Ni siquiera sé cómo fue que llegué a esto con mi papi. Era una noche común, una de tantas, una más de miles. Mis hermanos mayores habían salido, porque no estaba en sus pequeñas mentes la idea de perderse un fin de semana. Yo, estaba a punto de cumplir los 18, y, de alguna forma era muy respetuosa con las salidas nocturnas. No me gustaba preocupar a mis padres. Y menos a mi madre, quien hacía unos meses había sufrido un ACV. Por suerte, día a día avanzaba en su recuperación, aunque los médicos decían que la parálisis de sus piernas podría ser irremediable.
Esa noche, mi papi veía una película en la tele, y yo había salido de bañarme, envuelta en mi bata de baño, una rosa con elefantitos que me había regalado mi madrina, una toalla en la cabeza, unas pantuflitas en los pies, y una bombacha blanca. La primera que encontré. La verdad, como eran más de las 12, supuse que mi viejo ya estaría durmiendo. Entonces, apenas llegué al umbral de la cocina, del susto de verlo sentado en el sillón bajo una penumbra a medias, por el reflejo de la pantalla, se me calló la toalla de la cabeza. En el apuro de levantarla, moví una mesita que tenía un o ceniceros, un par de adornos y chucherías, y todo eso se me cayó al suelo. Obviamente, el estruendo hizo que mi viejo se levante del sillón, y mientras me retaba por torpe, me ayudaba a recoger las cosas, mientras yo me ponía a barrer los vidrios y pedazos de cerámica de lo que se había roto.
¡Agus, por favor, te dije mil veces que no te pasees en bata, medio en bolas por la casa! ¡Para eso tenés tu pieza! ¡Si tu mamá se entera que le rompiste el adorno que le compró a su amiga… y, mirá, también se hizo cresta el cenicero del abuelo!, me escarmentaba, mientras la bata se me subía cuando intentaba barrer debajo de la mesa, ya que me quedaba chiquita. Yo la seguía usando porque, siempre me gustó usar ropa que me quede chiquita, o apretada.
¡Bueno, y vos deberías dejar de mirarme la cola! ¿No te parece? ¡Hace rato que me estás mirando! ¡Y no es solo ahora! ¿Vos te pensás que no me doy cuenta?, le dije, pensando más con la calentura que me inundaba el cuerpo que con la cabeza. ¡Era cierto! Hacía días, o tal vez meses que mi papi me miraba indiscretamente. Cuando repasaba los muebles, cuando barría el patio o su escritorio, o cuando cocinaba. Especialmente si me tocaba hornear pizzas o tartas, ya que mi madre no estaba en condiciones de nada, y nadie quería gastar un mango en contratar a una empleada. Por lo tanto yo me hacía cargo de todo lo que podía, además de estudiar.
¿Qué carajo decís Agustina? ¿Qué te pasa?, me dijo en voz baja, acercándose con una mano levantada, en señal que podría darme una cachetada.
¡Qué! ¿Me vas a pegar? ¿Si nunca lo hiciste, por qué lo vas a hacer ahora? ¡No es mentira que me mirás la cola papi!, le dije, haciéndome la bebota, simulando una especie de miedo impreciso, alejándome un poco de sus pasos, que ahora se me aproximaban con más lentitud.
¡Basta pendeja! ¡Dejá de decir boludeces, y terminemos de ordenar todo! ¡No sé de dónde sacás esas cosas!, me rezongó de golpe, agarrándome una oreja.
¡Aia papiiii, no seas tan bruto! ¡Yo no me enojo si me mirás el culo!, se me escapó decirle. Yo, mientras tanto me sentía cada vez más cerca de concretar lo que tantas veces había rondado en mis fantasías como un ángel despiadado. Desde los 14 o 15 años más o menos, que sin saber por qué, había empezado a ratonearme con él, y desde entonces, hacía todo lo posible por llamar su atención. Pero, naturalmente no podía ser tan obvia delante de mi madre.
¡Agustina, o la cortás, o te pego! ¡Y no me importa lo que digas!, me dijo, ahora un poco más sacado que antes, mientras a mí se me caía la escoba.
¡Dale, pegame pa, acá tenés!, le decía una vez que me agaché, al mismo tiempo que la bata se me levantaba. Yo misma me tocaba una nalga con la punta de mis dedos. Entonces, en el preciso momento en que me incorporaba, ¡Plaf! Un chirlo sonoro, ardoroso y decidido estalló en mi cola, y me estremecí. Gemí, sintiendo la furia en su respiración, y me percaté que con una de sus manos me sostenía del pelo todavía mojado. Entonces, un chirlo más, y otro en la misma nalga sonaron en el silencio de la noche.
¡Te lo dije pendejita! ¡O te callás, o te vuelvo a pegar!, me decía mientras su mano ejecutaba el clamor de sus pasiones, y la que me sujetaba el pelo comenzaba aflojarse.
¡Se ve que tan enojado no estabas! ¡Igual, no sé por qué te ponés así! ¡Vos sos un hombre, y yo tengo tetas, y culo!, le dije, sumida en un éxtasis que, poco a poco empezaba a hechizarlo como yo buscaba.
¡Mirá nena, no sé qué carajos te pasa!, me decía, ahora tomando mi rostro con ambas manos para mirarme a los ojos.
¡Daaaleee papiii! ¡No te hagas el boludo! ¿O me vas a decir que no te quedabas mirándome las tetas cuando me llevabas el desayuno a la cama? ¿O que no me visitabas a la noche, y te quedabas un rato mirándome el culo? ¿Por qué me retaste el otro día? ¡Teóricamente, vos no podías saber que duermo en bombacha, y culo para arriba! ¡Pero, sin embargo, me retaste al frente de de Mariano, y remarcaste eso!, le largué, sintiendo cómo caía en mis redes, cómo el aire se le agolpaba en el pulso de sus latidos, y cómo se le paraba la pija contra una de mis piernas, ya que con la euforia de reprenderme, me apretaba más a su cuerpo. Mi hermano jamás pudo haberle dicho eso, porque nunca entraba a mi pieza. Especialmente porque nos llevábamos para el orto. Nunca tuvimos química, ni fuimos solidarios ni compañeros. Eso a veces lastimaba mucho a mi madre.
¿Qué mierda estás buscando pendeja? ¿Qué se te metió en la cabeza?, me dijo de repente, presionando mi mandíbula con sus dedos, y acertando un nuevo chirlo en mi nalga derecha con su otra mano, la que luego utilizó para pellizcarme.
¡Aaaaay, eso quiero, que me pellizque, que me pegues, que me chirlees toda la cola papi! ¡Ya sé que tenés el pito parado! ¿O estoy diciendo boludeces?, le dije, mientras me apretaba el cuello para que me calle. Pero inmediatamente me soltó y me dio vuelta. De modo que mi cola se pegó a la erección que le abultaba el short deportivo que tenía puesto. Enseguida yo misma me levanté la bata y comencé a franelearle el culo contra la pija, de un costado al otro, y de arriba hacia abajo, mientras la tele se apagaba sola, y afuera se desataba un viento tremendo. Pero él no se movía, a pesar que sabía que en el patio había una bocha de ropa tendida secándose, ni tampoco me pidió que vaya a juntarla.
¿Te gusta que te haga esto pa? ¿Al final, viste que tenía razón?, le dije, con un dedo en la boca, para seducirlo un poco más, tal vez, ratoneándolo con tener su pija entre mis labios.
¡Basta nena! ¡Bajate eso, y andá a la cama! ¡Hagamos de cuenta que, que, que no pasó nada, que no te pegué, y todo está bien! ¡Te prometo que… no voy a castigarte!, me decía, caminando lentamente hacia atrás, para apoyar su espalda en una de las paredes, con mi cola siguiéndole los pasos, todavía frotándose contra su virilidad, ahora con un vaivén más ágil y rapidito.
¡Eso quiero yo pa, que me castigues! ¡Basta de tratarme como a una nena! ¡Yo puedo ser tu mujer, tu putita, sacarte las ganas, cuando la tengas así de dura!, le decía, mientras me daba vueltas para agarrarle el paquete con una de mis manos, y mirarlo a los ojos para que se embriague del deseo que me consumía. Él, sin dudarlo, estrelló un par de chirlos en mi cola, y volvió a ponerme de espaldas a él para frotar su pija contra mi cola. enseguida se bajó el short con urgencia, y entonces, su pubis empezó a golpear mis nalgas, a fregarse con fuerzas y a calentarme los cachetes, ya que, todo lo que nos separaba era su bóxer. La parte de atrás de la bombacha se me había metido toda entre las nalgas. Y él , encima ahora me agarraba de las tetas, y me tenía las manos para que no pudiera tocarme la chucha, ni tampoco comprobar la dureza de su pija.
¡Así putita, quedate quieta, y sentí la pija de papi, en ese culo de pendeja putona que tenés! ¿Cómo no te iba a mirar? ¡Las veces que te habrás levantado con esos shortcitos, o esos vestiditos que te quedan chiquitos, bebota chancha! ¡Sabés que sos tetona, y que esas remeritas, te aprietan! ¡Y que se te re ven las bombachas que usás con esos vestidos, chiquita, y no te importa! ¡Sabés que calentás, y te paseás así, por la casa, y entre tus amigos!, me dijo de repente, mordiéndome la oreja, oliéndome el cuello y frotando su bulto en mis glúteos, esta vez aferrándome las caderas para que no me mueva.
¿Ah, sí? ¿Y, te gustaría cogerme el culito? ¿Querés garcharme toda papi? ¿Hace mucho que no cogés con mami? ¿Y nunca te revolcaste con alguna de tus secretarias?, le decía, sintiendo que la humedad de mi bombacha se convertía en chorros de flujos que ya empezaban a rodar por mis piernas.
¡No seas insolente guachita de mierda! ¡No te olvides que soy tu padre, carajo! ¡Y no alguno de los pendejos que te volteaste! ¿Me Entendés?, me dijo en voz baja lo que sonó como un grito, mientras me sacaba la bata y la revoleaba al suelo. Acto seguido me dio un chirlo en la cola que me hizo saltar un chorro de flujos, y me dio vueltas casi sin esforzarse para olerme las tetas con una enferma obsesión. ¡Parecía saber de memoria que amo que me huelan y babeen las tetas! Cuando mis pezones tocaban su cara, sentía que me ardían tanto que, no me importaba si me los mordía hasta hacerme sangrar. De modo que, como si adivinara mis intenciones, primero me lamió las tetas, y pronto empezó a besarlas, a fregarlas con todo contra su nariz, y luego a comerse mis pezones, los costados de mis tetas, mis hombros y cuello. Pero se detenía mucho rato en estirar y sorber mis pezones. En breve estaba toda babeada por mi papi, mientras poco a poco juntaba mi pubis al suyo. Ahora su erección comenzaba a golpearse contra mi conchita, y eso me hacía gemir, sin poder evitarlo. Nuestros cuerpos comenzaban a hamacarse cada vez más urgentes, necesitados y enérgicos, como si verdaderamente estuviésemos cogiendo. Yo sentía el calor de su pija en mi vulva, sus roces en mis piernas, y más de sus chirlos en mi cola, a la vez que notaba que me tironeaba la bombacha hacia arriba para que se me pierda aún más entre las nalgas. Él, ya no respiraba en paz gracias a mis refregadas, mis lengüetazos por su cuello, y los tetazos que de vez en cuando le propinaba en la cara.
¡Lo único que falta, es que ahora me digas que andás caliente, y que no te vas a ir a la cama sin que te pegue una buena cogida!, se atrevió a decirme al oído, en el momento que su pija empezaba a burlar los límites de su bóxer. Sentí la viscosidad de su glande en mi pierna, y eso me terminó de emputecer, como nunca me había pasado. Tampoco es que tuviese tanta experiencia con el sexo. De pronto percibí un cosquilleo terrible en la concha, como si un pinchazo extraño me la recorriera por completa, y quisiera deshacerse en la boca de mi papi. Pero, sin advertirme, ni tenerme una pizca de piedad, él me empujó con sus manos suaves y grandes de los hombros, para que mis caderas y rodillas cedan ante esa presión. Antes que pudiera decir algo, mi cara ya se refregaba contra la tela del bóxer negro de mi papi, y su cabecita hinchada, pegajosa y dispuesta a escaparse de todo encierro.
¡Dale nena, tomate la mamadera, como cuando eras chiquita! ¡Dale, que te la estabas buscando, cosita de papi!, me dijo con la voz incinerándose en cada movimiento de su pubis. Pero, de pronto, se subió el bóxer, como si buscara estrangularse el culo y las bolas, prohibiéndome apropiarme de su pija. De modo que, me obligó a olerle la verga arropada, a morderle la puntita y a pasarle la lengua como una desquiciada, mientras sentía cómo se le ponía más dura, más radiante y caliente.
¡Dale papiiii, dejame comerte la pijaaaaa! ¡No seas tan malo conmigoooo!, me escuché decirle, como si tuviese 12 años, al mismo tiempo que él me subía un poco de las axilas para frotar su pija contra mis tetas. En un momento, se corrió el calzoncillo para anidar ese tremendo pedazo de carne entre mis gomas, donde a provechó a frotarse un largo rato. Pero, me ligué una cachetada, y un buen pellizco en la cola cuando me hice la viva, y me dispuse a buscar su pija con la boca. ¡Quería mamársela hasta ahogarme con su lechita!
¡Las cosas se hacen como yo digo pendeja! ¿Me escuchaste?, me dijo usando su autoridad para derribar el muro de mis ansiedades, mientras me arrancaba el pelo, me pellizcaba las tetas y me tironeaba la bombacha otra vez. Entonces, tal vez un poco harto de mi rebeldía, me levantó de un brazo del suelo, me asestó tres chirlos en la cola, y se agachó para empezar a morderme, besarme y chupetearme las nalgas. ¡Ahora sus gemidos eran como gruñidos cegadores! ¡Sentía su lengua a punto de abrirme las nalgas, y creía que en cualquier momento podría mearme encima! ¡Y, fue peor cuando empezó a sobarme la vagina! ¡Mientras me la amasaba como si fuese de plastilina, me nalgueaba y mordisqueaba las piernas! ¿Hasta dónde sería capaz de llegar mi papi conmigo? Me lo preguntaba, sin parar de gemir, mientras él me decía cosas que no llegaba a entender. Pero, lo que sí estaba claro era que le fascinaba pegarme en la cola, mordérmela y babeármela toda. En un momento, amagó con bajarme la bombacha. Estuve a punto de decirle que si lo hacía, no le quedaría más remedio que penetrarme como a una zorrita cualquiera.
¡Qué hermoso culito tiene mi bebota! ¿Cómo no querés que te lo mire, o que se me pare la verga cada vez que te tengo cerca?, me decía de pronto, mientras me aprisionaba en sus brazos, caminando con decisión, evitando que mis pies toquen el suelo.
¡Te llevo yo bebé! ¿Mirá si te cortás un pie? ¡Acordate que rompiste todo, pendejita!, me decía, con la calidez de un verano recién nacido, cuando mi cabeza viajaba una y otra vez al olor de su pija. ¡No podía borrarlo de mis sentidos! Y, de golpe, cuando quise acordar, estaba sentada en la mesa, con las piernas abiertas, una de mis tetas en la boca de mi papi, y con sus piernas entre las mías. Había empezado a refregarme la chota por encima de la bombacha, y tuvo que tirarme de las orejas un par de veces para que baje el volumen de mis jadeos.
¿A ver cómo se chupa los deditos la nenita chancha de papi? ¡Dale pendejita, chupate los dedos, así no despertás a tu madre!, me dijo exaltado, ahora dándome unos golpecitos en la concha con su pija. Tenía la frescura de sus líquidos preseminales en mis piernas, ya que me salpicaban toda cuando medio se pajeaba y me pegaba, casi que al mismo tiempo, y uno de sus dedos haciendo circulitos en mi vagina. Su boca seguía devorándose mis tetas, de a una por vez, y con alguna de sus manos se asesoraba que no deje de chuparme los dedos. ¡Se volvía loco cuando me caían hilitos de baba por el mentón!
¡Dale Agus, abrite más pendejita! ¿LA querés sentir toda, ahí adentro chiquita? ¿Querés pija bebota? ¿Querés irte a la camita con toda la lechita de papi en la pancita?, me empezó a decir, intentando controlar sus gemidos, apuntando su glande a la entrada de mi vagina. Ni siquiera se había tomado la molestia de sacarme la bombacha. Apenas me la corrió un poquito, antes de estirarla hacia arriba como si fuera un chicle, agacharse y olerla. Supongo que eso lo llevó a someterme a nuestras pasiones compartidas. Solo que él no se animaba a llevarlas a la práctica. ¡Pero yo sabía que lo tenía a mi merced!
¡Dale paaa, cogeme de una vez, que estoy re calentita con vos! ¡Quiero toda esa pija, bien adentroooo, quiero irme a dormir con tu leche adentro, daleee, porfiiii!, empecé a suplicarle, cuando sentía que su pija me abría los labios de la concha, sin atreverse todavía a irrumpir en el centro de mi calentura. Entonces, se metió uno de mis pezones adentro de la boca, y mientras me lo mordisqueaba, puso una de sus manos debajo de mi cola. Me dijo: ¡Me encanta el olor a putita que tiene tu bombachita bebota!, y me clavó su pija con todo. De inmediato una descarga de otro mundo me recorrió desde la punta de los dedos de los pies hasta la nuca. Ahora el ritmo de sus caderas hacía que su verga me separe la dignidad en dos, me abra la concha como para fecundarme sin ataduras, me inunde la garganta de gemidos, y que mis pulmones vibren con cada chupón que su boca grosera le regalaba a mis tetas. De paso, el atrevido me pellizcaba la cola, y buscaba escabullir alguno de sus dedos en mi zanjita para rozarme el agujerito del culo.
¡Tomá bebé, asíii, sentila toda putonaaaa, asíii, dale que tu papi te está cogiendo toda, por chancha, por provocarme, y por hacerte la trolita conmigo! ¡No tenés que jugar con fuego con tu padre nenita!, me decía, moreteándome toda con sus apretujes, haciéndome arder la concha con las arremetidas de su poronga cada vez más enorme adentro mío. Las patas de la mesa rezongaban contra el suelo al correrse, los jugos de nuestros sexos se multiplicaban y nos empapaban las piernas, y mis tetas parecían las de una embarazada por la cantidad de baba que les colgaba. Pero mi papi me seguía dando bombita, me olía la boca y me pedía que le muerda la nariz. También se le antojó que gima con la lengua afuera de mi boca, como una perrita sedienta.
¡Dale guacha, pedime la leche, ahora pendejita de mierda, pedime la lechita nena, dale, y te la doy toda, asíiiiii!, empezó a decirme de pronto, justo en el momento en que mi cola empezaba a deslizarse de la mesa, corriendo el riesgo de caerme al suelo. Pero, mi papi me acomodó con una facilidad admirable, y su bombeo se hizo más rapidito, sostenido y rítmico. Ahora separaba su pubis del mío, sin sacármela de adentro para cogerme con todo, apretándome las tetas como si me las quisiera arrancar del cuerpo, con los ojos cerrados y los labios resecos de tanto jadear. Yo no podía decirle más que: ¡Dame mi leche papi, toda la lechita, dame lecheee, quiero lechitaaaa, llename toda la conchita papiiii!
Entonces, sentí un último y violento ¡Plaf!, acompañado de un ¡Tomá guachaaaaa, asíiiii!, y pronto una lluvia caliente que parecía interminable se desató en mi interior. Para colmo, como su pija estaba levemente curvada hacia la izquierda, me volvía loca sentirla rozarme el clítoris una y otra vez! Eso me llevó a tener un orgasmo tan intenso y fatal que, hasta me agarré de los pocos pelos de mi papi. Él me encajó tres o cuatro dedos adentro de la boca para silenciarme un poco, y cuando se los empecé a mordisquear, su derrame seminal fue todavía más impresionante. No quería que me la saque, ni que se le volviera normal, poco a poco adentro de mi sexo. ¡Quería que me acompañe a mi pieza, y que me coja toda la noche! ¡Pensé en pedirle que me haga la cola, y darle el honor para que me la estrene! Pero, él, después de morderme un par de veces más las gomas, de olerme la boca y de retirar de a poquito su pija de mi vagina, me ayudó a ponerme de pie. Ahora éramos conscientes de los ruidos de la casa. mi madre había mencionado el nombre de mi viejo. Pero yo solo tenía reservas para pensar en que a mi cuerpo no le cabían más temblores. Tenía un olor a sexo exquisito, al sudor de mi papi, a su leche, y a mis jugos irascibles, calientes y abundantes, los que se mezclaban con su semen para embadurnarme las piernas, a cada paso que intentaba dar,
¡Vos sabés que, me pareció haber escuchado que me llamaba!, balbuceó mi papi, mientras me devolvía la bata con elefantitos. De hecho, él mismo me cubrió con ella, mientras me decía: ¡Andá a dormir chiquita, y ni se te ocurra que esto, va a volver a pasar!
¿Estás seguro? ¿Viste cómo me dejaste las tetas? ¡Mirá, agachate y mirame la bombacha! ¡La tengo llena de tu lechita!, le dije, de nuevo lamiéndome un dedito. Él se me acercó, me levantó la bata, me bajó la bombacha hasta que ésta cayó a mis tobillos, y me dio un nuevo concierto de chirlos en la cola, mientras decía: ¡A partir de ahora, además de hacer las cosas de la casa, vas a tener que tomarle la lechita a tu padre! ¡Pero, va a ser cuando yo quiera! ¡Acá, la última palabra la tengo yo! ¿Sabés, putoncita chancha? Fin
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ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Temática entre las preferidas.. se siente como si hubieras estado ahí, con esas ganas desenfrenadas y el morbo desbordante. Me erizaste la piel, de todos lados! No desaparezcas nunca!
ResponderEliminarJejejeje! Creo que no hay nada más lindo que unos ricos chirlos para jugar un ratito. Este relato fue escrito e inspirado en una de mis lectoras más bellas, de espíritu, y chanchadas. ¡Gracias Agus! y gracias Alex, por comentar, valorarlo y quererlo como yo!
Eliminar¡que rica nenita!, tomando toda la lechona antes de ir a dormir. mmmmmmm, yo le daría su dosis de de leche todos los días.
ResponderEliminarJajajaja! Tal vez, tendrá que ser leche en polvo. porque la otra se fue a las nubes! Jejejeje! Pero, sí, le gusta mucho el sano crecimiento a la nena! Gracias por leerme!
EliminarHay que admitir que el spanking tiene un sabor muy especial
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