"Otros ratones": Prescripción médica por Amoelegante

 
 

 

 

 

 

Iba cada 15 días a que me pasaran la medicación. El proceso duraba un buen rato. Así que, me hacían pasar al laboratorio y, mientras una de las médicas me auscultaba la otra preparaba la inyección que me pondrían. Por lo general eran dos, aunque a veces, llegaron a ser hasta tres las médicas que presenciaban o participaban del proceso. Para mí, significaba solo bancar que primero me revisen, después el pinchazo en el brazo y listo, a sentarse en sala de espera una hora o dos, hasta que me larguen.  

Claramente no puedo con mi genio. Siempre que tengo una mina cerca me imagino: ¿cómo será en bolas? ¿Se prendería en una amacijada contra la pared? ¿O sería una frígida insoportable? Naturalmente, de las barreras de mi mente no pasaba, pero me calentaba usando el tiempo de espera imaginándomelas a unas u a otras en esas lides.

Me cagaba de risa para mis adentros porque, las dos que más me movilizaban, no parecían gran cosa dentro de sus guardapolvos. Pero…la situación y el morbo del lugar prohibido, me ratoneaban bastante, y entonces, hasta donde podía y me dejaban, jodía con ellas. Después de todo, ya llevaba como 2 años yendo cada 15 días a verlas por este “trámite”. Claro que nunca sabía cuál, ni cuántas estarían para atenderme, y todo era chacota controlada, bromas y risas que hacía para pasar el rato.

Paula, recién recibida, o hacía muy poco, apenas 25 o 26 años. Es bajita y menuda, pero bien proporcionada, y muy, pero muy bonita, de cara casi infantil y de acento salteño, por lo que todo le agregaba un condimento especial, como si se tratara de una “pendejita/mayor”. Siempre de guardapolvos, con el estetoscopio colgado del cuello, el pelo recogido en colita y esos anteojos de ratón de biblioteca, me encantaba. Súper simpática, contestadora de todas las bromas que le hiciera y para nada tímida. Otra cosa era, por ejemplo, la foto que cambiaba cada tanto en su cuenta de Whatsapp (¡¡que ya tenía en mi poder!!). Allí se la veía “de civil”, con el cabello suelto, buen gusto para vestirse, y sin lentes. Aunque a mí, me parece que los lentes le agregan un no sé qué delicioso, y lamentablemente se la veía del pecho para arriba.

Pili, la otra doc., es de Córdoba, que es en donde vivo, y de menos de 30 pirulos, casi con seguridad. Más bien flaca. Se me hace difícil adivinar una figura atractiva debajo de ese guardapolvo blanco que le llovía sobre los hombros. Sin embargo, ella entró conmigo más rápido en confianza. Antes de la pandemia, con solo verme en la otra punta de la sala de espera, venía a saludarme muy efusivamente con beso y abrazo, como si se tratase de viejos conocidos o amigos. Confieso que los aproveché para apretarla alguna vez, suavemente contra mí y sentirla así, lo que no tuvo consecuencias y me hizo prestarle un poco más de atención para tratar de descifrar si esas demostraciones eran iguales para con todo el mundo, o solo conmigo. Para colmo de males, en una de mis visitas de verano, luego de un viaje fuera del país, me caigo por ahí de media barba y muy tostado. Fue entonces que me estaba atendiendo otra de las médicas, y de repente entra ella. Sucedieron los saludos de costumbre, que como andás, que pata tín que pata tán y el consabido “que lindo que te haya ido bien y hayas descansado”, mientras buscaba de pie unos papeles en un archivo. La compañera seguía con las bromas cuando ella, habiendo encontrado lo que buscaba, se despide. Me da un beso y me dice al oído “le queda muy bien el bronceado” y se va sin darse vueltas.

Por supuesto que, para un calentón y siempre alerta como yo, fue una señal más que interesante, y mis ratones empezaron a carretear. No tenía oportunidad para verla fuera de la clínica, ni tampoco excusa para eso, pero si tenía el celular de guardia, que se intercambiaban entre ellas, según a quien le tocara la changa. En los días previos a mi turno, siempre las contactaba por allí para coordinar el turno.  

Empezó a tenerlo siempre ella. Cosa que me dio el pie para preguntarle si había pasado algo. Me contestó que, producto de la pandemia, han reducido al personal, y que a Paula, le tocó el turno de mañana. La otra doc., fue reubicada en otro servicio, y a ella la asignaron a la tarde. Así es que “voy a ser SU ángel guardián, a partir de ahora”. Resolvió finalmente. Eso de no tutearme, aunque parecía poner distancia, a mí me sonaba al revés.  

No bien llegó el día del turno, aquella tarde me fui arreando ratones. Tenía que acelerarla más incisivamente, por más que hablara de su novio de aquí y de allá cada tanto.  

En cuanto me ve llegar camina apurada hacia mí para a saludarme rápido, como lo hacía siempre, cruzando la sala de espera. Solo que en estos últimos tiempos, están prohibidos los besos y los abrazos y todos andamos con barbijos. Me pone el codo, para chocarlo con el mío, pero le arrimo mi antebrazo frotándolo suave y lentamente contra el de ella, y le digo: “dejame que te salude así, ya que no te puedo dar un beso. Extraño el abrazo”. Bajó la vista levemente, como si no hubiera dicho nada, mientras me indicaba con una seña que pase al consultorio. Tuve la sensación que antes de mí había otro paciente. Pero ni me preocupé. Yo la dejé pasar por delante, siguiéndola, mientras trataba de imaginármela sin guardapolvos. Debía tener un par de tetitas de nena, flaquita como era, pero hasta eso me ratoneaba.

La mecánica de estas aplicaciones que me hacían era siempre la misma: sentarme en la camilla con los pies colgando, descubrir el torso para que me ausculten y revisen y, si todo estaba bien, proceder con la inyección, después de lo cual, debía quedarme allí, o en sala de espera, bajo observación física, al menos una hora o dos para asegurarse que no tuviese ninguna reacción.

Mientras me voy desprendiendo la camisa me cuenta, esperándome estetoscopio en mano, que a partir de ahora y hasta que la reasignen, cada vez que tenga que ir, será ella sola la que me haga la guardia durante esa hora, porque tienen menos personal y además, va menos gente. Eso era tristemente cierto. La pandemia explota en las calles por estos días, y las clínicas parecen desiertas, del miedo que la gente tiene de asistir.

Se me acerca para revisarme y, como mis piernas juntas se lo impedían, me solicita con dulzura si puedo separarlas, tras lo cual, parándose entre ellas, se aproxima un poco más a mí, quedando a un milímetro uno del otro. Yo me muero por abalanzarme, pero tengo que confesarlo: Según yo, había algunos indicios, pero… bien podían ser producto de mis ratones desbocados, y terminar armando un quilombo descomunal. Peleaba con ellos que habían puesto mi verga dura dentro del jogging, el que tuve que acomodar para que se note lo menos posible. Tanto que, aunque no puedo jurarlo con certeza, sé que la tierna doctorcita desvió levemente la vista de mi garganta para fijarse como distraídamente en el movimiento de mi mano.

Terminó de revisarme y, encontrando todo ok, empezó con la rutina de cargar jeringa. Se sentó a mi lado en la camilla, para tomarme del brazo y pincharme, y el solo roce de su mano sobre mi piel desnuda me erizó el cuerpo entero, como una descarga eléctrica. No sé si se dio cuenta o percibió algo, pero sin dejar de pasarme muy lentamente la inyección, levantó apenas los párpados alzando la vista, la que se  clavó en mí durante uno segundos para después seguir con su tarea. Yo mojaba mis labios repasándolos con mi lengua húmeda, sintiendo el corazón palpitar como un bombo. Me decía como gritándome por dentro: “¿qué hacés tarado? ¡¡Calmate que te vas a infartar el pedo!!  Que no pasa nada con Pili, dejate de joder”!

Ella terminó con la aplicación, se puso de pie guardando sus cachivaches y, tomó del escritorio otra vez la linternita y el estetoscopio. Luego se dirigió a la puerta y cerró, como naturalmente lo hacía, con una vuelta de llaves, mientras iba diciendo, como pensando en voz alta: “bueno, vamos a revisar todo de nuevo, y ver como seguimos”. ¡¡¡Esto sí era diferente!!!: ¿Volver a revisarme? ¡Jamás! ¿Y cerrar con llave el consultorio?  Menos que menos.

Pero de todos modos, no tuve más tiempo para elucubraciones. Se me acercó con total naturalidad desenrollando el estetoscopio, y me pidió con la misma dulzura de antes que separe las piernas de nuevo. Cosa que hice inmediatamente, pero esta vez, no bien se acercó, no aguanté la tentación y exploté de lujuria, envolviéndola con mis piernas y rodeándola con mis brazos, apretándola contra mi torso desnudo. Le comí literalmente la boca como un desaforado. Ella intentó poner algo de resistencia, como sorprendida creo, pero fue tan tenue como fugaz. Me rodeó el cuello con ambos brazos y nos comimos las lenguas mutuamente mientras nuestras manos eran un manojo de tentáculos que nos recorrían, retorciéndose, y nuestras babas se mezclaban al borde de mordernos la boca.  

Ella sin separar su boca, que me lamía el cuello, me extasiaba con su aliento y me pellizcaba los pezones desnudos con fuerza. Ya no tenía decoro mi pija que se abultaba por debajo de mi cintura sin vergüenza alguna. Me bajé de la camilla sin soltarnos, y quedamos de pie uno frente al otro, apoyándole cuan fuerte podía mi pija en su entrepierna pero sin dejar de morderle el cuello, chupando y babeándoselo mientras me agarraba de sus nalgas con ambas manos y la escuchaba gemirme suavecito al oído!!!.

Me separé unos milímetros, para terminar de desabrocharle el guardapolvo y descubrir finalmente el caramelito que había dentro de ese envoltorio. Tenía una blusita muy finita de algodón y, como sospeché, no tenía corpiño y sus tetitas infantiles tenían los pezones duritos y marcados como empujando para saltar. Debajo, algo como si fuera un pantaloncito de lycra, como lo de los ciclistas, que marcaban a la perfección su figura delgada, pero muy bien proporcionada, y se metían señalando el surco de una abultada y carnosa vulva.

“Pará que veo la puerta”, me dijo como afiebrada, mientras se daba vueltas para confirmar que estuviera bien cerrada. Me dejó su culito enfrente, tal vez más de lo soportable. No resistí el empuje y me abalancé sobre ella, le apoyé mi verga sobre la raja del culo marcada en el short, atrayéndola con fuerza hacia mí, y mientras le metía una mano por debajo de la blusa, para apretar esas tetitas que me declaraban loco de caliente, la otra se entretenía apretándole los labios gorditos por delante y por sobre el short.

No pensaba en lo que hacía. No razonaba sobre el lugar donde estábamos. Solo me movía por instinto, sin pensar. La tomé de un brazo y la di vuelta de frente a mí, y la conduje sin despegarme, contra la camilla. De un tirón le bajé el short, que descendió con tanga y todo y, tomándola de las piernas, la senté sin mucho cuidado en la camilla. Me arrodillé entre medio de ellas, y sin advertírselo siquiera, hundí mi cara en su concha. Enseguida noté que se la estaba perforando con mi lengua, poniéndola lo más dura que podía, pretendiendo llenarme la boca de sus labios, ya empapados de jugos. Entonces, para mi sorpresa, descubro que entre sus labios, arriba, ¡¡¡¡¡no hay un botoncito como los que conozco! ¡¡¡¡¡Lo que hay es como una pijita!!!!! ¡¡La puta madre! Tiene el clítoris como de dos centímetros, durito y parado como el pitito de un bebe, solo que caliente, hinchadito y todo encharcado. Arrodillado entre sus piernas, y desde allí abajo, me hice un espacio para mirarla a la cara. Ella me sonrió mordiéndose los labios, diciéndome: ¡“Chupámelo guacho! ¡Es todo tuyo!!

Yo no caía de la sorpresa, pero la calentura me pudo más. Me recontra calentó encontrarme con esto y desde ese momento no pude dejar de chupárselo, lamérselo, mordisquearlo entre mis labios, mientras le metía un par de dedos en la vagina escuchándola gemir y sacudir la camilla como una poseída. ¡¡¡Que hermoso el pitito que tenía la puta!!! Como lo sentía y le gustaba que se lo chupe. Tanto tiempo queriéndomela llevar por delante, y tanto que ocultaba para entretenerme. Mis dedos entraban y salían haciendo un enchastre sobre la camilla mientras mi otra mano, con el brazo estirado, iba de una teta a la otra. Ella me agarraba de la cabeza con ambas manos de los pelos, apretándome contra su vulva como poseída y queriendo meterme entero adentro suyo, cuando yo percibía que comenzaba a temblar convulsionando y arqueándose entera. Me estaba regalando una hermosa acabada en mis manos y en mi boca, que no podía por nada del mundo dejar de chuparle esa pijita.  

“Metémela, metémela hasta el fondo”, me repetía como desesperada, y no es de caballeros hacerse rogar. La hice bajar y darse vuelta, apoyando sus manos en la camilla. Me bajé apenas el jogging, lo suficiente para que mi pija salte fuera con el glande embardunado de mis propios jugos, morado y baboso, a punto de reventar. Después de frotársela de arriba abajo, para terminar de lubricarla, de un solo golpe se la clavé hasta las bolas, prendido de sus dos tetas con ambas manos, como cabalgándola.  

La guacha no dejaba de tirar el culo para atrás, una y otra vez. Peleábamos para ver quien tenía el ritmo más loco, quien apretaba más hondo y más fuerte. Ella ya había alcanzado la meseta de su calentura y seguía enloquecida. Yo me acercaba rápidamente al clímax porque la situación me desbordaba. Me la cogía afiebradamente, bombeándola desde atrás, y rodeándole la cintura con el brazo le agarraba la pijita entre dos dedos, como haciéndole la paja. ¡Y la muy guacha se retorcía de placer… empujando más y más su cola contra mí, haciendo que mis pelotas golpetearan por lo bajo!

¡“Seguí, seguí, cogeme, pajeame toda, dale, dale, más, más, no pares…”!, me decía. Estaba tan desenfrenada como yo, cuando la sentía crisparse al tope de del celo de su sed de hembra. Y sin más, como parándose en puntas de pies, comienza a tensarse entera, cada músculo y vello, cada gotita de sudor que le acariciaba las mejillas, en el mismo momento que le descargaba todas mis pasiones impacientes, explotando como un animal salvaje en su concha hasta llenándosela de mi leche urgente y tibia. UUUUaaayyy, qué hermosura... ¡Parece que hiciera mil años que no cojo y que no acabo así! (Pensaba, totalmente desencajado). Sentía como que no podía parar de descargar más y más, prendiéndome a esas tetas infantiles y empujando con todas mis fuerzas contra su culo, y hasta el fondo de su concha. A cada empujón de ella contra mí, parecía que mi pija no dejaba de regarla. Hasta que al fin, o por causa y efecto, empezamos a calmarnos intentando recuperar el aliento.  

Sin soltarla, y manteniendo la posición, la obligué a enderezarse, empujando su espalda contra mi pecho. Ella giró su carita como pudo, y sin decirnos palabra nos comimos la boca chupándonos con más calma, mientras los temblores del esfuerzo cesaban, como si atardeciera de golpe, y mi verga ablandándose abandonaba su cueva chorreante. La electrizó una última tocadita a ese prodigio de clítoris, como nunca vi, y que ya casi había recobrado su tamaño natural, escondiéndose entre los labios empapados.  

“Le gustó a mi paciente preferido la nueva modalidad de revisación en pandemia?” Me susurra, mientras se sube lentamente la tanga y el short para impedir que nuestros jugos le chorreen por las piernas, y me alcanza un par de servilletas de papel de un dispenser.   

¡“Me encantó, Doctora! ¿No se notó? Pero… ¿Solo será cada dos semanas? ¿Siempre vas a estar vos?” Le pregunto. Ella me mira, mientras me tantea el bulto por sobre el pantalón, y me responde: “El lapso de tiempo es prescripción médica, y no puedo cambiarlo Señor”. ¡Si siempre voy a estar yo… y sola?… no lo sé. ¡Acá, una nunca sabe”!     Fin

Comentarios