La violamos porque se la buscó

 

La Colo se hizo fama de atrevidita recién a los 15 pero, empezó como peterita más tarde en la villa para que le den flores, porque no le gustaba el fasito paraguayo. Creo que su boca debió ser un gran contenedor de leche porque nunca le faltaba para fumar, y plata propia no tenía.

Resulta que mi vieja se quedó sin laburo, y gracias a uno de sus machos decidió vender porros en un kiosquito medio camuflado, en el que solo había pañales, gaseosas, caramelos, birra y pan. Mi hermana fue la elegida para filtrar ventas a los pibes y a las guachas a un precio económico.

Para mí no era ningún orgullo saber de las peteadas grupales que se mandaba en la placita al anochecer, o de lo mamona que se volvía con los tacheros o camioneros del lugar, o de la exhibición de su cola a cualquier transeúnte a cambio de guita. La vi pelar las tetas y el culo, siempre entangado con esos hilos de feria para que los viejos se babeen y le pidan bailar o menear, especialmente a don Roque, el carnicero que nos fió durante años.

La Colo es medio analfabeta, habla como el carajo, tiene la costumbre de andar con una mano en la entrepierna, no toma otra cosa que no sea mate o birra, suele armar puterío en sus grupos de amigas con sus novios, y duerme mucho, generalmente en pelotas. Pese a que le llevo 3 años todavía compartimos la pieza, y verla así me pone al palo. Gracias a eso me pajeo como un animal, y en oportunidades le riego las nalgas cuando descansa boca abajo. Se llama Romina, tiene ojos marrones y 16 años rebeldes, una boca grande con un pirsin blanco en su labio superior, siempre usa rodete con flequillo rollinguita aunque escuche cumbia, es culona y piernuda, pero flaquita y de poca teta. Le gusta provocar, y por eso se ganó que le demos su merecido con Wily y Mirko, dos amigos de la infancia a quienes ella cagó con unas piedras.

Una noche en la vereda, mientras los 3 tomábamos vino y ella se empinaba la cuarta botella de birra, nos dijo al pasar con la voz media resfriada: ¡No saben las ganas que tengo de que me partan la concha! ¡Ando re alzada loco!

Mirko se le apoyó en el hombro y le enterró la mano en el culo, sin guardarse nada. Ella le dio un cachetazo, pero al rato le pegaba el culo contra la pija moviéndose al ritmo de una bachata horrible que sonaba adentro de la casa. El Wily le subió la remera y le tocó las tetas diciéndole que le debía cuatro o cinco fasos y dos vinos, pero que se los perdonaba a cambio de una buena cogida, en el baldío abandonado del barrio vecino, o en la cama de sus padres. Ella dejó caer un hilo de baba y le apretó la pija. Después se lo tranzó a él y a Mirko. Aquello quedó así nomás, pero a los 3 nos resonaba en la cabeza la frase que largó mientras entraba a la casa, según ella a bañarse, y nosotros seguíamos girando el tetra:

¡Ustedes no tienen huevos para violarme! ¡No saben lo puta que me pone la idea de que me cojan y me dejen tirada hecha mierda en algún campito!

Pasaron unos días largos, hasta la siesta en que Mirko entró a nuestro dormitorio a buscar un pedacito de piedra para moler, y salió con una sonrisa de oreja a oreja diciendo: ¡Boludos, qué buen orto tiene la Colo! ¡La vi dormidita con una tanguita toda metida en el culo!

Como confío en él, y ya estaba re loco por un churro que me había fumado en la esquina, le conté que me pajeo como un cerdo todas las noches mirándole el culo. Cuando quisimos acordar, los tres nos pajeábamos con ese culo entangadito ante nuestros ojos desorbitados. Ni recuerdo cómo es que entramos en la pieza. Ella tiene sueño pesado, por lo que ni nos escuchó. Los dos le acabamos en las nalgas, y no le hicimos más nada porque mi vieja en la casa mateaba con mis tíos y una madrina. Sin embargo, justo cuando nos íbamos se despierta y dice entre bostezos: ¡Qué pajeros que son! ¿Por qué no me cogen en vez de mirarme y tocarse las pijas?

Al otro día los tres la re manoseamos a la vuelta del kiosko donde no hay luz, ¡y la guacha se animó a darle unas chupaditas a nuestras pijas entre que se tragaba los mocos, tosía y repetía que quería coger. Fuimos a casa y después de almorzar nos encerramos en la pieza donde hizo que Mirko le acabe en la boca, el Wily en las manos y yo en las tetas. Todo fue una peteada impresionante, ella arrodillada en la cama y nosotros con nuestras vergas como garrotes calientes soportábamos sus insultos y lametazos, haciéndonos quedar como unos cagones por no garcharla. Es que de nuevo mis tíos no se iban, y mi madre tiene problemas cardíacos, y si veía que sus hijos se enfiestaban, entre ellos y con amigos, andá a saber en qué terminaba todo.

Una mañana los tres nos rateamos del colegio, y el Wily me sinceró en la placita que no aguantaba más las ganas de cogerse a mi hermana. Al rato Mirko sacó un porro mientras entrábamos a mi casa y decía que se mataba a paja pensando en la burra de la Colo. Entonces, tras confirmar que no había nadie fuimos a la pieza donde ella dormía inocente, ya que iba al colegio de tarde. Parecía haber llegado no hace mucho porque estaba con sus zapatillas de resorte fucsias sobre el acolchado, su camperita flúor y su calcita agujereada, de crota nomás. ¡se le re marcaba el papo al mostrarse abierta de gambas! Hasta ahí pudimos controlarnos.

¡Eu pendeja! ¡Despertate! ¡Dale que te vamos a romper el orto perra!, le gritó Mirko en el oído mientras la zamarreaba de los brazos. yo la descalzaba y Wily le manoseaba las gomas. La cazamos del rodete, y a la vez que sacábamos las pijas se la hacíamos chupar pero a lo bruto, haciendo que nos estornude hasta los huevos, metiéndosela hasta por la nariz, sin detener los sopapos y vergazos contra su cara.

Ella empezaba a resistirse cuando Mirko le marcaba los dientes en las tetas, se quedaba con varios mechones de pelo en las manos al sacudirla y se los mostraba, o le clavaba un dedo en el orto sobre la ropa. El Wily le quemaba los brazos con cigarrillo y le destrozaba la camperita con una tijera, y yo no le dejaba pronunciar palabra con mi pija que ya había vertido mi primer lechazo en su garganta. ¡Le tenía tantas ganas, que creo que llegué al record de la acabada más rápida del mundo!

El Wily se le prendió de las tetas para morderle los pezones mientras la cacheteaba, Mirko le frotaba el pico de una botella vacía que había en la mesa de luz en la entrepierna pero con poca decencia, y yo le quitaba los cordones a sus zapatillas. Se las hice oler, como ellos me lo pidieron. Después entre los tres la pusimos boca abajo para atarle las muñecas al respaldo de la cama, Mirko le sacó la calza a los tirones, Wily le daba la pija en la boca para que no grite, y yo le propinaba unos buenos zapatillazos en el culo. Ella se nos resistía, pero no tenía fuerzas para combatirnos. El Wily le cortó la tanguita con la tijera, y los tres nos reímos porque adelante tenía una inscripción que decía “fácil y turra”. Mirko se la enredó en la chota, y sin más se la encajó en la boca a mi hermana, justo cuando el Wily se le subía encima para cogerla rápido por la concha, y yo me re pajeaba.

¡Chupá putita, comete mi pija y tu tanga mami! ¿Te gusta cómo te coge el Wily zorra? ¡Te va a llenar de leche porque no se puso forrito!, le decía Mirko antes de atragantarla con su semen, y enseguida la desatamos para cagarla a palos entre los tres. Fue una lluvia de piñas, patadas y puteadas, ella contra nosotros, y todo para manosearla toda, chuparle las tetas y la concha en cuanto cayó al piso por una zancadilla que le hizo el Wily. ¡qué rico el sabor de la argolla de mi hermana! ¿Por qué, en todos los años que la vi dormir en bolas, no se me ocurrió tirarme encima de ella para comerle la concha hasta empacharme? ¿Por qué no le mostré la verga dura y llena de juguito para que me la pajee, o me la chupe con esas manitos?

Nos peteó largo rato acostada en las baldosas frías, metiéndose por momentos las tres juntas al tiempo que la escupíamos, le enterrábamos dedos en la concha para que los chupe y le estirábamos los pezones para que chille como un bebé. Ella también nos pegaba, rasguñaba, mordía y pateaba. Eso, al menos a ellos los motivaba aún más. Luego la llevamos a la cocina donde la tiramos sobre la mesa. Wily se le trepó para clavarle la chota en la concha, y nosotros la instábamos a que nos pajee. Después la arrodillamos en el suelo para que vuelva a mamarnos la pija a Mirko y a mí, mientras Wily le daba unos cintazos. Sabía que no pasaría demasiado para llevarla a la cama de mami y turnarnos lo apretadito y preciado de su culito, el que le escupimos sin parar de ensartarle los dedos.

Primero se la culeó Mirko mientras la obligábamos a tomar una birra helada, ¡y la gila se ahogaba por el mete y saca de Mirko y por las estiradas que el Wily le hacía a sus pezones erectos! La Colo nos pedía más, pero no quería que la lastimemos. Nosotros tampoco lo queríamos hacer. Yo sabía que ninguno usaba con ella ni la mitad de sus fuerzas, o todo el vértigo de nuestra perversión. Después otro round de piñas y sopapos, los tres contra ella. Hasta que el Wily la sacó de la cama de los tobillos, y su piel paseó por todo el suelo hasta retornar a nuestra pieza. Ahí el Wily vació sus dos cajones de ropa interior, le quemó varias bombachas y corpiños, también algunos libros y unas camperitas. Le afanó unos cuantos encendedores, pipas y papelillos, y después volvimos a atarla a la cama, pero esta vez boca arriba, y de manos y piernas. Allí Mirko la rapó completamente tras taparle la boca con cinta adhesiva, le volcó una cerveza entera entre las tetas mientras Wily le cogía la concha con toda la agresividad y la paz del mundo, ya que le atamos las gambas bien separadas, y yo le mordía las tetas junto a Mirko, con quien nos cansamos de darle pijazos en la cara.

Me fascinaba verla lagrimear, haciendo fuerzas para zafarse y enfurecida por estar casi pelada. El Wily le acabó adentro apenas Mirko le arrancó la cinta de la boca para que la Colo haga unas buenas gárgaras con su lechita, y se la volvió a clausurar con más cinta. Ahí el Wily decidió desatarla, ponerle una bombacha tipo de nenita y llevarla al patio. Debe ser una de las pocas que conservaba de cuando era chiquita.

Wily estaba sacado a esa altura. Se la sentó a upa y se la culeó con desprecio mientras Mirko se pajeaba y yo le cogía la conchita con una banana. Hasta que Wily me ordenó: ¡Sentate en el cantero y cogetelá guacho!

Apenas me senté me la tiró encima como a una bolsa de papas, y yo escabullí mi pija hinchada por entre su bombacha y se la clavé en la concha para darle masa, tanto o más cebado que el Wily, entretanto Mirko le meaba las patas. ¡esa fue la mejor conchita que me cogí, en la que mis huevos descargaron toda la leche que le tenía reservada a sus coqueteos!

El Wily le había tirado las anticonceptivas al inodoro, por lo que la idea de que la estuviésemos embarazando me volvió loco. Le pedí que se mee encima, y lo hizo ni bien le enterré dos dedos en el orto, y enseguida Mirko la ató a un árbol. Le sacó un centenar de fotos así como estaba, llena de moretones, con la bombacha empapada, rapada, con quemaduras y mordidas en toda su piel, con los pezones heridos, con rasguños en el cuello, con la boca encintada y toda sucia por los revolcones que, gracias a las arrastradas por el suelo le regalamos. Pero en especial con toda nuestra leche encima de su cuerpo, o adentro.

Nos pusimos a birrear con un porro viajando de mano en mano delante de ella, que parecía inmutable, con la cara destruida pero con la furia intacta en su mirada.

Antes de las 12 del mediodía nos tomamos el palo. Mirko a su casa a comer, el Wily a lo de su novia y yo a lo de mi tía. La desaté recién a las 4 de la tarde, antes de que llegue la vieja. ¡no sabés cómo me lo agradeció la guacha! Creo que ese sí fue el mejor pete de mi vida, aunque tenía un olor a pis que cortaba hasta el vuelo de los pájaros.

Desde ese día los tres nos garchamos a la caretona de la Romi cuando queremos. Nada nos calienta tanto como llenarla de leche atadita a un árbol, a la cama o a la reja de la ventana de la pieza de mami donde nos entrega el ojete sin nada a cambio.     Fin

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