¡Quería ser su puta!

 

Mi nombre es Brenda. Hace un mes cumplí 23 años, y todavía no tengo claro si merezco el cielo por haberme animado a vivir con mi sexo, mi cuerpo y mis ansias por sobre todas las cosas, o si me espera el infierno por abusar de la confianza, el cariño y la generosidad de mis vecinos. Es que, aquello que comenzó como una fantasía, una charla con las babosas de mis amigas, algunos sueños eróticos que me sorprendían por las noches y conseguían ponerme del mejor humor posible, se concretó en una pasión desgarradora, en un sinuoso laberinto del que, no estoy segura de querer salir con vida.

Cacho y Silvia son mis vecinos de departamento. Ellos viven en el octavo A, y yo con mis padres en el B. nosotros siempre vivimos allí. Ellos se mudaron de Belgrano a Palermo, hace unos 5 años más o menos. No sé bien cómo fue que entre mis padres comenzó a fluir buena energía. De repente, nosotros íbamos a cenar algunos sábados a su depto, o ellos venían a almorzar algunos domingos al nuestro. Cacho amasa las mejores pastas del mundo, y a Silvia, no hay salsa que le baje de los diez puntos. Mis padres, Luis y Julia son abogados, y supongo que eso los acercaba bastante a Silvia, que es doctora en leyes internacionales. El día que sea mayor, quiero tener la vitalidad, la sonrisa y las curvas de esa mujer. ¡Por dios, qué bien se mantiene para sus 53 años! cacho no se le queda atrás. Tiene una sonrisa que enternece, una mirada tan paternal como pícara, sin llegar a ser atrevida, una melena con rulos hasta la mitad de su espalda ancha, unos ojos penetrantes de un azul intenso, y unos labios que, podría pasarme horas mirándoselos mientras habla. ¡Me encanta cuando se le ponen violetas o morados por el vino, durante los almuerzos! Se dedica a la confección de joyas, y tiene muchos clientes famosos. Algunos muy importantes y renombrados. En sus tiempos libres descarga y escucha música de todos lados, lee libros fantásticos y policiales, se deleita con el cine europeo, y prepara el café más rico que, al menos yo he probado jamás. Es elegante para vestirse, habla pausado y se perfuma acorde a las circunstancias. Es muy caballero con su esposa, y sostiene una excelente relación con su hijo Nicolás, que hoy tiene 20 años. Supongo que todavía mi madre anhela que él y yo vivamos una historia de amor apasionada, como esas romanticonas de las novelas de la tarde. Mi padre tampoco deja pasar la oportunidad de hablar de Nico como un buen candidato para mí, por lo agradable, pintón, hincha de Lanús como él, y de buena familia. Incluso, llegaron a brindar por nuestra futura unión. Pero Nico no es mi tipo de hombre, mire por donde se lo mire. De hecho, nos costó tener cosas en común, ya que él se la pasa boludeando con los videojuegos de todo tipo, o buscando minitas en instagram, y yo le dedico la mitad de las horas de mi día a estudiar psicología. Aún así, hoy somos buenos amigos. Eso sucede desde la tarde que le hice jurar que no me miraba las tetas como un baboso, mientras nuestros padres y nosotros tomábamos un helado en el shopping, en una de las pocas salidas que tuvimos todos juntos. Nico me juró que no con una sonrisa poco convincente, y yo le creí, sabiendo que me las comía con los ojos. Imagino que ignora totalmente lo que ocurrió en su depto, una noche de verano como cualquier otra. Habíamos visto una película francesa excelente, según la crítica de Cacho y mi viejo, de la que no puedo recordar el título. En realidad, creo que yo no pude concentrarme ni un minuto en ella. A esas alturas, Cacho me deslumbraba con cualquier gesto insignificante. Aquello de juntarnos a ver películas se había convertido en cosa de todos los fines de semana que pudiéramos los 6, y eso era el alimento perfecto para mis ansias desbocadas. Poco a poco, Cacho fue entrando en mi cuerpo, sin proponérselo, como una caricia sutil, una brisa renovadora que sabe cómo y cuándo soplar, o como una música de pájaros alborotados que me impulsaban todo el tiempo a querer acurrucarme en sus brazos. Soñaba que me espiaba cuando me duchaba, que me apoyaba su verga durísima en el culo cuando nos cruzábamos en el ascensor, o que me acariciaba una pierna por debajo de la mesa mientras almorzábamos. Pero la cosa es que, no solo lo soñaba en la soledad e mi cama. Por ejemplo, aquella noche, no encontraba la manera de no sentirme atraída por él, todo el tiempo, y a cada instante. Yo estaba a su lado, en el sillón más amplio que teníamos, y Silvia tomaba un café tras otro, al otro lado de su marido. Mis viejos de vez en cuando me mandaban a recargar la hielera, o a traer bocaditos con pasas y nueces, o a preparar más café. Pero siempre volvía a sentarme al lado de Cacho, y su perfume me convertía en una esclava de sus sensaciones ocultas. ¿En qué estaría pensando ese hombre? ¿Sabría de mis deseos? ¿Podría oír los latidos de mi corazón, o las punzadas de mi clítoris que ardía como un farol de medianoche, bajo la oscuridad de mi entrepierna?

¡Che, avisale a Nico que estamos acá! ¡Por ahí, se copa, y se viene a tomar una coquita con Bren!, le dijo mi padre a Cacho, mientras Silvia y mi madre hablaban de lo grande que están sus hijos, como si yo no estuviese presente.

¡para qué lo vamos a molestar! ¡Dejalo que disfrute con sus amiguitos ludópatas! ¡Aparte, de lo único que sabe hablar es de juegos, y de tragos raros! ¡Yo no sé por qué los pibes toman tanta porquería licuada! ¡Son ensaladas de fruta con alcohol! ¿Sabés cómo te liquida los sesos?, dijo Cacho, mirándome de soslayo. No entendí si buscaba mi apoyo, o si quería que salga a defender a Nico, o a los chicos de nuestra edad.

¡No seas antiguo Cachito! ¡Son tragos frutales! ¡A las chicas nos encantan esos batidos con alcohol, o los daiquiris, o un buen fernet con mucho hielo!, dijo mi madre con suspicacia.

¡Vos decís eso, porque solo tomás buenos vinos, o whiskys caros amor! ¡Ya van a aprender a tomar buenas cosas! ¡Hay que dejarlos que aprendan solitos!, dijo Silvia, regalándole una mirada dulce y complaciente.

¡Aparte, compadre, dejame decirte, que, es lógico que tomes whisky! ¡Tengo entendido que, bueno, digamos que, a partir de los 50, bueno, una buena medidita, ayuda un poquito! ¿No? ¡Bueno, a mí me contaron!, dijo mi padre, y enseguida mi madre le salió al cruce, ahogando sus últimas palabras con protestas.

¡Gordo, no seas desubicado, que está la nena! ¿Cómo vas a hablar de esas cosas? ¡Hombre tenías que ser!, se expresó mi madre, levantándose del puf, con la excusa de alcanzarle un sobrecito de azúcar a Silvia. Pero la verdad es que se había puesto colorada.

¡Bueno, que la nena, tampoco ya es una nena che!, había murmurado mi padre, supongo que feliz de que mi madre no lo escuchara.

¡No te preocupes corazón, que mi marido no necesita tomar whiskys, ni pastillitas para llevar a cualquier mujer a la cima del placer! ¿Por qué creen que lo celo tanto? ¡Hoy las pendejas están re atrevidas, atorrantas y provocadoras! ¿No mi cielo?, decía Silvia, primero a mi padre, y luego a su marido, mientras lo cargoseaba y se le tiraba encima, como para robarle un beso. Cacho no parecía cómodo con la situación.

¡Che, paren un poco, que está la chiquita! ¿Qué va a pensar de nosotros? ¡Después queremos que los chicos no hablen en doble sentido, o que comprendan cosas! ¡Pero nos comportamos como viejos babosos!, intentaba explicarse Cacho. En ese momento, una de sus manos me rozó la rodilla desnuda, ya que yo andaba con un shortcito rojo, y me estremecí. De hecho, tardé en responderle a Silvia cuando me preguntó: ¿Te sentís incómoda con lo que hablamos nena? ¡Perdonanos mi cielo! ¡A veces los adultos nos ponemos un poco, bueno, no sé, un poco insoportables!

Yo no tenía respuestas posibles para Silvia. Sólo reverberaba en mis sentidos el roce de la mano de Cacho en mi pierna. ¿Por qué nunca me pellizcó la cola, como esos viejos verdes? ¿O no se quedó mirándome las lolas cuando nos cruzamos en las escaleras? ¿O me dijo alguna guarangada entre dientes, procurando que yo no lo oiga, pero esforzándose por ponerme colorada? Sencillamente, eso me excitaba todavía más de él. Que no sea el común denominador de los hombres de su época.

¡Bueno che, que ahora seguro me van a decir que nunca probaron con la pastillita! ¡No es ninguna deshonra mujeres! ¡La iglesia no lo prohíbe al menos! Decía mi padre, riéndose con ganas, un poco ironizando a Silvia, que siempre fue muy creyente.

¡Bueno, yo no sé ustedes, pero, creo que ya empezó la hora de la pavada! ¡Todo lo que la iglesia no prohíbe, no es garantía de nada! ¡Aparte, aprovechemos a charlar de algo más interesante! ¡No todo en la vida es sexo, alcohol, y pastillitas!, se expresó Cacho, justo cuando yo tenía la sensación que desviaba su mirada del rostro de Silvia para fijarse en mis tetas. Pude sentir el filo de sus ojos bondadosos deshojándome los pezones, y pronto, casi sin poder creérmelo, lo oí susurrarme: ¡Vos no les hagas caso, que no saben todo lo que un hombre como yo es capaz de hacer!

En ese momento minúsculo y certero, Silvia y mi madre se enfrentaban a mi viejo, tratándolo de machista, antiguo y otras cosas que no pude procesar. Para colmo, Cacho volvió a rozarme la pierna, aunque ahora un poco más arriba de la rodilla, y deslizaba sus dedos de un lado al otro, como si mi piel no tuviera otras intenciones que enredarse con la suya. Entonces, mi madre se levantó a preparar un café. Yo me ofrecí a poner unos bocaditos en la mesa. Pero Silvia me ganó de mano. Mi viejo seguía cargoso, exasperante y recurrente a tocar temas sexuales. Cacho no tenía buen semblante. Pero cada vez que nuestras miradas se cruzaban, algo se removía en el ambiente. O tal vez era mi burbuja inquieta que buscaba preservar cada gesto de ese hombre para atesorarlo en el rincón más puro de mis ratones. Entonces, cuando quise acordar, estaba hablando con Cacho, una vez más a su lado. Él me contaba que fue a ver a Serú Girán en vivo, a Soda, a Tina Turner, Rod Stewart, y a otras bandas argentinas. Coincidíamos en que la música de hoy es una basura, en que la tele es otro depósito de mugre, y que este país está manejado siempre por los mismos idiotas e incompetentes. Creo que fue cuando le dije que, mi tema favorito de Serú es Desarma y sangra, que se puso tan contento que me abrazó, diciéndome muy cerca del oído: ¡Vos sí que sabés elegir buenas cosas! ¡Por eso, te merecés a un buen chico, que sepa descubrirte, quererte, valorar tu inteligencia, libertades y tu belleza! ¡Espero que encuentres a ese hombre, que el día de mañana te haga sentir una mujer plena!

¡Eeepaa, eeepaaa! ¿Qué andan cuchicheando ustedes dos?, dijo mi viejo, que se percató del abrazo que me estaba dando Cacho. Yo, o mejor dicho, mi cuerpo quería seguir acurrucado en esos brazos, bajo la espesura de su aliento, oyendo su voz serena como una laguna, y sus palabras que me llevaban al infinito. ¿Por qué no me dice que se muere por tocarme las tetas, o por arrancarme la bombacha y conquistar mi sexo? No quería que note que el corazón me latía hasta en el pelo. Así que me zafé de su abrazo con toda la cortesía que pude, y en ese movimiento, justo cuando él levantó una mano, me tocó la teta derecha.

¿No será que le querés echar los galgos a mi hija Cachito? ¿El médico te recomendó carne fresca? ¡Acordate que somos socios!, decía mi padre, desencajado de risa, con una taza de café en una mano, y una copa de champagne en la otra.

¿Qué pasa ahí? ¡Gordo, dejá de decir boludeces, haceme el favor!, se quejaba mi madre, todavía con Silvia en la cocina, aunque sin prestar demasiada atención a lo que pasaba.

¡Luisito, dejame decirte que, para mi marido, tu hijita es solo una nena, que ni siquiera se lava los calzones, querido! ¡Así que, lamento arruinarles el negocio!, decía Silvia, riéndose tan exageradamente que, mi vieja tuvo que chistarla para que baje el volumen de su voz. Cacho me pidió disculpas, y yo me levanté, más por intuición que por gusto. Opté por ir al baño. No tenía ganas de hacer nada. Pero, tenía que disfrutar de esos pequeños estímulos, o arrancarlos de mi cuerpo de una buena vez. Así que, mientras escuchaba el bullicio, me miré al espejo, y casi no me reconozco. ¡Estaba colorada, de los pies a la cabeza! Pero, esa era yo, con mi pelo enrulado y negro, mi tez morena y mis ojos negros, mis 110 de teta, palpitando en mi remerita sin breteles, mi cara de miedo, excitación y vergüenza al mismo tiempo, y algunos rasgos infantiles todavía asomando en mis pupilas. No sabía qué hacer. Irme a la pieza sin saludar, sería de mala educación. Pero, tenía que evitar a ese hombre. ¡Me estaba haciendo mal! De modo que, una vez que empecé a tocarme las tetas, que me estiré los pezones y cerré las piernas para frotarlas una con otra, y de esa forma calmar el fuego de mi vulva, supe que no podría parar de hacerlo. Al punto tal que, cuando metí mi mano adentro del short, noté que mi bombacha estaba caliente, empapada y resbaladiza. ¿Tanto me había excitado? Yo era consciente que no me había hecho pis. Así que, volví a la sala para despedirme. Les dije que no me sentía muy bien, y que prefería descansar. A mi vieja no le sorprendió. A mi viejo le dio igual. Silvia me sugirió tomar un analgésico, y me preguntó si andaba con el asunto de las mujeres. Le dije que no, que solo era un poco de dolor de cabeza. Así que, luego de darle un beso a cada uno, me enfrenté a Cacho, que de paso me acarició la espalda, para lo que tuvo que cuidarse, porque la remerita se me deslizaba con toda facilidad.

Ya en mi cama, y totalmente en bombacha, opté por recorrer todo mi cuerpo, fantaseando que mis manos eran las de ese hombre, que mi respiración era la suya sobre mis pechos, y que la saliva que yo misma me dejaba en los pezones, emergía de esos labios matadores, que seguro podrían succionármelos con toda la pasión que necesitaba.

¡Seguro esta noche sueño que me lo cojo! ¡O, por ahí, él se coge a Silvia, pensando que soy yo! ¡O le chupa las gomas, y se imagina que son las mías!, me dije en voz alta, y eso generó que mis piernas se abran solas para que mi mano empiece a buscar el halo del placer, entre mi bombachita corrida y el orificio de mi vagina depilada. Llegué muy fácil a mi clítoris, ya que tengo los labios de la concha finitos, y encima estaba re lubricada. Me froté, me oí gemir, y eso me excitaba más. Me decía: ¡así putita, dale, tocate para ese viejo rico, que te está viendo, porque sabés bien que se le para la pija cuando te ve las tetas, y que te imagina en bolas en su cama! ¡Dale chanchita, tocate toda, hacete acabar, acabá para ese tipo que te pone así de trola!

Ahora mi cola se frotaba en mis sábanas calientes, mi sudor brotaba de mis mejillas, y me chupaba los dedos, un poco para silenciar mis gemiditos, y otro para luego apretarme las tetas con las manos babeadas, como tanto me gustaba. Ya me había sacado la bombacha, y la tenía en la mano, dispuesta a tirarla al suelo para darme vuelta, y exprimirme la concha encima de alguno de mis almohadones, el que debía acomodar con urgencia bajo mis caderas para empezar a hacerme mía, tan mía como pudiera… cuando, alguien abrió la puerta. Inmediatamente la voz de Silvia se oyó en algún rincón de mi cerebro: ¡Nena, quería saludarte porque, ya nos vamos! ¡Bueno, espero que estés bien, y cualquier cosa, tengo ibuprofeno! ¡Acordate que mi hermana es farmacéutica!

Sé que le contesté algo medio de compromiso, y que ella cerró la puerta. Digamos, que un poco me hice la dormida. Por suerte, no se atrevió a prender la luz. otra vez pensaba en pajearme toda, aunque, aquella interrupción instaló una nueva necesidad en mi ser. ¿Por qué de pronto sentía tanta sed? Sin embargo, el calor de mi vulva me reprochaba, me insistía como una niña caprichosa. Así que, boca arriba como estaba, empecé a frotarme la bombacha en la vagina, introduciendo las puntitas adentro de mi sexo, mientras me frotaba el clítoris con mi pulgar repleto de temblores. Me mojaba cada vez más, gemía despacito, y volvía a pensar en Cacho. ¿Cómo sería su verga? ¿Se habría cogido a muchas mujeres en su juventud? ¿Sería de esos que se acuestan con alguna guacha, solo por sexo? ¿Alguna vez le puso los cuernos a Silvia? ¡Seguro que le tocó el culo a una pendeja en el colectivo, o le miró las piernas a una camarera, o se fijó en las tetas de la panadera de la esquina! ¿Y en mis tetas? ¿Qué pasaría si de repente me ve desnuda, o si, por una fatalidad del destino, abre la puerta y me ve, alzada y caliente? ¿Por qué no entrás y me cogés ahora, y me hacés tu puta? Esas, y miles de preguntas más me aprisionaban la mente, cuando mis dedos entraban y salían de mi concha, mis pezones ardían como dos chimeneas diminutas, y mi otra mano me golpeteaba la cola, ya que, por un momento me acomodé de costado. ¡Tenía ganas de meterme un dedo en el culo, y soñar despierta con que al fin sea uno de los dedos de ese hombre!

De repente, todas mis ansiedades parecían desvanecerse, mientras mi columna experimentaba unas sacudidas de otro mundo, mis dedos se humedecían como pocas veces podía recordarlo, mis tetas revotaban una contra otra, mis dientes mordían mi labio inferior, sorbiendo el aire como si pudiera dividirlo en partículas, y mis piernas se abrían afiebradas, blanditas y temblorosas. Había llegado a un orgasmo tan intenso, que no supe si alguno de mis gemidos pudo haberse oído al otro lado de mi puerta. Tantos estímulos, roces y charlas en doble sentido, me habían llevado a necesitar tocarme así. Y, poco a poco los sonidos del departamento se hacían más presente para mí. Mi mamá y Silvia hablaban de religión. Lo sabía por la forma que tenían de discutir, ya que no era la primera vez que lo hacían. El ascensor traqueteó furioso, y dos adultos intentaban callar el griterío de unos niños. El caniche del vecino del piso de arriba ladró algunas veces, y el escape de una moto rompió a la noche en mil pedazos por unos segundos. Pero al rato, todo era silencio. Seguro Silvia y Cacho se habían ido. Oí la puerta del cuarto de mis viejos, y al rato, alguna cosa que se cayó al suelo. Mi viejo rezongó, y mi madre lo chistó para que baje la voz. Ahora era mucho más consciente de la sed que tenía. ¡Eso me pasa por comer tantas aceitunas! Sé que miré mi Whatsapp, que di una vuelta por algunos videítos graciosos de Instagram, y que, cuando me levanté a cerrar la ventana de mi pieza, me dije que era el momento de ir por alguna gaseosita fresca. Me puse un camisón cortito rosa, el primero que encontré en realidad, un culote y las pantuflas. Pasé por el baño a lavarme las manos, me miré en el espejo, y no pude evitar imaginarme a Cacho sobándome las tetas por adentro del camisón, aprovechándome sin corpiño. Cuando salí, tuve la sensación que no debía hacer mucho ruido con los pies al caminar. No sabía por qué, pero lo sabía. Ni siquiera encendí la luz de la cocina. Entonces, cuando llegué a la heladera, ya con un vaso en la mano para servirme lo que encontrara, me di cuenta que unos ojos me observaban. ¡No podía ser! Creí que al darme vuelta descubriría a mi padre, tal vez en busca de alguna pastilla para la acidez, después de todo lo que se había tomado. ¡Pero no! Cuando todos mis sentidos se re direccionaron al sillón, me encontré con él, apenas sereno, paciente y adormilado. Pero con las pupilas encendidas, una manta cubriéndole las piernas, y una expresión un poco más alegre que la que le vi en primera instancia. ¡Mi vecino se había quedado en casa! Quise decirle algo, pero él me chistó para que guarde silencio, mirándome los labios. Dejé el vaso en la mesa, y le pedí disculpas por interrumpirlo, pensando en irme a la cama. Él detuvo mis pasos con una mirada, como si pudiera traspasar mis huesos, y me invitó a sentarme a su lado. Una oleada de excitación palpitó en mi abdomen, y sentí que se me caía la bombacha mientras caminaba lentamente hacia él.

¡La verdad, es que Silvia está cada vez más inmancable!, me decía en voz baja, consciente que mis padres dormían. Yo me senté, tratando de no rozarlo ni con la tela del camisón, y él siguió hablando.

¡No me gusta que sea tan determinante, exagerada y monotemática! ¡Parece que, a ciertas mujeres, cuando les da la menopausia, no se les ocurre hablar de otra cosa que de sexo! ¡Pero de formas muy burdas! ¡Yo te pido disculpas Brenda, porque, no te merecés escuchar esas cosas!, me decía, apoyando una de sus manos pesadas en mi pierna desnuda. Yo sentía que se me abrían solas, y que los labios me quemaban por dentro.

¡No te preocupes Cacho, que, los pibes de mi edad, a veces dicen cosas peores!, le dije con una sonrisa, aclarándome la garganta para hablarle bajito.

¡Pero, ustedes son jóvenes, y manejan el mismo lenguaje! ¡Es natural que hablen de esas cosas, porque están experimentando! ¡Pero, nosotros, ya vivimos! ¡Ya pasamos por esas cosas! ¡Además, el sexo en nuestro tiempo, ya no es con nuestras parejas! ¡Yo jamás le fui infiel a Silvia, por supuesto! ¡Pero ya no me motiva estar con ella! ¿Entendés? ¡Por eso, no tolero que mienta de esa forma, que diga cosas que no son, y que alardee de sucesos que no existen hace años entre nosotros!, me confió, esta vez llevando su mano un poco más arriba de mi rodilla. De repente, me acarició el pelo con una paciencia paternal, y me dijo: ¡Aparte, vos sos hermosa, y no tenés que escuchar estas cosas!

¡Pero, a mí no me molesta escucharte! ¡De paso, aprendo un poco, como sienten los adultos!, le dije, sin querer, usando una vocecita más aguda, subiendo una de mis piernas sobre la de él, luego de pegarme un poco a su costado.

¡La verdad, tus viejos me dejaron dormir acá, por esta noche! ¡Silvia estaba muy borracha, y era cantado que si volvía con ella, todavía estábamos discutiendo!, me dijo, apartando su mano de mi pelo, y yo lo tomé como que eso era un retroceso en todo lo que yo intentaba, al menos de forma involuntaria.

¡No sabía que se llevaban mal!, le dije, mientras él me miraba los labios, y luego las tetas.

¡No, mal no nos llevamos! ¡Pasa que, ella toma, y se le sale la cadena! ¡Me recrimina cosas, pero no reconoce nada de lo que yo pueda decirle! ¿Sabés hace cuánto que no me espera, o no me seduce, o no se pone algo lindo en la intimidad, o no me sigue el juego para nada? ¡Uuuy, disculpame nena! ¡Me estoy yendo de boca!, me dijo, intentando retirar mi pierna de arriba de la suya.

¿En serio? ¿Hace mucho que no estás sexualmente con ella? ¿Y cómo hacés?, le dije, ahora paseándome la lengua por los labios entreabiertos.

¡No me hagas eso chiquita, que, yo puedo ser un padre para vos, y, no sería justo!, me dijo, acercándose a mi oído. Esas palabras me hicieron suspirar, y eso lo motivó a que me acaricie las mejillas.

¡Lo que no es justo, es que vos no tengas sexo con nadie, por esperarla, o por no entenderte con ella!, le dije, advirtiendo que mi camisón no lograba cubrirme las tetas por completo, y que un aroma especial comenzaba a emerger de mis hormonas. ¡Me sentía como si, ni siquiera me hubiese masturbado!

¡Bueno, y tampoco es justo que vos tengas esas tetas hermosas, ese culo siempre apretadito en esos shores que te ponés, y que me pases por al lado, y yo me muera por tocarte! ¡Y que encima andes solita! ¿Vos te pensás que yo no te miro? ¡El otro día Silvia me acusó de viejo verde, solo porque me quedé mirándote más de la cuenta!, me confió. Ese día, fui a su departamento a llevarle un paquete de arroz integral. Y me aparecí con un mini short, y con una remera ajustada, y sin corpiño. Como era una urgencia, salí así como estaba.

¿Qué decís? ¿Así que Silvia, te cela? ¡Y, bueno, es entendible que andes mirando a las chicas, si con ella no pasa nada!, le dije, cada vez más encima de él, con una de sus manos sobre mi panza, y la otra reanudando sus caricias por mi pelo.

¡No te equivoques nena! ¡No miro a cualquier chica! ¡Sólo tengo ojos para estas tetas preciosas!, me dijo, directamente sobándome una de ellas, respirando algo entrecortado. Me calentaba más todavía que me hablara por lo bajo, cerquita del oído. Él también me ponía el suyo, para que yo le responda en forma de susurros.

¿En serio te gustan? ¿Siempre me las miraste? ¿Y, también me mirás el culo? ¡Eso no se hace con las vecinas! ¡Y, menos con la hija de tus amigos!, le decía, mientras ya sentía cómo las yemas de sus dedos rodeaban mi pezón erecto, y como su otra mano comenzaba a escurrirse por debajo del camisón para tocarme la otra teta.

¡Obvio que te miro el culito nena! ¡Siempre sueño que te arrincono en el ascensor, y que te apoyo ese culo, sin importarme quién esté a mi alrededor! ¡Aparte, vos sabés que provocás a los hombres, guacha! ¡No te hagas la inocente!, me decía, poco a poco trayéndome hacia él, hasta lograr sentarme arriba de sus piernas. Al principio me tapó con la manta, y empezó a recorrer mis piernas con sus manos, y se detenía a centímetros de mis caderas. Mientras tanto, sentía en mi culo que algo duro comenzaba a demostrarme sus intenciones, y miles de escalofríos se me atragantaban en las venas. Luego, casi sin darme tiempo a nada, se llenó las dos manos con mis tetas, por debajo del camisón, y empezó a mecerme de atrás hacia adelante, para que mi culo se frote contra su virilidad, haciendo que mis pantuflas caigan al suelo como dos gotas de aire.

¡Te gusta que te aprieten las tetas así nena? ¿Así nenita, querés más? ¿Te gusta sentirla así de dura en el culo? ¡No sabés cómo se me para cuando te veo, y cómo te celo de los babosos del piso de arriba! ¡Esos te quieren voltear! ¿Sabías? ¡Y, los pendejos de la planta baja, esos deben matarse a pajas cada vez que te ven pasar con esos shortcitos!, me decía, respirando contra mi nuca, buscando y atrapando mi oreja para darle algunos mordisquitos, y a veces para meterse mi lóbulo entre los labios. Entonces, de repente empecé a sentir que uno de sus dedos hacía círculos en mi entre pierna, y reparé en que el camisón se me había subido. ¡Ya estaba casi en bombacha, frotándome contra su pija, y ese dedo, palpaba el calor de mi vulva, casi sin discreciones!

¡Basta, mejor, dejemos todo esto acá!, llegué a balbucearle como un perrito mojado, o como una nena miedosa, sorprendida en la peor de sus travesuras.

¿Cómo decís? ¡Me parece que no vamos a dejar nada mi chiquita! ¡Mirá cómo se te abren solitas las piernas! ¡Te encanta frotarme la cola en la pija!, me dijo al oído, y yo deseé con todas mis fuerzas que se deje de joder, y me coja ahí mismo. Ya ni me importaba si mis viejos nos encontraban. Pronto, sin saber cómo llegué a tomar ese impulso, me di vueltas sobre él, y me subí el camisón, enrollándolo en mi cuello para ponerle mis tetas en la cara, y se lo pedí.

¡Dale, oleme las tetas, y chupalas, comeme las tetas! ¿Te gustan? ¿Me las querés chupar?, le decía desatada y en voz alta. Él tuvo que darme un chirlo en la cola para que me calle, o para que le hable más bajo, y luego de acomodar mis rodillas para que no se las clave en las piernas, me sacó el camisón en un solo intento, y se dispuso a oler, besar y sorber mis tetas. ¡Me volvía loca que, cada succión de mis pezones lo acompañara con un pellizco a mi cola, o con una estirada del elástico de mi bombacha para que me chicotee la piel! Además, jadeaba, me las agarraba con una mano y se la fregaba desde la nariz hasta el mentón, y las juntaba para meterse ambos pezones en la boca, diciéndome: ¡Son re ricas tus tetas guacha, me encanta el olor de tus tetas, son tetas de una hembra que quiere pija todo el día! ¡Yo te voy a coger estas tetas, vas a ver guachita! ¿Algún pendejo te las mamó así?

A esa altura ya sentía hilos de mis propios jugos descender por mis piernas, y la prisión de mi bombacha no me dejaba respirar en paz. Pero, sabía que si me la sacaba, no tendría otra alternativa que cogérmelo ahí nomás.

¿Y a vos, alguna pendeja te mamó la pija? ¿O te pajeó con sus tetas? ¿Te gustaría cogerme las tetas papi?, le decía, mientras poco a poco me bajaba de sus piernas, con la idea fija de arrodillarme y sorprenderme con lo que el destino me tuviera preparado. De modo que, él mismo se bajó el pantalón, y luego yo le sujeté las manos para mordisquearle la puntita de la verga sobre su bóxer negro. ¡Tenía una pija ancha, re parada y tan dura como un pedazo de mármol milenario! ¡Estaba húmeda, caliente y lista para mi boca, para el fuego de mi concha, o para la inexperiencia de mi culo!

¡Esperá chiquita! ¿Estás segura que te querés quedar con mi leche? ¿Te la vas a tomar toda, como a una mamadera? ¡Mirá que, creo que ni bien me la toques con la lengua, te la largo toda!, me dijo entre preocupado y en llamas. Yo, en esos momentos no era capaz de responderle. Así que, le metí la mano abajo del calzoncillo, liberé su músculo tenso y ancho para admirarlo un buen rato, y me lo acerqué a las tetas, las que previamente me escupí para que sus ojos se asombren todavía más. Usé su pija como un pincel contra mi cara, y después la atrapé entre mis gomas para frotarla, apretarla, subir y bajarle la piel, para darle alguna pequeña lamida a su glande púrpura y húmedo, y para volver a presionarla, haciendo que todo ese juguito me salpique hasta la cara. Después me entretuve oliendo su bóxer, lamiendo sus huevos y besuqueándole las piernas, cosa que lo hacía suspirar cada vez más fuerte. Aquello podría habernos metido en problemas. Por eso, por momentos le clavaba las uñas en las piernas, diciéndole con una voz de putita que jamás me había reconocido: ¡Shhh, pará, que nos van a escuchar, y no me vas a poder dar toda la lechita, y me voy a tener que ir a la cama con hambre, con la boquita seca, y la concha caliente!

De pronto sus dos manos me levantaron de los pómulos, dejándome con todas las ganas de meterme esa pija en la boca. Me sentó sobre sus piernas, empezó a pellizcarme la cola y a sobarme la conchita con ganas, como si me la estuviese moldeando para después hornearla en el fuego de sus entrañas, mientras me decía: ¡Siempre quise saber cómo es la conchita de una nena como vos, a qué huele, a qué sabe, y ver cómo quedan metiditas adentro de las bombachitas perfumadas que usan! ¿Vos te ponés perfumito en la bombacha nena? ¡La tenés toda mojada chiquita, y bien gordita como a mí me gusta! ¿Puedo meterte un dedito?

No esperó mi respuesta. Empezó a hundir sus dedos por encima de la tela de mi bombacha, y eso me enfermaba de calentura.

¿Por qué no me sacás la bombacha de una vez, y comprobás todo eso por vos mismo? ¿No querés chuparme la conchita? ¿Olerme toda? ¡Yo quiero esta pija toda adentro!, le dije sin poder resistirme más, manoteándole el calzoncillo, porque su pija estaba al aire, pero bajo el reparo de mis nalgas que se la apretaban y friccionaban.

¡Tiempo al tiempo guachita! ¡Sabés que con la calentura que tengo, si te la llego a meter, te acabo todo ahí! ¡Imagino que no querrás quedar embarazada! ¿No? ¿Ya cogiste con un hombre maduro como yo?, me decía, comiéndose mis orejas, chirleándome la cola y tironeándome la bombacha, todavía intentando perforarla con su dedo. Hasta que me la corrió, y entonces un chorro de flujos comenzó a expandirse desde mi vagina hasta sus piernas. ¡Ojalá no piense que me hice pis encima! Pensaba, mientras mi hombre volvía a morderme las tetas, acomodándome frente a él, manipulando mi cuerpo del culo. Sentí que su pija golpeaba mis piernas, y que sus rodillas comenzaban a dar saltitos bajo mi humanidad. Entonces, de repente, como si fuera un disparo certero, imposible de no esperar, una especie de cataclismo me cortó la respiración por un momento, y me hizo gemir: ¡Aaaaiaaaa, aaaaay, dame máaaas, asíiii, así guacho, asíii, cogemeeee!

Su pija había transgredido el orificio de mi vagina de un solo golpe, y ya recorría cada espacio de mi interior con urgencia, abriéndome toda, separando aún más mis caderas, obligándome a controlar mis gemidos, y haciendo que mi espalda sienta cada envestida como una puñalada dulce, deliciosamente carnal. Mis tetas se entrechocaban con su pecho, y de vez en cuando su boca atacaba uno de mis pezones, o me tatuaba un chupón en el cuello, o me lengüeteaba la nariz.

¡Tomá putita, sentila toda, te estoy cogiendo toda bebé, para que le cuentes a tu papi, que Cachito no toma pastillas, y que se mueve a su hija en su propia casa! ¿Cómo te me vas a aparecer así, en bombachita, y tan regalada nena? ¡Qué pedazo de culo, y que tetas ricas tenés guacha! ¿Pensabas que nunca te iba a coger así?, me decía al oído, cada vez que lograba meterme un dedo en la boca para que se lo chupe. Mi pelo desordenado se nos metía por cualquier orificio, y sus manos se aferraban a mis pompis para que no me caiga del ritmo frenético de la cogida que me estaba regalando. ¡Hasta en eso demostraba que es un caballero!

¡Asíii, dame pijaaa, toda esa pija quiero, todo el día en la conchita, cogeme papi, así, delante de mi mami, y que Silvia vea cómo le das la lechita a tu vecina, y que sepa que te gusta mirarme las tetas!, le decía gimiendo, saltando sobre su cuerpo, sintiendo que su pija se ensanchaba más y más en mi sexo. Sentí sus uñas en mi espalda, y él debió haber notado las mías en sus hombros. También advertí que varias veces me rozó el culo con un dedo, y que no logró introducirlo gracias a mi bombacha. Y entonces, mientras me juraba que de ahora en adelante se cogería a Silvia pensando en mis tetas, empecé a escuchar movimientos bruscos que provenían del cuarto de mis viejos. Los dos nos quedamos en suspenso por unos minutos, o segundos, por si había que correr.

¡Mirá vos! ¡Parece que, tus papis te están buscando un nuevo hermanito! ¡Y vos acá, conmigo, cogiendo con el viejo de tu vecino! ¿Vos también querés un bebé  chiquita?, me decía, reiniciando sus movimientos, una vez que ambos descubrimos que mis viejos no se guardaban nada, al otro lado de la puerta de su habitación. De nuevo mis caderas comenzaron a brincar, a saltar, abrirse más. Mis tetas volvían a revotar contra él, y nuestras bocas, al fin se juntaron para compartir todo el placer que nuestros sexos eran capaces de darnos. ¡Me volvía loca que me muerda el costadito de la boca, y que me pida la lengua adentro de la suya! YO sentía que mis jugos hacían cada vez más resbaladizo a nuestro combate sexual, y él, para colmo me nalgueaba fuerte, sabiendo que mis padres no nos prestaban ni la mínima atención. Pero, de repente, justo cuando yo empecé a morderle la boca, arañándole las tetillas, diciéndole con mi aliento desparramado y caliente, sin parar de gemir: ¿Te gusta cogerte a esta nena? ¿Te calienta coger conmigo, con mis papis en la casa? ¿Tengo la conchita caliente, como te gusta? ¡Quiero que esa pija me llene toda de leche, que me hagas sentir tu puta, para siempre!, en ese momento, su cuerpo comenzó a romper cada esquema, todo el clima, cada uno de los hechizos de nuestra calentura, todos, y cada una de las pasiones que nos mantenían unidos, abotonados y rebeldes, como en una maratón sin final. Sus manos comenzaron a presionar mi culo contra su pubis, sus brazos multiplicaban sus esfuerzos por no dejarme caer, o resbalar de sus piernas empapadas, y su pija se encallaba en lo más profundo que pudiera de mí. Yo sentía cómo irremediablemente su semen salía como un mar de lava hirviendo de su pene, para humedecerme toda por dentro, y cómo sus jadeos lo renovaban de felicidad. Parecía que no iba a terminar jamás de expulsar chorros de leche adentro mío, mientras mis tetas reposaban cada vez más pegadas a su pecho palpitante, sus manos me abrían las nalgas en una especie de caricias obscenas, y poco a poco, nuestras tensiones se aflojaban. El sonido del ambiente seguía trayéndonos palabras sueltas, algunos ecos de algo que sonaba a cachetadas, y ciertas corridas de muebles de la pieza de mis padres. Ahora todo estaba más claro. ¿Cómo podían ser tan desubicados? ¿Acaso se habrían olvidado que Cacho estaba durmiendo en el sillón del living? Bueno, acaso, ¿Cacho dormía? ¿Ellos habrían escuchado algo de lo nuestro?

¡Bajate chiquita, que necesito un vaso de agua, o me voy a morir de la vergüenza! ¿Cómo pudimos hacer esto? ¿Por qué no me paraste? ¿Con qué cara miro a tus padres mañana? ¡O, todavía peor! ¿Cómo hago ahora para que me veas como a un hombre normal? ¡No me va a alcanzar la vida para pedirte perdón, por lo que te hice!, empezó a decirme, tornando su rostro en una agonía con olor a tristeza, o a despedida.

¿Qué? ¿Qué decís? ¡Vos no me hiciste nada! ¡En todo caso, los dos quisimos! ¡Yo, hace rato que quería que me hagas algo! ¡Y, por mis viejos, ni te preocupes! ¡Están en la suya!, empecé a decirle, mientras me despegaba de su cuerpo, me arreglaba la bombacha y sentía cómo muy de a poco sus gotas de semen caían lenta y progresivamente de mi vagina. Estaba mareada, con más sed que antes, relajada y sudorosa. Pero feliz. ¡No podía explicarme cómo podía decir que había tenido sexo alguna vez, después de todo lo que ese hombre maduro, caliente y sabio me había hecho sentir! Sabía que no se había cuidado, y que yo no tomaba pastillas. Y en ese momento, ansiaba con todas mis ganas tener un bebé, producto de la inmensa felicidad que alcancé al tenerlo adentro mío, manoseándome, mordiéndome toda, oliéndome entera y recorriéndome hasta con su aliento.

¡De verdad, quedate tranquilo, que yo jamás te voy a culpar de nada! ¡Yo me moría de ganas de que me cojas, de sentir esa pija, de que me toques, que me chupes las tetas, que me mires desnuda, de comerte la boca!, le decía, ahora sentada sobre sus piernas, solo para que su oído derecho lo internalice y se lo transmita a su alma.

¡Es más, yo, quiero que vuelvas a cogerme! Necesito probar tu leche, y saber cómo me chuparías la concha!, seguía susurrándole, mientras él no daba crédito a mis palabras.

¡Vos me estás tomando el pelo chiquita! ¡Voy a ir preso si te vuelvo a tocar!, me decía, aunque esta vez sonreía un poco más animado.

¡en serio, relajate de una vez, que me hiciste sentir una puta, como lo necesitaba! ¡Es más, si fuera por mí, te llevo conmigo, a mi cama, para que me sigas cogiendo! ¿O me vas a decir que no te morís por chuparme la concha!, le decía, acomodándole el pito adentro del calzoncillo.

¡Si no te vestís, me vas a seguir tentando!, le dije, levantándome con la intención de traernos algo para tomar.

¡No Brenda, dejá! ¡Yo me voy a casa! ¡Necesito pensar en todo esto! ¡Al final, terminé cuerneando a mi esposa!¡Jamás creí que pudiera hacerlo alguna vez!, decía, de nuevo en voz baja, ya que la batalla sexual entre mis padres parecía diluirse, y otra vez reinaba el silencio.

¿Y eso te preocupa ahora? ¡Acabás de cogerte a una chica, como hacía tiempo que no lo hacías! ¡Ella tiene la culpa, de alguna forma de nuestro desliz! ¿No te parece? ¡Dejá de pensar, y disfrutá, como yo disfruté de esa pija, y de nuestro momento!, le dije, tratando de ponerme el camisón.

¡Tenés razón nena! ¡Pero, igual, esto es demasiado para mí! ¿Qué pensás que voy a querer cuando te cruce en el ascensor?, replicó, ayudándome a ponerme las pantuflas.

¡Y, supongo que querrás apoyármela toda en la cola! ¡Y, yo, me voy a dejar! ¡Es más, siempre tuve la fantasía de que me hagan la cola ahí! ¡Te juro que te lo voy a pedir! ¡Y vos no vas a querer parar! ¡Me vas a hacer el culo, hasta que me mee encima!, le dije mordiéndome los labios, sorbiendo el aire y mis propios hilitos de baba, tratando de calmar al renovado fuego que emergía de mi vulva.

¡Escuchame pendeja putona! ¡No me sigas provocando, porque te voy a terminar haciendo esa cola acá nomás!, me dijo al oído, un segundo antes de terminar de acomodarse la ropa.

¡Además, me voy a tener que bañar! ¡Debo tener un olor a pendejita calentona tremendo!, me decía mientras yo le abría la puerta, y él me comía las tetas con los ojos.

¡Mañana, en el ascensor, te chupo las tetas, para que te mojes toda!, me dijo entonces, mientras me pellizcaba el culo por última vez, antes de convertirse en una silueta desapareciendo en la oscuridad del edificio. Yo entré a la cocina tras cerrar con llave, y entonces descubrí a mi viejo sirviéndose un vaso de agua helada.

¡Hija! ¿Qué hacés así? ¡No llegué a decirte que, Cachito discutió con Silvia, y que se, tuvo que quedarse a… Dios mío! ¿Y Cacho?, se sorprendió al mirar el sillón vacío.

¡Calmate pa, que ya sé lo que pasó! ¡Estuvimos hablando, y creo que lo convencí de volver a su casa! ¡digamos que, usé mi psicología para ayudarle a entender a las mujeres! ¡Vos sabés que soy buena en esto! ¡Ya debe estar hablando con Silvia! ¡Aaah, y por favor… dejen de tratar con mami de encajarme a ese nabo de Nicolás!, le dije, tratando de maquillar el momento. Sabía que estaba llena de chupones, que olía a sexo, que tenía la bombacha empapada de semen, que todavía me temblaban las piernas, y que volvía a sentirme caliente. Pero mi papi no se dio cuenta de nada. Al fin logré ser la putita de mi vecino. ¡Y todo lo que nos esperaba de ahora en más!      Fin

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Comentarios

  1. Por que será que no me sorprendes? además, quien de los que ya tenemos algunos años, no soñó con una experiencia así y vos la relataste muy vívidamente. Excelente!

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