo que también registrando el bamboleo de mi culo apretado en una calza violeta. Cuando subí al micro, agarrando a mi hija de la mano para que suba primero, tuve la impresión de que aquel hombre también se fijó en la cola de Sofi, que al igual que yo lucía una calza rosada, la que yo le compré para la navidad, una taya menos para que se le marque bien la colita. Pero no estaba del todo segura.
Había visto a ese hombre varias veces en las paradas de los micros de la zona. Me llamaba la atención que nunca paraba de mirarme las tetas ni dejaba de sonreír con disimulo cuando yo retaba a Sofía. Pero sus apariciones eran fugaces, como sombras caprichosas, impacientes. Cada vez que quería decirle algo, desaparecía de mi vista. Sin embargo, aquella vez, tuve la extraña certeza que jamás lo volvería a ver, y me sentí algo triste.
Pasaron los días, hasta que una noche recibo un comentario en mi blog de relatos, y enseguida un mail, en el que un tal Lucio me felicitaba por mis historias. Me escribió que, como todos, todos los días se tocaba leyéndome, y que a veces estaba tan caliente que no le bastaba con acabar una sola vez. Me pareció uno más del montón. Sí, ordinario, predecible, vulgar y poco refinado. Aunque, debo decir que hay muchos otros educados, correctos, buenas personas. Incluso, hasta hice amigos con los que a diario intercambiamos cosas de la vida. En definitiva, yo amo, considero y trato de complacer a todos, porque me gusta, me hace sentir bien, y me regala mucha excitación. Pero, en definitiva, un blog de relatos eróticos apunta a mucha gente que fantasea y comparte sus fantasías, se ratonea, se toca, me sugiere o cuenta historias, y yo busco también confesar las mías. Hace más de 2 años que construí mi blog. Sin embargo, me encanta escribir historias sexuales, al menos que yo recuerde, desde los 11 años.
Después de varias conversaciones con ese desconocido, me empecé a enganchar, y se me hizo un vicio hablar con él todas las noches vía mail. Al principio solo de fantasías no resueltas. Yo no le contaba quién era, ni él me ponía al tanto de sus cosas. Pero nos calentábamos hablando de sexo. Él me preguntaba si me tocaba cuando escribía relatos, cuáles eran mis favoritos, si me gustaba dormir desnuda, y si tenía algún lugar determinado en la casa para escribir. Yo, intentaba no preguntarle nada. Pero de él salió contarme que ama el fetiche de las bombachitas sucias, en especial si son de nenas o adolescentes, que vivía solo hace unos años y que hacía poco se había mudado. También que es vegetariano, que su hobby preferido es cocinar, aunque le hubiese gustado hacer de eso una profesión, y no tiene mascotas, pero que le encantaría tener un perro y una perra. Recuerdo que eso último terminó en un chiste con doble sentido de mi parte, tal vez por la calentura que tenía aquel día.
¡Mmmm, vos querés ver a ese perrito montarse a la perrita! ¿No cierto? ¡Querés ver sexo en vivo, chancho!, le escribí, sabiendo que aquello podía incitarlo a decirme lo que quisiera. Más tarde me dijo que su nombre real es Lucio, que no necesitaba usar otro nombre que el propio, que es soltero, y que no tiene hijos ni piensa tenerlos por ahora, y que tampoco tenía un trabajo muy estable que digamos, aunque sí varios proyectos. Pero todo en nuestras charlas terminaba derrapando en el sexo. Ya no nos bastaban los chistes con doble sentido. Al principio fue muy suave y algo tímido. Me dijo que felicitó a otros autores de relatos eróticos, pero que con ninguno había tenido la posibilidad de charlar fluidamente. Al tiempo me confió que había ensuciado sus sábanas mientras me leía, y yo que me apretaba las tetas, colándome deditos en la chuchi con las palabras sucias que me escribía al mail. Él me contaba sus sueños conmigo, en los que me devoraba los pezones, los chupaba, mordía y apretaba, susurrándome que me toque mientras lo hacía. También que me enfiestaba con algunos amigos, vestida ligerita de ropa y maquillada como una prostituta barata, o me manoseaba el orto y la concha en plena vía pública, y se olía los dedos ante mis ojos sorprendidos. Yo, que dos por tres tenía que sacarme la bombacha porque me meaba de la calentura mientras escribía mis relatos, que a menudo soñaba que varios pendejos me violaban en un descampado, y que él se aparecía de pronto para morderme las tetas. También le sinceré que me fascina que me apoyen en el transporte público, y supongo que alguna de esas veces le revelé que me encanta tocarme, oliendo las bombachas con olor a conchita de mi nena. Pero, al otro día, después de sacarnos las ganas, cada uno pajeándose en su casa, todo entre nosotros se volvía correcto, de buenas formas y con cierta amabilidad.
Sin embargo, cierta noche, a eso de las 2 de la madrugada, yo estaba en la cama con mi notebook sobre su mesita plegable, escribiendo un relato a pedido. Entonces descubro que me llega una notificación de correo. Presa de la curiosidad, voy a la casilla y encuentro que era un mail de Lucio.
Anabelita: ¡Hola guacha! ¡Quería contarte algo que recordé en el trabajo! ¡No sabés lo dura que se me puso la pija mientras lo repasaba en mi mente! ¡El otro día, un domingo, fui a ayudar a un amigo para llevar cosas, desde su puesto de trabajo, hasta la feria de Mataderos! ¡Cuando terminé, me fui a la parada de colectivos, para irme a lo de mis viejos! ¡Tenía que ir a visitarlos! ¡La cosa es que ahí, en la parada, estaba una mamá con su nena! ¡No sabés las caritas de putona que me ponían! ¡La mamá, tenía una calcita en la que se le re marcaba la conchita! ¡Me volví loco! ¡No podía dejar de mirarla! ¡La nena, tenía una calza tan apretada que se le notaban las líneas de la bombachita que tenía puesta! ¡Para colmo, la nena estaba comiendo un heladito! ¡Te juro que lo chupaba como una peterita profesional! ¡Creo que las dos se dieron cuenta que yo las miraba! ¡Pero a la mami no le importaba mucho! ¡Al rato llegó el colectivo, y las vi subirse! ¡Ahí le re miré el culo a la bebé, y a la mami también! ¡Cuando llegué a mi casa, porque al final no fui a lo de mis viejos, tuve que clavarme cuatro pajas para sacarme la calentura de encima!
Pd: ¡Me parece que mi historia está para un relato eh! Bueno, quería contarte eso. Un beso donde más te guste.
¿Cómo podía ser? Algo de todo esto no me cerraba del todo, y sin embargo, todo tenía lógica. ¿Era posible que Lucio haya sido el mismo hombre? ¿Para qué le habré contado que me gusta masturbarme con la bombachita de mi hija? ¡Al final, estaba poniéndonos en riesgo! Ahora mismo, mientras terminaba de atar cabos, sacaba una bombachita sucia de Sofía de abajo de mi almohada para olerla, escupirla y luego frotarla contra mis tetas, pensando en si realmente quería escaparme de ese degenerado delicioso. Aún así, preferí hacerme la boluda, y no darle a entender que sabía quién era. Hasta que fue inevitable.
Al tiempo la impaciencia por esperar nuestras respuestas nos carcomía la cabeza por igual. Mientras más nos escribíamos, más nos deseábamos. Al menos en esencia. Por eso él me ofreció pasarme el usuario de un chat privado. Le dije que lo iba a pensar. Siempre fui muy anónima y reservada en cuanto al diálogo con mis lectores, o los usuarios de mi blog. Pero esto era distinto. Necesitaba hablar con él. Saber qué hacía, cómo, cuándo y dónde. Así que, luego de unos días en los que creí perder la cabeza, gracias a mi trabajo y a mi hija que estaba insoportable, descargué la aplicación, me creé un usuario y entré al chat con el link. No había nadie conectado, a excepción de un tal Lucius35.
-Anaputibel28- ¡Hola!
-Lucius35- ¡Hola Anabel! ¿Cómo estás? ¡Pensé que nunca ibas a entrar! ¡Mmmm, veo que no sos para nada cagona!
-Anaputibel28- ¡Obvio, yo no me cago nene! ¿Qué hacías? ¡Yo, recién me abrí una cervecita!
-Lucius35. ¡Ooopaaa! ¡Menos mal que todavía no estás borracha, nenita! ¡Yo, estoy fumando un fasito! ¡La verdad, desde que vi tu usuario en el chat, siento que el pito se me llena de cosquillitas! ¿Vos?
-Anaputibel28- ¡Mmmm, qué loco! ¡Parece que venís muy cargado! ¡Yo, bueno, digamos que no tengo cosquillitas, pero, siento como que se me empiezan a parar los pezones! ¡Qué loco debe ser, ser un varón! ¿No? ¡Digamos que, ustedes no pueden disimular mucho cuando se les para! ¡Qué bajón, si justo tenés visitas!
-Lucius35- ¡Es verdad! ¡Pero, cuando a las gatitas se les paran los pezones, a veces se les nota! ¿Tenés una calcita puesta?
Así empezamos a hablar de cosas cada vez más cochinas. Ninguno de los dos daba más de la calentura que tenía. Hasta que, en un momento, luego de escuchar la voz de Sofía por algún lado de la casa, miro la hora, y reparando en que ya eran las 11 de la noche, tuve que pedirle que me espere.
¡Te prometo que, baño a la nena, me abro otra birrita, y me vuelvo a conectar!, le escribí con los dedos temblorosos, y la bombacha toda empapada de tantas palabras sucias. Entonces, él me solicitó algo que me arrancó un estremecimiento voraz que no supe contener.
¡Guardate la bombachita sucia de tu nena cuando se la saques, en vez de llevarla a lavar, así la olés, y después me contás cómo te tocaste, perrita!, me escribió, en medio de un montón de corazones y lengüitas desbocadas.
¡Sos un degenerado, y estúpido! ¡Sabelo!, le respondí. Él no me escribió nada, pero lo imaginaba sonriendo con malicia al otro lado de la pantalla, seguramente con la pija afuera de su pantalón.
¿Yo soy el degenerado? ¿A quién le gusta desnudar a su nena, oler su bombachita, y después, tal vez metérsela toda adentro de la concha, mientras se frota el clítoris?, vi que me escribió, antes de desconectarme. Entonces, pensaba en que hace unos años que huelo y lamo las bombachitas usadas de Sofi. Mientras la llamaba desde el baño, recordaba que siempre me atrajo su olor a pichí, y no podía controlarlo. Algunas veces le había dado besitos en la boca, inocentes y chiquitos, para no despertarle curiosidades. Eso también se lo había contado a Lucio. Entretanto ya desnudaba a mi hija en el baño, mientras el agua golpeaba el suelo de la ducha, y no podía quitarle los ojos a la bombachita blanca con corazones que ya le había sacado suavemente. Tenía una manchita húmeda justo donde se apoyaba su conchita, y mi cerebro no dejaba de viajar a las palabras de Lucio. Entonces, un momento después, mientras la bañaba me imaginé a Lucio desnudándola y metiéndola a la bañera para enjabonarla, enjuagarla, acariciarle todo el cuerpito y darle algunos mordiscos en la cola.
¡A ver Sofi, levantá la piernita un poquito, así te saco la bombachita, y se la damos a mami para que la lave!, resonaba su voz invisible en mis ansias atontadas, mientras la concha se me mojaba con creces. Evidentemente el olor de mis hormonas estaba en su punto más álgido, porque Sofi olfateaba el aire de una forma extraña, mientras yo le pasaba la esponja por la pancita.
¿Mami, estás bien?, me preguntó de golpe, sacándome de mis propios pensamientos, al verme mirarla fijamente.
¡Sí hija, estoy bien! ¡Vamos a terminar de bañarte, que tu mami tiene cosas que hacer! ¡Ahora estás un poco más limpita, y no tan sucia como hace un ratito, cochina! ¡No sé cómo podés ensuciarte tanto! ¿Qué pasa nena? ¿Se te escapa pis a veces? ¡Mirá tu bombachita, toda sucia y meadita! ¡Sos una nena muy cochina! ¿Sabías? ¡Pero siempre vas a ser la nena chancha de mami!, le decía, entre que le hacía cosquillas detrás de las rodillas, le besuqueaba la panza y le acercaba su bombachita a la cara para que la mire y la huela. Las dos nos reíamos como pequeñas hadas flotando en el vapor del baño.
¡Perdón mami, pero, a veces cuando me río muy fuerte, se me escapa pipí! ¡Cuando me doy cuenta, ya me mojé!, me decía ella, recuperando el aire de su risa cantarina. No iba a regañarla por eso. Si por mí fuera, que se mee todas las veces que quiera, pensaba entre los laberintos de mis retorcidas fantasías. Apenas terminé de bañarla, la llevé a su habitación donde la sequé, y le puse su bombacha favorita de Frozen violeta, y una remerita que hacía juego.
¡Dale, acostate hija, que ya es tarde! ¡Mañana será otro día! ¡Y no te preocupes si te hacés pichí cuando te reís! ¡Nunca dejes de reírte! ¡Eso es lo más lindo, y lo que nos da ganas de vivir con felicidad!, le decía mientras le secaba el pelo con una toalla, y luego, antes de que su cuerpo caiga rendido en la cama, le di un piquito en esos labios diminutos. Me quedé a esperar que cierre los ojos, que, por suerte lo hizo enseguida debido al cansancio que se cargaba de tantos juegos. Y cuando supe que descansaba en paz, me atreví a escabullir unos segundos mi lengua bajo la suave tela de su bombachita limpia, para lamerle la vagina. Todavía recordaba el sabor saladito de sus bombachitas meadas cuando se las lamía, años atrás. Al fin, volví a la computadora para hablarle a Lucio. ¡Me urgía contarle que ya tenía la bombacha de mi nena! Pero el turro ni apareció por el chat esa noche.
Estaba enojada. Me sentía abrumada. Por eso, sin pensarlo mucho rato, saqué de mi mesita de luz una cajita color madera con un picador, papelillos y unas flores de mariguana que me había regalado una amiga. Me armé un fasito y me senté en el patio a pensar, viajar, a soñar despierta. ¡Tenía que verlo!, me repetía una y otra vez, mientras le daba unas secas a mi porrito, y me tocaba la conchita, sintiendo cómo se me abrían los labios vaginales y se me mojaba la calza gris. No me había olvidado de llevarme conmigo la bombacha de Sofi. La estrujaba en mis manos, la olía, me la pasaba por la cara, la apretaba contra mis tetas totalmente desnudas a esa altura, y pensaba en cómo se la debía comer su colita infantil. Volvía a pensar en Lucio. ¿Por qué se habrá desconectado? Estaba segura que querría detalles de la bombacha de mi nena. Sin embargo, poco a poco me pajeaba cada vez más abierta de piernas, imaginándome cómo sería ese tipo en la cama.
Al día siguiente no me aguanté, y le escribí un mail. Le expliqué que generalmente los sábados mi ex pasa a buscar a Sofi para llevarla al shopping, y después visitan a sus abuelos, donde suelen pasar la noche, y el mediodía del domingo.
¡Venite a casa, y nos conocemos!, le dije finalmente un rato más tarde en el chat.
-Lucius35- ¿Pero, qué vamos a hacer? ¡Si querés, te llevo unas flores que pegan re copado! ¡Vos, comprate unas birras! ¡Aunque, imagino que podemos empezar con unos matecitos!
-Anaputibel28- ¡Dale, compro birras, algo de maní, unas papas, y algunos bizcochitos para el mate! ¿Y, te animás a quedarte a cenar?
Sabía que si lo invitaba a cenar, tal vez se quedaría a dormir. Entonces, descubriría que estoy regalada. ¡No, mejor que no se quede! ¡Síiii, que se quede, y me apoye todo el paquete en el culo, mientras saco las pizzas del horno! ¡Estaba con tanta histeria encima que no me soportaba ni yo!
Mi ex pasó a buscar a Sofi una hora tarde, como de costumbre. Por suerte yo había previsto aquel detalle. Así que le dije a Lucio que venga a las 5, una vez que ya no quedaban ni rastros de Diego y mi hija. No había terminado de enviarle el SMS por Whatsapp cuando escucho el timbre como un disparo contra mis tímpanos. ¿Tan rápido llegó? Todavía estaba en el baño, dilucidando si me pondría musculosa o vestidito. Finalmente, tuve que salir a recibirlo con un vestido cortito y suelto, escotado y con dos tiritas como mangas, en ojotas y no muy peinada que digamos. De pedo alcancé a ponerme algo de perfume. Cuando abrí la puerta, lo vi, tan imponente como siempre, con un jean y una camisa negra. Nos miramos largo rato, aunque él más sorprendido que yo, como si yo le resultara conocida de algún lado. Entonces, se relajó y soltó una mueca sonriente.
¡Viniste re rápido!, le dije mientras cerraba la puerta con llave a sus espaldas, y él me pellizcaba el culo, con carita de feliz cumpleaños.
¡La ansiedad me puede parece! ¿Ya se fue tu ex? ¡Qué pena que no voy a conocer a tu hija!, me decía, comiéndome las tetas con sus ojos.
¡Perdón, no llegué a ponerme lo que quería! ¡Sí, mi ex ya se fue! ¡Y, de la nena, no te perdés nada! ¡Es una insoportable, como todas las nenas de 8 años!, le decía totalmente nerviosa, sintiendo que el clítoris me estallaba de felicidad. Teniéndolo a pocos centímetros, estaba bastante más churro que en la parada de colectivos.
¡Pongo el agua, para unos mates! ¿Dale? ¡Y, disculpá el desorden!, le dije, aunque esto último se escapó de mis labios como si nada, puesto que todo estaba ordenado. Pero mis pies necesitaban serenarse lejos de los ojos de Lucio. Así que, fui a la cocina para cargar la pava con agua. Él me siguió con unos pasos silenciosos, tal vez amortiguados por el canal de música que sonaba en mi televisor. Yo sentía que me estaba devorando entera, porque notaba el filo de sus ojos penetrando todos mis agujeros, como rayos láseres ilegales.
¡Así que sos la famosa, Anaputibel! ¡La verdad, quién diría que hoy se me iba a dar, estar en tu casa nena!, empezó a decirme, mientras una de sus manos comenzaba a palparme el culo.
¡Quién diría! ¡Yo que vos, empiezo a prenderle velas a mi ex! ¡Aaah, y portate bien!, empecé a decirle, riéndome más de los nervios que otra cosa, mientras le sacaba su mano de mi culo. En realidad, me re calentaba que me lo manosee, y él lo captaba.
¡Dale, sentate, que no puedo poner la pava!, le decía, mientras intentaba encastrar la pava eléctrica en la base para encenderla, y él no paraba de apretarme las nalgas.
¡Hey, me estoy portando bien, te lo juro! ¡Estoy siendo re educado y todo!, me decía curvando los labios en una sonrisa por demás degenerada, haciéndome saber que por su cabeza pasaban miles de imágenes deshonestas. Eso me lo confirmó el chirlo que me dio en la cola, antes de sentarse a la mesa, murmurando: ¡Qué culo tiene la escritora che!
Enseguida sacó un paquete de cigarrillos y lo puso arriba de la mesa, sin dejar de mirarme las tetas, la boca y los ojos, mientras solo se oía la música de la tele, y el chirrido de la pava.
¡Cómo te revotó la nalgadita que te di! ¿Es cierto que, te gustan los chirlos? ¿Tu papi te daba chirlos bebé?, me preguntó, mientras lentamente extraía algo de su paquete dorado, que no se parecía a un cigarrillo normal.
¡Los suficientes chirlos como para que se me moje la bombacha! ¡Ym, sí, podría decir que me gustan!, le dije, temblando de emoción, porque, lo que al fin sacó del misterioso paquete, era un hermoso fasito de flores, que olía tan bien como sus hormonas. Pero, opté por hacerme la boluda.
¿Che, te jode que fume?, me preguntó, mordiéndose el labio por mi confesión. Yo negué con la cabeza, y acto seguido lo encendió, de una. Le dio una seca, e inmediatamente todo el ambiente se aromatizó, haciéndome viajar con solo exhalarlo.
¡Faaaa, boludo, qué perfume tiene eso! ¡Obvio que me vas a convidar! ¡Si no, olvidate de esto!, le dije señalándome las tetas. Los dos nos reímos.
¿Viste lo que es? ¡Sabía que no te ibas a resistir! ¡Es cosecha propia! ¡Como esas tetas! ¿Querés una sequita para probar? ¡No me vas a arrugar ahora!, me decía, mientras yo afirmaba con la cabeza, y manoteaba el interruptor de la pava para apagarla, antes que se hierva el agua. Lo vi sonreír y levantarse de su silla, que estaba situada frente a mí. Le dio una seca más, se me acercó, y en lugar de apoyarme el faso encendido en los labios, me puso los suyos para exhalar su aliento de humo y mariguana. Entonces, me hice la inocente, y respiré de una sola bocanada todo lo que sus labios me regalaron, y me escuché gemir de placer. ¡Hacía bocha que no fumaba! Pero, en el momento que entrecerré los ojos, abandonada a disfrutar del viaje, él me comió los labios, me pasó su lengua cargada de deseo por toda la boca, me mordió el mentón, y me lamió la nariz. Eso me hizo estremecer de calentura. Sentí que los músculos de la cara y la espalda se unían en una nube de algodón, y que podría hacerme pis encima de todo lo que ese hijo de puta me dio a probar en solo unos segundos. Si hubiese sido por mí, le pedía que me coja arriba de la mesa, y que no pare de cogerme hasta dejarme un hermanito para Sofía en la panza. Mi clítoris comenzó a sumirse en una danza frenética, y mi olor a concha se liberó al fin de la superficie de mi vestidito.
¡Uy nena, qué perfume, por favor! ¿Tanto te copa? ¿O, será que tanto te caliento?, me decía, mientras yo soltaba el humo de una pequeña pitada que me ofreció. Sus palabras eran pura ironía, y su sonrisa me derretía casi tanto como ese porrito delicioso.
¿Tanto se nota? ¡Ya sé que me re mojé nene! ¡Cuando me, bueno, si me excito, me re mojo!, dije, luego de unos segundos en silencio, flotando por la cercanía de su olor a macho, y por su mano que me masajeaba el hombro. Cuando me tocó las tetas diciendo algo como: ¡Qué perra nena!, sentí un chorro de sabia de hembra salvaje comenzar a rodar por mis piernas. ¡No había nada que hacerle! ¡Ya estaba al horno, con un desconocido en casa, y cada vez más drogada! Pero entonces, él se sentó frente a mí, en la silla donde antes se había sentado, y nos quedamos un rato, disfrutando del subidón de nuestra diosa celestial en común, comiéndonos con los ojos, seguramente ambos pensando en lo mismo. La mejor manera de hacernos mierda nuestros órganos reproductivos, uno contra otro.
¿Te pega, Anaputibel? ¿No te sentís más puta? ¡Decime que no son las mejores florcitas que probaste en tu vida!, me dijo, altanero y orgulloso de sus hijitas.
¡La verdad, son espectaculares! ¡Es más, pensaba en comprarte un poco!, le dije, advirtiendo que se pasaba una mano suavemente por la entrepierna.
¡Sí nena, es obvio que se me re paró! ¡Así que no me mires así! ¡Creo que, con el viaje que tengo ahora, si me llegás a tocar la chota con la lengua, acabo como un caballo!, me dijo, arrancándome una carcajada pastosa, en sincronía con la torpeza de mis manos. Luego los dos tosimos por el mismo efecto de la risa.
¡Yo, creo que, si intento sacarme la bombacha, me meo toda! ¡Lo único que, cuando fumo no siempre me lubrico bien!, le dije, en absoluta paz conmigo misma.
¡Entonces, meate encima bebé, así te lubricás! ¡Sabés que me encanta que una hembra se mee encima! ¡Una de mis fantasías es que una mujer me mee toda la pija, antes de acabarle toda la lechita adentro de la concha!, me dijo, resuelto y más risueño que antes, reclinando la espalda hacia atrás, para que al fin mis ojos descubran lo empalmada que tenía la verga adentro de su jean.
¡Pará hijo de puta, que me vas a hacer acabar con las palabras! ¡Y, si querés, desprendete el pantalón, o sacate lo que quieras! ¡Mirá cómo tenés esa pija!, le dije, ya sin filtros, ni moral, ni dos carajos. Ya no podía controlarme más, y el fasito me estaba enloqueciendo.
Entonces, sonó mi celular. Sabía que no me quedaba otra que atender, porque mi vieja no andaba muy bien de salud. Pero era mi prima, que me comunicaba que ya tenía en su casa el pedido de unos cosméticos. Ahí a proveché el himpas para cargar el agua caliente en el termo para armar el mate. En eso estaba cuando, de golpe siento que una mano me levanta el vestido, y otra me corre la tanguita hacia un costado. Luego, sin darme tiempo a nada, noto algo húmedo entre mis nalgas, cada vez más próximo a mi ano.
¡Pará nene! ¿Qué hacés? ¡Me vas a hacer quemar!, le dije, sin fuerzas, totalmente derretida de calentura por dentro. ¡El hijo de puta me estaba regalando un flor de beso negro, y yo inmóvil, abriéndole las nalgas, con el pubis contra la mesada dejando que me lama, que me nalguee y lubrique mi culito con su saliva!
¡Aaaay, te dije que te portes bien perro, uuuuf, qué rico, hijo de puta!, le decía entre suspirando y gimiendo de una especie de shock que me recorría todo el cuerpo, con su lengua ya entrando y saliendo de mi ano.
¡Callate nena, que no puedo parar de comerte toda! ¡A este culito ya lo vi, y le tuve ganas desde ese momento! ¿Te acordás? ¡Seguro que nadie te lo va a comer como yo, perrita!, me dijo apenas separó su cara de mis nalgas, apenas para darme una pequeña tregua. Luego se dedicó a chuparme el culo, a frotarme la concha por encima de la bombacha, y a llenar todo el ambiente de la casa con chupeteos profundos, algunos chirlos agudos, y escupitajos que me hacían reír de placer.
¿Ah sí? ¿Y, se puede saber dónde lo viste? ¡Digo, porque, que yo sepa, no nos conocemos! ¡Y, en mis fotos, las que vos me pedías, jamás te envié fotos de mi culo! ¡Sólo de mis tetas!, le pregunté, mientras sentía que me faltaba el aliento, y un dolorcito cada vez más persistente comenzaba a inundarme la raya del culo de tanto que me separaba las nalgas para cogerme con su lengua. Se movía rápido, ágil y sin preámbulos. Su nariz parecía desencajada y asesina. Entonces, poco a poco se separó de mis nalgas, haciéndome sentir cómo su lengua abandonaba su rincón oscuro, y al fin me dijo: ¡En la parada de colectivos de la feria de Mataderos, mientras estabas con tu nena, que se manducaba un heladito! ¡Qué lindas calzas que tenían las dos! ¡No me lo olvido más! ¡Y, encima ella se lo comía como toda una peterita hermosa, con carita de ángel! ¡Te lo advertí, hace rato ya, y no dijiste nada, hija de perra! ¡Seguro te clavaste una tremenda paja mientras te lo contaba, sabiendo que, de alguna forma era real! ¿O me equivoco?
Una vez que terminó de ponerme al tanto de su plan macabro, de nuestro perverso encuentro, colocó sus manos grandes en mi cintura y me levantó la pollera para dejar a la vista los vestigios de mi calentura, todos tatuados en mi tanguita. La fragancia de mi conchita empapada, y tal vez meada por todo lo qe me había dado de fumar, más sus incursiones por mi culito, a esa altura era embriagante. Así que mi amo se dedicó a olerme suavecito, con una cara de perro alzado que me calentaba todavía más, y jadeaba despacito cada vez que su nariz se acercaba un poco más a mi orto.
¡Qué rico olés putita! ¡Me encanta tu olor a putita caliente! ¡No sabés cómo me ponés la verga, mamita sucia!, me juraba cuando proseguía saboreando las gotas de mi humedad que me rodeaban las piernas, olfateaba iracundo y primitivo desde mi abdomen hasta mi concha, y me pellizcaba el culo. Luego subió con sus manos por mis caderas para enganchar sus dedos a los bordes de mi tanguita, y me la empezó a bajar completamente para suspirar como un adolescente, al encontrarse con el panorama de mi conchita depilada, casi tanto como la de una niña púber. De eso se había ocupado mi mejor amiga, la mami de la beba a quien tuve que comprarle el regalito. Ella también es una bombachita caliente como yo. Solo que, quizás yo soy más discreta. La cosa es que, mi ansiedad entraba en pánico por cada centímetro que separaba la boca de Lucio de mi clítoris, los que disminuían lentamente, gracias a su inquietante paciencia. Entonces, en el exacto momento en que su lengua al fin lamió la superficie de mis labios vaginales, y luego hizo un círculo sobre mi orificio, sonó el teléfono de línea, como una puñalada a mi autocontrol. Supongo que del susto, los dos nos empezamos a reír como tontos. Cuando atendí, reconocí de inmediato la voz de mi ex. ¿Por qué carajo no me habré comprado un inalámbrico con identificador de llamadas?
¿Cómo? ¿Cómo que ya estás viniendo? ¿Pero, vos me estás jodiendo? ¡Todavía no es la hora! ¡Te quedan cuatro horas, como mínimo!, le decía al padre de mi hija, mientras Lucio me hacía tocar su pija abultando su pantalón con la mano que me quedaba libre, todavía agachado, mirándome a los ojos, relamiéndose con mi conchita a pocos palmos de su lengua, y sonriendo con cinismo.
¿Qué? ¡Pero, aprendé salame! ¡Es tu hija también! ¡Hacete cargo macho! ¿Cómo no vas a saber cambiarla? ¡Aparte, ella se puede cambiar solita! ¡Claro, pasa que vos ni conocés a tu hija!, le gritaba a mi ex, desencajada y alzada al mismo tiempo, porque Lucio había empezado a lamer mi clítoris. Al punto que tuve que agarrarlo de los pelos para separarlo de mi sexo, antes de acabarle en la boca.
¡Bueno, basta tarado! ¡Mejor pasame con mi hija!, le decía a mi ex, ahora algo más calmada. Lucio registraba mis movimientos, palpitaciones y gestos, como si quisiera meterse adentro de mi cabeza.
¡Hola bebé! ¿Qué te pasó? ¡Contale a mami! ¿Cómo es eso que te hiciste pichí?, le preguntaba a Sofía, mientras le decía a Lucio, solo para que él pudiera leerme los labios: ¿Eso te gusta, no puerquito? Acto seguido, volví a juntar su cabeza a mi sexo para que me chupe la concha de una buena vez.
¡Aaaauch, asíii, dale amor, contale a mami lo que pasó! ¡Uuuuf, asíii, dale, contame chancha!, le insistía a mi nena, gimiendo de a ratos, intentando que no sepa lo que me estaba pasando, pero a la vez, caliente por tenerla del otro lado, escuchándome gozar como una perra. Tenía una adrenalina tan feroz reinando mi cuerpo, que estuve al borde de ducharle toda la carita a Lucio, cuando escuché que Sofía se había hecho pis encima porque creyó haber visto a un famoso en una heladería, y lamentablemente no era.
¡Estaba segura que era Lali ma, y, no sé qué me pasó! ¡Me hice pichí, y no pude controlarlo!, me confió sin angustiarse. Más bien se reía de su accidente, y parecía divertida. Pero sabía que a mi ex todo eso le significaba un caos. ¡Imaginarla emocionada, haciéndose pis, con las manitos sucias de helado, delante de Lali Espósito, casi me hizo estallar de placer! Y entonces, ya no pude controlar. Por lo tanto, Lucio se esmeró en lamer, chupar y saborear todo lo que brotó de mi clítoris ardiente, en lamerme las piernas, cada pliegue de mis labios vaginales, y hasta mis pies, que llegaron a embeberse de mis flujos. ¡Incluso lamió las gotitas de jugo que explotaron en el piso, como un perrito hambriento!
¡Bueno So, pasame con tu padre, y no te preocupes por nada!, le dije luego, un poco más calmada, sabiendo que volvía a moderar mi respiración como antes.
¿En cuánto me la traés? , le pregunté luego a mi ex, mientras Lucio se reía por lo bajo, sin demasiado éxito al intentar encender un sahumerio.
¡Perfecto, pero ni te bajes del auto! ¡Ella solita se baja, y entra a la casa, que yo voy a tener unas palabritas con vos! ¡Chau, y no te pongas en modo víctima! ¡Haceme el favor! ¡Nos vemos, por desgracia! Sentencié a mi ex, y puse la pava una vez más mientras me arreglaba la ropa. No quería ir a limpiarme, ni quitarme del cuerpo el olor a sexo que me invadía los poros.
¡Al final, parece que vas a conocer a mi hija! ¡Te saliste con la tuya! ¡Así que, creo que no te vas a querer ir tan rápido! ¿No cierto?, le decía a Lucio, mientras lo dejaba que me acaricie las tetas, yo sentada sobre sus piernas, sintiendo la dureza de su pija contra mi culo. Pero, de repente, en cinco minutos ya estábamos tomando unos mates para bajar un poco el calor que nos quemaba la piel, y de paso la locura del porrito que había traído. Entonces, una bocina sonó en la calle, con la impaciencia que caracterizaba al humor de mi ex. Por lo tanto decidí que lo mejor era precipitar las cosas. Me levanté a abrir la puerta, y Sofía ya había entrado con toda su carita de feliz cumpleaños, mientras yo le manoteaba el bulto al perverso de Lucio por sobre sus pantalones. ¡Pobrecito, todavía anda con la pija dura, y yo sin poder probar su lechita!
¡Tranquila bebé, que ya estás en casa! ¡A mami no le importa que te hagas pipí! ¡Son cosas de chicos! ¡Así que, entrá, y hacé lo que tengas ganas, que yo voy a hablar con tu padre! ¡Aaah, y, saludá a Lucio, que es un amigo! ¡Hoy tenemos visitas So! ¡Ahí vengo!, le decía a mi nena, mientras le hacía unos mimos, la abrazaba y le llenaba las mejillas de besos babosos, descubriendo que su aroma era cada vez más ensordecedor. Entonces, la vi entrar corriendo a la cocina, y saludar a Lucio que estaba sentado chupando la bombilla del mate. Antes, revoleó su mochilita Rosa de Hello Kitty arriba de uno de los sillones.
¡Hola, amigo de mi mamá! ¡Soy Sofía!, le dijo ella, siempre emocionada de conocer a gente nueva, tan auténtica y alegre como solía ser con todo el mundo.
¡Hola princesa! ¿Así que Sofía? ¿Sabías que tu nombre tiene que ver con la sabiduría?, le decía Lucio, sorbiendo lo que le quedaba al mate, mirándola fijamente con una sonrisa particular. Entonces, supe que todo estaba en orden. De modo que, mientras me guardaba la última imagen de ellos, mirándose en silencio, fui a encarar al nabo de mi ex. Todo lo que hablamos no tiene importancia en esta historia. Pero, lo claro es que ambos debieron escuchar el griterío desde la cocina, porque ese estúpido siempre consiguió sacar lo peor de mi trato hacia una persona. Así que, cuando iba entrando a la cocina, escuché a Lucio que le decía a mi nena: ¡Che, re alegre tu mami! ¿No?
Los vi reírse de la expresión sarcástica de Lucio, y eso me dio algunos celos sin sentido. La verdad es que venía envuelta en llamas, después de intentar razonar con un mono de la selva. No entiendo cómo pude estar enamorada alguna vez de ese idiota. Pero, inmediatamente relajé mis pasiones cuando entré a la cocina. Sofía estaba sentada al frente de Lucio, tomando un juguito de manzana que él mismo le había servido de la heladera. El muy atrevido no paraba de mirarle la bombachita toda meada que asomaba por la abertura de sus piernas, y se sobaba el pito por encima de la ropa, no tan disimuladamente. Tanto es así, que en un momento le dijo a Sofi, tan resuelto como seguro de sí mismo: ¡Bueno Sofi, lo que pasa que, a veces a los hombres les da cosquillitas en el pito, y se lo tienen que acariciar, o tocar un poquito! ¿Entendés? ¿Sabés lo que es el pito, no?
Ella misma le había preguntado por qué se tocaba ahí, sin darse cuenta que esa reacción provenía de la imagen que ella misma le ofrecía de su intimidad. Quise retarla por preguntarle, o a él echarlo de mi casa por seguirle la corriente, y actuar como un degenerado. Pero no me salieron las palabras. En el fondo, era un pervertido como yo, y eso me calentaba como no podía explicarlo. Para colmo, el olor a pis de Sofía empezaba a inundarlo todo, y yo sabía que Lucio lo notaba tanto como yo, porque tenía la pija parada, además del brillo lujurioso que emanaba de sus ojos.
¡Sí, mi mami me dijo que los nenes hacen pis con el pito, y, que, con eso, también hacen el amor con las nenas, cuando son más grandes! ¡De ahí salen los bebés! ¡Los nenes les dejan todas esas semillitas en la panza a las nenas, y después, nosotras quedamos embarazadas! ¿No mami? ¡Bueno, algo así era!, se explicaba Sofía, que nunca podía mostrar que no sabía de lo que se le preguntara. Su voz y las risitas de sus ojos parecían menos inocentes de lo que se advertía en su aroma juvenil. Entonces, yo opté por sentarme al lado de Lucio para masajearle el pedazo por arriba del jean, escuchando la conversación de reproducción sexual que ambos tenían, y las confesiones que Sofía estuvo dispuesta a soltar.
¡Bueno, mi prima Laura me dijo que estuvo con un chico, y que él le dejó sus semillitas en la panza! ¡No me acuerdo mucho! ¡Pero creo que me dijo que jugaron con el pito del chico, y que ella se lo metió acá adentro!, decía Sofi, mientras se tocaba la vagina por encima del vestidito, abriendo aún más las piernitas.
¡Sofía, no hagas eso! ¡Y no digas esas cosas!, la reprendí, sin el mínimo impacto, ya que Lucio se reía junto con ella de mi reacción.
¡Bueno, pero tu prima seguramente es la novia de ese chico! ¡Cuando un hombre y una mujer se quieren, juegan con el pito del hombre, y la cosita de la mujer! ¿Cómo le decís vos a tu vagina? ¡Bah, digo, si me querés contar!, se manifestó Lucio, sintiendo cómo mis dedos le presionaba la pija, más para que se calle que para calentarlo. Incluso le advertí que se detenga, una vez más con pocos argumentos.
¡Y, pensé, pensé que era Lali! ¡A mí me re copa todo lo que hace, cómo canta, cómo actúa! ¡Papi me dijo que cómo Lali iba a estar en una heladería de barrio! ¡Y, creo que me re emocioné, y por eso me hice pichí! ¡Mi papá se re enojó conmigo! ¡Mami dice que no hay que ponerse mal, ni triste por eso! ¡Pero mi papá estaba con el celular, y no quiso cambiarme! ¡Dijo que era una cochina, una nena inmadura y un montón de otras cosas!, decía Sofía al ratito, mientras yo me perdía alguna de sus palabras por la calentura que tenía. Sentía que mi clítoris volvía a vibrar con toda la intensidad que le reconocía cuando estaba a punto de alcanzar el más fatal de los orgasmos.
¡Hablando de eso, me parece que nos tenemos que ir a duchar, y a ponernos ropita limpia! ¿No bebé? ¡Sino, la bombachita que tenés puesta se te va a caer de tanta emoción!, le dijo el atrevido de repente, poniéndome a mil. Yo le di una apretada a su verga, y él me advirtió que si lo volvía a hacer, se acabaría encima, y después tendría que lamer cada gotita de semen de mi ropa. Obviamente, esas palabras me las murmuró al oído.
¡Uuufaa! ¿De verdad tengo que hacerlo mami?, rezongó Sofía, moviendo las piernitas.
¿Vos, qué opinás Lucio? ¿La dejamos así, con olor a bebé, a nenita sucia? ¿O la cambiamos para que tenga olor a princesita?, le pregunté, aunque en realidad fulminaba con la mirada a Sofía. Lo cierto es que, al rato, a Sofía no le quedó otra que al menos cambiarse el vestidito, las medias y la bombacha. No quiso bañarse, a pesar que le hablé y la amenacé con no darle postre por una semana seguida. Recuerdo que, aproveché el momento en que ella se fue a su cuarto a cambiarse para apropiarme de la pija de Lucio. Quería comérmela toda, pajeársela con las tetas, pedírsela en el culo, o que me parta la concha al medio. Pero apenas llegué a sobársela con las manos, mientras lo obligaba a oler la mochila de Sofi, que tenía algún resabio de su olorcito a pis, estuvo a punto de explotar en semen. Pero, me había prometido no darle ese honor tan rápido. Ayudó que, de repente a él se le ocurrió agarrarme del culo y sentarme arriba de la mesa para abrirme las piernas y volver a las andanzas de su lengua en el hueco de mi concha, prendida fuego como una selva en medio del desierto. Esta vez fue más exhaustivo. Lamió mi clítoris con uno de sus dedos introduciéndose cada vez más en mi culo, mordisqueó mis labios vaginales, me palmoteó la concha, me la escupió, frotó toda su cara contra ella, y hasta me mordió las tetas encima del vestido que llevaba
¿Te encantaría cogerme, y que aparezca la nena, no? ¿Te morís por olerle la concha y el culo a la pendeja? ¿Querés que te mee la cara mi hija? ¿Tanto te gustó verla con la calcita enterrada en la cola? ¿Te gustó verla chupando el heladito? ¿Te imaginás esa boquita comiéndote la pija?, le decía entre gemidos imposibles de silenciar, ríos de saliva fluyendo de mis labios, y los temblores que su lengua y dedos lograban multiplicar en mis músculos. Recuerdo que le pedí que me saque la bombacha, y que él lo hizo como si se tratara de un trámite sencillo. Él se la enredó unos instantes en la verga, mientras me succionaba el clítoris con unos terribles sonidos, y después de limpiarse todo el juguito del glande con ella, la dejó sobre una silla. Al ratito, justo cuando yo estaba por darle de beber nuevamente de mis sabias de mujer extasiada, porque él seguía entrometiendo su lengua y sus dedos en mi sexo para arrancarme tanto placer como su antojo le dictara, Sofía se hizo presente. Apareció descalza, con una remerita de Soy Luna, y un shortcito celeste. Le pregunté si tenía hambre, y ella solita buscó en la heladera la botellita de jugo de manzana para servirse un vaso. Luego, se desparramó en el sillón para prender el televisor. Entretanto, Lucio y yo, que habíamos abandonado nuestras actividades, reanudábamos el mate, hablando de cosas sin demasiada importancia, mientras Sofía cantaba por lo bajo unas canciones de alguno de sus programas favoritos. Desde la cocina la veíamos mover los piecitos, y a Lucio se le caía la baba.
¡Sí, quiero que esa nena me haga pipí en la cara!, me dijo de repente al oído, mientras Sofía tomaba jugo, y algunas gotitas le caían por el mentón. Yo, caliente como estaba, volví a sacarle la pija de adentro del pantalón, y se la apretujé un buen rato bajo la mesa.
¡Pará Anaputibel, o te voy a enlechar toda la mano! ¿O querés eso perrita?, me dijo, esta vez en voz no tan baja, mientras yo intentaba tapar sus palabras sorbiendo el mate, por si Sofi lo escuchaba. Pero ella estaba en la suya. Seguía cantando, repitiendo el diálogo de los personajes de la serie, y moviendo los pies. Por momentos, parecía aplaudir con ellos, y eso hacía que Lucio se detenga a mirar directamente el centro de sus piernas gorditas.
¡Basta pajero, dejá de mirarla así! ¡O te echo de mi casa, por degenerado!, le dije, un poco para medir el tenor de sus verdaderas intenciones, mientras le deslizaba las uñas por el tronco de su verga dura como una pared. Eso lo hizo jadear, y conducir una de sus manos a mis tetas con ferocidad. Entonces, ni siquiera me importó que Sofi estuviese tarareando sus canciones a pocos metros de nosotros. Me senté en las piernas de Lucio y le encajé las tetas en la cara, para que se digne a chupármelas como me lo merecía, mientras yo le pajeaba la pija, escupiéndome las manos para que la fricción sea más resbaladiza y caliente. Enseguida nuestras lenguas se enroscaban, nuestros labios sufrían algunos mordiscones, y mi cuello comenzaba a coleccionar tatuajes de chupones por todos lados. A él le gustaba que le muerda la punta de la nariz, y que le apriete las manos con las piernas, para hacerle más difícil la tarea de llegar con sus dedos a mi vulva. Y entonces, Lucio reparó en que Sofía ya no cantaba, y en que sus pies ya no se sacudían alegres y enloquecidos.
¿Se habrá dormido?, me dijo despacito, mientras la tele emitía una propaganda de pañales súper absorbentes.
¿Ves? ¡Eso necesitás vos, para esa concha nena! ¡Te mojás como una maldita perra, Anaputibel!, me decía Lucio, burlándose de la facilidad con la que sólo él lograba desbordarme de jugos.
¡Callate tarado! ¿Nos habrá escuchado? ¿O, por ahí nos vio? ¡Mejor, voy a hablar con ella!, le dije, mientras separaba mi culo de sus piernas, sintiendo toda la gravedad en mis pies, y un viento fresco entrar sin limitaciones hasta mi vagina. Ahí recordé que andaba sin bombacha. Caminé hasta Sofía para observarla bien. En efecto, la gordita se había quedado dormida, con el control remoto en la panza, y el vasito de jugo vacío sobre el sillón .tenía restos de una sonrisa luminosa en los labios, y la respiración pausada, lenta y en calma. No sé cuánto tiempo había estado troleando con Lucio. Pero era evidente que estaba re cansada para dormirse tan rápido, y tal vez, con el sonido de nuestro besuqueo en el ambiente. Aunque, ella, quizás ni nos prestó atención.
De repente, Lucio estaba a mi lado, con el corazón tan audible como el animalito que cantaba una canción para enseñarles a los chicos a lavarse los dientes.
¡Apagá la tele, o se va a despertar!, me dijo entre dientes, destilando todas sus hormonas alborotadas ante mi impaciencia. En lugar de agarrar el control remoto, le manoteé la pija y se la presioné un poquito, para luego soltársela.
¿Y, si la llevas a la cama? ¡La verdad, es una nena hermosa! ¡Y, creo que, o a lo mejor me parece a mí! ¡Pero, huele a pichí la bebé! ¿Vos qué opinás?, me dijo sin más, mientras me acariciaba el culo. A esa altura los dos estábamos en cuclillas junto al sillón, admirando la figura de mi niña dormida. Tenía las piernas abiertas, con uno de sus pies sobre el apoyabrazos, y el otro medio colgando, con la cabeza sobre uno de sus almohadones de peluche, y con toda la remerita subida. Por lo que, se podía ver claramente la forma de su ombliguito. Lucio parecía estar en el paraíso. ¡No podía evitar que la pija se le ponga más dura, a medida que su nariz se acercaba a la pancita de Sofía!
¿Te gusta, perrito? ¿Te gusta que tenga olor a pichí? ¡Dale, acercate y olela, hijo de puta!, le decía al oído, mientras le mordía el lóbulo, o jugueteaba con la puntita en los espirales de su oreja. Al mismo tiempo, la paja que mi mano le hacía a su pija era cada vez más ruidosa, húmeda y ardiente.
¡Sí mi amor, me vuelve loco que ande con la conchita meada esta nena!, dijo, y entonces, me las arreglé para meter mi cabeza entre el sillón y sus piernas para al fin meterme toda su pija en la boca. Desde entonces, lo escuché olfatear, gemir bajito y respirar agitadamente, como si el aire no le alcanzara para oxigenar a sus emociones. Intentaba no hacer tanto ruido al sorber sus jugos, al mordisquear su escroto o besuquearle los huevos. Pero me resultaba un poco difícil, ya que él con una de sus manos me estiraba los pezones. Yo misma le subí un poquito más la remera a Sofi, y le di algunos besitos suaves en la panza, además de hacerle un circulito de baba alrededor de su ombligo perfecto. Eso terminó de desquiciar a Lucio, ya que, además de mi propia saliva, lo que dejé en la piel de mi nena eran restos de sus líquidos preseminales.
¡Dale, parate si querés, y pajeate cerquita de su pancita! ¡Quiero ver cómo caen gotitas de esos juguitos en su pancita! ¿Te calienta eso perro?, le dije entonces, una vez que volví a llenarme la boca con su dureza, y dejé que me muerda un buen rato las tetas. Él, tratando de aferrarse a un equilibrio que se le hacía casi imposible de conseguir, se puso de pie, y empezó a pajearse, buscando no hacer ruidos escandalosos. Solo en cuestión de segundos la pancita de Sofía estuvo regadita de sus líquidos, y entonces yo volví a profanársela con mis besos. Esta vez, prolongué el camino de mis besos hasta el inicio del elástico de su shortcito, mientras él trataba de tocarle los deditos de los pies con su verga empalmadísima.
¡Dale, bajale el pantaloncito a tu putita! ¡Seguro que sabe que tiene una pija en los piecitos, y que su mami está a punto de comerle la conchita! ¡Si se la habrás comido cuando la tenías toda para vos solita, desnuda y sucia! ¿No, Anaputibel?, me decía por lo bajo, mientras yo descubría que era cierto lo del olorcito a pis de Sofi. Así que, de pronto, sin advertirle nada, le bajé el pantaloncito, hasta llevarlo a la mitad de sus muslos, y entonces Lucio volvió a reclinarse contra el sillón para olfatearle la bombachita blanca que se había puesto. Como no se había lavado, tenía olor a pipí en la vagina, las piernitas, y hasta en los pies. Por lo que yo volví a engullir su pija al borde de explotar con mi boca incapaz de sostener un gemido más.
¡Cuando estés cerquita, avisame, y te digo lo que tenés que hacer!, alcancé a decirle, antes de llevarme su pito hermoso hasta la garganta, escuchándolo oler a mi nena con verdadera devoción, como si su vida pendiese de ello. Le pedí que ni se le ocurra tocarla, pero seguía presa de su sabor, su hombría derramada ante el hechizo de mi hija, y totalmente rendida al fuego de mi boca apasionada. Entonces, las señales de su inminente acabada llegaron a mis oídos, y a mi paladar, ya que su glande empezaba a ensancharse como si un volcán lo consumiera por dentro. Así que me levanté y logré ponerlo de pie, y se lo pedí.
¡Dale, pajeate bien fuerte hijo de puta, y déjale toda la leche en la bombacha! ¡Dale, acabale ahí, embarazale la bombachita a mi nena perro! ¡Pajeate cerdo, dale, que te calienta eso!, le decía, besuqueándole el cuello, fregándole mis tetas en la espalda, a esa altura desnuda, presionándole el tronco de la pija con dos dedos, como para ayudarlo a que le suba toda la leche, y tirándole mi aliento en la cara. También aproveché a frotarle el shortcito de Sofi en la nariz, ya que, finalmente logré quitárselo. En eso, Sofía pareció experimentar un movimiento repentino, y Lucio empezó a acabar tan en silencio como pudo, con una de mis tetas en su boca, y su mano meneándose la pija con crudeza. Vi cómo sus chorros de leche comenzaban a mojarle la bombacha a mi nena, cómo le salpicaban las piernitas y se perdían entre ellas para colorear de paso el almohadón de peluche, el tapizado y el vasito de jugo. Vi que a medida que subía y bajaba el cuero de su pija, más gotones de semen estallaban en la barriguita de Sofi, en el corazoncito de la bombacha, y hasta en la remerita. El sudor que nos invadía era apenas más cegador que el olor a sexo que reinaba en toda la casa. ¿Cómo pudimos ser tan inconscientes insensatos y perversos? ¿En qué cabeza cabe hacer todo eso con mi hija? ¿Por qué le hice eso? Esos pensamientos, y miles de tormentos más comenzaron a devolverme a la realidad, mientras Lucio prendía un sahumerio, abría una ventana y apagaba el televisor. Ya estaba vestido, colorado y totalmente relajado. En cambio, yo, seguía arrodillada ante mi hija que seguía dormida, toda enlechada, con olor a pis, y ahora también al pegote agridulce que ese desconocido le había obsequiado, por mi absoluta responsabilidad.
¡Dale Anaputibel, tomate unos matecitos! ¡Si querés, en un toque pedimos unas pizzas! ¿Te gustan con anchoas? ¡Dicen que son afrodisíacas!, me decía Lucio desde la cocina, jugueteando con mi tanga entre sus dedos. Fin
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
sos una GENIA, TE MANDO UN MAIL YA
ResponderEliminarMe éxito y acabe un montón en tan sólo 5 minutos de lectura que relató tan rico espero que escribas una segunda parte entre vos y tu nena
ResponderEliminar¡Holaaaa! Bueno, gracias por tus palabras, y tu excitación. Pero, para continuar este relato, habrá que concertarlo con Patito. Ojalá él quiera! Jejejeje!
Eliminar¡Hola Martín! Como dije en el comentario anterior, como este relato no es absolutamente mío, al menos en esencia, habrá que ver qué dice Patito. Si él me da el ok, Yo escribo una segunda parte. ¡Te dejo un besooooooo!
ResponderEliminarHola Ambar, hola Patito, relato fabuloso es una maravilla
ResponderEliminargracias, ojala haya una segunda parte.....besos a los 2