"Otros ratones": Giros por Golosa

 

Acá estaba, una vez más, frente a la puerta del edificio. El empleado de seguridad me divisó y se oyó la chicharra que desbloqueaba la puerta. “- Buenas”, dije, él solo me miró. Inicié lentamente el ascenso por las escaleras hasta el primer piso, toqué timbre en el departamento “A”. “¡¡¡Amigooo!!!”, dijo Victoria casi gritando, sosteniendo una botella de cerveza fría. Estaba divina, como siempre. Vicky era delgada, de tez blanca, morena cabellera larga. Su cuerpo contaba con lo justo para ser completamente deseable, sus hermosas tetas abultaban delicadamente su remera y un jean elastizado envolvía sus tentadoras caderas. Hacía mucho que éramos amigos, nos habíamos cruzado en un bar y nunca me había animado a decirle las ganas que tenía de cogerla, siempre pensé que no daba porque ella estuvo en pareja desde adolescente y lo estaba cuando la conocí. Su insoportable novio la había embarazado y se había ido a la mierda, dejándola con el crío. Vivía con su niño en un pequeño y céntrico departamento; no tenía una vida fácil, por así decirlo. Una vez que se quedó sola, pensé en ser franco con ella, decirle las ganas que le tenía, pero la veía tan down y agobiada con su bebé y todos sus quilombos que no hice más que mantener mi postura del “amiguito copado y confidente”. En parte, por eso me producía cierto desgano visitarla: por un lado pasaba un lindo momento, tomábamos algo, charlábamos y nos reíamos de boludeces, pero por el otro me deprimía el sentimiento de que tal vez nunca la iba a ver desnuda ni iba a concretar los bajos deseos que tenía para con ella.

     “- ¡Luqui, saludá al tío!”, le dijo a su hijo. Desde ya que eso de “tío” me hacía revolver el estómago, pero tampoco esperaba que ella dijera “saluda a mi próxima pija”, o algo por el estilo. El nene se me acercó, me incliné, me dio un tímido beso y volvió a sus juguetes. Vicky ya había destapado la cerveza y nos sentamos en su diminuta mesa a beber. Trabajo, amigos, objetivos, sueños, ex y posibles parejas eran los temas repetidos. Yo intentaba meter bocadillo sobre sexo, ella reía y llevaba inmediatamente la conversación hacia otro lado.

Dado que nos habíamos conocido en un bar, no era casual que a ambos nos gustara bastante el alcohol, por eso cuando Victoria sabía que yo la iba a visitar procuraba tener unas cuantas cervezas reservadas y enfriadas. Habíamos vaciado unas cuantas, ya estábamos algo mareados, Vicky no paraba de reírse ante cualquier tontería que yo decía. Me di cuenta de que desde que había llegado, hacía ya varias horas, no me había levantado de la silla para descargar la vejiga. Me incorporé y le avisé a Vicky que usaría su baño. Una vez en el sanitario, levanté la tapa del inodoro, saqué la pija e inicié la micción. La cantidad de orina era importante y, siempre que uno demora en el baño, no tiene más que dedicarse a chusmear lo que está a la vista. Fue entonces cuando la vi, apenas asomaba por detrás de la cortina de baño, colgada de la canilla de la ducha, me quedé en estado catatónico, parecía estar esperándome. Era una diminuta bombachita multicolor a rayas horizontales como el arco iris, de elásticos rojos y la escasa porción de tela que cubre la parte trasera (aunque no hace más que meterse entre las nalgas) del mismo color. Parecía haber quedado hipnotizado por esa pertenencia tan íntima de mi amiga (porque era de ella, ¿de quién iba a ser si no?), sentía como que me estaba dejando entrar a su vida sexual pero, a la vez, experimentaba el morbo de estar haciéndolo sin su permiso, algo prohibido. Era ambiguo como muchas cosas en mi vida, por un lado el amigo bueno y confidente, por el otro el sucio degenerado que vive pajeándose pensando en cogerla en todas las posiciones del kamasutra, tratándola de puta sucia, dejándole las nalgas coloradas de pegarle mientras mi chota entra y sale de su culo. Un extraño magnetismo me movió hacia la prenda; la pija, que ni siquiera había guardado, se me estaba poniendo rígida. La tomé. Mi primera reacción fue presionarla contra mi nariz y boca en un intento de redescubrir a mi amiga en su parte más íntima, buscando su olor a sexo, a hormonas, a ganas… claro, solo olía a jabón. Entonces hice lo que sabía que no iba a reprimir, la acerqué a mi pija, ya parada completamente. “¡Mmmmm, que suave!”, pensé, esa delicadeza que debía tener esta zorra en sus partes más reservadas, su concha, su ano. La sensibilidad al pasarla por la punta de mi miembro era eléctrica, ya la estaba mojando. Aunque era muy chiquita, me las arreglé para envolverla en mi glande y un poco más y empecé a masturbarme con ella. Opté por sentarme en el bidet, la excitación era indescriptible, una mistura de éxtasis, morbo, ansiedad, tabú, genitalidad, erotismo, Victoria… Estaba inmerso en mis fantasías, Vicky completamente desnuda, rubicunda, transpirando, gimiendo, pidiendo que se la meta… Lo inevitable me hizo volver a la realidad, ¡un espasmo!, ¡estaba por eyacular y ya era tarde para retenerlo! Para rematarla, la reacción inconsciente fue intentar detener la eyección con lo que tenía a mano, para mi desgracia eso era la bombacha de mi amiga. Pude percibir como tres borbotones de semen se me escapaban y eran retenidos por la tanga. ¡¿Qué había hecho?! La culpa pos orgásmica me invadió. No quería pero tuve que ver el resultado, era desastroso, la bombacha estaba repleta del más viscoso y blanquecino semen que podía haber salido de mi pene, producto de varios días sin pajearme por esas cosas del destino. Me quedé de piedra, mirando fijamente el cuadro.

     De pronto un sonido me sobresaltó, eran unos tímidos golpecitos en la puerta que para mi estado de nerviosismo parecía una turba enfurecida reclamando venganza. “- ¿Estás bien amigo?”, se pudo oír a Vicky, casi susurrando. “- ¡Eeeeh, eeeeh, si, si, ya salgo!”, contesté exaltado. Estaba más que claro que ya no contaba con tiempo como para ponerme a lavar la bombacha, sin tener en cuenta lo que iba a costar sacarle toda esa leche. La volví a colgar de la canilla, me levanté el calzoncillo y el pantalón y salí raudamente del toilette. “- Jajajaja ¡Uy, perdoname! No pensé que podías estar haciendo lo segundo”, me dijo. Si supiera que no era lo segundo, más bien lo tercero, la paja, o hasta lo cuarto, practicar el fetichismo con su bombacha, o lo quinto, llenársela de leche…

     La noche dio un giro impensado, y era posible que mi relación con esa mujer no volviera a ser lo que era, si es que dicha relación seguía existiendo después de esto. Estaba sumamente nervioso pensando en cómo iba a hacer para arreglar o por lo menos disfrazar lo que había hecho, y se ve que se me empezó a notar porque, después de un rato, Vicky me preguntó si me sentía bien, casi no había emitido sonido. De repente se me ocurrió que, ya que mi amiga pensaba que tal vez no me estaba sintiendo muy bien, antes de irme podía volver a pedirle pasar al baño y lavar rápidamente la tanga.

     Ya era tarde, Victoria empezaba a bostezar, me estaba mentalizando en dar inicio a la “operación lavado”. Sorpresivamente, se oye el llanto de Luca desde la habitación; “- ¡Ay! Aguantame un toque…”, me dijo Vicky, asentí con la cabeza. Me había percatado de que, mientras yo me pajeaba, ella lo había acostado. No pasó un minuto hasta que regresó de la habitación con el nene en brazos. “¡Amigooo! ¿Me perdonás? Luqui no se siente bien”. Entré en pánico internamente, eso me tiraba abajo todo el plan, iba a quedar como un pesado si le pedía el baño en ese momento y, peor, como un denso insensible si tardaba mucho en el mismo. “- Si Amiga, ni te hagas problema”. Sin más, me dirigí hacia la puerta, me despedí de ambos con un beso y emprendí mi partida.

     Esa noche no pegué un ojo, no podía dejar de pensar en lo que había hecho y en lo que podía llegar a pensar Victoria. De a ratos me consolaba imaginando que tal vez no usara la tanga por unos días y cuando la fuese a guardar ni la mirara, pero no me podía engañar mucho tiempo, era demasiada leche y por más que se secara se iba a notar. ¡¿Y si descolgó la bombacha de la canilla esa misma noche y se encontró con mis fluidos?!

El lunes intenté sumergirme en mi laburo, las ocupaciones me habían hecho olvidar un poco el tema. El rington me advierte sobre un nuevo Whatsapp, aterrado leo el remitente: “Vicky”. No me animaba a abrirlo, pero tampoco quería quedarme masticando la angustia. “Hola Amigo. Creo que nosotros tenemos que hablar seriamente, y vos sabes por qué”. Y continuó: “El sábado dejo al gordo en lo de mamá para que no nos moleste y podamos charlar tranqui. Venite tipo ocho”. La bomba había estallado, y para colmo ella quería torturarme con una charla, como si no me sintiese lo suficientemente culpable. Yo sabía que, aunque ella me diera un sermón y me dijera que estaba todo bien, la relación ya no iba a ser la misma. ¿Para qué quería que fuera?

     Mi semana fue un calvario mental, inevitablemente llegó el sábado. Si normalmente me daba fiaca ir a ver a Victoria, en esta situación quería salir corriendo para cualquier lado menos para su casa. Acá estaba, una vez más, frente a la puerta del edificio. El empleado de seguridad me divisó y se oyó la chicharra que desbloqueaba la puerta. Inicié lentamente el ascenso por las escaleras hasta el primer piso, toqué timbre en el departamento “A”.“¡¡¡Amigooo!!!”, dijo Victoria casi gritando, sosteniendo una botella de cerveza fría. Pero, para mi absoluta sorpresa, mi hermosa amiga estaba solo vestida con un corpiño deportivo rojo y… ¡¡¡una diminuta bombachita multicolor a rayas horizontales como el arco iris, de elásticos rojos y la escasa porción de tela que cubre la parte trasera del mismo color!!!

La noche dio un giro impensado…      Fin



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