Soy Victoria. Hoy tengo 25 años, y trabajo para la policía federal. Pero lo que a continuación narraré se sitúa cuando pasé a séptimo grado, momento en el que mi madre decidió trabajar como cajera de uno de los súper mercados de los que mi viejo es encargado, y dueño de la firma. Gracias a esto, yo y mis hermanos, (Lucas de 16 y Samanta de 10), quedamos al cuidado de Jorge, un hombre siempre alegre, amigo de la familia de años. Y, como encima había enviudado hacía poco, mis padres le ofrecieron techo y comida a cambio de que se ocupe de nuestro bien estar. Nunca supimos si había tenido hijos, ni cómo fue que se conocieron con mis padres.
Aquel verano pasó fugaz. Tanto que, cuando quisimos acordar, llegaron las clases. Pero nosotros la pasábamos genial, porque Jorge nos compraba con regalitos, golosinas, a Lucas siempre con figuritas de futbol o con revistas raras, a Sami con pinturitas, y a mí con ositos y ropa interior. Eso me llamaba la atención, aunque siempre preferí hacerme la tonta. No había que cuestionar a los adultos. Pero, el muy baboso no sabía evitar esos misiles de sus ojos al mirarme las tetas que comenzaban a desarrollarse, como si tomara anabólicos. Era raro, pero me gustaban los nervios y ese calor inédito que subía por mi sangre cuando me obsequiaba cosas, me acariciaba el pelo, me olía y piropeaba mis perfumes, o me gritaba para luego consolarme besando mis manos o mi cuello cuando me ayudaba con mis deberes escolares, y mi cabeza hueca no pegaba una. Luego llegó el tiempo en el que comencé a invitar amigos a casa, y sus rezongos porque odiaba los ruidos, y nosotros jugábamos a la mancha o a la escondida en el patio.
Aclaro que nosotros vivíamos en una zona más bien rural, donde todavía se estila eso de jugar, a pesar de que todos éramos unos pendejos con ganas de besuquearnos, o hacernos los noviecitos. Yo ya no vivo allí, y eso me trae cierta nostalgia. Recuerdo que en esos juegos aprovechaba a palpar algunas veces los bultos de ciertos varones, y me pegaba el chasco de mi vida, pues, los pitos que veía en las pelis porno por la tele cuando mis viejos no estaban, y sin la persecuta de Jorge, eran más grandes, largos, gorditos o más gruesos. Me acuerdo que, una de esas tardes, vi una peli con uno de los chicos de mi curso, y nos pegamos unos chupones que todavía me dan escalofríos. No porque fueran deliciosos o inolvidables. A esa edad los pibes besan horrible. Es que, mientras nos besábamos, ponele, nos re manoseábamos, y yo le metí la mano adentro del calzoncillo para sentir cómo el pito se le iba parando.
Yo era muy curiosa, medio maricona y contestadora. Eso lo sacaba de quicio a Jorge. Él siempre le atribuía mi genio a los chicos con los que me juntaba. Decía que eran unos indios, unos boluditos que hacían cualquier cosa con tal de rondarme. Yo, muchas veces no entendía sus formas de hablarme. La vez que rompí un cuadro de un pelotazo sin querer, y él me gritoneaba que me iba a castigar, casi me levantó la mano cuando le largué: ¡Chupame la concha pelado!
Pero se conformó con prohibirme traer compañeritos a casa por un tiempo. Y entonces, llegó el tiempo de la siesta obligada para Sami, que era una diabla, de recreación para Lucas, y de cositas perversas para Jorge y para mí. Al cerdo le encantaba hacernos la lechita a mí y a mis amigos, entre los que mayormente había nenas. Pero después del castigo, todo fue mío. Me hacía la leche con alegría, me sentaba en sus piernas y me daba vainillas en la boca tras humedecerlas en la taza, y como a veces me negaba a comerlas, me propinaba tirones de pelo o de orejas, cachetadas dulces, o pellizquitos a mi colita, diciendo: ¡Dale, comé pendeja, que así se toma la lechita, y no llores si no querés que le cuente a la ma que tenés un 1 en naturales!
Una vez que lograba calmarme, me hacía chuparle el dedo mojado, me acariciaba las piernas, me apretaba contra él, especialmente cuando le decía que quería ir al baño. Una vez puso un canal de modelos mientras me obligaba a tomar mates, siempre encadenada en sus brazos generosos. Esa vez me decía, con una calma impropia en él: ¡qué te parece la cola de esa morocha? ¿Y las gomas de la peticita? ¿Son lindas eh?
Esa noche no pude dormir recordando la dureza de su pene, supongo que muy hinchado contra mi cola, en sus cosquillas y en el aliento a cigarrillo de su boca cuando me hablaba cerquita, y en su voz como adormilada que me repetía: ¿Por qué no jugás conmigo a la mancha, o a la escondida cochinita? ¿Te gustaría que te busque por toda la casa? ¡Me calienta tu aroma nenita!
Así los días se tornaron un sinfín de lo mismo. Siempre terminaba manoseada, re mojada, con la cara sucia porque, lo último que quedaba en la taza él lo volcaba en ella y me la lamía, a veces con las tetas al aire y con la sensación de su dedo desde mi espalda a mi vagina ardiente, siempre sobre la ropa. Hasta que cierto día, acepté el desafío de jugar con él a la gata y al ratón.
Debíamos buscarnos por toda la casa con los ojos vendados. El primero que pillara al otro era presa de su deseo. Casi siempre yo me dejaba atrapar, y él me llevaba a la piecita que mis viejos le habían asignado. Cerraba la puerta con llave y pasador, y en general hacía todos los días el mismo ritual. Me acostaba en su cama boca abajo, me descalzaba para lamer mis pies, me mordía la cola y las piernas sobre el jogging, me abría el guardapolvo, ya que salvo la mochila no me permitía quitarme nada de lo que traía del cole, me olía la cara, el pelo y la boca después de apretarme las tetas y, siempre oía el sacudón de su pija en el hueco de su mano desocupada. No lo veía porque seguía vendada, pero reconocía ese sonidito desde que lo vi a Lucas haciéndolo. No podía tratarse de otra cosa que de una paja. No sé por qué, pero ardía en ganas de oler su pija, de que me coja, y hasta de que me haga pis en la cara si verdaderamente lo deseaba. En esos momentos perdía los estribos y me mojaba mucho. Jorge lo notaba, y me olía con más determinación, me azotaba el culo, y cierta vez me rompió la bombacha de tanto tironear de sus elásticos. De repente su humor cambiaba. Me devolvía la vista, me levantaba de un brazo y me ordenaba: ¡Ahora rajá a bañarte asquerosa, si no querés oler como la chancha de tu hermana!
Sami algunas veces se meaba en la cama porque tenía pesadillas. Pero aquello comenzó a acrecentarse, ya que Jorge la retaba seguido o la asustaba con fantasmas. Él creía que esa era una buena forma de que hiciera sus deberes sin chistar.
La primera vez que me dijo puta, le di una patada casi en los huevos, y él me bajó el pantalón delante de Lucas, que justo regresaba del club para darme una nalgada que hasta hoy rechina en mi memoria. Mi hermano no movió una pestaña para defenderme. Incluso, se quedó embobado mirándome el culo.
Unos días antes de mis 13, y de la buena noticia de que empezaba el gimnasio, buscándonos por la casa silenciosa y a solas, lo encontré en la cama de Sami que dormía en calzones por el calor. No dudé en quitarme la venda para verlo bien, y me puso furiosa su mano grande y pesada entre la cola y la bombacha mugrienta de Sami, ya que la mocosa le daba trabajo para bañarse. No sé de dónde saqué las fuerzas, pero lo cacé de un brazo y lo llevé a su pieza entre patadas, arañazos y puteadas. Claramente, él no usaba sus fuerzas contra mí, para facilitarme la tarea.
¿Qué hacías con la nena degenerado? ¿Por qué no me manoseás a mí cerdo, hijo de puta? ¿A que no te animás a cogerme viejo verde?!, le decía, y él se ponía más loco. Me vendó los ojos y quiso que le baje short y calzoncillo con la boca, que le toque la pija, se la escupa y me pegue en la cara con ella. Apenas la olí i lamí, mi piel se prendió fuego con la fiebre de ese chorizo prominente. No pude evitar la catarata de flujos en mi entrepierna. Era deliciosa, gordota, dura, cabezona, caliente, sudaba adrenalina y un olor a huevos que me descolocaba. Después me apoyó en la pared fría y, agachadita como estaba me derretí, porque la juntó en el medio de mis tetas, y empezó a moverse mientras me juraba con cinismo: ¡La Sami va a ser tan puta como vos guacha! ¡las dos son unas pendejas alzadas!, y pronto una sustancia espesa, con olor a rejilla húmeda y medio agridulce nubló el rubor de mi cara, y algo de eso entró en mis labios apenas acabó agitado y sorprendido tal vez.
Al otro día me descubrió viendo porno a la madrugada en el living. No había tiempo para mucho con todos en la casa, aunque durmiendo. Así que me sentó a upa, colocó su pija entre mi calza y la raya de mi cola, me aprisionó lo más que pudo a su pecho y empezó a sacudirse rápido mientras me rozaba la conchita con un lápiz; hasta que tronó en mi entrepierna su lluvia blanca. Enseguida me mandó a la cama. Donde no conseguí el sueño de tanto oler y lamer mi bombacha con su semen, y un dedo entrando y saliendo de mi vagina. Encima esa noche tuve que dormir al lado de Sami, ya que había venido una tía de visitas, y Jorge le prestó mi cama sin consultarme siquiera.
La vez que me acabó en la boca como una bomba de crema fue cuando llegué del cole con un 3 en inglés y un 2 en sociales. Esa siesta, apenas Lucas se las tomó y Sami dormía como un angelito, Jorge me ató a una silla, me bajó el Jogging y la bombacha, me cubrió la cara con mi propia remera, me bajó el corpiño para liberar mis tetas y llamó al perro para que me huela las piernas y la concha. Después me hizo pajearlo tras enseñarme con paciencia y pura fiereza cómo debía hacerlo, con mi pulgar sobre su glande enorme y con toda la mano babeada por él. Luego me re chupó las gomas, y mientras me murmuraba: ¡Qué putita sos, pero sos re burra! ¡Lo único que sabés hacer es coger! ¿No? ¡Sos una chetita muy calentona!, me comía la boca chasqueando un dedo en mi vulva flujosa.
Hacía 7 días que había cogido por primera vez con el hermano de Delfina, mi mejor amiga. Necesitaba volver a vibrar con un pito en mi interior. Pero el tamaño de la verga de Jorge me impresionaba. De prepo me llevó a su cama y me metió la pija sin tapujos gritando: ¡Abrí bien la boquita puta, y no me muerdas porque te cago a palos! ¡Chupame toda la verga!, y le rendí culto a todas las pelis que había visto a escondidas, hasta intentar meterme todo lo que pudiera, para lamer y chupar, gemir como una nenita caprichosa, y para luego devorarme sus bolas, pajeándolo con ambas manos. Ahí soltó su leche contra mis labios, y me prohibió tragarla toda. Después de esa tarde, muchas veces me ocultaba bajo la mesa mientras él mateaba para petearlo. Me cogió recién cerca de fin de año, a mis 14, y fue porque yo me andaba paseando desnuda por la casa mientras doblaba ropa y preparaba mi ducha. Cuando me pidió de buena forma que me vista, no sé por qué me nació decirle: ¡Yo me visto si quiero gordito pajero! ¡Además no tenés huevos para pedirme nada, no sos mi papá, y me das lástima!
Jorge me dio un sopapo, me tiró el montoncito de ropa que había ordenado al piso, y me empezó a corretear por la casa, hasta que me alcanzó en el lavadero. Ahí me sentó en el lavarropas, me abrió las piernas y me dio la mejor chupada de concha que recuerde hasta hoy. Su lengua se retorcía en mis jugos, y su boca era un columpio de sensaciones que me poseía. Hasta que así como estaba, teniéndome de las piernas con sus dedos como garras, y él parado, mirándome como si me fuera a devorar con los ojos, me la calzó de una en la conchita para darme sin asco, haciendo impactar mi cabeza en la pared, machucando mis tetas con sus amasadas criminales, y hasta rompiendo la tapa del aparato con la fricción de mi orto y el movimiento salvaje de sus arremetidas. Se fue en seco adentro mío apenas le dije: ¡Cogé así con tu nenita alzada y lechera guacho! ¡Cogeme toda, desquítate conmigo gordo pajero, dame toda esa lechita, que seguro no cogés ni con la almohada!
Menos mal que tomo pastillas. Además, esa pija me hizo doler hasta la moral porque, si bien había cogido con el hermano de Delfi, y con otro pibito de la escuela, ninguno de los pendejos se carga tremendo cilindro como el de ese macho con cara de malo.
Desde que le conté a Delfi lo mío con Jorge tuvo una curiosidad que jamás mostró por nada. Incluso casi se olvida de mi hermano, al que siempre le tuvo ganas. La llevé a casa varias veces. Pero no podía creerme que ese hombre no muy alto, de bigote y barba, cara bonachona, panzón, pero no gordo y divertido fuera capaz de brindar tanto placer. Ella es culona posta, y a Jorge se le caía la baba cuando nos preparaba la merienda. Pasó que una tarde Delfi se puso a tomar unas cervezas con Lucas, y me invitaron a probar mariguana. Para mí, tanto como para Lucas, eso era una novedad. Pero, Delfi venía de la ciudad, y ella nos ponía al tanto de todo eso. Estábamos encerrados en mi pieza, escuchando música dance al palo y riéndonos de todo. Hasta que Delfi se puso quenchi y empezó a mimosear con Luquitas. Yo enfilé para irme y dejarlos solos, pero ella dijo: ¡Quedate nena, si no vamos a hacer nada!, y reían desorientando al aire con su viaje cósmico. Pero al rato Delfi quedó en tanga y corpiño. Le sacó la pija a Lucas y comenzó a mamársela con la sed de un náufrago. Pero Jorge no tuvo mejor acierto que entrar, justo cuando Delfi hacía gárgaras con el yogurt de mi hermanito, y yo me pajeaba a dos motores. Apagó la música, pateó una botella de birra repitiendo con ronca disfonía: ¡Qué mierda están haciendo, pendejos del orto!
Fletó a mi hermano al carajo y le puso el pasador a la puerta. Me dejó en calzones, y de repente, sin poder descifrar bien cómo llegamos a esto, Delfi estaba en 4 patas con el culo paradito sobre la cama, y yo le frotaba las tetas allí, mientras mi Jorge la obligaba a petearlo a la fuerza, tironeándola de las trenzas. Cuando tuve la tentación de meterle dos dedos en la conchita lo hice, y ella se la mordió al tipo, que enseguida me apartó para acomodarse en mi lugar, y después de gritarme: ¡Andá y hacete chupar la concha por tu amiguita, que yo le voy a hacer el culo!, y pasó exactamente eso.
No sé si me excitaba más que Delfi me lamiera hasta la raya del orto, fagocitándose mis jugos, o el ritmo de la verga rabiosa de Jorge desgarrando su hoyito bastante abierto ya, pero no lo suficiente para ese grosor. Al rato nos tiró en el suelo y se la mamamos juntas. Fue un show de besos, chupones, escupidas y jadeos entrecortados, como jamás creí que podría presenciar. Hasta que antes de liquidar su lechazo se me subió encima para darme bomba por la concha, al mismo tiempo que pajeaba a Delfi, ¡y me llenó de leche el sucio! Al día siguiente, al regresar de hacer unas compras, me encontré al semental sentado en el sillón con mi amiga desnuda en sus piernas velludas, con flor de maquillaje en su carita, agitada y con un olor a sexo insoportable. Ese día nos peleamos. No pude controlar mis celos, y menos la noche que oí a Jorge decirle a Sami, que ya estaba crecidita con sus 12 años radiantes: ¿Sabés lo que les pasa a las nenas que no le hacen caso a Jorgito? ¿Tu hermana no te lo dijo? ¡Así que ya te sacás la ropita y te bañás pendeja roñosa!
Sami seguía siendo una guacha poco higiénica, alérgica al agua, aunque Jorge adorara tanto su olor a pichí como su cola en formación. Esa noche no me aguanté y fui a espiarlos, ya que en breve escuché como unas corridas en el cuarto de nuestro cuidador. Extrañamente la puerta no tenía cerrojos, como cuando yo era su presa. Así que me fue fácil ver a Sami en bombachita buscando al tipo por debajo de la cama, después en el ropero y luego en el armario, de donde salió galante, en bóxer y con el pito apunto de erupcionar. Enseguida él se echó cara al cielo en la cama, y suplicó: ¡Dale Sami, mordeme la pija encima del calzoncillo bebé!, y la turrita lo hizo. Fregaba su cara en esa tela, se la mordía, se la agarraba con las manitos y la escupía. Temblaba cuando él la rozaba, gemía bajito y solo decía: ¡No me pegues, y no me dejes dormir desnuda en el baño, y te hago lo que quieras!
Después él se la sentó en el pecho, enganchó su pija en la bombacha re meada de Sami, y empezó a moverse hacia adelante como para culearla, mientras le comía la vagina y le pedía que se hiciera pichí si no quería ir al cole con la bombacha llena de leche. Ella cumplió su parte, y en breve los chorros suculentos de semen de Jorge la empaparon. Cuando prendió la luz para llevar a la mocosita a bañarse, me vio y me dijo sacándome la lengua: ¿me vas a ayudar a cogerme a tu hermanita? ¡En una de esas le sacamos las ganas de hacerse pis por todo!, y se rió con malicia.
Lamentablemente con ella las cosas se le fueron de las manos, y la dejó preñada, a días de tomar su comunión. Nadie sabe cómo fue aquello, ni dónde lo hicieron. De repente mi familia no preguntó más por él. Mi padre no podía mirar a la cara a mi hermana. en cambio, mi madre estaba chocha de ser abuela.
Hoy no sé qué será de esa pija lechera, apetitosa y cogedora como pocas, pero la extraño demasiado… ¡y todo por culpa de la alzada de Sami! Fin
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