La mamá de Matías confió en mí desde el primer momento. En mis 30 años, nunca había tenido al cuidado a un nene tan especial. Matías era ciego, hijo único de una familia híper ocupada, inteligente, tímido, bastante ordenado y muy introvertido. Él fue uno de los primeros niños que cuidé, cuando yo tenía 24. Su madre me había explicado que había nacido ciego, pero que eso no era impedimento para nada. Yo podía jugar con él, tratarlo como tal, ayudarlo en todo, siempre haciéndole tocar el orden de las cosas para que no se sorprenda, o se choque con algo, y que eso era todo. Mati tenía 5 años, pero hablaba mejor que otros nenes, y era bastante despierto, desenvuelto y súper tranquilo. Casi no daba trabajo. Por eso no comprendí nunca por qué su madre me sugería que, por las dudas, todas las veces que lo llevara a su cama a dormir la siesta, le pusiera pañales. No entendía si era una forma de sobre protegerlo, si quería facilitarme la vida, o por qué tenía esa especie de pedido, ya que Mati iba al baño solito. Pero, a mí me pagaban para eso, y yo necesitaba el empleo. Entonces, recuerdo que, cada vez que lo acostaba en su cama, luego de un rico e impostergable alfajor de dulce de leche, le sacaba el pantalón y el calzoncillito para colocarle un pañal y, que eso a él le re divertía. Yo aprovechaba a hacerle cosquillitas, y cuando le levantaba la cola para colocárselo bien, él siempre me agarraba las manos y las conducía a su pene. ¡Me encantaba mirárselo, fantasear con que me lo metía en la boca y se lo empezaba a comer todo, mientras se volvía cada vez más grande entre los recovecos de mi boca! Pero todo quedaba allí, en la fantasía. Recuerdo que su olor me enternecía y me calentaba al mismo tiempo. Un olorcito a nene, a inocencia, a bebé mezclado con vergüenza y chocolate. A él le hacía mucha gracia cuando le decía: ¡No bebito, eso no se toca! ¡Y menos yo, que soy tu niñera! ¡Es re lindo ese pitito, pero solo vos te lo podés tocar!
En las tardes, lo despertaba a eso de las 5-30 con su leche chocolatada. Allí era el momento de sacarle el pañal, y de vestirlo como al principito de la casa. Creo que a él le daba mucho regocijo hacerse pis encima durante esas siestas. Varias veces, cuando no quería levantarse del cobijo de sus sábanas calentitas, en esas tardes frías de invierno, le hacía upa y me lo llevaba a la cocina, para que tome la lechita sobre mi falda. Yo, generalmente le cantaba alguna canción infantil, o le contaba algún cuentito, mientras sus manos inquietas parecían querer tocar algo más de mí. ¡Y siempre lograba rozarme una teta! Una de esas tardes, recuerdo que me calenté mucho cuando, sin entender bien las razones, le agarré una manito y la metí adentro de mi camisita, colocándola encima de mi corpiño, y le dije: ¡Vos ya sos grandecito para usar pañalines bebé! ¡Pero, por lo que veo, tu mami ya no te deja tocarle sus tetas! ¿Será por eso que querés tocar las mías?
Pero, a los días, mi familia decidió mudarse a otra ciudad, y tuvo que pasar el tiempo hasta volverme a encontrar con Alicia, la madre de Matías. Fue casi una casualidad. Yo compraba una medicación para llevarle a mi abuela, y Alicia unos pañales en la farmacia. Cuando me vio, me reconoció enseguida. Le dije que estaba desempleada, que todavía seguía en planes de terminar mi carrera, y que por suerte permanecía soltera. Alicia me dijo que, si yo no tenía problemas, ella y su marido podrían volver a emplearme.
¡Mati está re lindo, y re grande! ¡Le va a encantar volver a encontrarse con vos! ¡Siempre te recuerda, y dice que fuiste muy buena con él! ¡Ahora está en primer año del secundario, y, bueno, mi marido y yo, seguimos con los horarios despelotados! ¡Así que, si querés, podés empezar mañana mismo! ¡Tu tarea es sencilla! ¡Solo es, prepararle la comida al mediodía cuando llega del cole, que lo trae el transporte, y después, ayudarlo con lo que necesite! ¿Pero más que nada, ser su compañía! ¿Qué me decís? ¡Por las dudas, acá te doy mi tarjeta personal! ¡Pensalo, y me llamás hermosa!, me dijo Alicia, casi sin dejarme meter bocado. Estaba apurada, histérica, mirando el reloj con insistencia, y a la cajera de la farmacia con cara de culo, cosa que era habitual en ella. A mí siempre se me hizo que se perseguía porque, tenía algún amante por alguna parte. No hizo falta pensarlo demasiado. Le dije que sí enseguida, y, esa misma tarde hablamos por teléfono para acordar mis aranceles, el tiempo que debía estar con Matías, y las actividades más importantes que debía realizar.
Al otro día, apenas Matías llegó, se encontró conmigo, sentada a la mesa del comedor, donde ya estaban servidas unas milanesas con papas fritas, el menú favorito de mi primer niño. Ahora tenía 12 años, la cara más gordita, el pelo largo y negro, una sonrisa un poco más amable, unos dientes blancos y la misma expresión de vacío en sus ojos.
¡Hola Mati! ¿Te acordás de mí chiquito? ¡Dejá tu mochila en el sillón, y andá a lavarte las manos, que ya está la comida!, le dije, con un dejo de moción, intentando detectar la sorpresa en su rostro. Fue inmediato. Su sonrisa se amplificó como un ventanal al paraíso. Se puso rojo de vergüenza, o de expectación. Movía la cabeza hacia un lado y al otro, como no entendiendo nada, y hasta dejó resbalar algunas lagrimitas. Entonces, me levanté de la silla y lo abracé, como si una ausencia horrible hubiesen separado a una tía de su sobrino preferido.
¡Luli! ¿Sos, sos vos? ¿De verdad?, balbuceaba maravillado.
¡Estás hermoso Mati! ¡Estás re grande, lindo, y bueno, más alto también! ¡Imagino que ya debés tener alguna novia!, le dije, cayendo en lo obvio en esas situaciones, mientras nos despegábamos de ese abrazo intenso para sentarnos a la mesa. Yo misma lo acompañé al baño y le lavé las manos.
¡No te acostumbres, que no voy a malcriarte nene! ¿Escuchaste?, le decía, sonriendo extrañada, sintiendo cositas raras en la panza y en la vagina.
¡Dale Mati, no me mientas! ¿Tenés alguna chica que te guste? ¿En el cole, o por acá, en el barrio?, le decía, mientras comíamos, luego de que él me preguntara un montón de cosas de mi vida. Como no era de muchas palabras, apenas me balbuceaba unos tímidos: ¡No, nada que ver, a mí, noooo, ni ahí!
¡Bueno, imagino que, después de estas milanesas geniales que te preparé, Te vas a querer ir a dormir una siestita! ¿No? ¿O, preferís hacer los deberes ahora?, le pregunté, una vez que bostezó a sus anchas. Él dijo que terminaría unas cosas de biología, y que después, por ahí se tiraba un ratito.
¿Cómo se llama tu profe de biología?, le pregunté como al pasar, mientras levantaba los platos.
¡Se llama Lucía, como vos! ¡Y, tiene la vocecita re dulce, igual que vos!, me dijo, un poco nervioso, tironeando la mochila que había dejado en una silla para abrirla y sacar las cosas disponiéndose a trabajar. Yo me reí, entre acalorada y sorprendida.
¿Y te gusta ella? ¡O sea, Los chicos te dijeron cómo es, más o menos? ¡Igual, eso que tenga la voz dulce como yo, no sé si me gusta tanto!, le dije, celándolo un poco, más para jugar con él que otra cosa.
¡Sí, me gusta! ¡Pero, a pesar que es joven, me lleva como 20 años! ¡Los chicos dicen que tiene unos lindos pechos! ¡para mi gusto, bueno, es muy exigente! ¡A mí me gustaría tocarla, como para saber si es como me la imagino!, se expresó en libertad, abriéndome su confianza como un amanecer, mientras buscaba alguna hoja en su pesada carpeta en braille.
¡Miralo vos al bebito de la familia! ¡Qué atrevidito resultaste! ¡Y, yo que pensaba que eras un santo!, le dije, sin olvidarme de reírme. Él suspiró, pero acompañó mis risas con las suyas.
¡Igual, creo que sos el único que, en estos días que corren, le dice pechos a las tetas! ¿Soñaste con tu profe alguna vez?, averigüé extasiada. Ya me había sentado a su lado a tomar un té, mientras él buscaba concentrarse. Pero, mi visita inesperada no se lo permitía.
¡Sí, una vez soñé que nos quedábamos solos en el salón, y que ella me retaba por, por, bueno, no sé si te lo puedo decir! ¡Pero, estaba haciendo algo malo!, dijo, y se estremeció de golpe.
¡Bueno, ya que empezaste, ahora hablá bebé! ¿Qué hacías en el salón? ¿Te tocabas el pito?, se me escapó segundos antes de poder pensar con claridad en lo que iba a decirle. Él se atragantó con su propia saliva, seguro que tan sorprendido como yo, y se echó a reír.
¡Aaaah, te descubrí! ¡Sos un chancho Mati! ¡No podés tocarte en el salón, delante de la profe! ¡Pero, bueno, al menos zafaste, porque era un sueño!, le dije, sumándome a su risa contagiosa, sin saber a dónde meterme. Después, de la nada me preguntó si tenía novio, si yo soñaba con mis profesores de la escuela cuando era chiquita, si tenía alguna hermana o prima para presentarle, que no tuviese más de 15 o 16 años, y si había cuidado a otros chicos ciegos en todo el tiempo que no estuve con él.
¡Mirá, hermanas tan chiquitas no tengo, atrevido! ¡Y sí, algunas veces soñé con profes del colegio! ¡Pero, no sé si te lo quiero contar! ¡No cuidé a otros chicos ciegos, porque no se dio la oportunidad! ¡Y, en cuanto a novios, creo que estoy mejor así, solita! ¡Y ahora, mejor ponete las pilas, así terminás esos deberes y te podés ir a recostar! ¡Te voy a preparar la pieza, que, seguro debe estar toda desordenada!, le dije, mientras me levantaba para ponerme manos a la obra. Y se puso un poco inquieto, y empezó a decirme, al tiempo que yo caminaba hacia su cuarto: ¡Lu, igual, solo arreglame la cama nomás! ¡No abras la parte de abajo del ropero, porque ahí, ya ordené todo! ¡Y, la ropa que veas tirada debajo de la silla de mi escritorio, dejala ahí, que yo después la levanto!
Le dije que sí a todo, un poco confundida. Evidentemente, no quería que vea su ropa sucia, o vaya a saber qué. De modo que, esa vez respeté su privacidad, hasta donde pude. No abrí el ropero, como me lo pidió. Pero, sí descubrí que en el centro de sus sábanas había manchas blancas, como surcos haciendo laberintos. Estaban secas, pero podía interpretarse claramente que, mi nene se había masturbado la noche anterior. ¿Y no sólo una vez! ¿Cómo lo haría? ¿En qué pensaba? ¿Serían sueños húmedos? ¿O era consciente de masturbarse? ¿Se imaginaba mordiéndole las tetas a la profe de biología? ¿O, alguna otra chica se metía en su cabeza para susurrarle chanchadas al oído? Pensaba en eso, mientras acercaba la nariz a la sábana, y me dejaba llevar por el aroma de su esencia, al mismo tiempo que me palpaba la vulva sobre la ropa, y los pasos de Matías se acercaban cada vez más a su cuarto, tan parsimoniosamente que, por un momento intuí que sospechaba lo que estaba haciendo.
¡Terminaste con las tareas bebé? ¿Te vas a acostar? ¡Yo casi termino de arreglarte la camita!, le dije aparentando tranquilidad, sin dejar de frotarme, sabiendo que él no me veía. No quería aprovecharme de esa situación, pero era más fuerte que yo.
¡Sí, ya terminé! ¡Igual, me voy a tirar un ratito nomás!, me decía, sentándose en la cama, esperando que lo deje solo para desvestirse. No lo mencionó, pero era obvio, porque se lo veía tieso, impaciente. Así que, lo dejé solito, aunque, vi hasta el momento en que se quitó el pantalón. ¿Cómo podía ser que un nene de esa edad, ya tuviese el pito tan parado? Además, bajo su calzoncillo rojo se ocultaba una cola bien redondita, generosa y más que comestible. Pero, antes que se meta a la cama, cerré la puerta, y me puse con los quehaceres de la casa.
Por la tarde fui a despertarlo, y todo estuvo normal. Aunque, él elogió mi perfume al olfatear mi cuello en el momento que lo destapaba, porque no quería despegarse de la almohada. Sentir el roce de su aire exhalando de mi pelo, me convirtió en alguien especial por un instante.
Los días pasaron, y todo fue siempre más o menos igual. Él llegaba de la escuela, yo lo esperaba con la comida, y luego, a veces se acostaba para hacer sus tareas más tarde, o al revés. Pero nunca se levantaba después de las 6. Más o menos a esa hora llegaban sus padres, y yo me iba a casa. Pero uno de esos mediodías, ni bien terminó de comerse un heladito de chocolate, me acerqué a limpiarle la boca con la última servilleta de papel que quedaba. Él se sorprendió. Entonces, como estaba sentado en el sillón y tenía las piernas separadas, vi que tenía el pito parado. Además, traía puesto un pantalón que ya le quedaba chico.
¡Bueno Mati, vamos a la cama! ¡Ya te limpié la boca, pero, por las dudas, cuando te laves las manos, limpiate mejor! ¡Y dale, que tenés un montón de cosas de lengua para terminar!, le dije, ayudándolo a levantarse. Él, estaba incómodo. Pero dejaba que yo lo ponga de pie, y le suba un poquito el pantalón, arreglándole la remera. Ahí me hice la tonta, y aproveché a tocarle el pito.
¡Uuuy Mati, me parece que, vas a tener que ir al baño! ¿Te acordás cuando te ponía pañales? ¡A mí, no me gustaba mucho la idea, pero tu mami me lo pedía!, le confesé, sin una razón verdadera. Él se quedó inmóvil, pero enseguida agregó: ¡A mí me gustaba cuando me ponías pañales, y que me cambies!
Aquello me dejó sin palabras. Creo que lo acompañé hasta el baño, y me fui a la cocina con el fin de repensar en lo que había escuchado. No sabía por qué me provocaba tanto recordarlo. Solo que, ahora me imaginaba ese pito parado entre mis tetas, o en mi boca, o siendo apretujado por mis manos, y me urgían unas ganas terribles de tocarme la conchita. Pero esa tarde, fui a despertarlo una hora antes, porque su madre me lo había pedido por teléfono. Creo que iba a llevarlo al centro para comprarle zapatillas. Entonces, él no me escuchó entrar, porque había dejado la puerta entreabierta. De modo que, lo vi tirado en la cama, con el calzoncillito por las rodillas, una mano apretándose la base del pene, y con la otra haciendo un anillito con su índice y pulgar, para aprisionarse el glande. Me quedé quieta, incapaz de respirar, para que no escuche el latido de mi corazón, ni huela el perfume de mis hormonas desatadas, ni perciba mi presencia de ninguna forma. Lo escuché respirar agitado, y gemir muy bajito. Y juro que casi me hago pis encima cuando lo escuché murmurar: ¡Así Lu, tocame el pito con las dos manitos, y decime bebé, que me re calienta! ¡Quiero que me des la teta, y me muerdas la boca!
De repente, tosí, casi que sin querer, y entonces tuve que salir de mi trance.
¡Mati, vamos, arriba, que tu mami quiere que te levantes! ¡Y subite ese calzoncillito chancho! ¡Dale, levantate que ya te hago algo para que tomes!, le dije, todavía con una mano adentro de mi pantalón, estirando la tela de mi bombacha para no colarme los dedos, como lo necesitaba imperiosamente. Mati se asustó, y automáticamente se tapó por completo, rezongando algo que no llegué a entender. Lo claro es que, apenas él se sentó a la mesa para tomar su café con leche, yo corrí a su pieza para verificar si era cierto lo que suponían mis ansias. ¡Y, me encontré con sus sábanas salpicadas con su semen reciente, todavía tibio, abundante y resbaladizo! Me puse a lamer la sábana de arriba, la de abajo, y el calzoncillo que se había cambiado. ¡Me excité con su fragancia prohibida, ese dejo de olorcito a pis, mezclado con la calentura que tenía en la siesta. ¡Y encima, el cochino me estaba dedicando su paja!
Matías, ahora estaba un poco más cariñoso conmigo. Yo nunca le había dicho cuánto había visto o escuchado de su pajita, ni mucho menos lo que hice con sus sábanas. Pero, de pronto parecía perder ciertas inhibiciones conmigo. Esa vez, antes de sentarse a comer, se descolgó la mochila, se sacó la campera y se descalzó para pronto quitarse el pantalón de gimnasia. Como ese día llovió, se lo había embarrado por todos lados. Me pidió que le traiga un jean de su pieza, y yo le hice caso. Cuando volví con la prenda, el nene estaba sentado en el sillón, acariciándose el pito sobre el calzoncillo.
¿Qué estás haciendo pendejito? ¡Tomá, y vestite, antes que le diga a tu mami que, andás tocándote delante de tu niñera!, le dije, riéndome como una tontita, tras dejarle el jean a su derecha.
¡Perdón Lu, pero, no sé qué me pasa! ¡No puedo dejar de tocarme! ¡En la escuela una chica me dio un beso en el cachete, y, no sé si es porque me gustó, o porque, tenía como un aliento a menta, o si era porque tenía olor a pis! ¡Pero, me re gustó!, me dijo, sin moverse del sillón.
¿Ah, sí? ¿Y cómo se llama esa nena? ¿Cómo es eso que tiene olor a pis? ¿Cómo sabés eso? ¿Y, nunca te dio un beso en la boca?, le preguntaba, sin darle tiempo a procesar ninguna respuesta.
¡No, en la boca nunca! ¡Solo, una vez, y porque perdí una apuesta, tuve que darle un piquito a un nene! ¡Pero, a una chica no! ¡Y, sé que tiene olor a pichí, porque se sienta conmigo, y me gusta olerla! ¡Creo que la profesora de gimnasia ya le llamó la atención por eso! ¡Pero yo le dije que no le haga caso, que a mí me gusta que ande así, toda sucia! ¡Y ella me dio una cachetada! ¡Y, como después se sintió mal, me dio ese beso! ¡Pero, era un beso con todos sus labios abiertos! ¿Me Entendés? ¡Me dejó babita en la cara!, me confió, mientras yo veía que no sabía qué hacer con las manos, y que el pito le abultaba el calzoncillo. Pensaba en que, todavía no había descubierto lo que es un beso de lengua, y me lo quería comer todo, chuponearlo, morderlo, lamerle ese pito, y nalguearle toda esa colita, hasta que me pida por favor que pare. Y, entonces, me percaté que al día siguiente, mi bebé cumplía 13 años.
¡Así que te gusta el olor a pis de tu compañerita! ¿Y, también soñás con ella?, le pregunté, sabiendo que tal vez no sería del todo sincero.
¡No, nunca soñé con ella! ¡Pero, creo que después de la cachetada que me dio, y del beso, no sé! ¡Pero, sí soñé con vos!, me dijo mientras agarraba el pantalón. Entonces, yo me acerqué lentamente a su izquierda. Me senté a su lado, le puse una mano en la piernita desnuda, me solté el pelo para que huela mi perfume, y le dije al oído: ¡Escuchame, nenito atrevido… no tenés que soñar con chicas más grandes que vos! ¡Yo soy tu niñera, y no una compañerita tuya del colegio, que anda con olor a pis en la bombacha! ¿Me Entendés?
Él gimió entre sorprendido y asustado.
¡No me tengas miedo Mati, que no muerdo! ¡Bah, siempre y cuando te portes bien! ¡Imaginate, si estás así de loquito por un beso en el cachete, lo que te puede hacer sentir un beso en la boca! ¿Te gustaría probar?, le dije, palpando los temblores de su cuerpo como revoluciones, mirándole el bulto en su calzoncillo, y escuchándolo renovar el aire, como si fuese un pez a la orilla del río.
¡Tengo una idea!, le dije, tras largos segundos de silencio. ¡Si, si vos no le contás nada a tu mami, yo te puedo regalar una cosa, que, seguro te va a gustar! ¡Mañana es tu cumple, ym, bueno, pienso que, al menos te puedo dar algunas opciones! ¿A vos, qué te gustaría más? ¿Tocarme, algo prohibido, por ejemplo? ¡Obvio que, sería por encima de la ropa! ¿O, que te dé un beso en la boca, para que aprendas a besar a las chicas? ¿O, no sé, que yo te bese el cuellito?
Entonces, sentí la ansiedad de Matías subir desde su vientre al color de su carita encendida de un candor infinito. Eso, me llevó a actuar, sin que él me lo pida. Aproveché que tenía la cabeza bien tirada hacia atrás sobre el sillón, subí mis pies sobre el asiento y me las ingenié para acercarle mis labios a los suyos.
¡Vos quedate quietito nene, y sentime!, le dije bajito, con los labios casi pegados a los suyos, como si le hablara más a su boca que a sus oídos. A él se le escapó un suspiro, y el tacto de mi lengua saboreó sus labios tibios, antes de comérmelos en un beso largo, dulce y lento. Eso fue el principio de varios besos chiquitos que le di en distintas partes de su boca, en su mentón y nariz, mientras le gemía suavecito, y a él se le empequeñecía la voz en suspiros de pura calentura. En breve, le metí la lengua adentro de la boca, y él me dijo algo como: ¡Me encanta Lu, quiero más, que me beses todo!
¿Sí? ¿Querés más lengüita nene? ¿Querés que te coma el cuello, las orejas, y las tetillas? ¿mmm? ¿Te gustan mis besos? ¡Shhhh, pero, las manitos, por ahora dejalas quietitas, que no me vas a tocar, vivito! ¡Solo tenés que besarme nene!, le decía, mientras me lo seguía tranzando, le levantaba la remerita para sobarle las tetillas y le mordisqueaba la oreja, diciéndole: ¡Haaamm, qué orejitas ricas tiene este nenito! ¡Te las voy a comer todas, como a este pitito de nene que tenés!
Obviamente se lo tocaba de vez en cuando, reconociendo que se le paraba cada vez más. Pero, de repente, sonó el teléfono, y mi deber era atender siempre, por si se trataba de algo importante. De modo que, tuve que dejar al chiquito muerto de sed por mis besos, y escuchar a su papá que me contaba que ya estaban en camino. Esta vez había salido antes de la oficina, y su esposa no se sentía muy bien.
¿Luli, no querés que vayamos a mi pieza? ¡Digo, ahí, nadie, nos va a molestar!, me dijo en un intento por recobrar nuestro besuqueo. Sabía que cuando sus padres llegaban, yo tenía que despedirme de él hasta el día siguiente.
¡No Mati, yo me tengo que ir! ¡Pero, te prometo, que mañana, podemos seguir jugando! ¡Eso sí, con una condición! ¡Quiero que me cuentes más de esa nenita que te gusta, que sigas sentándote con ella, y que le digas que ya sabés besar a una nena! ¡Decile que te gusta su olorcito a pichí, y, no sé, por ahí, un día la podés invitar a tu casa! ¡Yo puedo hablar con tu mami, para que la deje venir, y yo la voy a buscar!, le decía, mientras lo miraba cómo se tocaba el pito por adentro del calzoncillo, indiferente a mi presencia. En eso, sonó la bocina del auto de mis patrones.
¡Dale Mati, corré, y sacate la mano de ahí, que ya llegaron! ¡Andá rápido a tu pieza!, le decía, apurándolo, antes que sus padres entren y lo vean medio desnudo. Matías me hizo caso, y yo me quedé hablando unos minutos con Alicia. Mario entró a su escritorio, y enseguida un nuevo llamado telefónico irrumpió en la cocina. Pero esta vez se hizo cargo Alicia. En ese momento aproveché para acercarme a la puerta de la pieza de Mati. Se la abrí, y lo vi sentadito en la cama, apretándose el pilín. Me acerqué rapidísimo a su cara, le puse los labios bien pegadito a su boca, y él reaccionó solito para iniciar un beso prolongado, mientras yo le decía: ¡Tocate el pito mi amor, así, tocate, y sacate toda esa lechita, que mañana nos vemos!
No supe si finalmente alcanzó a acabarse encima, porque, apenas le di una mordidita en la lengua, me despegué de su aroma y sus palpitaciones para salir corriendo, saludar a mi jefa y partir hacia mi casa. Fin
¡Continuará!
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Este
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊
E mayas, espero continuación
ResponderEliminarBesos
marcelor1967
Ni que tuvieras experiencia con pendejos ciegos!! Que certeza en la intuicion! Cuanto morbo pinta la situacion.... Colgado me quedo esperando la continuacion!
ResponderEliminarJajajajaja! Se dice que los ciegos tienen una particular forma de sentir, desarrollar sus instintos, y toquetear bastante. Jejejejeje! Este es otro de los lindos relatos a pedido, y agradezco al dueño de estas pequeñas dicertaciones. Jejejejee! ¡Un beso Alex!
EliminarSe necesita saber si el nene suertudo se la pudo meter a la niñera
ResponderEliminarY prontito se sabrá José. Gracias por escribir! Esa niñera se la está buscando! Jejejejeje!
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